Después de aquel viernes con los amigos de Pablo, estuve unos días como shockeada. Todo me parecía irreal, increíble, como una película que había visto y cuyas escenas volvían a mi mente para impactarme con su crudeza.
Sentía que había sido otra la que hizo todo eso, que no fui yo, pero las marcas en mi piel me confirman que no fue otra, que fue a mí a la que enfiestaron.
Por supuesto que no reniego de ello. Lo hice porque quise, aunque debo reconocer que en algún momento, hacia el final, ya no quería más. No quería seguir, pero ellos estaban como si recién hubiesen salido de un encierro. No había forma de pararlos. Y aunque me seguía mojando, (mi cuerpo siempre responde), lo cierto es que ya no lo disfrutaba.
Por eso estuve alejada algunos días de Pablo, sin responderle siquiera los mensajes. No es que estuviera enojada o avergonzada, aunque yo también tenga mi pudor. Solo necesitaba tomarme un tiempo, elaborar lo sucedido y decidir como seguir de ahora en mas.
Después de que CINCO tipos, cuatro de ellos totales desconocidos, te hayan cojido hasta el alma, creo que es momento de replantearse algunas cosas.
Ni siquiera tuve sexo durante esos días. A mi marido, pobre, le tuve que salir con la excusa de que estaba indispuesta. No podía dejar que viera los moretones y rasguños que me habían quedado como secuelas de aquella noche. Pero, habiendo pasado ya casi tres semanas, volvía a sentirme ansiosa y excitada, con la urgencia goteándome por entre las piernas.
Fue el jueves, estaba en la oficina, con unas ganas de garchar que ni se imaginan..., bueno, seguro que sí se imaginan, jaja.
El problema es que recién eran las diez de la mañana y yo estaba que caminaba por las paredes. El cumpleaños de Pablo fue el viernes 14 de Octubre y ya estábamos a jueves 3 de noviembre. Habían pasado diecinueve días. Diecinueve días sin un polvo. Sin una paja siquiera.
Amo a mi marido y me gustaría ser solo suya. Pero la fidelidad no es lo mío. Lo he intentado muchas, muchísimas veces y volveré a intentarlo muchísimas más, como ahora, pero igual que todas las veces anteriores la recaída siempre es brutal.
Obvio que durante esos días de fidelidad y abstinencia seguí recibiendo mensajes de varios "amigarchs". Entre ellos algunos de Juan Carlos, el colectivero de la 50. ¿Se acuerdan?
Después de aquel encuentro que tuvimos en un telo de Mataderos, quedamos en volver a vernos. Ya nos habíamos mensajeado antes, pero por diferentes razones el encuentro no se dió. Ahora volvía a insistirme.
Los primeros días, luego de la orgía en el cumpleaños de Pablo, no le contesté. En realidad no le contesté a nadie. Ya lo dije, estaba en shock, conflictuada, no quería saber nada del sexo ni de los hombres, al menos por un tiempo. Creo que es algo normal después de semejante experiencia, una cosa es lo que hacemos cuando estamos calientes y otra muy distinta cuando estamos en pleno uso de nuestras facultades. Pero bueno, como siempre estoy caliente, el conflicto se me pasó enseguida. Así que esa mañana, ya en la oficina, lo primero que hago es mandarle un wasap deseándole un buen día.
"Hola linda, pensé que ya me habías retirado el saludo", me contesta al toque.
Le expliqué que había estado algo complicada, pero que si seguía interesado estaba disponible. Sí, ya sé que estaba en el trabajo, pero de alguna manera tenía que zafar. No es sano ni recomendable aguantarse la calentura.
"Yo estoy laburando, pero si querés podemos vernos al mediodía", me propone.
"Pero no me hagas ir hasta Mataderos", le pido recordando nuestro último encuentro.
Me pone unos emoticones riéndose.
"¿Te parece en donde subías a mi colectivo?", sugiere entonces.
Eso es en Solís e Independencia, me viene bárbaro, ya que me queda cerca de casa.
"Dale, ¿a la una?", acepto.
"Joya, mandame un mensaje cuando estés por ahí", responde.
Cuando ya pasan unos minutos del mediodía voy a lo de mi supervisora.
Mi supervisora es Irene, con quién tuve una aventura hace algún tiempo. Los mas memoriosos quizás recuerden el relato, y si no, pueden buscarlo. La cuestión es que luego de aquella vez quedamos en una muy buena relación. Ella es lesbiana y supo entender que, pese a haberla pasado bien juntas, a mí me gustan los hombres, me gustan las pijas, no las conchas, por lo que no volvimos a tener ningún otro encuentro. Igual sé que le gusto y por eso cubre mis faltas y escapadas. No podría tomarme todas las atribuciones que me tomo en el trabajo si no tuviera a alguien como Irene que me respalde. Igual pese a la confianza, tuve que mentirle, decirle que me sentía mal, que me iba al médico. Por mas amiga que fuese no podía decirle que me iba a coger con un colectivero, justo nosotras que estamos en el equipo de los tacheros. Así que luego de hablar con ella, agarro mis cosas y me voy.
En la esquina de la oficina me tomo el 168 y me bajo en Solís e Independencia.
"Ya estoy" le escribo, aunque todavía falta un rato para la una.
"Llego en cinco, me lleva un compañero", me responde.
Mientras lo espero compro una caja de chiclets en el kiosco que está junto a la parada, atenta a cualquier colectivo de la línea 50 que aparezca. ¿Ansiosa yo?
Pasan dos casi juntos sin que Juan Carlos aparezca y ya me pongo impaciente. Encima los tipos que pasan me miran con deseo, como si olieran mis ganas de sexo.
"¿Por donde estás?", tecleo rápidamente en mi celular.
"Llegando" me pone.
Alzo la mirada y veo un 50 cruzando Chile. Es ése. Cuando se acerca, lo veo por el parabrisas, junto al chofer, con la típica camisa celeste de la empresa.
Se despide palmeándole el hombro y baja. Debe haberle dicho quién lo estaba esperando porque el otro colectivero me saluda con la mano. O quizás me haya visto esa vez que acompañe a Juan Carlos hasta su terminal de Mataderos. Como sea sabe que nos estamos encontrando para ir a coger, y eso me excita.
Juan Carlos se acerca y me saluda con un beso en la mejilla. Si alguien nos ve, solo somos dos conocidos que se saludan, no dos amantes a punto de inmolarse a polvos.
-¿Vamos a tomar algo?- me pregunta.
Lo miro como diciéndole: "¿De qué estás hablando Willis?", y tomándolo de la mano me lo llevo al telo que está enfrente. El "Copacabana".
Quiero fifar no charlar, así que entramos raudamente a la suite que nos dan en recepción y nos comemos a besos. En ese momento Juan Carlos representa a todos mis amantes, le tocó a él pero pudo ser cualquiera, Pablo, Damián, el Cholo, Diego, Bruno o Fernando, todos ellos y los demás, los que estuvieron y estarán, los que leen y comentan, todos están simbolizados en el colectivero de la 50.
No quiero que se duche ni nada, quiero que me monte así como está, oliendo a sudor, a trabajo, a hombría. Le desprendo los botones de la camisa y le paso la lengua por el pecho, lamiéndole las tetillas, escupiéndoselas y sorbiendo mis propias babas.
Entre besos y lamidas sigo hacia abajo, por el camino del vientre, hasta toparme con la hebilla del pantalón. Se la desabrocho y le bajo el cierre, metiendo una mano dentro de la bragueta. Agarro esa incipiente dureza y se la acaricio, apretándola suavemente, sintiendo el relieve de las venas y la humedad que ya destila por el agujerito de la punta.
Le desabrocho todo lo demás y el pantalón cae pesadamente al suelo, junto con el bóxer, revelando en todo su esplendor esa pija gorda y cabezona por la que ya se me hace agua la boca.
Caigo rendida a sus pies, y agarrándosela con las dos manos, se la chupo con todas mis fuerzas, chupando y rechupando cada pedazo, empapándole de saliva hasta los huevos, los cuales también mastico y chupeteo con avidez. Me la como entera, mirándolo a los ojos, haciendo ese ruidito que tanto les gusta.
-¡Mmmmmhhhh..., mmmmhhhhh..., aggghhhhhffffffffff...!-
Se la dejo chorreando y me levanto. Me saco toda la ropa y completamente desnuda me tiendo boca abajo sobre la cama. Levanto la cola y deslizando una mano por entre mis piernas me acaricio la concha, abriéndome bien los labios para él.
-¡Está que pela ahí adentro!- exclama el colectivero, ya en bolas, con los ojos inyectados en lujuria.
Viene hacia mí y agarrándome de las nalgas, me las amasa y palmea, soltándome una larga escupida a lo largo de toda la raya. Me sopletea el culo y me lo puntea con la lengua, lamiendo todo hacia abajo, chupándome la concha y alrededores en una forma por demás ávida y entusiasta. Como antes yo a él, también me la deja chorreando, mas caliente incluso que antes.
Se pone un forro, se acomoda de rodillas tras de mí y aferrándome de la cintura, me empieza a garchar duro y parejo. Sin concesiones. Me descose a pijazos, golpeando su cuerpo contra el mío en una forma por demás violenta y estruendosa.
¡PLAP-PLAP-PLAP-PLAP!
-¡Ahhhhhhhh..., siiiiiiiiiii..., cogeme, dale..., no pares..., ahhhhhhhh...!- le pido entre suspiros, arqueando la espalda para sentirlo mas adentro todavía.
Cada pijazo me retumba hasta en el alma. Potente, enérgico, vibrante, demoledor. No me da ni le pido tregua alguna, abriéndome toda para él, acompañando cada una de sus embestidas con el debido frotamiento de mi clítoris que ya está del tamaño de mi pulgar.
Tras esa violenta descarga inicial, me la saca, y me la refriega arriba y abajo, delineando el contorno de mi sexo, como si en vez de una pija tuviera un pincel, uno de brocha gorda, claro.
Me pone la punta en la puerta del culo, y empuja. No necesita mayor presión para hundirse dentro de mí, llenándome con su carne, la cual parece engordar mucho mas en mi interior. Me vuelve a agarrar de la cintura y entra a culearme, sacudiéndome las nalgas a puro rebote de su pelvis. Las tetas también se me sacuden al ritmo de sus embestidas, las cuales parecen hacerse mas profundas cada vez.
Tras una gloriosa culeada, me la saca y se echa de espalda, me le subo encima, a caballito y me la meto en la concha, acomodándomela como si fuese la pieza faltante del puzzle de mi cuerpo. Me muevo arriba y abajo, despacio primero aunque ganando velocidad con cada sentada.
Mis gemidos y jadeos revelan la intensidad del momento. Estamos calientes, desbordados de lujuria. Desde abajo y acompañándome en la cabalgata, el colectivero se llena la boca con mis pezones, chupándomelos, mordiéndomelos, estremeciéndome con los latigazos de placer que me sacuden y revolean por el aire, sin red de protección.
Siempre encima suyo, me muevo atrás y adelante, hacia los lados, arriba y abajo, me levanto, casi en cuclillas y me vuelvo a sentar de golpe, haciendo que su verga recorra mi interior desde todos los ángulos posibles.
Siento como me penetra el culo con los dedos. Esa sensación, la de sentirme doblemente empalada, me remite al cumpleaños de Pablo, la noche del Gangbang, y el goce es prácticamente inmediato. Me deshago en un orgasmo que me transporta al Imperio de los Sentidos. Siento que me disuelvo entre sus brazos y que el alma se me desprende del cuerpo lista para fusionarse con la materia del Universo.
Abro la boca y lo beso, profundamente, entre suspiros y jadeos, enroscando mi lengua con la suya, sintiéndolo ahora acabar a él, con fuerza, con ímpetu, tan poderoso y efusivo.
Me echo hacia un costado, las piernas abiertas, frotándome la concha con la palma de la mano, tratando de contener esa sensación de goce y arrebato que me convulsiona todos los sentidos.
El colectivero se saca el forro repleto de leche, pero pese a la cuantiosa descarga, sigue bien duro y erguido. Así como está, chorreando semen, le doy una chupada maestra, comiéndomela hasta los pelos, sacándole lustre. y todo.
Se pone enseguida otro forro, me voltea sobre mi espalda, y colocándose entre mis piernas, me vuelve a coger. Me muevo con él, ansiosa, festiva, indómita, enlazando mis piernas con las suyas, trepándome a su cuerpo, sintiendo en lo mas profundo de mis entrañas los demoledores golpes de su virilidad.
-¡Llename la cara de leche!- le digo de repente.
-¿Qué?- se sorprende.
-¡Quiero que me llenes la cara de leche!- le insisto.
Ni siquiera lo había pensado. Fue algo espontáneo, del momento. De repente me entraron ganas de sentir su semen sobre mi piel. Me cansé de tanto látex.
Acelera entonces esas últimas penetraciones, y con la urgencia de quién está a punto de estallar, me la saca, se arranca el forro, y agarrándose la pija, me apunta a la cara. Se pajea una, dos, tres veces..., y a la cuarta la leche sale disparada con una fuerza que me toma por sorpresa. Me aparto casi por reflejo, pero enseguida vuelvo a poner la cara, con los ojos y la boca cerrados, dejando que esa lluvia cálida y espesa me empape por completo. Siento los impactos de su acabada, los grumos de semen deslizándose por mi mejilla, la tibieza y humedad copándolo todo.
Abro los ojos y veo todo como borroso, un lechazo cargado, abundante me cubre casi por completo los párpados. Vuelvo a cerrarlos y me limpio con el dorso de la mano. Ahora sí puedo ver, aunque siento las pestañas pegoteadas.
Entre roncos jadeos el colectivero se la exprime con fuerza, sacudiéndosela para que me caiga hasta la última salpicadura.
Ya cuando no queda mas, se la agarro y le paso la lengua desde los huevos hasta la punta.
-Mariela- me dice temblando -Si seguís te voy a garchar de nuevo-
-Garchame todo lo que quieras- le digo y me pongo a chupársela.
Pero, pese a sus promesas, ya no se le vuelve a parar.
Mientras él se queda en la cama, reponiéndose, me pego una ducha. Me lavo también el cabello. Voy a llegar a casa temprano, mucho antes que mi marido, así que no hay problema en que lo haga con el pelo mojado.
Salimos del telo y nos despedimos hasta una próxima vez. Él tiene que hacer otra vuelta, así que se vuelve a Retiro. Yo me tomo ahí mismo el 50, con otro colectivero, claro, y me voy a casa, bien cogidita, como hace rato no lo estaba..., desde el cumpleaños de Pablo para ser mas precisa, pero eso ustedes ya lo saben.
Sentía que había sido otra la que hizo todo eso, que no fui yo, pero las marcas en mi piel me confirman que no fue otra, que fue a mí a la que enfiestaron.
Por supuesto que no reniego de ello. Lo hice porque quise, aunque debo reconocer que en algún momento, hacia el final, ya no quería más. No quería seguir, pero ellos estaban como si recién hubiesen salido de un encierro. No había forma de pararlos. Y aunque me seguía mojando, (mi cuerpo siempre responde), lo cierto es que ya no lo disfrutaba.
Por eso estuve alejada algunos días de Pablo, sin responderle siquiera los mensajes. No es que estuviera enojada o avergonzada, aunque yo también tenga mi pudor. Solo necesitaba tomarme un tiempo, elaborar lo sucedido y decidir como seguir de ahora en mas.
Después de que CINCO tipos, cuatro de ellos totales desconocidos, te hayan cojido hasta el alma, creo que es momento de replantearse algunas cosas.
Ni siquiera tuve sexo durante esos días. A mi marido, pobre, le tuve que salir con la excusa de que estaba indispuesta. No podía dejar que viera los moretones y rasguños que me habían quedado como secuelas de aquella noche. Pero, habiendo pasado ya casi tres semanas, volvía a sentirme ansiosa y excitada, con la urgencia goteándome por entre las piernas.
Fue el jueves, estaba en la oficina, con unas ganas de garchar que ni se imaginan..., bueno, seguro que sí se imaginan, jaja.
El problema es que recién eran las diez de la mañana y yo estaba que caminaba por las paredes. El cumpleaños de Pablo fue el viernes 14 de Octubre y ya estábamos a jueves 3 de noviembre. Habían pasado diecinueve días. Diecinueve días sin un polvo. Sin una paja siquiera.
Amo a mi marido y me gustaría ser solo suya. Pero la fidelidad no es lo mío. Lo he intentado muchas, muchísimas veces y volveré a intentarlo muchísimas más, como ahora, pero igual que todas las veces anteriores la recaída siempre es brutal.
Obvio que durante esos días de fidelidad y abstinencia seguí recibiendo mensajes de varios "amigarchs". Entre ellos algunos de Juan Carlos, el colectivero de la 50. ¿Se acuerdan?
Después de aquel encuentro que tuvimos en un telo de Mataderos, quedamos en volver a vernos. Ya nos habíamos mensajeado antes, pero por diferentes razones el encuentro no se dió. Ahora volvía a insistirme.
Los primeros días, luego de la orgía en el cumpleaños de Pablo, no le contesté. En realidad no le contesté a nadie. Ya lo dije, estaba en shock, conflictuada, no quería saber nada del sexo ni de los hombres, al menos por un tiempo. Creo que es algo normal después de semejante experiencia, una cosa es lo que hacemos cuando estamos calientes y otra muy distinta cuando estamos en pleno uso de nuestras facultades. Pero bueno, como siempre estoy caliente, el conflicto se me pasó enseguida. Así que esa mañana, ya en la oficina, lo primero que hago es mandarle un wasap deseándole un buen día.
"Hola linda, pensé que ya me habías retirado el saludo", me contesta al toque.
Le expliqué que había estado algo complicada, pero que si seguía interesado estaba disponible. Sí, ya sé que estaba en el trabajo, pero de alguna manera tenía que zafar. No es sano ni recomendable aguantarse la calentura.
"Yo estoy laburando, pero si querés podemos vernos al mediodía", me propone.
"Pero no me hagas ir hasta Mataderos", le pido recordando nuestro último encuentro.
Me pone unos emoticones riéndose.
"¿Te parece en donde subías a mi colectivo?", sugiere entonces.
Eso es en Solís e Independencia, me viene bárbaro, ya que me queda cerca de casa.
"Dale, ¿a la una?", acepto.
"Joya, mandame un mensaje cuando estés por ahí", responde.
Cuando ya pasan unos minutos del mediodía voy a lo de mi supervisora.
Mi supervisora es Irene, con quién tuve una aventura hace algún tiempo. Los mas memoriosos quizás recuerden el relato, y si no, pueden buscarlo. La cuestión es que luego de aquella vez quedamos en una muy buena relación. Ella es lesbiana y supo entender que, pese a haberla pasado bien juntas, a mí me gustan los hombres, me gustan las pijas, no las conchas, por lo que no volvimos a tener ningún otro encuentro. Igual sé que le gusto y por eso cubre mis faltas y escapadas. No podría tomarme todas las atribuciones que me tomo en el trabajo si no tuviera a alguien como Irene que me respalde. Igual pese a la confianza, tuve que mentirle, decirle que me sentía mal, que me iba al médico. Por mas amiga que fuese no podía decirle que me iba a coger con un colectivero, justo nosotras que estamos en el equipo de los tacheros. Así que luego de hablar con ella, agarro mis cosas y me voy.
En la esquina de la oficina me tomo el 168 y me bajo en Solís e Independencia.
"Ya estoy" le escribo, aunque todavía falta un rato para la una.
"Llego en cinco, me lleva un compañero", me responde.
Mientras lo espero compro una caja de chiclets en el kiosco que está junto a la parada, atenta a cualquier colectivo de la línea 50 que aparezca. ¿Ansiosa yo?
Pasan dos casi juntos sin que Juan Carlos aparezca y ya me pongo impaciente. Encima los tipos que pasan me miran con deseo, como si olieran mis ganas de sexo.
"¿Por donde estás?", tecleo rápidamente en mi celular.
"Llegando" me pone.
Alzo la mirada y veo un 50 cruzando Chile. Es ése. Cuando se acerca, lo veo por el parabrisas, junto al chofer, con la típica camisa celeste de la empresa.
Se despide palmeándole el hombro y baja. Debe haberle dicho quién lo estaba esperando porque el otro colectivero me saluda con la mano. O quizás me haya visto esa vez que acompañe a Juan Carlos hasta su terminal de Mataderos. Como sea sabe que nos estamos encontrando para ir a coger, y eso me excita.
Juan Carlos se acerca y me saluda con un beso en la mejilla. Si alguien nos ve, solo somos dos conocidos que se saludan, no dos amantes a punto de inmolarse a polvos.
-¿Vamos a tomar algo?- me pregunta.
Lo miro como diciéndole: "¿De qué estás hablando Willis?", y tomándolo de la mano me lo llevo al telo que está enfrente. El "Copacabana".
Quiero fifar no charlar, así que entramos raudamente a la suite que nos dan en recepción y nos comemos a besos. En ese momento Juan Carlos representa a todos mis amantes, le tocó a él pero pudo ser cualquiera, Pablo, Damián, el Cholo, Diego, Bruno o Fernando, todos ellos y los demás, los que estuvieron y estarán, los que leen y comentan, todos están simbolizados en el colectivero de la 50.
No quiero que se duche ni nada, quiero que me monte así como está, oliendo a sudor, a trabajo, a hombría. Le desprendo los botones de la camisa y le paso la lengua por el pecho, lamiéndole las tetillas, escupiéndoselas y sorbiendo mis propias babas.
Entre besos y lamidas sigo hacia abajo, por el camino del vientre, hasta toparme con la hebilla del pantalón. Se la desabrocho y le bajo el cierre, metiendo una mano dentro de la bragueta. Agarro esa incipiente dureza y se la acaricio, apretándola suavemente, sintiendo el relieve de las venas y la humedad que ya destila por el agujerito de la punta.
Le desabrocho todo lo demás y el pantalón cae pesadamente al suelo, junto con el bóxer, revelando en todo su esplendor esa pija gorda y cabezona por la que ya se me hace agua la boca.
Caigo rendida a sus pies, y agarrándosela con las dos manos, se la chupo con todas mis fuerzas, chupando y rechupando cada pedazo, empapándole de saliva hasta los huevos, los cuales también mastico y chupeteo con avidez. Me la como entera, mirándolo a los ojos, haciendo ese ruidito que tanto les gusta.
-¡Mmmmmhhhh..., mmmmhhhhh..., aggghhhhhffffffffff...!-
Se la dejo chorreando y me levanto. Me saco toda la ropa y completamente desnuda me tiendo boca abajo sobre la cama. Levanto la cola y deslizando una mano por entre mis piernas me acaricio la concha, abriéndome bien los labios para él.
-¡Está que pela ahí adentro!- exclama el colectivero, ya en bolas, con los ojos inyectados en lujuria.
Viene hacia mí y agarrándome de las nalgas, me las amasa y palmea, soltándome una larga escupida a lo largo de toda la raya. Me sopletea el culo y me lo puntea con la lengua, lamiendo todo hacia abajo, chupándome la concha y alrededores en una forma por demás ávida y entusiasta. Como antes yo a él, también me la deja chorreando, mas caliente incluso que antes.
Se pone un forro, se acomoda de rodillas tras de mí y aferrándome de la cintura, me empieza a garchar duro y parejo. Sin concesiones. Me descose a pijazos, golpeando su cuerpo contra el mío en una forma por demás violenta y estruendosa.
¡PLAP-PLAP-PLAP-PLAP!
-¡Ahhhhhhhh..., siiiiiiiiiii..., cogeme, dale..., no pares..., ahhhhhhhh...!- le pido entre suspiros, arqueando la espalda para sentirlo mas adentro todavía.
Cada pijazo me retumba hasta en el alma. Potente, enérgico, vibrante, demoledor. No me da ni le pido tregua alguna, abriéndome toda para él, acompañando cada una de sus embestidas con el debido frotamiento de mi clítoris que ya está del tamaño de mi pulgar.
Tras esa violenta descarga inicial, me la saca, y me la refriega arriba y abajo, delineando el contorno de mi sexo, como si en vez de una pija tuviera un pincel, uno de brocha gorda, claro.
Me pone la punta en la puerta del culo, y empuja. No necesita mayor presión para hundirse dentro de mí, llenándome con su carne, la cual parece engordar mucho mas en mi interior. Me vuelve a agarrar de la cintura y entra a culearme, sacudiéndome las nalgas a puro rebote de su pelvis. Las tetas también se me sacuden al ritmo de sus embestidas, las cuales parecen hacerse mas profundas cada vez.
Tras una gloriosa culeada, me la saca y se echa de espalda, me le subo encima, a caballito y me la meto en la concha, acomodándomela como si fuese la pieza faltante del puzzle de mi cuerpo. Me muevo arriba y abajo, despacio primero aunque ganando velocidad con cada sentada.
Mis gemidos y jadeos revelan la intensidad del momento. Estamos calientes, desbordados de lujuria. Desde abajo y acompañándome en la cabalgata, el colectivero se llena la boca con mis pezones, chupándomelos, mordiéndomelos, estremeciéndome con los latigazos de placer que me sacuden y revolean por el aire, sin red de protección.
Siempre encima suyo, me muevo atrás y adelante, hacia los lados, arriba y abajo, me levanto, casi en cuclillas y me vuelvo a sentar de golpe, haciendo que su verga recorra mi interior desde todos los ángulos posibles.
Siento como me penetra el culo con los dedos. Esa sensación, la de sentirme doblemente empalada, me remite al cumpleaños de Pablo, la noche del Gangbang, y el goce es prácticamente inmediato. Me deshago en un orgasmo que me transporta al Imperio de los Sentidos. Siento que me disuelvo entre sus brazos y que el alma se me desprende del cuerpo lista para fusionarse con la materia del Universo.
Abro la boca y lo beso, profundamente, entre suspiros y jadeos, enroscando mi lengua con la suya, sintiéndolo ahora acabar a él, con fuerza, con ímpetu, tan poderoso y efusivo.
Me echo hacia un costado, las piernas abiertas, frotándome la concha con la palma de la mano, tratando de contener esa sensación de goce y arrebato que me convulsiona todos los sentidos.
El colectivero se saca el forro repleto de leche, pero pese a la cuantiosa descarga, sigue bien duro y erguido. Así como está, chorreando semen, le doy una chupada maestra, comiéndomela hasta los pelos, sacándole lustre. y todo.
Se pone enseguida otro forro, me voltea sobre mi espalda, y colocándose entre mis piernas, me vuelve a coger. Me muevo con él, ansiosa, festiva, indómita, enlazando mis piernas con las suyas, trepándome a su cuerpo, sintiendo en lo mas profundo de mis entrañas los demoledores golpes de su virilidad.
-¡Llename la cara de leche!- le digo de repente.
-¿Qué?- se sorprende.
-¡Quiero que me llenes la cara de leche!- le insisto.
Ni siquiera lo había pensado. Fue algo espontáneo, del momento. De repente me entraron ganas de sentir su semen sobre mi piel. Me cansé de tanto látex.
Acelera entonces esas últimas penetraciones, y con la urgencia de quién está a punto de estallar, me la saca, se arranca el forro, y agarrándose la pija, me apunta a la cara. Se pajea una, dos, tres veces..., y a la cuarta la leche sale disparada con una fuerza que me toma por sorpresa. Me aparto casi por reflejo, pero enseguida vuelvo a poner la cara, con los ojos y la boca cerrados, dejando que esa lluvia cálida y espesa me empape por completo. Siento los impactos de su acabada, los grumos de semen deslizándose por mi mejilla, la tibieza y humedad copándolo todo.
Abro los ojos y veo todo como borroso, un lechazo cargado, abundante me cubre casi por completo los párpados. Vuelvo a cerrarlos y me limpio con el dorso de la mano. Ahora sí puedo ver, aunque siento las pestañas pegoteadas.
Entre roncos jadeos el colectivero se la exprime con fuerza, sacudiéndosela para que me caiga hasta la última salpicadura.
Ya cuando no queda mas, se la agarro y le paso la lengua desde los huevos hasta la punta.
-Mariela- me dice temblando -Si seguís te voy a garchar de nuevo-
-Garchame todo lo que quieras- le digo y me pongo a chupársela.
Pero, pese a sus promesas, ya no se le vuelve a parar.
Mientras él se queda en la cama, reponiéndose, me pego una ducha. Me lavo también el cabello. Voy a llegar a casa temprano, mucho antes que mi marido, así que no hay problema en que lo haga con el pelo mojado.
Salimos del telo y nos despedimos hasta una próxima vez. Él tiene que hacer otra vuelta, así que se vuelve a Retiro. Yo me tomo ahí mismo el 50, con otro colectivero, claro, y me voy a casa, bien cogidita, como hace rato no lo estaba..., desde el cumpleaños de Pablo para ser mas precisa, pero eso ustedes ya lo saben.
21 comentarios - Después del Gangbang...
Que gran conflicto interno que tienes linda, pero sin duda el sexo siempre es más fuerte en tí...jajaja
"los que leen y comentan, todos están simbolizados en el colectivero de la 50"
Gracias querida amiga por incluirme entre los que soñamos con garcharte así como en cada uno de tus "garche - aventuras" querida
.
"solo somos dos conocidos que se saludan, no dos amantes a punto de inmolarse a polvos"
"Me deshago en un orgasmo que me transporta al Imperio de los Sentidos. Siento que me disuelvo entre sus brazos y que el alma se me desprende del cuerpo lista para fusionarse con la materia del Universo."[/i]
Como me encanta esa forma que tienes de describir cada situación y tu facilidad de vocabulario que es increíble linda, amo tu forma de relatar cada escena!!
Extraordinario relato como ya nos tienes acostumbrados Mary amiga...FELICITACIONES!! 👏👏 +10 muy merecidos!!
Besos preciosa 💋
LEO