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El auditor cogedor.

Recibí un whatsapp de Sergio:
“El lunes próximo llego a Buenos Aires. Me quedo toda la semana. ¿Podré verte?”
Él es un nicaragüense, residente en Estados Unidos, empleado de la misma empresa que trabajaba yo, pero en la casa matriz en Santa Clara – California. Estuvo en comisión, unos cuatro meses antes del mensaje, en la oficina local. Es altísimo (1,90 o más), bien parecido y, sentí mariposas en el bajo vientre al recordarlo, bien dotado física y virilmente.
Yo cambié de empresa y mi marido Martín, no tenía programado viaje alguno para esos días. Se me complicaba reeditar la “trampa” que había tenido (disfrutado) con Sergio en su último viaje al País.
Pero me negué a dar por perdida la oportunidad:
“Obvio que sí. Veremos cómo arreglarlo” respondí.

Recuperé de mi memoria lo ocurrido, aproximadamente, 120 días antes.
Mi jefe me designó para colaborar, durante su estadía, con Sergio M. en la revisión y verificación de la situación y el cumplimiento de las directivas corporativas de la sucursal argentina.
Mi dedicación fue casi a tiempo completo. Él me trataba con corrección, urbanidad y cortesía. Trascurridos pocos días, tres, al retirarme, a última hora, de la oficina que él tenía asignada, me sorprendió:
-¡Oye, qué sabroso caminas!-
Era alusión a mi culo, obvio y dicho con su acento y modulación de la voz, centroamericanos, me causó, además de halago, risa. Me dí vuelta con la boca de “oreja a oreja”.
Interpretó que estaba predispuesta. No estaba por mal camino.
A partir del día siguiente no ahorró argucias y halagos para conseguir una relación sexual.
Yo, dispuesta, pero para no parecer regalada:
-Decime Sergio ¿Vos no sos casado, como yo?-
-Sí. Pero debes saber que mi vida amorosa es terrible. La última vez que estuve dentro de una mujer, fue cuando visité la estatua de la libertad.-
-No seas caradura, esa frase es de Woody Allen –
Nos reímos los dos y volvimos a los temas laborales.
Al quinto día, viernes, fuimos juntos a ver un local de oficinas que iba a ser adquirido por la empresa para reubicar la sucursal. Pedimos las llaves en la inmobiliaria y, solos los dos, recorrimos los ambientes. Yo, un poco porque soy legua suelta, otro poco porque estaba a la expectativa de como Sergio aprovecharía la oportunidad, no paraba de hablar.
-¿Oye Romina, sabes lo que decimos en Managua? –
-¿?-
-Los hombres tenemos dos cabezas, ustedes cuatro labios-
No era muy difícil concluir a que se refería.
-¿Yyyy?-
-Con los labios de arriba ustedes nos llenan la cabeza superior. Nosotros, con la cabeza inferior, les llenamos los labios de abajo. –
Mientras hablaba me tomó de la cintura y me atrajo hacia él. Me sobresaltó con sus labios en los míos y manoseando, vertiginosamente, mis piernas, nalgas y concha. No atiné a resistirme. Me levantó, con sus manazas en mis glúteos y, alzada con pollera a la cintura, me llevó hasta la mesada del baño de hombres y la emprendió con mi blusa y corpiño. Sin decir “agua vá” lo tuve prendido a mis pezones.
No demoró en encarar mi bombacha. La perdí en un santiamén y, sin siquiera poder pispear que calibre calzaba, sentí su glande abrirse camino. Me llenó, efectivamente, la concha y comenzó con un entra y sale, tranquilo, quieto, manso pero altamente grato a los sentidos. Unos pocos minutos de ese bombeo, blando y dulce fueron suficientes para que explotara, mi terrible primer orgasmo.
Él, segundos después, soltó una especie de gruñido al aire y su semen en mi parte más íntima.
Dije primer orgasmo porque, la segunda parte, fue de noche en su hotel, aprovechando que mi esposo Martín, regresaba, recién, el día siguiente.
Le llevé mis dos nenes a mi hermana Lorena – pretexté un evento empresario que duraría hasta la media noche – y, discretamente vestida y producida, llegué alrededor de las 20:00 hs. al hotel Caesar Park. Cena frugal de por medio, antes de las 21:00 hs, subimos a su habitación.
Nos sentamos, lado a lado al borde de la cama. Nos besamos y manoseamos un poco.
Puse manos a la obra, esto es, comencé por despojarlo de su camisa y darle mordiscos en las tetillas. A la tarde yo había actuado pasiva, ahora estaba decidida a un rol activo.
Con su colaboración, en escasos segundos, me deshice de mi vestuario y del suyo. Su verga, enhiesta y rígida, me pareció admirable, sin calificar para extraordinaria.
Lo acosté, boca arriba, y comencé a besarle, sucesivamente, boca, cuello, tetillas, vientre plano y glande. Pasé a los testículos, se los besé, abrí la boca y se los chupé y absorbí un rato. Él soltó una sucesión de gemidos y suspiros que subieron de tono cuando comencé a mamarle el miembro.
De pronto se sublevó ya no toleró que yo faltase a la debida sumisión. Me tumbó, separó mis piernas, con su pecho aplastó mis tetas y me entró hasta que su pelvis chocó con la mía.
Me llenó completamente y, desde mi cosita rellena, un placer imposible de reducir a palabras se adueñó de todo mi cuerpo y espíritu.
Me cogió con vivacidad e ingenio, para acariciarme, besarme y halagarme con susurros en el oído.
Siguió con el entra y sale, provocándome múltiples orgasmos, hasta su turno de gritar y regalarme un intenso spray de semen que inundó mi concha.
El resto del tiempo, hasta las 24:00 hs, con los debidos intervalos y “reanimaciones” me dio sexo oral y dos nuevas cogidas, la última con epílogo anal.
Perdí la cuenta del total de orgasmos, que me propinó, ese día.

Al recibir el mensaje en mi móvil y rememorar los juegos eróticos y las cuatro fabulosas cogidas de aquella tarde noche, me negué a dar por perdida la oportunidad de repetir, siquiera en parte, la experiencia, por el hecho, menor, de tener mi marido de cuerpo presente en casa y, en ese entonces, trabajar en una empresa distinta a la del auditor, cogedor.

“Obvio que sí. Veremos cómo arreglarlo” respondí.


3 comentarios - El auditor cogedor.

borracho_tuerto
No se supone que está prohibido coger en el trabajo?...jajaja
Muy buen relato...FELICITACIONES!! 💋 +5


El auditor cogedor.