Un día de diciembre del pasado, apareció Carlos en mi vida. Un muchacho uruguayo de unos 3 o 4 años menor que yo, con un torso sumamente trabajado, esbelto, de anchas espaldas, bíceps abultados, manos grandes, largas piernas, cabellos enrulados y ojos marrones de mirada seductora y voz un tanto ronca.
Los dos concurrimos, sin nuestras respectivas parejas, a la tradicional reunión que organizan las empresas todos los fines de año. Mi esposo había viajado al exterior y regresaba 2 días más tarde y su esposa no lo había podido acompañar. Había quedado en Montevideo por problema de salud de su madre. Nos asignaron la misma mesa que compartimos con dos matrimonios. Los seis éramos conversadores de modo que la cena transcurrió amena.
No voy a negar que como mujer me inquietó el porte del colega de la otra orilla del río. Creo que a cualquier mujer le hubiera atraído.
Además noté que era correspondida, muchas veces lo sorprendí mirando, perdido en mi figura, en particular en mis tetas, mis piernas y la confluencia de las mismas.
Concluida la cena y los discursos y brindis de los gerentes, local y regional, comenzó el baile. Al cabo de algunas piezas bailadas con distintos compañeros, Carlos me invitó. Juntamos los cuerpos “que bien que encajamos” pensé. Era un poco más baja que él pero, con los tacones, casi igualaba su estatura y la altura de mi pelvis con la suya. No necesitamos mucho tiempo para excitarnos, su erección no podía pasarme desapercibida y, lejos esquivar el “bulto”, lo disfrutaba restregándolo con fuerza con mi bajo vientre.
No demoró en “tirarme los galgos”. Arremetió como suelen hacerlo los hombres de poco tacto. Quizás percibió que yo era “pan comido”. No estaba desencaminado: al finalizar el ágape fuimos a dar al hotel transitorio Osiris en el bajo de la ciudad. El donde se alojaba Carlos no era conveniente porque lo compartía con un buen número de colegas del interior y del exterior. En mi casa tampoco, estaban mis hijos y mi hermana cuidándolos.
En la habitación él tiró saco y corbata en un silloncito y se abalanzó, me tomó en sus brazos, me empujó con fuerza contra la pared y metió su lengua en mi boca, y sus manos por todas partes, casi sin darme tiempo a nada. Respondí a sus besos y toqueteos hasta que en una pausa le sugerí higienizarnos para quitarnos la traspiración acumulada por lo caluroso de la noche.
Fui la primera en ducharme con agua tibia, al higienizarme y tocar mis partes, desfilaron por mi mente, situaciones lascivas propias de mi calentura. Me sequé y envolví mi cuerpo en el toallón cubriendo mis pechos hasta mi culo y me senté al borde de la cama.
Fue el turno de Carlos entrar en la toilette, previa mirada capaz de arrancar el toallón de mi cuerpo.
Al rato escuché, en lugar de ruido ducha, el de un chorro, copioso, que sale por una parte estrecha, como un orificio o una canilla, caer con violencia en un charco. Caí en cuenta que estaba orinando de parado y su chorro chocaba con el agua detenida en el hoyo o cavidad del inodoro.
Me lo imaginé, sosteniendo en su mano, un tubo considerable. No tardaría en comprobar que estaba en lo cierto.
Regresó, duchado y envuelto, de la cintura para abajo, en una toalla, volvió a abalanzarse, me despojó del toallón, me acostó de espaldas y, ubicado sobre mí, la emprendió a besos y franeleo en sucesión. No paraba y yo tampoco, respondía a sus besos con besos en la boca, lengua en las tetillas y manoseos, mis pezones se erizaron, mi concha manaba humedades, tomé su toalla con una mano y se la arranqué tirando con fuerza. Su verga ultra dura se incrustó entre los muslos de mis piernas, mientras me acariciaba las tetas y los pezones. El muy guacho siguió franeleándome la verga por mis genitales sin penetrarme y yo, ya, no aguataba más, sentía mi clítoris pulsar de deseo y de placer.
Bajó, abrió mis piernas y enterró su cabeza entre ellas, casi me desmayo… ¡ que bien se sentía que me lamiera con avidez la concha!!! Literalmente me comió la cachucha, el clítoris se agrandó entre sus labios, estimulado por su lengua que iba y venía sobre él, me metió dos dedos , acarició las paredes internas, presionando y frotando con sutileza, deseaba que me penetre, transpiraba, entrecerraba los ojos, jadeaba, acariciaba mis pechos apretando los pezones, no pude más, con gemidos y gritos tuve un hermoso primer orgasmo. Tuve que tirar de su cabello porque no dejaba de chuparme.
Se dejó caer con la cabeza en la almohada. Ahí fue que, aún obnubilada de placer por el clímax, entreví su pene apuntando al cielorraso. Abrí bien los ojos y tomé conciencia de su envergadura y grosor. Lo rodeé con mi mano derecha, la punta de mi dedo pulgar no alcanzaba a tocar el dedo índice.
“¡Dios mío pensé, entre recelosa y deseosa, todo eso me va a meter!!”
Ni que hubiese leído mi pensamiento, se incorporó y montó sobre mí, su verga dura y cabezona comenzó a refregarla sobre mi clítoris, adelante y atrás, entre mis labios, no lo soportaba, por fin
sentí como su cabezota se alojó en la entrada de mi concha, e intentaba penetrarme. Instintivamente con ambas manos me abrí los labios vaginales con los dedos, para de esta manera ayudar a que Carlos me ensartara.
Finalmente logró introducir su glande, una vez que consiguió eso, sentí como su verga entró dentro mío hasta casi la mitad de mi cavidad, entre su vientre y el mío quedaba espacio para que, al meter brazo y mano, comprobé que aún faltaba entrar una buena porción de verga. Luego poco a poco él fue avivando los movimientos, el placer le ganó al temor, no podía creer que esa verga tan gruesa estuviera abriendo mi concha, Él seguía besándome con mucha pasión y masturbaba mi clítoris entre sus dedos índice y pulgar con una de sus manos, una vez que mi vagina se adaptó al grosor de su verga, empezó con el pistoneo, sus embestidas fueron subiendo en intensidad y profundidad, hasta que pude sentir su carne tiesa llenar mi concha por completo y sus testículos chocar con mis nalgas, provocándome orgasmos a repetición.
Tuve una oleada de placer y una sensación de desilusión cuando percibí el desparpajo de su semen en lo más profundo: se acababa la culeada y yo quería que siguiese.
Por cierto siguió, después de una pausa reparadora. Mejor dicho, siguieron, porque me cogió, del derecho y del revés, por la concha y por el ano, hasta que el sol comenzó a trepar en el cielo, con intercaladas, duchas compartidas, para quitarnos sudores y fluidos sexuales desbordados o dispersados de exprofeso, en nuestras pieles.
Era de largo aliento el oriental. Me dejó, con un beso apasionado, en la puerta del taxi que me devolvió a casa, opípara, ahíta de sexo, copioso y espléndido y algo maltrecha en “los países bajos”.
Dos noches más tarde, al coger con mi marido, aún sentí algunos ardores, carnales por la irritación residual, mentales al rememorar esa nochecita de “confraternidad” rioplatense.
Creo que no voy a olvidar, por más años que transcurran, a Carlos “Pistola” Mxxxx.
Los dos concurrimos, sin nuestras respectivas parejas, a la tradicional reunión que organizan las empresas todos los fines de año. Mi esposo había viajado al exterior y regresaba 2 días más tarde y su esposa no lo había podido acompañar. Había quedado en Montevideo por problema de salud de su madre. Nos asignaron la misma mesa que compartimos con dos matrimonios. Los seis éramos conversadores de modo que la cena transcurrió amena.
No voy a negar que como mujer me inquietó el porte del colega de la otra orilla del río. Creo que a cualquier mujer le hubiera atraído.
Además noté que era correspondida, muchas veces lo sorprendí mirando, perdido en mi figura, en particular en mis tetas, mis piernas y la confluencia de las mismas.
Concluida la cena y los discursos y brindis de los gerentes, local y regional, comenzó el baile. Al cabo de algunas piezas bailadas con distintos compañeros, Carlos me invitó. Juntamos los cuerpos “que bien que encajamos” pensé. Era un poco más baja que él pero, con los tacones, casi igualaba su estatura y la altura de mi pelvis con la suya. No necesitamos mucho tiempo para excitarnos, su erección no podía pasarme desapercibida y, lejos esquivar el “bulto”, lo disfrutaba restregándolo con fuerza con mi bajo vientre.
No demoró en “tirarme los galgos”. Arremetió como suelen hacerlo los hombres de poco tacto. Quizás percibió que yo era “pan comido”. No estaba desencaminado: al finalizar el ágape fuimos a dar al hotel transitorio Osiris en el bajo de la ciudad. El donde se alojaba Carlos no era conveniente porque lo compartía con un buen número de colegas del interior y del exterior. En mi casa tampoco, estaban mis hijos y mi hermana cuidándolos.
En la habitación él tiró saco y corbata en un silloncito y se abalanzó, me tomó en sus brazos, me empujó con fuerza contra la pared y metió su lengua en mi boca, y sus manos por todas partes, casi sin darme tiempo a nada. Respondí a sus besos y toqueteos hasta que en una pausa le sugerí higienizarnos para quitarnos la traspiración acumulada por lo caluroso de la noche.
Fui la primera en ducharme con agua tibia, al higienizarme y tocar mis partes, desfilaron por mi mente, situaciones lascivas propias de mi calentura. Me sequé y envolví mi cuerpo en el toallón cubriendo mis pechos hasta mi culo y me senté al borde de la cama.
Fue el turno de Carlos entrar en la toilette, previa mirada capaz de arrancar el toallón de mi cuerpo.
Al rato escuché, en lugar de ruido ducha, el de un chorro, copioso, que sale por una parte estrecha, como un orificio o una canilla, caer con violencia en un charco. Caí en cuenta que estaba orinando de parado y su chorro chocaba con el agua detenida en el hoyo o cavidad del inodoro.
Me lo imaginé, sosteniendo en su mano, un tubo considerable. No tardaría en comprobar que estaba en lo cierto.
Regresó, duchado y envuelto, de la cintura para abajo, en una toalla, volvió a abalanzarse, me despojó del toallón, me acostó de espaldas y, ubicado sobre mí, la emprendió a besos y franeleo en sucesión. No paraba y yo tampoco, respondía a sus besos con besos en la boca, lengua en las tetillas y manoseos, mis pezones se erizaron, mi concha manaba humedades, tomé su toalla con una mano y se la arranqué tirando con fuerza. Su verga ultra dura se incrustó entre los muslos de mis piernas, mientras me acariciaba las tetas y los pezones. El muy guacho siguió franeleándome la verga por mis genitales sin penetrarme y yo, ya, no aguataba más, sentía mi clítoris pulsar de deseo y de placer.
Bajó, abrió mis piernas y enterró su cabeza entre ellas, casi me desmayo… ¡ que bien se sentía que me lamiera con avidez la concha!!! Literalmente me comió la cachucha, el clítoris se agrandó entre sus labios, estimulado por su lengua que iba y venía sobre él, me metió dos dedos , acarició las paredes internas, presionando y frotando con sutileza, deseaba que me penetre, transpiraba, entrecerraba los ojos, jadeaba, acariciaba mis pechos apretando los pezones, no pude más, con gemidos y gritos tuve un hermoso primer orgasmo. Tuve que tirar de su cabello porque no dejaba de chuparme.
Se dejó caer con la cabeza en la almohada. Ahí fue que, aún obnubilada de placer por el clímax, entreví su pene apuntando al cielorraso. Abrí bien los ojos y tomé conciencia de su envergadura y grosor. Lo rodeé con mi mano derecha, la punta de mi dedo pulgar no alcanzaba a tocar el dedo índice.
“¡Dios mío pensé, entre recelosa y deseosa, todo eso me va a meter!!”
Ni que hubiese leído mi pensamiento, se incorporó y montó sobre mí, su verga dura y cabezona comenzó a refregarla sobre mi clítoris, adelante y atrás, entre mis labios, no lo soportaba, por fin
sentí como su cabezota se alojó en la entrada de mi concha, e intentaba penetrarme. Instintivamente con ambas manos me abrí los labios vaginales con los dedos, para de esta manera ayudar a que Carlos me ensartara.
Finalmente logró introducir su glande, una vez que consiguió eso, sentí como su verga entró dentro mío hasta casi la mitad de mi cavidad, entre su vientre y el mío quedaba espacio para que, al meter brazo y mano, comprobé que aún faltaba entrar una buena porción de verga. Luego poco a poco él fue avivando los movimientos, el placer le ganó al temor, no podía creer que esa verga tan gruesa estuviera abriendo mi concha, Él seguía besándome con mucha pasión y masturbaba mi clítoris entre sus dedos índice y pulgar con una de sus manos, una vez que mi vagina se adaptó al grosor de su verga, empezó con el pistoneo, sus embestidas fueron subiendo en intensidad y profundidad, hasta que pude sentir su carne tiesa llenar mi concha por completo y sus testículos chocar con mis nalgas, provocándome orgasmos a repetición.
Tuve una oleada de placer y una sensación de desilusión cuando percibí el desparpajo de su semen en lo más profundo: se acababa la culeada y yo quería que siguiese.
Por cierto siguió, después de una pausa reparadora. Mejor dicho, siguieron, porque me cogió, del derecho y del revés, por la concha y por el ano, hasta que el sol comenzó a trepar en el cielo, con intercaladas, duchas compartidas, para quitarnos sudores y fluidos sexuales desbordados o dispersados de exprofeso, en nuestras pieles.
Era de largo aliento el oriental. Me dejó, con un beso apasionado, en la puerta del taxi que me devolvió a casa, opípara, ahíta de sexo, copioso y espléndido y algo maltrecha en “los países bajos”.
Dos noches más tarde, al coger con mi marido, aún sentí algunos ardores, carnales por la irritación residual, mentales al rememorar esa nochecita de “confraternidad” rioplatense.
Creo que no voy a olvidar, por más años que transcurran, a Carlos “Pistola” Mxxxx.
1 comentarios - ¡Que nochecita!!!