Hola! hoy capitulo mas largo jeje, asi que espero les guste y dejen sus lindos comentarios que me motivan a seguir con ustedes!
MARA
—¿Qué fue lo que pasó? —alcancé a preguntar, pero nadie supo qué responderme, aunque para darle un primer vistazo, salía a la luz que alguien había maltratado a Daniela.
Tres guardias de la tribu, armados con lanzas y protectores de cuero se apresuraron a levantarla. Papá y una multitud de gente la trasladaron rápidamente con el curandero del pueblo, bajo la tormenta que no dejaba de soplar. El corto vestido que llevaba puesto ya estaba empapado. De repente sentí que me tocaban el culo y miré a Tamir.
—Quieto —le mascullé mientras seguía a mi hermana, que estaba despertando de su letargo.
Ya en la cama del curandero, este hombre, vestido con túnica, tatuajes y fetiches de hueso, empezó a aplicarles ungüento a cada una de las heridas de mi hermanastra. Papá, furioso, no dejaba de preguntarle qué le había pasado y si había visto a los atracadores.
—No los vi… yo… ¡ay! Duele.
Bárbara estaba allí, con los brazos cruzados debajo de sus inmensas tetas. A pesar del frío, ella estaba vestida sólo con una diminuta falda de cuero.
—Esto no quedará así. Les diré a los guardias que peinen la zona. Tenemos que asegurarnos de que el culpable no escape.
—Iré a ayudarles —dijo papá y salió a la tormenta.
Cuando todos se habían ido, y sólo estábamos Tamir y yo, me arrodillé junto a mi hermanastra. Tenía el ojo morado, la mejilla hinchada y algunos hematomas en las piernas y brazos. Me vio y sonrió.
—Estaré bien. Lo siento…
—Descuida. Debes descansar. Atraparemos a quien lo haya hecho, hermana.
—Gracias.
—Dejar que duerma —dijo el curandero. Tamir me tomó de la mano y salimos de la casa del curandero. Bajo la lluvia y el cielo negro, regresamos a su casa.
Anin, la mamá de Tamir, nos estaba esperando. Su esposo había acompañado a los guardias a tratar de localizar al atacante de mi hermana. Al vernos llegar, la mujer sonrió y se aproximó a abrazar a su hijo fuertemente. Apenada, vi como la polla semierecta de Tamir se presionaba contra la conchita de su mamá. No dije nada. Se hablaron en su idioma un momento y me miraron.
—Mara —dijo Anin — Tú… ¿te quedas a dormir?
—Pues… —miré la tormenta. No parecía amainar —. Sí, gracias.
—Dormirás conmigo —aseguró Tamir, y su mamá le pellizcó el cachete.
—Ella no es esposa tuya. Dormirá con tus hermanas.
Eso sí era un alivio. A pesar de que la polla de Tamir era deliciosa, que para tenerla dentro de mí hubiera compromiso… no era del todo alentador.
El cuarto de Andra y Nindy era muy cálido por una pequeña chimenea, cuya flama estaba encendida. Las dos hermanas estaban allí platicando algo en su idioma natal. Me sentí fuera de lugar durante un momento, y también algo apenada al ver a Andra, cuyas tetas increíbles, de pezones marrones y firmes, lucían incluso mejores que las mias y las de Daniela juntas. La mujer era pura sensualidad, con el pelo ondulado y algo alborotado y la piel bronceada. Me frunció las cejas cuando me vio y se fue a dormir. Su apabullante culo se movía firmemente tras sus pasos.
—Ella está —dijo Nin, buscando la palabra exacta —celosa.
—¿Por qué?
—Por mi hermano. A mí me gustaría que te cazaras con él. Muy buen hombre.
—Vaya que lo es —sonreí, recordando cómo Tamir me había ensartado la verga.
La niña me ofreció unos cobertores de piel y me hizo un espacio en su cama, que era amplia. Noté que olía muy dulce, como a vainilla.
—Duerme bien.
—Gracias, Nin.
— Tú hermana… ah… ponerse bien.
—Lo sé. Gracias por la hospitalidad.
Pero pese a todo no logré dormir plenamente. A mi lado, la niña ya parecía estar roncando suavemente, y no lejos de nuestra cama, en la otra, Andra estaba escribiendo algo con una mano, usando un pedazo de papel y una barrita de carbón. Al mismo tiempo, con la otra mano, se estaba pellizcando sus pequeños pezones. Me pareció como si se estuviera masturbando, aunque no del todo. De cualquier forma, verla así hizo que me sintiera algo excitada por el momento.
No tardó mucho para que ella apagara su vela y se enredara en sus sábanas.
Media hora después, cuando ya estaba por conciliar el sueño, Tamir entró silenciosamente al cuarto y me tocó la cara.
—Vamos.
—¿Qué?
—Nosotros… buscaremos al que golpear a tu hermana.
—¿Sabes quién es?
Asintió. Traía una vela en la mano. Su rostro estaba serio.
—¿Qué pasa? —preguntó Nin, despertándose y le farfulló algo a su hermano en su propia lengua. Él le contestó. Nin se exaltó un poco y miró a Andra.
—Ella no debe saber. Nosotros iremos.
—Está bien —le dije, y nos apresuramos los tres a salir de la casa.
Ya no llovía en lo absoluto. Por las prisas, la oscuridad y todo, ninguno de los dos se había puesto más ropa que una capa de piel para protegernos del frío. La hermana menor de Nin se quejaba de la hora. Debían de ser como las dos o tres de la mañana. A mí no me importaba eso. Quería encontrar al culpable.
—Es por aquí —dijo Tamir, guiándonos a las afueras de la aldea. Iba por delante, con no más luz que la de la luna y las estrellas. Detrás de mí, la pequeña Nin me tomó de la mano para no caerse.
—¿Cómo sabes quien lo hizo? —preguntó Nin.
—Yo sé. Investigué.
—¿De verdad? —dije.
—Sí. Si tu… te casas conmigo, Daniela se volverá mi cuñada. Yo protegerlas a las dos.
Miré a Nin. La niña me guiñó un ojo en medio de la oscuridad. Le gustaba la idea de que me casara con su hermano.
Llegamos hasta el interior de la selva, a una pequeña cueva que más bien era un túnel apenas grande.
—Está aquí dentro —dijo Tamir —. El malo se esconde aquí.
—Iré yo primero —Nin se puso a gatas y se introdujo por el estrecho pasadizo. Le seguí yo, y detrás estaba Tamir, cerrando la marcha para que nadie nos descubriera.
—¿No tienes miedo? —le pregunté a Nin. La pequeña hermana gateaba decidida dentro de la minúscula cueva.
—Me gusta explorar —respondió.
—De haber sabido que vendríamos aquí, no hubiéramos venido desnudos los tres —mascullé.
—No seas miedosa —comentó Nin, riendo un poco.
De repente se detuvo, yo choqué con su trasero y Tamir, con el mío, pero el muy cabrón aprovechó para deslizar su lengua por mi conchita.
— ¡Tamir! —le grité.
Nin nos miró por encima del hombro.
—¿Qué pasa?
—Me está lamiendo el coño.
Nin le dijo algo en su idioma natal, cosa que yo no entendí, pero por la fuerza de las palabras, supe que no era nada bueno. Al instante su hermano se separó y se disculpó.
—¿Qué le dijiste?
—Que le arrancaría la polla si seguía tocándote sin permiso. Por otro lado… huelo a carne asada. Alguien está aquí adentro.
—Entonces debemos seguir.
—Sí. Giremos por acá.
El sentido de orientación de Nin nos llevó más adentro de la cueva. Para tener 14 años, era más valiente que yo. Supuse que eso era porque tenía que haberse criado por aquí, en este clima hostil. Me hizo pensar si yo de verdad deseaba quedarme acá, con la aldea y su gente.
No muy tarde, llegamos hasta la salida de la cueva. Era una cámara subterránea, algo grande. Había una fogata en medio cuyo humo salía por un agujero que daba a la superficie. Restos de huesos masticados estaban tirados en un rincón, y al otro lado, se hallaba un hombre dormido sentado. Lo reconocí de inmediato. ¡El amigo de Tamir, el que me había cogido también!
—¡Oye! — gritó Nin, tomando rápidamente la lanza que estaba en la pared.
El joven se despertó con un brinco y se puso para atacar. Aun con el peligro, no perdí de vista la rica polla que colgaba de él. Pensaba en arrancársela con mis dientes en venganza de lo que hizo a mi hermana.
Empezó a gritar en su idioma natal. Tamir y Nin también hablaban y exclamaban. El muchacho, que se llamaba Aden, según recordé, agarró una piedra del suelo y se la tiró a Nin. La niña se hizo a un lado y chilló con miedo. En eso, Tamir, furioso por lo que le acababan de hacer a su hermanita, se abalanzó sobre el tipo e intercambiaron golpes. El sonido que hacían sus rostros al machacarse con sus puños era horrible.
Nin lloraba, yo la abracé. Por suerte la piedra no le había dado, pero el miedo nadie se lo quitaba. Su piel, además, estaba fría. Temí que se fuera a enfermar de pulmonía. Rápidamente nos acercamos al fuego. Del otro lado, los dos muchachos se insultaban y maldecían, e intercambiaban puñetazos y patadas. Eran buenos compatienes.
Tamir ya tenía moretones en la cara y le sangraba la nariz, pero Aden estaba peor, con el labio partido y no podía mover bien un brazo. No tardó mucho para que Tamir, más agil que él, lo derribara y lo sometiera con un cuchillo de piedra.
— ¡Tú lastimar a Daniela! —exclamó Tamir.
Aden le escupió en la cara. Tamir, furioso, quiso cortarle la garganta, pero yo intervine.
— ¡Alto! No lo mates. Tiene que pagar por lo que hizo.
Nin, liberándose de mi fuerte abrazo, agarró unas sogas de fibra vegetal y con mi ayuda, logramos amarrar de pies y manos al maldito cabrón. Él quedó al fin todo inmovil, gritando maldiciones en español y en su idioma natal.
— ¡Ella quería sexo! ¡Yo se lo di!
— ¡Cállate, perro asqueroso! — le grité.
Me acerqué despacio y le pateé en la costilla.
—¿Quieres una mujer? Bueno, enfermo cabrón. Pues aquí la tienes.
Les hice una señal a Nin y a Tamir. Ellos se apresuraron a tomar al chico. Tamir de los hombros y Nin de las piernas. Luego me incliné junto a él, y tomé su polla semiparada entre mis delgados dedos. Tamir sonrió. Miré a Nin. La niña asintió.
—Hazlo —dijo.
Y entonces me metí el miembro a la boca, pero no mamé. Simplemente lo mordí. Lo mordí con todas mis fuerzas. Aden empezó a gritar y a llorar. Gritó y lloró todavía más cuando, con mis manos, le exprimí los huevos. Nin se reía. Tamir también.
— ¡Por favor…! ¡no más! ¡no más! ¡Duele! —chilló, llorando como nenita.
Yo me detuve. Le había dejado una marca fea en el pene.
— Si vuelves a acercarte a mi hermana o a mí, te vamos a dejar peor.
—Entiendo… perdonar. Perdonar.
—Creo que entendió la lección —dijo Nin, feliz. Tamir asintió soberbiamente.
—Tú… eres increíble.
Tamir nos contó, después de entregar a su amigo al jefe de la aldea, que él ya tenía sospechas de quién había atacado a mi hermana. Después de todo Aden siempre se quedó con las ganas de probar el coñito de ella y cuando la vio allí sola en la tormenta, no dudó en someterla. Por fortuna Daniela se había defendido y el sujeto no logró hacerle nada sexual, pero la dejó malherida antes de irse a esconder.
Daniela iba a estar unos días en cama, descansando y curándose del shock que le produjo semejante ataque. El jefe de la aldea se entrevistó con mi padre para hacerle ver que aumentaría la seguridad y que el culpable sería debidamente castigado.
—¿Qué es lo que le harán? —le pregunté a Andra, la hermana mayor de Tamir. En ese momento estaba muy concentrada con unos pigmentos y dibujándole unas flores a Nindy en las piernas. Se acercaba otro festival para agradecer a los dioses por la lluvia, pues eran las primeras de la temporada y las necesitaban para sus cultivos y uso general.
—Lo matarán, seguramente.
—Lo echarán a los cocodrilos —añadió Nindy, con un guiño de sus ojos.
—Sí, y por culpa de tu hermana, Tamir está triste. Matarán a Aden.
—Pero él la atacó —berreé para defenderme. Nindy le dijo algo a su hermana, y esta se sonrojó de furia.
—Qué bueno que Bárbara se irá pronto —siguió molestando —. Todos ustedes y los que han venido, no hace más que causar problemas.
Fruncí las cejas, confundida. Nindy, poniéndose un poco de polvos en las mejillas, me explicó.
—Otras personas…. Eh… venir aquí antes que tú. Ellos nos… enseñan el español, y se van.
—Ah, ya entiendo. Con razón tienen unas costumbres tradicionales pero hablan bien nuestro idioma.
En esto hablábamos cuando entró Tamir. Su hermosa polla balanceándose flácida sin importar la mirada de tres mujeres frente a él. Andra, frunciendo las cejas, dejó a Nindy y le dijo algo a su hermano. Este le contestó con algo similar a un regaño, y luego los tres se pusieron a discutir. Al final tuvo que entrar Anin, la hermosa mamá, para calmarlos.
—Ay… está bien —protestó a regañadientes Tamir y se sentó en una silla de madera. Andra dejó de colorear las piernas de Nindy y se fue a arrodillar frente a la polla de su hermano. La tomó sin pena ni nada, y con una atención quirúrgica empezó a decorarle el pito con los pequeños pinceles. Poco a poco, y ante los contactos de Andra, la pija empezó a llenarse de sangre y se empezó a poner erecta. Esto hizo el trabajo de la hermana más fácil, sin inmutarse, resistiéndose a meterse el miembro a la boca.
—¿Para qué se decoran tanto? —le pregunté a Nindy, que se miraba los dibujos en los muslos. La niña no parecía convencida con el trabajo de su hermana.
—Costumbre. ¿Quieres que te haga unos a ti? —sugirió sonriendo
—Bueno, vale. Pero nada feo.
Me tumbé de espaldas, acostada, y dejé que Nindy dibujara en mí lo que quisiera.
Cuando ya estuve muy lista, los cuatro nos salimos de a casa y nos fuimos a la fiesta, que ya estaba empezando en el centro de la aldea. Familias enteras estaban allí, algunos desnudos, otros no, pero lucían impecables. La música provenía de instrumentos tribales y unas mujeres muy guapas bailaban alrededor de la inmensa fogata.
Tamir se sentó a mi lado y sin descaro empezó a chuparme una de las tetas. Nindy, a mi lado, le dio un golpe a su hermano en la cabeza y éste farfulló unas cuantas cosas en su idioma natal.
—Ya, ya. Es que quiere que le agradezca por lo que pasó ¿verdad? —le pregunté.
Tamir se rió apenado.
—¿Sabes? Está bien. Vamos.
—¿A dónde, Mara?
—De regreso a la casa, voy a darte tu recompensa por haberme ayudado —me giré hacia Nin, que estaba hablando animadamente con un amiguito suyo. En los ojos del muchachito se veía un interés amoroso por la hermana de Tamir —. Iré con tu hermano a la casa.
—Está bien.
Tomados de la mano, recorrimos el camino de vuelta a su hogar, y una vez allí, entramos a su habitación. Sin embargo el cuarto no estaba vacío. Su hermano mayor, llamado Len, estaba allí, tumbado, con la polla tiesa y una chica muy guapa tratando de meterse el grueso miembro a la boca. Cuando nos vio entrar, apenas se inmutó. La chica ni me prestó atención.
Tamir, con su cabello rizado bien peinado, me llevó hasta el otro extremo del cuarto y me tiró sobre el colchón. Me gustaba que me tratara así, con cierta rudeza. De inmediato me coloqué de perrita, ofreciéndole una bonita vista de mi culo. Él, sin perder tiempo, pegó la lengua a mi concha y empezó a lamer con muchas ganas los escasos jugos que ya había producido.
Mientras tanto, yo miraba el pene de Len, grande, grueso y adornado con dibujos, que ya se estaban deshaciendo por la saliva de la chica, cuya pequeña boca se abría mucho para tener el pene dentro. Esa imagen me hizo sentir muy mojada, y le entregué más jugos a Tamir, que correspondió hundiendo más su lengua entre mis carnes.
Miré por encima de mi hombro y me di la vuelta. No tardé nada en llevarme la verga a la boca y en mamar con mucha fuerza, para sentirme de nuevo viva y sonriente. A su vez quería impresionar al hermano mayor, que me observaba sin expresión desde donde estaba acostado. Por otro lado, mi pareja me penetraba la boca, me tomaba del cabello y hundía su verga hasta mi garganta, lo que me producía arcadas deliciosas y lágrimas en los ojos.
Len despachó a la chica que estaba con él, la cual, después de limpiarse la saliva de la boca, salió rápidamente, como si le dieran la chance de escapar. Luego de esto, le dijo a Tamir algunas cosas en su idioma. La cara cuadrada y fuerte de Len estaba sudando.
—Quiere unirse contigo —dijo Tamir.
—Bienvenido sea —le conté. Me empezaban a gustar mucho los tríos. Mi sonrisa debió de parecerle un indicativo a Len, porque sin mediar palabra, se acercó, pija en mano, y me la zampó en la boca. No estaba lista para eso, pero ante su irrupción, sólo me quedó abrir grande y cerrar los ojos. El hombre me tomó del pelo y empezó las estocadas dentro de mi garganta, cada vez más rápido, a medida que las embestidas en mi conchita por parte de Tamir iban en aumento. Estaba en la gloria, porque quería gritar pero no me lo permitían.
Deslicé la lengua por los grandes testículos de Len, mientras que Tamir buscaba la manera de meterme la verga por el culo. Yo no estaba lista porque nunca me daban por allí, así que le dije que no lo hiciera. Él, sintiéndose mal, volvió a zamparme por la vagina, aunque más fuerza, vengativo.
Cuando hube disfrutado de la deliciosa polla de su hermano, me eché sobre el colchó. El hermano ocupó el lugar. Sus fuertes brazos me levantaron las piernas. Las pusieron sobre sus hombros y entonces, con una fuerza increíble, me levantó. Me colgué de su cuello mientras su miembro me destrozaba la concha. Enredé los muslos en su cadera.
Tamir, detrás de mí, se acercó y de repente noté que otra pija se introducía en mi vagina. Grité de dolor cuando sentí que mis pliegues se estiraban para albergar tan deliciosas pollas. Len me cayó con un beso profundo.
—¡Me van a matar! —grité cuando despegué mi boca de la de él, pero a los hermanos no pareció importarles, porque cuando los tuve adentro, palpitando, empezaron a moverse rítmicamente.
Nunca había tenido una doble vaginal, pero era exquisita, deliciosa a más no poder. Dolorosa, sí, incómoda también, pero el placer, las olas de felicidad me estaban dando muchas ganas de correrme de una vez por todas.
— ¡Ay! ¡Ay! — gemí mientras me daba el orgasmo, y no por eso, los dos hombres dejaron de pujar dentro de mí. La saliva me escurría de la comisura de la boca. Estaba aprisionada entre los dos. Las piernas me flaqueaban pero los fuertes brazos de los hermanos me mantenían bien sujeta.
Luego de esto, Tamir me tomó para él. Me echó sobre la cama y se montó sobre mí, abriéndome bien las piernas. Ensartó su verga en mi concha y me puso de lado, en la posición de la cucharita. Len, con la verga tiesa, dejó su pija al alcance de mi boca y no tardé en tomarla y mamar de ella con mucha hambre. Quería sentir la leche de este hombre de inmediato.
Estaba caliente el falo, los dos que me penetraban por mis distintos agujeros. Mis tetas brincaban y el sudor nos envolvía a los tres. Follamos y follamos fuertemente, gimiendo los tres en profundo éxtasis. Me arrodillé entre mis dos amantes y me metí sus pijas a la boca para chuparlas a la vez. La de Len era más grande que la de Tamir, pero la de Tamir me cabía a la perfección. Mamé alternadamente y entonces los masturbé con fuerza. En ese momento, una descarga de leche, es decir, dos descargas de leche me llenaron la boca. Mientras que de Tamir salió un poco, los duros huevos de Len no dejaron de bombear y bombear un espeso líquido blanco que me resbaló por toda la boca. Yo reía a la vez que sentía el semen escurrirse hasta mis tetas, mojando mis pezones.
Después de esto, Len sacudió su polla y la limpió con mi cara. Le dijo algo a su hermano con absoluta seriedad, y éste le sonrió. Len me miró. Asintió con la cabeza y se fue. A mí el corazón todavía me latía fuerte.
Tamir, en su periodo refractario, se sentó, y yo me quedé allí, quieta, enlechada, y riéndome. Si casarme con él significaba convivir con su familia, y follar así… en serio que me quería quedar.
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jaja ¿qué les pareció la venganza de Mara? ese cabrón se lo merecía! qué opinan de la historia? cren que va por buen camino? les agradan los personajes o tienen alguna favorita?
MARA
—¿Qué fue lo que pasó? —alcancé a preguntar, pero nadie supo qué responderme, aunque para darle un primer vistazo, salía a la luz que alguien había maltratado a Daniela.
Tres guardias de la tribu, armados con lanzas y protectores de cuero se apresuraron a levantarla. Papá y una multitud de gente la trasladaron rápidamente con el curandero del pueblo, bajo la tormenta que no dejaba de soplar. El corto vestido que llevaba puesto ya estaba empapado. De repente sentí que me tocaban el culo y miré a Tamir.
—Quieto —le mascullé mientras seguía a mi hermana, que estaba despertando de su letargo.
Ya en la cama del curandero, este hombre, vestido con túnica, tatuajes y fetiches de hueso, empezó a aplicarles ungüento a cada una de las heridas de mi hermanastra. Papá, furioso, no dejaba de preguntarle qué le había pasado y si había visto a los atracadores.
—No los vi… yo… ¡ay! Duele.
Bárbara estaba allí, con los brazos cruzados debajo de sus inmensas tetas. A pesar del frío, ella estaba vestida sólo con una diminuta falda de cuero.
—Esto no quedará así. Les diré a los guardias que peinen la zona. Tenemos que asegurarnos de que el culpable no escape.
—Iré a ayudarles —dijo papá y salió a la tormenta.
Cuando todos se habían ido, y sólo estábamos Tamir y yo, me arrodillé junto a mi hermanastra. Tenía el ojo morado, la mejilla hinchada y algunos hematomas en las piernas y brazos. Me vio y sonrió.
—Estaré bien. Lo siento…
—Descuida. Debes descansar. Atraparemos a quien lo haya hecho, hermana.
—Gracias.
—Dejar que duerma —dijo el curandero. Tamir me tomó de la mano y salimos de la casa del curandero. Bajo la lluvia y el cielo negro, regresamos a su casa.
Anin, la mamá de Tamir, nos estaba esperando. Su esposo había acompañado a los guardias a tratar de localizar al atacante de mi hermana. Al vernos llegar, la mujer sonrió y se aproximó a abrazar a su hijo fuertemente. Apenada, vi como la polla semierecta de Tamir se presionaba contra la conchita de su mamá. No dije nada. Se hablaron en su idioma un momento y me miraron.
—Mara —dijo Anin — Tú… ¿te quedas a dormir?
—Pues… —miré la tormenta. No parecía amainar —. Sí, gracias.
—Dormirás conmigo —aseguró Tamir, y su mamá le pellizcó el cachete.
—Ella no es esposa tuya. Dormirá con tus hermanas.
Eso sí era un alivio. A pesar de que la polla de Tamir era deliciosa, que para tenerla dentro de mí hubiera compromiso… no era del todo alentador.
El cuarto de Andra y Nindy era muy cálido por una pequeña chimenea, cuya flama estaba encendida. Las dos hermanas estaban allí platicando algo en su idioma natal. Me sentí fuera de lugar durante un momento, y también algo apenada al ver a Andra, cuyas tetas increíbles, de pezones marrones y firmes, lucían incluso mejores que las mias y las de Daniela juntas. La mujer era pura sensualidad, con el pelo ondulado y algo alborotado y la piel bronceada. Me frunció las cejas cuando me vio y se fue a dormir. Su apabullante culo se movía firmemente tras sus pasos.
—Ella está —dijo Nin, buscando la palabra exacta —celosa.
—¿Por qué?
—Por mi hermano. A mí me gustaría que te cazaras con él. Muy buen hombre.
—Vaya que lo es —sonreí, recordando cómo Tamir me había ensartado la verga.
La niña me ofreció unos cobertores de piel y me hizo un espacio en su cama, que era amplia. Noté que olía muy dulce, como a vainilla.
—Duerme bien.
—Gracias, Nin.
— Tú hermana… ah… ponerse bien.
—Lo sé. Gracias por la hospitalidad.
Pero pese a todo no logré dormir plenamente. A mi lado, la niña ya parecía estar roncando suavemente, y no lejos de nuestra cama, en la otra, Andra estaba escribiendo algo con una mano, usando un pedazo de papel y una barrita de carbón. Al mismo tiempo, con la otra mano, se estaba pellizcando sus pequeños pezones. Me pareció como si se estuviera masturbando, aunque no del todo. De cualquier forma, verla así hizo que me sintiera algo excitada por el momento.
No tardó mucho para que ella apagara su vela y se enredara en sus sábanas.
Media hora después, cuando ya estaba por conciliar el sueño, Tamir entró silenciosamente al cuarto y me tocó la cara.
—Vamos.
—¿Qué?
—Nosotros… buscaremos al que golpear a tu hermana.
—¿Sabes quién es?
Asintió. Traía una vela en la mano. Su rostro estaba serio.
—¿Qué pasa? —preguntó Nin, despertándose y le farfulló algo a su hermano en su propia lengua. Él le contestó. Nin se exaltó un poco y miró a Andra.
—Ella no debe saber. Nosotros iremos.
—Está bien —le dije, y nos apresuramos los tres a salir de la casa.
Ya no llovía en lo absoluto. Por las prisas, la oscuridad y todo, ninguno de los dos se había puesto más ropa que una capa de piel para protegernos del frío. La hermana menor de Nin se quejaba de la hora. Debían de ser como las dos o tres de la mañana. A mí no me importaba eso. Quería encontrar al culpable.
—Es por aquí —dijo Tamir, guiándonos a las afueras de la aldea. Iba por delante, con no más luz que la de la luna y las estrellas. Detrás de mí, la pequeña Nin me tomó de la mano para no caerse.
—¿Cómo sabes quien lo hizo? —preguntó Nin.
—Yo sé. Investigué.
—¿De verdad? —dije.
—Sí. Si tu… te casas conmigo, Daniela se volverá mi cuñada. Yo protegerlas a las dos.
Miré a Nin. La niña me guiñó un ojo en medio de la oscuridad. Le gustaba la idea de que me casara con su hermano.
Llegamos hasta el interior de la selva, a una pequeña cueva que más bien era un túnel apenas grande.
—Está aquí dentro —dijo Tamir —. El malo se esconde aquí.
—Iré yo primero —Nin se puso a gatas y se introdujo por el estrecho pasadizo. Le seguí yo, y detrás estaba Tamir, cerrando la marcha para que nadie nos descubriera.
—¿No tienes miedo? —le pregunté a Nin. La pequeña hermana gateaba decidida dentro de la minúscula cueva.
—Me gusta explorar —respondió.
—De haber sabido que vendríamos aquí, no hubiéramos venido desnudos los tres —mascullé.
—No seas miedosa —comentó Nin, riendo un poco.
De repente se detuvo, yo choqué con su trasero y Tamir, con el mío, pero el muy cabrón aprovechó para deslizar su lengua por mi conchita.
— ¡Tamir! —le grité.
Nin nos miró por encima del hombro.
—¿Qué pasa?
—Me está lamiendo el coño.
Nin le dijo algo en su idioma natal, cosa que yo no entendí, pero por la fuerza de las palabras, supe que no era nada bueno. Al instante su hermano se separó y se disculpó.
—¿Qué le dijiste?
—Que le arrancaría la polla si seguía tocándote sin permiso. Por otro lado… huelo a carne asada. Alguien está aquí adentro.
—Entonces debemos seguir.
—Sí. Giremos por acá.
El sentido de orientación de Nin nos llevó más adentro de la cueva. Para tener 14 años, era más valiente que yo. Supuse que eso era porque tenía que haberse criado por aquí, en este clima hostil. Me hizo pensar si yo de verdad deseaba quedarme acá, con la aldea y su gente.
No muy tarde, llegamos hasta la salida de la cueva. Era una cámara subterránea, algo grande. Había una fogata en medio cuyo humo salía por un agujero que daba a la superficie. Restos de huesos masticados estaban tirados en un rincón, y al otro lado, se hallaba un hombre dormido sentado. Lo reconocí de inmediato. ¡El amigo de Tamir, el que me había cogido también!
—¡Oye! — gritó Nin, tomando rápidamente la lanza que estaba en la pared.
El joven se despertó con un brinco y se puso para atacar. Aun con el peligro, no perdí de vista la rica polla que colgaba de él. Pensaba en arrancársela con mis dientes en venganza de lo que hizo a mi hermana.
Empezó a gritar en su idioma natal. Tamir y Nin también hablaban y exclamaban. El muchacho, que se llamaba Aden, según recordé, agarró una piedra del suelo y se la tiró a Nin. La niña se hizo a un lado y chilló con miedo. En eso, Tamir, furioso por lo que le acababan de hacer a su hermanita, se abalanzó sobre el tipo e intercambiaron golpes. El sonido que hacían sus rostros al machacarse con sus puños era horrible.
Nin lloraba, yo la abracé. Por suerte la piedra no le había dado, pero el miedo nadie se lo quitaba. Su piel, además, estaba fría. Temí que se fuera a enfermar de pulmonía. Rápidamente nos acercamos al fuego. Del otro lado, los dos muchachos se insultaban y maldecían, e intercambiaban puñetazos y patadas. Eran buenos compatienes.
Tamir ya tenía moretones en la cara y le sangraba la nariz, pero Aden estaba peor, con el labio partido y no podía mover bien un brazo. No tardó mucho para que Tamir, más agil que él, lo derribara y lo sometiera con un cuchillo de piedra.
— ¡Tú lastimar a Daniela! —exclamó Tamir.
Aden le escupió en la cara. Tamir, furioso, quiso cortarle la garganta, pero yo intervine.
— ¡Alto! No lo mates. Tiene que pagar por lo que hizo.
Nin, liberándose de mi fuerte abrazo, agarró unas sogas de fibra vegetal y con mi ayuda, logramos amarrar de pies y manos al maldito cabrón. Él quedó al fin todo inmovil, gritando maldiciones en español y en su idioma natal.
— ¡Ella quería sexo! ¡Yo se lo di!
— ¡Cállate, perro asqueroso! — le grité.
Me acerqué despacio y le pateé en la costilla.
—¿Quieres una mujer? Bueno, enfermo cabrón. Pues aquí la tienes.
Les hice una señal a Nin y a Tamir. Ellos se apresuraron a tomar al chico. Tamir de los hombros y Nin de las piernas. Luego me incliné junto a él, y tomé su polla semiparada entre mis delgados dedos. Tamir sonrió. Miré a Nin. La niña asintió.
—Hazlo —dijo.
Y entonces me metí el miembro a la boca, pero no mamé. Simplemente lo mordí. Lo mordí con todas mis fuerzas. Aden empezó a gritar y a llorar. Gritó y lloró todavía más cuando, con mis manos, le exprimí los huevos. Nin se reía. Tamir también.
— ¡Por favor…! ¡no más! ¡no más! ¡Duele! —chilló, llorando como nenita.
Yo me detuve. Le había dejado una marca fea en el pene.
— Si vuelves a acercarte a mi hermana o a mí, te vamos a dejar peor.
—Entiendo… perdonar. Perdonar.
—Creo que entendió la lección —dijo Nin, feliz. Tamir asintió soberbiamente.
—Tú… eres increíble.
Tamir nos contó, después de entregar a su amigo al jefe de la aldea, que él ya tenía sospechas de quién había atacado a mi hermana. Después de todo Aden siempre se quedó con las ganas de probar el coñito de ella y cuando la vio allí sola en la tormenta, no dudó en someterla. Por fortuna Daniela se había defendido y el sujeto no logró hacerle nada sexual, pero la dejó malherida antes de irse a esconder.
Daniela iba a estar unos días en cama, descansando y curándose del shock que le produjo semejante ataque. El jefe de la aldea se entrevistó con mi padre para hacerle ver que aumentaría la seguridad y que el culpable sería debidamente castigado.
—¿Qué es lo que le harán? —le pregunté a Andra, la hermana mayor de Tamir. En ese momento estaba muy concentrada con unos pigmentos y dibujándole unas flores a Nindy en las piernas. Se acercaba otro festival para agradecer a los dioses por la lluvia, pues eran las primeras de la temporada y las necesitaban para sus cultivos y uso general.
—Lo matarán, seguramente.
—Lo echarán a los cocodrilos —añadió Nindy, con un guiño de sus ojos.
—Sí, y por culpa de tu hermana, Tamir está triste. Matarán a Aden.
—Pero él la atacó —berreé para defenderme. Nindy le dijo algo a su hermana, y esta se sonrojó de furia.
—Qué bueno que Bárbara se irá pronto —siguió molestando —. Todos ustedes y los que han venido, no hace más que causar problemas.
Fruncí las cejas, confundida. Nindy, poniéndose un poco de polvos en las mejillas, me explicó.
—Otras personas…. Eh… venir aquí antes que tú. Ellos nos… enseñan el español, y se van.
—Ah, ya entiendo. Con razón tienen unas costumbres tradicionales pero hablan bien nuestro idioma.
En esto hablábamos cuando entró Tamir. Su hermosa polla balanceándose flácida sin importar la mirada de tres mujeres frente a él. Andra, frunciendo las cejas, dejó a Nindy y le dijo algo a su hermano. Este le contestó con algo similar a un regaño, y luego los tres se pusieron a discutir. Al final tuvo que entrar Anin, la hermosa mamá, para calmarlos.
—Ay… está bien —protestó a regañadientes Tamir y se sentó en una silla de madera. Andra dejó de colorear las piernas de Nindy y se fue a arrodillar frente a la polla de su hermano. La tomó sin pena ni nada, y con una atención quirúrgica empezó a decorarle el pito con los pequeños pinceles. Poco a poco, y ante los contactos de Andra, la pija empezó a llenarse de sangre y se empezó a poner erecta. Esto hizo el trabajo de la hermana más fácil, sin inmutarse, resistiéndose a meterse el miembro a la boca.
—¿Para qué se decoran tanto? —le pregunté a Nindy, que se miraba los dibujos en los muslos. La niña no parecía convencida con el trabajo de su hermana.
—Costumbre. ¿Quieres que te haga unos a ti? —sugirió sonriendo
—Bueno, vale. Pero nada feo.
Me tumbé de espaldas, acostada, y dejé que Nindy dibujara en mí lo que quisiera.
Cuando ya estuve muy lista, los cuatro nos salimos de a casa y nos fuimos a la fiesta, que ya estaba empezando en el centro de la aldea. Familias enteras estaban allí, algunos desnudos, otros no, pero lucían impecables. La música provenía de instrumentos tribales y unas mujeres muy guapas bailaban alrededor de la inmensa fogata.
Tamir se sentó a mi lado y sin descaro empezó a chuparme una de las tetas. Nindy, a mi lado, le dio un golpe a su hermano en la cabeza y éste farfulló unas cuantas cosas en su idioma natal.
—Ya, ya. Es que quiere que le agradezca por lo que pasó ¿verdad? —le pregunté.
Tamir se rió apenado.
—¿Sabes? Está bien. Vamos.
—¿A dónde, Mara?
—De regreso a la casa, voy a darte tu recompensa por haberme ayudado —me giré hacia Nin, que estaba hablando animadamente con un amiguito suyo. En los ojos del muchachito se veía un interés amoroso por la hermana de Tamir —. Iré con tu hermano a la casa.
—Está bien.
Tomados de la mano, recorrimos el camino de vuelta a su hogar, y una vez allí, entramos a su habitación. Sin embargo el cuarto no estaba vacío. Su hermano mayor, llamado Len, estaba allí, tumbado, con la polla tiesa y una chica muy guapa tratando de meterse el grueso miembro a la boca. Cuando nos vio entrar, apenas se inmutó. La chica ni me prestó atención.
Tamir, con su cabello rizado bien peinado, me llevó hasta el otro extremo del cuarto y me tiró sobre el colchón. Me gustaba que me tratara así, con cierta rudeza. De inmediato me coloqué de perrita, ofreciéndole una bonita vista de mi culo. Él, sin perder tiempo, pegó la lengua a mi concha y empezó a lamer con muchas ganas los escasos jugos que ya había producido.
Mientras tanto, yo miraba el pene de Len, grande, grueso y adornado con dibujos, que ya se estaban deshaciendo por la saliva de la chica, cuya pequeña boca se abría mucho para tener el pene dentro. Esa imagen me hizo sentir muy mojada, y le entregué más jugos a Tamir, que correspondió hundiendo más su lengua entre mis carnes.
Miré por encima de mi hombro y me di la vuelta. No tardé nada en llevarme la verga a la boca y en mamar con mucha fuerza, para sentirme de nuevo viva y sonriente. A su vez quería impresionar al hermano mayor, que me observaba sin expresión desde donde estaba acostado. Por otro lado, mi pareja me penetraba la boca, me tomaba del cabello y hundía su verga hasta mi garganta, lo que me producía arcadas deliciosas y lágrimas en los ojos.
Len despachó a la chica que estaba con él, la cual, después de limpiarse la saliva de la boca, salió rápidamente, como si le dieran la chance de escapar. Luego de esto, le dijo a Tamir algunas cosas en su idioma. La cara cuadrada y fuerte de Len estaba sudando.
—Quiere unirse contigo —dijo Tamir.
—Bienvenido sea —le conté. Me empezaban a gustar mucho los tríos. Mi sonrisa debió de parecerle un indicativo a Len, porque sin mediar palabra, se acercó, pija en mano, y me la zampó en la boca. No estaba lista para eso, pero ante su irrupción, sólo me quedó abrir grande y cerrar los ojos. El hombre me tomó del pelo y empezó las estocadas dentro de mi garganta, cada vez más rápido, a medida que las embestidas en mi conchita por parte de Tamir iban en aumento. Estaba en la gloria, porque quería gritar pero no me lo permitían.
Deslicé la lengua por los grandes testículos de Len, mientras que Tamir buscaba la manera de meterme la verga por el culo. Yo no estaba lista porque nunca me daban por allí, así que le dije que no lo hiciera. Él, sintiéndose mal, volvió a zamparme por la vagina, aunque más fuerza, vengativo.
Cuando hube disfrutado de la deliciosa polla de su hermano, me eché sobre el colchó. El hermano ocupó el lugar. Sus fuertes brazos me levantaron las piernas. Las pusieron sobre sus hombros y entonces, con una fuerza increíble, me levantó. Me colgué de su cuello mientras su miembro me destrozaba la concha. Enredé los muslos en su cadera.
Tamir, detrás de mí, se acercó y de repente noté que otra pija se introducía en mi vagina. Grité de dolor cuando sentí que mis pliegues se estiraban para albergar tan deliciosas pollas. Len me cayó con un beso profundo.
—¡Me van a matar! —grité cuando despegué mi boca de la de él, pero a los hermanos no pareció importarles, porque cuando los tuve adentro, palpitando, empezaron a moverse rítmicamente.
Nunca había tenido una doble vaginal, pero era exquisita, deliciosa a más no poder. Dolorosa, sí, incómoda también, pero el placer, las olas de felicidad me estaban dando muchas ganas de correrme de una vez por todas.
— ¡Ay! ¡Ay! — gemí mientras me daba el orgasmo, y no por eso, los dos hombres dejaron de pujar dentro de mí. La saliva me escurría de la comisura de la boca. Estaba aprisionada entre los dos. Las piernas me flaqueaban pero los fuertes brazos de los hermanos me mantenían bien sujeta.
Luego de esto, Tamir me tomó para él. Me echó sobre la cama y se montó sobre mí, abriéndome bien las piernas. Ensartó su verga en mi concha y me puso de lado, en la posición de la cucharita. Len, con la verga tiesa, dejó su pija al alcance de mi boca y no tardé en tomarla y mamar de ella con mucha hambre. Quería sentir la leche de este hombre de inmediato.
Estaba caliente el falo, los dos que me penetraban por mis distintos agujeros. Mis tetas brincaban y el sudor nos envolvía a los tres. Follamos y follamos fuertemente, gimiendo los tres en profundo éxtasis. Me arrodillé entre mis dos amantes y me metí sus pijas a la boca para chuparlas a la vez. La de Len era más grande que la de Tamir, pero la de Tamir me cabía a la perfección. Mamé alternadamente y entonces los masturbé con fuerza. En ese momento, una descarga de leche, es decir, dos descargas de leche me llenaron la boca. Mientras que de Tamir salió un poco, los duros huevos de Len no dejaron de bombear y bombear un espeso líquido blanco que me resbaló por toda la boca. Yo reía a la vez que sentía el semen escurrirse hasta mis tetas, mojando mis pezones.
Después de esto, Len sacudió su polla y la limpió con mi cara. Le dijo algo a su hermano con absoluta seriedad, y éste le sonrió. Len me miró. Asintió con la cabeza y se fue. A mí el corazón todavía me latía fuerte.
Tamir, en su periodo refractario, se sentó, y yo me quedé allí, quieta, enlechada, y riéndome. Si casarme con él significaba convivir con su familia, y follar así… en serio que me quería quedar.
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jaja ¿qué les pareció la venganza de Mara? ese cabrón se lo merecía! qué opinan de la historia? cren que va por buen camino? les agradan los personajes o tienen alguna favorita?
11 comentarios - Trio familiar en la isla cap 11
Hermosa paja me sacaste, lastima que enchastre tod y ahora tengo que limpiar jajaja besos nena seguí así que va re bien
Muy bueno como siempre
Gracias capoooo, espero los proximooos