Hace tiempo ya de esta historia y de otras más.
Yo cumplía con mi turno en la redacción como cada tarde, era la década del 90, años muy parecidos a estos que vivimos hoy… pero no viene al caso. Ese día de la nada apareció ella, una mujer hermosa, de melena recortada a lo carré y con rulos, una sonrisa amable, algunos años mayor que yo. Se presentó ofreciendo un paquete de servicios de una obra social, con mis compañeros la dejamos hablar, contarnos todo el discurso que tenía estudiado aun sabiendo que no íbamos a suscribirnos a lo que ofrecía, pero era muy bella y no queríamos que se fuera tan rápido. De estatura baja, delgada, vestía una pollera hasta por encima de sus rodillas y una blusa suelta, lucía elegante, deseable. Terminó su charla y nos miró a cada uno a los ojos, nos dejó unos folletos y su tarjeta diciendo que si nos interesaba nos comunicáramos con ella.
A los 2 o 3 días sonó el teléfono de la redacción, era ella, pidió hablar conmigo estaba preocupada por no se que problema con el tránsito, algo habitual y sin solución en mi ciudad. Escuché su reclamo, hablamos, traté de darle un trato amistoso buscando una charla que nos llevara a un terreno más personal, logré que me diera su número de teléfono y prometí llamarla.
A los pocos días la llamé no se bien con que excusa le propuse tomar un café cuando tuviera tiempo y ella aceptó pero con algunos reparos, me contó que estaba casada y tenía 3 hijos, yo le dije que también tenía esposa, que sería discreto, no eran problemas lo que buscaba precisamente. A la hora convenida pasó a buscarme en su coche, subí, el vehículo estaba impregnado con su perfume, nos saludamos con un beso y me dijo de pedir un café en alguna estación de servicio y tomarlo en el auto no quería que nos vieran juntos en algún bar. Comenzaba a notar sus temores y su paranoia, la excitación empezaba a cobrar cada vez más fuerza, tenía claro que no era una cita para matarnos a besos y terminar en algún hotel, comenzaba algo que iba a llevar tiempo. Y así fue. Fueron varios encuentros similares siguiendo la misma rutina, las charlas se fueron haciendo más íntimas, me contó que su esposo tenía un taller y en la época de Alfonsín había renovado las máquinas con un crédito pero después vino la hiperinflación y perdió todo, allí comenzó la depresión de su marido y ante la debacle económica ella tuvo que empezar a trabajar, siempre sonreía amablemente pero sus ojos desnudaban su tristeza, fuimos ganando confianza y la charlas se hicieron más personales, más nuestras, recuerdo perfectamente cómo surgió el primer beso en su coche, ya se había hecho de noche y nuestra mirada estaba fija en nuestros ojos, ella siempre vestía formalmente, polleras y blusas, hubo un silencio necesario y busqué sus labios, me recibió pasiva, con su boca apenas abierta, el contacto de nuestros labios fue encantador, delicado, sutil y poco a poco la intensidad del beso fue creciendo hasta que nuestras lenguas finalmente se encontraron y el abrazo derivó en caricias, mis manos recorrían su cuerpo reconociendo cada una de sus curvas, la respiración de ambos comenzó a agitarse, mis manos llegaron a sus piernas, subían y bajaban por ellas, mi boca comenzó a recorrer su cuello, jadeaba, necesitaba desprender algunos botones de su blusa para llegar a sus delicados senos, mordí el encaje de su corpiño, deslicé mi lengua por sus pechos leves, subí mis manos para tocarlos… ella se estremecía con cada caricia, se dejaba hacer, gozaba… me apartó suavemente, me miró a los ojos y puso el auto en marcha.
Condujo hasta un hotel que está en las afueras, bien apartado, no dijo nada en el camino yo acariciaba su pierna subiendo de poco su falda, mis dedos rozaban el elástico de su bombacha pero no iban más allá, volvía a descender por su muslo y volvía a subir siempre hasta ese límite.
Entramos a la habitación y por fin fue ella la que tomó la iniciativa, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo, profundo, bien húmedo; mis manos recorrían su cola bien redonda, no era muy grande, todo en su cuerpo era armonía y en ese momento deseo puro. No dejaba de besarme, de acariciar mi nuca mientras mis manos levantaban su pollera y buscaban por debajo de su tanga con mucho cuidado, quería que fueran caricias que le dieran mucho placer. Fui bajando su ropa interior muy lentamente y cuando la tuvo a la altura de sus rodillas mis dedos por primera vez rozaron su concha, estaba mojada, muy mojada, mis dedos jugaron un poco con sus labios vaginales, dando leves caricias en círculos, apenas introduciéndolos muy suavemente, mi tacto también gozaba con cada centímetro de su vulva que iba descubriendo. Con cuidado la tumbe sobre la cama y me zambullí entre sus piernas, su tanga en las rodillas, su falda en la cintura, comencé a lamer de ese manantial sexual que estaba cubierto por algunos vellos prolijamente recortados, olía riquísimo y pese a que mi calentura era enorme y quería penetrarla ya mismo preferí estirar el momento y gozar con toda mi boca de su sexo, lamía, besaba, mordía sutilmente, estiraba su clítoris con mis labios, metía mi lengua cada vez más profundo, mis manos en sus pechos por debajo de su blusa y su corpiño, acariciando esos delicados pezones que estaban cada vez más turgentes, ella gemía, se retorcía sobre su espalda y sujetaba mi cabeza con ganas sobre su concha, cada tanto sus muslos me apretaban, me oprimían contra ella… fueron varios minutos, me detuve, levanté mi cabeza y la miré, se mordía el labio inferior, me tomó de los hombros y desprendió mi camisa, comenzó a besar mi pecho, yo busque un preservativo, bajé mis pantalones, lo coloqué y me lancé sobre ella… la acaricié con mi pija, recorriendo su raja de arriba abajo y besándola la introduje finalmente, en ese momento separó sus labios de los míos y liberó un suspiro que parecía interminable, cogimos con ganas con muchas ganas y ese no sería el único polvo.
Yo cumplía con mi turno en la redacción como cada tarde, era la década del 90, años muy parecidos a estos que vivimos hoy… pero no viene al caso. Ese día de la nada apareció ella, una mujer hermosa, de melena recortada a lo carré y con rulos, una sonrisa amable, algunos años mayor que yo. Se presentó ofreciendo un paquete de servicios de una obra social, con mis compañeros la dejamos hablar, contarnos todo el discurso que tenía estudiado aun sabiendo que no íbamos a suscribirnos a lo que ofrecía, pero era muy bella y no queríamos que se fuera tan rápido. De estatura baja, delgada, vestía una pollera hasta por encima de sus rodillas y una blusa suelta, lucía elegante, deseable. Terminó su charla y nos miró a cada uno a los ojos, nos dejó unos folletos y su tarjeta diciendo que si nos interesaba nos comunicáramos con ella.
A los 2 o 3 días sonó el teléfono de la redacción, era ella, pidió hablar conmigo estaba preocupada por no se que problema con el tránsito, algo habitual y sin solución en mi ciudad. Escuché su reclamo, hablamos, traté de darle un trato amistoso buscando una charla que nos llevara a un terreno más personal, logré que me diera su número de teléfono y prometí llamarla.
A los pocos días la llamé no se bien con que excusa le propuse tomar un café cuando tuviera tiempo y ella aceptó pero con algunos reparos, me contó que estaba casada y tenía 3 hijos, yo le dije que también tenía esposa, que sería discreto, no eran problemas lo que buscaba precisamente. A la hora convenida pasó a buscarme en su coche, subí, el vehículo estaba impregnado con su perfume, nos saludamos con un beso y me dijo de pedir un café en alguna estación de servicio y tomarlo en el auto no quería que nos vieran juntos en algún bar. Comenzaba a notar sus temores y su paranoia, la excitación empezaba a cobrar cada vez más fuerza, tenía claro que no era una cita para matarnos a besos y terminar en algún hotel, comenzaba algo que iba a llevar tiempo. Y así fue. Fueron varios encuentros similares siguiendo la misma rutina, las charlas se fueron haciendo más íntimas, me contó que su esposo tenía un taller y en la época de Alfonsín había renovado las máquinas con un crédito pero después vino la hiperinflación y perdió todo, allí comenzó la depresión de su marido y ante la debacle económica ella tuvo que empezar a trabajar, siempre sonreía amablemente pero sus ojos desnudaban su tristeza, fuimos ganando confianza y la charlas se hicieron más personales, más nuestras, recuerdo perfectamente cómo surgió el primer beso en su coche, ya se había hecho de noche y nuestra mirada estaba fija en nuestros ojos, ella siempre vestía formalmente, polleras y blusas, hubo un silencio necesario y busqué sus labios, me recibió pasiva, con su boca apenas abierta, el contacto de nuestros labios fue encantador, delicado, sutil y poco a poco la intensidad del beso fue creciendo hasta que nuestras lenguas finalmente se encontraron y el abrazo derivó en caricias, mis manos recorrían su cuerpo reconociendo cada una de sus curvas, la respiración de ambos comenzó a agitarse, mis manos llegaron a sus piernas, subían y bajaban por ellas, mi boca comenzó a recorrer su cuello, jadeaba, necesitaba desprender algunos botones de su blusa para llegar a sus delicados senos, mordí el encaje de su corpiño, deslicé mi lengua por sus pechos leves, subí mis manos para tocarlos… ella se estremecía con cada caricia, se dejaba hacer, gozaba… me apartó suavemente, me miró a los ojos y puso el auto en marcha.
Condujo hasta un hotel que está en las afueras, bien apartado, no dijo nada en el camino yo acariciaba su pierna subiendo de poco su falda, mis dedos rozaban el elástico de su bombacha pero no iban más allá, volvía a descender por su muslo y volvía a subir siempre hasta ese límite.
Entramos a la habitación y por fin fue ella la que tomó la iniciativa, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo, profundo, bien húmedo; mis manos recorrían su cola bien redonda, no era muy grande, todo en su cuerpo era armonía y en ese momento deseo puro. No dejaba de besarme, de acariciar mi nuca mientras mis manos levantaban su pollera y buscaban por debajo de su tanga con mucho cuidado, quería que fueran caricias que le dieran mucho placer. Fui bajando su ropa interior muy lentamente y cuando la tuvo a la altura de sus rodillas mis dedos por primera vez rozaron su concha, estaba mojada, muy mojada, mis dedos jugaron un poco con sus labios vaginales, dando leves caricias en círculos, apenas introduciéndolos muy suavemente, mi tacto también gozaba con cada centímetro de su vulva que iba descubriendo. Con cuidado la tumbe sobre la cama y me zambullí entre sus piernas, su tanga en las rodillas, su falda en la cintura, comencé a lamer de ese manantial sexual que estaba cubierto por algunos vellos prolijamente recortados, olía riquísimo y pese a que mi calentura era enorme y quería penetrarla ya mismo preferí estirar el momento y gozar con toda mi boca de su sexo, lamía, besaba, mordía sutilmente, estiraba su clítoris con mis labios, metía mi lengua cada vez más profundo, mis manos en sus pechos por debajo de su blusa y su corpiño, acariciando esos delicados pezones que estaban cada vez más turgentes, ella gemía, se retorcía sobre su espalda y sujetaba mi cabeza con ganas sobre su concha, cada tanto sus muslos me apretaban, me oprimían contra ella… fueron varios minutos, me detuve, levanté mi cabeza y la miré, se mordía el labio inferior, me tomó de los hombros y desprendió mi camisa, comenzó a besar mi pecho, yo busque un preservativo, bajé mis pantalones, lo coloqué y me lancé sobre ella… la acaricié con mi pija, recorriendo su raja de arriba abajo y besándola la introduje finalmente, en ese momento separó sus labios de los míos y liberó un suspiro que parecía interminable, cogimos con ganas con muchas ganas y ese no sería el único polvo.
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