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Mis hijas y yo cap 9

—Kim—
No recuerdo haber estado más caliente en toda mi vida. Lo que se desarrollaba ante mí era tan erótico que cualquier hombre ya hubiera eyaculado con sólo verlo. El papá de Holy tenía las piernas bien separadas mientras su hija le pasaba la lengua por los huevos, y encima, la sensual Lorena no dejaba de brincar sobre esa polla erecta.

Me uní a la diversión acercándome a ellos. Mi sola presencia bastó para que Lorena me diera un beso de lengua e inmediatamente se quitó de encima de su esposo. Sus fluidos habían aderezado ese miembro y Holy, la chica no dudó ni un segundo en metérselo a la boca para saborear los propios jugos de su madre.
Dejamos a la chica para que siguiera con su “merienda” y Lorena me atrajo al sofá. Me senté y abrí las piernas para que ella pudiera hacer lo que le diera la gana conmigo. Me guiñó un ojo y después hundió su boca en mi vagina, arrancándome una ola de deseo y excitación tan grande que sentí mi cuerpo estremecer.

Jonathan gemía con los ojos cerrados. Holy le hacía una paja y al mismo tiempo se estaba acariciando la entrepierna y se reía como si aquello fuera algo de todos los días. Y tal vez así lo era. Esta familia se daba amor de todas maneras y me pregunté qué pasaría si en la mía sucedieran cosas similares.
Lorena comenzaba a penetrarme con tres dedos y cometía destrozos dentro de mí que me arrancaban gemidos. Volví la vista hacia Holy. Estaba terminando con su labor. Tomó a su padre de la mano para que se levantara y después ella se tiró al piso con una almohada debajo de la cabeza y las piernitas muy separadas.
—¿La va a penetrar? —le pregunté a Lorena.
—Sí ¿por?
—No, nada.
Me quedé observando a Jonathan que se acostaba encima de su hija, le ponía los tobillos sobre sus hombros y dirigía su verga hacia esa entrada.
La sonrisa de Holy desapareció para dar paso a una mezcla de dolor y placer. Sus gemiditos eran tan dulces como el canto de los ángeles. Su papi era muy cuidadoso con ella a tal grado que mientras empezaba a mover lentamente sus caderas, le acariciaba la frente para relajarla.
Lorena dejó mi vagina en paz y se adosó sobre mí, recorriendo con su lengua todo mi abdomen y encerrar mis pechos con sus manos. Los estrujó tanto y hundió la nariz en ellos para sorber el aroma natural que desprendía mi cuerpo.
Cerca de mí, las embestidas de Jonathan a su hija eran más rítmicas. El cuerpo de la chica se estremecía con cada penetración. Tenía sus ojitos cerrados y se masajeaba sus pequeños senos con auténtica expresión de placer.
—¿Te excita ver que se cojan a una hija? —me susurró Lorena al oído con una voz entre perversa y seductora.
—Sí. Me encanta.
—Entonces ven conmigo.

Me llevó y nos arrodillamos junto a la joven. Pude ver, sorprendida, que más de la mitad del gran pene de su padre se hundía en esa pequeña vagina sin rasurada, con los labios totalmente rojos y un hermoso clítoris que sobresalía. Su piel tersa brillaba por el reflejo de los fluidos.
El hombre sacó su polla y antes de que pudiera hacer algo más con ella, yo me apresuré a metérmela en la boca porque deseaba saborearla ahora que estaba impregnada con el sabor de una mujer. Y era exquisita. Demasiado. Algo en mí se activó y di un paso más allá en el terreno del lesbianismo.
Más excitada que antes, separé bien las piernas de Holy y hundí mi boca donde momentos antes había sido penetrada. El sabor era tan… dulce. Adictivo. Producto del morbo, de lo socialmente prohibido, me dejé llevar. Los gemidos de Holy se hicieron más intensos.
De repente sentí dos lenguas en mi trasero y apenas pude ver que se trataban de Lorena y su esposo. ¿Dos lenguas? Nunca había experimentado eso, pero se sentía como el puto paraíso. Uno de ellos me abrió las nalgas y lamieron cada parte de mi cuerpo.

Luego algo más placentero me invadió. Sentí que algo enorme y caliente estiraba las paredes de mi vagina. Gemí cuando Jonathan literalmente me clavó el miembro y comenzó a embestirme con un ritmo rápido. Después su esposa se colocó justo encima de su hija para que la chica pudiera lamerle el coño. Me di cuenta de que la mujer lubricaba muchísimo. Pequeñas gotitas de lubricante caían a la boca de la chica y esta, gimiendo y sacudiéndose mientras yo la penetraba con dos dedos, empezó a meter la lengua por la entrada de su propia madre.
Estuvimos así durante un buen rato, gimiendo los cuatro en aquella orgía prohibida, incestuosa. pero me importaba un bledo si se sentía tan bien. El interior de Holy era caliente y mis dedos se resbalaban producto de los ricos juguitos que manaban de ella. El pene de Jonathan continuaba penetrando entre ritmos lentos y rápidos.
—¿Cada cuando hacen esto?
—Siempre que podemos.
—Qué rico.
—Sí. Un día Jonathan y yo estábamos en la cama y olvidamos ponerle seguro a la puerta. Holy entró justo en medio de la acción y se quedó mirándonos. Desde eso comenzó lo bueno.
—Yo hice algo similar con mi hermana —les confesé. Lorena abrió los ojos de par en par.
—¿De verdad?
—Sí. Sólo jugamos con mi novio. No hubo ninguna penetración.
—Tu madre debería empezar a meter a Laura en todo esto.
No comenté nada sobre eso porque no sabía que pensar exactamente. Una cosa era hacerlo con esta familia y una muy diferente enrollarme con mi propia madre.
—¡Me vengo! —exclamó Jonathan.
Las tres nos arrodillamos ante él, como perritas a punto de recibir el alimento. Obviamente Holy era la estrella de toda la orgía, así que la chica abrió la boca y sacó la lengua para que una gran descarga de semen le entrara hasta la garganta.
Después Lorena cubrió el pene con la boca y también recibió su parte.
Yo fui la última. Casi no quedaba para mí, pero eso no me importó porque el sabor de ese semen era del más delicioso que había probado en toda mi vida.
Después de eso las tres nos miramos, sonrientes. Mi pecho todavía estaba acelerado. Holy jadeaba y se limpiaba la boca con la mano. Lorena me acarició la pierna.
—Puedes unirte siempre que quieras —dijo.
—Lo haré. Ten seguro eso.

—Karen—

Salí de mi habitación totalmente cansada. La espalda me ardía después de que Daniel me rasgara con sus uñas en un arrebato de pasión. También caminaba con cierta incomodidad en el trasero, producto de las embestidas anales que ese magnífico hombre me había dado. No recuerdo haber sentido tanto placer en toda mi vida, y lo mejor era que como él se iba a quedar en la casa, podría disfrutar tantas veces quisiéramos.
Sí, yo quería más, pero como todo hombre después de la acción, necesitaba descansar, así que le dejé durmiendo desnudo en la cama y yo salí sólo con un camisón que me llegaba hasta poco arriba de las rodillas y sin nada de ropa interior.
Es increíble cómo un poco de salvaje sexo puede ocasionar tantos cambios en el cuerpo. Me sentía revitalizada, dichosa y muy feliz. Mi cerebro de seguro estaba nadando en un mar de endorfinas y quería permanecer así todo el tiempo que pudiera.

Pensé en platicar con Kim pero recordé que me había pedido permiso para salir, lo cual era nuevo porque usualmente se marchaba sin decir ni pío. Me fui al cuarto de Laura para ver qué estaba haciendo y me encontré a mi chica dormida, usando sólo sus pequeñas pantys de encaje negro que le estaban quedando algo ajustadas.
Y no sé qué fue lo que me ocurrió cuando la vi. Tal vez el recuerdo de lo que había hecho con Lorena y su hija, o que todavía estaba excitada, pero al ver las curvas de Laura sentí placer. Un placer que era muy similar al orgullo. Había dado a luz a una hermosa chica.
En algún punto de su vida a Laura se la llevarían a la cama. Algún día daría su primera mamada y se la follarían de lo rico. No sé por qué estaba teniendo esa clase de morbosos pensamientos, pero era como tentar a lo correcto, como hacer travesuras.

Me senté en la cama y sin poder contenerme puse una mano en sus nalgas. Digo… no tenía nada de malo ¿verdad? Como si madre la había visto desnuda varias veces. Deslicé el dedo por debajo de su panty para ponerle bien el encaje y luego, un poco más desalmada, le acaricié la línea que dividía su trasero. Su piel era blanca. Un bronceado le quedaría muy bien y pensé en que pronto el verano nos obligaría a ir a la playa.
Dejé de pensar en eso y seguí frotando delicadamente la piel tersa de sus pompis. En eso Daniel me tomó de los hombros y yo aparté la mano como si me hubiera quemado.
—Daniel… me asustaste.
—¿Qué estabas haciendo?
—Nada. Sólo…
—¿Tocando a tu chica? —cualquiera pensaría que me estaba echando la bronca, pero lo cierto es que en sus ojos había una extraña perversión. Recordé que Lorena me había dicho que la mayoría de los hombres sentían un deseo sexual cuando se involucraban madre e hija. No sabía, dentro de la retorcida mente de mi amiga, qué tan cierto era eso. Preferí no hacerle caso, pero me alivió saber que mi hombre no me estaba tachando de enferma.

Por otra parte él estaba sin nada más que sus boxers donde se le marcaba muy bien el paquete. A juzgar por el tamaño vi que ya estaba listo para la acción y le guiñé un ojo. Daniel se apresuró a bajarse la ropa y yo me ruboricé de inmediato porque estábamos en el cuarto de mi hija.
—Cómemela un poco —dijo con voz sexy.
—No. Laura se podría despertar.
—Hazlo. Sabes que lo quieres.
Y sí que lo deseaba. Apoderada por el morbo, me metí su miembro a la boca. La sangre que circulaba por su pene lo calentaba y pronto mi saliva hizo que mis labios se deslizaran con facilidad por todo lo largo.
Allí estaba yo, pegándole una buena mamada a mi hombre en el cuarto de mi hija. Me olvidé de que otra persona estaba allí y comencé mi labor con más entusiasmo, llevada por la excitación de lo prohibido.
De repente vi que Daniel ocultaba su pene y se daba la vuelta. Laura me tocó el brazo.
—¿Mamá?
—¡Laura! —exclamé totalmente ruborizada por la vergüenza. La chica arrugó la frente. Se acabó. Era la peor madre del mundo.
Pero no fue así. Laura abrazó una almohada y se volvió a acostar.
—¿Me viste? —le pregunté, aunque ya sabía cuál era su respuesta.
—Tienes cuarto para hacer eso. No vengas al mío.
Daniel, fuera de la habitación, sólo se reía.

Durante el resto de la tarde me la pasé totalmente apenada. Kim llegó después y se le veía especialmente feliz. Dijo que había ido con unas amigas al centro comercial. Daniel, por otro lado, miraba la televisión. Kim se sentó junto a nosotros.
—¿Qué han hecho? —nos preguntó. Daniel se rió y yo me sonrojé.
—Nada. Nada de nada.
—De seguro se divirtieron más que yo —dijo Kim con una evidente sonrisa de que sabía lo que me habían hecho.
—Bueno, sólo un poco.
—Daniel ¿qué tal? ¿Ya puedo llamarte papá?
El comentario hizo que el hombre se sonrojara y riera nerviosamente. Le llamé la atención a Kim y ella, riendo, subió a su alcoba y bajó poco después de darse una ducha. Traía unos shorts pegadísimos, muy cortos y una blusa sin mangas con el escote holgado. La mirada de Daniel fue evidente para las dos. Con un ademán de mis dedos le pedí a mi hija que se cruzara de piernas para mostrar más decencia, pero al hacerlo, lo único que provocó fue que sus muslos se vieran más torneados y sensuales.

Daniel se tapó disimuladamente con el cojín para desaparecer la erección que estaba teniendo. Traté de pensar en el pobre hombre, que me había confesado que no era muy de estar con mujeres debido al trabajo. Y ahora estaba en esta casa, conmigo, una mujer adicta al sexo y una hija tan seductora que hasta a mí me despertaba algo de lujuria prohibida verla con esa diminuta ropa. Además, que Kim supiera que me habían cogido era tan excitante. Recordé cuando vi por debajo de la puerta como Axel se la follaba, y eso sirvió para que el calor aumentara en mi cuerpo.
Nos quedamos viendo televisión un rato más y después Daniel salió a comprar la cena. Kim y yo nos miramos con algo de incomodidad.
—Te ves feliz, mamá.
—Si, bueno… tú también.
Laura bajó poco después con su sexy bata de seda. Siempre la había visto con ternura, pero esta vez, cuando su mirada se cruzó con la mía, una sonrisa picarona apareció en sus pequeños labios. Se sentó junto a Kim y puso las piernas sobre las rodillas de su hermana. Kim inmediatamente comenzó a acariciarle los muslos de manera desinteresada mientras veían la televisión.
La escena podría resultar inocente para cualquier otra persona, pero para mí, ver a mi hija mayor deslizando esas manos sobre las piernas de su hermana era algo… excitante.
Me imaginé dándole sexo oral a Daniel en frente de mis hijas. ¿Me gustaría una experiencia como esa? Harta de tener esa clase de pensamientos tan sucios subí al baño para darme una ducha. Tenía intensiones de bajarme la calentura y apenas lo logré. Salí del cuarto de baño y me aproximé a las escaleras, pero antes de bajar me detuve en el el rellano porque vi, anonada, que Laura y Kim se estaban besando en la boca.

Mi primera reacción fue la de llamarles la atención, pero me detuve sin saber por qué. El rostro de Kim se veía tranquilo, relajado en extremo y con una mano acariciaba el mentón de su hermana. Laura, por su parte, tenía la mano justo dentro del diminuto short de Kim y jugaba con la vagina de su hermana mayor.
La respiración se me aceleró y pensé qué les estaba pasando a mis hijas. Laura sacó la mano y untó sus deditos húmedos en la boca de Kim. Ésta miró en derredor y le susurró algo a Laura. La chica rió y le alzó la blusa, de tal manera que los pechos de su hermana quedaron libres y no dudó un sólo instante en meterse los pezones a la boca.

Mis ojos estaban abiertos de par en par viendo como se comían las tetaas y además el lazo de hermanas que las unía era más… prohibido. Excitante. La mano de Kim se hundió en las pantys de Laura y vi que empezaba a jugar con su pequeña entrada y constantemente se llevaba los dedos a la boca para saborear los jugos que producía.

Entonces se dieron un último beso. Se separaron y siguieron viendo la televisión como si nada hubiese ocurrido. Yo me adosé en la pared para tratar de calmarme porque lo que había visto era digno de la cosa más perversa e incestuosa, comparable al bochornoso momento en el que atrapé a Lorena metiéndole un consolador por el culo a su propia hija.
Eso era. Lorena. Si tenía que hablar con alguien, bien podría ser con ella. La idea sonó bien durante los primeros veinte segundos pero luego me dije que no era lo más correcto, porque conociéndola, lo primero que me diría sería que aprovechara la oportunidad que se me presentaba.
Bajé a la sala como si no hubiese visto nada. Kim y Laura se comportaban de manera normal. Me senté frente a ellas a ver la televisión, pero sin perder de vista las manos traviesas manos de mis chicas.

Daniel llegó con la cena poco después y luego de comer me metí a bañar otra vez para tratar de olvidar lo que había visto. Me debatía entre regañarlas o hablar con ellas. Estaba en la tina, untándome el jabón con la esponja cuando entró Kim envuelta en una toalla y sin verme, se la quitó. Su cuerpo era escultural.
—Oye, está ocupado.
—¡Ay! Mamá, lo siento. No te vi. Quería darme un baño en la tina ¿me das permiso?
—Sí. Ven —tragué saliva. Kim sonrió y se subió a la taza para bajar una caja de una encimera donde guardaba velas aromáticas. Durante todo el proceso tuve una perfecta vista de su cuerpo desnudo.
—Tu vagina parece la de un bebé —le comenté sin siquiera pensarlo. Ella sonrió y se tocó la rajita.
—Pero ha soportado cosas que ni te imaginas.
—¡Kim!
—¡Já! Tú empezaste. Hazme espacio.
Kim se metió en la bañera, justo del otro lado. Mientras se acomodaba nuestras piernas se entrelazaron. Su piel era tersa y suave, resbalosa por el jabón.
—¡Ah! Esto es el paraíso. Nada como un baño de agua tibia en esta noche de frío.
—¿Qué hiciste con tus amigas? ¿Cine?
—Emm… algo así.
Sonreí.

—A mí no me engañas, hija. Creo que la paabra con S está implicada.
—Lo mismo digo para ti —dijo Kim y traviesamente me tocó la vagina con el pie. Yo me exalté demasiado y me ruboricé de inmediato. Kim se rió.
—¡Oye! ¡Respeto que soy tu madre!
—¡Já! Sólo fue un accidente. No quería presionar tu botoncito de felicidad.
Volvió a patearme la vagina y yo le devolví con un ligero apretón de mi pie sobre sus tetas. Kim rió de una manera encantadora.
—Mamá, lo cierto es que últimamente nos llevamos mejor ¿no crees?
—Sí, aunque creo que me has dejado de ver como una madre y ahora soy tu amiga. No te olvides que sigo teniendo la autoridad.
Rió y volvió a apretarme el clítoris con el pie. Yo cerré las piernas pero poco después la separé y jugamos con nuestros pies durante un rato y hablamos sobre temas triviales como las nuevas votaciones y de que pensaba dejar mi trabajo.
Al poco rato entró Daniel al baño y sin pudor alguno sacó su tremendo falo para orinar.
—¡Oye! ¡Kim está aquí!

—No te preocupes, mamá —dijo Kim mirando con curiosidad la polla de Daniel.
—Lo siento, era una urgencia… —Y dirigió su mirada hacia nosotras.
Madre e hija desnudas en la bañera, con el jabón cubriendo apenas nuestras tetas. Eso fue suficiente como para que la polla del hombre comenzara a levantarse rápidamente.
—Vaya, qué juguete —murmuró Kim con una vocecita que hubiera derretido un bloque de hielo —. Ahora entiendo porque andabas tan feliz, mamá. Esa cosa apenas debe entrarte en la boca.
No sé por qué pero me reí. Daniel se acercó a la bañera. Kim me miró y yo a ella. Como pudimos, logramos hacer un espacio. El pecho me latía a mil mientras un hombre desnudo se metía entre nosotras. ¿qué pasaría?

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