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El verano que me follé a mi prima (Parte 3)

Parte 1: http://www.poringa.net/posts/relatos/2968435/El-verano-que-me-folle-a-mi-prima-Parte-1.html

Parte 2: http://www.poringa.net/posts/relatos/2968584/El-verano-que-me-folle-a-mi-prima-Parte-2.html
EPISODIO 4: CON FALDAS Y A LO LOCO

A partir de entonces, las noches fueron una maravilla para mí. No veía el momento de marcharme a la cama y escuchar a mi prima gozar. Hasta mis padres se sorprendieron de mi novedosa costumbre horaria. “Este chico se está enderezando”, había dicho mi padre en una ocasión. Y razón no le faltaba, porque lo cierto es que no paraba de enderezárseme todo el rato.

Aunque no era el único al que parecía gustarle. Mi prima también se marchaba antes que nunca a la cama, dejando a mis padres con la telenovela de turno. A veces subíamos juntos las escaleras, ella delante mirando hacia atrás con una sonrisa y sin decir una palabra pero dándome a entender morbosamente lo que tocaba. Cuando se pajeaba para mí, no había nada que me pusiese más cachondo. Ya no solo por su goce exacerbado, sino por las preguntas que me hacía a mí mismo mientras tanto. ¿Sería siempre yo en quien pensaba cuando se excitaba? ¿Cuál sería el pensamiento que le hacía correrse de una forma tan desbocada?

Pero lo mejor sin duda era escucharla llamar a la puerta después de haberse pegado la corrida en mi honor. El corazón se me aceleraba por ver su sonrisa de viciosa y la mojada ropa interior que traía con ella, y como me la entregaba entre tímida y mimosa para que vaciase mis huevos sobre ellas. “Las mujeres primero y los hombres después, ¿No lo sabías?”, me decía en un tono cómplice.

Era realmente impresionante hasta que punto empapaba todo con sus jugos. Entregaba siempre su lencería completamente empapada. Un día cuando me las dio le pregunté:

-Oye Sandra, ¿Es normal que te corras tanto siempre?

Ella reía bajito para que no nos oyesen y me contestaba traviesa:

-Bueno, la verdad es que suelo mojarme bastante, desde que empecé a follar –y tras ver mi cara de asombro, añadió- aunque para serte sincera, desde que jugamos a esto me corro mucho más ricamente. No recuerdo la última vez que dejé mis braguitas tan caladas como en estos días. Supongo que tengo que darte las gracias, primito.

Ese cumplido disparó mi cohete cual chupinazo en San Fermines. Había veces, cuando la escuchaba gemir a altas horas para mí, que me parecía que me volvía loco. A menudo tuve el temor de correrme antes de tiempo, incluso sin tocarme, y parecerle a mi prima un puto eyaculador precoz. Hubiese sido miserable no haber sido capaz de rociar sus braguitas en mi leche, con tanta ilusión que le hacía. Aunque a veces no sé ni como aguantaba.

Su comportamiento en los demás momentos que vivíamos en la casa también cambiaron para mejor. Se mostraba mucho más cercana. Hasta el punto en el que, cuando mis padres no andaban cerca merodeando, aprovechaba para detalles como apoyar su cabeza en mi hombro mientras veíamos la tele o ponerse a acariciar mi pierna trazando círculos con su dedo índice hasta que mi bulto hacía acto de presencia y ella reía halagada.

Dejó también de hacer tantos planes por su cuenta y accedió de una vez a que fuésemos juntos a la playa. Y esa es otra. No sabéis lo que molaba la sensación de estar a solas con ese pedazo de mujer en público.

Hasta aquel momento, había estado obsesionado con pasar ratos a solas con mi prima, pero poco a poco supe apreciar los placeres de hacerme ver con ella frente a la gente. La cara que los chicos de mi edad (y no tan de mi edad) ponían al verme con ella riendo y empujándonos cariñosamente en mitad de una broma cualquiera era un puto poema.

Los ojos de los hombres ardían de envidia y los de las mujeres de intriga (o de envidia hacia el espectacular físico de mi prima). Incluso chicas que yo ya conocía y que hasta aquel momento no me había visto más que como un pringado, ahora me miraban de una forma diferente, entre extrañadas y curiosas al mismo tiempo. Pero se iban a joder.

Ahora mis ojos tenían una sola dueña. Mi entrañable prima Sandra me daba toda la compañía y sensualidad que necesitaba. Incluso empecé a dejar de lado a mis amigos, con los que hasta hace un pocos días no paraba de quedar día si día también. Y si dos tetas tiran como dos carretas, el juego de tetazas-caderas-culo de mi prima me alejaba del mundo real a la velocidad del Space Mountain.

Algunos de mis compinches de fechorías se ofendieron bastante, sobre todo Marcos. La verdad es que tenía toda la razón. Sin embargo, a mí me dio por exagerar diciendo que mi prima estaba deprimida porque su madre, enferma terminal en casa, se estaba muriendo y que necesitaba todo mi apoyo para animarse.

Al principio se calló al oír eso. No obstante, una vez en la que vino a casa y la vio merodear con uno de sus alegres y ajustados modelitos veraniegos por el pasillo mientras cantaba la canción del verano el tío me miró y me dijo “¿Así que madre moribunda eh? ¡Menudo cabrón!”. Pero lo entendió, Marcos era un gran tipo.




A lo que iba, que un día de esos fuimos a la playa los dos solos. Qué os voy a contar, ese día estuvo de lujo. Estuvimos jugando en el agua porque era uno de los días en los que más calor había hecho. Mi prima se había propuesto ir lo menos tapada posible y habíamos hecho el camino en bici. Yo iba con una camiseta de tirantes y pantalones cortos y ella directamente con un bikini verde que combinaba a la perfección con su bronceado y húmedo cuerpo empapado por el sudor. Por debajo llevaba, además de una braguita-bañador del mismo verde, una caliente faldita blanca por encima. Mientras pedaleaba, vi a cuatro o cinco peatones pasmados mirando las braguitas que se asomaban por entre esos muslos de jaca que enseñaba Sandra. Mi prima parecía no darse cuenta de ello, o al menos lo disimulaba. Después de todo, el hombre que más le importaba de allí y era yo, que para algo era el que se encargaba de lefarle esas mismas braguitas todas las noches con puntualidad británica.

Una vez en el agua, ella, a pesar de ser indudablemente femenina, podía llegar a ser bastante bruta. Me hizo un placaje con mucha mayor fuerza de lo que esperaba, cargando todo el peso de su cuerpo sobre el mío, y me sumergió en el agua. Al volver a la superficie me reí y le devolví otro a ella. Rodee su cintura con ambos brazos, uniendo las manos en el centro de su culito y apretando lo máximo que pude aquellos compactos pero blanditos cachetes, haciendo que sus generosas tetas se apretaran fuerte contra mi pecho, la elevé por encima de mi cuerpo haciéndola sumergirse de cabeza. Ella tosió al salir y me miró entre sorprendida por mi fuerza y extrañamente excitada.

Aunque sin duda, lo que más me marcó de ese día sería la charla que mantuvimos después de aquel rato en la toalla. Allí estábamos los dos, tumbados de lado y mirándonos el uno al otro. Todavía era incapaz de creer que hubiese intimado hasta ese punto con esa tía tan buena. Entonces, a fuerza de mis preguntas, ella comenzó a sincerarse y a abrirme los secretos de su vida sexual.

-Sandra, tú… Me dijiste que a parte de la mía, habías visto solo dos pollas más en toda tu vida. ¿Eso era verdad?

-Jajajaja, todavía te acuerdas –se recogió el pelo un poco nerviosa- pues si, así es, ¿Estás seguro de que quieres que te dé detalles?

Me mantuve callado, dando a entender que esperaba a que se extendiese más. Ella pareció captarlo. Empezó, al principio cortada pero después más y más suelta, a contarme confiada la versión detallada de su estreno:

“Bueno, de la primera de ellas la verdad es que no me acuerdo mucho. Tenía más o menos tu edad y había un chico de mi clase de entonces que me gustaba. Lo normal por esas edades, supongo.

Un buen día llegó la noche de San Juan y mis amigas y yo decidimos pillarnos nuestra primera borrachera. Sabíamos que ya no éramos unas niñas. Nos preparamos de la forma más provocativa posible, queríamos parecerles atractivas a todos. Darlo todo aquella noche. Recuerdo que fue la primera vez que llevé escote y minifalda. Por aquel entonces, me daba vergüenza llevar escote porque los chicos se burlaban del tamaño de mis… ya sabes. Y la minifalda era algo que mi madre me tenía prohibido porque decía que era demasiado joven para enseñar tanto las piernas. También me puse unos tacones, que me hacían sentir una reina.

Más tarde, pedimos al hermano de una de mis amigas que nos comprase algo de licor de coco con piña y nos fuimos a las hogueras que se hacían en un descampado cercano y bastante conocido de mi barrio. Allí estaba, entre otros, aquel chico. Desde el momento en el que mi miró, supe que no lo hacía igual que otras veces. Noté en sus ojos lo cachondo que estaba por mí, y las ganas que tenía de follarse. Lo supe. Nos juntamos los dos grupos, sus amigos y mis amigas y… bueno, entre las risas, el alcohol y los manoseos, una cosa llevó a la otra.

No me acuerdo mucho de ese momento porque iba bastante perjudicada, solo sé que acabé muy cachonda y en una esquina apartada, entre unos arbustos de un parque, juntando mi cuerpo con el suyo. Allí fue cuando me pidió follar. Pero yo estaba muy asustada porque era virgen. Sabía lo que había que hacer pero me daba miedo de que me doliese.

Él me intentó tranquilizar. Bajó su mano hasta mi mini falda y la introdujo por debajo de esta. Algo en mí decía que tenía que pararle, como había hecho hasta ese momento siempre que un chico se ponía tan salido conmigo. Pero en realidad no quería. Quería que hiciese lo que hizo, subir sus dedos por la parte interior de mis muslos y sentir el frío de sus puntas acariciar mi clítoris. Era la primera vez que me pajeaban. Me puse a gemir.

Nunca antes me habían tocado, ni siquiera yo misma, y al principio me asuste de lo mucho que empecé a lubricar, pero él me dijo que no me preocupase por eso, que era normal, que me dejase llevar. La verdad es que estaba siendo una gozada. Entonces él no pudo más y me dijo que me la tenía que meter. Que necesitaba correrse dentro de mí. Yo entre el miedo de ser la primera vez y el de hacerlo sin condón, no supe muy bien que hacer al principio.

Por suerte, anduve rápida y le dije que no se preocupase, que se me ocurría algo mejor. Me puse de rodillas, eché mi pelo hacia atrás, coloqué mi boca a la altura de su bragueta y se la saqué con cariño. El chico pareció sorprendido. Estaba muy dura. El chico me había pedido follar porque supongo que era lo más típico, pero no se esperaba esa reacción mía, tan alternativa.

Yo me la metí obediente en la boca y empecé a chupar como había visto hacer alguna vez en alguna película porno. Antes del comienzo, tenía curiosidad por saber a que sabía eso. Después vi que no era como cuando te comes un chupa-chups, no tiene nada que ver, pero tenía una textura y un sabor que me hizo sentirme más mujer que nunca y, a su vez, me puso muy, muy cachonda. Yo no quería perderme ninguna de sus reacciones, así que mientras salivaba aquella nueva comida, lo miraba a los ojos fascinada.

Quería hacerle disfrutar más, que supiese lo bien que podía hacerlo. Empecé a hacer todo lo que se me ocurría y si conseguía hacerle soltar algún sonido de placer con algún movimiento, volvía repetirlo todas las veces que mi cuello me lo permitiera. Me metía su punta en la boca y daba vueltas entorno a él con mi lengua. Después me puse a masajearle suavemente los huevos con una de las manos y sentí como se hinchaban poco a poco, a la vez que esa polla dentro de mí boca se ponía más y más dura, echando un liquidito viscoso con el que me dio la impresión de que le quedaba poco.

También estuve haciendo la prueba de hasta que punto me entraría eso en mi garganta. No sé si fue mucho, pero el chico miraba a las estrellas como en una burbuja mientras yo seguía sin descanso. Al final le escuché decir, con una voz desesperada que no parecía la suya “¡Me vengo, me vengo!”. Y se vino dentro de mi boca. Noté como un líquido caliente y espeso entraba en mi boca. Le miré a los ojos mientras soltaba toda esa leche. El retorcía su cuerpo a la luz de las hogueras.

Cuando acabó, bajó la cabeza con una sonrisa. Yo primero escupí aquello al suelo y entonces le devolví la sonrisa. Me dijo que creía que se había enamorado de mí. ¡Entonces me di cuenta de las gilipolleces que sois capaces de decir los tíos a veces por una mamada!”.

-¿Y tu? ¿No te corriste? –le pregunté alucinado después de escuchar atentamente toda la historia.

Ella torció la boca y me comentó con aspereza:

-No. Veras Alex. Hay momentos en la vida de una mujer, sobre todo cuando una empieza a hacerse mayor, en los que pierde mucho tiempo preocupándose de gustar a los demás y se deja a ella misma un poco de lado. ¿Entiendes?

-Si.

Entonces pregunté lo que ella ya estaba esperando:

-¿Y Carlos?

Soltó una carcajada.

-No sé si es bueno que te cuente esto, Alex.

-Si Sandra, quiero saberlo –insistí.

Puede que tuviese razón, pero la última historia me había ayudado a conocer más como sería mi prima follando, y eso siempre era una ventaja. Quería seguir aprendiendo de sus experiencias. Ella empezó a contarme su primera vez con Carlos, sin escatimar en detalles.

-Bueno, Carlos era el típico chulito de mi cole que gustaba a todas. Yo tenía 16 años, ya había cambiado de estilo y había empezado a despuntar en mi clase –empezó a contarme.

“No es listo ni nada el cabrón”, pensé.

“Noté que le gustaba porque empezó a acoplarse mucho más a los grupos donde estaba yo y hacía un montón de tonterías para que me riese y demás. Siempre que podía, se venía con mi grupo de amigas y nos invitaba a tomar algo.

A mí me parecía un chico diferente, más maduro y protector que los chicos de mi clase. Terminé loquita por el. Un buen día, me invitó a su casa. Yo me quedé alucinada. Nunca había visto una casa tan grande. Tenía piscina y jardín, nada que ver con el cutre piso de mi familia. Entonces me llevó a la cocina y vi que me había preparado una cena sorpresa. Había un montón de cosas que yo había dicho alguna vez de pasada frente a él que me gustaban. Se había molestado en comprarlas y servirlas todas. Había además dos velas encendidas.

La cena fue perfecta y consiguió que yo me sintiese muy especial. Había tenido mucho cuidado en escoger la ropa para esa noche. Quería que me viese como la mujer que era, no como una niñata. Pero tampoco quería que se notasen mucho las ganas que tenía de repetir lo de esa noche de San Juan con él.

Sea como fuere, cuando llegamos al postre, el pareció notar que estaba excitada. El plato del postre era ya en si como una premonición, bastante erótico. Un mousse de chocolate con fresas. Me encantaban el chocolate y las fresas y él lo había tenido en cuenta. Estaba muy cachonda. En ese momento, Carlos era mi dueño y señor. Mi lujoso anfitrión, mi cocinero, mi protector, mi hombre. Él lo sabía y me tomó con fuerza. Acabamos en el sofá.

Yo iba con un vestido ligero que acababan en una corta falda con volantes. Intenté quitármela pero él se me adelantó, me desprendió de él con tanta furia que rasgó la tela. Tendría que haberme enfadado pero, no, me puso todavía más cachonda. Me cogió primero del cuello y metió su furiosa lengua por mi garganta. Después me empotró contra el respaldo del sofá y me quitó con un hábil movimiento de muñeca mi sujetador, dejando mis tetas libres para él. Saber que estaba con un chico de esa experiencia me hizo sentir más y más excitada. Quería que me desflorase con toda su hombría.

Me dio la vuelta y soltó un comentario de sorpresa al ver mis pechos desnudos, poco después se puso a comérselos. Bañó todo mi pecho en saliva, me mordió los pezones, después bajó hacia abajo y me quitó las bragas con impaciencia, dejándomelas por los tobillos. Yo en el fondo, desde que me invitó, había querido ser follada, así que antes de ir me había depilado cuidadosamente, dejando una delgada línea de pelo en mi pubis juvenil. El detalle pareció gustarle y me abrió bruscamente de piernas y comenzó a comerme el coño de una forma asombrosa.

Esa sensación de placentero hormigueo que subía por mi vientre y me hacía retorcer el cuerpo me estaba elevando a los cielos. Era maravilloso. Caí en la cuenta de que no había nadie en casa y que podía gritar todo lo que quería. Di rienda suelta a mi pasiones. Maullando como una gata en celo. Esto puso a Carlos más cachondo si cabe, quien dejó de comerme el coño, se incorporó, se quitó todo lo de abajo delante de mi y agarrándose su tiesa y dura polla me dijo: “Te voy a violar Sandra”. Jamás estuve tan caliente.

Me cogió del cuello y me forzó a ponerme a cuatro patas, mirando hacia una de las paredes de la sala y poniendo mi culito virgen en pompa. No anduvo con rodeos, yo estaba tan dilatada que sabía que no tenía tiempo que perder. Casi me la mete hasta los huevos y yo chillé de placer e impresión mientras sacudí toda mi espalda en esa postura. Él estaba fuera de si, agarrándome del pelo y apretando mi cintura hacia su polla, embistiéndome como un toro salvaje. Me estaba follando como a una puta barata pero no podía decirle que no. Noté mi himen ceder a una de sus embestidas.

Hundí la cabeza en uno de los cojines del sofá y chillé como una loba al llegar al orgasmo, momento en el que Carlos se dejó llevar por las estrechas carnes de mi prieto coño, corriéndose dentro de mí, llenándome entera de él.

Sé que dicho así puede parecer lo que no es, Alex. Que Carlos era un cabrón sin sentimientos y yo una guarra inconsciente. Pero fue mucho más que eso, Alex. Las mujeres necesitamos sentirnos así a veces, poseídas, azotadas por un hombre que domine nuestro fuego. Alex, mi hombre era Carlos. Lo supe desde el principio. Así que empezamos a salir juntos, hasta hoy”.

La sensación que me inundaba en aquel momento a mí era prácticamente idéntica a la que había sentido durante la charla nocturna que tuve con Carlos. Por un lado estaba cachondo pero por otro lado estaba muerto de celos, indignado. Más ahora, que el acercamiento entre mi prima y yo nos había hecho intimar a otro nivel. Parecía que aquello no había servido para nada, Sandra seguía obsesionada con el recuerdo de ese asqueroso.

Tuvo que notar a la fuerza un cambio en mi carácter, porque a partir de ese momento empecé a hablar mucho menos. Decidimos recoger nuestras cosas e irnos a tomar unos helados. Nuestra conversación giró hacia unos temas mucho más triviales que los anteriores y los dos notamos como la conversación se enfriaba. Antes de coger nuestras bicis e iniciar el camino de vuelta a nuestra casa, mi prima Sandra me agarró del brazo:

-Alex, sabes que tú también me gustas. Pero no es lo mismo Alex, no puede serlo. Entiéndelo, eres mi primo. Y él, él ha sido mi primer novio. Me has pedido que te lo cuente y lo he hecho. Es injusto que te pongas así.

Joder. Sabía que tenía razón, pero no podía evitarlo. Estaba jodido y dolido. No contesté nada, solo terminé de des-candar la bici y nos pusimos en marcha, en silencio.




Esa noche, después de cenar, estábamos en el salón con mis padres. Estábamos los cuatro viendo una serie que, humildemente, me importaba una puta mierda pero me sirvió de escusa para poder seguir mostrando mi enfado. Hubo un momento en el que mi prima se levantó del sofá y nos dijo:

-Bueno, familia, pues yo estoy agotada, voy subiendo a la cama.

Mi madre se sorprendió bastante:

-¿Ya? ¿Tan pronto? ¡Pero si nunca sueles subir tan pronto!

-¡Oh tía, tranquila! –le contestó sonriendo- Es que Alex y yo hemos nadado mucho hoy en la playa, estoy segura de que él también esta muy cansado, aunque no lo diga.

Por el tono que le dio a esto último, me quedó claro que iba totalmente con segundas. Me estaba invitando a subir descaradamente. A mi parecer fue una insinuación exagerada, aunque claro, mis padres no tenían la mente tan enferma como para olerse el pastel. Así que nadie dijo nada y yo permanecí en el sofá. Firme y orgulloso. A ella se la vio resignada, pero subió igualmente.

Traté de aguantar el máximo tiempo posible abajo. A efectos prácticos, era como si la hubiese mandado a tomar por el culo. Qué coño, dejando el enfado de aquella tarde a un lado, lo cierto es que creía que era justo que al menos por una vez ella se jodiese tanto como yo me había jodido muchos de los anteriores días, esperando hasta las tantas a que ella subiese y se pajease, o a que acabase de hacerlo. Creo que al final estuve una hora más allí abajo. Al final mis padres se cansaron antes que yo y me dijeron que ya se iban a la cama. Yo no iba a quedarme solo tampoco, así que cedí. De todas formas, había pasado suficiente tiempo.

Subí las escaleras, cerré la puerta del segundo piso. A continuación abrí la puerta de mi cuarto, encendí la luz, cerré la puerta tras de mí y me eché relajadamente sobre el colchón. Para mi total sorpresa, mi prima comenzó a gemir hacia mi dirección de nuevo.

Yo al principio me indigné. ¿Acaso la muy zorra se pensaba que iba a ir siempre detrás suyo solo por hacer eso? ¿Se creía que así iba a solucionarlo todo, sin hacer nada más? Estaba harto, harto de seguir las limitadas reglas de juego que ella, y solo ella, había impuesto. Yo no quería eso. Yo quería ser Carlos, no, mejor que Carlos, quería follármela, ¿Vale? Eso quería, ¿Por qué se me negaba el derecho a follarme ese cuerpazo? Se acabó.

Cogí mi polla enfadado. Nunca me había hecho una paja tan furioso. Era una paja llena de rebeldía. Comencé a batir. No pensaba esperarla, quería correrme a la vez que ella, como si me la estuviese follando. Fui subiendo el ritmo de mis sacudidas a medida que ella iba alargando la respiración y escuchaba el chapoteo de sus dedos más y más deprisa. “Ahhhh Ahhh”, jódete zorra. Me imaginé penetrándola con mi cipote quinceañero a estrenar, con mis huevos a reventar y ella encajando los golpes, esclava de la lujuria.

Entonces se corrió, soltando ese grito orgásmico que yo tan bien conocía. Eso me encendió hasta el punto de soltar mi lecharazo justo en el mismo momento. Mientras ella alargaba su lamento, “Ayyyyyy”, yo todavía echaba las últimas gotas de leche, que se desparramaban ya no en sus bragas, sino a lo largo de toda mi colcha.

Poco después llamó a la puerta. Yo me puse en pie y la abrí. Ella estaba allí, sonriente, con sus braguitas mojadas en sus jugos y lista para entregarlas en mis manos. Yo las acepté, con rostro serio, que ella no debió de apreciar por la oscuridad del momento. “¡Que las disfrutes!”, y se fue.

Cerré la puerta y arrojé las bragas a la mesilla. Limpié toda la lefa de la colcha y me tumbé. Me dormí en poco tiempo. Por supuesto, no le devolví las bragas.




Al día siguiente fui despertado por unos intensos rayos de luz que penetraban por mi ventana. Estábamos ya en agosto. Bajé a desayunar. Allí estaban mis padres y mi prima. Mis padres me dieron efusivamente los buenos días. Mi prima no me dijo nada. Me senté a su lado y me miró con gesto triste, preocupada. Yo la ignoré. Comí como si nada, contestando de vez en cuando a los comentarios de mi padre. Una vez hube terminado, recogí mis cosas como si tal cosa, las dejé en el fregadero y subí de nuevo hacia arriba.

Como todavía quedaba tiempo hasta la comida y yo ya había sudado un montón durante la noche, decidí darme una ducha fresquita. Me desnude y me metí dentro. Dejé el agua a media temperatura, ni muy fría para incomodarme ni muy caliente para agobiarme. Froté bien mi cuerpo con el jabón y volví a aclararme. Salí y comencé a secarme. Estaba en mitad del proceso de secado cuando mi puerta sonó. Puse los ojos en blanco.

-¡Joder mamá, que solo he estado 5 minutos coño! –grité asqueado.

-Soy yo, Alex –escuché la fina voz de mi prima.

Me sequé lo que faltaba a todo correr y me coloqué la toalla entorno a la cintura. Antes de abrirla me miré en el espero y me puse a marcar pecho y bíceps. Aceptable. Abrí la puerta.

Encontré a mi prima con la misma cara de extrañeza que en el desayuno.

-¿Qué sucede Alex? –me preguntó ansiosa y a punto de llorar- Dímelo ya por favor, no quiero seguir así. No podemos acabar así después de lo mucho que nos habíamos abierto el uno con el otro.

Solté una grave respiración. Tenía razón. No podía esquivarla constantemente. Además ya había conseguido ponerla en alerta, que era lo importante. Había llegado la hora de que me sincerase del todo con ella.

-Estoy harto Sandra –le dije solemnemente- Estoy harto de que me hables siempre de otros tíos. De que me pongas tan cachondo para nada. ¿A qué juegas?

Ella me miró sorprendida.

-Creía que tú también estabas de acuerdo con jugar a este juego nuestro –susurró.

-Y lo estoy, solo que yo no quiero “jugar” Sandra, es más, me he cansado de jugar. No quiero jugar más, quiero provocarte las sensaciones que te provocaron esos chicos que me comentaste ayer.

-Alex, ya hemos hablado de esto… es imposible.

-¡Venga Sandra no me jodas! ¡Sabes que eso no es verdad! ¡Ni tu misma te crees esas palabras! ¿Sabes porque no te devolví ayer las bragas?

Ella puso una cara de terror. Al final se había quedado dormida y estaba claro que se le habría olvidado hasta aquel momento.

-¿Por qué? –me preguntó inquietada.
-Porque ayer Sandra, me pajee contigo, a la vez. Si, Sandra. Cuando tú te estabas pajeando, yo me estaba pajeando también al mismo tiempo al otro lado de la pared. Cuando tú gemías, yo gemía. Cuando tu te corriste Sandra, yo me corrí a la vez. Porque quiero que sea así Sandra, porque estoy cansado de hacerlo de la otra manera. Quiero que nos veamos, quiero que nos toquemos como la gente normal, ¿Vale? ¿Lo entiendes?

Vi como ella tragaba saliva, estaba muy nerviosa. Pero no solo eso. No, había algo más. Lo olía. Su rostro le delataba. Entonces me dijo.

-Entiendo. ¿Así que eso es lo que quieres?

Asentí decidido.

-De acuerdo –y después añadió- pero ni se te ocurra tocarme. Como en los museos, prohibido tocar.

Asentí de nuevo.

Entonces me enganchó del brazo y me llevó a su cuarto. Yo iba solo con la toalla por el pasillo y temía que a alguno de mis padres les diese por subir allí en ese momento. Me dejó de pié frente a su cama. Ella se sentó en ella y se quitó la camiseta, dejando ver ese par de juguetonas ubres a mi vista. Llevaba un sujetador de color rojo que parecía una talla más pequeña que la suya, por lo mucho que apretaba sus senos.

Acto seguido, se quitó los pantalones y dejó a la vista un tanga del mismo rojo, a juego todo como siempre. Pude ver como esa delgadísima tira se adentraba en las profundidades de su apetitosa rajita, realzando ese par de carnosos, turgente y morenitos glúteos. Ella se apoyó sensualmente contra la pared y se abrió de patas. Pude ver que se encontraba completamente depilada. Me dirigió una de sus agradables y pícaras sonrisas:

-¿Te gusta así?

Yo resoplé, muy excitado pero intentando fingir indiferencia.

-Pero así te he visto mil veces en la playa Sandra –dije mientras me encogía de hombros.

Entonces lo hizo. Llevó sus manos a la espalda y se desabrochó aquel sujetador carcelero. Fue hermoso. Sus dulces y sabrosas tetas, de una tonalidad más blanca como consecuencia de su vergüenza a la hora de hacer topless, se desparramaron por su pecho. Eran de un tamaño enorme para su delgado cuerpo. Además su forma era de lo más apetitosa. Sus dimensiones las hacían colgar, pero lo justo y necesario. Sus contornos excedían la anchura de su cuerpo y sobresalían de su perfil dibujando una excitantes curvas mamarias en el aire. Sus tiernos pezones eran como recordaba, concentrados en un pequeño punto rosado, ahora erectos. Menuda hembra.

Ella se rió al ver mi cara.

-Joder Sandra –balbuceé- Estás… estás buenísima.

-Jajajaja, vaya –se echó sensualmente el pelo hacia atrás sin perder la postura- voy a agradecerte el cumplido.

Se llevó un dedo a la boca, lo humedeció con su saliva y lo bajó hacia su chochito como una actriz profesional del cine X. Aparto la fina tira del tanga que cruzaba su coño por arriba y me mostró su hinchado clítoris. Era precioso, de un color rosadito como el de sus pezones, muy húmedo y brillante.

Empezó a pasarse el dedo por encima del mismo mientras inflaba y desinflaba su pecho al son de la respiración, moviendo ligeramente su enorme par de tetas y echando su cabeza hacia atrás, pegándola a la pared, con una sonrisa de excitación en la boca. Paró un momento tal y como estaba, abierta de patas y en pelotas contra la pared, para mirarme y decirme:

-¿Qué pasa? ¿Sólo tú tienes derecho a alegrarte la vista o qué? ¿No te vas a quitar esa toalla?

Entonces miré hacia abajo y la verdad es que la situación era casi cómica. La toalla ya casi se había soltado del todo de mi cintura pero mi polla, dura y tiesa como una colina, se había hinchado como un plátano y era la que sujetaba la toalla como un puto perchero. La agarré y la eché a un lado, dejando mi rabo más tieso que nunca y con el prepucio hacia atrás, apuntando justo en dirección al dulce coñito de mi prima. Esta abrió la boca:

-¡Joder Alex, menudo pollón gastas a tus quince años, hijo mío! –lo dijo con unas ganas que daba la impresión de que se le hacía la boca agua-Vaya hombrecito, menudo macho vas a ser.

Esto pareció ponerla todavía más cachonda, ya que se reclino todavía más en la cama, mostrándome ya toda la visión de sus muslos y su coño, que había dilatado tanto como para que ya tuviese dos dedos dentro de él moviendo con frenesí. Se puso a arquear la espalda y a empujar sus pechos hacia arriba mientras aumentaba la marcha de la paja y sus párpados cerrados temblaban. Yo me había empezado ya a tocar y sentí que me iba a correr de un momento a otro. Ella me avisó gimiendo.

-¡Joder, Alex, voy a irme yaaaa!

Entonces se me ocurrió otra cosa. Me acordé del día en el que se estaba enrollando con Carlos en frente de mí en aquel desayuno. Recordé lo mucho que había deseado ser aquel hijo de puta y lo buena que estaba ella. El morbo me superó y hablé:

-¡Espera Sandra! ¡Ponte esa faldita morada que tienes, que con ella me pones a cien!

Ella al principio pareció un poco molesta de que hubiese interrumpido su ascenso a los cielos, pero después me dirigió una sonrisa de vicio.

-¡Pero qué guarrito que eres!

Se levantó y se puso la mini falda coquetamente, meneando sus caderas para ponerme todavía más cachondo. Yo no me paré allí.
-¡Ponte de espaldas, a lo perrito!

Ella volvió a sorprenderse pero, al igual que antes, aceptó sumisa mis órdenes con una sonrisa dibujada en los labios. Se puso a cuatro patas sobre la cama, con ese hermoso culito saludándome. Era maravilloso. Un culo moreno, de piel tersa, tierno y respingón al mismo tiempo.

Yo me pegué el máximo posible, sin llegar a tocar su culo pero llegando a rozar el fino tejido de la faldita con mis huevos. Ella llevó su mano hacia su bajo vientre y empezó a pajearse en esa postura, permitiéndome ver su dedito salir y entrar, y hasta hacer ruidos con los sabrosos flujos de su chochito. Me agarré la polla y empecé a meneármela más salido que un perro. Los jadeos de los dos fueron conjuntamente a más. Entonces ella me pregunto exasperada:

-¿¡Quieres que nos corramos a la vez, primito!?

-¡Si, joder! ¡Vamos! –le respondí yo.

Entonces nos fuimos. Ella arqueó al máximo su espalda, estirándose como una felina y aguantándose su grito de posesa pegando fuertemente su cara a la cama. Al mismo tiempo, una potente y espesa ráfaga de semen salió de mi polla, rociando la suave espalda de Sandra, haciéndola retorcerse más a su contacto si cabe, como si se tratase de agua hirviendo. Después vinieron cuatro, y hasta cinco ráfagas seguidas. Llené de crema la espalda de mi prima. Mi polla era una manguera y me corría como un loco con los ojos en blanco.




Cuando regresé al mundo, mi prima ya hacía unos segundos que había vuelto a la realidad. Pude ver que tenía unos párpados a medio caer. Estaba exhausta de la pedazo de corrida que se había pegado. Yo igual. Se percató de la cantidad de semen mío que tenía en la espalda. Puso un gesto de fingido enfado.

-¡Joder Alex, lo tuyo no es normal! ¿Cómo pueden fabricar esos huevos tanta leche?

Me pidió que la limpiase con unas toallitas que había en el cuarto. Yo lo hice y rápidamente nos vestimos. Ella se puto otra camiseta. Esta era blanca, más veraniega que la anterior y con un prominente escote.

-¿Te la vas a dejar? –le pregunté alegre señalando su minifalda.

-Claro –me contesto devolviéndome la sonrisa- el blanco combina con todo y además, así no me perderás de vista.

-¡¡Chicos!! ¡¡A comer!! –se le oyó a mi madre abajo.

Joder, ¿Tanto tiempo había pasado? Se me había hecho cortísimo.

-Vete Alex –me dijo mi prima apresurada- tengo que poner bien la cama y que no se note lo que ha pasado, vete bajando.

Bajé al piso de abajo, me senté en la mesa y les dije a mis padres que Sandra bajaba en breve. Es increíble. Cuando bajó parecía otra. A primera vista estaba exactamente igual pero su forma de moverse, su cara, su voz eran totalmente distintas. Ponía otra vez esa cara de niña buena que nunca había roto un plato.

Parecía completamente otra. Era la chica más camaleónica que he conocido. Pensar que hacía nada me había corrido en el lomo de esa aparente desconocida me la puso durísima. No hacía ni 10 minutos que había eyaculado como un campeón y ya estaba otra vez con la lanza preparada. Que mágicos son los 15 años.

Entonces, de improvisto, surgió la tensión. Mi prima se levantó para coger algo de kétchup de la cocina para echárselo a las hamburguesas y, cuando se dio la vuelta, mis padres se fijaron en una gran marcha blanca de mi semen que lucía la parte más baja de su falda.

-¡Por Dios Sandra! ¿Donde te has sentado? –le preguntó sorprendida mi madre. Tienes una mancha blanca enorme en el culo.

Ella me miró fugazmente y pudo ver mi cara de nerviosismo. Lo entendió todo a la primera.

-Aaaahhhh, eeees que antes me he sentado a leer un libro en el porche y claro, como a veces acumula polvo pues no me he fijado y…

-¿Un libro? Pues yo no te he visto –terció mi padre.

-Ya, es que era muy aburrido y a los cinco minutos me he ido al cuarto a hacer otras cosas, pero bueno…

-Manda narices Sandra, 17 añazos y sigues manchándote como una niña. ¡A ver si te fijas más en donde te sientas en un futuro! Dame esa falta cuando termines de comer, que te la lavo.

Sentí como suspiraba aliviada.

-Vale, tía, luego te la doy.

Una vez subió a su cuarto, se cambió y le devolvió la falta a mi tía. Yo subí al piso de arriba poco después y allí estaba ella. Me acorraló contra la pared:

-¿¡Has visto lo que casi ocurre por no tener más cuidado imbécil!? –estaba muy nerviosa- ¡Casi nos delatas!

-Joder perdona Sandra, te juro que no me he fijado.

-Que sea la última vez. Te prometo que como a la siguiente no sepas controlar lo que mancha tu leche te castigaré para siempre sin repetir lo de hoy. Por muy bien que haya estado.

Esa frase de “por muy bien que haya estado” me alegro el día, a pesar de toda la tensión vivida.

-De acuerdo Sandra, tendré más cuidado a la próxima, te lo prometo.

PARTE 4http://www.poringa.net/posts/relatos/2969038/El-verano-que-me-folle-a-mi-prima-Parte-4.html

2 comentarios - El verano que me follé a mi prima (Parte 3)

RockDrager +1
Que crack compañero sigue así, tus relatos me recuerdas a un grande @nickbendt