Después de aquella tarde de sexo con L nuestros encuentros se hicieron más frecuentes. Comenzamos a plasmar una relación en la que dialogábamos mucho, compartíamos cosas, muchas veces yo servía de contención para sus problemas familiares y otras veces ella me aconsejaba sobre mis dificultades matrimoniales. Me gustaba estar con ella a pesar de su manía por no ser vistos, sus cuidados para estar a salvo de la vista de algún conocido, en ese tiempo jamás pudimos estar juntos en un lugar público, los encuentros siempre eran en su coche o en el mío buscando algún lugar alejado y discreto donde no ser descubiertos. Era en el interior de nuestros automóviles donde conversábamos en calma y nos trenzábamos en un festín de besos y caricias.
Ella siempre lucía impecable, su peinado de bucles brillantes cuidadosamente desprolijo le daba un toque juvenil, su cuerpo era menudo pero proporcionado, armonizaba en su pequeña talla toda la sensualidad posible en una mujer bella y elegante, su piel muy blanca, algunas arrugas comenzaban a dibujarse en su rostro, la cola firme, los pechos leves, el vientre trabajado en horas de gimnasio. Su mirada. Ojos marrones con un dejo de tristeza siempre presente pero que al poco de estar conmigo se encendían y buscaban ver bien profundo en mi interior.
Era una mujer sexualmente reprimida, sumisa en cierto sentido, había atravesado experiencias no deseadas, como tantas otras mujeres había sido acosada, maltratada, ignorada… por eso creo que conmigo encontraba algo parecido al amor, aunque ambos sabíamos que nuestro tiempo juntos era breve y tenía fecha de vencimiento, solamente nos quedaba vivir ese presente lo más intensamente posible.
Aquella tarde me pasó a buscar temprano, unos minutos después que terminara mi turno en la redacción. Recuerdo perfectamente que el día era luminoso y con el calor sereno de la primavera. Como siempre nos saludamos con un breve beso en el que nuestros labios se encontraban apenas un instante para prologar lo que vendría y como siempre puso en marcha el vehículo y manejó sin una hoja de ruta determinada. Esa tarde condujo hacia el norte de nuestra ciudad, evitando pasar por el centro, siempre manejaba rápido y nuestra charla tenía que ver con lo cotidiano, como una pareja que se pone al día después de una jornada de trabajo. Yo aprovechaba mi rol de acompañante acariciándola suavemente, a veces en su cuello otras veces en sus piernas. Aquel día vestía unos pantalones y una remera escotada así que mantuve mis caricias en su cuello y en sus hombros, con mucha suavidad, disfrutando del contacto con esa piel tan suave y observando como la tensión que siempre traía iba aflojando. Mientras guiaba su coche y hablaba conmigo yo prestaba atención solamente a sus labios finos, se movían al ritmo de sus palabras y brillaban con la humedad de su propia boca, claro que deseaba besarlos, fundir mi boca en la suya, sentir la sedosidad de esos labios en los míos, trenzar mi lengua con la suya en una danza erótica que fuera despertando todos nuestros sentidos.
Cuando ya estuvimos fuera de la ciudad dobló hacia la derecha cruzando las vías del ferrocarril, ingresó en una zona de productores hortícolas que terminaba en un bosque que tiene un circuito adoptado por muchos ciclistas especialmente los fines de semana y un camino que lleva al río.
Finalmente detuvo el coche bajo unos árboles y sin decirnos nada, simplemente con mirarnos a los ojos nos entregamos a ese beso apasionado que los dos esperábamos desde que subí a su auto. La abracé por la cintura, ella rodeo mi cuello con su brazos, aspiramos nuestro aliento y sumergimos nuestras lenguas en la boca de cada uno, busque su espalda por debajo de su remera apretando sus pechos contra mí, deslicé mi otra mano por su pierna acariciando su muslo, no dejábamos de besarnos, alguna breve interrupción para tomar aire y volver a lamer nuestras bocas, jadeábamos, fui besando su cara, su oreja, su cuello, estábamos anudados en un encuentro apasionado de besos y caricias, buscaba meter mi mano por debajo de su pantalón pero la posición en que estábamos sentados en su coche no me lo permitía, apenas podía apretar por encima de su ropa su cola, intuir el calor de su entrepierna… estaba besando su pecho mientras ella estiraba la cabeza hacia atrás cuando le dije bajemos.
Salimos del auto y caminamos tomados de la mano unos metros por el inicio de ese bosque, nos detuvimos a la sombra de un árbol y volvimos a besarnos con ganas, nuestros cuerpos pegados y ahora si con toda la libertad para que nuestras manos recorrieran la silueta del otro, levanté su remera, su corpiño y me dediqué a besar sus senos, lamer detenidamente sus pezones, con la punta de mi lengua haciendo círculos alrededor de ellos, despegarme un poco y besar la curva de sus tetas donde se juntan con el pecho, desprendí su pantalón para poder introducir mi mano, la fui deslizando suavemente por su vientre, la punta de mis dedos llegaron al comienzo de su concha, me detuve, palpé el inicio de esa hendidura mientras volvía a comer su boca, seguí bajando mi mano hasta que pude con mi palma palpar toda su entrepierna, era una sensación deliciosa… la palma de mi mano empezaba a mojarse con sus jugos vaginales y la punta de mis dedos rozaban sus culito, comencé a frotarla haciendo fuerza hacia arriba, ella gemía y abría levemente sus piernas, con sus manos sujetaba mi cola, de a ratos subía por mi espalda, mordía mi cuello, estábamos a punto de estallar en un orgasmo, allí, contra un árbol, a la luz del día, en el comienzo de un bosque lejos de la ciudad, jamás había sentido ese frenesí que aquel instante nos regalaba… besé sus labios una vez más, suspiré con cierta bravura y con mis manos bajé sus pantalones y su tanga hasta donde pude, ella desprendió mi pantalón, tomó con una de sus manos mi pija, la sobó un poco, la rodeó con sus dedos, la arrimó contra su sexo, comenzamos a frotarnos, la tomé por la cola y le levanté un poco, ella con sus manos guió mi miembro a su interior y allí contra ese árbol explotamos…
Ella siempre lucía impecable, su peinado de bucles brillantes cuidadosamente desprolijo le daba un toque juvenil, su cuerpo era menudo pero proporcionado, armonizaba en su pequeña talla toda la sensualidad posible en una mujer bella y elegante, su piel muy blanca, algunas arrugas comenzaban a dibujarse en su rostro, la cola firme, los pechos leves, el vientre trabajado en horas de gimnasio. Su mirada. Ojos marrones con un dejo de tristeza siempre presente pero que al poco de estar conmigo se encendían y buscaban ver bien profundo en mi interior.
Era una mujer sexualmente reprimida, sumisa en cierto sentido, había atravesado experiencias no deseadas, como tantas otras mujeres había sido acosada, maltratada, ignorada… por eso creo que conmigo encontraba algo parecido al amor, aunque ambos sabíamos que nuestro tiempo juntos era breve y tenía fecha de vencimiento, solamente nos quedaba vivir ese presente lo más intensamente posible.
Aquella tarde me pasó a buscar temprano, unos minutos después que terminara mi turno en la redacción. Recuerdo perfectamente que el día era luminoso y con el calor sereno de la primavera. Como siempre nos saludamos con un breve beso en el que nuestros labios se encontraban apenas un instante para prologar lo que vendría y como siempre puso en marcha el vehículo y manejó sin una hoja de ruta determinada. Esa tarde condujo hacia el norte de nuestra ciudad, evitando pasar por el centro, siempre manejaba rápido y nuestra charla tenía que ver con lo cotidiano, como una pareja que se pone al día después de una jornada de trabajo. Yo aprovechaba mi rol de acompañante acariciándola suavemente, a veces en su cuello otras veces en sus piernas. Aquel día vestía unos pantalones y una remera escotada así que mantuve mis caricias en su cuello y en sus hombros, con mucha suavidad, disfrutando del contacto con esa piel tan suave y observando como la tensión que siempre traía iba aflojando. Mientras guiaba su coche y hablaba conmigo yo prestaba atención solamente a sus labios finos, se movían al ritmo de sus palabras y brillaban con la humedad de su propia boca, claro que deseaba besarlos, fundir mi boca en la suya, sentir la sedosidad de esos labios en los míos, trenzar mi lengua con la suya en una danza erótica que fuera despertando todos nuestros sentidos.
Cuando ya estuvimos fuera de la ciudad dobló hacia la derecha cruzando las vías del ferrocarril, ingresó en una zona de productores hortícolas que terminaba en un bosque que tiene un circuito adoptado por muchos ciclistas especialmente los fines de semana y un camino que lleva al río.
Finalmente detuvo el coche bajo unos árboles y sin decirnos nada, simplemente con mirarnos a los ojos nos entregamos a ese beso apasionado que los dos esperábamos desde que subí a su auto. La abracé por la cintura, ella rodeo mi cuello con su brazos, aspiramos nuestro aliento y sumergimos nuestras lenguas en la boca de cada uno, busque su espalda por debajo de su remera apretando sus pechos contra mí, deslicé mi otra mano por su pierna acariciando su muslo, no dejábamos de besarnos, alguna breve interrupción para tomar aire y volver a lamer nuestras bocas, jadeábamos, fui besando su cara, su oreja, su cuello, estábamos anudados en un encuentro apasionado de besos y caricias, buscaba meter mi mano por debajo de su pantalón pero la posición en que estábamos sentados en su coche no me lo permitía, apenas podía apretar por encima de su ropa su cola, intuir el calor de su entrepierna… estaba besando su pecho mientras ella estiraba la cabeza hacia atrás cuando le dije bajemos.
Salimos del auto y caminamos tomados de la mano unos metros por el inicio de ese bosque, nos detuvimos a la sombra de un árbol y volvimos a besarnos con ganas, nuestros cuerpos pegados y ahora si con toda la libertad para que nuestras manos recorrieran la silueta del otro, levanté su remera, su corpiño y me dediqué a besar sus senos, lamer detenidamente sus pezones, con la punta de mi lengua haciendo círculos alrededor de ellos, despegarme un poco y besar la curva de sus tetas donde se juntan con el pecho, desprendí su pantalón para poder introducir mi mano, la fui deslizando suavemente por su vientre, la punta de mis dedos llegaron al comienzo de su concha, me detuve, palpé el inicio de esa hendidura mientras volvía a comer su boca, seguí bajando mi mano hasta que pude con mi palma palpar toda su entrepierna, era una sensación deliciosa… la palma de mi mano empezaba a mojarse con sus jugos vaginales y la punta de mis dedos rozaban sus culito, comencé a frotarla haciendo fuerza hacia arriba, ella gemía y abría levemente sus piernas, con sus manos sujetaba mi cola, de a ratos subía por mi espalda, mordía mi cuello, estábamos a punto de estallar en un orgasmo, allí, contra un árbol, a la luz del día, en el comienzo de un bosque lejos de la ciudad, jamás había sentido ese frenesí que aquel instante nos regalaba… besé sus labios una vez más, suspiré con cierta bravura y con mis manos bajé sus pantalones y su tanga hasta donde pude, ella desprendió mi pantalón, tomó con una de sus manos mi pija, la sobó un poco, la rodeó con sus dedos, la arrimó contra su sexo, comenzamos a frotarnos, la tomé por la cola y le levanté un poco, ella con sus manos guió mi miembro a su interior y allí contra ese árbol explotamos…
0 comentarios - Rememorando mi historia con L (el bosque)