Hola! gracias de nuevo por sus comentarios y todos los puntos. me encanta leerlos y contestarlos, así que animense jeje, les dejo la continuación, ojalá les guste.
Al día siguiente me desperté muy cómoda y descansada. Hacía días que no dormía a gusto, pues en la isla, el frío congelaba hasta los huesos. La pequeña casa en la que estaba se hallaba vacía, y desde la ventana se filtraba un rico aroma a comida y también los ruidos de la aldea que estaba cobrando vida. Según mi reloj eran ya las once de la mañana, y el estómago me rugía de hambre.
Fuera, era como un pequeño mercado, y estaba abarrotado por personas realmente hermosas y atractivas. Los hombres, vistos a la luz del día, exhibían cuerpos bronceados y esculpidos por una dieta alta en proteínas y frutas. Las mujeres iban semidesnudas, con pechos frondosos caminando al vaivén de sus pasos mientras sus hijos correteaban felices alrededor de ellos.
Comencé a caminar para buscar a mi familia, aunque pronto me dejé llevar por lo maravilloso de ese lugar y las increíbles figuras que desfilaban ante mí. Los hombres, que a mí me fascinaban, eran mas altos que yo y quizá estaban desprendiendo un aroma que me excitaba, porque al verlos con el torso desnudo, no me costó imaginar el tremendo paquete que les colgaba allá abajo.
Me ruboricé. Poco a poco comenzaba a darle rienda suelta a mi libido, cosa a la que yo no estaba totalmente acostumbrada, así que bajé la mirada y caminé tratando de no prestar atención ni de imaginar deliciosas pollas metidas en mi trasero.
Llegué finalmente a la gran casa del líder de la tribu. El hombre se paseaba a sus anchas, vestido con ropas finas y una gran cantidad de adornos hechos con jade, conchas y piezas de oro. Mi papá y Bárbara estaban allí hablando de algo, así que me les acerqué con una sonrisa tímida.
—Buenos días…
—Ah, hola, hija —me saludó papá —. Estábamos esperando a que despertaras, pero como estabas muy bien dormida, mejor te dejamos. Íbamos a ir a almorzar ¿vienes?
—Claro, me muero de hambre.
—Es por aquí, cariño —Bárbara me guiñó un ojo y tomándome de la mano comenzó a caminar frente a mí.
De cerca, la mujer era impresionante. Vestía una cortita falda hecha de cuero, y un top de lino que mostraba una espalda esbelta y bronceada. Su cabello negro y ondulado le caía libremente detrás de los hombros. Recordé la manera tan deliciosa en la que se la habían cogido, y durante un segundo imaginé que era yo quien tomaba su lugar.
Dios… éste sitio comienza a estresarme. Demasiada sensualidad en los hombres, mucho erotismo en las mujeres.
Llegamos hasta un restaurante, que más bien era un gran techo que daba sombra a varias mesas y bancos hechos de madera. El suelo era de tierra apisonada. No había calor, sino que una brisa muy fresca soplaba por entre las columnas de madera. Nos sentamos tranquilos y de inmediato dos chicas nos trajeron platos y cuencos llenos de una bebida que sabía a agua de sandía, dulce y refrescante.
—¿En dónde está Mara?
—Jugando por allá. No debe tardar en venir.
Y no tardó mucho para que mi nueva hermana apareciera. Venía totalmente desnuda, rodeada de pequeños niños que correteaban junto a ella y le incitaban a seguir jugando con una pelota de piel.
— ¡Hola! Qué divertido es este lugar. Tienen un lago hermoso por allí.
—¿Por qué no te pones un poco de ropa?
—¿Bromeas? Aquí me siento de maravilla.
Vi el cuerpo precioso de Mara, que aunque no tenía muchas curvas, despedía una sensualidad increíblemente ingenua. Sus pequeñas tetitas estaban paraditas, y se le había borrado por completo las líneas de la ropa en sus pechos y sus caderas.
—¡Vamos! ¡Jugar! ¡Jugar! —dijo un niño, tirando de mi hermana.
—Tengo hambre. Voy a comer y después seguiremos jugando ¿vale?
—¡Sí!
Sonreí. Fuera de toda la perversión de Mara, era una chica muy agradable. Se sentó junto a mí y me dio un besote en la mejilla, y luego se dedicó discretamente a acariciarme la pierna por debajo de la mesa.
—Bueno, comamos —dijo Bárbara —. Después iremos a ver su bote. No tenemos herramientas, pero a lo mejor podemos… parchar algo, o hacer algo.
—No te molestes —papá suspiró —. Lo he intentado todo, pero no funciona. Tendremos que esperar a que nos rescaten.
—Entiendo. Bueno, nada haremos por sentarnos a lamentarnos, así que a comer.
Después de ese rico almuerzo, mi hermana y yo decidimos dar un pequeño paseo por la aldea, que era más grande de lo que habíamos pensado. Mara iba desnuda, obviamente.
—Quítate la ropa. Que no te de pena, Dani.
—Mmm… bueno, pero sólo lo de arriba.
Tranquila, me quité la blusa y expuse mis grandes tetas al aire. Al hacerlo, captamos la mirada de dos chicos de nuestra edad que estaban conversando bajo la sombra de un árbol. Uno de ellos tenía el pelo rizado, era alto, atlético y se me hizo la boca agua al verlo acercarse a nosotras.
—Hola —saludó con un marcado acento. Al igual que la mayoría de los muchachos, estaba aprendiendo el español —. ¿Cómo se llaman?
—Yo soy Mara, y ella es mi hermana, Daniela.
—Me llamo Tamir, y él, Aden.
—Ustedes hablan muy bien el español —les felicitó Mara, inflando el pecho con orgullo.
—Tú… tienes hermosos senos.
—Ah, gracias —rió mi hermanita —¿Tocar?
—Sí.
Sin descaro alguno, Mara dejó que ambos chicos le manosearan los pechos y le pellizcaran sus delicadas puntitas mientras ella se reía de las cosquillas. Yo, por otro lado, me apené un poco, pero morbosamente vi cómo esos jóvenes se degustaban moldeando las tetitas de Mara con sus fuertes manos.
—Tú también tienes hermosos senos.
—Ah… si quiere… toquen.
No se los dije dos veces. Sentí escalofríos cuando las cuatro manos se me pusieron sobre las tetas y comenzaron a moverlas y a pellizcarlas como si fueran ellos unos niños inexpertos.
—¿Quieren… tener sexo?
—¡Yo encantada! —Mara, como siempre, se portó muy putita con los jóvenes y se prendió del brazo de Tamir, el de los rizos —¿vienes, Daniela?
—No… yo iré a ver qué más hay por allí.
—Ah… vale. Vamos, chicos.
Y la muy cabrona se fue tomada de los brazos de ambos muchachos. Los perdí de vista cuando se metieron en una de esas cabañas y cerraron la puerta.
Yo, mientras tanto, más confiada y algo excitada por todo, opté por sacarme la falda y desnudarme enterita. A medida que caminaba, vi que me estaban mirando, desde los adultos, los jóvenes y hasta los pubertos. Esto hizo que me sintiera más en confianza, y luego de un rato ya andaba muy quitada de la pena.
Entré a la casita que nos habían dado y sorpresa mía al ver a Bárbara allí, recostada mientras se dedeaba el clítoris.
—¡Ay! ¡Perdón!
—No, no… pasa. No importa. Ya me viste.
Las dos estábamos algo sonrojadas. Ella se bajó la falda y se sentó, cruzándose las piernas.
—Lamento que me hayas visto así. Me dieron ganas y pues… tú comprenderás. En esta isla hay tanto hombre guapo que…
—Sí, jeje. Entiendo.
—¿Dónde está Mara?
—Se fue con dos chicos.
—Ah… qué suertuda. Si buscas a tu papá, él salió y se fue a ver el bote para buscar algunas cosas. Le acompañaron dos de los soldados de la tribu, así que estará bien.
—Bien, entonces creo que lo esperaré un rato… ¿le molesta si me siento?
—Adelante, querida.
Incómodas, comenzamos a hablar sobre la isla y sobre nosotras. Le conté un poco de mi vida a Bárbara y ella también algo de la suya, como de dónde venía o qué clase de cosas había hecho con la tribu. Claramente la conversación se fue a temas sexuales.
—Lo mejor es la doble penetración. Dos hombres pueden compartir a la misma mujer y casarse con ellos. Me han propuesto matrimonio, pero yo no me dejo.
—Yo… nunca he hecho una doble penetración. Ni siquiera he hecho anal.
—Pues de lo que te pierdes, querida ¡Jajaja! Es delicioso.
—No sé cómo. Me da miedo.
—¿Quieres que… te enseñe?
Los colores se me subieron a la cara, pero extrañamente esa propuesta me había excitado sobremanera.
—¿Cómo… es eso?
Bárbara comprendió el morbo que sentía, así que en un dos por tres, la mujer se quitó toda la ropa y se recostó en la cama, se puso una almohada en la cadera y se levantó el trasero, abriendo mucho sus piernas.
—La clave del sexo anal es la relajación, y la mejor manera de relajarse es con sexo oral o la masturbación.
Crucé los muslos y miré atenta, avergonzada también, el clítoris de Bárbara. Su coño estaba lampiño, y no sólo eso, sino que sus labios eran algo apretados también. No obstante, la fotógrafa se lamió los dedos y comenzó un suave masaje en su botoncito de placer. Yo, de tan excitada por los hombres guapos de allá afuera, y por ver a otra mujer masturbándose, no pude contenerme y miré sin descaro. Los dedos de bárbara lentamente se metieron en su coño, y cuando los sacó, estos estaban empapados de sus ricos jugos.
—Me caben como cuatro. Tanto coger aquí ya tiene mi coño entrenado.
—¡Jaja! No me diga…
—Sí… luego, cuando te has relajado, observa bien.
Despacio, dirigió un dedo hacia su pequeño anito, y sin presionar muy fuerte, lo introdujo dentro.
—No duele para nada. En serio.
—Pues… qué bien.
—Es importante estar muy mojada, niña.
—Lo entiendo.
Qué calor que hacía. Mi cuerpo tenía una pequeña capa de sudor y mi respiración estaba algo alterada. Me quedé mirando cómo Bárbara se dedeaba, hasta que ya no pude resistirlo y desvié una mano entre mis piernas apretadas. Ella rió al verme.
—¿Quieres que nos masturbemos juntas?
—Bueno… sí. Está bien.
Me recosté junto a ella en la amplia cama, separamos nuestras piernas un poco mejor, para acomodarnos, cerramos los ojos y comenzamos a meternos los dedos en nuestras respectivas conchitas. Yo no soy de andarme tocando, pero la verdad es que al oír los gemidos de la fotógrafa, grandes sentimientos lésbicos se encendieron en mí, y de repente quise hacerle el amor a esta mujer tan increíblemente atractiva.
—Así, cariño. Despacio. Siente como tus dedos abren tu coñito.
—Ah… qué bien se siente… —me pregunté cómo le estaría yendo a Mara.
Menos mal que Daniela no había querido acompañarme, porque así yo podía tener suficiente diversión con estos dos atractivos hombres, tan bien formados y tan bien dotados, como a mí me fascinaban. Los tres estábamos encerrados en una pequeña casa de paredes de barro, sobre una alfombra de piel aterciopelada. Como yo ya estaba desnuda, a los muchachos no les fue difícil tumbarme. Yo abrí las piernas obedientemente para que Tamir se acercara a mi apretada vagina. Él la olió y luego pasó la lengua por toda la superficie. Lo hizo bien, con presión y firmeza, por lo que dentro de mí se encendió una lujuria que llevaba días creciendo.
Mientras tanto, Aden no despegaba la boca de mis tetas, y mordía mis pezones como si no hubiera un mañana. Yo me retorcía de un auténtico placer y comencé a jadear debido a las dos lenguas que me estaban recorriendo entera. Aden me besó al estilo francés, transmitiéndome las ganas que tenía por mí, y eso sólo me alentó a sacar a la putita que tenía en mi interior.
—Métanmela.
Los dos hombres asintieron. Fue Tamir, el guapo chico de los rizos, quien se colocó entre mis piernas, con su polla apuntando hacia adelante. Yo me separé los labios con los dedos y él se enterró dentro de mí, estimulando mi mojado clítoris con las venas de su verga. Gemí de profundo goce.
—Quiero el tuyo en mi boca.
Aden se apresuró a sentarse a horcajadas sobre mi pecho, y luego el muy cabrón me hundió su polla entre los labios. Yo abrí los ojos, asustada por la repentina penetración tan profunda que me llegó hasta el fondo de la garganta. Tuve que hacerle señas para que la sacara, y después de coger aire, abrí la boca y él la volvió a meter, no tan en el fondo.
Por otro lado, Tamir bombeaba dentro de mí con tanta fuerza que todo mi cuerpo temblaba. Me acaricié las tetas y cerré los ojos, permitiendo que fuera Aden quien metiera y sacara su tranca de mi garganta. Qué rico es no poder gemir por tener la boca ocupada.
Estuvimos así un buen rato. El pene de Aden estaba empapado de saliva y el de Tamir, con mis jugos. Entonces intercambiaron posiciones, de tal forma que ahora Tamir enterraba su polla en mi garganta y Aden se dedicaba a penetrarme, pero como tenía el pene más grueso, provocó estragos en mi pequeña conchita, lo que me hizo gritar un poco, pero gracias a la lubricación, me calmé enseguida.
Poniéndome como una perrita en celo, a cuatro patas, Tamir me volvió a penetrar. Me tomó de las caderas y embarró su glande con mis jugos. Noté cómo me abría las nalgas. Mientras tanto jalé la polla de Aden y comencé a masturbarla con mucha fuerza. Una vez que me sentí lista, me la llevé a la boca y mamé cómo si no hubiera un mañana, sacándomela sólo para respirar lo suficiente, porque el pene de Tamir hacía estragos dentro de mí.
Gemí fuertemente. El muy cabrón intentaba metérmela por el ano, y como yo no estaba acostumbrada a hacer sexo anal, sufrí un poco. Le miré.
—No. Allá no.
—Lo siento.
Volvió a metérmela por la conchita, pero como si se hubiera molestado conmigo, decidió follarme con más fuerza. Notaba sus huevos chocando contra mi entrepierna. Sus uñas se enterraban en mis caderas. Dejé de mamar, sólo para poder gemir.
En eso, Aden se fue atrás, junto con su compañero. Los dos hablaron algo en su idioma.
—Acuéstate sobre mí —pidió Tamir, con una bonita sonrisa. Yo le obedecí y me acosté encima de él.
Me penetró deliciosamente por la vagina. Sin embargo, su compañero, que estaba detrás, también me hundió su polla por la misma abertura. Grité, pero me calló con un beso. Tenía por fin dos miembros en mi concha, que aunque era apretada, bastaba para darle lugar a ambos miembros. Uno de ellos, el de Tamir, se movía con facilidad, pero el otro lo tenía más difícil. Me concentré en relajarme y en no apretar para que los dos pudieran disfrutar conmigo. Cuando se pudieron sincronizar, me perforaron en un amistoso vaivén.
Tamir me chupaba las pechos, y su compañero me daba de deliciosas nalgadas que seguramente dejarían marca en mi culo. La tremenda cogida hacía que mi vagina lubricara como loca, así que logré correrme en el momento exacto. No obstante, los dos hombres todavía no habían terminado conmigo.
Se acostaron uno al lado del otro. Me tocó mamar, así que me puse sobre Tamir, en un rico 69, y mientras él me comía la conchita, yo le mamaba la verga. Aden no se quedaba atrás y arrodillado me ofrecía su polla, la cual acepté sin rechistar. Mordí el glande y luego de eso la mamé con delicadeza. De un momento a otro, el chorro de lechita salió. Sabía deliciosa, la mejor que había bebido hasta entonces. Me llenó la garganta de inmediato, y tuve dificultades para tragarla.
Como si fuera un doble premio, Tamir también se corrió, y yo me apresuré a beber de él. Su semen sabía exactamente igual que la de su amigo, pero en mayor abundancia, por lo que se me salió un poco de la boca, y me apresuré a recogerlo con los dedos.
Cuando finalmente los dos hombres volvieron a su estado normal, yo les repartí sendos besos a todos ellos. Nos acostamos un momento para recuperar el aliento. Ellos querían seguir dándome, pero yo ya estaba muy cansada y algo dolorida por la cogida.
—Los veré en la noche —les prometí.
Me lavé con el agua que estaba en un recipiente, y luego me salí de la casita. Como practicaba el nudismo, no me molestó pasearme sin ropa por todo el lugar. Veía las tetas grandes de las adultas y me sentía un poco mal por las mías, que no eran muy grandes, pero tampoco nada pequeñas. Sin embargo mi altura y mi complexión delgada resultaba fácil de manipular par los hombres, que adoraban que yo les cabalgara.
Creo que supieron lo que había hecho con los dos chicos, porque me miraban con más descaro. Uno hasta me tocó una nalga y yo le respondí con una picarona sonrisa. Estaba en eso cuando unos niños vinieron a abrazarme.
—¡Vamos a jugar a la pelota!
—Bueno, vamos, vamos. Se los prometí.
Así pues, fui con ellos a divertirme, porque en este lugar tan natural, donde había tantas libertades, donde no existía el tabú y donde la gente era tan amable, tan hermosa, no podía darme el lujo de rechazar ninguna clase de amistad. Era una lástima que otras tribus estuvieran siendo atacadas por las talas de árboles y la expansión de las ciudades, pero por lo menos, protegidos por las leyes internacionales, estas personas serían felices.
Las caritas alegres de estos niños jugando conmigo a lanzarse la pelota, como un intento de fútbol americano, hizo que se asentara en mí un deseo muy fuerte de quedarme con ellos y con su gente en esta isla, para siempre. No quería volver al mundo real, a aburrirme en esa sociedad tan llena de reglas.
—Mara.
—¿Tamir?
El atractivo chico venía solo, con una bonita sonrisa en sus labios. Me abrazó sin que yo le dijera nada y me tocó una nalga traviesamente.
—Tú… me gustas mucho.
—Tú también me gustas, Tamir.
—Quiero que… sólo conmigo lo hagas.
Sonreí. ¿A caso el chico tenía celos? Le di un beso y lo tomé de las manos.
—Tamir, perdón, pero si estoy aquí, quiero disfrutar con todos los hombres que pueda.
—¿Todos?
—Todos los que me gusten. Quiero vivir esas experiencias tan geniales… lo siento.
—Ah… entiendo.
Y así, triste, el pobre muchacho se fue, pero yo no dije nada, aunque me sentí un poco triste. Sin querer había mandado a la friendzone a un inocente aldeano, que ni seguro comprendía eso.
—¡Mara! ¡Juega! —exclamó un niño, lanzándome la pelota a la espalda.
—Sí… ya voy.
Y mientras me divertía, no dejaba de pensar en el pobrecito de Tamir, con tan rica polla que tenía…
***+
Jaja, ¿qué les pareció? creo que Mara es toda una picarona xD, y mandó a la friendzone al pobre chico que ni sabe qué le acaba de pasar. y por otro lado, la Daniela abriendo su lado lésbico. creo que ambas están cambiando y volviéndose mas liberales. Cual es su favorita? creo que la mía es Mara, por ser nudista y tan... salvaje jeje
recuerden visitar mis otras historias
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
Al día siguiente me desperté muy cómoda y descansada. Hacía días que no dormía a gusto, pues en la isla, el frío congelaba hasta los huesos. La pequeña casa en la que estaba se hallaba vacía, y desde la ventana se filtraba un rico aroma a comida y también los ruidos de la aldea que estaba cobrando vida. Según mi reloj eran ya las once de la mañana, y el estómago me rugía de hambre.
Fuera, era como un pequeño mercado, y estaba abarrotado por personas realmente hermosas y atractivas. Los hombres, vistos a la luz del día, exhibían cuerpos bronceados y esculpidos por una dieta alta en proteínas y frutas. Las mujeres iban semidesnudas, con pechos frondosos caminando al vaivén de sus pasos mientras sus hijos correteaban felices alrededor de ellos.
Comencé a caminar para buscar a mi familia, aunque pronto me dejé llevar por lo maravilloso de ese lugar y las increíbles figuras que desfilaban ante mí. Los hombres, que a mí me fascinaban, eran mas altos que yo y quizá estaban desprendiendo un aroma que me excitaba, porque al verlos con el torso desnudo, no me costó imaginar el tremendo paquete que les colgaba allá abajo.
Me ruboricé. Poco a poco comenzaba a darle rienda suelta a mi libido, cosa a la que yo no estaba totalmente acostumbrada, así que bajé la mirada y caminé tratando de no prestar atención ni de imaginar deliciosas pollas metidas en mi trasero.
Llegué finalmente a la gran casa del líder de la tribu. El hombre se paseaba a sus anchas, vestido con ropas finas y una gran cantidad de adornos hechos con jade, conchas y piezas de oro. Mi papá y Bárbara estaban allí hablando de algo, así que me les acerqué con una sonrisa tímida.
—Buenos días…
—Ah, hola, hija —me saludó papá —. Estábamos esperando a que despertaras, pero como estabas muy bien dormida, mejor te dejamos. Íbamos a ir a almorzar ¿vienes?
—Claro, me muero de hambre.
—Es por aquí, cariño —Bárbara me guiñó un ojo y tomándome de la mano comenzó a caminar frente a mí.
De cerca, la mujer era impresionante. Vestía una cortita falda hecha de cuero, y un top de lino que mostraba una espalda esbelta y bronceada. Su cabello negro y ondulado le caía libremente detrás de los hombros. Recordé la manera tan deliciosa en la que se la habían cogido, y durante un segundo imaginé que era yo quien tomaba su lugar.
Dios… éste sitio comienza a estresarme. Demasiada sensualidad en los hombres, mucho erotismo en las mujeres.
Llegamos hasta un restaurante, que más bien era un gran techo que daba sombra a varias mesas y bancos hechos de madera. El suelo era de tierra apisonada. No había calor, sino que una brisa muy fresca soplaba por entre las columnas de madera. Nos sentamos tranquilos y de inmediato dos chicas nos trajeron platos y cuencos llenos de una bebida que sabía a agua de sandía, dulce y refrescante.
—¿En dónde está Mara?
—Jugando por allá. No debe tardar en venir.
Y no tardó mucho para que mi nueva hermana apareciera. Venía totalmente desnuda, rodeada de pequeños niños que correteaban junto a ella y le incitaban a seguir jugando con una pelota de piel.
— ¡Hola! Qué divertido es este lugar. Tienen un lago hermoso por allí.
—¿Por qué no te pones un poco de ropa?
—¿Bromeas? Aquí me siento de maravilla.
Vi el cuerpo precioso de Mara, que aunque no tenía muchas curvas, despedía una sensualidad increíblemente ingenua. Sus pequeñas tetitas estaban paraditas, y se le había borrado por completo las líneas de la ropa en sus pechos y sus caderas.
—¡Vamos! ¡Jugar! ¡Jugar! —dijo un niño, tirando de mi hermana.
—Tengo hambre. Voy a comer y después seguiremos jugando ¿vale?
—¡Sí!
Sonreí. Fuera de toda la perversión de Mara, era una chica muy agradable. Se sentó junto a mí y me dio un besote en la mejilla, y luego se dedicó discretamente a acariciarme la pierna por debajo de la mesa.
—Bueno, comamos —dijo Bárbara —. Después iremos a ver su bote. No tenemos herramientas, pero a lo mejor podemos… parchar algo, o hacer algo.
—No te molestes —papá suspiró —. Lo he intentado todo, pero no funciona. Tendremos que esperar a que nos rescaten.
—Entiendo. Bueno, nada haremos por sentarnos a lamentarnos, así que a comer.
Después de ese rico almuerzo, mi hermana y yo decidimos dar un pequeño paseo por la aldea, que era más grande de lo que habíamos pensado. Mara iba desnuda, obviamente.
—Quítate la ropa. Que no te de pena, Dani.
—Mmm… bueno, pero sólo lo de arriba.
Tranquila, me quité la blusa y expuse mis grandes tetas al aire. Al hacerlo, captamos la mirada de dos chicos de nuestra edad que estaban conversando bajo la sombra de un árbol. Uno de ellos tenía el pelo rizado, era alto, atlético y se me hizo la boca agua al verlo acercarse a nosotras.
—Hola —saludó con un marcado acento. Al igual que la mayoría de los muchachos, estaba aprendiendo el español —. ¿Cómo se llaman?
—Yo soy Mara, y ella es mi hermana, Daniela.
—Me llamo Tamir, y él, Aden.
—Ustedes hablan muy bien el español —les felicitó Mara, inflando el pecho con orgullo.
—Tú… tienes hermosos senos.
—Ah, gracias —rió mi hermanita —¿Tocar?
—Sí.
Sin descaro alguno, Mara dejó que ambos chicos le manosearan los pechos y le pellizcaran sus delicadas puntitas mientras ella se reía de las cosquillas. Yo, por otro lado, me apené un poco, pero morbosamente vi cómo esos jóvenes se degustaban moldeando las tetitas de Mara con sus fuertes manos.
—Tú también tienes hermosos senos.
—Ah… si quiere… toquen.
No se los dije dos veces. Sentí escalofríos cuando las cuatro manos se me pusieron sobre las tetas y comenzaron a moverlas y a pellizcarlas como si fueran ellos unos niños inexpertos.
—¿Quieren… tener sexo?
—¡Yo encantada! —Mara, como siempre, se portó muy putita con los jóvenes y se prendió del brazo de Tamir, el de los rizos —¿vienes, Daniela?
—No… yo iré a ver qué más hay por allí.
—Ah… vale. Vamos, chicos.
Y la muy cabrona se fue tomada de los brazos de ambos muchachos. Los perdí de vista cuando se metieron en una de esas cabañas y cerraron la puerta.
Yo, mientras tanto, más confiada y algo excitada por todo, opté por sacarme la falda y desnudarme enterita. A medida que caminaba, vi que me estaban mirando, desde los adultos, los jóvenes y hasta los pubertos. Esto hizo que me sintiera más en confianza, y luego de un rato ya andaba muy quitada de la pena.
Entré a la casita que nos habían dado y sorpresa mía al ver a Bárbara allí, recostada mientras se dedeaba el clítoris.
—¡Ay! ¡Perdón!
—No, no… pasa. No importa. Ya me viste.
Las dos estábamos algo sonrojadas. Ella se bajó la falda y se sentó, cruzándose las piernas.
—Lamento que me hayas visto así. Me dieron ganas y pues… tú comprenderás. En esta isla hay tanto hombre guapo que…
—Sí, jeje. Entiendo.
—¿Dónde está Mara?
—Se fue con dos chicos.
—Ah… qué suertuda. Si buscas a tu papá, él salió y se fue a ver el bote para buscar algunas cosas. Le acompañaron dos de los soldados de la tribu, así que estará bien.
—Bien, entonces creo que lo esperaré un rato… ¿le molesta si me siento?
—Adelante, querida.
Incómodas, comenzamos a hablar sobre la isla y sobre nosotras. Le conté un poco de mi vida a Bárbara y ella también algo de la suya, como de dónde venía o qué clase de cosas había hecho con la tribu. Claramente la conversación se fue a temas sexuales.
—Lo mejor es la doble penetración. Dos hombres pueden compartir a la misma mujer y casarse con ellos. Me han propuesto matrimonio, pero yo no me dejo.
—Yo… nunca he hecho una doble penetración. Ni siquiera he hecho anal.
—Pues de lo que te pierdes, querida ¡Jajaja! Es delicioso.
—No sé cómo. Me da miedo.
—¿Quieres que… te enseñe?
Los colores se me subieron a la cara, pero extrañamente esa propuesta me había excitado sobremanera.
—¿Cómo… es eso?
Bárbara comprendió el morbo que sentía, así que en un dos por tres, la mujer se quitó toda la ropa y se recostó en la cama, se puso una almohada en la cadera y se levantó el trasero, abriendo mucho sus piernas.
—La clave del sexo anal es la relajación, y la mejor manera de relajarse es con sexo oral o la masturbación.
Crucé los muslos y miré atenta, avergonzada también, el clítoris de Bárbara. Su coño estaba lampiño, y no sólo eso, sino que sus labios eran algo apretados también. No obstante, la fotógrafa se lamió los dedos y comenzó un suave masaje en su botoncito de placer. Yo, de tan excitada por los hombres guapos de allá afuera, y por ver a otra mujer masturbándose, no pude contenerme y miré sin descaro. Los dedos de bárbara lentamente se metieron en su coño, y cuando los sacó, estos estaban empapados de sus ricos jugos.
—Me caben como cuatro. Tanto coger aquí ya tiene mi coño entrenado.
—¡Jaja! No me diga…
—Sí… luego, cuando te has relajado, observa bien.
Despacio, dirigió un dedo hacia su pequeño anito, y sin presionar muy fuerte, lo introdujo dentro.
—No duele para nada. En serio.
—Pues… qué bien.
—Es importante estar muy mojada, niña.
—Lo entiendo.
Qué calor que hacía. Mi cuerpo tenía una pequeña capa de sudor y mi respiración estaba algo alterada. Me quedé mirando cómo Bárbara se dedeaba, hasta que ya no pude resistirlo y desvié una mano entre mis piernas apretadas. Ella rió al verme.
—¿Quieres que nos masturbemos juntas?
—Bueno… sí. Está bien.
Me recosté junto a ella en la amplia cama, separamos nuestras piernas un poco mejor, para acomodarnos, cerramos los ojos y comenzamos a meternos los dedos en nuestras respectivas conchitas. Yo no soy de andarme tocando, pero la verdad es que al oír los gemidos de la fotógrafa, grandes sentimientos lésbicos se encendieron en mí, y de repente quise hacerle el amor a esta mujer tan increíblemente atractiva.
—Así, cariño. Despacio. Siente como tus dedos abren tu coñito.
—Ah… qué bien se siente… —me pregunté cómo le estaría yendo a Mara.
Menos mal que Daniela no había querido acompañarme, porque así yo podía tener suficiente diversión con estos dos atractivos hombres, tan bien formados y tan bien dotados, como a mí me fascinaban. Los tres estábamos encerrados en una pequeña casa de paredes de barro, sobre una alfombra de piel aterciopelada. Como yo ya estaba desnuda, a los muchachos no les fue difícil tumbarme. Yo abrí las piernas obedientemente para que Tamir se acercara a mi apretada vagina. Él la olió y luego pasó la lengua por toda la superficie. Lo hizo bien, con presión y firmeza, por lo que dentro de mí se encendió una lujuria que llevaba días creciendo.
Mientras tanto, Aden no despegaba la boca de mis tetas, y mordía mis pezones como si no hubiera un mañana. Yo me retorcía de un auténtico placer y comencé a jadear debido a las dos lenguas que me estaban recorriendo entera. Aden me besó al estilo francés, transmitiéndome las ganas que tenía por mí, y eso sólo me alentó a sacar a la putita que tenía en mi interior.
—Métanmela.
Los dos hombres asintieron. Fue Tamir, el guapo chico de los rizos, quien se colocó entre mis piernas, con su polla apuntando hacia adelante. Yo me separé los labios con los dedos y él se enterró dentro de mí, estimulando mi mojado clítoris con las venas de su verga. Gemí de profundo goce.
—Quiero el tuyo en mi boca.
Aden se apresuró a sentarse a horcajadas sobre mi pecho, y luego el muy cabrón me hundió su polla entre los labios. Yo abrí los ojos, asustada por la repentina penetración tan profunda que me llegó hasta el fondo de la garganta. Tuve que hacerle señas para que la sacara, y después de coger aire, abrí la boca y él la volvió a meter, no tan en el fondo.
Por otro lado, Tamir bombeaba dentro de mí con tanta fuerza que todo mi cuerpo temblaba. Me acaricié las tetas y cerré los ojos, permitiendo que fuera Aden quien metiera y sacara su tranca de mi garganta. Qué rico es no poder gemir por tener la boca ocupada.
Estuvimos así un buen rato. El pene de Aden estaba empapado de saliva y el de Tamir, con mis jugos. Entonces intercambiaron posiciones, de tal forma que ahora Tamir enterraba su polla en mi garganta y Aden se dedicaba a penetrarme, pero como tenía el pene más grueso, provocó estragos en mi pequeña conchita, lo que me hizo gritar un poco, pero gracias a la lubricación, me calmé enseguida.
Poniéndome como una perrita en celo, a cuatro patas, Tamir me volvió a penetrar. Me tomó de las caderas y embarró su glande con mis jugos. Noté cómo me abría las nalgas. Mientras tanto jalé la polla de Aden y comencé a masturbarla con mucha fuerza. Una vez que me sentí lista, me la llevé a la boca y mamé cómo si no hubiera un mañana, sacándomela sólo para respirar lo suficiente, porque el pene de Tamir hacía estragos dentro de mí.
Gemí fuertemente. El muy cabrón intentaba metérmela por el ano, y como yo no estaba acostumbrada a hacer sexo anal, sufrí un poco. Le miré.
—No. Allá no.
—Lo siento.
Volvió a metérmela por la conchita, pero como si se hubiera molestado conmigo, decidió follarme con más fuerza. Notaba sus huevos chocando contra mi entrepierna. Sus uñas se enterraban en mis caderas. Dejé de mamar, sólo para poder gemir.
En eso, Aden se fue atrás, junto con su compañero. Los dos hablaron algo en su idioma.
—Acuéstate sobre mí —pidió Tamir, con una bonita sonrisa. Yo le obedecí y me acosté encima de él.
Me penetró deliciosamente por la vagina. Sin embargo, su compañero, que estaba detrás, también me hundió su polla por la misma abertura. Grité, pero me calló con un beso. Tenía por fin dos miembros en mi concha, que aunque era apretada, bastaba para darle lugar a ambos miembros. Uno de ellos, el de Tamir, se movía con facilidad, pero el otro lo tenía más difícil. Me concentré en relajarme y en no apretar para que los dos pudieran disfrutar conmigo. Cuando se pudieron sincronizar, me perforaron en un amistoso vaivén.
Tamir me chupaba las pechos, y su compañero me daba de deliciosas nalgadas que seguramente dejarían marca en mi culo. La tremenda cogida hacía que mi vagina lubricara como loca, así que logré correrme en el momento exacto. No obstante, los dos hombres todavía no habían terminado conmigo.
Se acostaron uno al lado del otro. Me tocó mamar, así que me puse sobre Tamir, en un rico 69, y mientras él me comía la conchita, yo le mamaba la verga. Aden no se quedaba atrás y arrodillado me ofrecía su polla, la cual acepté sin rechistar. Mordí el glande y luego de eso la mamé con delicadeza. De un momento a otro, el chorro de lechita salió. Sabía deliciosa, la mejor que había bebido hasta entonces. Me llenó la garganta de inmediato, y tuve dificultades para tragarla.
Como si fuera un doble premio, Tamir también se corrió, y yo me apresuré a beber de él. Su semen sabía exactamente igual que la de su amigo, pero en mayor abundancia, por lo que se me salió un poco de la boca, y me apresuré a recogerlo con los dedos.
Cuando finalmente los dos hombres volvieron a su estado normal, yo les repartí sendos besos a todos ellos. Nos acostamos un momento para recuperar el aliento. Ellos querían seguir dándome, pero yo ya estaba muy cansada y algo dolorida por la cogida.
—Los veré en la noche —les prometí.
Me lavé con el agua que estaba en un recipiente, y luego me salí de la casita. Como practicaba el nudismo, no me molestó pasearme sin ropa por todo el lugar. Veía las tetas grandes de las adultas y me sentía un poco mal por las mías, que no eran muy grandes, pero tampoco nada pequeñas. Sin embargo mi altura y mi complexión delgada resultaba fácil de manipular par los hombres, que adoraban que yo les cabalgara.
Creo que supieron lo que había hecho con los dos chicos, porque me miraban con más descaro. Uno hasta me tocó una nalga y yo le respondí con una picarona sonrisa. Estaba en eso cuando unos niños vinieron a abrazarme.
—¡Vamos a jugar a la pelota!
—Bueno, vamos, vamos. Se los prometí.
Así pues, fui con ellos a divertirme, porque en este lugar tan natural, donde había tantas libertades, donde no existía el tabú y donde la gente era tan amable, tan hermosa, no podía darme el lujo de rechazar ninguna clase de amistad. Era una lástima que otras tribus estuvieran siendo atacadas por las talas de árboles y la expansión de las ciudades, pero por lo menos, protegidos por las leyes internacionales, estas personas serían felices.
Las caritas alegres de estos niños jugando conmigo a lanzarse la pelota, como un intento de fútbol americano, hizo que se asentara en mí un deseo muy fuerte de quedarme con ellos y con su gente en esta isla, para siempre. No quería volver al mundo real, a aburrirme en esa sociedad tan llena de reglas.
—Mara.
—¿Tamir?
El atractivo chico venía solo, con una bonita sonrisa en sus labios. Me abrazó sin que yo le dijera nada y me tocó una nalga traviesamente.
—Tú… me gustas mucho.
—Tú también me gustas, Tamir.
—Quiero que… sólo conmigo lo hagas.
Sonreí. ¿A caso el chico tenía celos? Le di un beso y lo tomé de las manos.
—Tamir, perdón, pero si estoy aquí, quiero disfrutar con todos los hombres que pueda.
—¿Todos?
—Todos los que me gusten. Quiero vivir esas experiencias tan geniales… lo siento.
—Ah… entiendo.
Y así, triste, el pobre muchacho se fue, pero yo no dije nada, aunque me sentí un poco triste. Sin querer había mandado a la friendzone a un inocente aldeano, que ni seguro comprendía eso.
—¡Mara! ¡Juega! —exclamó un niño, lanzándome la pelota a la espalda.
—Sí… ya voy.
Y mientras me divertía, no dejaba de pensar en el pobrecito de Tamir, con tan rica polla que tenía…
***+
Jaja, ¿qué les pareció? creo que Mara es toda una picarona xD, y mandó a la friendzone al pobre chico que ni sabe qué le acaba de pasar. y por otro lado, la Daniela abriendo su lado lésbico. creo que ambas están cambiando y volviéndose mas liberales. Cual es su favorita? creo que la mía es Mara, por ser nudista y tan... salvaje jeje
recuerden visitar mis otras historias
http://www.poringa.net/posts/relatos/2920481/Mis-historias-incestuosas-recopilacion.html
16 comentarios - Trio familiar en la isla. cap 7
Y esta Mara... me encanta!!
Aunque me quedé con ganas de saber un poco más de la masturbación compartida.... ;)
Gracias por compartir!
@hammer30 ahí te deje 10 puntotes :D
Muy muy buena, genio.