Siento la ropa en mi cuerpo y me transporta… La suavidad de las medias cubriendo mis piernas, la silicona del borde apretando suave y delicadamente la parte superior de mis muslos, casi sobre mi bajo vientre, cerca de mi sexo, me excita como si me estuvieran tomando de las piernas para penetrarme. Entre mis nalgas, la presión de la tanga que se mete en la profundidad de mi cola, para subir por mi sexo y cubrirlo con un pudor leve acentúa la sensación que me erotiza. Sé que solo yo la siento, que nadie me ve, porque mi pollera cubre todo ese éxtasis, pero a su vez, siento el aire que penetra por debajo de ella, para acariciar mis rincones más íntimos y la excitación aumenta. Mi sexo, de varón, se eriza, por eso debo cruzar las piernas para contenerlo, para que nadie lo note. Suelo esconderlo hacia abajo, hacia mis huecos deseables, aunque él intenta de todas maneras hacerse notar. Es una lucha delicada, sensual, pecaminosa… Me vuelve loca de placer.
El corpiño me abraza. Las tiras sobre mis hombros y alrededor de la espalda me recuerdan que ahora, mi figura se ve como la de una mujer. Tiene push up, por eso no hace falta que lo haga más notable ni voluminoso; no soy pechugona, más bien soy tímida y delicada. La camisa que cierra sus botones delante de mi corpiño, deja ver, insinuante, algo de él, para que los chicos sueñen. Adoro hacerlos soñar. El abrazo del corpiño y la tanga penetrando mi intimidad me vuelven loca, muy loca. Camino para sentir la tanga entre mis piernas y mi cola, con la pollera que me hace sentir que nada hay debajo de mí, como si estuviera desnuda. Mi pelo, largo y artificial, cae sobre los hombros y se posa con suavidad sobre mis pechos, inventados gracias al abrazo de mi corpiño. Mis pies se esconden dentro de los zapatos de taco alto y fino. Siento el ruido de los tacos al caminar; sé que mis pasos llaman la atención a los chicos, les anuncia que viene caminando una dama y, seguramente, algunos se darán vuelta a mirarme. Me siento femenina, sensual, adorada. Entonces, salgo a la calle quedar expuesta ante los ojos varoniles de aquellos que quieran tenerme.
Es de día; mejor, así el sol me muestra ante ellos con total claridad. Bajo las escaleras caminando con la delicadeza de una gata en celo. Mi piel se estremece. Mis ojos observan a todos, ya en la calle, mientras a mi paso, los tacos anuncian que una dama se aproxima. Siento pudor y miedo, pero eso mismo me excita. Mi cuerpo se estremece. Sé que mi sexo de varón otra vez puja por hacerse ver; entonces, intento una suerte de movimientos que, a pesar de que son para esconderlo, terminan siendo sensuales y provocadores. Camino hasta la esquina y doblo hacia la avenida. En la calle, la gente anda despreocupada y sin pensar en los demás, los que también caminan por ahí, hasta que los ojos de ellos me ven. Al principio, son ojos de asombro; un tipo vestido de mina y a plena luz del día parece raro. Después, la mirada cambia y se transforma en curiosa. Quieren verme, quieren saber más de mí. Los siento; es como si me desnudaran, me dejaran parada en medio de la calle sin ropa, me exponen a sus ojos. Entonces la excitación va creciendo y, cuando paso por al lado de ellos, giran la cabeza para acompañarme. Me observan de atrás; quieren saber su mi cola es redonda y sensual. Se las muestro contorneando la cadera al caminar. Quiero que la imaginen, quiero que fantaseen con lo que llevo debajo de mi pollera. Quiero que en sus mentes se dibuje mi tanga finita, metida entre las nalgas.
Camino entre la gente en medio de una avenida muy concurrida. Las mujeres también me miran. Me siento una de ellas aunque no lo soy; me gusta fantasear que somos iguales. Me siento como tal. Las observo. Ellas también tienen una tanga que las penetra entre las nalgas y entre las piernas, los elásticos de la bombacha también las acerician, igual que a mí. Comprendo su excitación. Sé lo que sienten con el roce de la lycra al caminar; elles y yo lo sentimos. Somos diosas, sensuales, deseadas. A ellas las miran y a mí, también. A todas nos miran, nos quieren tener, nos quieren desnudar, nos quieren poseer.
El sol me ilumina la cara. Soy libre. Soy mujer. Al menos por éste instante, soy una dama.
El corpiño me abraza. Las tiras sobre mis hombros y alrededor de la espalda me recuerdan que ahora, mi figura se ve como la de una mujer. Tiene push up, por eso no hace falta que lo haga más notable ni voluminoso; no soy pechugona, más bien soy tímida y delicada. La camisa que cierra sus botones delante de mi corpiño, deja ver, insinuante, algo de él, para que los chicos sueñen. Adoro hacerlos soñar. El abrazo del corpiño y la tanga penetrando mi intimidad me vuelven loca, muy loca. Camino para sentir la tanga entre mis piernas y mi cola, con la pollera que me hace sentir que nada hay debajo de mí, como si estuviera desnuda. Mi pelo, largo y artificial, cae sobre los hombros y se posa con suavidad sobre mis pechos, inventados gracias al abrazo de mi corpiño. Mis pies se esconden dentro de los zapatos de taco alto y fino. Siento el ruido de los tacos al caminar; sé que mis pasos llaman la atención a los chicos, les anuncia que viene caminando una dama y, seguramente, algunos se darán vuelta a mirarme. Me siento femenina, sensual, adorada. Entonces, salgo a la calle quedar expuesta ante los ojos varoniles de aquellos que quieran tenerme.
Es de día; mejor, así el sol me muestra ante ellos con total claridad. Bajo las escaleras caminando con la delicadeza de una gata en celo. Mi piel se estremece. Mis ojos observan a todos, ya en la calle, mientras a mi paso, los tacos anuncian que una dama se aproxima. Siento pudor y miedo, pero eso mismo me excita. Mi cuerpo se estremece. Sé que mi sexo de varón otra vez puja por hacerse ver; entonces, intento una suerte de movimientos que, a pesar de que son para esconderlo, terminan siendo sensuales y provocadores. Camino hasta la esquina y doblo hacia la avenida. En la calle, la gente anda despreocupada y sin pensar en los demás, los que también caminan por ahí, hasta que los ojos de ellos me ven. Al principio, son ojos de asombro; un tipo vestido de mina y a plena luz del día parece raro. Después, la mirada cambia y se transforma en curiosa. Quieren verme, quieren saber más de mí. Los siento; es como si me desnudaran, me dejaran parada en medio de la calle sin ropa, me exponen a sus ojos. Entonces la excitación va creciendo y, cuando paso por al lado de ellos, giran la cabeza para acompañarme. Me observan de atrás; quieren saber su mi cola es redonda y sensual. Se las muestro contorneando la cadera al caminar. Quiero que la imaginen, quiero que fantaseen con lo que llevo debajo de mi pollera. Quiero que en sus mentes se dibuje mi tanga finita, metida entre las nalgas.
Camino entre la gente en medio de una avenida muy concurrida. Las mujeres también me miran. Me siento una de ellas aunque no lo soy; me gusta fantasear que somos iguales. Me siento como tal. Las observo. Ellas también tienen una tanga que las penetra entre las nalgas y entre las piernas, los elásticos de la bombacha también las acerician, igual que a mí. Comprendo su excitación. Sé lo que sienten con el roce de la lycra al caminar; elles y yo lo sentimos. Somos diosas, sensuales, deseadas. A ellas las miran y a mí, también. A todas nos miran, nos quieren tener, nos quieren desnudar, nos quieren poseer.
El sol me ilumina la cara. Soy libre. Soy mujer. Al menos por éste instante, soy una dama.
3 comentarios - Femenina
Una delicia, muy bien relatado el sentimiento cross ❤️
Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos.