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¡Recuérdame! (IV)




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Compendio III


(Nota de Marco: lamento nuestra “repentina desaparición” de las redes sociales, pero nos apareció una boda, irónicamente, en el mismo Adelaide que hace casi 2 meses dejamos. Solo les puedo decir a los lectores más fieles que con la novia, yo “tenía una deuda pendiente, la noche antes de casarse” y que al ser una de las mejores amigas de mi esposa, no había ni motivo ni deseo por rechazar la invitación. Espero poder narrarlo prontamente. Gracias por su comprensión.)
Me acuerdo que esa noche, lo primero que me llamó la atención fue que la habitación estaba completamente a oscuras. Todas las luces se encontraban apagadas y dado que no me acostumbraba bien al mobiliario, me tropecé un par de veces.
Pero entre esa penumbra, podía distinguir con claridad los intensos jadeos de mi esposa, de los cuales no necesitaba explicación de lo que le pasaba. Por otra parte, mientras arrastraba los pies, me iba encontrando con las prendas de vestir que ella usaba al momento de despedirme, que me iban calentando cada vez más.
Lo que terminó paralizando por completo fue ver la imagen de mi esposita bajo la luz exterior y de la calle en cuclillas, ofreciendo su hermoso y redondito trasero al aire y gimiendo con bastante placer, mientras que de manera incesante, se sacaba y se metía el consolador que le compré por la cola y el conocido zumbido de su “huevito de las respuestas”, salido desde entre sus piernas, que a pesar de los años, sigue funcionando bastante bien.
“¡Ahhh, mi amor!... ¡Ahhh, mi amor!... ¡Qué rico!... ¡Qué rico!... ¡Así! ¡Así! ¡Ahh! ¡Ahh!... ¡Ahhhhh! ¡Mi amor!... ¿Q-q-qué haces aquí?”
Su último grito fue digno de una película de terror.
“Nada. Estoy cansado y vine a acostarme…” le respondí, sentándome en la cama y sacándome los zapatos.
“P-p-pero… yo pensé… que Karina y tú…” me trató de decir, con sus blanquecinas mejillas sonrosadas, como si fuese una linda muñequita de porcelana, pero con el incesante meneo de sus manos, que no podían controlarse para seguir recibiendo placer.
“¡Sí… pero no hoy!” repliqué. “¡Estoy cansado y quiero acostarme con mi esposa!”
Repentinamente, sus ojos se llenaron de lágrimas…
“¡Q-q-qué tonto eres! ¿Por qué me vienes a ver a mí… si me ves todos los días?” respondió enfadada, sollozando levemente, pero muy encendida en sus mejillas, con sus preciosas esmeraldas que me contemplaban con una titubeante rabia.
“¡A ver! ¿Por qué piensas que una mujer como Karina debe ser mejor que tú? ¿No puede ser que me gustes más tú que lo bonita y sexy que se ve Karina?” pregunté, con un tono desafiante, disparando precisamente en la medula de nuestro embrollo.
“Es que… es que… es que Karina es más linda… y yo… bueno… yo soy yo…” replicó, con esa humildad que tanto me gusta de ella.
La besé suavemente, con una leve picazón en la nariz de cuando escuchas algo que te conmueve. Fue curioso verla detenerse con casi el consolador completamente empalado entre sus blanquecinas nalgas, producto de ese beso.
“Bueno… a Karina, yo no le habría propuesto matrimonio.” Le respondí, acariciando suavemente sus cabellos.
Me miró con mayor rubor… y atisbé a sus apetitosos pechos, que todavía se asomaban aprisionados por sus rodillas.
Ella, al ver que mi atención se distraía, sonrió al comprender lo que captaba mi atención y me dejó mirar, sabiendo que le era sincero.
“¿Por qué no… mejor te ayudo… para que te sientas mejor?” le pregunté, casi babeando por lo sexy que se veía.
Ella rápidamente, se alteró…
“¡No!... o sea… tú ya llegaste… y bueno… que me veas así… como pollo asado, con un consolador enorme en el trasero, igual me da vergüenza.” Respondió de manera acelerada y atolondrada.
Pero a pesar que ha subido un poquito de peso y que los rollitos se asoman levemente de su cintura, Marisol sigue teniendo un trasero coqueto.
“Bueno… es mi responsabilidad como esposo dejarte satisfecha… ¿No?” consulté, devolviéndole el lema que siempre me dice cuando estamos a solas en nuestra cama.
“Sí… pero… ¡Uhm!... ¡Ahh!... ¡Ahh!... ¡No tan fuerte, mi amor!... ¡No tan fuerte!... ¡Au! ¡Au! ¡Que me vas a romper!” replicó ella, a medida que la empecé a sodomizar con el consolador de caucho.
Le pedí que abriera las piernas, para lamerla.
“¡No, por favor, tesoro!... ¡No me hagas eso!... ¡Que yo!... ¡Que yo!... ¡Ahhh!”
Acabó estrepitosamente sobre mi boca, apenas lamí su palpitante botón. Mientras que con una mano meneaba el consolador, con la otra acariciaba su cintura y apegaba mi rostro hacia su feminidad.
“¡Por favoor… mi viiida!.... ¡Mhm!... ¡Paaara!... ¡Ahhh!... ¡Me sigues haaaciendo… eso y meeee volveré loca!”
Pero no podía evitarlo. Una vez más, me estaba aprovechando de ella y en cierta medida, también la estaba ultrajando.
Sin embargo, sus protestas estaban cargadas con un erotismo desbordado, complementado también por el juvenil tono de mi esposa, tornándolo más excitante e irresistible para mí.
“¡Déjame sacarte esto, para atenderte mejor!” le avisé, incrustando 2 dedos para remover su siempre vibrante huevito.
Marisol se contrajo levemente al sentir mis dedos ensanchar más su ya estimulada conchita, de la cual no pude resistirme para colocarle 2 dedos, los cuales fueron absorbidos casi al instante por el hambriento y palpitante vórtice de mi esposa.
“¡No, mi vida!... ¡Uhhh!... ¡No, mi cielo!... ¡No! ¡No me hagas así! ¡Buuuhhh!”
Y se largó inesperadamente a llorar, al alcanzar un par de orgasmos consecutivos y cuantiosos, que le cortaron la respiración y le paralizaron en largos espasmos. No podía culparla, porque seguía metiendo y sacando el bastón de caucho, la seguía estimulando con mis dedos y aun así, me las arreglaba con mi lengua para palpar su botón.
Eventualmente, traté de retirar mi rostro, pero mi esposa, con mucha habilidad, se las arregló para equilibrarse con una mano y sujetarme con la otra, mientras que su conchita se prensaba sobre mi boca.
“¡Si sacas tu lengua… te prometo que me enojo!” me amenazó, aun jadeando.
Por ese motivo, decidí olvidarme del consolador y tomar su cintura con ambas manos, aprisionando ese suculento manjar en mi boca.
Mi esposa, en cambio, no quería dejar pasar esa oportunidad de estimular sus partes bajas y con mucho entusiasmo, resumió masturbarse por la cola.
Tras dejarle acabar un par de veces más, tuve suficiente.
“Marisol, no aguanto más. ¿Me dejas metértela?”
Mi esposa se engrifó sensualmente como una gata…
“¡Por favor! ¡La necesito!” imploró ella.
Su trasero se apreciaba sensual y verdaderamente, se veía como una yegua en celo, en especial, con ese consolador saliendo entre sus glúteos.
Lo retiré con suavidad, haciendo que se quejara y retorciera suavemente y fui reemplazando el apéndice de caucho con mi propio apéndice, notando aun lo suave, mojada y estrecha que sigue siendo mi esposa por ese lugar, haciendo que se quejara con deleite.
Me fue más fácil avanzar, ya que su colita seguía dilatada y no más allá de 4 embestidas suaves, mi aparato estaba sumergido en su interior, envolviéndome con su calor.
“Amor… ¿No has pensado… en la cola de Karina?” empezó a preguntarme, a medida que me meneaba.
“No.” respondí, disfrutando de mi esposa.
“O sea… yo digo… que a ella… le debe gustar mucho… por la cola… en especial… cuando le meten… cosas grandes… como la tuya…” me instaba, a medida que mis movimientos agarraban mayor ritmo.
“No sé…” dije, empezando a sentir que me endurecía más y Marisol se daba cuenta de ello.
“Y esos pechos… y esa boca, mi amor…” proseguía Marisol, con una voz y unos quejidos muy sensuales. “¡Te apuesto que… con un pene… uhm… rico como el tuyo… uh… se los traga sin problemas!”
Mis movimientos se volvían frenéticos y penetraba a mi esposa como un desquiciado, arrancándole gemidos profundos y cautivadores.
“¡Ahh, mi amor, ahh, mi amor!... y si le desbordaras… su conchita… mhm… y su colita… ungh… con leche… ujjj… como conmigo… ahh… a ella le gustaría más.”
Acabé con un potente chorro, enterrándola por su esfínter lo más profundo que podía. A Marisol no le quedaba más opción que aguantarse mis sacudidas, aullando como loba.
Cuando la saqué, parte de mi semen salía de su hinchada colita, pero yo seguía queriendo más…
La tomé por el vientre y la levanté una vez más. Mi esposa estaba cansada y un leve quejido, casi en protesta, salió de sus labios al ver que le hacía levantar su cintura.
“Oye, Marisol. ¿Te imaginas si te embarazara ahora?” comenté, en cierta forma, vengándome por haberme calentado antes.
La sola mención de “embarazar” la hizo estremecer…
“¿T-t-tú… me quieres embarazar… otra vez?” preguntó, tensando su cintura.
“¡Por supuesto! ¡Siempre lo he querido! ¡Siempre he querido llenarte de hijos!” respondí, incrustando lentamente mi glande sobre su conchita.
Marisol fluía profusamente, con estremecimientos que la retorcían completamente…
“¿C-c-con… cuántos hijos?” preguntó, titubeante, meneando su cintura lentamente.
“No sé… siete mínimo… para empezar.” Señalé, para terminar de prenderla.
“Siete…” repitió ella suavemente, meneándose con mayor profundidad.
“Es que eres joven… y me gusta hacerte el amor… no te molesta, ¿Verdad?” consulté, meneándome con mayor afán…
“No…” replicó ella, con mucha suavidad. “Pero… tendríamos que hacerlo… muchas veces más… ¿Verdad?”
A estas alturas, ya la enterraba de lleno y el ritmo que llevaba era incesante.
“¡Cierto!... yo digo… unas 3 veces al día… 5, para asegurarnos…”
Los números la hacían acabar y su voz se tornaba melosa y más tierna.
“¡Nada de condones!... y acabarte bien adentro…” agregué, para incrementar más su excitación.
Apoyaba sus brazos con dulzura, mientras yo me meneaba frenéticamente, sacudiendo la cama sin descanso.
“Pero yo… pero yo… ¿Me podrás dar también… por la colita?” preguntó, con su vocecita que me excitaba cada vez más.
“¡Uff, Marisol!... ¡Por supuesto!... ¡También deberías chupármela más!”
“¡Sí, mi lindo!... ¡Eso me encanta también!” señaló ella, sonriendo más alegre.
Y la segunda acabada terminó agotándome por completo. Sentí como si vaciara un envase de leche en su interior.

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1 comentarios - ¡Recuérdame! (IV)

pepeluchelopez +1
De película! Un abrazo y te leo en la siguiente entrega y de la boda ya contarás, saludos
metalchono
Gracias. Te confieso que durante estos días, aparte del trabajo, he estado enfocado en conseguirle un auto y convencerla que lo necesita. Afortunadamente, tanto la escuela donde va a trabajar (No sé cómo se las arregló Sonia para conseguirla e incluso, dar cartas de referencia), como mi trabajo cuentan con cuidados para las niñas, así que podríamos irnos turnando. Creeme que para mí es todo un relajo ir a la hora de almuerzo a verlas y conversar con ellas. Un abrazo y gracias