Al encamarme con Chuky se me ocurrió que, mientras dure la ausencia de Pablo, bien podría cogerme también a sus otros amigos, los que estuvieron en aquel ya lejano Gangbang.
Del primero que pude averiguar algo, fue del Negro. Chuky me contó que es electricista. Hasta me dió su tarjeta y una recomendación:
-Si tenés algún problema con la luz, llamalo, después de aquella noche seguro te hace un buen descuento-
No sé si me lo dijo en serio, pero estaba más que dispuesta a seguir su consejo.
Lo primero fue hacer los arreglos para disponer de un par de horas libres, ya que había pensado recibirlo en mi casa. Llamarlo como cualquier clienta, para que me arregle un cortocircuito y al abrir la puerta... ¡Surprise! ¡La puta a la que enfiestaste con tus amigos! Debo decir que cuanto más lo pensaba, más me seducía la idea.
¿Que haría? ¿Cual sería su reacción?
Partirte el culo a pijazos, me respondía ese diablito interior que pergeñaba todas mis garche-aventuras.
Con todo ya armado, agarro la tarjeta que me facilitó Chuky y llamo a Emilio Fermín Orbegozo, más conocido como el "Negro". El negro Orbegozo.
-Hola ¿si? Electricista, ¿quién habla?- atiende con una voz profunda y varonil, de esas que te electrifican todo el cuerpo al escucharla.
-Hola, mirá, me pasaron tu número, me dijeron que trabajás bien y no sos demasiado caro, por eso te llamo-
Por supuesto no le digo quién soy, ya que la gracia está en que sea una sorpresa.
-Bueno, eso depende-
-¿Ah sí? ¿Y de qué depende?-
-Del tipo de trabajo-
-Ah bueno, de eso no sé nada, lo único que te puedo decir es que tengo un lío de cables y ni idea para qué sirve cada uno-
-Si es así, ¿que te parece si paso por tu casa y te hago un presupuesto?- me sugiere.
-Me parece bárbaro, ¿podrías hoy mismo?- le consulto.
Mejor que me diga que sí, porque ya había organizado todo para disponer del tiempo necesario para atenderlo, ó para que me atienda, mejor dicho.
-Hoy va a ser imposible, estoy en una obra-
"Y yo estoy que prendo fuego".
-Por favor- le insisto -No te vas a demorar mucho. Venís, me decís lo que me vas a cobrar y te volvés-
"Con los huevos bien sequitos".
Ser mujer tiene sus ventajas y más aún utilizar esa voz de locutora sexy que te franquea hasta la última de las barreras.
-¿De dónde me llamas?- pregunta.
-De Parque Patricios- respondo.
-Ok, estoy cerca, pasame la dirección por wasap que en un rato estoy por ahí- me dice.
-Buenísimo, enseguida te la paso, te pido que no te tardes porque me parece que algo está por explotar-
"La que estaba por explotar era yo, y de eso solo él podía ocuparse".
Apenas corto la llamada, le mando el wasap con mi dirección, rubricándolo como Sra Velázquez, mi apellido materno, agregándole al final un par de emoticones de besos, como para incentivarlo a que no se demore más de la cuenta.
Y ahora sí, sabiendo que está a punto de aparecerse ante mi puerta, me pongo especialmente ansiosa.
Recordaba al Negro como un tipo al que le gusta coger duro, incluso entre la fiereza de los demás, la de él resultaba mucho más extrema y descontrolada. Eso en vez de asustarme, me entusiasmaba. Soy romántica, dulce, melosa, pero también salvaje, voraz, arrebatada. Soy geminiana, la dualidad es parte de mi existencia. A veces me gusta suave, despacito y otras violento, brutal. Y el Negro era el adecuado para complacer ese lado oscuro de mi alma.
Cuando aún faltan unos pocos minutos para las nueve, suena el portero eléctrico.
-¡Es él!- estallo, tratando de controlar esa emoción y ansiedad que me agobian.
Me tranquilizó, respiro suave y pausado, y recién entonces contesto.
-¿Quién es?- pregunto como si no fuese algo que estoy esperando con inusual expectación.
-El electricista- se anuncia.
-¡Ah sí!-
Le abro la puerta de calle indicándole que al salir del ascensor, gire a su derecha.
No puedo más de la calentura, estoy como una adolescente virgen esperando al hombre al que le entregará su más sagrada virtud.
Me mantengo tras la puerta, expectante, vestida de entrecasa, con un vaquero desteñido, una remera del "Hard Rock Café" de Río que me traje como souvenir de las vacaciones y un par de ojotas.
Ya puedo escuchar la puerta del ascensor, los pasos firmes y pesados de un hombre avanzando por el pasillo, la demora que se produce al buscar la letra del departamento, y finalmente el timbre de mi casa, un sonido nunca antes tan anhelado.
Me demoro un momento en abrir la puerta, solo para agregarle más suspenso a la situación, pero cuando lo hago, me lo quedo mirando con una más que evidente cara de sorpresa. Él igual, sobre todo porque ya sabe de dónde me conoce, aunque parece que no se acuerda de mi nombre.
-¿Vos no sos la amiga de Pablo?- me pregunta desde el umbral de la puerta -¿La que estuvo en su cumpleaños?-
-¿Pablo? ¿Que Pablo? Yo no conozco a ningún Pablo- me hago la desentendida.
Entra al departamento sin dejar de mirarme, recordando quizás los eventos de aquella noche, los cuáles también pasan por mi cabeza.
-Si no sos vos entonces sos su hermana gemela- me insiste.
-¿Vas a hacer el trabajo o llamo a otro electricista?- le digo simulando haberme puesto de mal humor.
-Disculpame, me habré confundido, decime donde está el problema-
-Es por acá- le digo, indicándole que me siga.
Lo llevo entonces al dormitorio, en donde ya había preparado la cama con las sábanas y el plástico a prueba de acabadas que solo utilizo cuando recibo a algún invitado especial.
Entramos, cierro la puerta y apoyándome de espalda contra la misma, le digo a modo de reproche:
-Así que me cogiste, me culeaste, te rechupé la pija y ni siquiera te acordás de mi nombre-
-¡Ya sabía que eras vos! Esas gomas no me las olvido más- exclama dejando su caja de herramientas en el suelo y acercándose para tocármelas.
Pero antes de que me ponga un dedo encima, lo freno en seco, poniéndole la palma de la mano contra el pecho.
-Si no te acordás de mi nombre me parece que en serio voy a tener que llamar a otro electricista- le digo seria.
-María..., Mariana..., Marina...- trata de ir adivinando según lo que recuerda, guiándose por mis gestos conforme se va acercando -Mariela..., ¡Sí! ¡Mariela! Eso es, sos Mariela- exclama alborozado.
Aunque lo recordó con una gran ayuda de mi parte, ya que asentí con énfasis cuando dijo Mariela, retiro la mano de su pecho y lo dejo avanzar. Me agarra las tetas por encima de la remera, una con cada mano y me las presiona con fuerza. Y aunque me hace doler, suelto un suspiro de satisfacción.
No tengo corpiño puesto, así que alcanzo a sentir la presión de su tacto con absoluta nitidez.
-Ya sabía que eras la putita de Pablo- me dice comiéndome la boca.
-Pero ahora puedo ser tu putita..., solo tuya- le digo colgándome de su cuello para ahora comerle la boca yo a él.
Nos besamos por un largo rato, chupándonos, hasta mordiéndonos, restregándonos el uno contra el otro, dejando aflorar ese instinto animal que nos prende fuego.
Tras el beso, me pasa la lengua por toda la cara y llevándome casi a la rastra, me tira sobre la cama con esa misma excitante violencia que ya le conocía desde la noche del Ganbang.
Caigo de espalda, las piernas abiertas, riéndome a carcajadas.
-¿Como me encontraste?- me pregunta, mientras se quita la camisa.
-Ya te dije, necesitaba un electricista y alguien me pasó tu número, pero no sabías que eras vos, Emilio Fermín- le miento.
-Negro, todos me dicen Negro- repone, quitándose ahora el pantalón y el calzoncillo.
-¿Negro como éste?- pregunto, acariciándole la pija con mis pies descalzos.
No me responde, me agarra de los tobillos, y juntándome los pies, se pone a cogérmelos, deslizando la pija por entre medio del hueco que forma con la planta de cada uno. Luego me los chupa, saboreando cada dedo con singular predilección.
¡Es él!, me digo a mí misma. La noche del Gangbang, entre la infinidad de besos y caricias que me prodigaban los amigos de Pablo, alcancé a percibir que alguien le dedicaba una muy especial atención a mis pies. Me los chupaba, me los lamía, hasta me pasaba la lengua por entre cada uno de los dedos. No sé que nombre tendrá una fijación así, pero en lo que a mí respecta, me provocaba más cosquillas que placer.
Mientras se ocupa de mis pies, me desabrocho el pantalón y me lo voy bajando de a poco, hasta que él mismo me ayuda a quitármelo mediante un fuerte tirón.
Tampoco tengo puesta bombacha (¿para qué?), por lo que mi conchita se le aparece en toda su reluciente candidez, húmeda, caliente y pulposa.
Hunde la cabeza entre mis piernas y me chupa en forma brusca y arrebatada, atacándome el clítoris con mordiscos que me hacen estremecer del gusto.
Sin delicadeza alguna me levanta la camiseta y me devora las tetas con ese mismo maníaco entusiasmo que antes me resultaba tan intimidante y que ahora yo misma le estoy reclamando.
Nos besamos de nuevo, larga e intensamente, con mucha saliva de por medio. Entonces se sienta sobre mi panza y poniéndome la pija entre las tetas empieza a cogérmelas con toda la furia. Cuando ya esta lo suficientemente dura, saca de su billetera una tira de preservativos y se pone uno. Me encanta que esté preparado. Un hombre siempre debe andar con forros encima.
Se recuesta sobre mi cuerpo y enfilando su bien armada verga hacia su destino natural, me penetra en forma suave y delicada, lo cual me sorprende conociendo sus modos violentos. Pero claro, eso solo es el comienzo, ya que enseguida redobla y hasta triplica ese ímpetu inicial, golpeándome la pelvis en una forma por demás brutal y salvaje..., aunque sumamente satisfactoria. Justo es reconocerlo, será bruto pero que bien coge.
Abierta de piernas, recibo entre suspiros cada una de sus embestidas, duras, profundas, impactantes.
-¡Ahhhhh... Ahhhhh... Ahhhhhh...!-
Me estremezo y tiemblo ante esa furiosa descarga con la que parece dispuesto a partirme al medio.
A diferencia de Chuky, sus modos y gestos son violentos y agresivos. En todo momento mantiene en su cara un rictus exaltado, irascible, como de un psicópata cuyo único objetivo es destruir a quién tiene enfrente. Y a quién tiene enfrente es a mí...
Tras una buena arremetida me la saca y me da la media vuelta. Me palmea fuerte la cola, de uno y otro lado, y sentándose sobre mis piernas me la mete de nuevo, iniciando enseguida una brutal cogida. Me agarra de las muñecas y tirando mis brazos hacia atrás arremete con todo, colérico, bestial, salvaje. Me arranca hasta lágrimas de tan duro que me garcha.
Entonces se detiene, dejándomela adentro y empieza a hurgarme el culito con el pulgar.
-¿Te gusta por el culo, putita?... ¡Sí que te gusta! Me acuerdo como chillabas esa noche cada vez que te la enterrábamos bien en el ojete!- me dice tratando de humillarme, aunque sus palabras, su forma de hablarme, solo me endulza los oídos.
Me la saca de la concha y me la manda por la retaguardia, así, de una, sin lubricación ni nada.
-¡Sí Negro, dale, dale, haceme bien el orto!- le pido entre agónicos jadeos, aguantándome el escozor que me produce que me la meta en seco.
Para entonces ya me había soltado los brazos, por lo que yo misma me abría las nalgas para que pudiera culearme mejor y más profundo.
Me la mete con toda la fuerza, completita, restregándome los huevos llenos y duros por todo el traste, golpeándome con ellos, como si quisiera metérmelos también. Cada golpe es acompañado por un grito mío, y una nalgada suya. Golpes fuertes, brutales, concisos. Voy a terminar con mas de un moretón y hasta con alguna fisura. Pero eso era lo que quería, lo que estaba buscando, así que, como se dice vulgarmente, a llorar a la iglesia.
Debido a lo agitados de nuestros movimientos, terminamos de costado, él tras de mí, sin dejar de culearme, haciendo que me duela hasta el huesito dulce de tan duro que me está dando.
De pronto se detiene. Aún no acaba pero parece estar exhausto. Sin sacármela estira los brazos y suelta unos cuántos suspiros. Entonces soy yo la que se mueve ahora, atrás y adelante, hacia los costados, como una batidora, ensartándome una y otra vez en ese émbolo de carne que por ese momento constituye el centro de mi Universo.
-¿Que pasa Negro? ¿Soy demasiado puta para vos?- le digo desafiante.
Parece que con eso le herí su orgullo viril, porque enseguida me pone en cuatro y agarrándome de los pelos como si fueran riendas, me empieza a bombear con todo, sacudiéndome hasta la última vértebra de la columna.
-¡Ahhhhhh..., así Negro, así..., ahhhhhh..., ahhhhhhhhh...!- jadeo y me estremezco, disfrutando cada ensarte pese a la violencia con que arremete.
Me la saca del culo y vuelve a mi concha, castigándola también con un torbellino de metidas y sacadas.
Ahora me tiene bien agarrada de la cintura, embistiéndome, llenando de carne hasta el último resquicio de mi sexo.
De nuevo se detiene y me palmea fuerte la cola unas cuantas veces:
-¡CHAS... CHAS... CHAS...!-
Cuando me la saca, una cascada me brota de la concha. No termino de mojarme que ya me está metiendo los tres dedos medios de una mano y me empieza a sacudir todo por dentro, arrancándome varios chorros más.
¡Dios! Es demasiado... Siento que me hago pis, así que me levanto para ir al baño, tambaleante y mareada como estoy, pero antes de que pueda llegar siquiera a la puerta, viene tras de mí y levantándome en vilo, me estampa de cara contra la pared. Me separa las nalgas y entra a reventarme el orto, levantandome unos cuantos centímetros del suelo con cada ensarte.
Está como si se hubiera tomado una provisión completa de Viagra, duro e imperturbable, sin atisbo siquiera de estar cerca de un orgasmo, cuando yo ya me he echado unos cuántos y todavía voy por más.
Me tiene inmovilizada contra la pared, su pesado y fibroso cuerpo apoyado contra el mío, cogiéndome de parado, posición que me hace acordar a la que practicamos con Franco en la Casaquinta, solo que en vez de un árbol, ahora me tiene apoyada contra una pared.
Lo único que hago es chillar y moquear, otra cosa no puedo, ya que me retiene con todas sus fuerzas, con un solo objetivo en mente, hacer un agujero en la pared a través de mi cuerpo.
Entonces, cuando ya me resignaba a ser desmembrada, siento que está a punto de acabar. Las señales son inequívocas, la pulsación, el acelere, una hinchazón leve aunque perceptible, señales todas que pueden pasar desapercibidas para las neófitas, pero no para quién como yo ha tenido infinidad de pijas en el culo.
Así que dispuesto a "marcarme", como lo haría cualquier macho alfa, se retira, se arranca el forro de un tirón y haciendo que me ponga de rodillas, me acaba encima. Ni tiene que tocársela que la leche empieza a saltar como si tuviera un géiser entre las piernas.
Lechazo tras lechazo, me empapa con su efusividad, marcándome con líneas blancas y cargadas que me chorrean por toda la cara, las tetas, y el resto del cuerpo.
Todavía está soltando algunas gotitas, cuando me la mete en la boca y me hace chupársela. Recién cuando se la dejo bien seca, puedo levantarme para ir al baño.
Entro, me siento en el inodoro y suelto una larga, larguísima meada. El alivio resulta tan satisfactorio como un orgasmo.
Me limpio, me levanto y me miro al espejo... ¿Para qué? Estoy hecha un desastre. Tengo leche hasta en el pelo, pero eso no es lo peor, debido a las lágrimas que me arrancó, se me corrió el delineador, formando unas oscuras y desagradables ojeras alrededor de los ojos que, dicho sea de paso, están enrojecidos.
Me pego una ducha rápida y aún desnuda regreso al cuarto. Solo espero que no se le ocurra ir por la segunda vuelta, porque entonces sí voy a tener que llamar al SAME.
Por suerte cuando yo salgo él entra a ducharse también.
-Sos una bomba cogiendo- me halaga, dándome una fuerte palmada en la cola cuando nos cruzamos por el pasillo. Recién entonces respiro aliviada.
Cuando vuelve ya estoy vestida, cambiando las sábanas y quitando el plástico de la infidelidad.
-No hay ningún desperfecto, ¿no? Solo me llamaste para culear- repone mientras comienza a vestirse.
Asiento. Luego de la calentura, del impulso casi primal, hasta me da vergüenza reconocerlo, pero sí, lo llamé para culear.
-Que no se entere Pablo que sino me pega dos tiros, una cosa es compartir la mina en una fiesta y otra garchársela sin su consentimiento- me hace notar.
-No te preocupes, no se va a enterar- le aseguro.
-Igual si tenés algún problema eléctrico no dudes en llamarme, lo que sea te lo hago gratis- me ofrece mientras lo acompaño hasta la puerta.
-Gracias, lo voy a tener en cuenta- le digo, tratando de que se vaya rápido, ya que lo único que quiero en ese momento es tirarme en la cama y dormir aunque sea media hora.
Al llegar a la puerta se despide con un beso y pellizcándome la cola.
-Chau y gracias por todo, sos una mina increíble-
-Chau y gracias a vos-
Cierro la puerta y me derrumbo en el sofá, maltrecha y agotada, aunque inmensamente satisfecha, eso hay que decirlo.
Me duele hasta el alma de tan duro que me cogió, pero no me quejo, ya que como se dice habitualmente en estos casos, al que quiere celeste...
Del primero que pude averiguar algo, fue del Negro. Chuky me contó que es electricista. Hasta me dió su tarjeta y una recomendación:
-Si tenés algún problema con la luz, llamalo, después de aquella noche seguro te hace un buen descuento-
No sé si me lo dijo en serio, pero estaba más que dispuesta a seguir su consejo.
Lo primero fue hacer los arreglos para disponer de un par de horas libres, ya que había pensado recibirlo en mi casa. Llamarlo como cualquier clienta, para que me arregle un cortocircuito y al abrir la puerta... ¡Surprise! ¡La puta a la que enfiestaste con tus amigos! Debo decir que cuanto más lo pensaba, más me seducía la idea.
¿Que haría? ¿Cual sería su reacción?
Partirte el culo a pijazos, me respondía ese diablito interior que pergeñaba todas mis garche-aventuras.
Con todo ya armado, agarro la tarjeta que me facilitó Chuky y llamo a Emilio Fermín Orbegozo, más conocido como el "Negro". El negro Orbegozo.
-Hola ¿si? Electricista, ¿quién habla?- atiende con una voz profunda y varonil, de esas que te electrifican todo el cuerpo al escucharla.
-Hola, mirá, me pasaron tu número, me dijeron que trabajás bien y no sos demasiado caro, por eso te llamo-
Por supuesto no le digo quién soy, ya que la gracia está en que sea una sorpresa.
-Bueno, eso depende-
-¿Ah sí? ¿Y de qué depende?-
-Del tipo de trabajo-
-Ah bueno, de eso no sé nada, lo único que te puedo decir es que tengo un lío de cables y ni idea para qué sirve cada uno-
-Si es así, ¿que te parece si paso por tu casa y te hago un presupuesto?- me sugiere.
-Me parece bárbaro, ¿podrías hoy mismo?- le consulto.
Mejor que me diga que sí, porque ya había organizado todo para disponer del tiempo necesario para atenderlo, ó para que me atienda, mejor dicho.
-Hoy va a ser imposible, estoy en una obra-
"Y yo estoy que prendo fuego".
-Por favor- le insisto -No te vas a demorar mucho. Venís, me decís lo que me vas a cobrar y te volvés-
"Con los huevos bien sequitos".
Ser mujer tiene sus ventajas y más aún utilizar esa voz de locutora sexy que te franquea hasta la última de las barreras.
-¿De dónde me llamas?- pregunta.
-De Parque Patricios- respondo.
-Ok, estoy cerca, pasame la dirección por wasap que en un rato estoy por ahí- me dice.
-Buenísimo, enseguida te la paso, te pido que no te tardes porque me parece que algo está por explotar-
"La que estaba por explotar era yo, y de eso solo él podía ocuparse".
Apenas corto la llamada, le mando el wasap con mi dirección, rubricándolo como Sra Velázquez, mi apellido materno, agregándole al final un par de emoticones de besos, como para incentivarlo a que no se demore más de la cuenta.
Y ahora sí, sabiendo que está a punto de aparecerse ante mi puerta, me pongo especialmente ansiosa.
Recordaba al Negro como un tipo al que le gusta coger duro, incluso entre la fiereza de los demás, la de él resultaba mucho más extrema y descontrolada. Eso en vez de asustarme, me entusiasmaba. Soy romántica, dulce, melosa, pero también salvaje, voraz, arrebatada. Soy geminiana, la dualidad es parte de mi existencia. A veces me gusta suave, despacito y otras violento, brutal. Y el Negro era el adecuado para complacer ese lado oscuro de mi alma.
Cuando aún faltan unos pocos minutos para las nueve, suena el portero eléctrico.
-¡Es él!- estallo, tratando de controlar esa emoción y ansiedad que me agobian.
Me tranquilizó, respiro suave y pausado, y recién entonces contesto.
-¿Quién es?- pregunto como si no fuese algo que estoy esperando con inusual expectación.
-El electricista- se anuncia.
-¡Ah sí!-
Le abro la puerta de calle indicándole que al salir del ascensor, gire a su derecha.
No puedo más de la calentura, estoy como una adolescente virgen esperando al hombre al que le entregará su más sagrada virtud.
Me mantengo tras la puerta, expectante, vestida de entrecasa, con un vaquero desteñido, una remera del "Hard Rock Café" de Río que me traje como souvenir de las vacaciones y un par de ojotas.
Ya puedo escuchar la puerta del ascensor, los pasos firmes y pesados de un hombre avanzando por el pasillo, la demora que se produce al buscar la letra del departamento, y finalmente el timbre de mi casa, un sonido nunca antes tan anhelado.
Me demoro un momento en abrir la puerta, solo para agregarle más suspenso a la situación, pero cuando lo hago, me lo quedo mirando con una más que evidente cara de sorpresa. Él igual, sobre todo porque ya sabe de dónde me conoce, aunque parece que no se acuerda de mi nombre.
-¿Vos no sos la amiga de Pablo?- me pregunta desde el umbral de la puerta -¿La que estuvo en su cumpleaños?-
-¿Pablo? ¿Que Pablo? Yo no conozco a ningún Pablo- me hago la desentendida.
Entra al departamento sin dejar de mirarme, recordando quizás los eventos de aquella noche, los cuáles también pasan por mi cabeza.
-Si no sos vos entonces sos su hermana gemela- me insiste.
-¿Vas a hacer el trabajo o llamo a otro electricista?- le digo simulando haberme puesto de mal humor.
-Disculpame, me habré confundido, decime donde está el problema-
-Es por acá- le digo, indicándole que me siga.
Lo llevo entonces al dormitorio, en donde ya había preparado la cama con las sábanas y el plástico a prueba de acabadas que solo utilizo cuando recibo a algún invitado especial.
Entramos, cierro la puerta y apoyándome de espalda contra la misma, le digo a modo de reproche:
-Así que me cogiste, me culeaste, te rechupé la pija y ni siquiera te acordás de mi nombre-
-¡Ya sabía que eras vos! Esas gomas no me las olvido más- exclama dejando su caja de herramientas en el suelo y acercándose para tocármelas.
Pero antes de que me ponga un dedo encima, lo freno en seco, poniéndole la palma de la mano contra el pecho.
-Si no te acordás de mi nombre me parece que en serio voy a tener que llamar a otro electricista- le digo seria.
-María..., Mariana..., Marina...- trata de ir adivinando según lo que recuerda, guiándose por mis gestos conforme se va acercando -Mariela..., ¡Sí! ¡Mariela! Eso es, sos Mariela- exclama alborozado.
Aunque lo recordó con una gran ayuda de mi parte, ya que asentí con énfasis cuando dijo Mariela, retiro la mano de su pecho y lo dejo avanzar. Me agarra las tetas por encima de la remera, una con cada mano y me las presiona con fuerza. Y aunque me hace doler, suelto un suspiro de satisfacción.
No tengo corpiño puesto, así que alcanzo a sentir la presión de su tacto con absoluta nitidez.
-Ya sabía que eras la putita de Pablo- me dice comiéndome la boca.
-Pero ahora puedo ser tu putita..., solo tuya- le digo colgándome de su cuello para ahora comerle la boca yo a él.
Nos besamos por un largo rato, chupándonos, hasta mordiéndonos, restregándonos el uno contra el otro, dejando aflorar ese instinto animal que nos prende fuego.
Tras el beso, me pasa la lengua por toda la cara y llevándome casi a la rastra, me tira sobre la cama con esa misma excitante violencia que ya le conocía desde la noche del Ganbang.
Caigo de espalda, las piernas abiertas, riéndome a carcajadas.
-¿Como me encontraste?- me pregunta, mientras se quita la camisa.
-Ya te dije, necesitaba un electricista y alguien me pasó tu número, pero no sabías que eras vos, Emilio Fermín- le miento.
-Negro, todos me dicen Negro- repone, quitándose ahora el pantalón y el calzoncillo.
-¿Negro como éste?- pregunto, acariciándole la pija con mis pies descalzos.
No me responde, me agarra de los tobillos, y juntándome los pies, se pone a cogérmelos, deslizando la pija por entre medio del hueco que forma con la planta de cada uno. Luego me los chupa, saboreando cada dedo con singular predilección.
¡Es él!, me digo a mí misma. La noche del Gangbang, entre la infinidad de besos y caricias que me prodigaban los amigos de Pablo, alcancé a percibir que alguien le dedicaba una muy especial atención a mis pies. Me los chupaba, me los lamía, hasta me pasaba la lengua por entre cada uno de los dedos. No sé que nombre tendrá una fijación así, pero en lo que a mí respecta, me provocaba más cosquillas que placer.
Mientras se ocupa de mis pies, me desabrocho el pantalón y me lo voy bajando de a poco, hasta que él mismo me ayuda a quitármelo mediante un fuerte tirón.
Tampoco tengo puesta bombacha (¿para qué?), por lo que mi conchita se le aparece en toda su reluciente candidez, húmeda, caliente y pulposa.
Hunde la cabeza entre mis piernas y me chupa en forma brusca y arrebatada, atacándome el clítoris con mordiscos que me hacen estremecer del gusto.
Sin delicadeza alguna me levanta la camiseta y me devora las tetas con ese mismo maníaco entusiasmo que antes me resultaba tan intimidante y que ahora yo misma le estoy reclamando.
Nos besamos de nuevo, larga e intensamente, con mucha saliva de por medio. Entonces se sienta sobre mi panza y poniéndome la pija entre las tetas empieza a cogérmelas con toda la furia. Cuando ya esta lo suficientemente dura, saca de su billetera una tira de preservativos y se pone uno. Me encanta que esté preparado. Un hombre siempre debe andar con forros encima.
Se recuesta sobre mi cuerpo y enfilando su bien armada verga hacia su destino natural, me penetra en forma suave y delicada, lo cual me sorprende conociendo sus modos violentos. Pero claro, eso solo es el comienzo, ya que enseguida redobla y hasta triplica ese ímpetu inicial, golpeándome la pelvis en una forma por demás brutal y salvaje..., aunque sumamente satisfactoria. Justo es reconocerlo, será bruto pero que bien coge.
Abierta de piernas, recibo entre suspiros cada una de sus embestidas, duras, profundas, impactantes.
-¡Ahhhhh... Ahhhhh... Ahhhhhh...!-
Me estremezo y tiemblo ante esa furiosa descarga con la que parece dispuesto a partirme al medio.
A diferencia de Chuky, sus modos y gestos son violentos y agresivos. En todo momento mantiene en su cara un rictus exaltado, irascible, como de un psicópata cuyo único objetivo es destruir a quién tiene enfrente. Y a quién tiene enfrente es a mí...
Tras una buena arremetida me la saca y me da la media vuelta. Me palmea fuerte la cola, de uno y otro lado, y sentándose sobre mis piernas me la mete de nuevo, iniciando enseguida una brutal cogida. Me agarra de las muñecas y tirando mis brazos hacia atrás arremete con todo, colérico, bestial, salvaje. Me arranca hasta lágrimas de tan duro que me garcha.
Entonces se detiene, dejándomela adentro y empieza a hurgarme el culito con el pulgar.
-¿Te gusta por el culo, putita?... ¡Sí que te gusta! Me acuerdo como chillabas esa noche cada vez que te la enterrábamos bien en el ojete!- me dice tratando de humillarme, aunque sus palabras, su forma de hablarme, solo me endulza los oídos.
Me la saca de la concha y me la manda por la retaguardia, así, de una, sin lubricación ni nada.
-¡Sí Negro, dale, dale, haceme bien el orto!- le pido entre agónicos jadeos, aguantándome el escozor que me produce que me la meta en seco.
Para entonces ya me había soltado los brazos, por lo que yo misma me abría las nalgas para que pudiera culearme mejor y más profundo.
Me la mete con toda la fuerza, completita, restregándome los huevos llenos y duros por todo el traste, golpeándome con ellos, como si quisiera metérmelos también. Cada golpe es acompañado por un grito mío, y una nalgada suya. Golpes fuertes, brutales, concisos. Voy a terminar con mas de un moretón y hasta con alguna fisura. Pero eso era lo que quería, lo que estaba buscando, así que, como se dice vulgarmente, a llorar a la iglesia.
Debido a lo agitados de nuestros movimientos, terminamos de costado, él tras de mí, sin dejar de culearme, haciendo que me duela hasta el huesito dulce de tan duro que me está dando.
De pronto se detiene. Aún no acaba pero parece estar exhausto. Sin sacármela estira los brazos y suelta unos cuántos suspiros. Entonces soy yo la que se mueve ahora, atrás y adelante, hacia los costados, como una batidora, ensartándome una y otra vez en ese émbolo de carne que por ese momento constituye el centro de mi Universo.
-¿Que pasa Negro? ¿Soy demasiado puta para vos?- le digo desafiante.
Parece que con eso le herí su orgullo viril, porque enseguida me pone en cuatro y agarrándome de los pelos como si fueran riendas, me empieza a bombear con todo, sacudiéndome hasta la última vértebra de la columna.
-¡Ahhhhhh..., así Negro, así..., ahhhhhh..., ahhhhhhhhh...!- jadeo y me estremezco, disfrutando cada ensarte pese a la violencia con que arremete.
Me la saca del culo y vuelve a mi concha, castigándola también con un torbellino de metidas y sacadas.
Ahora me tiene bien agarrada de la cintura, embistiéndome, llenando de carne hasta el último resquicio de mi sexo.
De nuevo se detiene y me palmea fuerte la cola unas cuantas veces:
-¡CHAS... CHAS... CHAS...!-
Cuando me la saca, una cascada me brota de la concha. No termino de mojarme que ya me está metiendo los tres dedos medios de una mano y me empieza a sacudir todo por dentro, arrancándome varios chorros más.
¡Dios! Es demasiado... Siento que me hago pis, así que me levanto para ir al baño, tambaleante y mareada como estoy, pero antes de que pueda llegar siquiera a la puerta, viene tras de mí y levantándome en vilo, me estampa de cara contra la pared. Me separa las nalgas y entra a reventarme el orto, levantandome unos cuantos centímetros del suelo con cada ensarte.
Está como si se hubiera tomado una provisión completa de Viagra, duro e imperturbable, sin atisbo siquiera de estar cerca de un orgasmo, cuando yo ya me he echado unos cuántos y todavía voy por más.
Me tiene inmovilizada contra la pared, su pesado y fibroso cuerpo apoyado contra el mío, cogiéndome de parado, posición que me hace acordar a la que practicamos con Franco en la Casaquinta, solo que en vez de un árbol, ahora me tiene apoyada contra una pared.
Lo único que hago es chillar y moquear, otra cosa no puedo, ya que me retiene con todas sus fuerzas, con un solo objetivo en mente, hacer un agujero en la pared a través de mi cuerpo.
Entonces, cuando ya me resignaba a ser desmembrada, siento que está a punto de acabar. Las señales son inequívocas, la pulsación, el acelere, una hinchazón leve aunque perceptible, señales todas que pueden pasar desapercibidas para las neófitas, pero no para quién como yo ha tenido infinidad de pijas en el culo.
Así que dispuesto a "marcarme", como lo haría cualquier macho alfa, se retira, se arranca el forro de un tirón y haciendo que me ponga de rodillas, me acaba encima. Ni tiene que tocársela que la leche empieza a saltar como si tuviera un géiser entre las piernas.
Lechazo tras lechazo, me empapa con su efusividad, marcándome con líneas blancas y cargadas que me chorrean por toda la cara, las tetas, y el resto del cuerpo.
Todavía está soltando algunas gotitas, cuando me la mete en la boca y me hace chupársela. Recién cuando se la dejo bien seca, puedo levantarme para ir al baño.
Entro, me siento en el inodoro y suelto una larga, larguísima meada. El alivio resulta tan satisfactorio como un orgasmo.
Me limpio, me levanto y me miro al espejo... ¿Para qué? Estoy hecha un desastre. Tengo leche hasta en el pelo, pero eso no es lo peor, debido a las lágrimas que me arrancó, se me corrió el delineador, formando unas oscuras y desagradables ojeras alrededor de los ojos que, dicho sea de paso, están enrojecidos.
Me pego una ducha rápida y aún desnuda regreso al cuarto. Solo espero que no se le ocurra ir por la segunda vuelta, porque entonces sí voy a tener que llamar al SAME.
Por suerte cuando yo salgo él entra a ducharse también.
-Sos una bomba cogiendo- me halaga, dándome una fuerte palmada en la cola cuando nos cruzamos por el pasillo. Recién entonces respiro aliviada.
Cuando vuelve ya estoy vestida, cambiando las sábanas y quitando el plástico de la infidelidad.
-No hay ningún desperfecto, ¿no? Solo me llamaste para culear- repone mientras comienza a vestirse.
Asiento. Luego de la calentura, del impulso casi primal, hasta me da vergüenza reconocerlo, pero sí, lo llamé para culear.
-Que no se entere Pablo que sino me pega dos tiros, una cosa es compartir la mina en una fiesta y otra garchársela sin su consentimiento- me hace notar.
-No te preocupes, no se va a enterar- le aseguro.
-Igual si tenés algún problema eléctrico no dudes en llamarme, lo que sea te lo hago gratis- me ofrece mientras lo acompaño hasta la puerta.
-Gracias, lo voy a tener en cuenta- le digo, tratando de que se vaya rápido, ya que lo único que quiero en ese momento es tirarme en la cama y dormir aunque sea media hora.
Al llegar a la puerta se despide con un beso y pellizcándome la cola.
-Chau y gracias por todo, sos una mina increíble-
-Chau y gracias a vos-
Cierro la puerta y me derrumbo en el sofá, maltrecha y agotada, aunque inmensamente satisfecha, eso hay que decirlo.
Me duele hasta el alma de tan duro que me cogió, pero no me quejo, ya que como se dice habitualmente en estos casos, al que quiere celeste...
29 comentarios - Negro...
Muy lindo relato
Van puntos
"La que estaba por explotar era yo, y de eso solo él podía ocuparse".
Venís, me decís lo que me vas a cobrar y te volvés-
"Con los huevos bien sequitos".
"será bruto pero que bien coge."[/i]
En el preambulo del sexo, estas frases calientan como tu no te lo imaginas linda
"Solo me llamaste para culear"
"sí, lo llamé para culear"[/i]
Que HERMOSO, me encanta cuando una pareja hace esto, juntarse para solo culear...MARAVILLOSO!!
Excelente relato como siempre querida FELICITACIONES!! 👏 👏 +10
Besitos preciosa!!💋
LEO