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El verano que me folle a mi prima (Parte 2)

EPISODIO 3: ORGASMOS


No tengo gran cosa que contar sobre lo que transcurrió de semana a partir de aquella noche. Tomé la decisión de convertirme en un fantasma. Mi casa se había convertido en el repelente nido de amor de mi prima y su novio, así que solo me pasaba por allí lo estrictamente necesario.

Llegaba, comía a toda hostia y volvía a salir con mis amigos. Renunciaba hasta a dormir las siestas en mi cuarto. Pasaba el mayor tiempo posible fuera de casa y volvía lo más tarde que podía para no coincidir con ellos ni en las cenas. La sola idea de encontrarme con el mamón de Carlos metiendo mano a mi prima me sobrepasaba, así que toda precaución era poca. Estaba muerto de celos.

Sin embargo, el tiempo pasó y por fin llegó el bendito día. Mi madre me informó el día anterior de que los padres de Carlos llegarían a casa el domingo para recogerle a eso de las 11 de la mañana. Como iba a ser la última vez que compartiésemos mesa con él, me obligó a asistir al último desayuno juntos, bajo pena de castigo severo.

No recuerdo desayuno más incómodo y asqueroso que ese. Tenía a mi prima y su novio sentados en frente. Básicamente yo era un puto cero a la izquierda.

Mi prima se había puesto más sexy que nunca. Se había soltado el pelo como en el día de la playa, pero esta vez lo llevaba cuidadosamente peinado y alisado. Se había hecho además una delicada y preciosa trenza. Estaba bien maquillada y se había pintado sus labios de rojo intenso.

En la parte superior de su cuerpo lucía un top morado que a duras penas contenía toda la potencia de sus senos, que se veían empujados hacia arriba y parecían desbordarse de un momento a otro. Estaba realmente explosiva. En la parte de abajo había elegido una coqueta minifalda a juego. Parecía la típica jefa de animadoras pivón de una película de instituto americano de los 90. Era el look de colegiala más rompe-braguetas que he visto. Se notaba además que se moría de ganas por follar de una vez.

Estaban los dos más juntos el uno del otro que nunca. Cuando mi madre estaba presente, se conformaban con acariciarse las caras y hacerse unas inocentes carantoñas. Eso si, cada vez que mi madre se iba a vigilar el fuego o a ordenar alguna cosa, los muy cabrones se encendían a base de bien.

Mi prima montaba su culito respingón en el regazo de Carlos, rodeando apasionadamente el cuello de este con sus brazos. Y Carlos, más cachondo que un perro pachón, aprovechaba los escasos segundos de margen que les dejaba mi madre para sobar rápidamente sus hermosas tetas con uno de los brazos, pellizcando levemente la zona de sus pezones y bajando el otro hacia abajo, toqueteando una zona que hacía a mi prima reír risueña, entre divertida y cachonda.

Y yo allí mirando todo aquel percal como en el cine. ¿Qué puedo decir? Había intentado evitar durante todos esos días aquel tipo de escenas y ahora me las estaba comiendo todas juntas. Procuraba fingir concentración en mi Cola-Cao, batiéndolo con la cuchara hasta disociar la última de las partículas.

Al poco se oyó un claxon desde el exterior de la casa. Ya estaban allí. Salimos todos a recibirlos. Al conocer al padre de Carlos entendí de donde había sacado toda la chulería. Era lo que se dice un “dandy”. Presentaba una figura atlética. Iba con una camiseta blanca de verano que le quedaba como un guante, pantalones estrechos de color azul y unos náuticos. Mostraba una amplia y autosuficiente sonrisa de fucker maduro. Si me llegan a decir que era el hermano bastardo de Julio Iglesias, me lo creo.

Su madre era más normal para su edad, bastante regordeta. La típica madre a la que le encanta hacer pasteles para su familia, nada que ver con mi tía.

Tras intercambiar las consabidas frases de rigor, a las que apenas presté atención, ayudaron a su hijo con las maletas y las cargaron en el coche. Los padres de Carlos se despidieron de los míos y se metieron en el auto. Entonces mi madre me puso una mano en el hombro moviendo la cabeza en dirección a Carlos y Sandra me dijo al oído “Vamos a dejarlos solos un momentito”. Resoplé resignado. Mis padres y yo nos quedamos en la puerta de casa.

Sandra y Carlos se quedaron a una distancia prudencial entre sus respectivos padres, en la acera que separaba nuestro porche de la carretera, intercambiando apasionadamente sus fluidos. Pude ver como Carlos bajaba la mano hacia la parte trasera de la falda de mi prima y apretaba fuerte agarrando firmemente uno de sus tórridos glúteos. Ella se reía y le empezó a besar el cuello. Carlos respondió entonces con un hábil movimiento de mano hacia la entrepierna de mi prima, movimiento con el que ella se permitió gozar durante escasos segundos con los ojos cerrados, para después detenerlo con una rápida maniobra, interceptando la mano de su novio y colocándola en su cintura. Yo desvié la mirada y entré en mi casa. Había sido a todas luces más que suficiente.

No sé cuanto tiempo más duró la despedida, lo siguiente que recuerdo es que estaba en el sofá y mi prima entró a casa con gesto triste y, sin decir media palabra, entró en su cuarto.

Yo estaba contrariado. Por una parte estaba contento de no tener que ver más a ese mamón, pero por otra parte me cabreaba el estado en el que había dejado a mi prima, el muy imbécil. En ese momento no quedaba ni rastro de esa chica cachonda con la que había hablado íntimamente en la playa. Y yo quería que volviese, a toda costa.

Ese mismo día, a la hora de comer, Sandra parecía ya un poco más animada. Aproveché la sensación de libertad producida por la ausencia de Carlos para soltar mi repertorio de gracietas, con un éxito relativo. En un momento de la conversación, mi padre nos dio una noticia que, sin bien no pareció importante en ese momento, vendría a ser un hecho clave en toda la historia de después:

-Bueno chicos, os informo de que he terminado de pintar el cuarto de arriba, la faena me ha durado varios días y hoy he aprovechado para poder volver a colocar las cosas que faltaban en su sitio.

-Guay, papá –contesté desganado, absorto en mi sopa.

-Bueno, ahora os cuento la “mala” noticia –dijo indicando las comillas con los dedos- Sandra, tendrás que moverte al piso de arriba e instalarte en ese cuarto, porque la siguiente faena la voy a hacer en tu habitación y necesito tenerla despejada.

Mi corazón dio un pequeño vuelco. ¡Eso significaba que mi prima dormiría justo a mi lado! La vería mucho más a menudo embutida en ese pijamita tan caliente y, sin duda, serviría para volver a aproximarnos de una puta vez. Parecía que de una vez por todas el destino jugaba a mi favor.

A Sandra no le debió de hacer mucha gracia la noticia porque esbozó una mueca de entre sorpresa y fastidio.

-¿Mi cuarto, tío? – le preguntó- ¿No hay forma de que esperéis hasta que yo me vaya?

-Me gustaría que eso que dices fuese posible Sandra, pero por desgracia es muy probable que este año tenga que incorporarme antes al curro, así que si espero a que tú te vayas no creo que me dé tiempo a hacer todas las cosas que tengo pensadas.

-Vaya… -mi prima agachó la cabeza y apretó sus labios rojos poniendo morritos. Incluso estando disgustada era capaz de ponerme a cien.

-Lo había planeado así, ya lo siento –se disculpó mi padre, entonces sonrió y añadió- pero tranquila, tu nuevo cuarto ya tiene todas las comodidades necesarias. Sube allí las cosas que tengas en el actual y ya verás, no notarás la diferencia.




Aquella tarde Sandra aprovechó para llevar a cabo su pequeña mudanza y yo para estar con mis amigos en la playa. Recuerdo que hicimos el cafre durante un montón de tiempo y al final llegué muy tarde a casa. Tras aguantar la reprimenda de turno por parte de mi madre, le dije que no iba a cenar nada y subí las escaleras hacia el piso de arriba. Entré en mi cuarto.

Estaba cansadísimo de todo el día. Me eché felizmente sobre mi cama, que afortunadamente no era ya una litera. Llevé la palma de mi mano a la pared que daba con el cuarto de mi prima. Debía de hacer ya bastante tiempo que se había acostado.

Me la imagine dormida de lado. Con esa curva tan sexy que dibujaba su cintura cuando se tumbaba en la toalla. Con ese pijama de ositos tan morboso puesto, elevando su pecho a cada respiración, con sus grandes tetas al borde del desparrame y su apetecible culo redondito mirando hacia la puerta. Imaginé lo que tenía que ser entrar allí y recibirla cachonda perdida, diciéndote que había estado todo el día esperando a que apagases su vicio. Noté que se me había puesto un poco dura. Bajé mi mano con ganas de jugar con el joystick. Llevaba unos dos minutos palpando el terreno cuando de repente lo escuché: “Aah…”.

Al principio me pareció que se trataba de mi calenturienta imaginación. Un breve pero nítido suspiro. Había pasado muy rápido. Entonces afiné mi oído. A los 10 segundos más o menos volví a escucharlo: “Aaaah…”. Esta vez estuve seguro de que no era mi imaginación, era otro breve y calmado suspiro. Entonces se me ocurrió una explicación. “No… no puede ser”, pensé.

Note mis tripas crujir de la excitación y pegué mi oreja a la pared que daba con el cuarto de mi prima para asegurarme. Lo escuché de nuevo una tercera vez, esta vez un poco más alto: “¡Aaaah!”. Dios. Mi prima acababa de soltar un pequeño y ñoño gemido de placer. Era imposible. No daba crédito a que eso me estuviese pasando. Era demasiado fuerte.

Arrimé tanto mi cabeza al muro que pensé que me la iba a reventar como una sandía. Definitivamente era ella, mi prima, inmersa en una inconfundible paja. Los gemidos pronto fueron variando de volumen, sonido y frecuencia. Mi prima empezó soltando unos bufidos breves, separados y suaves, como pequeños y agudos suspiros de alivio. Poco a poco, estos se fueron convirtiendo en más frecuentes. Cada cinco segundos se escuchaba alguno.

Mi prima los emitía de una forma cada vez más profunda. Cada vez se escuchaba mejor su cachonda respiración previa al gemir. El volumen de su locura orgásmica pronto ascendió hasta el punto en el que no era necesario tener la oreja pegada a la pared para poder escucharlos: “¡Ahhh Ahhhh Ohh Ahhhh!”.

Estaba más que claro. Mi prima, desesperada tras una semana sin ser follada, se había confiado por la hora que era y había dado por sentado que todos en la casa estaríamos completamente dormidos, aprovechando para dar rienda suelta a su placer. Afortunadamente no todos estábamos dormidos. Continúe en esa postura, quería escucharlo todo a la perfección.

Sus adorables gemidos, que empezaron siendo dulces y enternecedores, fueron cambiando hasta convertirse más bien en pequeños grititos de angustia: “¡Ahhh, ahh…!”. Se escuchaban ya los muelles del colchón sonar levemente, lo que me decía que Sandra estaba ya moviendo su cuerpo, seguramente subiendo la velocidad de sus dedos y respondiendo a ese placer con el movimiento de su cintura, que hacia sonar el colchón. La imaginé con los ojos cerrados y su fino cuello doblado hacia arriba, abriendo la boca de gusto como un pez fuera del agua. Dejándose llevar.

Seguro que para colmo estaría empapada de sudor masturbándose con ese calor. Ese sudor que tanto me ponía estaría mojando ahora su cuerpo mientras ella chapoteaba en la agonía sin fin de las aguas de su apetecible chochito. La imaginé al borde del delirio. Con las sábanas echadas a un lado, el pelo suelto y esparcido por el lecho, sus grandes pechos libres bamboleándose hacia arriba y abajo bañados en sudor, ella entera mojada de placer. Se oyó “¡Ahhhhh Ayy Ahhhhh Ahh!”.

Deduje que de vez en cuando ella, atrevida, metía sus deditos algo más hondo de lo normal en su coño, quizás para imitar las embestidas del macho al que añoraba. Esto hacía que sus gemidos de gata se alterasen, exclamando un “¡Ay!” de cuando en cuando y haciendo sonar más el colchón.

“¡¡AHHH, AH, AH, AHHH!!”. Parecía que aquello se acercaba a su fin. El cabecero de su cama empezó a golpetear mi pared, anunciándome que mi adorable prima estaba ya cerca del éxtasis. Estuvo así unos últimos 10 segundos, en una marcha intensa y agónica de gemidos mezclados con breves palabras incomprensibles, mientras yo escuchaba pasmado toda esa orquesta de muelles, golpes del cabecero y gritos contenidos de mi prima Sandra. Entonces mi prima se corrió.

Se escuchó un contundente y rápido grito, amortiguado por lo que parecía ser la almohada, que habría colocado en su boca para evitar despertar a toda la casa. “¡¡AH!!”, se le escuchó. Oí acto seguido una profunda respiración y con ella mi prima pareció descender a la tierra, alargándose en un último gemido que sonó como un placentero lamento, más apagado y continuo en el tiempo: “Ayyyyyy….”. Después silencio.

Yo estaba en shock. Aquello había sido brutal. ¡Mi prima acababa de pajearse a lo bestia, a solo unos metros de mí! Jamás había visto tanta pasión en una paja. No sabía si correrme del gusto o enfadarme, porque tantas ganas de tocarse así solo demostraban lo mucho que echaba de menos que el gilipollas de Carlos se la follase.

Mi polla estaba como nunca antes, más dura que un ladrillo y elevando las sábanas imitando la estructura de una tienda de campaña. Tenía el glande completamente bañado de líquidos pre-seminales, fruto de la brutal excitación del momento. Bajé mi mano para acabarme y con una docena de sacudidas bastaron. Mi semen salió disparado como nunca antes, manchando todo el interior de las sábanas. Las eché a un lado. Me daba totalmente igual, estaba claro que dormiría sin ellas. El calor del ambiente y situación eran demasiado como para utilizarlas.

Pero aun hubo algo más. En la tranquilidad de los momentos posteriores a mi corrida, pude escuchar la puerta de mi prima abrirse en el pasillo. Lo hizo lentamente, como queriendo hacer el menor ruido posible. Escuché sus prudentes pasos pasar por en frente de mi puerta y bajar por las escaleras. Una vez estuvo abajo ya no podía escuchar nada, pero no estuvo en el piso de debajo ni un minuto, porque casi al instante la volví a escuchar subiendo otra vez a su cuarto y cerrando delicadamente su puerta.

¿Porqué había hecho eso? Recordé que una vez leí que después de correrse, algunas chicas necesitan ir a mear, pero nosotros ya teníamos un baño en el piso de arriba. Le di varias vueltas al misterio pero, finalmente, empujado por el cansancio acumulado a lo largo de la jornada y mi tremenda eyaculación (con la que a buen seguro expulsé la mitad de las proteínas de mi cuerpo), caí rendido.




Al día siguiente, al despertarme, me puse muy nervioso. ¿Podría actuar delante de mi prima como si nada hubiese ocurrido? ¿Se me notaría? ¿Sabría ella de alguna manera que le había estado escuchando? Puede que yo hubiese hecho algún ruido también sin quererlo. Intenté alejar todos esos miedo de mí y bajé a tomar mi desayuno. Allí estaba ya Sandra. Radiante, toda una zorrita insaciable envuelta en su pijama de ositos, pidiéndole más tostadas a mi madre con esa cara de niña buena. Me senté a su lado.

No tenía ni puta idea de cómo iniciar la conversación, pero quería hacerlo rápido porque me estaba poniendo nervioso, dije lo primero que se me ocurrió:

-¿Qué, cómo has dormido prima?

Me cago en mi puta vida. ¿En serio no era capaz de decir nada mejor? Con ese patosismo de los cojones normal que todavía no hubiese estrenado mi impaciente polla.

Mi prima me esbozó una sonrisa como si nada antes de contestarme:

-Pues si primo. La verdad es que hacía tanto tiempo que no dormía tan bien.

No sé que cara le puse. Pero lo tuvo que notar, no me jodas, ¡Es que lo tuvo que notar!

-Jajajaja me alegro –contesté nerviosamente.

Aquello estaba siendo realmente patético. Además todavía tenía que proponerle hacer algo. Ahora que no estaba su novio, me parecía que dependía enteramente de mí para pasárselo bien en aquel sitio. Además, teníamos que pasar más tiempo juntos para que la Sandra de ayer a la noche se mostrase ante mí en toda su gloria.

-Oye Sandra –le comenté tras reunir las fuerzas necesarias- podríamos… no sé, irnos tú y yo solos a la playa, lo pasamos muy bien con Carlos. ¿No te apetece repetir en familia?

-Muchas gracias por la propuesta Alex –me dijo con voz cariñosa- pero yo ya he quedado para este día.

-¿Quedado? ¿Con quien?

-¿Te acuerdas de Susana?

-¿Susana? Si claro, tu mejor amiga del vecindario de hace tres años.

-Si, eso es –dejó el tazón que estaba bebiendo en la mesa- pues que resulta que este año está aquí también. El otro día dando un paseo con Carlos me la encontré de casualidad y acordamos quedar.

-Ah… vaya… ¡Guay! –respondí intentando disimular mi decepción.

Parecía que mis planes hacían aguas por todas partes. Cuanto más cachonda se ponía mi prima, más se alejaba de mí. Había creído que Carlos era el principal obstáculo, pero no, era otra cosa. Una fuerza maligna. Llevábamos ya una semana conviviendo, ¿Todavía no se había dado cuenta de lo cachondo que me ponía? Una mierda. Las chicas siempre lo saben. Las chicas son las primeras en saberlo, antes que los propios chicos. No me jodas.

-¡Otro día de estos, Alex! ¿Vale? –cerró la conversación recogiendo sus cosas, me dio un beso en la mejilla y desapareció por las escaleras- ¡Tengo que ponerme guapa!

Lo había hecho. Me había dado un beso en la mejilla. No había nada más que decir. Mi gozo en un pozo. Todo hombre, incluso un vulgar adolescente pajero como yo, sabía lo que algo así significaba. Definitivamente el fallo no eran ni Carlos ni las demás personas con las que mi prima pasaba el tiempo. El fallo era la actitud de mi propia prima. Estaba totalmente ciega. Y yo me estaba quedando totalmente ciego de tocarme. ¿Cómo podría llegar a romper esa barrera? Empecé a desanimarme de verdad.

No dejaba de pensar en lo que podía hacer para solucionar todo aquello de una vez por todas. No caí en la cuenta de que a veces, simplemente, las barreras se rompen solas.

Ese día lo pasé en el jardín de Marcos, con otros dos amigos, haciendo puntería con su escopeta de balines. Organizamos un torneo de blancos bastante elaborado pero yo quedé último. No podía concentrarme, en mi cabeza y corazón solo estaban Sandra y su continuo rechazo.

Durante la cena estuvimos los cuatro. Sandra se pasó la mitad del tiempo hablando sobre lo bien que se lo había pasado con Susana. Lo mucho que se habían puesto al día. Lo bonito que era el bar al que habían ido a tomar algo. Nada interesante. Nada que me hiciese sobreponerme a mi depresión.

Después estuvimos viendo un rato la tele. Era la típica película chorra de las noches de verano. Yo estaba tan desganado por todo que no aguantaba despierto, así que decidí irme a la cama. Les di las buenas noches a todos.

-¿Estas bien, Alex? –me preguntó una extrañada Sandra antes de que me marchase por las escaleras, recostada en el sofá con un dedo índice en la boca.

Yo la miré unos segundos. Callado.

-No, Sandra. –dije secamente, estaba hasta los huevos de llamarla prima, eso no hacía más que alimentar los prejuicios sociales que me alejaban de ella- Estoy muy bien, solo estoy algo cansado.

Una vez en mi cuarto empecé a moverme hacia un lado y hacia otro. El insomnio me asaltaba de nuevo.

No sé cuanto tiempo pasó, pero escuché como abajo apagaban la tele y se cerraban unas puertas. Poco después escuché los pasos, muy posiblemente de mi prima, subiendo las escaleras y metiéndose en su cuarto. Suspiré. En un principió consideré que tenerla durmiendo al lado era un regalo del destino, pero estaba resultando toda una putada. Seguí luchando por dormir pero me fue imposible. Por fortuna, me fue imposible

De pronto, escuché un gemido, bajito. Abrí los ojos de par en par, como los dibujos animados. Recuerdo que susurre en voz alta “¿Pero que cojones…?”. Pegué la oreja a la pared. Mi prima había vuelto a la carga, igual que la noche anterior. Los mismos sonidos, las mismas pautas. Me pareció increíble. Mi prima era una ninfómana. ¿Cuántas chicas se pajeaban todas las noches? Ni siquiera yo a veces.

Mi polla volvió a ponerse como el mástil de un barco. Santo cielo. Pero esta vez esperé más tranquilo. Esperé a que se corriese. A que apretase su boca contra la almohada y muriese en vida de la corrida. Entonces, a los pocos minutos, la escuché abrir la puerta. Todo idéntico al día anterior. Era como el Día de la Marmota. Sandra estuvo abajo un minuto y volvió a subir a su cuarto cerrando la puerta tras de si.

Yo no podía quedarme quieto. Me había desvelado completamente y, a pesar de estar muy cachondo, se manifestó entonces mi espíritu de explorador. Esperé unos quince o veinte minutos prudenciales para darle tiempo a mi prima a que se durmiese. Llegado el momento, puse un pie en el suelo y después otro. Abrí mi puerta lentamente y bajé por las escaleras. Una vez allí recordé los capítulos de las series de detectives de la tele. Lo más importante era hacerse la pregunta. La pregunta. ¿A dónde iría yo si fuese Sandra en esa situación? A esas alturas estaba realmente espabilado y se me encendió la bombilla al instante. Fui directo a la cocina.

La luz de la luna de verano se filtraba por las ventanas abiertas de la cocina, que daban al jardín. Esa luz me permitió ver lo suficiente sin necesidad de encender ningún interruptor. Alargué mi mano hacia la lavadora y abrí el tambor de la misma. Allí estaban, en primera fila. Las braguitas de mi prima.

Había poca luz y no se podía apreciar correctamente pero eran unas bragas finitas, casi un tanga, de un tono de color rosa y unos pastelitos diminutos dibujados. Los detalles inocentes plasmados en el algodón de esa prenda me pusieron a mil. Pero lo mejor era el estado del pequeño trozo de tela. Estaban completamente mojadas. Mi prima bajaba todas las noches hasta allí después de correrse para meter destrangis su ropa interior en la lavadora y que nadie sospechase del olor que había dejado en ellas. Una vez cogidas por las tiras, acerque a mi nariz la parte que había estado en contacto directo con la húmeda vulva de mi prima. Joder, no había palabras. Era un olor todavía fresco, ligeramente penetrante pero muy, muy excitante. ¿Así que así era como olía el chochito de mi prima en plena acción? Era delicioso. ¿Eso es lo que se había llevado el imbécil de Carlos a la boca? Pues había llegado la hora de que yo lo disfrutase.

Subí lentamente a mi cuarto con las braguitas en la mano. Una vez en mi cama empecé a pajearme como nunca antes. Primero estuve oliendo el aroma a hembra de la prenda mientras me pajeaba con la otra mano. Más tarde, cuando ya me quedaba poco y estaba a punto de explotar, puse las braguitas en mi polla y me corrí encima de ellas como si del coño de mi prima se tratase. Intenté contener el grito, fue un orgasmo tan fuerte que me maree y tuve que tumbarme completamente.

Había sido la mejor corrida de mi vida hasta la fecha. Volví a la consciencia y me descubrí con unas bragas lefadas en mi entrepierna. Limpié con ellas los pocos resto de mi lefa que no habían ido a pasar a las mismas y volví a abrir delicadamente la puerta. Bajé hasta la lavadora de la cocina y las volví a dejar en su sitio, completamente pringadas de mi semen. Podéis llamarme enfermo, no os culpo. Porque solo un chico en plena pubertad veraniega y con una prima de ese calibre hubiese sido capaz de entender mi actitud.




Los días que siguieron fueron bastante monótonos. Ella seguía haciendo sus planes por su cuenta, quedando y poniéndose al día con sus antiguos amigos de la urbanización y yo iba haciendo mi vida.

Mis sospechas se confirmaron. Mi prima era prácticamente una adicta al sexo. No hubo apenas noche en la que no me obsequiase con sus coquetos gemidos de perrita en celo. Por supuesto, ella siempre seguía el mismo e higiénico modus operandi de bajar sus variadas, coloridas y húmedas braguitas o tangas de turno a la lavadora y yo siempre cumplía con mi ambición de recogerlas poco después y correrme en ellas. Era un juego al que ninguno había acordado jugar, pero que a los dos nos gustaba. Sin embargo, pronto se produjo un suceso de cambiaria todo para siempre.

Era una noche más de esas. Mi prima había estado especialmente juguetona a lo largo del día (incluso me había hecho un par de bromas picantes bastante descaradas durante la cena) y ahora estaba disfrutando de lo lindo. Hubo un momento en el que chilló tan fuerte que temí porque despertara a mis padres y la descubrieran. Aquello podía ser la ruina, la joderían a ella y me joderían a mí. Ni siquiera quería hacerme a la idea de que esas ardientes noches de verano iban a desaparecer algún día.

Cuando hubo terminado con un brutal orgasmo que hizo que tardase el doble de tiempo en levantarse para bajar hasta la lavadora, yo permanecí esperando en la cama. Aguardé el tiempo que consideré oportuno, como de costumbre, y salí. Lo hice confiado y tan ágil como siempre. Había perfeccionado bastante mis técnicas de ninja pervertido. Una vez las cogí pude apreciar como había dejado una especial cantidad de espeso flujo sobre ellas. Sin duda alguna, se había corrido monumentalmente. Preso de la excitación y los nervios, empecé a subir las escaleras y cuando abrí la puerta del segundo piso fui deslumbrado por la luz. Mi prima estaba de pie, con cara de enfado y los brazos cruzados frente a mí.

Cuando vio lo que llevaba en mis manos abrió tanto los ojos que pensé que se le iban a caer de las cuencas. Yo fui rápido y antes de nada cerré la puerta del segundo piso para que mis padres que dormían abajo nos escuchasen lo menos posible. Se ve que Sandra intentó decirlo susurrando, pero la enorme incredulidad le hizo gritar más de la cuenta:

-¿¡Qué coño haces con mis bragas, Alex!? –preguntó escandalizada.

Yo me puse a balbucear como un subnormal. ¿Qué podía decir? ¿Qué disculpa había? ¿Es que podía alegar algo razonable o lógico? Lo que había hecho todos esos días era propio de un enfermo. Nada más.

-Sandra… -baje la mirada al suelo avergonzado, nunca me había ruborizado tanto- …Lo siento Sandra.

-¿¡Que lo sientes!? –exclamó, intentando al mismo tiempo controlar el volumen de voz para no despertar a mis padres- ¿¡A ti esto te parece normal!?

Permanecí callado.

-¿Qué haces con mi bragas, Alex? –entonces calló un momento pensativa y abrió la boca, como si por primera ver hubiese sido consciente de lo que sentía por ella.

Y curiosamente, después de unos segundos, empezó a calmar la voz:

-Soy tu prima, Alex, por favor… -su tono no era ahora de enfado, sino de pesar.

Yo ya no podía aguantar más. Quería que dejase de verme como un niñato o como un enfermo. Quería que me viese como lo que era. Así que aproveché aquel momento de fugaz fragilidad para decírselo todo de una puta vez:

-¡Sandra hostias! ¿¡Es que no te enteras!? ¿¡De verdad que no te enteras!? ¡Desde que llegaste aquí me volviste loco!

Mi prima me miró entre sorprendida e intrigada. Ahora las tornas habían cambiado, ahora era yo el que hablaba y ella callaba. Volvía a ser ese Macho Alfa del garaje.

-No me malinterpretes Sandra. Sé que eres mi prima y que esto es una puta locura. Pero no puedo controlar mis instintos joder –tomé aire- te digo en serio que no he visto una mujer como tú en mi vida, nunca ninguna otra me había puesto tan cachondo.

Pasaron unos segundos antes de que ella hablase, esta vez ya mucho más calmada y pensativa.

-Pero Alex, esto… -paró un instante antes de seguir- esto no está bien, ya lo sabes.

Yo ardía de rabia.

-¡No se trata de lo moral Sandra, se trata de lo que yo siento! ¿¡Quieres que me calle porque a la sociedad no le parece bien esto!? ¿¡Porque a mi padres, que no tienen ni idea de cómo me siento, les pueda parecer mal!? ¡Me da igual lo que diga la moral Sandra! ¡Tú y yo somos jóvenes pero sabemos perfectamente lo que hacemos! ¿¡Me estás negando el derecho a confesarte lo que siento por ti en base a lo políticamente correcto!? ¿¡Cómo puedes ser tan cínica!?

La verdad es que hasta yo me quedé flipado con el discurso que solté. No sé de donde cojones salió pero me pareció una puta genialidad. Mi prima había perdido el mando de la discusión y ahora le había dado la vuelta a la tortilla. Ahora parecía ser ella la que se planteaba muchas cosas.

Se apoyó en la estufa que había pegada a la pared. Permaneció con la mirada perdida un tiempo que se me hizo eterno. Al levantar la cabeza, para mi sorpresa, había dibujado una media sonrisa en su boca. Por primera vez, me miró de forma distinta. Una mueca de tigresa se adivinaba en esa forma de clavar los ojos en mi persona.

-Puede que… igual haya sacado un poco las cosas de quicio –paró un poco y continúo- ¿Sabes? A mí muchas veces supuestas amigas me han criticado por hacer algo que decían que “estaba mal” o que “era de guarra” según ellas, pero yo siempre hice lo que quise hacer.

Asentí con la cabeza.

-Así que es posible que, sin darme cuenta, esté actuando igual que esas personas –concluyó- ¿Yo no soy ninguna puritana sabes?

Sonrió y se acercó lentamente a mí.

-Y yo sé que… bueno, entiendo los hombres tenéis vuestras necesidades, sobre todo a estas edades –esto lo dijo muy cerca de mí- Lo tendré en cuenta a partir de ahora.

Eso fue lo último que dijo. Me puso una mano en el hombro, me rodeó y entró en su cuarto cerrando la puerta. Yo me quedé paralizado allí un rato. Había ganado. Dios. Por fin se lo había dicho. Y ella no me había molido a palos como a un pervertido, ¡Me había entendido! ¡No se iría de allí ni diría nada a mis padres! Volví a la cama, me metí dentro y sonreí triunfante para mí solo en la oscuridad.




Sin embargo, al día siguiente no noté nada de distinto en mi prima. Desayunamos como todos los días, intercambiando frases superficiales y rutinarias. Ella se comportó como siempre, planeando salidas por su cuenta y yo a mi rollo. También cenamos y vimos la tele como siempre. Al final del día, temí que Sandra se hubiese pensado mejor lo de la noche pasada y estuviese tramando contárselo todo a la familia. Me estaba emparanoyando un montón.

Fui a mi cama con un sentimiento de desazón e inquietud. En el camino a la cama me encontré a mi prima en el baño del piso de abajo lavándose los dientes.

-¿No tienes sueño, Sandra? –le pregunté con una sonrisa para tantearla.

Ella me devolvió otra sonrisa pero su respuesta no fue nada satisfactoria.

-Que va Alex, vete tú, yo me quedo con tus padres a ver como termina el capítulo.

Otra noche de comida de tarro, de puta madre. Una vez en la cama, me embargaron de nuevo los malos pensamientos y la zozobra. Era imposible dormir con ese calor y todas esas cosas juntas en la cabeza. Maldecí a mi prima por haber venido ese año. Si mi prima no hubiese estado, mi máxima preocupación hubiese sido el pensar qué locura hacía al día siguiente con los colegas. Pero no, esa diva endiosada de los cojones había venido para volverme loco y hacerme psicológicamente mierda. Joder.

Entonces, tiempo después, la escuché subir las escaleras y encerrarse en su cuarto como de costumbre. Yo estaba ya desesperanzado. Cerré los ojos y relajé mi respiración. Quería olvidarme ya de todo. Entonces lo escuché.

Era distinto a otras veces, mi prima empezó a hacer ruido de una forma mucho más cercana. Aun sin verla, sabía que estaba en su cama dada la vuelta y gimiendo hacia mi pared. Quería que la escuchase. Disfrutaba con ello.

Carlos tenía razón, mi prima era una morbosa integral. Yo me puse más palote que nunca. Pegué mi oreja y allí seguía ella: “Aahh, Oohh, Aahh, Oohh…”, ahora intercalaba sus eróticas respiraciones con sus chillidos de placer. Era un ritmo mucho más regular que el de días anteriores. También estaba tardando bastante más en subir de intensidad. Se estaba tomando su tiempo. En el momento de correrse, noté como junto el grito, está vez un grito de desesperada y sin almohada entre medias, golpeaba la pared y esta hacía vibrar mi oreja.

Joder, no podía creer que Sandra estuviese haciendo eso por mí. Yo ya me había bajado apresuradamente los pantalones e iba vaciar mis huevos rellenos cuando, poco después, alguien llamó suavemente a la puerta.

Yo tragué saliva. Estaba claro quien era. Me subí a toda prisa los pantalones y me levanté de un salto. Abrí cuidadosamente la puerta y detrás estaba ella, mi prima, con unos ojos más brillantes que nunca y una cara de satisfacción que no había visto antes. Estaba tímidamente apoyada en el marco de la puerta con las manos hacia atrás. Yo ya no podía ni quería disimular el enorme bulto de mis pantalones, que ella aprovechó para mirar:

-Vaya primito, veo que te he dejado bien cargado jajaj –rió dulcemente-mira, he estado pensando en nuestra charla de ayer y he decidido que no hay nada de malo en que tú puedas calmarte de todos esos nervios que te produce mi… presencia, sin necesidad de tocarnos siquiera.

En ese momento, me enseño una de las manos que tenia atrás, recogida en un puño, y lo extendió ante mi atenta mirada. En ella estaban sus braguitas, recién usadas, cubiertas de su sabroso flujo. Ella me miraba intensamente mientras con una sonrisa aguardaba a que yo las cogiera. Así lo hice. Desde el primer momento noté que estaban muy calientes, mucho más que cuando bajaba a recogerlas de la lavadora. El olor que desprendían era también más fuerte, sin necesidad de acercármelas a la cara para poder disfrutar.

-No quiero que te pajees con ellas y las dejes aquí porque se te pueden olvidar. ¡Imagínate que tu madre se las encuentra haciendo la limpieza!

Asentí.

-Así que cuando te hayas corrido en ellas –me sonrió- quiero que me toques la puerta y me las devuelvas a mí al instante, yo las bajaré a la lavadora.

Yo no podía decir nada. Lo único que me salió fue un entrecortado “Gracias, Sandra”.

-Que disfrutes –me dijo, dando un beso al aire antes de irse a su cuarto.

Ni siquiera me fui a la cama, allí mismo una vez cerré la puerta, me bajé los pantalones y los calzoncillos. Me lleve el olor fresquísimo de esos flujos a la cara y me pajee mi tranca venosa hasta que estuve a punto de desfallecer. Justo antes de correrme, las bajé a mi polla y mi corrí en ellas. Fue un orgasmo larguísimo, no paré de sacudírmela hasta que no salió la última gota. Quería empaparlas bien de mi lefa. Quería que al verlas mi prima se sintiese orgullosa y supiese hasta que punto me ponía. Me corrí tanto que casi me desmayo.

Entonces, cuando volví al mundo real, me subí los pantalones. Abrí suavemente la mi puerta y fui a tocar la de mi prima. Esta salió a los pocos segundos. Me miró expectante, vio sus bragas en mi mano.

-¿Ya está? Eres todo un fenómeno primito, ¿A ver?

Le devolví sus braguitas agarrando de una de las tiras. Se podía ver como mi semen se extendía por toda la parte central de las mismas. Eran unas finas bragas de color negro pero estaban teñidas casi del todo del pringoso color blanco de mi lefa. Ella las sujetó de la misma tira, divertida, y las observó impresionada:

-Dios mío, Alex –les dio la vuelta viendo toda la obra- ¿Tanta leche guardabas en tus huevos para mí? Voy a tener que tomarte más en serio…

-Ya ves jajaja –reí relajado.

-Bueno, pues espero que hayas disfrutado. Voy a bajarlas ahora –se dirigió a las escaleras con una pose entre orgullosa y presumida.

Antes de desaparecer por las escaleras, se dio la vuelta y me habló:

-Por cierto, primito, ¿Qué prefieres que me ponga para mañana, braguita o tanga?

Yo me quedé estupefacto. No supe que responder.

-¿Qué pasa? –rió ella al ver mi gesto de extrañeza- Tú también las vas a disfrutar.

Entonces reaccioné.

-Pre… prefiero braguitas –contesté- es que los tangas son más pequeños y a veces no hay tela para tanta… ya sabes.

Sandra se rió desinhibida.

-JAJJAJAJAJA –me guiño el ojo- a tus órdenes primito.

Y desapareció.


Parte 3: http://www.poringa.net/posts/relatos/2968889/El-verano-que-me-folle-a-mi-prima-Parte-3.html

3 comentarios - El verano que me folle a mi prima (Parte 2)

RockDrager
Esta genial mañana te doy mas puntos
mascl
Ya esta la parte 3 🙂
PirataJack89
Jajaja no sly de leer relatos. Muy gracioso, una comedia!! Jjaja