La fiesta fue en un atellier de un amigo de Pablo. Un lugar amplio, de ventanales grandes. Primer piso, con terraza, en la esquina de San Juan y Jujuy.
The Clash, Sumo, Blondie, Talking Head, algún reggae y demás, sonaban a un volumen que apenas podías escucharte con el que tenías al lado.
Charlas copadas, fumonas, etílicas y hasta filosóficas, adornaban los distintos rincones que no encajaban en la improvisada pista de baile.
Habría unas cien personas, tal vez más, abundante alcohol y las típicas boludeces para picar.
No conocía prácticamente a nadie, Pablo me presentó algunas personas, compañeros de estudio, toda gente cordial, con la cual instantáneamente, sin darte cuenta, entablas conversación a cada paso, a cada mirada. Si no te pasaban un vaso era un porro, o un gesto de buena onda.
Así fue que conocí a Pilar y Eduardo, dos peruanos simpatiquísimos, de los cuales, erróneamente, pensé que eran pareja.
Hacía tiempo que no bailaba, en el término especifico de la palabra, aunque jamás fui un experto, pero me gusta, o mejor dicho, me gusta dejarme llevar por la música.
Me armé un fernet y trate de hacerlo. Me moví un poco, no se si ridículamente, hasta que me cansé.
Me acoplé con un grupito que estaba fumando, le pegué unas secas, y decidí subir a la terraza.
El fasito me había pegado bien, observador. Me senté en un sillón de esos de caña, solo. Prendí un cigarrillo y me colgué mirando las estrellas. No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando reaccioné, Pilar estaba sentada al lado mió.
-Estas viajando, tu, ¿eh ?– me preguntó con tonada dulce. Me sonreí y le dije que sí. Como para entablar una pequeña charla, le pregunté por su novio, y me respondió que no tenía.
-¿El muchacho que estaba con vos no es tu novio?- le pregunté sorprendido- pues los ví besándose cuando me los presentó Pablo, y deduje que lo eran. Una pelotudez.
-Nos conocemos de Lima y estamos estudiando aquí en Buenos Aires, pero no somos pareja, solo amantes- su franqueza me inquietó, la naturaleza de la relación también, hasta me despertó una sensación extraña, una atracción algo perversa por saber mas intimidades, aunque no me permití preguntar.
La escuchaba, su tonada me atrapó, tan suave, encantadora.
No podía dejar de mirarle la boca, esos labios finos, sensuales. Me dieron ganas de besárselos, y me sentí un desubicado, más al ver a su compatriota que se acercaba con un par de tragos en las manos. Él estaba con ella, no yo.
Cuando llegó frente nuestro, ví que los tragos eran tres. Nos dio uno a cada uno, besó a Pilar en los labios, y se sentó al otro costado, quedando ella en medio de los dos.
Para romper, pregunté la primera tontería que se me ocurrió, y así fue como le pregunté a Eduardo si era adivino, en alusión a que trajo tres tragos sin saber que estaba yo.
-Ya te habíamos visto cuando subiste algo ido, y le dije a Edu que vaya por unas copas- contestó ella.
- Desde que te vimos sabíamos que éramos tres- dijo él y largaron a reír, yo también, sin todavía entender que estaba pasando verdaderamente. Hacia unos minutos atrás me sentía un degenerado por desear secretamente besar a Pilar, y ahora estaba frente a una indirecta ineludible, la más excitante de mi aburrida vida. Igual, mi inseguridad no me permitía tomar estos dichos más que como imaginación mía, o alguna expresión o vocablo que no me era común.
Bebí un trago. Ellos seguían riendo.
-Vamos, hombre, que ha pasado, te han comido las lengua los buitres- soltó Eduardo, mientras me ponía una mano en lo rodilla.
Pilar hizo lo mismo.
-No, no, es que no se si entendí, lo que me dicen con eso de que somos tres, y no quiero quedar como un…no se que decir.- respondí.
-Vamos amigo, que no es nada raro, me has gustado desde que nos presentaron, y con Eduardo habíamos charlado de que estaría bueno, ésta noche, hacerlo con alguien más.-comenzó a explicarme Pilar, tomándome una mano y hablando con esa tonada que me enloquecía-Aquí no nos conoce casi nadie, estamos lejos de nuestro país, somos libres, nos encanta el sexo, qué más!! Queremos hacerlo con un tercero y tu nos has gustado…y además creo que ya es hora de cumplir mi fantasía de tener posesión de dos falos…pero si tú no apeteces pues, está perfecto, Diego, al fin y al cabo, es mi fantasía, o la nuestra - haciendo un gesto hacia Eduardo – y no la tuya-y comenzó un silencio.
Pilar había logrado solo con esa explicación que mi miembro endurezca de una manera inocultable.
-¿Y…, que dices, amigo?- Me pregunta Eduardo, palmeándome el hombro.
Me sentí extraño, caliente, tonto, vergonzoso, excitado…
Un remolino de sentires dispares, sin embargo, no hacían otra cosa que afirmar aún más mis deseos de intención sexual hacia Pilar.
Con tono inocente les pregunté si lo haríamos allí.
-Pues dónde, si no – me responde ella, acercándome su cara y dándome un húmedo beso que me calentó todavía más ( si eso era posible) mientras continuó diciendo – Cada cual está en la suya, nadie notará si nos escondemos un rato, no crees?-, y se despegó un poco de mí. Se paró, nos extendió las manos, y nos llevó así a bailar.
Tomó las riendas de la situación y a mí, no sé si por no estar acostumbrado a estas circunstancias o por simple comodidad, el dejarme llevar me generó una excitación extra.
No podía dejar de desnudarla con la mirada, la observé bailando y la cabeza se me fue a las ninfas de los relatos griegos.
No creo que Eduardo, al conocerla, se encontrara nadando en el estado de sorpresa en que ella me tenía sumergido.
Pilar no bajaba jamás la vista, intimidante, hipnótica, se movía con la intensidad de la lujuria, ida, frotándose con suavidad contra nuestros cuerpos.
Sentí que le pertenecía.
La música agitaba nuestra carne al ritmo del vértigo ardiente del deseo, no había palabras. Música, miradas, sonrisas, roces, todo a un compás que rebalsaba de intensión.
Pilar se pegó a mi cuerpo, de frente, sus pupilas chinches asaltaron las mías, sentía su respiración agitada sobre mi piel, el pálpito de sus labios que se movían imperceptiblemente, hablando silencios.
Se apretó a mí pecho, y sentí sus tetas endurecerse.
Bajé la mirada y espié su escote que se inflaba. Miré sobre su hombro y ví a Eduardo que la tenía de las caderas, apoyándola con ganas a través del jean .
Volví mis ojos a los de ella. Seguían ahí, hechos de fuego. La besé, la comí. Abrió su boca entregándome la lengua con desesperación, mientras su mano derecha se fue deslizando hasta quedar sobre mi bragueta, moviéndola en círculos sincronizadamente con la lengua, con suavidad, por momentos bruscamente, apretándome el bulto, haciendo el camino longitudinal con sus largos dedos.
Bajé la mano sin despegarme de su boca, la puse sobre la de ella y se la apreté aún mas sobre mi pija. Ella bajó el cierre, la sacó y la agarró, a piel caliente .Miré para todos lados, perseguido, y comprobé que nadie nos miraba. Nadie notaba que existíamos; cada uno estaba en la suya, en la que quería.
A notar eso me relajé, y empecé a soltarme, qué otra cosa podía hacer. Pilar tenia mi miembro en su mano, bajando y subiendo, materializando con su tacto todos mis sentidos. Se despegó de mi boca pero sin soltarme, y fue ahí cuando ví que en su otra mano sostenía el miembro de Eduardo, como una empuñadura. Nos miramos los tres y reímos.
Pilar nos dió un piquito a cada uno, y, agarrados del choto, nos llevó cuatro pasos más allá, atrás de un ficus cerca del hueco de la escalera, en la penumbra.
Nos acomodó contra la pared, nos agarró del cuello, nos besó, y con lentitud comenzó a deslizarse hacia abajo. Sus manos sobre nuestros torsos, Su cara quedó frente a las dos pijas erectas que cabeceaban de palpitaciones de calentura. Empezó por mí. Esa lengua que recorrió mi boca parecía repetir esos movimientos en mi glande, haciéndolo desaparecer lentamente, llenándolo de abundante saliva, llevándolo de reconocimiento hasta lo más profundo de su garganta. Como un depredador lo hace con su presa, la sacudió entre sus dientes, la volvió a tragar hasta el fondo, y con una arcada la sacó espumosa, para atacar con la misma firmeza, ahora, la de Eduardo.
Desde arriba, el espectáculo era verdaderamente ardiente. Verla encarnizada saboreándonos, con destreza imperturbable. Sus labios se amoldaban afanosamente al contorno de dos miembros, alumbrados por el destello animal de sus pupilas ascendentes que no dejaban de obligar a las nuestras a cruzarse. Y seguíamos en silencio!!!.
Por mi parte, tuve que hacer esfuerzos enormes por no acabar con la bruta mamada que nos estaba dando.
Se paró frente a los dos, se separó unos centímetros, nos miró con fuego, sin siquiera pestañar. Se mordió el labio inferior, y empezó a desabrocharse el pantalón. Lo dejó caer hasta los tobillos. Fue recién en ese momento que Pilar pronunció las únicas palabras que sonaron hasta que acabamos:
-Chicos, aquí mando solamente yo, está claro-con dulzura, pero imperativa. Asentimos con la cabeza.
Se escupió la mano y me agarró la verga, la sacudió. Volvió a escupirse la mano, pero esta vez se mojo la concha. Se acarició con furia. Giró y apoyó el culo contra mí. Puso de un tirón a Eduardo frente a ella y lo apretó.
Se frotó sobre nuestras erecciones, enganchándose a veces en alguna de sus cavidades.
Se acomodó un poco. En dos empujones sentí como esa humedad hirviente se apoderó de mi miembro. Se la clavó hasta el fondo, con movimientos imperceptibles, descomprimiendo y volviéndolo a hacer.
Se inclinó hasta meterse la de Eduardo en la boca, se la agarró con las dos manos, haciendo fuerza hacia atrás, sentándose sobre mí con vaivenes acompasados. Se la enterró aun más profundo.
Ya me había olvidado de donde estábamos. Cuando reaccioné, espié a los alrededores. En efecto, nadie notaba nuestro acto.
El camuflaje del tupido ficus, la media luz, el acto prohibido no imaginado hecho realidad tangible en esta fiesta en el atelier de alguien que no conocía, la música, los porros, las bebidas, que mas podía pedir que esta noche perfecta !!
Las embestidas de Pilar comenzaros a ser más intensas, los gestos de Eduardo presagiaban que difícilmente aguantaría más sin acabar, y yo ni te cuento…
Escuché un grito seco, contenido, era el anuncio de que Eduardo estaba acabando en la boca de Pilar.
Ví que en la cara se le arqueaban las cejas y que en la boca se le dibujaba una sonrisa placentera. Pilar no dejó caer una gota, es más, no la sacó de su boca hasta que, con un par de sarandas circulares de su cadera, me vació de fluidos haciendo tope con furia. Sus sacudidas y temblores nos hicieron saber que el orgasmo final estaba golpeándonos a los tres. Se incorporó, y quedamos un rato así, apoyados contra ella, recuperándonos, en silencio, mimándola dulcemente.
Me subí los pantalones, y sin decir nada fui por unos tragos.
Caminé y las piernas me temblaban como a Bambi al nacer.
Miré hacia donde estábamos, para sacarme la duda de que si alguien se había dado cuenta. Reafirmé que habíamos pasado desapercibidos.
La música seguía sonando a un volumen brutal, y la dificultad para caminar la dibujé acentuando el ritmo de los pasos, bailoteando, aunque estaba al borde del calambre.
Ni que hubiese bailado toda la noche, después de años que no lo hacía...
The Clash, Sumo, Blondie, Talking Head, algún reggae y demás, sonaban a un volumen que apenas podías escucharte con el que tenías al lado.
Charlas copadas, fumonas, etílicas y hasta filosóficas, adornaban los distintos rincones que no encajaban en la improvisada pista de baile.
Habría unas cien personas, tal vez más, abundante alcohol y las típicas boludeces para picar.
No conocía prácticamente a nadie, Pablo me presentó algunas personas, compañeros de estudio, toda gente cordial, con la cual instantáneamente, sin darte cuenta, entablas conversación a cada paso, a cada mirada. Si no te pasaban un vaso era un porro, o un gesto de buena onda.
Así fue que conocí a Pilar y Eduardo, dos peruanos simpatiquísimos, de los cuales, erróneamente, pensé que eran pareja.
Hacía tiempo que no bailaba, en el término especifico de la palabra, aunque jamás fui un experto, pero me gusta, o mejor dicho, me gusta dejarme llevar por la música.
Me armé un fernet y trate de hacerlo. Me moví un poco, no se si ridículamente, hasta que me cansé.
Me acoplé con un grupito que estaba fumando, le pegué unas secas, y decidí subir a la terraza.
El fasito me había pegado bien, observador. Me senté en un sillón de esos de caña, solo. Prendí un cigarrillo y me colgué mirando las estrellas. No sé cuánto tiempo estuve así. Cuando reaccioné, Pilar estaba sentada al lado mió.
-Estas viajando, tu, ¿eh ?– me preguntó con tonada dulce. Me sonreí y le dije que sí. Como para entablar una pequeña charla, le pregunté por su novio, y me respondió que no tenía.
-¿El muchacho que estaba con vos no es tu novio?- le pregunté sorprendido- pues los ví besándose cuando me los presentó Pablo, y deduje que lo eran. Una pelotudez.
-Nos conocemos de Lima y estamos estudiando aquí en Buenos Aires, pero no somos pareja, solo amantes- su franqueza me inquietó, la naturaleza de la relación también, hasta me despertó una sensación extraña, una atracción algo perversa por saber mas intimidades, aunque no me permití preguntar.
La escuchaba, su tonada me atrapó, tan suave, encantadora.
No podía dejar de mirarle la boca, esos labios finos, sensuales. Me dieron ganas de besárselos, y me sentí un desubicado, más al ver a su compatriota que se acercaba con un par de tragos en las manos. Él estaba con ella, no yo.
Cuando llegó frente nuestro, ví que los tragos eran tres. Nos dio uno a cada uno, besó a Pilar en los labios, y se sentó al otro costado, quedando ella en medio de los dos.
Para romper, pregunté la primera tontería que se me ocurrió, y así fue como le pregunté a Eduardo si era adivino, en alusión a que trajo tres tragos sin saber que estaba yo.
-Ya te habíamos visto cuando subiste algo ido, y le dije a Edu que vaya por unas copas- contestó ella.
- Desde que te vimos sabíamos que éramos tres- dijo él y largaron a reír, yo también, sin todavía entender que estaba pasando verdaderamente. Hacia unos minutos atrás me sentía un degenerado por desear secretamente besar a Pilar, y ahora estaba frente a una indirecta ineludible, la más excitante de mi aburrida vida. Igual, mi inseguridad no me permitía tomar estos dichos más que como imaginación mía, o alguna expresión o vocablo que no me era común.
Bebí un trago. Ellos seguían riendo.
-Vamos, hombre, que ha pasado, te han comido las lengua los buitres- soltó Eduardo, mientras me ponía una mano en lo rodilla.
Pilar hizo lo mismo.
-No, no, es que no se si entendí, lo que me dicen con eso de que somos tres, y no quiero quedar como un…no se que decir.- respondí.
-Vamos amigo, que no es nada raro, me has gustado desde que nos presentaron, y con Eduardo habíamos charlado de que estaría bueno, ésta noche, hacerlo con alguien más.-comenzó a explicarme Pilar, tomándome una mano y hablando con esa tonada que me enloquecía-Aquí no nos conoce casi nadie, estamos lejos de nuestro país, somos libres, nos encanta el sexo, qué más!! Queremos hacerlo con un tercero y tu nos has gustado…y además creo que ya es hora de cumplir mi fantasía de tener posesión de dos falos…pero si tú no apeteces pues, está perfecto, Diego, al fin y al cabo, es mi fantasía, o la nuestra - haciendo un gesto hacia Eduardo – y no la tuya-y comenzó un silencio.
Pilar había logrado solo con esa explicación que mi miembro endurezca de una manera inocultable.
-¿Y…, que dices, amigo?- Me pregunta Eduardo, palmeándome el hombro.
Me sentí extraño, caliente, tonto, vergonzoso, excitado…
Un remolino de sentires dispares, sin embargo, no hacían otra cosa que afirmar aún más mis deseos de intención sexual hacia Pilar.
Con tono inocente les pregunté si lo haríamos allí.
-Pues dónde, si no – me responde ella, acercándome su cara y dándome un húmedo beso que me calentó todavía más ( si eso era posible) mientras continuó diciendo – Cada cual está en la suya, nadie notará si nos escondemos un rato, no crees?-, y se despegó un poco de mí. Se paró, nos extendió las manos, y nos llevó así a bailar.
Tomó las riendas de la situación y a mí, no sé si por no estar acostumbrado a estas circunstancias o por simple comodidad, el dejarme llevar me generó una excitación extra.
No podía dejar de desnudarla con la mirada, la observé bailando y la cabeza se me fue a las ninfas de los relatos griegos.
No creo que Eduardo, al conocerla, se encontrara nadando en el estado de sorpresa en que ella me tenía sumergido.
Pilar no bajaba jamás la vista, intimidante, hipnótica, se movía con la intensidad de la lujuria, ida, frotándose con suavidad contra nuestros cuerpos.
Sentí que le pertenecía.
La música agitaba nuestra carne al ritmo del vértigo ardiente del deseo, no había palabras. Música, miradas, sonrisas, roces, todo a un compás que rebalsaba de intensión.
Pilar se pegó a mi cuerpo, de frente, sus pupilas chinches asaltaron las mías, sentía su respiración agitada sobre mi piel, el pálpito de sus labios que se movían imperceptiblemente, hablando silencios.
Se apretó a mí pecho, y sentí sus tetas endurecerse.
Bajé la mirada y espié su escote que se inflaba. Miré sobre su hombro y ví a Eduardo que la tenía de las caderas, apoyándola con ganas a través del jean .
Volví mis ojos a los de ella. Seguían ahí, hechos de fuego. La besé, la comí. Abrió su boca entregándome la lengua con desesperación, mientras su mano derecha se fue deslizando hasta quedar sobre mi bragueta, moviéndola en círculos sincronizadamente con la lengua, con suavidad, por momentos bruscamente, apretándome el bulto, haciendo el camino longitudinal con sus largos dedos.
Bajé la mano sin despegarme de su boca, la puse sobre la de ella y se la apreté aún mas sobre mi pija. Ella bajó el cierre, la sacó y la agarró, a piel caliente .Miré para todos lados, perseguido, y comprobé que nadie nos miraba. Nadie notaba que existíamos; cada uno estaba en la suya, en la que quería.
A notar eso me relajé, y empecé a soltarme, qué otra cosa podía hacer. Pilar tenia mi miembro en su mano, bajando y subiendo, materializando con su tacto todos mis sentidos. Se despegó de mi boca pero sin soltarme, y fue ahí cuando ví que en su otra mano sostenía el miembro de Eduardo, como una empuñadura. Nos miramos los tres y reímos.
Pilar nos dió un piquito a cada uno, y, agarrados del choto, nos llevó cuatro pasos más allá, atrás de un ficus cerca del hueco de la escalera, en la penumbra.
Nos acomodó contra la pared, nos agarró del cuello, nos besó, y con lentitud comenzó a deslizarse hacia abajo. Sus manos sobre nuestros torsos, Su cara quedó frente a las dos pijas erectas que cabeceaban de palpitaciones de calentura. Empezó por mí. Esa lengua que recorrió mi boca parecía repetir esos movimientos en mi glande, haciéndolo desaparecer lentamente, llenándolo de abundante saliva, llevándolo de reconocimiento hasta lo más profundo de su garganta. Como un depredador lo hace con su presa, la sacudió entre sus dientes, la volvió a tragar hasta el fondo, y con una arcada la sacó espumosa, para atacar con la misma firmeza, ahora, la de Eduardo.
Desde arriba, el espectáculo era verdaderamente ardiente. Verla encarnizada saboreándonos, con destreza imperturbable. Sus labios se amoldaban afanosamente al contorno de dos miembros, alumbrados por el destello animal de sus pupilas ascendentes que no dejaban de obligar a las nuestras a cruzarse. Y seguíamos en silencio!!!.
Por mi parte, tuve que hacer esfuerzos enormes por no acabar con la bruta mamada que nos estaba dando.
Se paró frente a los dos, se separó unos centímetros, nos miró con fuego, sin siquiera pestañar. Se mordió el labio inferior, y empezó a desabrocharse el pantalón. Lo dejó caer hasta los tobillos. Fue recién en ese momento que Pilar pronunció las únicas palabras que sonaron hasta que acabamos:
-Chicos, aquí mando solamente yo, está claro-con dulzura, pero imperativa. Asentimos con la cabeza.
Se escupió la mano y me agarró la verga, la sacudió. Volvió a escupirse la mano, pero esta vez se mojo la concha. Se acarició con furia. Giró y apoyó el culo contra mí. Puso de un tirón a Eduardo frente a ella y lo apretó.
Se frotó sobre nuestras erecciones, enganchándose a veces en alguna de sus cavidades.
Se acomodó un poco. En dos empujones sentí como esa humedad hirviente se apoderó de mi miembro. Se la clavó hasta el fondo, con movimientos imperceptibles, descomprimiendo y volviéndolo a hacer.
Se inclinó hasta meterse la de Eduardo en la boca, se la agarró con las dos manos, haciendo fuerza hacia atrás, sentándose sobre mí con vaivenes acompasados. Se la enterró aun más profundo.
Ya me había olvidado de donde estábamos. Cuando reaccioné, espié a los alrededores. En efecto, nadie notaba nuestro acto.
El camuflaje del tupido ficus, la media luz, el acto prohibido no imaginado hecho realidad tangible en esta fiesta en el atelier de alguien que no conocía, la música, los porros, las bebidas, que mas podía pedir que esta noche perfecta !!
Las embestidas de Pilar comenzaros a ser más intensas, los gestos de Eduardo presagiaban que difícilmente aguantaría más sin acabar, y yo ni te cuento…
Escuché un grito seco, contenido, era el anuncio de que Eduardo estaba acabando en la boca de Pilar.
Ví que en la cara se le arqueaban las cejas y que en la boca se le dibujaba una sonrisa placentera. Pilar no dejó caer una gota, es más, no la sacó de su boca hasta que, con un par de sarandas circulares de su cadera, me vació de fluidos haciendo tope con furia. Sus sacudidas y temblores nos hicieron saber que el orgasmo final estaba golpeándonos a los tres. Se incorporó, y quedamos un rato así, apoyados contra ella, recuperándonos, en silencio, mimándola dulcemente.
Me subí los pantalones, y sin decir nada fui por unos tragos.
Caminé y las piernas me temblaban como a Bambi al nacer.
Miré hacia donde estábamos, para sacarme la duda de que si alguien se había dado cuenta. Reafirmé que habíamos pasado desapercibidos.
La música seguía sonando a un volumen brutal, y la dificultad para caminar la dibujé acentuando el ritmo de los pasos, bailoteando, aunque estaba al borde del calambre.
Ni que hubiese bailado toda la noche, después de años que no lo hacía...
4 comentarios - No bailaba hace años
Burnig down the house!!!