Para el presente relato tengo que evocar el siguiente recuerdo:
Año 2000, recién terminaba el secundario y para pagarme la Facultad, que comenzaría al año siguiente, empecé a trabajar como recepcionista en una clínica oftalmológica.
Estuve unos pocos meses, pero durante ese tiempo tuve una relación de "amigarchs" con uno de los médicos: El Dr. Valetta. Por supuesto que ese no es su verdadero apellido, pero se le parece bastante. El tipo es casado así que no lo voy a venir a escrachar justo acá.
El caso es que el Doctor, de unos cuarenta en esa época, retacón, barbudo, de incipiente calvicie, me empezó a tirar los galgos desde el primer día que entré a trabajar, sin que le importara un carajo la diferencia de edad, que era bastante notoria.
Claro que al ser una empleada nueva, y tratándose de mi primer trabajo, yo me portaba bien y eludía cualquier insinuación que me hiciera, pero con el correr de los días y viendo que el Doctor insistía con sus avances y no corríamos peligro de ser descubiertos, comencé a prestarme a sus juegos.
Por ejemplo, cuando le llevaba las Historias Clínicas al consultorio, si estaba sentado al escritorio, haciendo una receta o consultando el Vademecum, me le ponía al lado, me inclinaba y apoyándole las tetas en la espalda, le susurraba alguna referencia sobre el próximo paciente. Y les aclaro que a los 18 ya tenía las tetas que tengo ahora.
Él después me retribuía el gesto cuando se acercaba a la recepción para devolver las Historias, y si yo estaba parada, pasaba por detrás, y me rozaba sin ningún disimulo. Obvio que cuando lo veía venir yo misma me levantaba y me quedaba ahí paradita, haciéndome la distraída, esperando ansiosa ese roce.
Como se imaginarán, tanto histeriqueo tuvo finalmente el desenlace esperado, cuando, sin poder ya aguantarse, me agarro en el consultorio y reteniéndome de espalda contra la puerta, la misma que yo había cerrado para estar a solas, me preguntó en un tono por demás elocuente:
-¿A que estás jugando, pendeja?-
Ya lo tenía recaliente, con la cabeza (la de abajo) a punto de explotar.
-Yo no estoy jugando a nada, Doctor- recuerdo que le dije, mordiéndome a propósito el labio inferior.
Se me quedó mirando a los ojos, atento a cualquier gesto o reacción, y al ver que no me resistía ni le pedía que me soltara, se jugó el todo por el todo metiendo una mano por debajo de la pollera de mi uniforme. Mi respuesta fue inmediata, abrirme de piernas y dejar que me acaricie la concha.
-¡Mmmhhh..., estás mojadita!- exclamó gratamente sorprendido al sentir la humedad que él mismo incitaba.
-¡Mojadita y caliente!- le confirmé frotándome contra la palma de su mano, ya que los dedos los tenía hundidos en mi interior -¡No sabe hace cuanto que estoy esperando esto, Doctor!- alcancé a musitar entre suspiros, ahora sí, buscando su boca y besándolo con jugoso frenesí.
Aunque teníamos ganas, no podíamos coger ahí mismo, ya que había pacientes esperando, por lo que quedamos en vernos mas tarde.
Él tenía un receso para salir a almorzar. Yo solía comer ahí mismo, en la cocina que estaba en el sótano, donde también estaba el personal administrativo, pero esa vez también salí.
Nos encontramos a la vuelta de la Clínica y fuimos al telo que está en Estados Unidos antes de llegar a Pozos. Suzuky me acuerdo que se llamaba. Todavía está ahí. Ese fue durante algún tiempo nuestro refugio.
Yo en esa época estaba soltera y sin novio, aunque ya venía garchando desde hace tiempo con mi tío Carlos. El doctor estaba casado y además tenía una amante. Que no era yo, claro. Yo no llegaba a esa categoría, apenas era la pendeja que se garchaba. Y muy bien, dicho sea de paso, puedo dar fé de ello.
Pese a no tener un físico privilegiado, ya que era mas bien petiso y tirando a gordito, el Doctor tenía una agilidad sorprendente para practicar las más variadas poses sexuales. Y además poseía otra particularidad, soltaba mucha leche. Una vez quise hacerle una mamada completa y casi me ahogo cuando acabó, por lo que de ahí en más hacía que me acabara adentro o encima. Pero creo me estoy excediendo ya demasiado en el recuerdo.
Les cuento esto porque el lunes pasado amanecí con la vista irritada. El lechazo que Juan Carlos me pegó en el ojo tuvo sus consecuencias después de todo. Ya al otro día de haber estado con él empecé a sentir una leve molestia, pero la deje estar. Incluso mi marido me advirtió del enrojecimiento, pero le resté importancia.
...(Sí querido, lo que pasa es que un colectivero me acabo en la cara y me entró un poco de lechita en el ojo, no te preocupés que no es nada)...
Pero sí era algo.
No quería faltar al trabajo porque ya estaba tomándome demasiadas atribuciones, pero la llame a Irene, mi jefa, para contarle y casi que me ordenó que fuera al médico. Así que agarré la cartilla de la Obra Social y busque un consultorio oftalmológico que me quedara cerca. Sí, me fijé si la Clínica en la que había trabajado figuraba en el listado, pero no estaba. Por lo que elegí una próxima a la Compañía, para después de la consulta irme derechito a trabajar.
A esta altura ya se imaginarán lo que pasó, ¿no?
Bueno, lamento decepcionarlos pero no me atendió el oftalmólogo que me garchaba a los dieciocho, me atendió una Doctora. Pero..., y ahora sí, acá viene a colación mi recuerdo. En el staff médico figuraba su nombre: Rubén Arnaldo Valetta.
Cuando lo ví me vinieron todos estos recuerdos encima, ustedes saben, un buen polvo nunca se olvida, y con él fueron varios. Fueron algo así como dos meses yendo casi a diario a Suzuky ¿Como podría olvidarlo?
Sin embargo el tiempo había pasado, y ambos seríamos sin duda diferentes a los de aquellos años. Bueno, yo sigo siendo la misma puta de entonces, quizás más, ya que a esa edad no me hubiese animado a un Gangbang con cinco tipos. Y a él le gustaban las pendejas, de ahí su interés en mí. Pero ya no tengo 18, ni él 40. Por eso estuve a punto de buscarme otra clínica, pero luego pensé que no tenía sentido. La habíamos pasado bien juntos, la nuestra había sido una relación meramente sexual, sin mayores implicaciones emocionales. No era como reencontrarse con un ex.
Para mí fue un muy buen amante, de los que figuran a la cabeza de mi ránking personal. La relación terminó simplemente porque me fui a trabajar a otro lado. Entonces, ¿porque habría de escaparme? Hasta fantaseaba con que él me atendiera. ¿Se acordaría de mí? ¿Estaría muy viejo? ¿Seguiría garchando tan bien? Pero, tal como dije, no me atendió.
La doctora que me revisó, me recetó unas gotas y me dijo que volviera a verla en un par de días para control. Fue entonces que se me ocurrió. Si el destino no había querido hasta ese momento que nos encontráramos, ¿porque no darle una manito? Así que fui a la recepción y pedí un turno con él. La cita fue para el jueves a las cinco y media.
Esa tarde salí temprano de la oficina para no empantanarme en el tráfico de la hora pico. Estaba tan ansiosa que llegué como media hora antes, así que tuve que comerme la espera. Cada paciente que entraba o salía, yo espiaba dentro del consultorio tratando de verlo, pero nada.
Cuando me llaman entro con la ansiedad latiéndome en el pecho. Él está sentado chequeando mi Historia Clínica en la computadora, por lo que aún no me ve.
Que diferencia a nuestros años cuando las Historias eran de papel, pienso. De haber sido ahora lo nuestro, ni siquiera hubiera tenido una excusa para entrar a su consultorio.
Todavía con los ojos fijos en el monitor, me saluda y me indica que me siente. Al hacerlo me suelto adrede un botón de la camisa, dejando al descubierto el encaje del corpiño. Sin levantarse todavía, me pregunta por el tratamiento indicado por su colega. Le digo que me hizo bien, que ya estoy mucho mejor.
-¿Y porque no vino al control con la doctora? Siempre es mejor que quién empieza el tratamiento lo termine- me dice mientras agrega mi respuesta a la historia clínica.
-Porque quería verlo a Usted- le digo directamente, sin dilaciones.
Sorprendido por mi respuesta, se da vuelta, me mira y reconociéndome de inmediato, exclama con genuino entusiasmo:
-¡Marielita!-
De pronto recuerdo algo que había olvidado, que me llamaba por mi nombre en diminutivo: "Marielita ponete en cuatro..., Marielita ponete de costadito..., chupame la pija Marielita..., mostrame las tetas Marielita...".
-Doctor Valetta, no sabe la sorpresa que fue ver su nombre en el letrero de recepción- le digo con una alegría desbordante.
Siempre le decía Doctor, nunca lo tuteaba. La primera vez que nos encamamos me di cuenta que eso lo excitaba, por lo que seguí haciéndolo.
-¿Cuanto tiempo pasó? ¿Diez, doce...?- repone mirándome como si no pudiera creer que este ahí, delante suyo..
-Dieciséis años, Doctor- le confirmo.
-¡La pucha, como pasa el tiempo!- exclama como cualquier viejo choto que recién se da cuenta que la vida pasa en un suspiro.
Era evidente que para él había pasado y no muy bien. Estaba avenjentado, con una calvicie ya prominente y la barba encanecida.
-Pero vos estás igualita- me elogia.
Sé que para mí también han pasado los años, pero igual le agradezco el piropo.
-Pero contame, ¿que es de tu vida?- se interesa mientras procede a examinarme el ojo, aunque interesándose también por mi escote.
-Bueno, me casé, tengo un hijo...-
-¿Tenés un hijo?- se sorprende como si no pudiera creer que aquella pendeja que se garchaba ya sea una mujer adulta.
Le muestro las fotos que tengo del Ro en el celular y también algunas en las que estamos los tres, junto a mi marido.
-Formaste una linda familia, te felicito- me dice -Yo en cambio me separé, me junte, me separé de nuevo, hasta que volví con mi ex esposa- me cuenta como resignado.
Apaga la linterna con la que me estuvo revisando y desviando la vista hacia mi escote, expresa con un suspiro:
-Algunas cosas nunca cambian-
Rueda con la silla hasta el escritorio y vuelve a anotar algo en mi ficha.
-Bueno, el tratamiento de mi colega resultó efectivo, así que te voy a dar el alta- hace una pausa, se sonríe y agrega -Me gustaría citarte otra vez pero te haría perder el tiempo-
La consulta ya terminó, así que me levanto y agarro mi cartera, preparándome ya para retirarme.
-Fue un gusto volver a verte después de tanto tiempo Marielita, perdón, Mariela- se corrige rápidamente.
Y cuando me estrecha la mano para despedirse, soy yo la que lo corrige a él:
-Para usted siempre voy a ser Marielita, Doctor-
Camino hacia la puerta del consultorio, recordando esa vez que me arrinconó por las malas y me metió tremenda mano por entre las piernas. Desearía que lo volviera a hacer, pero no lo hace, así que una vez mas debo ser yo la que tuerza al destino.
-Doctor, ¿le gustaría que nos veamos afuera?- le pregunto, antes de llegar a la puerta, volviéndome hacia él.
-Sí claro, me gustaría, no te dije nada porque como ahora estás casada y tenés un hijo, pensé que...-
-Doctor, soy madre y esposa, no una monja- lo interrumpo con una insinuante sonrisa.
-No, monja nunca fuiste...- repone acercándose y poniéndome una mano en la cintura.
Como aquella vez, hace dieciséis años, en un consultorio parecido, vuelve a mirarme a los ojos, esperando una señal, por mínima que ésta sea.
-La pasábamos bien juntos, ¿no?- agrega con cierta melancolía.
-¡Muy bien!- asiento y como para que no queden dudas al respecto, enfatizo con otra sonrisa mucho mas elocuente: -¡Altos polvos nos echábamos!-
Esa resulta ser la señal esperada. Coloca la otra mano también en mi cintura y atrayéndome hacía él, me besa de una forma que me demuestra que el tiempo pudo haber pasado pero no la pasión que sentíamos.
-Lo espero afuera- le digo luego del beso, saboreando aún en mis labios la excitación de su aliento.
-No me tardo- me promete.
Salgo de la Clínica y me quedo cerca de la puerta, esperándolo ansiosa, caliente y mojada, como cuando tenía 18 y lo esperaba a la vuelta de la clínica para ir a Suzuky. Tal como él mismo dijo, algunas cosas nunca cambian.
Por suerte, tal como me lo había prometido, no tarda demasiado.
-Le dije a la recepcionista que me suspenda todos los turnos, no podía esperar para verte- me dice tomándome de la mano, como solía hacerlo al encontrarnos.
Entrelazo mis dedos con los suyos y de repente parece como si hubiésemos retrocedido en el tiempo, a esos meses del 2000 cuando no podíamos esperar para vernos y echarnos ese polvo que latía en nuestro interior desde el mismo instante en que nos veíamos. No estaba enamorada, eso lo tenía muy en claro, pero la atracción sexual que incitaba en mí ese hombre me resultaba prácticamente irresistible..., igual que ahora.
Vamos a un telo que está a una cuadra y media. Él mismo me llevó, así que supongo que ya lo conocía. En la habitación nos volvemos a besar, en forma precipitada y urgente, esta vez sin apuro ni interrupciones.
Con una mano le acaricio la erección que le abulta la bragueta, soltando un complaciente suspiro al sentir esa prodigiosa dureza que ya late por mí. Mirándolo a los ojos y sonriéndole, le bajo el cierre y metiendo una mano adentro, se la agarro y lo pajeo, sintiendo como una densa y cálida humedad comienza a extenderse por entre mis dedos. Sin soltársela, me pongo de cuclillas y sacándola afuera, por entre los pliegues del pantalón, me la meto en la boca y se la chupo como de seguro no se la ha chupado nadie en todo este tiempo.
Le desabrocho el cinturón, le suelto el botón del pantalón y bajándoselo junto con el calzoncillo, lo dejo desnudo de la cintura para abajo. Me acomodo de rodillas y le chupo las bolas, enterrando la nariz en su encanecida mata de pendejos. Subo con la lengua, besando y lamiendo todo a mi paso, sorbiendo en la punta esas salobres gotitas que no cesan de fluir.
Relamiéndome con gusto me levanto y camino hacia la cama, desvistiéndome a cada paso, dejando que la ropa caiga al suelo, formando un camino con mis medias, mi pollera, mi bombacha, mi camisa..., lo último que me quito es el corpiño, estando ya en la cama, y lo arrojo hacia él, incitándolo a seguirme. Ahí mismo, en donde le chupé la pija, el doctor Valetta, se saca el resto de la ropa, la cuelga en el perchero junto a la puerta y en bolas recorre ese sendero que lo guiará hacia la Gloria.
Se echa conmigo, y abrazándome me vuelve a besar, dejando que sus manos vuelvan a familiarizarse con este cuerpo que fue suyo hace ya dieciséis años.
Separo las piernas, permitiendo que sus dedos se hundan en mí, explorando, recorriendo cada rincón de mi intimidad, dándole una nueva forma a ese interior que arde de pasión y calentura.
Saca los dedos, empapados en mi propio caldito de placer, y se los chupa, ávida, golosamente.
-¡Siempre estuviste riquísima!- exclama complacido.
Dispuesto a disfrutar el banquete completo, va hacia abajo y acomodándose entre mis piernas, me chupa la concha. Ese era otro mérito del doctor Valetta, chupaba como el mejor. No solo con la lengua y los labios realizaba una eximia tarea, sino que la barba también colaboraba para que la chupada fuese una experiencia casi religiosa. ¡La de veces que me habrá hecho acabar solo con la lengua! Ahora no me hizo acabar, pero estuvo ahí, a punto.
Dejándome la concha abierta y babeando, se incorpora para agarrar uno de los forros que están en la mesa de luz. Antes de que lo abra, se lo aparto y le digo:
-Cojame así doctor, por los viejos tiempos-
En esos viejos tiempos no usábamos protección, yo me cuidaba con anticonceptivos, por lo que me parecía que el mejor homenaje a este inesperado reencuentro era volver a hacerlo de esa manera, libres, desprejuiciados, sin la obligación del preservativo.
Devolviendo el forro a la mesa, el doctor se me sube encima, acomodándose entre mis piernas y me la mete, empujando suave pero firme, llenándome de a poco aunque de forma efectiva. Suspiro y jadeo a medida que va entrando en mí, pegándome a su cuerpo, contra su barriga, mas grande de lo que la recordaba. Me muevo con él, oscilando mis caderas, bailándole la danza del vientre, pero acostada y sepultada bajo su abdomen.
-¡Cogeme toda..., haceme sentir toda tu verga!- le pido, tuteándolo sin darme cuenta.
Él me complace, como lo hizo siempre, refrendando cada penetración con un empujoncito final que me hace retumbar todo por dentro.
-¡Doctor..., sí Doctor..., así..., ahhhhhh!- grito y me estremezco, temblando toda, entregándome por completo a su virilidad.
A puro embiste, el Doctor despeja cualquier duda respecto a su capacidad amatoria. Como con el vino, parece que el paso del tiempo ha mejorado y potenciado sus cualidades. Yo también he mejorado como amante, la pendejita caliente de entonces ha mutado en una mujer mucho mas caliente aún. Me imaginaba a mí misma a la edad del doctor, con 56 años, ya abuela, con las tetas caídas y el culo fláccido, garchando a morir con cuanto pendejo se me cruce en el camino.
Y es que éste fuego que llevo adentro parece avivarse más y más con el paso de los años. Antes creía que cuando me casara y tuviera todos los días un hombre en mi cama, podría librarme de ese ardor, pero no fue así. Entonces creí que al convertirme en madre todo sería distinto, pero la llegada de mi hijo no cambió demasiado. Ahora tengo la certeza de que toda mi vida viviré con este torbellino de pasión que me arrastra y somete, llevándome a cometer locuras, como estar en la cama con un antiguo amante después de ¡¡¡16 años!!!
Siento el calor de su cuerpo, su vello rozando mi piel, su sudor mezclándose con el mío, una comunión perfecta y absoluta como solo puede darse entre dos almas predestinadas a encontrarse a través de los sinuosos caminos del destino.
Los movimientos del Doctor Valetta se vuelven rápidos e intensos, eufóricos, desordenados. Está por acabar, puedo sentirlo en sus jadeos, en la expresión de su rostro, en la fuerza con que trata de posponer la inminente descarga. Pero aunque lo intente, la succión y el apriete que ejerzo con las paredes interiores de mi conchita es demasiado como para que se resista. En el último instante trata de salirse, para acabar afuera, pero entrelazando mis piernas con la suyas, lo retengo en mi interior.
-¡Acabeme adentro, Doctor...!-
No termino de pedírselo que siento su fuerza vital inyectándose en mí, una oleada, espesa, cálida, abundante que me riega las entrañas con una efusividad desbordante. Me regocija saber que sigue eyaculando tanto como antaño. Esos lechazos, fuertes, potentes, interminables, eran parte importante en nuestra relación. Siempre los esperaba ansiosa, ya sea adentro o afuera. La esencia misma de la vida colmándome de efusivas sensaciones.
-¡Uuuoooohhhh! Como en los viejos tiempos, ¿no?- expresa tras vaciarse hasta la última gota.
-Mucho mejor todavía- le aseguro, aflojando la presión de mis piernas y dejando que se relaje un poco.
Lo vuelvo a besar en la boca, mordiéndole suavemente el labio inferior.
-Nunca imaginé que el tratamiento de mi ojo incluiría un polvo como éste- bromeo.
-Como sabrás Marielita, un buen polvo cura todos los males- me dice mientras se levanta y va hasta donde está colgada su ropa en busca de un cigarrillo.
Enciende un Camel y vuelve conmigo. Pese a no tener un físico escultural, me gusta verlo desnudo. La pija colgando, la cabeza aún hinchada sobresaliendo, la espesa mata de vello, sus aguerridos muslos flanqueándolo todo. No, no estoy enamorada, pero ¡como me gusta!
Charlamos un rato mientras él fuma su cigarrillo y compartimos unas bebidas del frigobar. Luego volvemos a los besos. Me gusta sentir el sabor del tabaco en su lengua, el olor del humo en su barba.
Ahora soy yo la que se corre hacia abajo, se acomoda entre sus piernas y le chupa la pija. Con apenas un par de mamadas se le pone al palo, trasuntando ese vigor que me hace temblar y estremecer.
Me le subo encima y me la meto despacio, entre mis labios aún sensibles y pulposos. Resulta gratificante sentir como su carne me vuelve a llenar en forma lenta pero segura, adhiriéndose a mis paredes interiores, colmándome de satisfacción, de delicias, de placeres. Apoyo las manos en su pecho, arqueo la espalda y suelto una profusa y gustosa exhalación. El doctor Valetta me acaricia y aprieta las tetas mientras muevo mis caderas en torno a su verga, en ese momento el eje alrededor del cual gira mi mundo. La hago entrar y salir en toda su extensión, frotando mi pubis contra su pubis, mi vientre contra su vientre, disfrutando cada puntazo con un ronco y exaltado jadeo.
Salto sobre su cuerpo, me muevo hacia los lados, me sacudo, me refriego, hago de todo para sentir esa pija de todas las formas posibles. Las manos del Doctor van de mis pechos a mi cintura y aferrándome de ella me acompaña en la cabalgata.
Me muevo arriba y abajo, cabalgando hacia el placer, llenándome de verga hasta lo más profundo, sacudiendo las tetas con mis exaltados movimientos. Siento como se electrifica mi cuerpo y como me tiemblan las piernas, pero no me detengo, me sigo moviendo, más fuerte, más rápido, hasta que el orgasmo explota en mi interior esparciendo sus delicias por cada rincón de mi anatomía. Caigo sobre su pecho, suspirando, envuelta en un manto de agónica satisfacción. No me muevo, me quedo ahí, recuperando de a poco el aliento. Quién se mueve ahora es él. Me agarra de los cachetes de la cola y desde abajo me somete a un bombeo intenso e inapelable, volviéndome a arrancar gemidos cargados de morbo y lujuria. Su pelvis rebota contra mis glúteos, una y otra vez:
PLAP-PLAP-PLAP-PLAP-PLAP-PLAP...
El ruido es ensordecedor, hasta que en un arrebato de calentura me vuelca hacia un lado, de espalda, y colocándose arriba, entre mis piernas, me fulmina a pijazos, pegándome tal cogida que llego a convencerme de que éste encuentro no puede ser casualidad. Algo pasó. Los planetas se alinearon de alguna forma para que nuestros caminos se crucen y colisionen en la cama de aquel albergue transitorio.
-¡Aggghhhh... Aggghhhh... Aggghhhh...!- jadea el Doc con cada ensarte, la cara deformada en un rictus violento y salvaje.
De nuevo está a punto de acabar, me doy cuenta por como se le pone de dura la pija. También por como acelera, tratando de disfrutar un poco mas de mi concha. Entra y sale, entra y sale, PLAP-PLAP-PLAP, reventándome con cada embiste, hasta que me la saca, toda amoratada y entumecida, se la menea violentamente y en medio de unos gritos roncos y primales, termina salpicándome con una generosa descarga láctea. Por supuesto que esta vez me aseguro de cerrar bien los ojos, aunque si me vuelve a entrar un poco de leche, ya tengo quién me cure, ¿no?
Año 2000, recién terminaba el secundario y para pagarme la Facultad, que comenzaría al año siguiente, empecé a trabajar como recepcionista en una clínica oftalmológica.
Estuve unos pocos meses, pero durante ese tiempo tuve una relación de "amigarchs" con uno de los médicos: El Dr. Valetta. Por supuesto que ese no es su verdadero apellido, pero se le parece bastante. El tipo es casado así que no lo voy a venir a escrachar justo acá.
El caso es que el Doctor, de unos cuarenta en esa época, retacón, barbudo, de incipiente calvicie, me empezó a tirar los galgos desde el primer día que entré a trabajar, sin que le importara un carajo la diferencia de edad, que era bastante notoria.
Claro que al ser una empleada nueva, y tratándose de mi primer trabajo, yo me portaba bien y eludía cualquier insinuación que me hiciera, pero con el correr de los días y viendo que el Doctor insistía con sus avances y no corríamos peligro de ser descubiertos, comencé a prestarme a sus juegos.
Por ejemplo, cuando le llevaba las Historias Clínicas al consultorio, si estaba sentado al escritorio, haciendo una receta o consultando el Vademecum, me le ponía al lado, me inclinaba y apoyándole las tetas en la espalda, le susurraba alguna referencia sobre el próximo paciente. Y les aclaro que a los 18 ya tenía las tetas que tengo ahora.
Él después me retribuía el gesto cuando se acercaba a la recepción para devolver las Historias, y si yo estaba parada, pasaba por detrás, y me rozaba sin ningún disimulo. Obvio que cuando lo veía venir yo misma me levantaba y me quedaba ahí paradita, haciéndome la distraída, esperando ansiosa ese roce.
Como se imaginarán, tanto histeriqueo tuvo finalmente el desenlace esperado, cuando, sin poder ya aguantarse, me agarro en el consultorio y reteniéndome de espalda contra la puerta, la misma que yo había cerrado para estar a solas, me preguntó en un tono por demás elocuente:
-¿A que estás jugando, pendeja?-
Ya lo tenía recaliente, con la cabeza (la de abajo) a punto de explotar.
-Yo no estoy jugando a nada, Doctor- recuerdo que le dije, mordiéndome a propósito el labio inferior.
Se me quedó mirando a los ojos, atento a cualquier gesto o reacción, y al ver que no me resistía ni le pedía que me soltara, se jugó el todo por el todo metiendo una mano por debajo de la pollera de mi uniforme. Mi respuesta fue inmediata, abrirme de piernas y dejar que me acaricie la concha.
-¡Mmmhhh..., estás mojadita!- exclamó gratamente sorprendido al sentir la humedad que él mismo incitaba.
-¡Mojadita y caliente!- le confirmé frotándome contra la palma de su mano, ya que los dedos los tenía hundidos en mi interior -¡No sabe hace cuanto que estoy esperando esto, Doctor!- alcancé a musitar entre suspiros, ahora sí, buscando su boca y besándolo con jugoso frenesí.
Aunque teníamos ganas, no podíamos coger ahí mismo, ya que había pacientes esperando, por lo que quedamos en vernos mas tarde.
Él tenía un receso para salir a almorzar. Yo solía comer ahí mismo, en la cocina que estaba en el sótano, donde también estaba el personal administrativo, pero esa vez también salí.
Nos encontramos a la vuelta de la Clínica y fuimos al telo que está en Estados Unidos antes de llegar a Pozos. Suzuky me acuerdo que se llamaba. Todavía está ahí. Ese fue durante algún tiempo nuestro refugio.
Yo en esa época estaba soltera y sin novio, aunque ya venía garchando desde hace tiempo con mi tío Carlos. El doctor estaba casado y además tenía una amante. Que no era yo, claro. Yo no llegaba a esa categoría, apenas era la pendeja que se garchaba. Y muy bien, dicho sea de paso, puedo dar fé de ello.
Pese a no tener un físico privilegiado, ya que era mas bien petiso y tirando a gordito, el Doctor tenía una agilidad sorprendente para practicar las más variadas poses sexuales. Y además poseía otra particularidad, soltaba mucha leche. Una vez quise hacerle una mamada completa y casi me ahogo cuando acabó, por lo que de ahí en más hacía que me acabara adentro o encima. Pero creo me estoy excediendo ya demasiado en el recuerdo.
Les cuento esto porque el lunes pasado amanecí con la vista irritada. El lechazo que Juan Carlos me pegó en el ojo tuvo sus consecuencias después de todo. Ya al otro día de haber estado con él empecé a sentir una leve molestia, pero la deje estar. Incluso mi marido me advirtió del enrojecimiento, pero le resté importancia.
...(Sí querido, lo que pasa es que un colectivero me acabo en la cara y me entró un poco de lechita en el ojo, no te preocupés que no es nada)...
Pero sí era algo.
No quería faltar al trabajo porque ya estaba tomándome demasiadas atribuciones, pero la llame a Irene, mi jefa, para contarle y casi que me ordenó que fuera al médico. Así que agarré la cartilla de la Obra Social y busque un consultorio oftalmológico que me quedara cerca. Sí, me fijé si la Clínica en la que había trabajado figuraba en el listado, pero no estaba. Por lo que elegí una próxima a la Compañía, para después de la consulta irme derechito a trabajar.
A esta altura ya se imaginarán lo que pasó, ¿no?
Bueno, lamento decepcionarlos pero no me atendió el oftalmólogo que me garchaba a los dieciocho, me atendió una Doctora. Pero..., y ahora sí, acá viene a colación mi recuerdo. En el staff médico figuraba su nombre: Rubén Arnaldo Valetta.
Cuando lo ví me vinieron todos estos recuerdos encima, ustedes saben, un buen polvo nunca se olvida, y con él fueron varios. Fueron algo así como dos meses yendo casi a diario a Suzuky ¿Como podría olvidarlo?
Sin embargo el tiempo había pasado, y ambos seríamos sin duda diferentes a los de aquellos años. Bueno, yo sigo siendo la misma puta de entonces, quizás más, ya que a esa edad no me hubiese animado a un Gangbang con cinco tipos. Y a él le gustaban las pendejas, de ahí su interés en mí. Pero ya no tengo 18, ni él 40. Por eso estuve a punto de buscarme otra clínica, pero luego pensé que no tenía sentido. La habíamos pasado bien juntos, la nuestra había sido una relación meramente sexual, sin mayores implicaciones emocionales. No era como reencontrarse con un ex.
Para mí fue un muy buen amante, de los que figuran a la cabeza de mi ránking personal. La relación terminó simplemente porque me fui a trabajar a otro lado. Entonces, ¿porque habría de escaparme? Hasta fantaseaba con que él me atendiera. ¿Se acordaría de mí? ¿Estaría muy viejo? ¿Seguiría garchando tan bien? Pero, tal como dije, no me atendió.
La doctora que me revisó, me recetó unas gotas y me dijo que volviera a verla en un par de días para control. Fue entonces que se me ocurrió. Si el destino no había querido hasta ese momento que nos encontráramos, ¿porque no darle una manito? Así que fui a la recepción y pedí un turno con él. La cita fue para el jueves a las cinco y media.
Esa tarde salí temprano de la oficina para no empantanarme en el tráfico de la hora pico. Estaba tan ansiosa que llegué como media hora antes, así que tuve que comerme la espera. Cada paciente que entraba o salía, yo espiaba dentro del consultorio tratando de verlo, pero nada.
Cuando me llaman entro con la ansiedad latiéndome en el pecho. Él está sentado chequeando mi Historia Clínica en la computadora, por lo que aún no me ve.
Que diferencia a nuestros años cuando las Historias eran de papel, pienso. De haber sido ahora lo nuestro, ni siquiera hubiera tenido una excusa para entrar a su consultorio.
Todavía con los ojos fijos en el monitor, me saluda y me indica que me siente. Al hacerlo me suelto adrede un botón de la camisa, dejando al descubierto el encaje del corpiño. Sin levantarse todavía, me pregunta por el tratamiento indicado por su colega. Le digo que me hizo bien, que ya estoy mucho mejor.
-¿Y porque no vino al control con la doctora? Siempre es mejor que quién empieza el tratamiento lo termine- me dice mientras agrega mi respuesta a la historia clínica.
-Porque quería verlo a Usted- le digo directamente, sin dilaciones.
Sorprendido por mi respuesta, se da vuelta, me mira y reconociéndome de inmediato, exclama con genuino entusiasmo:
-¡Marielita!-
De pronto recuerdo algo que había olvidado, que me llamaba por mi nombre en diminutivo: "Marielita ponete en cuatro..., Marielita ponete de costadito..., chupame la pija Marielita..., mostrame las tetas Marielita...".
-Doctor Valetta, no sabe la sorpresa que fue ver su nombre en el letrero de recepción- le digo con una alegría desbordante.
Siempre le decía Doctor, nunca lo tuteaba. La primera vez que nos encamamos me di cuenta que eso lo excitaba, por lo que seguí haciéndolo.
-¿Cuanto tiempo pasó? ¿Diez, doce...?- repone mirándome como si no pudiera creer que este ahí, delante suyo..
-Dieciséis años, Doctor- le confirmo.
-¡La pucha, como pasa el tiempo!- exclama como cualquier viejo choto que recién se da cuenta que la vida pasa en un suspiro.
Era evidente que para él había pasado y no muy bien. Estaba avenjentado, con una calvicie ya prominente y la barba encanecida.
-Pero vos estás igualita- me elogia.
Sé que para mí también han pasado los años, pero igual le agradezco el piropo.
-Pero contame, ¿que es de tu vida?- se interesa mientras procede a examinarme el ojo, aunque interesándose también por mi escote.
-Bueno, me casé, tengo un hijo...-
-¿Tenés un hijo?- se sorprende como si no pudiera creer que aquella pendeja que se garchaba ya sea una mujer adulta.
Le muestro las fotos que tengo del Ro en el celular y también algunas en las que estamos los tres, junto a mi marido.
-Formaste una linda familia, te felicito- me dice -Yo en cambio me separé, me junte, me separé de nuevo, hasta que volví con mi ex esposa- me cuenta como resignado.
Apaga la linterna con la que me estuvo revisando y desviando la vista hacia mi escote, expresa con un suspiro:
-Algunas cosas nunca cambian-
Rueda con la silla hasta el escritorio y vuelve a anotar algo en mi ficha.
-Bueno, el tratamiento de mi colega resultó efectivo, así que te voy a dar el alta- hace una pausa, se sonríe y agrega -Me gustaría citarte otra vez pero te haría perder el tiempo-
La consulta ya terminó, así que me levanto y agarro mi cartera, preparándome ya para retirarme.
-Fue un gusto volver a verte después de tanto tiempo Marielita, perdón, Mariela- se corrige rápidamente.
Y cuando me estrecha la mano para despedirse, soy yo la que lo corrige a él:
-Para usted siempre voy a ser Marielita, Doctor-
Camino hacia la puerta del consultorio, recordando esa vez que me arrinconó por las malas y me metió tremenda mano por entre las piernas. Desearía que lo volviera a hacer, pero no lo hace, así que una vez mas debo ser yo la que tuerza al destino.
-Doctor, ¿le gustaría que nos veamos afuera?- le pregunto, antes de llegar a la puerta, volviéndome hacia él.
-Sí claro, me gustaría, no te dije nada porque como ahora estás casada y tenés un hijo, pensé que...-
-Doctor, soy madre y esposa, no una monja- lo interrumpo con una insinuante sonrisa.
-No, monja nunca fuiste...- repone acercándose y poniéndome una mano en la cintura.
Como aquella vez, hace dieciséis años, en un consultorio parecido, vuelve a mirarme a los ojos, esperando una señal, por mínima que ésta sea.
-La pasábamos bien juntos, ¿no?- agrega con cierta melancolía.
-¡Muy bien!- asiento y como para que no queden dudas al respecto, enfatizo con otra sonrisa mucho mas elocuente: -¡Altos polvos nos echábamos!-
Esa resulta ser la señal esperada. Coloca la otra mano también en mi cintura y atrayéndome hacía él, me besa de una forma que me demuestra que el tiempo pudo haber pasado pero no la pasión que sentíamos.
-Lo espero afuera- le digo luego del beso, saboreando aún en mis labios la excitación de su aliento.
-No me tardo- me promete.
Salgo de la Clínica y me quedo cerca de la puerta, esperándolo ansiosa, caliente y mojada, como cuando tenía 18 y lo esperaba a la vuelta de la clínica para ir a Suzuky. Tal como él mismo dijo, algunas cosas nunca cambian.
Por suerte, tal como me lo había prometido, no tarda demasiado.
-Le dije a la recepcionista que me suspenda todos los turnos, no podía esperar para verte- me dice tomándome de la mano, como solía hacerlo al encontrarnos.
Entrelazo mis dedos con los suyos y de repente parece como si hubiésemos retrocedido en el tiempo, a esos meses del 2000 cuando no podíamos esperar para vernos y echarnos ese polvo que latía en nuestro interior desde el mismo instante en que nos veíamos. No estaba enamorada, eso lo tenía muy en claro, pero la atracción sexual que incitaba en mí ese hombre me resultaba prácticamente irresistible..., igual que ahora.
Vamos a un telo que está a una cuadra y media. Él mismo me llevó, así que supongo que ya lo conocía. En la habitación nos volvemos a besar, en forma precipitada y urgente, esta vez sin apuro ni interrupciones.
Con una mano le acaricio la erección que le abulta la bragueta, soltando un complaciente suspiro al sentir esa prodigiosa dureza que ya late por mí. Mirándolo a los ojos y sonriéndole, le bajo el cierre y metiendo una mano adentro, se la agarro y lo pajeo, sintiendo como una densa y cálida humedad comienza a extenderse por entre mis dedos. Sin soltársela, me pongo de cuclillas y sacándola afuera, por entre los pliegues del pantalón, me la meto en la boca y se la chupo como de seguro no se la ha chupado nadie en todo este tiempo.
Le desabrocho el cinturón, le suelto el botón del pantalón y bajándoselo junto con el calzoncillo, lo dejo desnudo de la cintura para abajo. Me acomodo de rodillas y le chupo las bolas, enterrando la nariz en su encanecida mata de pendejos. Subo con la lengua, besando y lamiendo todo a mi paso, sorbiendo en la punta esas salobres gotitas que no cesan de fluir.
Relamiéndome con gusto me levanto y camino hacia la cama, desvistiéndome a cada paso, dejando que la ropa caiga al suelo, formando un camino con mis medias, mi pollera, mi bombacha, mi camisa..., lo último que me quito es el corpiño, estando ya en la cama, y lo arrojo hacia él, incitándolo a seguirme. Ahí mismo, en donde le chupé la pija, el doctor Valetta, se saca el resto de la ropa, la cuelga en el perchero junto a la puerta y en bolas recorre ese sendero que lo guiará hacia la Gloria.
Se echa conmigo, y abrazándome me vuelve a besar, dejando que sus manos vuelvan a familiarizarse con este cuerpo que fue suyo hace ya dieciséis años.
Separo las piernas, permitiendo que sus dedos se hundan en mí, explorando, recorriendo cada rincón de mi intimidad, dándole una nueva forma a ese interior que arde de pasión y calentura.
Saca los dedos, empapados en mi propio caldito de placer, y se los chupa, ávida, golosamente.
-¡Siempre estuviste riquísima!- exclama complacido.
Dispuesto a disfrutar el banquete completo, va hacia abajo y acomodándose entre mis piernas, me chupa la concha. Ese era otro mérito del doctor Valetta, chupaba como el mejor. No solo con la lengua y los labios realizaba una eximia tarea, sino que la barba también colaboraba para que la chupada fuese una experiencia casi religiosa. ¡La de veces que me habrá hecho acabar solo con la lengua! Ahora no me hizo acabar, pero estuvo ahí, a punto.
Dejándome la concha abierta y babeando, se incorpora para agarrar uno de los forros que están en la mesa de luz. Antes de que lo abra, se lo aparto y le digo:
-Cojame así doctor, por los viejos tiempos-
En esos viejos tiempos no usábamos protección, yo me cuidaba con anticonceptivos, por lo que me parecía que el mejor homenaje a este inesperado reencuentro era volver a hacerlo de esa manera, libres, desprejuiciados, sin la obligación del preservativo.
Devolviendo el forro a la mesa, el doctor se me sube encima, acomodándose entre mis piernas y me la mete, empujando suave pero firme, llenándome de a poco aunque de forma efectiva. Suspiro y jadeo a medida que va entrando en mí, pegándome a su cuerpo, contra su barriga, mas grande de lo que la recordaba. Me muevo con él, oscilando mis caderas, bailándole la danza del vientre, pero acostada y sepultada bajo su abdomen.
-¡Cogeme toda..., haceme sentir toda tu verga!- le pido, tuteándolo sin darme cuenta.
Él me complace, como lo hizo siempre, refrendando cada penetración con un empujoncito final que me hace retumbar todo por dentro.
-¡Doctor..., sí Doctor..., así..., ahhhhhh!- grito y me estremezco, temblando toda, entregándome por completo a su virilidad.
A puro embiste, el Doctor despeja cualquier duda respecto a su capacidad amatoria. Como con el vino, parece que el paso del tiempo ha mejorado y potenciado sus cualidades. Yo también he mejorado como amante, la pendejita caliente de entonces ha mutado en una mujer mucho mas caliente aún. Me imaginaba a mí misma a la edad del doctor, con 56 años, ya abuela, con las tetas caídas y el culo fláccido, garchando a morir con cuanto pendejo se me cruce en el camino.
Y es que éste fuego que llevo adentro parece avivarse más y más con el paso de los años. Antes creía que cuando me casara y tuviera todos los días un hombre en mi cama, podría librarme de ese ardor, pero no fue así. Entonces creí que al convertirme en madre todo sería distinto, pero la llegada de mi hijo no cambió demasiado. Ahora tengo la certeza de que toda mi vida viviré con este torbellino de pasión que me arrastra y somete, llevándome a cometer locuras, como estar en la cama con un antiguo amante después de ¡¡¡16 años!!!
Siento el calor de su cuerpo, su vello rozando mi piel, su sudor mezclándose con el mío, una comunión perfecta y absoluta como solo puede darse entre dos almas predestinadas a encontrarse a través de los sinuosos caminos del destino.
Los movimientos del Doctor Valetta se vuelven rápidos e intensos, eufóricos, desordenados. Está por acabar, puedo sentirlo en sus jadeos, en la expresión de su rostro, en la fuerza con que trata de posponer la inminente descarga. Pero aunque lo intente, la succión y el apriete que ejerzo con las paredes interiores de mi conchita es demasiado como para que se resista. En el último instante trata de salirse, para acabar afuera, pero entrelazando mis piernas con la suyas, lo retengo en mi interior.
-¡Acabeme adentro, Doctor...!-
No termino de pedírselo que siento su fuerza vital inyectándose en mí, una oleada, espesa, cálida, abundante que me riega las entrañas con una efusividad desbordante. Me regocija saber que sigue eyaculando tanto como antaño. Esos lechazos, fuertes, potentes, interminables, eran parte importante en nuestra relación. Siempre los esperaba ansiosa, ya sea adentro o afuera. La esencia misma de la vida colmándome de efusivas sensaciones.
-¡Uuuoooohhhh! Como en los viejos tiempos, ¿no?- expresa tras vaciarse hasta la última gota.
-Mucho mejor todavía- le aseguro, aflojando la presión de mis piernas y dejando que se relaje un poco.
Lo vuelvo a besar en la boca, mordiéndole suavemente el labio inferior.
-Nunca imaginé que el tratamiento de mi ojo incluiría un polvo como éste- bromeo.
-Como sabrás Marielita, un buen polvo cura todos los males- me dice mientras se levanta y va hasta donde está colgada su ropa en busca de un cigarrillo.
Enciende un Camel y vuelve conmigo. Pese a no tener un físico escultural, me gusta verlo desnudo. La pija colgando, la cabeza aún hinchada sobresaliendo, la espesa mata de vello, sus aguerridos muslos flanqueándolo todo. No, no estoy enamorada, pero ¡como me gusta!
Charlamos un rato mientras él fuma su cigarrillo y compartimos unas bebidas del frigobar. Luego volvemos a los besos. Me gusta sentir el sabor del tabaco en su lengua, el olor del humo en su barba.
Ahora soy yo la que se corre hacia abajo, se acomoda entre sus piernas y le chupa la pija. Con apenas un par de mamadas se le pone al palo, trasuntando ese vigor que me hace temblar y estremecer.
Me le subo encima y me la meto despacio, entre mis labios aún sensibles y pulposos. Resulta gratificante sentir como su carne me vuelve a llenar en forma lenta pero segura, adhiriéndose a mis paredes interiores, colmándome de satisfacción, de delicias, de placeres. Apoyo las manos en su pecho, arqueo la espalda y suelto una profusa y gustosa exhalación. El doctor Valetta me acaricia y aprieta las tetas mientras muevo mis caderas en torno a su verga, en ese momento el eje alrededor del cual gira mi mundo. La hago entrar y salir en toda su extensión, frotando mi pubis contra su pubis, mi vientre contra su vientre, disfrutando cada puntazo con un ronco y exaltado jadeo.
Salto sobre su cuerpo, me muevo hacia los lados, me sacudo, me refriego, hago de todo para sentir esa pija de todas las formas posibles. Las manos del Doctor van de mis pechos a mi cintura y aferrándome de ella me acompaña en la cabalgata.
Me muevo arriba y abajo, cabalgando hacia el placer, llenándome de verga hasta lo más profundo, sacudiendo las tetas con mis exaltados movimientos. Siento como se electrifica mi cuerpo y como me tiemblan las piernas, pero no me detengo, me sigo moviendo, más fuerte, más rápido, hasta que el orgasmo explota en mi interior esparciendo sus delicias por cada rincón de mi anatomía. Caigo sobre su pecho, suspirando, envuelta en un manto de agónica satisfacción. No me muevo, me quedo ahí, recuperando de a poco el aliento. Quién se mueve ahora es él. Me agarra de los cachetes de la cola y desde abajo me somete a un bombeo intenso e inapelable, volviéndome a arrancar gemidos cargados de morbo y lujuria. Su pelvis rebota contra mis glúteos, una y otra vez:
PLAP-PLAP-PLAP-PLAP-PLAP-PLAP...
El ruido es ensordecedor, hasta que en un arrebato de calentura me vuelca hacia un lado, de espalda, y colocándose arriba, entre mis piernas, me fulmina a pijazos, pegándome tal cogida que llego a convencerme de que éste encuentro no puede ser casualidad. Algo pasó. Los planetas se alinearon de alguna forma para que nuestros caminos se crucen y colisionen en la cama de aquel albergue transitorio.
-¡Aggghhhh... Aggghhhh... Aggghhhh...!- jadea el Doc con cada ensarte, la cara deformada en un rictus violento y salvaje.
De nuevo está a punto de acabar, me doy cuenta por como se le pone de dura la pija. También por como acelera, tratando de disfrutar un poco mas de mi concha. Entra y sale, entra y sale, PLAP-PLAP-PLAP, reventándome con cada embiste, hasta que me la saca, toda amoratada y entumecida, se la menea violentamente y en medio de unos gritos roncos y primales, termina salpicándome con una generosa descarga láctea. Por supuesto que esta vez me aseguro de cerrar bien los ojos, aunque si me vuelve a entrar un poco de leche, ya tengo quién me cure, ¿no?
15 comentarios - Gracias a un lechazo...
Que Eros te lo conceda. En realidad, no es difícil si uno hace su parte...
Y que exquisito es reencontrarse con alguien de tu pasado con el que cogias y te revolvía las hormonas, a todos nos ha pasado!! ;);)
Excelente relato como nos tienes acostumbrados preciosa...FELICITACIONES y GRACIAS por dejarme caliente como jarro de lata...jajaja 👏👏
Quedo anhelante a la espera de tu próxima "garche-aventura" querida!!
Besos linda!! 💋 +10
P:D: No se porque, a veces, como en este caso, no me avisa de tu publicacion.
El que sigue y voy a leer ahora, si, me apareció!