El depto del profesor es un dos ambientes pequeño aunque confortable. Se notaba que vivía solo, ya que en todo se hacía evidente la falta de una mano femenina. Los adornos, el mobiliario, todo era muy tosco y casi sin contraste. Muy gentilmente me invito a sentarme mientras él preparaba un par de tragos. Deje la cartera en uno de los sillones, me saque el saco y me senté. Casi de inmediato volvió de la cocina con un par de vasos que contenían un licor especialmente fabricado, según él, en la campiña española, de donde son originarios sus ancestros.
-¿Otro brindis?- me dijo.
-Otro brindis- acepté.
Chocamos los vasos y bebimos, mirándonos en todo momento a los ojos, como tratando de adivinar lo que pensaba el otro.
-¿Algo de música?- preguntó.
-No estaría mal- asentí.
-Ahí está el equipo- me dijo señalando la parte inferior de un mueble.
Le di mi vaso para que lo sostuviera, me levanté y fui hacia el equipo de audio. En todo momento, mientras caminaba, podía sentir sus ojos en mí. Sintonicé una radio y comencé a moverme al ritmo de la música. Bailaba dándole la espalda, por lo que mi cola estaba en todo momento moviéndose frente a sus ojos. Tras un momento, giré y fui hacia él, le tendí mis manos y le dije:
-¿Baila profe?-
No se negó, dejo los vasos sobre la mesa ratona que tenía enfrente y se levantó, aunque se trataba de un tema que se debe bailar separados, estreché sus manos con las mías, y comenzamos a movernos muy juntos, demasiado diría yo, los ojos de uno fijos en los ojos del otro.
-Profesor, quiero decirle algo- le dije entonces casi en un susurro.
-¿Sí? ¿Qué?-
Hice una incitante pausa, acercándome aún más a él, y entonces le dije:
-Quiero pasar la noche con usted-
Medio que se sorprendió, no sé lo que se esperaba, pero como que lo agarré medio desprevenido. Igualmente no lo deje decir ni que sí ni que no, ya que enseguida acerque mi boca a la suya y deslicé mi lengua por sobre sus labios.
-¿Alguna vez se cogió a una ex alumna, profe?- le pregunté entonces con un tonito por demás gatuno.
-Eh… no… nunca- carraspeó, quizás algo intimidado por mi actitud.
-Entonces esta va a ser la primera vez- le dije y lo bese.
Mejor dicho nos besamos, porque él también me retribuyó el beso.
-Yo tampoco nunca me cogí a un ex profesor- le dije en una pausa del beso –Que lindo que usted sea el primero- agregué y volvimos a besarnos con más fruición todavía.
Su barba me hacía cosquillas, pero aún así resultaba excitante estar besando a alguien mucho más grande en edad y que para colmo había sido tu profesor en el secundario. Lo usual en ese momento hubiera sido, tocársela por sobre el pantalón, pelársela y ahí mismo, en el medio del living, ponerme de rodillas y chupársela como de seguro hacia tiempo nadie se la chupaba. Pero no… desde que me acerque a saludarlo en el patio del colegio sentí que aquella podía ser una noche especial. Además el profesor no parecía ser de esos tipos calentones que van directamente al “me-hoyo” de la cuestión (como ustedes… jajaja), sino que parecía más del tipo romántico, de esos galanes maduros que van a una cita con una flor en el ojal… (No sé rían, seguro pensaron con una flor en el ojete… jajaja). Tenía miedo de intimidarlo si lo avanzaba más de lo que ya lo había hecho. Así que seguí bailando, besándolo por momentos, esperando que él se decidiera a llevarme a la cama. Entonces me dijo:
-Giselle… no sé si esto está bien… yo… fui tu profesor, tengo edad para ser tu padre…-
Lo silencié apoyando el dedo índice sobre sus labios.
-Yo quiero estar acá, profe, no hay nada de malo, es algo que deseo- le dije y lo volví a besar, ahora más profundamente, estrechándome aún más contra él, haciéndole sentir la desbordante pasión de mi cuerpo.
Entonces ya no lo dudó, apagó la música, me tomó de la mano y me llevo a su habitación. Yo, mansamente, me deje llevar. Entramos, encendió tan solo la tenue luz de un velador y acercándose ahora él a mí, me plantó un beso que revelaba en su intensidad toda la calentura que mi presencia le incitaba. Ahora sí, ya sin retención alguna, comencé a deslizar mi mano por sobre su entrepierna, sintiendo una erección no demasiado considerable. Acostumbrada a acariciar bultos monumentales, el del profesor no parecía ser nada fuera de lo común, así todo el morbo de aquel momento me ponía en un estado de calentura imposible de disimular. De a poco nos fuimos acomodando en la cama, primero nos sentamos y luego nos recostamos, sin dejar de besarnos, ni de acariciarnos, respirando cada vez más agitadamente. Fue en ese momento que me tocó por primera vez los pechos, a través de la ropa, tímidamente, como no atreviéndose todavía a cruzar esa línea que todavía nos separaba. Para darle ánimo le agarre una mano y la aplaste contra mis pechos, para que los sintiera en plenitud. Entonces me giré sobre él, me le senté encima, aprisionando su cuerpo con mis piernas, y me saque la blusa por encima de la cabeza, quedando con un corpiño por los bordes del cual asomaba la carne de mis pechos. De nuevo le agarre las manos y las coloque sobre mis gomas, incitándolo a que me las tocara, a que me las amasara, a que me las sintiera, todo esto sin dejar de frotarme contra su pelvis. El profesor ya estaba todo encendido, por lo que sin demorarme más de lo necesario, me desprendí el corpiño y le ofrecí mis tetas en su condición natural, desnudas, palpitantes, con los pezones endurecidos a causa de la excitación. Ahora sí, me las tocó, amasó y aprisionó sin que mediara ningún obstáculo entre su piel y la mía.
-¡Gise… Gise…!- alcanzó a susurrar.
-¿Si Profe?- asentí, en mi absoluto rol de gata, entregándome por completo a sus entusiastas caricias.
No me contestó, pero ya sabía lo que quería, podía intuirlo. Así que corriéndome hacia un costado comencé a palparle el bulto de la entrepierna por sobre el pantalón, parecía que había crecido un poco, aunque no demasiado, igualmente estaba dispuesta a disfrutarla en exceso… (Ya lo saben, el tamaño es lo de menos). Le desabroché el pantalón, le bajé el cierre y metiendo una mano dentro de la bragueta, atrapé su pedazo aún con la tela del calzoncillo de por medio, se lo amasé, se lo apreté, sintiendo entre mis dedos esa fragorosa vibración que prometía ese placer tan anhelado. Despacio, sin apurarme, le fui sacando los zapatos, las medias, el pantalón, todo lo hacía con delicadeza, sin revelar todavía mi irrefrenable adicción por las pijas, ya habría tiempo para exponerme tal cual soy. Por un momento le seguí acariciando el bulto a través de su ropa interior, disfrutando ese mazacote de carne y nervios que respondía con leves sacudidas a mis incitantes caricias. Cuando le bajé el calzoncillo, la pija del profesor asomó inclinada hacia un costado, casi escondida entre su mata de pendejos, así que se la agarré y comencé a meneársela, sus exclamaciones de placer me hacían saber que le gustaba. Lentamente me fui inclinando hacia esa parte tan álgida de su cuerpo y comencé a besárselo a todo lo largo, pintándolo de saliva con la punta de mi lengua. Lo besé aquí y allá, llegando incluso hasta las bolas, con las cuales me entretuve un momento, oliéndolas y lamiéndolas, sintiendo en su interior esa caliente ebullición que tanto me incita y motiva. Subí con la lengüita por el sinuoso camino de sus venas, y al llegar a la cima, abrí la boca y, ante su atenta y excitada mirada, comencé a tragarme de a poco toda su pija. Primero me di el gusto con su glande, chupándolo, sorbiéndolo, saboreándolo en plenitud, para luego ir metiéndome un poco más y más dentro de la boca, y como no la tenía demasiada larga, pude cumplir con mi objetivo de devorársela por completo. Así, con toda la verga de mi ex profesor guardada en mi paladar, levanté la vista y le dediqué una mirada complacida, su rostro no solo evidenciaba sorpresa por el brutal pete que le estaba prodigando, sino también una total y absoluta satisfacción. En ese momento, sin soltársela, me sonreí, y comencé a deslizarme con mis labios a lo largo y a lo ancho de toda su virilidad, como si lo cogiera con mi boca, formando en mi paladar un espeso caldito de saliva y fluidos preseminales que se chorreaba por su tronco y por las comisuras de mis labios.
-¿Le gusta profe…? Esta materia no me la tomaban en la secu- le dije en cuanto me tomé un respiro, meneándosela firmemente.
-La hubieras aprobado con honores- se rió.
Me levanté de la cama y mientras él no me quitaba los ojos de encima, me saque la poca ropa que me quedaba. Él hizo lo mismo, despojándose de la camisa y una camiseta que tenía debajo. Me volví a echar a su lado y busqué su boca, aunque acababa de chupársela no me esquivó, nos besamos con avidez, tras lo cual comencé a bajar por su cuerpo, besándolo y lamiéndolo, mordiéndole las tetillas, lengüeteándole el ombligo, llegué a su pelvis pero no se la volví a chupar, sino que me levanté, me acomodé encima suyo, y sosteniendo con una mano su verga, me fui sentando despacito, guardándola toda en mi hambrienta conchita. Al sentirse por completo dentro mío, el profesor cerró los ojos y soltó un más que excitado suspiro.
-¡Profe… que rico se siente!- exclamé a la vez que recostaba y me acurrucaba sobre su cuerpo.
Movía suavecito mis caderas, haciendo que la pija entrara y saliera, proporcionándome esa inigualable dicha de sentirme bien cogida. El profesor podrá no ser un macho brutal al estilo de Pablo o el Negro, pero había algo en sus formas, en sus modos, que me excitaba terriblemente. Además… está bueno que de vez en cuando no te traten como una perra en celo. Las cogidas brutales están buenas, pero esto también lo estaba, suave, tierno, cariñoso, romántico, otra forma de alcanzar la misma meta… ni mejor, ni peor, solo distinto.
Volví a besarlo sin dejar de moverme, bebiéndome sus jadeos, sintiendo en todo mi cuerpo la emoción de ese momento. Casi sin haber hecho demasiado, llegué a mi primer polvo, me enderecé aún sobre él, eché la cabeza hacia atrás y arqueando la espalda, solté un largo y complacido suspiro.
-¡Si… siiii… siiiiiii…!- exclamé dejándome llevar por esa marejada de sensaciones que me hacían sentir a un paso de la Gloria.
Mientras disfrutaba intensamente, agarré sus manos y las coloqué sobre mis pechos, las apreté sobre mí, y seguí con mis movimientos, intensos, acelerados, bañándole la pija y los huevos con mis fluidos íntimos que chorreaban espesamente. La pija del profe seguía dura dentro de mí, caliente, palpitante, llenándome de satisfacción. Entonces sí, aunque lo había disfrutado, me parecía que al garche le faltaba un poco de ritmo y el mismo debía venir de mi parte, así que de a poco empecé a moverme, arriba y abajo, arrancándole ahora unos jadeos mucho más entusiastas. Ya bien entonada, me puse de cuclillas prácticamente y llegué a redoblar y hasta triplicar el ímpetu de mi cabalgata. Por las expresiones y gestos de mi ex profesor, se hacía evidente que estaba por llegar, incluso me lo dijo.
-¡Acabo… acabo…!- alcanzó a decir.
Aceleré un poquito más, a la vez que me metía la mano y me estimulaba yo misma el clítoris, para llegar con él.
-¡Ahh… ahhhh… ahhhhhhhhh…!- estalló al alcanzar el orgasmo.
Yo lo acompañe en medio de eufóricos y exaltados gemidos, a la vez que sentía su semen filtrándose por cada recodo de mi conchita. Me volví a derrumbar sobre su cuerpo, dejando que toda esa energía sexual fluyera por los canales habituales, entregándome en sus brazos a un disfrute distinto a los demás, aunque igual de intenso… o quizás más. Por primera vez en mucho tiempo sentía que no solo había cogido, sino que acababa de hacer el amor.
De a poco me fui saliendo de esa posición, y echándome de espalda en la cama, a su lado, le dije lo mucho que me había gustado.
-Esto… fue una locura- dijo llevándose una mano a la cabeza.
-Pero una locura linda, ¿no te parece?- le dije girándome hacia él para darle un beso en la mejilla.
-¡Una locura hermosa!- exclamó.
Como comprenderán, el profe es un señor mayor, por lo que de a poco, y entre mimos y caricias, se fue quedando dormido. Yo aproveche para darme una ducha y enviarle un mensaje a mi mamá para que no se preocupara. Luego me acosté a su lado, desnuda y también que quede dormida. Al otro día creo que tuve el despertar más maravilloso que recuerde. Nos despertamos casi al mismo tiempo, nos miramos y nos sonreímos.
-¡Gracias a Dios que no fue solo un sueño… jaja!- exclamó risueño.
-¿Cómo estás para un mañanero?- le pregunté, a la vez que le agarraba la pija y se la meneaba.
No hizo falta que me contestara, ya que se le puso dura al toque, así que de nuevo a chuparla y esta vez él encima de mí, entre mis muslos, metiendo y sacando toda esa verga que aunque no era demasiado prominente, me satisfacía en plenitud. Se movió unas cuantas veces, y entre plácidos suspiros volvió a llenarme la concha con su leche. Apenas acabó intentó salirse, pero lo retuve, aprisionándolo con mis piernas.
-¡Esperá… esperá un poquito… quiero sentirte…!- le dije en un susurro, con los ojos cerrados, ahogándome en placer.
Sin ganas de oponerse, se quedó ahí encerrado, descargando en mi interior hasta la última gota de semen.
Después de un mañanero nada mejor que un buen desayuno, así que mientras él se duchaba, fui a la cocina y preparé café con tostadas, llevándolo todo a la cama. Debo aclarar que todo esto lo hice sin ponerme nada encima, o sea, totalmente desnuda, por lo que cuando entre al dormitorio con la bandeja, los ojos se le abrieron como platos.
-¿Qué pasa?- le pregunté, depositando la bandeja sobre la cama y recostándome a un costado.
-Nada, es que… es la primera vez que me traen el desayuno a la cama…-
-¿En serio nunca te lo trajeron?- me sorprendí.
-Nunca, y menos así, tan… desvestida jajaja…- se rió.
-Bueno, siempre hay una primera vez, ¿azúcar o edulcorante?- le pregunté refiriéndome a lo que le ponía al café.
Desayunamos juntos en la cama, charlamos un montón, y luego a la tarde me llevo a casa. Aunque ninguno había dicho nada, sabíamos que íbamos a seguir viéndonos, por lo menos yo tenía ganas de volver a verlo pronto. Nos despedimos con un tibio saludo a lo lejos, ya que le daba vergüenza que lo vieran besando a una chica que podría ser su hija. Al llegar a casa me puse a revisar los mensajes del celu. Tenía varios, pero dos resultaban especiales, uno de Mario, el preceptor, preguntándome cuándo nos veríamos.
“Pronto”, le respondí, “yo también estoy ansiosa”.
El otro era de Mariano, alias Tripa, en el que me decía:
“Como te di negrita, y me encantó que te tragaras la leche, ¿cuándo vamos a un telo para tener más tiempo?”. Le respondí lo mismo que a Mario, por compromiso, en cambio lo siguiente lo hice porque lo sentía. Le mandé un mensaje a mi ex profesor. En el le decía:
“Gracias por una noche inolvidable…”.
-¿Otro brindis?- me dijo.
-Otro brindis- acepté.
Chocamos los vasos y bebimos, mirándonos en todo momento a los ojos, como tratando de adivinar lo que pensaba el otro.
-¿Algo de música?- preguntó.
-No estaría mal- asentí.
-Ahí está el equipo- me dijo señalando la parte inferior de un mueble.
Le di mi vaso para que lo sostuviera, me levanté y fui hacia el equipo de audio. En todo momento, mientras caminaba, podía sentir sus ojos en mí. Sintonicé una radio y comencé a moverme al ritmo de la música. Bailaba dándole la espalda, por lo que mi cola estaba en todo momento moviéndose frente a sus ojos. Tras un momento, giré y fui hacia él, le tendí mis manos y le dije:
-¿Baila profe?-
No se negó, dejo los vasos sobre la mesa ratona que tenía enfrente y se levantó, aunque se trataba de un tema que se debe bailar separados, estreché sus manos con las mías, y comenzamos a movernos muy juntos, demasiado diría yo, los ojos de uno fijos en los ojos del otro.
-Profesor, quiero decirle algo- le dije entonces casi en un susurro.
-¿Sí? ¿Qué?-
Hice una incitante pausa, acercándome aún más a él, y entonces le dije:
-Quiero pasar la noche con usted-
Medio que se sorprendió, no sé lo que se esperaba, pero como que lo agarré medio desprevenido. Igualmente no lo deje decir ni que sí ni que no, ya que enseguida acerque mi boca a la suya y deslicé mi lengua por sobre sus labios.
-¿Alguna vez se cogió a una ex alumna, profe?- le pregunté entonces con un tonito por demás gatuno.
-Eh… no… nunca- carraspeó, quizás algo intimidado por mi actitud.
-Entonces esta va a ser la primera vez- le dije y lo bese.
Mejor dicho nos besamos, porque él también me retribuyó el beso.
-Yo tampoco nunca me cogí a un ex profesor- le dije en una pausa del beso –Que lindo que usted sea el primero- agregué y volvimos a besarnos con más fruición todavía.
Su barba me hacía cosquillas, pero aún así resultaba excitante estar besando a alguien mucho más grande en edad y que para colmo había sido tu profesor en el secundario. Lo usual en ese momento hubiera sido, tocársela por sobre el pantalón, pelársela y ahí mismo, en el medio del living, ponerme de rodillas y chupársela como de seguro hacia tiempo nadie se la chupaba. Pero no… desde que me acerque a saludarlo en el patio del colegio sentí que aquella podía ser una noche especial. Además el profesor no parecía ser de esos tipos calentones que van directamente al “me-hoyo” de la cuestión (como ustedes… jajaja), sino que parecía más del tipo romántico, de esos galanes maduros que van a una cita con una flor en el ojal… (No sé rían, seguro pensaron con una flor en el ojete… jajaja). Tenía miedo de intimidarlo si lo avanzaba más de lo que ya lo había hecho. Así que seguí bailando, besándolo por momentos, esperando que él se decidiera a llevarme a la cama. Entonces me dijo:
-Giselle… no sé si esto está bien… yo… fui tu profesor, tengo edad para ser tu padre…-
Lo silencié apoyando el dedo índice sobre sus labios.
-Yo quiero estar acá, profe, no hay nada de malo, es algo que deseo- le dije y lo volví a besar, ahora más profundamente, estrechándome aún más contra él, haciéndole sentir la desbordante pasión de mi cuerpo.
Entonces ya no lo dudó, apagó la música, me tomó de la mano y me llevo a su habitación. Yo, mansamente, me deje llevar. Entramos, encendió tan solo la tenue luz de un velador y acercándose ahora él a mí, me plantó un beso que revelaba en su intensidad toda la calentura que mi presencia le incitaba. Ahora sí, ya sin retención alguna, comencé a deslizar mi mano por sobre su entrepierna, sintiendo una erección no demasiado considerable. Acostumbrada a acariciar bultos monumentales, el del profesor no parecía ser nada fuera de lo común, así todo el morbo de aquel momento me ponía en un estado de calentura imposible de disimular. De a poco nos fuimos acomodando en la cama, primero nos sentamos y luego nos recostamos, sin dejar de besarnos, ni de acariciarnos, respirando cada vez más agitadamente. Fue en ese momento que me tocó por primera vez los pechos, a través de la ropa, tímidamente, como no atreviéndose todavía a cruzar esa línea que todavía nos separaba. Para darle ánimo le agarre una mano y la aplaste contra mis pechos, para que los sintiera en plenitud. Entonces me giré sobre él, me le senté encima, aprisionando su cuerpo con mis piernas, y me saque la blusa por encima de la cabeza, quedando con un corpiño por los bordes del cual asomaba la carne de mis pechos. De nuevo le agarre las manos y las coloque sobre mis gomas, incitándolo a que me las tocara, a que me las amasara, a que me las sintiera, todo esto sin dejar de frotarme contra su pelvis. El profesor ya estaba todo encendido, por lo que sin demorarme más de lo necesario, me desprendí el corpiño y le ofrecí mis tetas en su condición natural, desnudas, palpitantes, con los pezones endurecidos a causa de la excitación. Ahora sí, me las tocó, amasó y aprisionó sin que mediara ningún obstáculo entre su piel y la mía.
-¡Gise… Gise…!- alcanzó a susurrar.
-¿Si Profe?- asentí, en mi absoluto rol de gata, entregándome por completo a sus entusiastas caricias.
No me contestó, pero ya sabía lo que quería, podía intuirlo. Así que corriéndome hacia un costado comencé a palparle el bulto de la entrepierna por sobre el pantalón, parecía que había crecido un poco, aunque no demasiado, igualmente estaba dispuesta a disfrutarla en exceso… (Ya lo saben, el tamaño es lo de menos). Le desabroché el pantalón, le bajé el cierre y metiendo una mano dentro de la bragueta, atrapé su pedazo aún con la tela del calzoncillo de por medio, se lo amasé, se lo apreté, sintiendo entre mis dedos esa fragorosa vibración que prometía ese placer tan anhelado. Despacio, sin apurarme, le fui sacando los zapatos, las medias, el pantalón, todo lo hacía con delicadeza, sin revelar todavía mi irrefrenable adicción por las pijas, ya habría tiempo para exponerme tal cual soy. Por un momento le seguí acariciando el bulto a través de su ropa interior, disfrutando ese mazacote de carne y nervios que respondía con leves sacudidas a mis incitantes caricias. Cuando le bajé el calzoncillo, la pija del profesor asomó inclinada hacia un costado, casi escondida entre su mata de pendejos, así que se la agarré y comencé a meneársela, sus exclamaciones de placer me hacían saber que le gustaba. Lentamente me fui inclinando hacia esa parte tan álgida de su cuerpo y comencé a besárselo a todo lo largo, pintándolo de saliva con la punta de mi lengua. Lo besé aquí y allá, llegando incluso hasta las bolas, con las cuales me entretuve un momento, oliéndolas y lamiéndolas, sintiendo en su interior esa caliente ebullición que tanto me incita y motiva. Subí con la lengüita por el sinuoso camino de sus venas, y al llegar a la cima, abrí la boca y, ante su atenta y excitada mirada, comencé a tragarme de a poco toda su pija. Primero me di el gusto con su glande, chupándolo, sorbiéndolo, saboreándolo en plenitud, para luego ir metiéndome un poco más y más dentro de la boca, y como no la tenía demasiada larga, pude cumplir con mi objetivo de devorársela por completo. Así, con toda la verga de mi ex profesor guardada en mi paladar, levanté la vista y le dediqué una mirada complacida, su rostro no solo evidenciaba sorpresa por el brutal pete que le estaba prodigando, sino también una total y absoluta satisfacción. En ese momento, sin soltársela, me sonreí, y comencé a deslizarme con mis labios a lo largo y a lo ancho de toda su virilidad, como si lo cogiera con mi boca, formando en mi paladar un espeso caldito de saliva y fluidos preseminales que se chorreaba por su tronco y por las comisuras de mis labios.
-¿Le gusta profe…? Esta materia no me la tomaban en la secu- le dije en cuanto me tomé un respiro, meneándosela firmemente.
-La hubieras aprobado con honores- se rió.
Me levanté de la cama y mientras él no me quitaba los ojos de encima, me saque la poca ropa que me quedaba. Él hizo lo mismo, despojándose de la camisa y una camiseta que tenía debajo. Me volví a echar a su lado y busqué su boca, aunque acababa de chupársela no me esquivó, nos besamos con avidez, tras lo cual comencé a bajar por su cuerpo, besándolo y lamiéndolo, mordiéndole las tetillas, lengüeteándole el ombligo, llegué a su pelvis pero no se la volví a chupar, sino que me levanté, me acomodé encima suyo, y sosteniendo con una mano su verga, me fui sentando despacito, guardándola toda en mi hambrienta conchita. Al sentirse por completo dentro mío, el profesor cerró los ojos y soltó un más que excitado suspiro.
-¡Profe… que rico se siente!- exclamé a la vez que recostaba y me acurrucaba sobre su cuerpo.
Movía suavecito mis caderas, haciendo que la pija entrara y saliera, proporcionándome esa inigualable dicha de sentirme bien cogida. El profesor podrá no ser un macho brutal al estilo de Pablo o el Negro, pero había algo en sus formas, en sus modos, que me excitaba terriblemente. Además… está bueno que de vez en cuando no te traten como una perra en celo. Las cogidas brutales están buenas, pero esto también lo estaba, suave, tierno, cariñoso, romántico, otra forma de alcanzar la misma meta… ni mejor, ni peor, solo distinto.
Volví a besarlo sin dejar de moverme, bebiéndome sus jadeos, sintiendo en todo mi cuerpo la emoción de ese momento. Casi sin haber hecho demasiado, llegué a mi primer polvo, me enderecé aún sobre él, eché la cabeza hacia atrás y arqueando la espalda, solté un largo y complacido suspiro.
-¡Si… siiii… siiiiiii…!- exclamé dejándome llevar por esa marejada de sensaciones que me hacían sentir a un paso de la Gloria.
Mientras disfrutaba intensamente, agarré sus manos y las coloqué sobre mis pechos, las apreté sobre mí, y seguí con mis movimientos, intensos, acelerados, bañándole la pija y los huevos con mis fluidos íntimos que chorreaban espesamente. La pija del profe seguía dura dentro de mí, caliente, palpitante, llenándome de satisfacción. Entonces sí, aunque lo había disfrutado, me parecía que al garche le faltaba un poco de ritmo y el mismo debía venir de mi parte, así que de a poco empecé a moverme, arriba y abajo, arrancándole ahora unos jadeos mucho más entusiastas. Ya bien entonada, me puse de cuclillas prácticamente y llegué a redoblar y hasta triplicar el ímpetu de mi cabalgata. Por las expresiones y gestos de mi ex profesor, se hacía evidente que estaba por llegar, incluso me lo dijo.
-¡Acabo… acabo…!- alcanzó a decir.
Aceleré un poquito más, a la vez que me metía la mano y me estimulaba yo misma el clítoris, para llegar con él.
-¡Ahh… ahhhh… ahhhhhhhhh…!- estalló al alcanzar el orgasmo.
Yo lo acompañe en medio de eufóricos y exaltados gemidos, a la vez que sentía su semen filtrándose por cada recodo de mi conchita. Me volví a derrumbar sobre su cuerpo, dejando que toda esa energía sexual fluyera por los canales habituales, entregándome en sus brazos a un disfrute distinto a los demás, aunque igual de intenso… o quizás más. Por primera vez en mucho tiempo sentía que no solo había cogido, sino que acababa de hacer el amor.
De a poco me fui saliendo de esa posición, y echándome de espalda en la cama, a su lado, le dije lo mucho que me había gustado.
-Esto… fue una locura- dijo llevándose una mano a la cabeza.
-Pero una locura linda, ¿no te parece?- le dije girándome hacia él para darle un beso en la mejilla.
-¡Una locura hermosa!- exclamó.
Como comprenderán, el profe es un señor mayor, por lo que de a poco, y entre mimos y caricias, se fue quedando dormido. Yo aproveche para darme una ducha y enviarle un mensaje a mi mamá para que no se preocupara. Luego me acosté a su lado, desnuda y también que quede dormida. Al otro día creo que tuve el despertar más maravilloso que recuerde. Nos despertamos casi al mismo tiempo, nos miramos y nos sonreímos.
-¡Gracias a Dios que no fue solo un sueño… jaja!- exclamó risueño.
-¿Cómo estás para un mañanero?- le pregunté, a la vez que le agarraba la pija y se la meneaba.
No hizo falta que me contestara, ya que se le puso dura al toque, así que de nuevo a chuparla y esta vez él encima de mí, entre mis muslos, metiendo y sacando toda esa verga que aunque no era demasiado prominente, me satisfacía en plenitud. Se movió unas cuantas veces, y entre plácidos suspiros volvió a llenarme la concha con su leche. Apenas acabó intentó salirse, pero lo retuve, aprisionándolo con mis piernas.
-¡Esperá… esperá un poquito… quiero sentirte…!- le dije en un susurro, con los ojos cerrados, ahogándome en placer.
Sin ganas de oponerse, se quedó ahí encerrado, descargando en mi interior hasta la última gota de semen.
Después de un mañanero nada mejor que un buen desayuno, así que mientras él se duchaba, fui a la cocina y preparé café con tostadas, llevándolo todo a la cama. Debo aclarar que todo esto lo hice sin ponerme nada encima, o sea, totalmente desnuda, por lo que cuando entre al dormitorio con la bandeja, los ojos se le abrieron como platos.
-¿Qué pasa?- le pregunté, depositando la bandeja sobre la cama y recostándome a un costado.
-Nada, es que… es la primera vez que me traen el desayuno a la cama…-
-¿En serio nunca te lo trajeron?- me sorprendí.
-Nunca, y menos así, tan… desvestida jajaja…- se rió.
-Bueno, siempre hay una primera vez, ¿azúcar o edulcorante?- le pregunté refiriéndome a lo que le ponía al café.
Desayunamos juntos en la cama, charlamos un montón, y luego a la tarde me llevo a casa. Aunque ninguno había dicho nada, sabíamos que íbamos a seguir viéndonos, por lo menos yo tenía ganas de volver a verlo pronto. Nos despedimos con un tibio saludo a lo lejos, ya que le daba vergüenza que lo vieran besando a una chica que podría ser su hija. Al llegar a casa me puse a revisar los mensajes del celu. Tenía varios, pero dos resultaban especiales, uno de Mario, el preceptor, preguntándome cuándo nos veríamos.
“Pronto”, le respondí, “yo también estoy ansiosa”.
El otro era de Mariano, alias Tripa, en el que me decía:
“Como te di negrita, y me encantó que te tragaras la leche, ¿cuándo vamos a un telo para tener más tiempo?”. Le respondí lo mismo que a Mario, por compromiso, en cambio lo siguiente lo hice porque lo sentía. Le mandé un mensaje a mi ex profesor. En el le decía:
“Gracias por una noche inolvidable…”.
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