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La espera

Mi piel se estremece. Los latidos de mi corazón se aceleran. Todo va a volver a ser lo que fue; otra vez la noche nos va a cobijar con un manto de complicidad romántica, otra vez te vas a alegrar de verme así, como soy, toda tuya, de pies a cabeza, así como más te gusto. Otra vez voy a escuchar los latidos de tu corazón cuando descanse, exhausta de amor y placer, sobre tu pecho. Otra vez vuelve a nacer el secreto compartido, la complicidad de nuestra aventura íntima, esa que solo tú y yo conocemos y disfrutamos, esa que tanta ansiedad nos genera… Otro miércoles que me parte a la mitad, me divide, me transforma en esa mujer que me hacés sentir y que, sin dudas, me gusta ser para vos.

Despacio, casi como con arte, me visto. Elijo la ropa interior, pensando cuál de mis prendas voy a enseñarte ésta noche. Veo en mi mente tu rostro de fascinación al mirarme desnuda y me estremezco. Sé que voy a volver a conquistarte, como todos los miércoles. Debo ser detallista, cuidadosa, elijo la ropa íntima que vas a quitarme con suavidad, pero con esa fuerza masculina que me inunda, que me sumerge en las aguas más profundas de mi ansiedad, que me hace sentir en la piel todo ese deseo que me enloquece cuando me abrazás, me envolvés en tus brazos y yo, chiquitita, pequeña, sumisa, reposo en ellos y me siento cuidada, protegida, amada. Mientras subo las medias, pienso en tus dedos quitándomelas. Mientras cierro mi corpiño, recuerdo tus manos abrazándome para desabrochármelo. Cae sobre mí la tela del vestido, como una caricia a la piel, como si estuvieras vos conmigo, vistiéndome para desvestirme. El vestido se acomoda a mis caderas, cubriendo ese cuerpo que no concuerda con mi género, pero que igualmente ambos disfrutamos, porque es nuestro. Me miro al espejo, me observo. ¿Estoy lo suficientemente bonita? ¿Estoy tan linda como a él le gusta verme? Muevo la cintura para redondear más mis caderas. Sé que te encantan, que las disfrutás, que las amás. Son tuyas, has con ellas lo que quieras. Soy tuya; me entrego a tus brazos, a tus manos, a tu sexo, a la rigidez de tu fuerza masculina, tan penetrante como la fuerza de mil caballos corriendo salvajes por la pradera. Te siento dentro de mí y me estremezco; no quiero que te vayas, quiero que te quedes dentro de mi cuerpo para siempre.

Atravieso la zona peligrosa; nadie puede verme vestido así. Debo cubrirme, ponerme esos viejos pantalones gastados, esa remera grande que me hace ver tan desalineado, esas zapatillas enormes… No importa, apenas haya cruzado el pasillo de la casa de pensión, los demás inquilinos serán un recuerdo y ya nada me detendrá en la carrera a tus brazos.

La espera me mata. Me paseo impaciente de un lado a otro, en aquella esquina que los dos conocemos bien. Son las nueve. Ya debés estar cerca. Mi ser te llama, necesito sacarme toda esa ropa que me molesta y quiero brillar para vos, que me veas vestida así, como me he pensado para deslumbrarte. Entonces, el semáforo pone luz verde a nuestro encuentro. Te detenés justo delante de mí. Me mirás cómplice. Te sonrío. Me abrís la puerta; todo un caballero. Me seducís desde que llegás. Hacés que te desee desde que te doy el beso de bienvenida. Acelerás y subís a la autopista. Por fin me saco esos pantalones y esa remera, para acomodarme el vestido y calzarme las sandalias de taco fino que tanto te gustan. El cabello cae sobre mis hombros, mientras me lo acomodo en tu espejo retrovisor. Tu mirada me acompaña, me contempla, me desnuda. Te miro y te sonrío. Me observás fascinado. Amo cuando lo hacés. La autopista es nuestra. Soy tuya desde éste momento en que voy a tu lado, desde éste momento en que me llevás donde querés llevarme y yo me dejo llevar. La Luna brilla para nosotros. Las estrellas parpadean contentas. Mi corazón tintinea con el roce de tu mano sobre mi rodilla; te impacienta llegar, lo sé y me gusta. Me relajo; me dejo ir en tu mirada…

Llegamos. Bajás la ventanilla y el tipo me ve. Vos, orgulloso, me exponés a la vista de aquel hombre, para que envidie la mujer que lleva su cliente en el auto. Seguro y satisfecho, te dirigís al estacionamiento. Descendemos. Camino sobre mis tacos con sensualidad, como sé que a vos te excita verme. Me abrís la puerta de la habitación; otra vez, caballero. Todo sucede de repente. El lugar se convierte en nuestro planeta. La luz está de más, pero es bueno mirarse. Suave como tus manos sobre mis caderas, nos ilumina con sensualidad. Recorro tu cuerpo con mis manos y vos recorrés mi cuerpo con tu boca. Nos hundimos en un mar de deseo, en las aguas de la intimidad más húmeda que hayamos tenido memoria. Tu virilidad se erige ante mí, con tenacidad. Me arrodillo ante ella. Lo demás ya lo sabés, no puedo contártelo. Solo puedo escuchar tu voz gimiendo de placer y yo, arrodillada delante de ti, disfrutando de dártelo. Entonces, impaciente, me tomás de los brazos y me arrojás a la cama. Me tomás y me movés, me das vuelta, me subís, me bajás, me llevás como querés. Me hacés sentir lo masculino de tu ser y me hacés sentir lo femenino del mío. Entonces, otra vez, los recuerdos de la semana anterior se me hacen carne en la piel. Te siento entrar en mí, te siento llegar hasta mi corazón y me haces tuya de nuevo. Te disfruto, disfruto y me entrego a tu amor, a tus brazos, a tu…

La noche se transforma en movimiento. Un movimiento acompasado, un ida y vuelta, un sube y baja. Todo gira alrededor, los espejos nos miran, las luces nos cubren con sensualidad y nuestros cuerpos, unidos, estrechados, encajados, se estremecen una vez más. Entonces tu voz me hace sentir que estás allá arriba del placer. Siento tu latir en mí y me excita de tal manera que me descontrola; enloquezco, vas a lograrlo otra vez, vas a llevarme allá arriba con voz, vamos a subir hasta lo más alto juntos para caer rápida y vertiginosamente hasta lo profundo del colchón.

Tu corazón late debajo de mi mano. Me gusta jugar con el vello de tu pecho y me gusta que me abraces la cintura. Nuestra es la noche, pero todo llega, lamentablemente, a su fin. Otra vez bajas la ventanilla orgulloso de la dama que te acompaña y me exhibís. De nuevo sobre la autopista, debo volver a las zapatillas y a ese viejo y horrible pantalón. Me resisto, pero sé que lo inexorable llega tarde o temprano.

Otra vez en casa. De nuevo me quito la ropa que me encanta para ponerme la otra, la de hombre. Agotado, me dejo caer sobre mi cama vacía y fría. Otra vez, la larga semana nos tortura. Otra vez, la espera comienza.

3 comentarios - La espera

IncuboBuer
es muy bueno. por momentos una poesia erotica y por otros un relato. no tiene que llamarte la atencion que nadie haya comentado o dejado puntos, el relato es complejo y bien estructurado, y la pagina muy basica. segui asi. una obviedad decir que escribis muy bien. (te iba a dejar puntos pero ya me los gaste hoy en fotos de culos, lo basico del sitio que suma puntos y comentarios) saludos.
Tsukuru
Buenísimo, exuda erotismo por todos lados!