¡Hola! ¿Como están? Tanto tiempo, pero aquí estoy, recién llegadita de las vacaciones y con un montón para contarles.
Me quedaron algunos relatos pendientes del año pasado, ya que tuve una Navidad y un Fin de año bastante movido, lo que significa que me movieron a mí, jajaja.
Pero mejor vayamos en orden y empecemos por la Nochebuena, que ésta vez no fue para mí solo una noche de amor y paz, sino también de polvo...
Como siempre, la Navidad la pasamos en San Justo. Ya es una tradición familiar el cabrito a la parrilla de mi papá, bien acompañado por distintas guarniciones de ensaladas que preparamos entre mi mamá y mis cuñadas.
Todos los hijos colaboramos para la cena y los fuegos artificiales, ya que entre mis hermanos y yo le hemos dado a mis padres siete nietos, y cuando hay niños la pirotecnia no puede faltar, eso sí, legal y con responsabilidad.
No voy a aburrirlos con detalles de la cena navideña, ya que en todas las familias es prácticamente lo mismo. Se come, se brinda y se festeja.
Lo que sí quiero contarles es lo que pasó después del brindis, algo que estoy segura les interesará y que tuvo su inicio en la víspera.
El viernes la Compañía nos entregó la habitual canasta navideña, eso más los regalos que me hicieron algunos socios, la verdad es que me volvía a casa bastante cargada. Estuve esperando un rato a que viniera un tachero, de esos rezagados que se acuerdan a último momento de pagar la cuota del seguro, pero no apareció nadie, así que tuve que salir con canasta y bolsas a la vereda y tomar un taxi de la calle. Pero como no me alcanzaban las manos para cargar todo, le pedí a Valentín que me ayudara.
Valentín es el vigilante de la Compañía. Antes se le pagaba a un policía que hacía adicionales, pero hace un par de años la Gerencia decidió poner un servicio de vigilancia las 24 horas, ahí fue que apareció Valentín. Cincuenta y tantos, retirado de la bonaerense, separado, padre de dos hijas ya jóvenes a las que les paga la universidad. Por eso está casi siempre en la oficina, porque necesita las horas extras para mantenerlas.
Y sí, en el trabajo somos casi todas mujeres, así que sabemos vida y obra de todo el personal.
La cuestión es que después de que me ayuda a subir las cosas al taxi, le doy las gracias, y me despido con un beso, deseándole una feliz Navidad junto a sus hijas, pero para mi sorpresa me responde que la Navidad la va a pasar en la oficina, ya que esa noche está de guardia.
-Si la vas a pasar trabajando, prometo mandarte un saludo por wasap- le digo.
-Dale, cuento con eso, así por lo menos me alegrás la noche- asiente tranquilamente, aunque sin hacerse muchas ilusiones al respecto.
El sábado, en la Nochebuena, luego del brindis y de los saludos, mientras todos se distraen con los fuegos artificiales, me voy aparte y copa en mano, grabo un saludito para el vigilante y se lo mandó.
Al rato, estando con mi marido, me llega su respuesta. Miro el celular, leo su agradecimiento y los emoticones navideños que me pone y juró que se me ocurrió en el momento, ya que no tenía pensada una locura así.
-Es Mariana, una amiga de acá de San Justo, se van a juntar con algunas chicas del secundario para brindar y quiere que vaya- le digo a mi marido con cara de desgano.
-Andá, si te invita no podés hacerle un desaire, es Navidad- me alienta él todo inocente.
-No sé, vive cerca pero..., el Ro...- me hago la indecisa.
-Del Ro me ocupo yo, dale, andá, no lo pienses, son tus amigas- me insiste.
-Ok, voy- asiento finalmente antes de que deje de insistirme -Brindo con ellas y me vengo enseguida, te lo prometo-
-Andá y pasala bien, por nosotros no te preocupés que estamos en familia- me tranquiliza.
Y bueno, si él me lo pide. Le doy un beso y me pongo en marcha, no sin antes meter de contrabando en el auto una botella de "Chandon" y dos copas. Pero como es Navidad, le llevo también un regalo, el cual le armé a las apuradas con un estuche en el que mi mamá me había regalado una cadenita de oro con el dije de un niño en alusión al Ro.
Salgo de San Justo un rato antes de las dos, llegando en poco más de media hora a la Compañía. Por el camino me cruzo con otros conductores que corren a realizar sus brindis, aunque me imagino que ninguno será como el que yo tengo en mente. O quizás sí, quien sabe.
Llego y estaciono casi en la puerta, saludándolo por una de las cámaras de vigilancia al bajarme. No lo llamo ni le escribo, ya que quiero sorprenderlo.
Casi estoy llegando a la puerta, cuando se encienden las luces y lo veo avanzando por el salón principal, en donde atendemos a los asegurados.
Le muestro las copas y la botella, pero me mira como si no entendiera todavía la razón de mi presencia.
-Mary, ¿que hacés acá?- me pregunta, abriendo la puerta y dejándome pasar.
-Vengo a brindar con un amigo, eso hago- le respondo, saludándolo con un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios.
-Pero, ¿y tu familia?- se preocupa.
-Ya brindé con ellos, ahora me toca brindar con otra gente que aprecio, como vos- le explico.
-Me hubieras avisado y, no sé, preparaba algo- se disculpa.
-Si te avisaba no hubiese sido una sorpresa- le hago notar.
-Una muy linda sorpresa, gracias- me asegura -Y gracias también por el wasap-
-¿Te gustó?-
-¡Me encantó! Lo voy a guardar como si fuera oro-
-Jaja..., dale, abrí la botella y brindemos- me río pasándole el champán.
-Sí, perdona, seguro que tendrás que hacer otras visitas- se vuelve a disculpar.
La única visita que tengo planeada es esa, pero no se lo digo, prefiero que eso también sea una sorpresa.
Sacude la botella y la descorcha, haciendo saltar la espuma, un claro presagio de lo que habría de suceder a continuación, pero ya sin el champán de por medio.
Llena las copas y brindamos haciendo chin - chin.
-¡Ah! Te traje un regalo- le digo como si me acordara de repente, aunque era algo que había preparado muy especialmente.
Saco de mi cartera el estuche en el que había improvisado su regalo y se lo entrego, diciéndole:
-¡Feliz navidad!-
-¿Un regalo también?- se sorprende -Y yo que no tengo nada para darte-
-Abrílo y después me decís si no tenés nada para mí- le digo enigmática mientras bebo un sorbo de champán.
No sé si ya le habría caído la ficha del por qué de mi presencia allí, a esa hora y en esa fecha, pero por si le quedaban dudas, el regalo se iba a ocupar de aclarárselas.
Abre el estuche y tal como había imaginado, se queda pasmado al ver lo que hay adentro.
-¿Y, que te parece?- me apuro a preguntarle.
-¿Que puedo decirte, Mary? Es..., el mejor regalo que..., pudiste darme-me asegura, sacando y desenrollando la tira de preservativos que había puesto en el lugar de la cadenita, cadenita que, dicho sea de paso, llevaba en el cuello.
-Por si no tenías- le digo, sonriéndole con picardía.
-Parece que después de todo sí tengo algo para darte- repone volviendo a chocar su copa con la mía.
-Valentín- le digo entonces, poniéndome seria -Quiero que tengas en claro que esto es por Navidad, no significa que vamos a ser amantes o a tener algo, es solo por hoy, ¿lo tomás o lo dejás?-
-Lo tomo- responde sin dudarlo.
-Siendo así..., creo que va a ser mejor que apagués las luces- le digo bebiendo otro sorbo de mi champán -No queremos darles un espectáculo a los que pasen por la calle, ¿o sí?-
-No, claro, tenés razón- coincide corriendo a bajar las llaves correspondientes.
Tras dejar todo a oscuras, iluminado apenas con las luces de la calle, vuelve conmigo, parándose justo frente a mí.
Es más alto que yo, casi todos son más altos..., jaja, por lo que debo ponerme en puntas de pie y estirar el cuello para besarlo.
Con sus manos me toma de la cintura y me estrecha contra su cuerpo, haciendo que el beso sea aún más intenso y profundo. Cuando nos separamos, un hilo de saliva que hace de puente entre sus labios y los míos, se empeña en mantenernos unidos.
-¡Feliz navidad!- le vuelvo a desear, sintiendo contra mi vientre la irresistible reacción a aquel beso.
-¡Feliz navidad!- repite con cara de feliz cumpleaños, volviéndome a besar con la boca bien abierta, metiéndome la lengua casi hasta la garganta.
Deslizo una mano por entre nuestros cuerpos y le acaricio el paquete, delineando su contorno con mis dedos.
-¡Epa! Como se te puso...- le digo casi en un susurro, por entre los besos, intuyendo tamaño y forma a través del tacto.
El tiempo y la experiencia te enseñan a reconocer los volúmenes sin siquiera verlos, con tan solo una caricia, y lo que ya se estaba gestando en la entrepierna de Valentín no era algo exorbitante, como para demoler paredes. Igual no era eso lo que estaba buscando. Quería un polvo tranquilo, suave, afectuoso, acorde a la época del año en que estábamos.
Luego del beso me doy la media vuelta y le pido que me baje el cierre del vestido. Mi marido me había ayudado por la tarde a subírmelo, y ahora él me lo bajaba.
Debajo tengo puesto un conjunto de lencería que, al igual que el vestido, estoy estrenando esa misma noche.
-¿Te gusta?- le pregunto modelándoselo con una vueltita.
-¡Me encanta!- asiente conmocionado por el espectáculo que le estoy ofreciendo.
-¿Acaso te vas a quedar vestido?- le pregunto al ver que se queda ahí parado, mirándome como si todavía no pudiera creer lo que le está sucediendo.
-No, claro que no- responde mientras empieza a desabrocharse el pantalón.
Cuando lo tiene abierto le meto una mano dentro de la bragueta y le acaricio por encima del slip ese pedazo vivo y palpitante que ya pugna por escapar de su exigua prisión.
Le bajo de un tirón la prenda, aliviando así la presión de la tela, y se la chupo, brindándole, según sus propias palabras, la mejor "tirada de goma" de su existencia.
Estoy de cuclillas, pajeándolo al ritmo de mi chupada, devorándome casi hasta el último trozo de verga. No está lo que se dice bien dotado, por lo que puedo comérmela entera, sin correr el riesgo de atragantarme. No voy a decir que no me guste jugar con una de buen porte, pero una pija es una pija y la de Valentín cubría todos los requisitos que una podría reclamar en un momento así.
Sin soltársela, llevo una mano hacia mi espalda y me desprendo el corpiño, el cual cae fragante a sus pies.
Me pongo la pija entre las tetas y le hago una turca que le saca chispas, poniéndosela mucho más roja, dura y caliente de lo que ya estaba.
Me levanto y ahora me saco la tanga. Me doy la media vuelta y pegándome a su cuerpo, me frotó de cola contra su pija, disfrutando esa dureza y humedad que ya me está prometiendo mucho más que un buen momento.
-¿Me vas a coger?- más que una pregunta se trata de una certidumbre.
-Sí, pero antes quiero saborearte- me susurra al oído con su aliento caliente y excitado.
Ahora quién se acuclilla en el suelo es él, y abriéndome los cachetes de la cola, mete la lengua por entre medio de mi zanja, y entra a chuparme el culo y la concha como un desesperado, full lengua y dedos. Para facilitarle la tarea me inclino y me apoyo con los codos en el escritorio que tengo más cerca, en este caso el de Claudia, separando las piernas para ofrecerle así un mejor acceso a mi intimidad.
Me muerde, me lame, me lengüetea, me chupa toda, saboreándome con avidez, dejándome chorreando de placer.
Entonces se levanta, se pone uno de los forros que acabo de regalarle y de pie tras de mí, me la pone entre los gajos, haciéndome sentir en forma clara y concisa lo que ahora él me regala a mí.
Me sujeta de la cintura y me la mete de a poco, como queriendo disfrutar ese momento, el de la penetración, el instante exacto en que me hace completamente suya.
-¡Ahhhh..., siiiiiii..., te siento..., siiiiiiii..., dámela toda...!- le pido entre roncos jadeos, en puntas de pie, tratando de colocarme a su misma altura.
Cuando por fin ya está todo adentro, suelta un exaltado suspiro y echándose sobre mi cuerpo me besa y muerde el cuello mientras empieza a moverse dentro y fuera, primero despacio, aunque cobrando un ritmo más y más acelerado con cada ensarte.
No sé si estoy siendo suficientemente descriptiva, pero quiero que visualicen bien la escena. Estamos en un lugar cuyas paredes son de vidrio, apenas cubiertos por el nombre y el logo de la Compañía. Cualquiera que pase por esa esquina y se fije en el interior, puede vernos. No nos verá con claridad, ya que las luces están apagadas, pero sin duda alcanzará a distinguir, por entre las sombras, las siluetas de nuestros cuerpos moviéndose agitadamente por entre las sillas y escritorios. Esas mismas sillas que a diario usan los asegurados para sentarse cuando los atendemos y los escritorios que usamos mis compañeras y yo para atenderlos.
Soy consciente de que estamos en una posición sumamente expuesta y vulnerable. Cualquiera que pase por la calle en ese momento y nos vea puede grabarnos con un simple celular y hacer famosa en internet aquella sucursal, pero la calentura es más fuerte y le seguimos dando, ajenos a cualquier intromisión externa.
Valentín me agarra de las tetas y me las amasa con fuerza mientras me sacude a puro embiste.
Yo ya había tenido un orgasmo para cuando él acaba también, exhalando unos suspiros rebosantes de satisfacción.
Cuando me la saca, se me escapa un chorrito de flujo que cae pesadamente al suelo.
Por un momento nos quedamos los dos como en estado de shock, disfrutando esa furiosa amalgama de sensaciones que parece prendernos fuego.
Recién entonces tomo absoluta noción del peligro que estamos corriendo, así que lo agarro de la mano y me meto con él debajo de uno de los escritorios.
Ya a resguardo, nos acurrucamos el uno al lado del otro y nos besamos, ahora sí mas tranquilos y relajados. Me gusta besar a mis amantes, así que me dedico un buen rato a saborear sus labios, acariciándonos, volviendo a despertar en nuestros cuerpos esa pulsión que tras el primer polvo había sido solo levemente atenuada.
-¿Te imaginaste alguna vez estar cogiendome en la oficina?- le pregunto entre besos y caricias.
-Mary, jamás imaginé llegar a cogerte siquiera, para mí sos..., eras inalcanzable, lo único que me permitía era alucinar con tus tetas- reconoce.
-¡Acá están mis tetas!- le digo, poniéndoselas en la cara para que me las muerda y chupetee.
Está precisamente en eso, relamiéndomelas, cuando suena mi celular. Por la melodía de llamada, un tema de Sia, sé que se trata de mi marido. Le pido a Valentín que haga silencio poniéndome el índice sobre los labios y atiendo:
-Hola amor...-
Tras saludarme me pregunta como la estoy pasando, le digo que bárbaro, que vinieron unas amigas que no veía hace años, por eso la demora, pero que ya estaba saliendo.
-No seas tonta, seguro deben tener un millón de cosas para contarse, solo llamaba para avisarte que acá estamos diez puntos, que no te necesitamos para nada- bromea mi marido.
-No seas malo que me siento pésima por dejarlos solitos en Navidad- le digo mientras el vigilante me muerde despacito uno de los pezones.
-Mañana vamos a estar todo el día juntos, así que pasala bien ahora que podés- me insiste.
-Gracias, te amo-
-Yo te amo más-
Le mando un beso y tras verificar la hora, casi las tres y media, le digo a Valentín:
-Mi marido acaba de darme permiso para que siga pasándola bien, así que...¿vamos por la revancha?- le pregunto agarrándole la pija y meneándosela, sintiendo todavía en su interior ese fragor único que solo los hombres poseen y por el cual las mujeres somos capaces hasta de abandonar a nuestra familia para disfrutarlo.
-Con vos Mary voy por la revancha, el repechaje, y hasta por el tiempo extra- me asegura dándome un beso largo y profundo, de esos que te estremecen hasta la última vértebra.
Le vuelvo a chupar la pija con esa actitud de actriz porno que no solo disfrutan ellos, sino yo también, haciéndole recuperar en cuestión de segundos la erección que había perdido tras esa primera descarga.
Esta vez yo misma le pongo el forro, y ahí mismo, en el piso de la oficina, con él tendido de espalda, me le subo encima, acomodándomela justo entre los labios de la concha. Apenas tengo que moverme para que me entre, volviendo a sentir ese delicioso bienestar que solo una pija puede proporcionar.
Valentín me agarra de la cintura y empieza a moverse desde abajo, haciéndome saltar con cada empuje.
-¡Ahhhhh..., ahhhhh..., ahhhhh...!- gimo y me estremezco con cada golpe de su pelvis.
Me inclino y lo beso en la boca, entrelazando mi lengua con la suya, dejando que esa renovada calentura se extienda por todo mi cuerpo, como un torbellino que arrasa todo a su paso.
Yo también me muevo, arriba, abajo, hacia los lados, salto y reboto, le refriego las tetas por la cara, entregándome por completo a ese polvo navideño que ambos compartimos.
"Navidad, navidad, dulce navidad..."
Entonces se me ocurre algo. Me levanto y agarrándolo de la mano, lo llevo a un costado, más precisamente hasta el escritorio de Camila, la turrita que había mirado con ganas al doctor Valetta cuando me pasó a buscar por la oficina.
-Vení, cogeme acá- le digo, sentándome en el borde del escritorio, abriéndome de piernas para recibirlo.
Con la pija bien parada viene hacía mí y me la mete, cogiéndome ahora sí con un ritmo feroz y desquiciado.
Cabe aclarar que el escritorio de Camila es el que más cerca está de la calle, pegado al vidrio que da a..., bueno, a una calle, por lo que volvíamos a estar expuestos. Sin embargo eso era lo que menos me importaba, quería gozar, echarme un polvo ahí donde trabajaba la pendeja, dejar impregnado en sus cosas el aroma de mi orgasmo.
-¡Dale, dale, dale...! ¡Más fuerte, dame más fuerte...!- le reclamo sintiendo ya en mis entrañas la inminencia del colapso.
Valentín no se guarda nada, me garcha con todo, sacudiéndome con tanto ímpetu que las cosas que hay sobre el escritorio se caen al suelo.
-¡Dale, dale, dale...!- lo vuelvo a apurar, al borde mismo de la explosión.
Soy la primera en llegar, mordiéndole bruscamente el hombro mientras me disuelvo entre sus brazos. En medio de la nebulosa del placer, levanto la cabeza y me encuentro con una parejita que desde el otro lado del vidrio nos observan interesados. No le digo nada a Valentín, espero que él también acabe y recién entonces, tras un jugoso y apasionado chupón, le señalo a nuestros ocasionales espectadores. Al verlos trata de hacerse a un lado, pero lo retengo, aprisionándolo entre mis piernas. La parejita le sonríe y el chico le hace una seña con el pulgar en alto.
-¡Shhhh..., no pasa nada, acabá tranquilo!- le susurro al oído, sintiendo como la violencia de sus lechazos pone a prueba la resistencia del látex.
Cuando miro de nuevo, la parejita ya no está, seguro pensaron que lo mejor era dejarnos solos, o quizás se calentaron viéndonos y se fueron a un telo. Como sea, Valentín se queda bien metido en mí, vaciándose gota a gota, besándome como si quisiera capturar con sus labios ese momento y saborearlo después, para cuando el sueño llegue a su fin.
-Mary yo..., no sé como agradecerte esto, ni se me ocurre que decirte- me expresa luego, mientras nos vestimos, alejados ya de los vidrios.
-No hace falta que digas nada, solo ayudame con el cierre- le digo subiéndome el vestido y dándome la vuelta, levantándome el pelo para que haga lo mismo que hizo mi marido esa misma tarde.
-Uy, que tarde se hizo- digo mirando la hora en mi celular.
Ya casi son las cinco.
-¿No vas a tener problemas?- se preocupa Valentín acompañándome hasta el auto.
-Mi marido me dio permiso, ¿no te acordás?- le sonrío con picardía.
-Mary, sos increíble-
Nos besamos por última vez y me subo al coche, saludándolo con la mano a través de la ventanilla mientras me voy alejando.
Llego a la casa de mis viejos justo para la habitual mateada de los domingos, la cual no se suspende ni siquiera por navidad.
-¿Y, que tal la reunión con las chicas?- me pregunta mi papá tendiéndome un amargo.
-Ya te imaginarás, mucha nostalgia y ganas de tener 17 de nuevo- le contesto, devolviéndole el mate y corriendo a ver a mi hijo.
Siempre que vamos a San Justo ocupamos el que era mi cuarto de soltera, así que hacia allá me dirijo, para encontrar al Ro durmiendo como un angelito.
-El no te extrañó, pero yo te extrañé horrores- me dice mi marido apareciendo de repente y apoyándome por atrás.
-¿Es eso lo que creo?- le pregunto frotándome contra su cuerpo para sentir con mayor nitidez una bien proporcionada erección.
-Vos con tus amigas y yo acá con ganas de reventarte unos cuantos cuetes- me confirma.
-¡Mmmm! ¿Unos cuantos?- me estremezco, acurrucándome aún más contra aquello que vibra y late.
-No prometo nada, pero más de uno seguro-
Sí, ya sé, acabo de estar con el vigilante de mi trabajo, pero no puedo dejarlo así a mi marido. Soy su esposa y como tal hay necesidades que debo satisfacer. Además, ¿que puede llegar a pensar si tras estar fuera casi toda la noche le dijera que no tengo ganas de hacer el amor? Mejor evitar cualquier atisbo de sospecha, así que lo tomo de la mano y me voy con él al cuarto de mi hermano mayor que ya está vacío, ya que salieron apenas después del brindis para pasar el resto de los festejos con la familia de su esposa.
Y sí, me echó más de uno, aunque si soy sincera, los del vigilante estuvieron mejor. No sé por qué será pero el sexo de trampa siempre es mejor. Mucho mejor...
Me quedaron algunos relatos pendientes del año pasado, ya que tuve una Navidad y un Fin de año bastante movido, lo que significa que me movieron a mí, jajaja.
Pero mejor vayamos en orden y empecemos por la Nochebuena, que ésta vez no fue para mí solo una noche de amor y paz, sino también de polvo...
Como siempre, la Navidad la pasamos en San Justo. Ya es una tradición familiar el cabrito a la parrilla de mi papá, bien acompañado por distintas guarniciones de ensaladas que preparamos entre mi mamá y mis cuñadas.
Todos los hijos colaboramos para la cena y los fuegos artificiales, ya que entre mis hermanos y yo le hemos dado a mis padres siete nietos, y cuando hay niños la pirotecnia no puede faltar, eso sí, legal y con responsabilidad.
No voy a aburrirlos con detalles de la cena navideña, ya que en todas las familias es prácticamente lo mismo. Se come, se brinda y se festeja.
Lo que sí quiero contarles es lo que pasó después del brindis, algo que estoy segura les interesará y que tuvo su inicio en la víspera.
El viernes la Compañía nos entregó la habitual canasta navideña, eso más los regalos que me hicieron algunos socios, la verdad es que me volvía a casa bastante cargada. Estuve esperando un rato a que viniera un tachero, de esos rezagados que se acuerdan a último momento de pagar la cuota del seguro, pero no apareció nadie, así que tuve que salir con canasta y bolsas a la vereda y tomar un taxi de la calle. Pero como no me alcanzaban las manos para cargar todo, le pedí a Valentín que me ayudara.
Valentín es el vigilante de la Compañía. Antes se le pagaba a un policía que hacía adicionales, pero hace un par de años la Gerencia decidió poner un servicio de vigilancia las 24 horas, ahí fue que apareció Valentín. Cincuenta y tantos, retirado de la bonaerense, separado, padre de dos hijas ya jóvenes a las que les paga la universidad. Por eso está casi siempre en la oficina, porque necesita las horas extras para mantenerlas.
Y sí, en el trabajo somos casi todas mujeres, así que sabemos vida y obra de todo el personal.
La cuestión es que después de que me ayuda a subir las cosas al taxi, le doy las gracias, y me despido con un beso, deseándole una feliz Navidad junto a sus hijas, pero para mi sorpresa me responde que la Navidad la va a pasar en la oficina, ya que esa noche está de guardia.
-Si la vas a pasar trabajando, prometo mandarte un saludo por wasap- le digo.
-Dale, cuento con eso, así por lo menos me alegrás la noche- asiente tranquilamente, aunque sin hacerse muchas ilusiones al respecto.
El sábado, en la Nochebuena, luego del brindis y de los saludos, mientras todos se distraen con los fuegos artificiales, me voy aparte y copa en mano, grabo un saludito para el vigilante y se lo mandó.
Al rato, estando con mi marido, me llega su respuesta. Miro el celular, leo su agradecimiento y los emoticones navideños que me pone y juró que se me ocurrió en el momento, ya que no tenía pensada una locura así.
-Es Mariana, una amiga de acá de San Justo, se van a juntar con algunas chicas del secundario para brindar y quiere que vaya- le digo a mi marido con cara de desgano.
-Andá, si te invita no podés hacerle un desaire, es Navidad- me alienta él todo inocente.
-No sé, vive cerca pero..., el Ro...- me hago la indecisa.
-Del Ro me ocupo yo, dale, andá, no lo pienses, son tus amigas- me insiste.
-Ok, voy- asiento finalmente antes de que deje de insistirme -Brindo con ellas y me vengo enseguida, te lo prometo-
-Andá y pasala bien, por nosotros no te preocupés que estamos en familia- me tranquiliza.
Y bueno, si él me lo pide. Le doy un beso y me pongo en marcha, no sin antes meter de contrabando en el auto una botella de "Chandon" y dos copas. Pero como es Navidad, le llevo también un regalo, el cual le armé a las apuradas con un estuche en el que mi mamá me había regalado una cadenita de oro con el dije de un niño en alusión al Ro.
Salgo de San Justo un rato antes de las dos, llegando en poco más de media hora a la Compañía. Por el camino me cruzo con otros conductores que corren a realizar sus brindis, aunque me imagino que ninguno será como el que yo tengo en mente. O quizás sí, quien sabe.
Llego y estaciono casi en la puerta, saludándolo por una de las cámaras de vigilancia al bajarme. No lo llamo ni le escribo, ya que quiero sorprenderlo.
Casi estoy llegando a la puerta, cuando se encienden las luces y lo veo avanzando por el salón principal, en donde atendemos a los asegurados.
Le muestro las copas y la botella, pero me mira como si no entendiera todavía la razón de mi presencia.
-Mary, ¿que hacés acá?- me pregunta, abriendo la puerta y dejándome pasar.
-Vengo a brindar con un amigo, eso hago- le respondo, saludándolo con un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios.
-Pero, ¿y tu familia?- se preocupa.
-Ya brindé con ellos, ahora me toca brindar con otra gente que aprecio, como vos- le explico.
-Me hubieras avisado y, no sé, preparaba algo- se disculpa.
-Si te avisaba no hubiese sido una sorpresa- le hago notar.
-Una muy linda sorpresa, gracias- me asegura -Y gracias también por el wasap-
-¿Te gustó?-
-¡Me encantó! Lo voy a guardar como si fuera oro-
-Jaja..., dale, abrí la botella y brindemos- me río pasándole el champán.
-Sí, perdona, seguro que tendrás que hacer otras visitas- se vuelve a disculpar.
La única visita que tengo planeada es esa, pero no se lo digo, prefiero que eso también sea una sorpresa.
Sacude la botella y la descorcha, haciendo saltar la espuma, un claro presagio de lo que habría de suceder a continuación, pero ya sin el champán de por medio.
Llena las copas y brindamos haciendo chin - chin.
-¡Ah! Te traje un regalo- le digo como si me acordara de repente, aunque era algo que había preparado muy especialmente.
Saco de mi cartera el estuche en el que había improvisado su regalo y se lo entrego, diciéndole:
-¡Feliz navidad!-
-¿Un regalo también?- se sorprende -Y yo que no tengo nada para darte-
-Abrílo y después me decís si no tenés nada para mí- le digo enigmática mientras bebo un sorbo de champán.
No sé si ya le habría caído la ficha del por qué de mi presencia allí, a esa hora y en esa fecha, pero por si le quedaban dudas, el regalo se iba a ocupar de aclarárselas.
Abre el estuche y tal como había imaginado, se queda pasmado al ver lo que hay adentro.
-¿Y, que te parece?- me apuro a preguntarle.
-¿Que puedo decirte, Mary? Es..., el mejor regalo que..., pudiste darme-me asegura, sacando y desenrollando la tira de preservativos que había puesto en el lugar de la cadenita, cadenita que, dicho sea de paso, llevaba en el cuello.
-Por si no tenías- le digo, sonriéndole con picardía.
-Parece que después de todo sí tengo algo para darte- repone volviendo a chocar su copa con la mía.
-Valentín- le digo entonces, poniéndome seria -Quiero que tengas en claro que esto es por Navidad, no significa que vamos a ser amantes o a tener algo, es solo por hoy, ¿lo tomás o lo dejás?-
-Lo tomo- responde sin dudarlo.
-Siendo así..., creo que va a ser mejor que apagués las luces- le digo bebiendo otro sorbo de mi champán -No queremos darles un espectáculo a los que pasen por la calle, ¿o sí?-
-No, claro, tenés razón- coincide corriendo a bajar las llaves correspondientes.
Tras dejar todo a oscuras, iluminado apenas con las luces de la calle, vuelve conmigo, parándose justo frente a mí.
Es más alto que yo, casi todos son más altos..., jaja, por lo que debo ponerme en puntas de pie y estirar el cuello para besarlo.
Con sus manos me toma de la cintura y me estrecha contra su cuerpo, haciendo que el beso sea aún más intenso y profundo. Cuando nos separamos, un hilo de saliva que hace de puente entre sus labios y los míos, se empeña en mantenernos unidos.
-¡Feliz navidad!- le vuelvo a desear, sintiendo contra mi vientre la irresistible reacción a aquel beso.
-¡Feliz navidad!- repite con cara de feliz cumpleaños, volviéndome a besar con la boca bien abierta, metiéndome la lengua casi hasta la garganta.
Deslizo una mano por entre nuestros cuerpos y le acaricio el paquete, delineando su contorno con mis dedos.
-¡Epa! Como se te puso...- le digo casi en un susurro, por entre los besos, intuyendo tamaño y forma a través del tacto.
El tiempo y la experiencia te enseñan a reconocer los volúmenes sin siquiera verlos, con tan solo una caricia, y lo que ya se estaba gestando en la entrepierna de Valentín no era algo exorbitante, como para demoler paredes. Igual no era eso lo que estaba buscando. Quería un polvo tranquilo, suave, afectuoso, acorde a la época del año en que estábamos.
Luego del beso me doy la media vuelta y le pido que me baje el cierre del vestido. Mi marido me había ayudado por la tarde a subírmelo, y ahora él me lo bajaba.
Debajo tengo puesto un conjunto de lencería que, al igual que el vestido, estoy estrenando esa misma noche.
-¿Te gusta?- le pregunto modelándoselo con una vueltita.
-¡Me encanta!- asiente conmocionado por el espectáculo que le estoy ofreciendo.
-¿Acaso te vas a quedar vestido?- le pregunto al ver que se queda ahí parado, mirándome como si todavía no pudiera creer lo que le está sucediendo.
-No, claro que no- responde mientras empieza a desabrocharse el pantalón.
Cuando lo tiene abierto le meto una mano dentro de la bragueta y le acaricio por encima del slip ese pedazo vivo y palpitante que ya pugna por escapar de su exigua prisión.
Le bajo de un tirón la prenda, aliviando así la presión de la tela, y se la chupo, brindándole, según sus propias palabras, la mejor "tirada de goma" de su existencia.
Estoy de cuclillas, pajeándolo al ritmo de mi chupada, devorándome casi hasta el último trozo de verga. No está lo que se dice bien dotado, por lo que puedo comérmela entera, sin correr el riesgo de atragantarme. No voy a decir que no me guste jugar con una de buen porte, pero una pija es una pija y la de Valentín cubría todos los requisitos que una podría reclamar en un momento así.
Sin soltársela, llevo una mano hacia mi espalda y me desprendo el corpiño, el cual cae fragante a sus pies.
Me pongo la pija entre las tetas y le hago una turca que le saca chispas, poniéndosela mucho más roja, dura y caliente de lo que ya estaba.
Me levanto y ahora me saco la tanga. Me doy la media vuelta y pegándome a su cuerpo, me frotó de cola contra su pija, disfrutando esa dureza y humedad que ya me está prometiendo mucho más que un buen momento.
-¿Me vas a coger?- más que una pregunta se trata de una certidumbre.
-Sí, pero antes quiero saborearte- me susurra al oído con su aliento caliente y excitado.
Ahora quién se acuclilla en el suelo es él, y abriéndome los cachetes de la cola, mete la lengua por entre medio de mi zanja, y entra a chuparme el culo y la concha como un desesperado, full lengua y dedos. Para facilitarle la tarea me inclino y me apoyo con los codos en el escritorio que tengo más cerca, en este caso el de Claudia, separando las piernas para ofrecerle así un mejor acceso a mi intimidad.
Me muerde, me lame, me lengüetea, me chupa toda, saboreándome con avidez, dejándome chorreando de placer.
Entonces se levanta, se pone uno de los forros que acabo de regalarle y de pie tras de mí, me la pone entre los gajos, haciéndome sentir en forma clara y concisa lo que ahora él me regala a mí.
Me sujeta de la cintura y me la mete de a poco, como queriendo disfrutar ese momento, el de la penetración, el instante exacto en que me hace completamente suya.
-¡Ahhhh..., siiiiiii..., te siento..., siiiiiiii..., dámela toda...!- le pido entre roncos jadeos, en puntas de pie, tratando de colocarme a su misma altura.
Cuando por fin ya está todo adentro, suelta un exaltado suspiro y echándose sobre mi cuerpo me besa y muerde el cuello mientras empieza a moverse dentro y fuera, primero despacio, aunque cobrando un ritmo más y más acelerado con cada ensarte.
No sé si estoy siendo suficientemente descriptiva, pero quiero que visualicen bien la escena. Estamos en un lugar cuyas paredes son de vidrio, apenas cubiertos por el nombre y el logo de la Compañía. Cualquiera que pase por esa esquina y se fije en el interior, puede vernos. No nos verá con claridad, ya que las luces están apagadas, pero sin duda alcanzará a distinguir, por entre las sombras, las siluetas de nuestros cuerpos moviéndose agitadamente por entre las sillas y escritorios. Esas mismas sillas que a diario usan los asegurados para sentarse cuando los atendemos y los escritorios que usamos mis compañeras y yo para atenderlos.
Soy consciente de que estamos en una posición sumamente expuesta y vulnerable. Cualquiera que pase por la calle en ese momento y nos vea puede grabarnos con un simple celular y hacer famosa en internet aquella sucursal, pero la calentura es más fuerte y le seguimos dando, ajenos a cualquier intromisión externa.
Valentín me agarra de las tetas y me las amasa con fuerza mientras me sacude a puro embiste.
Yo ya había tenido un orgasmo para cuando él acaba también, exhalando unos suspiros rebosantes de satisfacción.
Cuando me la saca, se me escapa un chorrito de flujo que cae pesadamente al suelo.
Por un momento nos quedamos los dos como en estado de shock, disfrutando esa furiosa amalgama de sensaciones que parece prendernos fuego.
Recién entonces tomo absoluta noción del peligro que estamos corriendo, así que lo agarro de la mano y me meto con él debajo de uno de los escritorios.
Ya a resguardo, nos acurrucamos el uno al lado del otro y nos besamos, ahora sí mas tranquilos y relajados. Me gusta besar a mis amantes, así que me dedico un buen rato a saborear sus labios, acariciándonos, volviendo a despertar en nuestros cuerpos esa pulsión que tras el primer polvo había sido solo levemente atenuada.
-¿Te imaginaste alguna vez estar cogiendome en la oficina?- le pregunto entre besos y caricias.
-Mary, jamás imaginé llegar a cogerte siquiera, para mí sos..., eras inalcanzable, lo único que me permitía era alucinar con tus tetas- reconoce.
-¡Acá están mis tetas!- le digo, poniéndoselas en la cara para que me las muerda y chupetee.
Está precisamente en eso, relamiéndomelas, cuando suena mi celular. Por la melodía de llamada, un tema de Sia, sé que se trata de mi marido. Le pido a Valentín que haga silencio poniéndome el índice sobre los labios y atiendo:
-Hola amor...-
Tras saludarme me pregunta como la estoy pasando, le digo que bárbaro, que vinieron unas amigas que no veía hace años, por eso la demora, pero que ya estaba saliendo.
-No seas tonta, seguro deben tener un millón de cosas para contarse, solo llamaba para avisarte que acá estamos diez puntos, que no te necesitamos para nada- bromea mi marido.
-No seas malo que me siento pésima por dejarlos solitos en Navidad- le digo mientras el vigilante me muerde despacito uno de los pezones.
-Mañana vamos a estar todo el día juntos, así que pasala bien ahora que podés- me insiste.
-Gracias, te amo-
-Yo te amo más-
Le mando un beso y tras verificar la hora, casi las tres y media, le digo a Valentín:
-Mi marido acaba de darme permiso para que siga pasándola bien, así que...¿vamos por la revancha?- le pregunto agarrándole la pija y meneándosela, sintiendo todavía en su interior ese fragor único que solo los hombres poseen y por el cual las mujeres somos capaces hasta de abandonar a nuestra familia para disfrutarlo.
-Con vos Mary voy por la revancha, el repechaje, y hasta por el tiempo extra- me asegura dándome un beso largo y profundo, de esos que te estremecen hasta la última vértebra.
Le vuelvo a chupar la pija con esa actitud de actriz porno que no solo disfrutan ellos, sino yo también, haciéndole recuperar en cuestión de segundos la erección que había perdido tras esa primera descarga.
Esta vez yo misma le pongo el forro, y ahí mismo, en el piso de la oficina, con él tendido de espalda, me le subo encima, acomodándomela justo entre los labios de la concha. Apenas tengo que moverme para que me entre, volviendo a sentir ese delicioso bienestar que solo una pija puede proporcionar.
Valentín me agarra de la cintura y empieza a moverse desde abajo, haciéndome saltar con cada empuje.
-¡Ahhhhh..., ahhhhh..., ahhhhh...!- gimo y me estremezco con cada golpe de su pelvis.
Me inclino y lo beso en la boca, entrelazando mi lengua con la suya, dejando que esa renovada calentura se extienda por todo mi cuerpo, como un torbellino que arrasa todo a su paso.
Yo también me muevo, arriba, abajo, hacia los lados, salto y reboto, le refriego las tetas por la cara, entregándome por completo a ese polvo navideño que ambos compartimos.
"Navidad, navidad, dulce navidad..."
Entonces se me ocurre algo. Me levanto y agarrándolo de la mano, lo llevo a un costado, más precisamente hasta el escritorio de Camila, la turrita que había mirado con ganas al doctor Valetta cuando me pasó a buscar por la oficina.
-Vení, cogeme acá- le digo, sentándome en el borde del escritorio, abriéndome de piernas para recibirlo.
Con la pija bien parada viene hacía mí y me la mete, cogiéndome ahora sí con un ritmo feroz y desquiciado.
Cabe aclarar que el escritorio de Camila es el que más cerca está de la calle, pegado al vidrio que da a..., bueno, a una calle, por lo que volvíamos a estar expuestos. Sin embargo eso era lo que menos me importaba, quería gozar, echarme un polvo ahí donde trabajaba la pendeja, dejar impregnado en sus cosas el aroma de mi orgasmo.
-¡Dale, dale, dale...! ¡Más fuerte, dame más fuerte...!- le reclamo sintiendo ya en mis entrañas la inminencia del colapso.
Valentín no se guarda nada, me garcha con todo, sacudiéndome con tanto ímpetu que las cosas que hay sobre el escritorio se caen al suelo.
-¡Dale, dale, dale...!- lo vuelvo a apurar, al borde mismo de la explosión.
Soy la primera en llegar, mordiéndole bruscamente el hombro mientras me disuelvo entre sus brazos. En medio de la nebulosa del placer, levanto la cabeza y me encuentro con una parejita que desde el otro lado del vidrio nos observan interesados. No le digo nada a Valentín, espero que él también acabe y recién entonces, tras un jugoso y apasionado chupón, le señalo a nuestros ocasionales espectadores. Al verlos trata de hacerse a un lado, pero lo retengo, aprisionándolo entre mis piernas. La parejita le sonríe y el chico le hace una seña con el pulgar en alto.
-¡Shhhh..., no pasa nada, acabá tranquilo!- le susurro al oído, sintiendo como la violencia de sus lechazos pone a prueba la resistencia del látex.
Cuando miro de nuevo, la parejita ya no está, seguro pensaron que lo mejor era dejarnos solos, o quizás se calentaron viéndonos y se fueron a un telo. Como sea, Valentín se queda bien metido en mí, vaciándose gota a gota, besándome como si quisiera capturar con sus labios ese momento y saborearlo después, para cuando el sueño llegue a su fin.
-Mary yo..., no sé como agradecerte esto, ni se me ocurre que decirte- me expresa luego, mientras nos vestimos, alejados ya de los vidrios.
-No hace falta que digas nada, solo ayudame con el cierre- le digo subiéndome el vestido y dándome la vuelta, levantándome el pelo para que haga lo mismo que hizo mi marido esa misma tarde.
-Uy, que tarde se hizo- digo mirando la hora en mi celular.
Ya casi son las cinco.
-¿No vas a tener problemas?- se preocupa Valentín acompañándome hasta el auto.
-Mi marido me dio permiso, ¿no te acordás?- le sonrío con picardía.
-Mary, sos increíble-
Nos besamos por última vez y me subo al coche, saludándolo con la mano a través de la ventanilla mientras me voy alejando.
Llego a la casa de mis viejos justo para la habitual mateada de los domingos, la cual no se suspende ni siquiera por navidad.
-¿Y, que tal la reunión con las chicas?- me pregunta mi papá tendiéndome un amargo.
-Ya te imaginarás, mucha nostalgia y ganas de tener 17 de nuevo- le contesto, devolviéndole el mate y corriendo a ver a mi hijo.
Siempre que vamos a San Justo ocupamos el que era mi cuarto de soltera, así que hacia allá me dirijo, para encontrar al Ro durmiendo como un angelito.
-El no te extrañó, pero yo te extrañé horrores- me dice mi marido apareciendo de repente y apoyándome por atrás.
-¿Es eso lo que creo?- le pregunto frotándome contra su cuerpo para sentir con mayor nitidez una bien proporcionada erección.
-Vos con tus amigas y yo acá con ganas de reventarte unos cuantos cuetes- me confirma.
-¡Mmmm! ¿Unos cuantos?- me estremezco, acurrucándome aún más contra aquello que vibra y late.
-No prometo nada, pero más de uno seguro-
Sí, ya sé, acabo de estar con el vigilante de mi trabajo, pero no puedo dejarlo así a mi marido. Soy su esposa y como tal hay necesidades que debo satisfacer. Además, ¿que puede llegar a pensar si tras estar fuera casi toda la noche le dijera que no tengo ganas de hacer el amor? Mejor evitar cualquier atisbo de sospecha, así que lo tomo de la mano y me voy con él al cuarto de mi hermano mayor que ya está vacío, ya que salieron apenas después del brindis para pasar el resto de los festejos con la familia de su esposa.
Y sí, me echó más de uno, aunque si soy sincera, los del vigilante estuvieron mejor. No sé por qué será pero el sexo de trampa siempre es mejor. Mucho mejor...
15 comentarios - Noche de paz, noche de amor, noche de polvo...
-¡Ahhhhh..., ahhhhh..., ahhhhh...!- gimo y me estremezco con cada golpe de su pelvis"[/i]
Que "noche buena" le hiciste pasar al vigilante Mary, eres la mejor Mamá Noel, muy bondadosa!!
Pero tu marido se merece una estatua, por lo amoroso y buena onda que es, y que te permite todo, es un santo el hombre, con razón lo amas tanto...jajaja
Buenisimo relato como siempre querida...FELICITACIONES!! +10
Besos
LEO
Que ganas de ponerle al palo, Marita!
+ 10 como siempre.