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Compendio I
Por la noche, la noté más animada…
“No estás bromeando sobre lo que dijiste al almuerzo, ¿Cierto?” preguntó, secando su rubia cabellera tras salir de la ducha, antes de cenar.
“Por supuesto que no. Sabes que puedo hacerlo…” respondí, mientras servía los omelettes. “¿No te ofende lo que dije, sobre pasar el día entero en la cabaña?”
Ella rió discretamente, con incredulidad.
“¡Por supuesto que no!... además, son 12 horas.” me recriminó, bebiendo un poco de cerveza. “Nadie puede aguantar tanto…”
En su mirada, noté algo de desafío. Ella sabe que incluso a pesar de acostarnos temprano, todavía quedo con ganas de más y si no lo hacemos, es porque tanto a ella como a mí nos cuesta levantarnos a la mañana siguiente.
“No son 12 horas continuas…” le expliqué, haciendo que ella riera, como si todo lo que hubiese dicho era una falacia. “Obviamente, hay intervalos para comer, para ir al baño y para distraerse, igual que en el trabajo.”
“¡Pero esto no es un trabajo, Marco!” Argumentó ella, con determinación en sus palabras. “Estamos hablando de sexo… y por supuesto… ustedes, los hombres, tienen limitaciones...”
La observé completamente anonadado y levemente ofendido sobre su opinión respecto al sexo masculino…
“Entonces… ¿No me crees?”
“No.” respondió secamente, para probar el blando plato que le preparé.
“¿A pesar que nos acostamos siempre a las 9, para acabar pasado medianoche?”
Mis palabras le hicieron atragantar…
“¡Eso… eso… eso es distinto!” Respondió alterada, tratando de recuperar su argumento. “¡Tienes mayor resistencia… y puedes aguantar más!”
“Pero sabes bien que no siempre quedo satisfecho…” dije, con mayor frialdad, probando un pedazo de la cena.
Sus ojos estaban plenamente dilatados, mirándome estupefacta…
“¿Tú… aun quieres… más?” preguntó con cierto temor.
Le di una breve sonrisa.
“¡Es obvio! ¡Te amo, eres bonita y me gusta hacerte el amor! ¿Por qué me habría de cansar?”
Su mirada se tornó esquiva, completamente desvariada…
“Marco… no bromees… serían 4 veces… seguidas.” comentó avergonzada.
Sabía a lo que se refería: Douglas, con mucha suerte, alcanza 2 veces.
“¡Ay! ¡Si fueras un poco como Marisol!” me quejé riéndome levemente, sin considerar que la haría irritar…
“¡No todas tenemos pechos grandes!”
“No me refiero a eso.” Respondí, mirándola con dulzura. “¡Por favor, entiéndeme!... cuando Marisol y yo éramos novios, me ponía muy caliente, pero era muy joven y nunca quise propasarme… en cambio, te veo a ti, me recuerdas a ella de joven y me dan ganas de hacerle las cosas que no pude…”
Por supuesto que mi lógica le carecía de todo sentido. No obstante, la curiosidad y la calentura le afectaban…
“¿Y qué cosas… te habría gustado hacerle?” preguntó, calmándose mucho más interesada.
“No pienso decírtelo, si no me vas a creer…” respondí, haciéndome el difícil…
E hizo un lamento, tremendamente parecido a los pucheros de mi mujer.
“¡Vamos, dime! ¿Qué cosas le habrías hecho?”
Y me acerqué furtivamente, casi a la altura de sus labios…
“¿Para qué quieres que te lo diga, si deseas que te las haga?” Le pregunté de la manera más seductora que pude.
Esa noche, volvimos a hacer el amor con mayor intensidad e incluso tras acabar, no quería despegarse. Quería que lo hiciéramos una vez más, pero a pesar de todo, teníamos que madrugar por el trabajo.
Y durante el resto de la semana, nos volvimos el foco de atención dentro de la faena. No sospecho de Tom como la filtración de mi plan, sino que mis sospechas van hacia la administración, cuando solicité el permiso para tomarme el día y tal vez, mi amigo Armando, el garzón argentino de las cabañas, tras recibir mi lista de encargo el jueves por la mañana.
Como fuese, mientras nos sentábamos en el casino, Hannah y yo podíamos sentir que cuchicheaban sobre nosotros y que la mayoría nos apoyaba…
La única excepción era Roland, que me miraba con un aura de malicia y odio absoluto, al saber que no solo me había robado a la australiana más bonita de la faena, sino que el resto estaba de acuerdo, lo incentivaba y que nada podía hacer él al respecto sobre la inacabable jornada de sexo que le esperaba a la bellísima Hannah, puesto que todo estaba en regla.
Aun así, en mi departamento, el personal bajo mi cargo también se dio su tiempo para hacer un leve convite de despedida, sin importar mis protestas.
Lo que más destacaron fue que nunca me hice ver como un jefe, dado que traté de repartir las labores de manera equitativa (fueran complejas o sencillas) y algunos admitieron que yo les motivaba a trabajar, puesto que en mis “tiempos de ocio” tomaba las labores pendientes de otros y las realizaba sin mayores miramientos y que cuando no había nada más por hacer, me pedían por favor “o que bajara las revoluciones o que me metiera a Wikipedia”, haciendo que se rieran de mí.
Además, sin importar las asperezas y ambiciones por mi cargo, la mayoría estaba de acuerdo que decidiera como mi reemplazo a uno de los más viejos del equipo, puesto que sus hijos habían ingresado a la universidad y necesitaba un mejor sueldo con urgencia.
Con el equipo de Hannah, por otra parte, nadie quería que se fuera y de no ser por Tom, habrían perdido toda compostura, puesto que Hannah lloraba como una niña desconsolada al momento que se despidieron de ella y algunos de ellos veían como la única oportunidad de manosear a la angelical rubia que les comandaba.
Pero por las últimas noches, mi calentura por Hannah desbordaba a niveles insidiosos.
Con mucho descaro y mientras ella hablaba por el portátil con su marido, me introducía entre sus piernas y la dedeaba o la lamía a placer, haciendo que ella se retorciera o que ocasionalmente, suspirara mientras trataba de mantener la compostura.
Si bien, al principio me trataba de apartar con sus manos, cuando me detenía, me miraba con cierta coquetería e incertidumbre, abriendo más las piernas para instigar nuevamente mi asalto.
Por supuesto que su marido se daba cuenta de ello, mas cuando este le consultaba, Hannah se iba en excusas vagas y esquivas, que lograban distraerlo lo suficiente para retomar la conversación habitual.
Sin embargo y con mucha lujuria, el viernes le propuse una leve fantasía mía que consistía en que ella llamase a su esposo, estando empalada por mi herramienta, algo que sorpresivamente aceptó.
Estaba semi desnuda, en un camisón que cubría desabrochado sus copas y que incluso, agradó bastante a su marido, apoyando el portátil en mi vientre y sujetándolo con mis manos.
Cuando noté que su bochorno pasó levemente, empecé a menearme muy suave, haciendo que nuevamente perdiera la calma. Su voz, una vez más, variaba de tono y cuando su esposo le consultaba, musité que le dijera que se estaba tocando, algo que le hizo avergonzarse en extremo, pero que sabía que era la única explicación convincente para calmar a su marido.
Por supuesto que él lo vio como la oportunidad para también tocarse y suponiendo que ella desviaba la mirada al ver el enhiesto aparato de su esposo por la pantalla, aproveché de darle mayor fuerza a mis movimientos y sobar a discreción su llamativo trasero.
Hannah empezó a gemir extasiada, alzándose sobre mí y meneándose con fuerza, al punto que sus lindos pezones estaban excitados, mas yo le susurraba que no perdiera el equipo de sus manos.
Imagino que su marido debió estar demasiado excitado por la situación, al no contemplar que su esposa estaba recibiendo placer sin usar sus propias manos, hasta que eventualmente, la comunicación se cortó por su extremo.
Nosotros, en cambio, cerramos el portátil y nos embarcamos en una sesión amatoria que duró hasta altas horas de la noche, donde los besos y caricias nunca faltaron.
Pero en la noche del sábado, me tocó pagar la deuda. Mientras conversaba con Marisol, explicándole un poco lo que tenía planeado para el día siguiente, sentado en la mesa donde cenamos, se arrodilló para desnudar mi falo y darme una deseosa mamada, la que fui describiendo de manera “cifrada” a mi esposa, ya fuese usando palabras rebuscadas o en un lenguaje soez…
“¿Y ella lame mejor que yo?” preguntaba mi esposa, con una expresión muy animada, mientras Hannah lo tomaba con ambas manos y le daba copiosos besos a mi hinchada cabeza.
“No tanto... Tú tienes mayor experiencia en eso…”
“Pero… ¿Se la come entera?” preguntaba, con una cara de viciosa que me ponía más duro, en especial, cuando se restregaba sus portentosos senos, por encima del camisón blanco que me vuelve loco.
“Lo intenta. Pero no aspira tan bien como tú…”
Nuestra video conferencia se estaba poniendo más candente, en especial, cuando mi esposa sacó el consolador que le compré del velador y lo lamía de una manera apetecible.
“¡Qué envidia, mi amor! ¡Ya quisiera que estuvieses acá!” exclamó mi esposa y al parecer, Hannah notó algo, porque me miró con grandes ojos.
“Si estuvieras aquí, no tendría que meterme esto entre las piernas…” comentó mi mujer, alejándose de la cámara y abriéndose de piernas, para empezar a masturbarse.
Marisol parecía una ninfómana, metiéndose y sacándose ese plátano negro, mirando hacia a la cámara con deseo, poniéndome como un toro.
Hannah no tardó en darse cuenta de lo que pasaba y con mayor entusiasmo, lamía mi dilatada cabeza.
“¡Uy, qué rico!... ¡Uhm, qué rico!... ¡Ahh!... ¡Ahh!... ¡Tu cosita tan rica… dentro de mí!” exclamaba mi esposa, acostada sobre la cama, restregándose un pecho.
En pocas ocasiones, me había sentido tan duro. Por algún motivo que todavía no entiendo, mi esposa se calienta más cuando me ve tener sexo o piensa que tendré sexo, a pesar que cuando lo tenemos juntos, no alcanza ni la mitad de fogosidad que se apreciaba a la distancia.
Y es que me tenía mesmerizado su ritual, lamiendo el falo de caucho con desesperación, mientras que con su otra mano, no dejaba de estimularse sus regordetes pechos…
“La tuya tiene un sabor tan rico…” decía, dando un sonido de chapoteo tan sugerente, que se confundía con el de Hannah.
Lo hacía bastante bien, deslizando mi falo al interior de sus labios, succionando moderadamente, con los ojos cerrados, llegando a contemplar sus mejillas contraídas, acelerando más y más su ritmo.
“¿Te la está chupando rico?... ¿Te la está chupando muy rico, mi amor?” preguntaba Marisol, en un arrebato apasionado.
No sabía bien cómo contestar sin gemir, temiendo que Hannah perdiera el ritmo o se detuviera. Solamente, me restringía a disfrutarlo, tensando mis brazos.
Pero a la vez, me volvía infinitamente loco el apreciar cómo Marisol, con sus tremendos y excitados pechos desnudos, ubicaba el falo de caucho entre medio, apretándolos con muchísimo entusiasmo.
“¡Cómo me encantaría que estuvieras aquí!... ¡Cómo me gustaría que estuvieras aquí, para darme de tu lechita rica!” comentaba, lamiendo desesperada la punta de su consolador.
Y fue entonces que Hannah hizo algo completamente impensable para mí: tomando mi pene con ambas manos para sujetarlo, se dedicó a comer exclusivamente mi glande, con chupones efusivos y lamiendo con la punta de su lengua, con restos de mi baba que colgaban desde sus blanquecinas mejillas.
Sus diamantes me contemplaron con rostro de vicio de lo más elocuente, en un entendimiento mutuo que por la noche, le daría duro y casi sin parar.
Marisol se dio cuenta de mi rostro compungido…
“¡Trágatelo, Hannah! ¡Trágatelo todo, por favor!” llegué incluso a decir y mi esposa lo escuchó.
Contemplé su mirada casi horrorizada, al sentir el volumen de mis fluidos dilatando sus mejillas y en un esfuerzo sobrehumano, contuve mis descargas, para que ella pudiese beber mis fluidos sin ahogarse ni botarlos, lo cual Hannah hizo con bastante aprecio y agrado.
Su mirada, satisfecha y coqueta a la vez, mantenía toques de malicia, tras limpiarse los restos que manchaban su rostro con el pulgar y daba lametones esporádicos efusivos a mi falo, como si se tratase de una golosina.
“Amor… ¿Se lo tragó… todo?” preguntó del otro lado de la pantalla mi esposa.
Se le apreciaba lacia, clara señal que también había alcanzado un orgasmo, pero permanecía levemente estimulando su clítoris, con los pechos afuera y muy agotada.
“¡Sí, Marisol! ¡Me tengo que ir! ¡Te veo pasado mañana!” le respondí a mi mujer, sin pensarlo demasiado.
Hannah seguía lamiéndome con mucho agrado y tomé su angelical rostro, para llevarla a la cama y satisfacerla un par de veces en agradecimiento…
A la mañana siguiente, despertamos con la alarma del teléfono, pero en esta oportunidad, nos acurrucamos muy abrazados, permaneciendo acostados.
“Mira Hannah, si hago algo que no te agrada o no quieres, avísame y me detendré. Lo mismo ocurre si te sientes demasiado agotada.” Le expliqué, como si diese las instrucciones para montar una montaña rusa, haciendo que me apreciara muy divertida. “No se trata que solamente yo disfrute. Si tienes alguna fantasía en mente, debes avisarme y créeme, que yo la haré para ti…”
Tras un breve silencio, replicó con cierta timidez…
“Bien, Marco… yo no te pido nada. Me siento satisfecha que quieras pasar el último día conmigo… pero no debes demostrarme nada… yo… ya disfruto demasiado contigo… y no quiero que te agotes por impresionarme…”
Nuevamente, me reí.
“Aun sigues sin creerme, ¿No es así?”
Ella negó sonriendo con su rostro…
“Pues entonces, tendré que demostrártelo…” respondí, plantando un apasionado beso en sus labios y abalanzándome sobre ella…
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2 comentarios - Siete por siete (184): La despedida de Hannah (II)