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Compendio I
Esa tarde, me sentía casi sin fuerzas. No niego lo mucho que disfruté estar con Nery y con Susana, pero sorpresivamente para mí, el ritmo que ellas llevaban era más exigente que el de Marisol y el de Lizzie.
Tal vez, sea porque las 2 hacen más ejercicio o tengan un apetito sexual mayor, pero mientras cenábamos y nuestras miradas se encontraban, sentía una mezcla entre lujuria y pereza, esperando en vano pasar una velada normal.
Como podrán también imaginar, las pequeñas ya estaban acostadas y durmiendo, mientras que nosotros continuábamos la sobremesa.
Pero tanto mi esposa como ellas irradiaban de la misma manera y para mí, era un hecho que la noche terminaría con las 3 en la cama, en vista que volvían al día siguiente por la tarde a Sunda.
No obstante…
“¡Mari, has sido re buena amiga con nosotras…!” empezó Susana con bastante timidez. “Pero hay algo que queríamos pedirte… antes de irnos…”
Nery y Susana usaban minifaldas negras y livianas, que exponían sus piernas perfectas, tersas, bronceadas y adecuadamente musculosas, que demarcaban perfectamente sus cinturas, pero daban rienda suelta al vuelo de la falda.
Y también llevaban blusas de colgantes, de una tela delgada y de varios pliegues, cuya única diferencia era el negro que usaba Nery y el blanco que vestía su hermana, exponiendo el volumen de sus pechos de manera recatada, con un collarín circular que ocultaba cualquier escote.
“¡Mirá, Mari!... ¡Por favor, no pensés que somos trolas!... ¡O si vos querés, podés decir que no!” prosiguió en una actitud derrotista.
Nery tomó la mano de su hermana, le sonrió y continuó en su lugar.
Mi esposa estaba cautivada con lo que sucedía…
“¡Mari, vos sabés que nos gusta tu marido y has sido tremenda para prestárnoslo por una noche!” luego, las gemelas se miraron… “Pero cuando Susi me contó las cosas que hizo con ella y cuando le conté de cómo me rompió la cola el año pasado… nos han dado ganas de mirarnos.”
Susana retomó la palabra con desesperación…
“¡De verdad, Mari! ¡Nosotras no somos trolas o pervertidas y es la primera vez que nos gusta el mismo mino!...” confesó, para retractarse la honestidad de sus palabras, mas no el sentimiento. “Pero es algo que tenemos muchas ganas… y vos has sido ya re linda por prestárnoslo a las dos…”
Marisol se limpiaba con la servilleta, sin parar de sonreír…
“Tú nos ves y somos tan parecidas, que no hemos podido quitarnos la idea de la cabeza de mirarnos… de saber si Susi o yo gozamos por igual… que por eso queríamos pedírtelo una noche más.” Concluyó Nery.
“¿Y qué les gustaría hacer?” consultó Marisol, con ese brillo coqueto que bastante bien conozco.
Las gemelas se miraron contentas, al ver que la fortuna les volvía a favorecer una vez más…
“¡No sé!” respondió Nery, con mucho entusiasmo. “Tu marido nos llevó a un telo bien bonito y pensábamos que… si vos nos dejás, claro… ir otra vez.”
Y fue en estos momentos en que para mí, se empezó a derrumbar todo…
“¿Y por qué no mejor ocupan nuestro dormitorio? ¡Es más barato y está mucho más cerca!” respondió mi esposa.
Mientras que Nery desbordaba de alegría, Susana la miraba en espanto…
“Pero Mari… ¿Cómo decís esas cosas?... ¡Es donde vos dormís con tu marido!”
“¡Espera un momento!” interrumpí yo, al percatarme de otro detalle… “¿A qué te refieres con que “mejor ocupan nuestro dormitorio”? ¿Dónde vas a estar tú?”
Marisol me miró con molestia…
“En el dormitorio de las visitas, por supuesto…” respondió ella, como si fuese lo más evidente del mundo, que era el que las gemelas estaban ocupando.
“¡No, Mari, no te podemos hacer eso!” prosiguió Susana, muy afligida. “¡Es donde vos dormís y estás con tu marido! ¡Andá, querida, pensálo bien!”
Nery permanecía callada y sonriente…
“¿Nos disculpan un momento?” les pregunté a las gemelas, pidiéndole a mi esposa que me acompañara a la cocina.
La mirada de Susana era desesperada y la de Nery, no puedo decir que maliciosa o algo por el estilo, ya que estaba conforme con que Marisol me hubiese prestado.
Mi esposa, en cambio, puso un rostro levemente lastimero, como si le fuese a reprender por una travesura cuando entró en la cocina…
“¿Qué te pasa?” consulté, muy preocupado.
“¡Nada, mi amor! ¿No ves que estoy contenta?”
En realidad, Marisol se veía bellísima: sus ojitos verdes resplandecían de vitalidad encantadora, sus labios finos y pequeños lucían sonrosados y tiernos, sus mejillas levemente coloradas, destacando más el coqueto lunar que tanto me gusta y su actitud relajada, serena, con una pasividad espiritual, rellena de sabiduría.
Pero su cuerpo no se quedaba atrás: se apoyaba en el mueble isla, con las piernas entrecruzadas, mostrando sus blanquecinas piernas bajo una falda que escondían sus rodillas, pero a medida que subía, tonificaba ese precioso y seductor trasero, con forma de durazno, que invitaba tentadoramente a mis manos a sobarlo y una blusa con flecos blanca, delgada, que escondía su cintura, pero compensaba destacando esos maravillosos flanes que usa como pechos, alcanzando a transparentar el sostén por su volumen.
En su mano derecha, había algo que reconocí bastante bien…
“¿No te parece estupendo? ¡Las 2 quieren estar contigo!” preguntó, mucho más entusiasmada que yo.
“Sí, pero no vas a estar tú…” repliqué, sonriendo al no poder entenderla.
Sus mejillas se pusieron más sonrosadas…
“¡Ay, pero si estás conmigo todas las noches!” prosiguió ella, con una mirada esquiva. “Y ellas viajaron lejos para verte…”
“Es cierto… pero también me gustaría estar contigo…”
Y me miró a los ojos, con una dulzura bastante sumisa…
“¿En serio? ¿Y te quedan las fuerzas?”
Comenzó a reírse suavemente y mirarme con mayor confianza. A pesar de todo, Marisol me conoce demasiado bien…
“Además, no puedes decirme que no te tienta. Las 2 son bonitas y sé que te gustan y no creo que algo así te vuelva a pasar pronto…” agregó, apretando un poco más las piernas.
“¡No lo sé! ¡Solo sé que te extraño!” respondí, avergonzado.
Cuando lo conversamos posteriormente, Marisol me confesó que eso la había derretido y que casi le hace retractarse…
“¡Pero yo les prometí que iban a disfrutar contigo tanto como lo hago yo!” esbozó desesperada.
“Pero… ¿Por qué te vas tan lejos?” pregunté el motivo de mis sinsabores.
La distribución del 2ndo piso de nuestra casa es el dormitorio principal, la habitación de las pequeñas, el dormitorio de Lizzie y el dormitorio de las visitas.
“Es que si estoy contigo, sé que te voy a distraer. Además, no me molesta, porque te puedo ver en el computador. ¡Por favor, hazlo por mí! ¡También me ha pasado lo de Susi y de verdad, que me encantaría verte con ellas y ver que se ponen igual que yo! ¡Por favor, mi amor, por favor!”
Marisol suplicaba de tal manera, con sus ojitos brillantes que no podía resistirme…
Mas aun así, estaba en una encrucijada emocional dantesca: por un lado, podía vivir el “sueño del pibe” que el verano pasado no pude cumplir…
Por el otro, me significaba dejar de lado a Marisol una noche más…
Y aunque puedan creerme o no, lo segundo pesaba demasiado para mí. Mi esposa es de esas mujeres honestas, leales e inocentes que para nada se merecen que las traicionen y lo que más me mortificaba era que ella se tuviese que marchar y quedarse en otra habitación, a solas, con consoladores y otros juguetes, mientras que yo disfrutaba de las gemelas.
Tal vez, lo que más me desarmaba era que ella misma lo deseaba y por mucho que comprendía sus sentimientos y su manera de pensar, los remordimientos que sentía en esos momentos no disminuían en lo absoluto…
“¿De verdad quieres hacer esto?” pregunté, con el corazón contrito, acercándome más hacia ella.
Sus hombros se tensaron y su mirada se tornó vidriosa, entre temor y de ponerse a llorar…
“¿De verdad quieres que pase otra noche más con ellas?” pregunté, tomándola por la cintura y besándola cariñosamente, propasándome a propósito para que sopesara bien sus sentimientos…
Después, me contaría que cuando hice eso, la terminé desarmando…
“¡No!... es que yo les prometí… que tú… mhm… mhhmmm…” respondió, confundida en sus emociones, mientras degustaba de sus labios sin parar.
Tomé su mano y agarré el control con delicadeza y autoridad.
“¿En realidad crees que esto es mejor amante que yo?” pregunté, besando y lamiendo su cuello suavemente, mientras apretaba el encendido y el leve zumbido empezaba a sonar de su interior.
“¡No, por favor, mi amor!... ¡No me hagas así, que yo!... mhm… mhmmmm…” imploraba ella, cuando retozaba mi lengua dentro de su boca, mientras que mi derecha le agarraba su firme y rotundo trasero.
“¿De verdad te vas a conformar con verme comiendo los pechos de Nery y de Susana, sabiendo que también podría comerte los tuyos?” pregunté, desatando sus colgantes y liberando sus esplendorosos globos, que degusté extasiado.
“¡No, mi amor!... ¡Ya no sigas!... ¡Esto es mucho!” empezó a jadear de manera acelerada, pero sin siquiera percatarse, afirmándome de la cabeza para amamantarme con su pecho, por lo que subí al nivel 3 del huevito vaginal.
Eso la desvaneció de una manera abismal y sus brazos se tornaron tremendamente laxos, mientras que sus piernas no paraban de vibrar, intentando mantenerla de pie.
Al ver esto, la tomé de la cintura y apegué mi cuerpo más a ella.
“¡Mira, Marisol, así me tienes!” le dije, posando la cabeza dilatada de mi glande sobre su vientre. “¿De verdad me estás diciendo que prefieres ver cómo entra en otra mujer y no en ti?”
Los espasmos que siguieron fueron aclaratorios, sin mencionar el potente aroma de sus fluidos que parecía emanar completamente de su ser y que la hacían sujetarse casi de manera desesperada del borde del mueble.
“¡Sí, si quiero! ¡Si quiero! ¡Si quiero! ¡Si quiero!” replicó, contrayéndose, con lágrimas rodando por sus mejillas.
Esto me detuvo completamente y con bastante lástima, porque mi mujer parecía estar en un estado deplorable: su respiración agitada, sus pechos al aire, sus cabellos esparcidos, pero con el fulgor libidinoso y pervertido de sus ojos, que le daba casi un aire de ninfómana, con los cuales me contemplaba de vuelta, en una mezcla entre vergüenza y desafío.
Me retracté un par de pasos, para que recuperase la compostura y la contemplé casi anonadado, porque nunca pensé verla de esa manera y sin poder procesar del todo lo que nos estaba pasando.
“¡Está bien, Marisol! ¡Lo haré!” acepté finalmente, mientras ella volvía a cubrir sus pechos y me miraba con sus ojitos brillantes. “Pero por favor, no olvides que me quise casar contigo porque no quería pasar la noche con nadie más y que esto lo estoy haciendo más que nada, porque tú me lo has pedido…”
Y como no quería que ni Susana ni Nery la viesen de esa manera, salí de la cocina y la dejé a solas, reformulando una y otra vez maneras para explicarles a las gemelas lo ocurrido…
Lo triste fue, sin embargo, que al momento de verme partir, Marisol ya se había retractado…
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1 comentarios - Siete por siete (179): Géminis (XIII)
Excelente, gracias por compartir!!