Hola! gracias a todos por el apoyo de los puntitos y los comentarios 🙂 vamos con la parte 3
Luego de haber hecho el ridículo con mi padre y con Mara, decidí salir un rato para ver si se habían molestado conmigo. Mara estaba asoleándose todavía, desnuda por supuesto y con las piernitas un poco abiertas. No lejos, frente al timón, estaba mi papá. Así pues me acerqué a él por la espalda y lo abracé.
—Papi… siento haberme molestado.
—¿Qué? Ah… no te preocupes. Perdón. No debí meterte mano. Eres mi niña. ¿En qué estaba pensando?
—No importa. Soy yo la que no está acostumbrada a andar enseñando las carnes por allá. De hecho, entre mamá y tú, son muy liberales y yo a veces me siento como una monja.
—En ese caso está bien. No tienes que hacer las cosas si no quieres.
Guardé un momento de silencio y seguí abrazándole, presionando mis tetitas con cariño contra su espalda.
—¿Papi? ¿Te gusta el cuerpo de Mara?
—Ah… pues sí. Soy un hombre.
—¿Y el mío? ¿Crees que es bonito?
—¡Jaja! Creo que he visto demasiado de ti. Si, es muy bonito.
De alguna manera eso me hizo sentir mejor. No quería quedarme atrás con Mara. Me molestaba, como si yo fuera una niña, que papá estuviera idiotizado por ese cuerpo. Era cierto que la muchacha era muy linda y visiblemente sensual… pero yo no me quedaba atrás.
—Intenta ser su amiga. Las cosas irán mejor y si todo va según lo planeado, tal vez se convierta en tu hermana mayor.
—Querrás decir la menor.
Sintiéndome mejor conmigo misma, sonreí y me quité el sostén. Luego le llamé a papá y cuando él se giró, me apresuré a abrazarle. No me importó pegarle mis pezones a su pecho. Simplemente lo rodeé muy fuerte y me quedé allí un ratito. Él me puso las manos en las caderas y acarició suavemente mi piel. Empecé a experimentar un cosquilleo extraño, alarmante. Le miré. Aunque era más adulto que yo, sus ojos azules eran hipnóticos y fue cuando empecé a darme cuenta de que le estaba mirando como un hombre y no como lo que de verdad era.
Asustada, me alejé un poco sonriendo. Él me miró los pechos. Sonrió algo ruborizado y volvió a su labor detrás de timón.
Para el atardecer yo ya me había acostumbrado a hacer topless frente a papá. Él me miraba las tetas con mucha curiosidad, y yo me estiraba o proyectaba el busto para hacer que se vieran mucho más apetitosas que las de Mara, quien notó mis intenciones y me frunció las cejas como un desafío. Luego, las dos intentamos llamar la atención de Leandro, pero fue imposible porque él se puso a escribir su libro a la luz del ocaso y nosotras nos sentamos en la orilla del bote a pescar.
—¿Qué intentas hacer, Daniela? Andas mostrándole las tetas a tu padre.
—Pues tú me dijiste que me acostumbrada ¿verdad? ¿Qué? ¿Estás celosa?
—¡Claro que no!
Se molestó un poquito, supongo, y se fue a su camarote. Yo también me fui al mío y antes de poder decir pío, caí en un bonito sueño del que no me acordé mucho. Lo que me despertó más adelante fue el rápido movimiento de las olas y cómo el bote se mecía peligrosamente. Miré por el ojo de buey y vi que el mar estaba embravecido y que el cielo era tan negro como la boca de un lobo. Desesperada, me puse una chaqueta y salí a la cubierta. Fui al puente de mando y allí vi a papá y a Mara luchando por mantener el yate estable.
—¿De dónde salió esta maldita tormenta? —pregunté.
—¡No lo sé! ¡Demonios! —gritó papá —. Hemos perdido el rumbo y la radio no funciona. El timón se va a averiar.
— ¡Esto está mal! ¿Cómo regresaremos? —exclamó asustada Mara.
El barco dio un giro inesperado y todos caímos al suelo. Me hice daño en la muñeca. Mara se quejó de que le dolía la rodilla y papá se hizo un corte en la ceja que lo dejó un poco mareado. El timón iba sin paro de uno a otro lado, fuera de rumbo, mientras el viento soplaba como un diablo y el mar nos trataba de hundir…
Por poco salvamos la vida. En algún punto dejamos de pedir ayuda por la radio descompuesta. No había forma de arreglarla. Cuando el bote se sacudió fieramente, supimos que el viaje había terminado.
— ¡No salgan! ¡Esperemos que pase la tormenta! —dijo papá. Estábamos con él en su camarote, asustados por lo que nos había ocurrido.
Cuando salimos para ver nuestra situación, nos encontramos encallados en unas rocas que daban a una isla selvática. La lluvia había amainado, pero seguía siendo de noche. Sin estrellas en el cielo a causa de las nubes y los rugidos del mar… de verdad que me sentí aterrada. Los celulares tampoco funcionaban y en el mapa no figuraba ninguna isla cercana. Al menos no una donde pudiéramos estar.
—Creo que será mejor… dormir. Mañana cuando salga el sol podremos ver mejor todo lo que pasó y trataré de rescatar el bote. No tengan miedo ¿de acuerdo?
Qué fácil lo dijo. Yo estaba aterrada. Me la pasé en mi habitación llorando de miedo durante un rato hasta que finalmente me tranquilicé. Digo… no podía pasar nada peor ¿verdad? Y papá arreglaría el bote. Estaba segura de que sería así. Tenía que ser así.
Vi el reloj. Ya era media noche. Sin duda alguien ya se habría dado cuenta de nuestra ausencia y pronto mandarían ayuda.
MARA
Bien… eso era inesperado. Nunca creí que pudiéramos estar tan metidos de mierda por la estúpida tormenta, y sobre todo ¡atrapadas aquí con este semental! La simple idea de tener al hombre de mamá junto a mí era suficiente como para que de alguna manera me hiciera cosquillas la conchita. Quería verlo. Quería sentir su glande rompiendo las paredes de mi coño. ¡Dios! La falta de sexo me estaba afectando demasiado, y andar desnuda por toda la tarde sólo había calentado mi ser.
Me levanté de mi cama y salí del camarote. Llevaba unos pequeños shorts y una blusita con chaqueta para mantenerme caliente. Casi no habíamos traído ropas, así que además de unos pocos bikinis, no teníamos mucho con qué taparnos. Tal vez si pudiera ver a esa tonta de Daniela, ella podría hacerme compañía.
Me acerqué a su camarote para ver si estaba bien y miré por la ventanilla. ¡Vaya cosa! La putita estaba abierta de piernas. Bien abierta, y se estaba metiendo el mango de un cepillo por el coño. La poca luz iluminaba la tersa piel y sorprendida vi la facilidad con la que le entraba el objeto. ¡La hija de Leandro masturbándose! Era increíble. Y yo que pensaba que esa tía era alguna clase de mojigata que temía al nudismo.
Me quedé mirando un buen rato. Ella se masajeaba el clítoris, se metía el cepillo al fondo de la conchita y luego, empapado de jugos, se lo llevaba a la boca y le pasaba la lengua. ¡Joder! Qué había venido aquí para que se me bajara la calentura y en vez de eso ahora estaba un poco más caliente de lo normal.
Miré la otra puerta. El camarote de Leandro. Decidí hacerle una visita.
Dejé a la chica masturbándose y entré. Estaba abierta la puerta. El papá, bueno… también era mi papá ¿verdad? Estaba durmiendo plácidamente y ¡desnudo! Bueno, claro que él también era nudista así como yo, y como mamá. Entonces… el pene flácido descansaba sobre sus piernas. Yo ya lo había visto así, pero erecto ¡jamás! Tragué saliva. Me aproximé con cautela y me senté en el borde de la cama para admirar esa polla hermosa y deliciosa. También el fibroso cuerpo del hombre, el que se cogía a mi mamá. Imaginé la boquita pequeña de Shaira mamando ese pedazo de carne, la cantidad de semen que saldría de sus huevos.
Excitada por esa deliciosa imagen, me aventuré a tocar con la yema de mi dedo el tronco del miembro. Estaba algo caliente, y tenía unas pocas venas. Seguí tocando, sintiendo la textura. Tanteé los huevos, exploré el saco que los contenía y suspiré emocionada con el corazón latiéndome a mil.
Entonces él despertó.
—¿Qué haces?
— ¡Ah! —grité, asustada y me levanté de golpe — . Perdón… perdón.
Se miró la polla y luego, sonriendo, volvió a acostarse.
—Está bien. Puedes mirar si quieres.
—Ese es un gran… miembro —dije honestamente.
—¿Estás asustada? No por mi verga, sino por la situación.
—Ah… sí, un poco. Bueno sé que saldremos pero…
—Lo haremos. Mañana iré a ver qué le pasó al bote. Deberías dormir.
—No puedo. Tengo insomnio…
—Te gusta lo que ves ¿verdad? No apartas la vista.
—Bueno, claro que sí me gusta.
Nos quedamos callados un momento. Papá me miró y se llevó una mano al pene.
—¿Quieres tocarlo más?
—Ah… no sé.
—Me voy a casar con Shaira… por lo que tú eres mi hijastra. No tengas pena.
¿Pena? Qué era eso.
Decidida, me acerqué a la cama y palpé tontamente el miembro con mi manita. Estaba más caliente, y pronto comenzó a ganar un tamaño considerable a medida que se iba excitando. Yo también. Notaba la humedad en mi vulva y el palpitar del clítoris. El calor que había en mi cuerpo era increíble. Él me tomó la mano y me indicó cómo debía masturbarlo. No es que yo no supiera, pero… era tan grueso que mi puño no lo cerraba.
—¿Puedo… mamarlo? —le pregunté con pena.
Él sonrió y asintió.
Me pasé el pelo detrás de las orejas. Riendo de la pena, me metí el glande entre los labios y luego traté de hundirlo al fondo de mi garganta. ¡Qué ricura! Sentir el calor en mi lengua, cómo me llenaba y me obligaba a abrir la mandíbula…
—Ah… sí.
—Qué rica está —murmuré después de sacar el pene. Estaba cubierto de mi saliva. Mucha saliva y eso hacía que fuera fácil masturbarlo.
—Chúpalo más.
—Está bien, papito —suspirando de gozo, me lo volví a meter. Noté que Leandro me tocaba las tetas, buscaba dentro de mi blusa y eso me encendió todavía más, por lo que me amarré el pelo en una coleta con una liga que traía en la muñeca y me quité la blusa. Luego los shorts. Me desnudé completamente.
—Entiendes lo que vamos a hacer ¿verdad? —le pregunté, guiñándole un ojo.
Papá se acomodó con el pene apuntando al cielo. Yo me acomodé mejor entre sus piernas. Tomé su verga con una mano, sus testículos con la otra. Me pasé la lengua por los labios, concentré saliva en mi boca y entonces le chupé la polla como nunca antes se la había chupado a un hombre. Deslicé la boca por el largo de su verga y culminé con tiernos besitos en el glande. Yo estaba ida, excitadísima y con deseos de hundir todo dentro de mi apretada vaginita que clamaba por una pija. No obstante, mamar era igual de placentero. Tenía que detenerme para coger aire, y necesitaba relamerme los labios y aguantar la respiración.
—Deja, yo lo hago —dijo Leandro, mi padre, y entonces me tomó de la cabeza y él mismo guió el movimiento. Yo me quedé quietecita, con los ojos cerraditos y dejando que fuera él que manipulara mi cuello. Abrí bien la mandíbula. La saliva corría por todo el tronco de su pene y resbalaba hasta sus huevos, y seguía allí hasta la sábana de la cama.
Tuve arcadas. Me brotaron lágrimas, pero aun así estaba disfrutando de lo lindo.
— ¡Métemela, por favor!
Apenas podía verle la cara a causa de la pobre iluminación, pero me moría de ganas de hacerlo con él. Leandro se lo pensó un poco, y luego, parándose, se colocó al pie de la cama. Yo entendí de inmediato y me puse en cuatro, como una perrita en celo y dejé que él admirara mi culo con una lujuria propia de quien va a cometer una buena penetración. El pecho me seguía latiendo fuertemente. ¡Qué hombre!
Me tocó las nalgas. Luego sentí el calor de su glande tanteando mis labios vaginales, embarrándose con mis suaves jugos que brotaban para lubricarlo.
—¿Papá? —esa fue Daniela, tocando detrás de la puerta. Se me subieron los colores al rostro ¡Sí la chica me mirase ahora, todo se jodería!
—Ya voy, hija —dijo Leandro y me susurró —, métete debajo de la cama. No quiero que me vea.
Comprendí por qué, pues Daniela no era igual que nosotros. Ella era una mojigata que le temía a su propio cuerpo. Además estaba segura de que no me aceptaba del todo como su hermana. Así pues, me metí debajo de la cama. Yo seguía muy caliente por lo que acababa de basar y comencé a masturbarme para evitar que mi excitación se fuera. Quería continuar con mi conchita mojada.
DANIELA
Mi padre abrió la puerta, y como ya sospechaba, lo único que le cubría su fibroso cuerpo eran unas trusas que le quedaban muy ajustadas. La vista de inmediato se me fue a su miembro, que estaba tan abultado como si se hubiera metido un calcetín. Él, por supuesto, no se inmutó ante mi mirada.
—¿Qué pasa, cariño?
—Bu-bueno… no puedo dormir y pensé en que si podía quedarme contigo unos minutos
—Ah…
—Cuando era niña me dejabas dormir contigo y con mamá, y todavía no se me ha quitado eso. Lo siento, si te molesto…
—No, no… claro. Pasa.
Algo apenada por mi muestra de miedo infantil, entré a su camarote. Padre se recostó en la cama, y por su posición, el bulto de su polla era como una pequeña montaña. Yo traía sólo el brasier de mi bikini y unos shorts, porque hacía algo de calor. Además tampoco tenía más ropa porque en mis planes no estaba quedar atrapada en una isla.
Me acosté junto a papá y le toqué una pierna. Estaba dura. Él se ejercitaba mucho, según noté. El abdomen tenía unos pequeños cuadritos marcados, y el pecho velludo, como a mí me gustaba, también estaba definido.
—¿Qué pasa, hijita?
—Nada, perdón.
—Anda, ven, acuéstate.
Extendió un brazo y yo me acomodé junto a él. Muerta de la pena, no quería estar más cerca de lo necesario. Sin embargo, cuando me besó la frente, evoqué esos recuerdos de niña, todo el amor que me había demostrado, y me sentí segura. Yo soy su hija. Ese amor incondicional está en mí de forma natural.
—Papi… ¿te molesta si te abrazo un poco?
—Claro que no, Dani.
Lo hice con algo de inseguridad, y crucé una mano sobre su cuerpo para apoyarla en su pecho. Comencé a jugar con los risitos de su vello y dejé asentada la palma de mi mano sintiendo sus fibrosos pectorales y el latido de su corazón. Fue entonces que miré cómo el bulto le crecía y yo me ruboricé.
— Se te está poniendo grande allí —dije con algo de travesura.
—Es que… te seré sincero, Daniela. Me excitas. Eres mi hija pero aun así, me excitas mucho… —lo decía con vergüenza. Papá era nudista. Mamá también era nudista, pero en menor grado. Ambos practicaban sexo con quien se les pusiera en su camino y si querían. Pero de ellos, yo era la más recatada ¿por qué? No lo sé. A mí me daba vergüenza ir paseándome sin ropa por ahí.
—Bueno… está bien. Soy una mujer y ya crecí. Mis tetas… mis nalgas… mis piernas.
—Desde siempre has sido muy guapa, igual que tu mamá.
Sonreí. En eso sí que era parecida a mi mamá.
Subí una pierna sobre la de él y me abracé más fuerte. Esto hizo que su trusa se tensara más, y traviesa como una mujer que soy, bajé mi mano hasta su vientre.
—Me estás excitando mucho, Daniela.
—Dije que estaba bien, papá. Tú… bueno, ver esa montaña allá abajo me resulta algo perturbador, pero es un pene y yo soy una chica. Es natural que me guste una polla, aunque sea…
—¿La de tu padre?
Le miré y asentí inocente.
—¿Quieres verla?
—¿Me dejarías? Sólo… sólo quiero verla ¿está bien?
—Claro, hija. ¿Por qué no me quitas tú la ropa?
Me reí. Claro, me moría de la vergüenza, y no obstante, le quité las trusas a papá. Su pene saltó, semi erecto y comenzó a ganar tamaño rápidamente. Me volví a acostar junto a él, amodorrada como si yo todavía fuera una niñita temerosa.
—Está grande.
—La puedo mover, mira.
Su pija brincó. Me reí y él, enternecido, me besó.
—¿Quieres darle un besito?
—Mm…. Bueno, sólo un besito ¿está bien?
—Claro.
Me relamí la boca. Respiré hondo. Me incliné e hice un piquito con los labios. Besé el glande, y me atreví a tocarlo con la puntita de mi lengua. Papi hizo que brincara su polla y yo, asustada, retrocedí.
—¡Malo!
— ¡Jajaja!
—Bueno, dormiré contigo.
—Oye… ya te mostré mi pene. Al menos muéstrame algo tú.
— ¡Claro que no! Soy tu hija. Los padres no deben ver a sus hijas así.
Papá se rió, me besó y se cubrió el pene con la sábana. Entonces yo, riendo también, me quité el sujetador del bikini, y lo sacudí frente a él.
— ¡Jajaja! ¡Eres una traviesa mi amor! Siento tus pezones duritos.
— ¡Sí! Pero no los veas —me abracé más fuerte a él, en parte para presionarle mis tetas y en otra para que no las viera.
Papá tomó mi sostén y lo olió profundamente, luego, lo metió entre sus piernas y con él envolvió su polla. Me dio un besito en la frente y después de eso… los dos dormimos sin miedo, libres y sin pena
***
Ja, diganme, chicos, les gustarían unas hijitas así? xD
Luego de haber hecho el ridículo con mi padre y con Mara, decidí salir un rato para ver si se habían molestado conmigo. Mara estaba asoleándose todavía, desnuda por supuesto y con las piernitas un poco abiertas. No lejos, frente al timón, estaba mi papá. Así pues me acerqué a él por la espalda y lo abracé.
—Papi… siento haberme molestado.
—¿Qué? Ah… no te preocupes. Perdón. No debí meterte mano. Eres mi niña. ¿En qué estaba pensando?
—No importa. Soy yo la que no está acostumbrada a andar enseñando las carnes por allá. De hecho, entre mamá y tú, son muy liberales y yo a veces me siento como una monja.
—En ese caso está bien. No tienes que hacer las cosas si no quieres.
Guardé un momento de silencio y seguí abrazándole, presionando mis tetitas con cariño contra su espalda.
—¿Papi? ¿Te gusta el cuerpo de Mara?
—Ah… pues sí. Soy un hombre.
—¿Y el mío? ¿Crees que es bonito?
—¡Jaja! Creo que he visto demasiado de ti. Si, es muy bonito.
De alguna manera eso me hizo sentir mejor. No quería quedarme atrás con Mara. Me molestaba, como si yo fuera una niña, que papá estuviera idiotizado por ese cuerpo. Era cierto que la muchacha era muy linda y visiblemente sensual… pero yo no me quedaba atrás.
—Intenta ser su amiga. Las cosas irán mejor y si todo va según lo planeado, tal vez se convierta en tu hermana mayor.
—Querrás decir la menor.
Sintiéndome mejor conmigo misma, sonreí y me quité el sostén. Luego le llamé a papá y cuando él se giró, me apresuré a abrazarle. No me importó pegarle mis pezones a su pecho. Simplemente lo rodeé muy fuerte y me quedé allí un ratito. Él me puso las manos en las caderas y acarició suavemente mi piel. Empecé a experimentar un cosquilleo extraño, alarmante. Le miré. Aunque era más adulto que yo, sus ojos azules eran hipnóticos y fue cuando empecé a darme cuenta de que le estaba mirando como un hombre y no como lo que de verdad era.
Asustada, me alejé un poco sonriendo. Él me miró los pechos. Sonrió algo ruborizado y volvió a su labor detrás de timón.
Para el atardecer yo ya me había acostumbrado a hacer topless frente a papá. Él me miraba las tetas con mucha curiosidad, y yo me estiraba o proyectaba el busto para hacer que se vieran mucho más apetitosas que las de Mara, quien notó mis intenciones y me frunció las cejas como un desafío. Luego, las dos intentamos llamar la atención de Leandro, pero fue imposible porque él se puso a escribir su libro a la luz del ocaso y nosotras nos sentamos en la orilla del bote a pescar.
—¿Qué intentas hacer, Daniela? Andas mostrándole las tetas a tu padre.
—Pues tú me dijiste que me acostumbrada ¿verdad? ¿Qué? ¿Estás celosa?
—¡Claro que no!
Se molestó un poquito, supongo, y se fue a su camarote. Yo también me fui al mío y antes de poder decir pío, caí en un bonito sueño del que no me acordé mucho. Lo que me despertó más adelante fue el rápido movimiento de las olas y cómo el bote se mecía peligrosamente. Miré por el ojo de buey y vi que el mar estaba embravecido y que el cielo era tan negro como la boca de un lobo. Desesperada, me puse una chaqueta y salí a la cubierta. Fui al puente de mando y allí vi a papá y a Mara luchando por mantener el yate estable.
—¿De dónde salió esta maldita tormenta? —pregunté.
—¡No lo sé! ¡Demonios! —gritó papá —. Hemos perdido el rumbo y la radio no funciona. El timón se va a averiar.
— ¡Esto está mal! ¿Cómo regresaremos? —exclamó asustada Mara.
El barco dio un giro inesperado y todos caímos al suelo. Me hice daño en la muñeca. Mara se quejó de que le dolía la rodilla y papá se hizo un corte en la ceja que lo dejó un poco mareado. El timón iba sin paro de uno a otro lado, fuera de rumbo, mientras el viento soplaba como un diablo y el mar nos trataba de hundir…
Por poco salvamos la vida. En algún punto dejamos de pedir ayuda por la radio descompuesta. No había forma de arreglarla. Cuando el bote se sacudió fieramente, supimos que el viaje había terminado.
— ¡No salgan! ¡Esperemos que pase la tormenta! —dijo papá. Estábamos con él en su camarote, asustados por lo que nos había ocurrido.
Cuando salimos para ver nuestra situación, nos encontramos encallados en unas rocas que daban a una isla selvática. La lluvia había amainado, pero seguía siendo de noche. Sin estrellas en el cielo a causa de las nubes y los rugidos del mar… de verdad que me sentí aterrada. Los celulares tampoco funcionaban y en el mapa no figuraba ninguna isla cercana. Al menos no una donde pudiéramos estar.
—Creo que será mejor… dormir. Mañana cuando salga el sol podremos ver mejor todo lo que pasó y trataré de rescatar el bote. No tengan miedo ¿de acuerdo?
Qué fácil lo dijo. Yo estaba aterrada. Me la pasé en mi habitación llorando de miedo durante un rato hasta que finalmente me tranquilicé. Digo… no podía pasar nada peor ¿verdad? Y papá arreglaría el bote. Estaba segura de que sería así. Tenía que ser así.
Vi el reloj. Ya era media noche. Sin duda alguien ya se habría dado cuenta de nuestra ausencia y pronto mandarían ayuda.
MARA
Bien… eso era inesperado. Nunca creí que pudiéramos estar tan metidos de mierda por la estúpida tormenta, y sobre todo ¡atrapadas aquí con este semental! La simple idea de tener al hombre de mamá junto a mí era suficiente como para que de alguna manera me hiciera cosquillas la conchita. Quería verlo. Quería sentir su glande rompiendo las paredes de mi coño. ¡Dios! La falta de sexo me estaba afectando demasiado, y andar desnuda por toda la tarde sólo había calentado mi ser.
Me levanté de mi cama y salí del camarote. Llevaba unos pequeños shorts y una blusita con chaqueta para mantenerme caliente. Casi no habíamos traído ropas, así que además de unos pocos bikinis, no teníamos mucho con qué taparnos. Tal vez si pudiera ver a esa tonta de Daniela, ella podría hacerme compañía.
Me acerqué a su camarote para ver si estaba bien y miré por la ventanilla. ¡Vaya cosa! La putita estaba abierta de piernas. Bien abierta, y se estaba metiendo el mango de un cepillo por el coño. La poca luz iluminaba la tersa piel y sorprendida vi la facilidad con la que le entraba el objeto. ¡La hija de Leandro masturbándose! Era increíble. Y yo que pensaba que esa tía era alguna clase de mojigata que temía al nudismo.
Me quedé mirando un buen rato. Ella se masajeaba el clítoris, se metía el cepillo al fondo de la conchita y luego, empapado de jugos, se lo llevaba a la boca y le pasaba la lengua. ¡Joder! Qué había venido aquí para que se me bajara la calentura y en vez de eso ahora estaba un poco más caliente de lo normal.
Miré la otra puerta. El camarote de Leandro. Decidí hacerle una visita.
Dejé a la chica masturbándose y entré. Estaba abierta la puerta. El papá, bueno… también era mi papá ¿verdad? Estaba durmiendo plácidamente y ¡desnudo! Bueno, claro que él también era nudista así como yo, y como mamá. Entonces… el pene flácido descansaba sobre sus piernas. Yo ya lo había visto así, pero erecto ¡jamás! Tragué saliva. Me aproximé con cautela y me senté en el borde de la cama para admirar esa polla hermosa y deliciosa. También el fibroso cuerpo del hombre, el que se cogía a mi mamá. Imaginé la boquita pequeña de Shaira mamando ese pedazo de carne, la cantidad de semen que saldría de sus huevos.
Excitada por esa deliciosa imagen, me aventuré a tocar con la yema de mi dedo el tronco del miembro. Estaba algo caliente, y tenía unas pocas venas. Seguí tocando, sintiendo la textura. Tanteé los huevos, exploré el saco que los contenía y suspiré emocionada con el corazón latiéndome a mil.
Entonces él despertó.
—¿Qué haces?
— ¡Ah! —grité, asustada y me levanté de golpe — . Perdón… perdón.
Se miró la polla y luego, sonriendo, volvió a acostarse.
—Está bien. Puedes mirar si quieres.
—Ese es un gran… miembro —dije honestamente.
—¿Estás asustada? No por mi verga, sino por la situación.
—Ah… sí, un poco. Bueno sé que saldremos pero…
—Lo haremos. Mañana iré a ver qué le pasó al bote. Deberías dormir.
—No puedo. Tengo insomnio…
—Te gusta lo que ves ¿verdad? No apartas la vista.
—Bueno, claro que sí me gusta.
Nos quedamos callados un momento. Papá me miró y se llevó una mano al pene.
—¿Quieres tocarlo más?
—Ah… no sé.
—Me voy a casar con Shaira… por lo que tú eres mi hijastra. No tengas pena.
¿Pena? Qué era eso.
Decidida, me acerqué a la cama y palpé tontamente el miembro con mi manita. Estaba más caliente, y pronto comenzó a ganar un tamaño considerable a medida que se iba excitando. Yo también. Notaba la humedad en mi vulva y el palpitar del clítoris. El calor que había en mi cuerpo era increíble. Él me tomó la mano y me indicó cómo debía masturbarlo. No es que yo no supiera, pero… era tan grueso que mi puño no lo cerraba.
—¿Puedo… mamarlo? —le pregunté con pena.
Él sonrió y asintió.
Me pasé el pelo detrás de las orejas. Riendo de la pena, me metí el glande entre los labios y luego traté de hundirlo al fondo de mi garganta. ¡Qué ricura! Sentir el calor en mi lengua, cómo me llenaba y me obligaba a abrir la mandíbula…
—Ah… sí.
—Qué rica está —murmuré después de sacar el pene. Estaba cubierto de mi saliva. Mucha saliva y eso hacía que fuera fácil masturbarlo.
—Chúpalo más.
—Está bien, papito —suspirando de gozo, me lo volví a meter. Noté que Leandro me tocaba las tetas, buscaba dentro de mi blusa y eso me encendió todavía más, por lo que me amarré el pelo en una coleta con una liga que traía en la muñeca y me quité la blusa. Luego los shorts. Me desnudé completamente.
—Entiendes lo que vamos a hacer ¿verdad? —le pregunté, guiñándole un ojo.
Papá se acomodó con el pene apuntando al cielo. Yo me acomodé mejor entre sus piernas. Tomé su verga con una mano, sus testículos con la otra. Me pasé la lengua por los labios, concentré saliva en mi boca y entonces le chupé la polla como nunca antes se la había chupado a un hombre. Deslicé la boca por el largo de su verga y culminé con tiernos besitos en el glande. Yo estaba ida, excitadísima y con deseos de hundir todo dentro de mi apretada vaginita que clamaba por una pija. No obstante, mamar era igual de placentero. Tenía que detenerme para coger aire, y necesitaba relamerme los labios y aguantar la respiración.
—Deja, yo lo hago —dijo Leandro, mi padre, y entonces me tomó de la cabeza y él mismo guió el movimiento. Yo me quedé quietecita, con los ojos cerraditos y dejando que fuera él que manipulara mi cuello. Abrí bien la mandíbula. La saliva corría por todo el tronco de su pene y resbalaba hasta sus huevos, y seguía allí hasta la sábana de la cama.
Tuve arcadas. Me brotaron lágrimas, pero aun así estaba disfrutando de lo lindo.
— ¡Métemela, por favor!
Apenas podía verle la cara a causa de la pobre iluminación, pero me moría de ganas de hacerlo con él. Leandro se lo pensó un poco, y luego, parándose, se colocó al pie de la cama. Yo entendí de inmediato y me puse en cuatro, como una perrita en celo y dejé que él admirara mi culo con una lujuria propia de quien va a cometer una buena penetración. El pecho me seguía latiendo fuertemente. ¡Qué hombre!
Me tocó las nalgas. Luego sentí el calor de su glande tanteando mis labios vaginales, embarrándose con mis suaves jugos que brotaban para lubricarlo.
—¿Papá? —esa fue Daniela, tocando detrás de la puerta. Se me subieron los colores al rostro ¡Sí la chica me mirase ahora, todo se jodería!
—Ya voy, hija —dijo Leandro y me susurró —, métete debajo de la cama. No quiero que me vea.
Comprendí por qué, pues Daniela no era igual que nosotros. Ella era una mojigata que le temía a su propio cuerpo. Además estaba segura de que no me aceptaba del todo como su hermana. Así pues, me metí debajo de la cama. Yo seguía muy caliente por lo que acababa de basar y comencé a masturbarme para evitar que mi excitación se fuera. Quería continuar con mi conchita mojada.
DANIELA
Mi padre abrió la puerta, y como ya sospechaba, lo único que le cubría su fibroso cuerpo eran unas trusas que le quedaban muy ajustadas. La vista de inmediato se me fue a su miembro, que estaba tan abultado como si se hubiera metido un calcetín. Él, por supuesto, no se inmutó ante mi mirada.
—¿Qué pasa, cariño?
—Bu-bueno… no puedo dormir y pensé en que si podía quedarme contigo unos minutos
—Ah…
—Cuando era niña me dejabas dormir contigo y con mamá, y todavía no se me ha quitado eso. Lo siento, si te molesto…
—No, no… claro. Pasa.
Algo apenada por mi muestra de miedo infantil, entré a su camarote. Padre se recostó en la cama, y por su posición, el bulto de su polla era como una pequeña montaña. Yo traía sólo el brasier de mi bikini y unos shorts, porque hacía algo de calor. Además tampoco tenía más ropa porque en mis planes no estaba quedar atrapada en una isla.
Me acosté junto a papá y le toqué una pierna. Estaba dura. Él se ejercitaba mucho, según noté. El abdomen tenía unos pequeños cuadritos marcados, y el pecho velludo, como a mí me gustaba, también estaba definido.
—¿Qué pasa, hijita?
—Nada, perdón.
—Anda, ven, acuéstate.
Extendió un brazo y yo me acomodé junto a él. Muerta de la pena, no quería estar más cerca de lo necesario. Sin embargo, cuando me besó la frente, evoqué esos recuerdos de niña, todo el amor que me había demostrado, y me sentí segura. Yo soy su hija. Ese amor incondicional está en mí de forma natural.
—Papi… ¿te molesta si te abrazo un poco?
—Claro que no, Dani.
Lo hice con algo de inseguridad, y crucé una mano sobre su cuerpo para apoyarla en su pecho. Comencé a jugar con los risitos de su vello y dejé asentada la palma de mi mano sintiendo sus fibrosos pectorales y el latido de su corazón. Fue entonces que miré cómo el bulto le crecía y yo me ruboricé.
— Se te está poniendo grande allí —dije con algo de travesura.
—Es que… te seré sincero, Daniela. Me excitas. Eres mi hija pero aun así, me excitas mucho… —lo decía con vergüenza. Papá era nudista. Mamá también era nudista, pero en menor grado. Ambos practicaban sexo con quien se les pusiera en su camino y si querían. Pero de ellos, yo era la más recatada ¿por qué? No lo sé. A mí me daba vergüenza ir paseándome sin ropa por ahí.
—Bueno… está bien. Soy una mujer y ya crecí. Mis tetas… mis nalgas… mis piernas.
—Desde siempre has sido muy guapa, igual que tu mamá.
Sonreí. En eso sí que era parecida a mi mamá.
Subí una pierna sobre la de él y me abracé más fuerte. Esto hizo que su trusa se tensara más, y traviesa como una mujer que soy, bajé mi mano hasta su vientre.
—Me estás excitando mucho, Daniela.
—Dije que estaba bien, papá. Tú… bueno, ver esa montaña allá abajo me resulta algo perturbador, pero es un pene y yo soy una chica. Es natural que me guste una polla, aunque sea…
—¿La de tu padre?
Le miré y asentí inocente.
—¿Quieres verla?
—¿Me dejarías? Sólo… sólo quiero verla ¿está bien?
—Claro, hija. ¿Por qué no me quitas tú la ropa?
Me reí. Claro, me moría de la vergüenza, y no obstante, le quité las trusas a papá. Su pene saltó, semi erecto y comenzó a ganar tamaño rápidamente. Me volví a acostar junto a él, amodorrada como si yo todavía fuera una niñita temerosa.
—Está grande.
—La puedo mover, mira.
Su pija brincó. Me reí y él, enternecido, me besó.
—¿Quieres darle un besito?
—Mm…. Bueno, sólo un besito ¿está bien?
—Claro.
Me relamí la boca. Respiré hondo. Me incliné e hice un piquito con los labios. Besé el glande, y me atreví a tocarlo con la puntita de mi lengua. Papi hizo que brincara su polla y yo, asustada, retrocedí.
—¡Malo!
— ¡Jajaja!
—Bueno, dormiré contigo.
—Oye… ya te mostré mi pene. Al menos muéstrame algo tú.
— ¡Claro que no! Soy tu hija. Los padres no deben ver a sus hijas así.
Papá se rió, me besó y se cubrió el pene con la sábana. Entonces yo, riendo también, me quité el sujetador del bikini, y lo sacudí frente a él.
— ¡Jajaja! ¡Eres una traviesa mi amor! Siento tus pezones duritos.
— ¡Sí! Pero no los veas —me abracé más fuerte a él, en parte para presionarle mis tetas y en otra para que no las viera.
Papá tomó mi sostén y lo olió profundamente, luego, lo metió entre sus piernas y con él envolvió su polla. Me dio un besito en la frente y después de eso… los dos dormimos sin miedo, libres y sin pena
***
Ja, diganme, chicos, les gustarían unas hijitas así? xD
18 comentarios - Trió familiar en la isla -cap 3
+10
Y si, a quien no le gustaría una hijita así?
un besooote!
gracias.