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¡Recuérdame! (II)




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Compendio III


Me terminé vistiendo con rapidez, aprovechando además de arreglar a mis pequeñas y salí a esperar a Karina en el pasillo que conectaba nuestras habitaciones.
Creo que estaba demasiado acelerado, puesto que Marisol tardó unos 15 minutos en arreglarse y aun así, Karina tardó otros 10 minutos más, pero fue gratamente sorprendida al vernos esperándole.
Se veía despampanante, sabiendo lucir perfectamente sus atributos: una blusa con tirantes rosada, que dejaba ver sus bamboleantes senos, su ombligo y por ende, su delgada cintura expuesta; una falda blanca y corta, como la que usan las tenistas y para rematar, unos zapatos de tacón negros, que le daban mayor altura y delineaba de manera estupenda las redondeces de su trasero.
Marisol, en cambio, se veía hermosa, pero de una manera más “casera”: Una camisa celeste, sin mangas, pero con un amplio cuello que dejaba entrever el comienzo de sus blanquecinos senos, pero que destacaban su opulencia con el masivo sostén que los contenía; unos bermudas blancos, de tela delgada, mostrando la privilegiada retaguardia de mi esposa, sandalias y lo que más me volvía loco de ella era que usaba una visera para protegerse del sol que había comprado en uno de nuestros paseos, pero que a su vez, le permitía usar una cola de caballo que me tenía bastante ansioso
Aun así, Karina seguía enfadada conmigo, dándome constantemente la espalda, pero a la vez, alzando su trasero, mientras conversaba animadamente con Marisol sobre su “Época dorada”…
Pero no fue hasta el almuerzo donde me “gané su perdón…”
Por su manera de vestir, llamó la atención de muchos comensales y parte del personal del hotel (especialmente, nuestro camarero, que no desperdiciaba oportunidad para apreciar sus pechos, al igual que revisar rápidamente los de mi esposa, mientras nos traía la carta, los platos o les servía sus bebidas).
Como padre y esposo, he tratado de ser un ejemplo para mis niñitas y a pesar que la comida que más odio es la de mar, trato de comerla una vez al mes, que también le encanta a mi esposa.
Y debido a esto, mientras mi esposa le quemaba las orejas a Karina de tanto hablar del programa y las rutinas de baile, podía notar cierta satisfacción a medida que mis pequeñas cobraban venganza con su padre, haciéndome comer uno tras otro mariscos a la parmesana, sin importarles que mi rostro se llenara de desagrado.
“¡Una más, pappa! ¡Tienes que comerla toda!” insistía mi adorable Verito con una adorable sonrisa al ver mi rostro, mientras que Pamelita, igual de sonriente, tenía en sus manos el próximo marisco que debía degustar.
“¿Ves? ¡Es un chico bueno y no fue su intención ofenderte!” le comentó mi esposa, contenta que me viera con una mirada más alegre. “¿Por qué… no sales un poco con él… y no sé… le cuentas lo que tú hacías en el programa?”
Karina le sonrió levemente…
“¡Uhm, no sé! ¡No me convence!” esgrimió de manera bromista, aunque por la mirada que me daba, presentía que a Marisol no le costaría persuadirla de lo contrario.
“¡Podrías aprovechar de salir por la tarde con él! ¡Porfa! ¡Me sentiría terriblemente orgullosa si mi marido saliera en una cita contigo!” solicitó mi esposa, con ese brillo en la mirada que conocía bastante bien…
Ese tipo de halagos le simpatizaba bastante a Karina. Sin embargo…
“¡Espera un poco!” interrumpí, para su sorpresa. “No quiero ir toda una tarde con ella…”
“¿Por qué no?” replicó mi esposa, muy enojada… y alterando otra vez a Karina.
“Porque quiero pasar la tarde jugando con las pequeñas.” Le expliqué, para luego mirar a Karina. “¡Marisol, tú sabes que las veía poco cuando trabajaba y nos hemos divertido mucho en estos días! ¿No aceptarías mejor que saliéramos a la tarde, a tomarnos unos tragos y cenar algo?”
Su rostro emblandeció al momento de mencionar a mis pequeñas, pero su linda sonrisa apareció cuando le propuse salir por la noche...
“¡Claro!... ¿Dónde nos juntamos?” replicó, con cierto nerviosismo.
“¿Te parece si paso a buscarte a tu habitación, alrededor de las 9?”
“¡Sí, no hay problemas!” respondió, muy conforme.
El resto de la tarde lo pasamos bastante bien con mis hijas y con mi esposa, que se volvió muy melosa, luego de conseguir la cita.
Por mi parte, no dejaba de maravillarme el hecho que había conseguido una cita con una figura de la televisión, gracias a la perseverante insistencia de Marisol, la que ya fantaseaba con que terminásemos en la cama.
Y alrededor de las 7, volvimos a nuestro cuarto, para que mi esposa me arreglara a su gusto.
Sin objeciones, me puse la camisa celeste con cuadros que me había elegido, junto con unos pantalones azul marino y zapatos de vestir bien lustrados. También me ayudó a perfumarme y me preocupé de afeitarme, hasta que quedó satisfecha con cómo me veía.
“¡Te ves precioso!” exclamó, dándome un cariñoso beso.
Pero mis manos recorrían desesperado su cintura, llenando de besos sus mejillas. La afirmaba hacia mí, deseándola con una calentura descomunal, a lo que ella se resistía, riendo como niña.
“Me gustaría salir más contigo…” le susurré en voz baja, una vez que la logré acorralar con una pared, presionando mi cuerpo con insistencia.
Ella ya estaba ligeramente abochornada y sus ojitos brillaban, sin prestar demasiada oposición cuando mis labios se posaban sobre los suyos una y otra vez.
Empecé a presionar mi cintura, para demostrarle cuánto la deseaba y su sonrisa se tornó levemente más nerviosa, al percibir la forma que la rozaba con suavidad alrededor de la cintura.
No pudo negar que la idea le atraía, lanzando un breve suspiro al ver cómo mi mano la guiaba hacia mi creciente erección, la que acarició un par de veces con sus pequeñas y ansiosas manos, pero de alguna manera, logró hacerme a un lado, con ese rubor tan inocente y juvenil que me encanta.
“¡Pero si andas conmigo todo el tiempo!” protestó ella, de forma melosa, aunque con la mirada fija al nacimiento de mis piernas. “¿Cómo no te aburres?”
La miré con cierta frustración y endurecido.
A Marisol le cuesta entenderme. No voy a negar que mujeres como Karina sean muy sensuales.
Pero en el caso de mi esposa, ella ya era bonita cuando la conocí, con su piel blanca como leche, una sonrisa amistosa y una mirada tierna, con placidos ojos verdes que eran un verdadero agrado contemplarlos mientras charlábamos y ahora, su figura se ha puesto más sensual también.
Tal vez, no ejercite demasiado como Lizzie, ni se preocupa de restringirse en lo que come. Pero su cuerpo se ha puesto bonito y para mí, necesito poco convencimiento para terminar buscándola.
Además, a ella también le gusta hacer el amor conmigo y afortunadamente, son contados con una mano los días que no estoy dentro de ella.
“¿Tú te aburres de mí?” pregunté, introduciendo mi mano bajo sus bermudas, con toda libertad, acariciando y apretando suavemente su fuente del placer, que se empezaba a humedecer.
“No… perooo…”
Mis labios la buscaron una vez más, de forma enloquecida y no puso tanta resistencia a mi calentura, que la embestía suavemente entre las piernas, rastreando tácitamente su cálido lugar de correspondencia.
Deslizaba mis dedos con lentitud, introduciendo un par sobre su fluyente abertura, haciendo que Marisol literalmente ondulara bajo mi compás, pero mi erección empezó a manifestarse en todo su esplendor, ella a gemir y los besos que nos dábamos ya iban demasiado cargados con efusivos suspiros de por medio.
“¡Mira, Marisol, no me puedes dejar ir así! ¿Qué va a pensar Karina cuando me vea?” le pregunté con mucho descaro, tomando su mano una vez más para que intentase agarrarla con fuerza.
El acto le hizo estremecer profundamente y cerrar los ojos, reiniciando la sobada que me había dado, con una mirada más lujuriosa , que se le hacía agua la boca por verme tan caliente…
“¡No!... ¡Es que yo...!... ¡No sé!... ¡Está tan grande!... ¡Tan gordita!” alcanzaba a balbucear, mientras mi lengua hurgueteaba dentro de su oreja y mis dedos proseguían su cada vez más húmeda y profunda exploración entre sus piernas.
Empecé a desabrochar su bermuda y bajar su calzoncito, en vista que su resistencia menguaba cada vez más, mientras que con la otra mano me afirmaba de sus preciosos pechos.
“Solamente, la meteré un poquito, para calmarme y luego me voy…” le expliqué, mientras le daba lamidas sobre su rostro y el cuello.
Debo reconocer que trató de resistirse de nuevo, sujetando mi pene para que no entrara, pero jugué sucio al suspirar y lamer la base de su cuello y sin querer, terminó deslizándose a la punta de sus labios vaginales.
A partir de ese punto, no pudo hacer más. Mi esposa escurría deliciosamente sobre la ropa interior que quedaba a mitad de sus pies, mientras que mi glande pugnaba hambriento por entrar.
La besaba, la lamía y le sobaba los pechos, desbaratando completamente su resistencia y podía sentir cómo su feminidad se estremecía deseosa que volviera entrar en ella.
Siempre, es tan apretada, húmeda y caliente, razón por la que es mi favorita.
Sus manos me envolvían con plena posesión por la espalda. Me quería adentro…
Y avancé un poco. Sus piernas preciosas se posaban sobre mis muslos, aumentando un poco más la resistencia a la penetración.
Mi esposa se lucía con sus casi 5 años de experiencia besando, usando de manera descabellada su lengua, que revoloteaba por mi boca con completo frenesí y con respiros cortos, que cosquilleaban la punta de mi nariz.
Yo sujetaba su sostén, forzando para liberar sus magníficos pechos y devorarlos, haciendo que mi vaivén se tornara más y más violento.
Marisol se quejaba, deseando mayor placer y yo me volvía un pulpo, afirmándome de su formidable trasero.
Cerraba los ojos, disfrutando tanto de las suaves y profundas embestidas como también de la sensación de estirar su coqueto traserito, llegando incluso a babear deseando que un par de dedos entraran por atrás.
Y a pesar de su expectación, no pudo contener ni el pequeño gemido de sorpresa que escapó de sus labios ni el cuantioso flujo que manó de sus piernas al sentirlos perforándola.
Su mirada se encendió más y su lengua hizo verdaderas barbaridades dentro de mi boca, potenciada por los años de amor que nos teníamos y meneándose como una oruga atrapada, que en lugar de liberarse, deseaba incrementar su placer.
Y para cuando la enterraba tan profundo, que su espalda adoptaba la rectitud de la pared donde la presionaba, solté mi carga de manera explosiva y agradable para ambos.
Como los buenos amigos que somos, Marisol me abrazó por el cuello, apoyando su enrojecido rostro sobre mi hombro derecho, mientras que sus blandos y suavecitos senos se apretaban descompasadamente a mi pecho, mientras tratábamos de recuperar el aliento.
Podía sentir cómo nuestros jugos bajaban y escurrían, sin siquiera sentir el cansancio por cargar su cuerpo, ni ella, la incomodidad por la dura pared sobre la cual la estaba presionando. Queríamos permanecer pegados, abrazados de esa manera por la mayor cantidad de tiempo que se pudiera.
“¡Me tienes… me tienes… tan llena!” me decía ella, con una mirada celestial.
Podía sentirlo. Todo su útero, envolviéndome y apretándome, sin dejarme escapar. No quería sacarla y mucho menos, ella quería que la sacara…
Miré el reloj de pared. 10 minutos para la cita…
Pero conozco a Marisol. Si no la sacaba y perdía la cita, se enfadaría, sin importar cuánto disfrutásemos juntos…
Así que la cargué hasta el sofá (todavía pegados) y la deposité suavemente, para irla sacando con lentitud.
El retroceso fue toda una experiencia agradable para mi esposa, que quedó como si le hubiese sacado el aire cuando me despegué de ella, haciendo un ruido peculiar.
Y al verla erecta y meneándose, ni siquiera dudó para depositarla con ansiedad sobre sus labios y succionarla hasta la base, limpiando minuciosamente.
Para cuando terminó, mi esposa estaba cargada de un masivo erotismo: sus ojos se veían hambrientos y deseosos por probar más; sus pechos, hinchados y con sus pezones alzados como pitos en excitación y su palpitante rajita, deseosa de otra penetración, me hacían cuestionarme una y otra vez si valdría la pena salir…

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2 comentarios - ¡Recuérdame! (II)

pepeluchelopez +1
Delicioso relato y esperando las aventuras de la cita, un abrazo mi buen amigo
metalchono
¡Muchas gracias! Tú, que ya me conoces mejor, sabes cómo va el ritmo de estas relaciones: no me la sirvo en la cita, pero pavimenta el camino para la siguiente noche. Un abrazo y gracias por el apoyo.
pepeluchelopez
@metalchono paciencia, virtud de dioses!
amigolo +1
Muy bueno. Esperamos la siguiente parte. Van puntitos.
metalchono
¡Gracias! Espero que sea de tu agrado y muchas gracias por comentar.