Hola niños! aquí les dejo una de mis nuevas creaciones jeje, espero la disfruten, otro relato lleno de morbo y de incesto :=) comenten para saber si les agradó jeje un besote
Mi nombre es Alicia, y soy madre… o al menos intento serlo, porque cada vez es más difícil vivir bien en medio de este país que se cae a pedazos, donde muchas personas han perdido el empleo y tienen que dedicarse a otras cosas menos remuneradas. En esta clase de sociedad una no puede permitirse tener mucha familia que sostener, y sobre todo porque los hijos son muy caros. Por eso yo estaba feliz con mi única hija, Lauren. Una hermosa chica que recién acababa de cumplir los 18 años y con ello se había metido a trabajar como socorrista en el centro deportivo de nuestra localidad.
De mi esposo mejor ni hablamos, porque el muy cabrón se había ido de viaje con su secretaria para no volver jamás. Fue difícil de superar, pero ya habían pasado diez años desde eso y la verdad es que Lauren y yo apenas lo recordamos. Total estábamos mejor sin una compañía masculina en nuestra casa, a excepción de los amigos que a veces venían a visitarme.
Hablo de Carlos y Esteban. Dos de mis mejores amigos desde la primaria y que eran como mis hermanos mayores, aunque claro, si lo fueran de verdad, no podría llevármelos a la cama como solíamos hacer cada que teníamos la oportunidad de estar juntos los tres.
Y es que a mí me encantaban los tríos. Mi sueño, por muy bizarro que parezca, era participar en un bukake y tener a docenas de hombres eyaculándome en el cuerpo. La simple imagen de esa idea me encendía en ocasiones y varias veces me había dormido imaginando cómo sería el escurrir de ese semen por toda mi piel. Esa leche caliente entrando por mis labios…
Lástima que no había podido cumplir esa fantasía, sobre todo porque Carlos y Esteban eran celosos y no querían compartirme con nadie mas que no fuera entre ellos. Mi hija, por supuesto, sabía de esa relación carnal que mantenía con esos hombres. Desde niña le había contado yo que los amigos de mamá eran muy buenos y que usualmente vendrían aquí para dormir y demostrarle a mamita cuanto la querían.
Educándola de esa manera, Lauren había crecido sin tapujos ni miramientos en cuanto al sexo se refería. Era una chica despierta, pícara y risueña. Al final de cuentas sólo nos teníamos a las dos y éramos fieles la una por la otra. Aquello me gustaba mucho porque con amor y cariño la relación con mi hija se había convertido en una bonita amistad. Después de todo ya era mayorcita y era hora de que mirara el mundo con ojos diferentes.
Por ese motivo y para celebrar su cumpleaños es que la había traído a un bar donde trabajaba Ashley, una amiga bailarina que había conocido por casualidad un año antes cuando vine aquí a curiosear y me llamó tanto la atención esa mujer que no dudé en pedir un baile privado para mí. Lo que sucedió después fue la mejor experiencia lésbica de mi vida, y me hizo ver que los coños, especialmente los juguitos que brotaban de su interior, eran tan deliciosos como el semen de las pollas que tanto me encantaban.
—Y… ¿a qué hora se supone que me debo embriagar? —me preguntó Lauren.
Mi hija estaba preciosa, con su top rojo y su minifalda de mezclilla. Tenía unas piernas muy bonitas, depiladas y algo musculosas por su fascinación al deporte. Medía casi el 1.70, tan alta como yo. El cabello corto le llegaba hasta los hombros, y tenía las puntas pintadas de un suave tono azul. Sus ojos avellana los había heredado de mí, y resaltaban felices en la piel bronceada de su carita. Ya que ella practicaba la natación desde que era una niña, había adquirido un sensual color canela que resaltaba mas cuando íbamos a la playa y se colocaba su bikini.
—No te traje a embriagarte —le aseguré con una sonrisa —, pero de seguro caerás. No estás acostumbrada a beber.
—Mamá, yo vine a beber —rió y bebió de su copa. Por la escasa luz apenas podía verle la cara, pero estaba segura de que ya se sentía mareada.
Nos quedamos en una mesa mirando a las chicas bailar alrededor del tubo, restregando sus culos y sus tetas por el fierro y quitándose la ropa con gracia y elegancia. Yo miraba absorta las voluminosas tetas y el coño de las chicas. Mi hija, por otro lado, se veía algo fastidiada.
—¿No hay servicio para chicas? —preguntó —. O sea, un hombre bailando para nosotras.
—¡jaja! ¿no quieres probar a una de las bailarinas?
—Ay, no. Me gustan mas los penes.
Que tu hija diga eso es un poco bochornoso, pero claramente un rasgo natural. Ya no era una niña y ahora que era mayorcita, podía gritarle a los cuatro vientos que le encantaba mamar tanto como a mí.
Pese a toda esa libertad sexual, Lauren y yo nunca habíamos intimidado de ninguna forma. Sí, nos bañábamos desnudas desde hacía años, aunque cuando cumplió los quince, dejamos de hacerlo durante un tiempo. Quería su espacio y pues yo no tenía problemas en dárselo. Amaba a mi hija y eso era todo lo que importaba.
Bebimos un poco mas. Yo ya me sentía algo mareada, y la pobre de Lauren estaba algo peor porque cuando hablaba ya no se le entendía muy bien.
—Bueno, señorita. Es hora de volver a casita.
—¿Qué? Noooo. Todavía no estoy ebria. Me prometiste una buena borrachera. Mi primera borrachera, mamá.
—Soy tu mamá —le recordé, tomándola de la mano para levantarla —, y no te voy a emborrachar. Tienes que aprender cuándo detenerte. Anda, vamos a casa. Le pediré a Carlos que venga a recogernos.
—Uy… yo quiero que me reCOJA muy rico…
Arqueé la ceja. Definitivamente no mas alcohol para esta señorita.
Abandonamos el club. Lástima que no pude ver el show de Ashley. La habían despedido misteriosamente.
El estacionamiento estaba oscuro, pero el auto de Carlos ya nos esperaba en una esquina. Arrastré a mi casi borracha hija, que después de unos pasos tuvo que detenerse para vomitar. Yo me reí con cierto orgullo, pero mi parte maternal me ordenó no volver a ofrecerle bebidas alcohólicas. Estaba bien que bebiera socialmente, pero no quería que Lauren se convirtiera en una ebria y tirara su vida a la mierda.
La metimos al coche. Saludé a Carlos con un húmedo beso en la boca y nos llevó hasta nuestro hogar. En el asiento trasero, Lauren ya estaba dormida.
—¿Se divirtió?
—Sí… mañana tendrá mucho dolor de cabeza. No muchas madres accederían a regalarle algo así a sus hijas.
—Eres buena madre —dijo Carlos al tiempo que sus manos me acariciaban las piernas por debajo de la falda. Yo me reí y separé los muslos para darle acceso a sus dedos, que acariciaron mi coñito con curiosidad.
Mientras tanto yo me relajé y me puse a borrar algunas fotos del móvil, pero sin dejar de sentir cómo me mojaba y él, sacando los dedos, me los ponía en la boca para que yo misma lamiera mis jugos.
—Mojas mucho
.
—Sí… es un defecto que a los hombres les fascina —dije sin mucho interés. Eso lo había heredado Lauren, porque una vez vi restos de flujo en la sábana, el día siguiente que la atrapé masturbándose por primera vez, hacía años.
Llegamos a casa e invité a pasar a Carlos. Ayudamos a la pobre de Lauren, que estaba hablando sobre la madurez de tener 18 años y de todas las cosas que haría.
—Vamos a darte un baño, niña. No volverás a probar el alcohol en mucho tiempo.
—Pero… mamá…
—Nada de peros.
Le pedí a Carlos que me esperara en el dormitorio, y mientras yo llevé a mi hija a la ducha. Puse el agua caliente en la regadera. Acto seguido ella se quitó la falda y la tanga. Encima del culo tenía el precioso tatuaje de un hada, y su ombligo brillaba por un piercing. Luego se quitó el top y tuve que ayudarle a desabrocharle el sujetador, que tenía el broche adelante y ella lo estaba buscando atrás.
Sus bombones grandes brincaron felices al verse libres del apretado sostén. Sus pezones eran pequeños, pero incluso yo reconocía que las tetas de mi pequeña eran perfectas.
—Anda, a la ducha —le dije y la metí bajo el chorro de agua.
Yo también me desnudé. Las dos teníamos los coños limpios porque nos habíamos hecho depilaciones permanentes para estar siempre suavecitas a la hora del sexo. Ah, porque yo ya sabía que Lauren tenía sexo habitualmente. Aun recuerdo el día en que abrí la puerta y la vi cabalgando la polla de su novio. La escena aparte de molestarme, me provocó vergüenza y tuve que sacar al novio. Claro que antes tuve que esperar a que eyaculara dentro de mi hija. No iba a cortarles la diversión así nada mas. Lo que no me gustó fue cuando la llamó perrita, y sólo por eso, a la calle, cabrón.
La pobre de Lauren estaba completamente empapada por la ducha, y los largos mechones de su cabello negro se le pegaban a las tetas y le tapaban sus pezoncitos. Le ayudé untándole un poco de jabón en la espalda y en el cuello, y luego la dejé allí para que pudiera terminar ella sola.
—¿Va a dormir Carlos aquí? —preguntó con la voz somnolienta.
—Pues sí. Se quedará. Y tú a la cama ¿vale? Tienes clases mañana.
—Si, jefa…
Me envolví con una toalla y antes de salir le di una última mirada a mi hija. Era preciosa sin duda. Hasta yo lo sabía y precisamente por eso es que tenía que cuidarla mas de la cuenta. Por otro lado era un imán para los hombres porque veían en ella a una chica a la que podían llevar a la cama con facilidad. Una vez estuvo a punto de ser violada por su disque mejor amigo, y por suerte el cabrón ahora estaba en la correccional de menores luego de meterle una buena demanda.
Pero esa era una época que ya había quedado en el olvido.
Envuelta con la toalla entré en el dormitorio. Carlos, anticipándose a todo, ya estaba sobre la cama, completamente desnudo y con la polla flácida descansando sobre sus testículos. No obstante eso bastó para encenderme un poco, y por otra parte me sentía algo mareada por el alchol. Sí, quería que me cogiera, pero no tanto como dormir.
Me quité la toalla y me tumbé a su lado. Él separó sus piernas sin mucho esfuerzo y yo tomé su pene con mis manos para dirigirlo a mi boca. Mamé de su carne un poco hasta que estuvo totalmente parada. Mientras tanto él estaba distraído mirando la televisión, y yo de paso también miraba y chupaba. Claro que experimenté placer al tener semejante trozo de carne dentro de los labios. Al ponerse en comerciales la película, me pude concentrar mejor en mi mamada, y recorrí toda la base del tronco con la lengua hasta llegar a sus pesados huevos envueltos en su saco. Como Carlos tenía todo el paquete lampiño, el gusto de mamarle los testículos fue inigualable. Me encantaba juguetear con ellos con mi boca y sentir cómo se movían con mi lengua.
Acto seguido me monté sobre él. Debido a mis jugos, el pene entró derechito hasta mi útero y provocó deliciosos espasmos que me arrancaron gemidos. Me ensarté yo sola, cabalgando con fuerza al mismo tiempo que él me tomaba de las nalgas y me las abría para tantear la entrada de mi culo. Esa sensación me gustó. No había hecho anal desde… la quincena pasada, cuando mis dos amigos me dieron por ambos agujeros.
Así pues no fue difícil para mí dirigir la verga a esa pequeña entrada. Con cuidado, Carlos empujó para que se hundiera y yo cuidadosamente me senté, acomodando las caderas para darle paso a su miembro. Sentí cómo se abrían las paredes de mi recto y ese trozo de carne se abría un delicioso camino. En el sexo anal soy una fiera. Me fascina. Desde jovencita lo había practicado y la verdad era la mejor forma de llegar al orgasmo.
Una vez que el músculo se me dilató lo suficiente, empecé el rítmico vaivén. Apoyé mis manos en el pecho de mi amigo. Él me tomó de los pezones y empezó a tirar de ellos. Mis puntas rosadas estaban duras y listas para que él se las metiera en la boca.
—Ahh. Uy sí, papito. Dame mas adentro, mas adentro.
Él estaba esforzándose de verdad y jadeaba. Mi culo era estrecho para el grosor de su pene y cuando yo apretaba, él se estremecía. No tardó mucho para que sintiera cómo me inundaba una descarga de leche. El calor en mi vientre aumentó y me corrí enseguida. No duraba nada en el sexo anal, pero por suerte los hombres que me la metían por el culo tampoco.
***
LAUREN
Dios… juro no volver a beber nunca más. Y es que nunca antes me había puesto ebria y no era lo mejor del mundo. Sólo con esas copas que mamá me dio ya era suficiente para mí. Menuda vergüenza.
Me metí a mi cuarto para descansar porque la cabeza me seguia dando algunas vueltas. Además tenía calor, así que encendí el clima y me senté, desnuda sobre mi cama. Acostumbraba dormir encuerada porque me encantaba sentir las suaves caricias de las sábanas de seda y el soplido del aire acondicionado bailando por mi piel.
Por otro lado, oír a mamá gemir al otro lado de la pared pasó de ser excitante a ser molesto. Desde que yo era niña, sus dos mejores amigos venían seguido y durante un tiempo creí que ellos se convertirían en mis padres. Quería a Carlos y a Esteban porque trataban muy bien a mi mamita, y se llevaban de maravilla conmigo. Salíamos al cine, íbamos a eventos sociales y todo eso actuando como una familia… pero cuando me enteré de la verdad, de que ellos y mamá mantenían una amistad carnal, esa pequeña ilusión se fue. Mi madre les entregaba el culo y bueno… a mí me daba un poco de curiosidad saber cómo era mamá en la cama.
El silencio del cuarto sólo parecía aumentar los sonidos del sexo que venían del otro lado. Podía escuchar cuando mamá gritaba y me la imaginé a cuatro patas, con Carlos rompiéndole el coño con su falo. Sólo una vez había visto el pene de ese hombre y era deliciosamente grande, mas grueso que largo. Mamá decía que no tenía predilección, pero hasta yo sabía que prefería tener a Carlos en su cama. El pobre Esteban era demasiado chico malo y por ende algo mas salvaje. Al menos eso me decía mamá.
No pude evitar mojarme. Fue imposible. Sobre todo porque yo quería tener sexo en mi cumpleaños 18 y acabé pasando en un table dance con mi madre.
Me relajé y abrí las piernas para masturbarme un poco con los sonidos que me llegaban del otro cuarto. Mis dedos hurgaban dentro de mi conchita, que se sentía fría y mojada. Yo lubricaba demasiado, y era una delicia para los hombres, pero una incomodidad para mí porque si me excitaba, mis bragas dejaban la evidencia y mamá se reía de mí.
No obstante el calor de mis dedos al romper mi vulva y manosear mi clítoris me hizo estremecer. Abrí mi cajoncito y saqué el pequeño vibrador que mamá me había obsequiado hacía unos años. Era mi juguete favorito, incluso por encima de las muñecas. Lo encendí. Su vibración era deliciosa y luego de mamarlo un poco, lo hundí por los pliegues de mi apretado coño.
—Oh… Dios…
Eso estaba causando estragos dentro de mí, demasiados. Sentir cómo me lo podía meter hasta el fondo. Un pequeño cordel atado en el extremo evitaba que se fuera para nunca regresar, así que yo tiraba de él cuando notaba que mi cuerpo se fusionaba con el juguete, y luego lo volvía a meter.
Quise clavármelo en el culo, pero era muy estrecha todavía. Nunca había hecho sexo anal. Era doloroso, aunque cuando mamá me dio la plática sexual de rigor, dijo que…
—Es el mayor placer que puedes sentir.
—Pero, mamá ¿ese sitio no es para eso?
—Ah, aprenderás, hija, que en el sexo muchas cosas se valen.
Sí, lo estaba aprendiendo. Me relajé más y me coloqué de a perrita. Era mi posición favorita por la profundidad de la cogida. El consolador seguía haciendo su trabajo. Lo dejé apenas adentro y me puse a chatear con mi cel. Hablaba con mi amiga Cari, una chica muy religiosa pero que en el fondo era tan pícara como yo, aunque se mataba para ocultarlo.
De repente el vibrador se detuvo. Lo moví varias veces. Le faltaba batería, carajo. Me lo metí a la boca mientras buscaba despreocupadamente unas pilas nuevas, pero no las encontré en ningún lado. Así pues dejé el juguete abandonado en mi cajón y me acomodé en mi camita, dispuesta a dormir con mas calma.
Una chica normal se adormecería con palabras de amor y de cuna… pero yo, yo me adormecí con los ricos gemidos de mi mamá.
Mi nombre es Alicia, y soy madre… o al menos intento serlo, porque cada vez es más difícil vivir bien en medio de este país que se cae a pedazos, donde muchas personas han perdido el empleo y tienen que dedicarse a otras cosas menos remuneradas. En esta clase de sociedad una no puede permitirse tener mucha familia que sostener, y sobre todo porque los hijos son muy caros. Por eso yo estaba feliz con mi única hija, Lauren. Una hermosa chica que recién acababa de cumplir los 18 años y con ello se había metido a trabajar como socorrista en el centro deportivo de nuestra localidad.
De mi esposo mejor ni hablamos, porque el muy cabrón se había ido de viaje con su secretaria para no volver jamás. Fue difícil de superar, pero ya habían pasado diez años desde eso y la verdad es que Lauren y yo apenas lo recordamos. Total estábamos mejor sin una compañía masculina en nuestra casa, a excepción de los amigos que a veces venían a visitarme.
Hablo de Carlos y Esteban. Dos de mis mejores amigos desde la primaria y que eran como mis hermanos mayores, aunque claro, si lo fueran de verdad, no podría llevármelos a la cama como solíamos hacer cada que teníamos la oportunidad de estar juntos los tres.
Y es que a mí me encantaban los tríos. Mi sueño, por muy bizarro que parezca, era participar en un bukake y tener a docenas de hombres eyaculándome en el cuerpo. La simple imagen de esa idea me encendía en ocasiones y varias veces me había dormido imaginando cómo sería el escurrir de ese semen por toda mi piel. Esa leche caliente entrando por mis labios…
Lástima que no había podido cumplir esa fantasía, sobre todo porque Carlos y Esteban eran celosos y no querían compartirme con nadie mas que no fuera entre ellos. Mi hija, por supuesto, sabía de esa relación carnal que mantenía con esos hombres. Desde niña le había contado yo que los amigos de mamá eran muy buenos y que usualmente vendrían aquí para dormir y demostrarle a mamita cuanto la querían.
Educándola de esa manera, Lauren había crecido sin tapujos ni miramientos en cuanto al sexo se refería. Era una chica despierta, pícara y risueña. Al final de cuentas sólo nos teníamos a las dos y éramos fieles la una por la otra. Aquello me gustaba mucho porque con amor y cariño la relación con mi hija se había convertido en una bonita amistad. Después de todo ya era mayorcita y era hora de que mirara el mundo con ojos diferentes.
Por ese motivo y para celebrar su cumpleaños es que la había traído a un bar donde trabajaba Ashley, una amiga bailarina que había conocido por casualidad un año antes cuando vine aquí a curiosear y me llamó tanto la atención esa mujer que no dudé en pedir un baile privado para mí. Lo que sucedió después fue la mejor experiencia lésbica de mi vida, y me hizo ver que los coños, especialmente los juguitos que brotaban de su interior, eran tan deliciosos como el semen de las pollas que tanto me encantaban.
—Y… ¿a qué hora se supone que me debo embriagar? —me preguntó Lauren.
Mi hija estaba preciosa, con su top rojo y su minifalda de mezclilla. Tenía unas piernas muy bonitas, depiladas y algo musculosas por su fascinación al deporte. Medía casi el 1.70, tan alta como yo. El cabello corto le llegaba hasta los hombros, y tenía las puntas pintadas de un suave tono azul. Sus ojos avellana los había heredado de mí, y resaltaban felices en la piel bronceada de su carita. Ya que ella practicaba la natación desde que era una niña, había adquirido un sensual color canela que resaltaba mas cuando íbamos a la playa y se colocaba su bikini.
—No te traje a embriagarte —le aseguré con una sonrisa —, pero de seguro caerás. No estás acostumbrada a beber.
—Mamá, yo vine a beber —rió y bebió de su copa. Por la escasa luz apenas podía verle la cara, pero estaba segura de que ya se sentía mareada.
Nos quedamos en una mesa mirando a las chicas bailar alrededor del tubo, restregando sus culos y sus tetas por el fierro y quitándose la ropa con gracia y elegancia. Yo miraba absorta las voluminosas tetas y el coño de las chicas. Mi hija, por otro lado, se veía algo fastidiada.
—¿No hay servicio para chicas? —preguntó —. O sea, un hombre bailando para nosotras.
—¡jaja! ¿no quieres probar a una de las bailarinas?
—Ay, no. Me gustan mas los penes.
Que tu hija diga eso es un poco bochornoso, pero claramente un rasgo natural. Ya no era una niña y ahora que era mayorcita, podía gritarle a los cuatro vientos que le encantaba mamar tanto como a mí.
Pese a toda esa libertad sexual, Lauren y yo nunca habíamos intimidado de ninguna forma. Sí, nos bañábamos desnudas desde hacía años, aunque cuando cumplió los quince, dejamos de hacerlo durante un tiempo. Quería su espacio y pues yo no tenía problemas en dárselo. Amaba a mi hija y eso era todo lo que importaba.
Bebimos un poco mas. Yo ya me sentía algo mareada, y la pobre de Lauren estaba algo peor porque cuando hablaba ya no se le entendía muy bien.
—Bueno, señorita. Es hora de volver a casita.
—¿Qué? Noooo. Todavía no estoy ebria. Me prometiste una buena borrachera. Mi primera borrachera, mamá.
—Soy tu mamá —le recordé, tomándola de la mano para levantarla —, y no te voy a emborrachar. Tienes que aprender cuándo detenerte. Anda, vamos a casa. Le pediré a Carlos que venga a recogernos.
—Uy… yo quiero que me reCOJA muy rico…
Arqueé la ceja. Definitivamente no mas alcohol para esta señorita.
Abandonamos el club. Lástima que no pude ver el show de Ashley. La habían despedido misteriosamente.
El estacionamiento estaba oscuro, pero el auto de Carlos ya nos esperaba en una esquina. Arrastré a mi casi borracha hija, que después de unos pasos tuvo que detenerse para vomitar. Yo me reí con cierto orgullo, pero mi parte maternal me ordenó no volver a ofrecerle bebidas alcohólicas. Estaba bien que bebiera socialmente, pero no quería que Lauren se convirtiera en una ebria y tirara su vida a la mierda.
La metimos al coche. Saludé a Carlos con un húmedo beso en la boca y nos llevó hasta nuestro hogar. En el asiento trasero, Lauren ya estaba dormida.
—¿Se divirtió?
—Sí… mañana tendrá mucho dolor de cabeza. No muchas madres accederían a regalarle algo así a sus hijas.
—Eres buena madre —dijo Carlos al tiempo que sus manos me acariciaban las piernas por debajo de la falda. Yo me reí y separé los muslos para darle acceso a sus dedos, que acariciaron mi coñito con curiosidad.
Mientras tanto yo me relajé y me puse a borrar algunas fotos del móvil, pero sin dejar de sentir cómo me mojaba y él, sacando los dedos, me los ponía en la boca para que yo misma lamiera mis jugos.
—Mojas mucho
.
—Sí… es un defecto que a los hombres les fascina —dije sin mucho interés. Eso lo había heredado Lauren, porque una vez vi restos de flujo en la sábana, el día siguiente que la atrapé masturbándose por primera vez, hacía años.
Llegamos a casa e invité a pasar a Carlos. Ayudamos a la pobre de Lauren, que estaba hablando sobre la madurez de tener 18 años y de todas las cosas que haría.
—Vamos a darte un baño, niña. No volverás a probar el alcohol en mucho tiempo.
—Pero… mamá…
—Nada de peros.
Le pedí a Carlos que me esperara en el dormitorio, y mientras yo llevé a mi hija a la ducha. Puse el agua caliente en la regadera. Acto seguido ella se quitó la falda y la tanga. Encima del culo tenía el precioso tatuaje de un hada, y su ombligo brillaba por un piercing. Luego se quitó el top y tuve que ayudarle a desabrocharle el sujetador, que tenía el broche adelante y ella lo estaba buscando atrás.
Sus bombones grandes brincaron felices al verse libres del apretado sostén. Sus pezones eran pequeños, pero incluso yo reconocía que las tetas de mi pequeña eran perfectas.
—Anda, a la ducha —le dije y la metí bajo el chorro de agua.
Yo también me desnudé. Las dos teníamos los coños limpios porque nos habíamos hecho depilaciones permanentes para estar siempre suavecitas a la hora del sexo. Ah, porque yo ya sabía que Lauren tenía sexo habitualmente. Aun recuerdo el día en que abrí la puerta y la vi cabalgando la polla de su novio. La escena aparte de molestarme, me provocó vergüenza y tuve que sacar al novio. Claro que antes tuve que esperar a que eyaculara dentro de mi hija. No iba a cortarles la diversión así nada mas. Lo que no me gustó fue cuando la llamó perrita, y sólo por eso, a la calle, cabrón.
La pobre de Lauren estaba completamente empapada por la ducha, y los largos mechones de su cabello negro se le pegaban a las tetas y le tapaban sus pezoncitos. Le ayudé untándole un poco de jabón en la espalda y en el cuello, y luego la dejé allí para que pudiera terminar ella sola.
—¿Va a dormir Carlos aquí? —preguntó con la voz somnolienta.
—Pues sí. Se quedará. Y tú a la cama ¿vale? Tienes clases mañana.
—Si, jefa…
Me envolví con una toalla y antes de salir le di una última mirada a mi hija. Era preciosa sin duda. Hasta yo lo sabía y precisamente por eso es que tenía que cuidarla mas de la cuenta. Por otro lado era un imán para los hombres porque veían en ella a una chica a la que podían llevar a la cama con facilidad. Una vez estuvo a punto de ser violada por su disque mejor amigo, y por suerte el cabrón ahora estaba en la correccional de menores luego de meterle una buena demanda.
Pero esa era una época que ya había quedado en el olvido.
Envuelta con la toalla entré en el dormitorio. Carlos, anticipándose a todo, ya estaba sobre la cama, completamente desnudo y con la polla flácida descansando sobre sus testículos. No obstante eso bastó para encenderme un poco, y por otra parte me sentía algo mareada por el alchol. Sí, quería que me cogiera, pero no tanto como dormir.
Me quité la toalla y me tumbé a su lado. Él separó sus piernas sin mucho esfuerzo y yo tomé su pene con mis manos para dirigirlo a mi boca. Mamé de su carne un poco hasta que estuvo totalmente parada. Mientras tanto él estaba distraído mirando la televisión, y yo de paso también miraba y chupaba. Claro que experimenté placer al tener semejante trozo de carne dentro de los labios. Al ponerse en comerciales la película, me pude concentrar mejor en mi mamada, y recorrí toda la base del tronco con la lengua hasta llegar a sus pesados huevos envueltos en su saco. Como Carlos tenía todo el paquete lampiño, el gusto de mamarle los testículos fue inigualable. Me encantaba juguetear con ellos con mi boca y sentir cómo se movían con mi lengua.
Acto seguido me monté sobre él. Debido a mis jugos, el pene entró derechito hasta mi útero y provocó deliciosos espasmos que me arrancaron gemidos. Me ensarté yo sola, cabalgando con fuerza al mismo tiempo que él me tomaba de las nalgas y me las abría para tantear la entrada de mi culo. Esa sensación me gustó. No había hecho anal desde… la quincena pasada, cuando mis dos amigos me dieron por ambos agujeros.
Así pues no fue difícil para mí dirigir la verga a esa pequeña entrada. Con cuidado, Carlos empujó para que se hundiera y yo cuidadosamente me senté, acomodando las caderas para darle paso a su miembro. Sentí cómo se abrían las paredes de mi recto y ese trozo de carne se abría un delicioso camino. En el sexo anal soy una fiera. Me fascina. Desde jovencita lo había practicado y la verdad era la mejor forma de llegar al orgasmo.
Una vez que el músculo se me dilató lo suficiente, empecé el rítmico vaivén. Apoyé mis manos en el pecho de mi amigo. Él me tomó de los pezones y empezó a tirar de ellos. Mis puntas rosadas estaban duras y listas para que él se las metiera en la boca.
—Ahh. Uy sí, papito. Dame mas adentro, mas adentro.
Él estaba esforzándose de verdad y jadeaba. Mi culo era estrecho para el grosor de su pene y cuando yo apretaba, él se estremecía. No tardó mucho para que sintiera cómo me inundaba una descarga de leche. El calor en mi vientre aumentó y me corrí enseguida. No duraba nada en el sexo anal, pero por suerte los hombres que me la metían por el culo tampoco.
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LAUREN
Dios… juro no volver a beber nunca más. Y es que nunca antes me había puesto ebria y no era lo mejor del mundo. Sólo con esas copas que mamá me dio ya era suficiente para mí. Menuda vergüenza.
Me metí a mi cuarto para descansar porque la cabeza me seguia dando algunas vueltas. Además tenía calor, así que encendí el clima y me senté, desnuda sobre mi cama. Acostumbraba dormir encuerada porque me encantaba sentir las suaves caricias de las sábanas de seda y el soplido del aire acondicionado bailando por mi piel.
Por otro lado, oír a mamá gemir al otro lado de la pared pasó de ser excitante a ser molesto. Desde que yo era niña, sus dos mejores amigos venían seguido y durante un tiempo creí que ellos se convertirían en mis padres. Quería a Carlos y a Esteban porque trataban muy bien a mi mamita, y se llevaban de maravilla conmigo. Salíamos al cine, íbamos a eventos sociales y todo eso actuando como una familia… pero cuando me enteré de la verdad, de que ellos y mamá mantenían una amistad carnal, esa pequeña ilusión se fue. Mi madre les entregaba el culo y bueno… a mí me daba un poco de curiosidad saber cómo era mamá en la cama.
El silencio del cuarto sólo parecía aumentar los sonidos del sexo que venían del otro lado. Podía escuchar cuando mamá gritaba y me la imaginé a cuatro patas, con Carlos rompiéndole el coño con su falo. Sólo una vez había visto el pene de ese hombre y era deliciosamente grande, mas grueso que largo. Mamá decía que no tenía predilección, pero hasta yo sabía que prefería tener a Carlos en su cama. El pobre Esteban era demasiado chico malo y por ende algo mas salvaje. Al menos eso me decía mamá.
No pude evitar mojarme. Fue imposible. Sobre todo porque yo quería tener sexo en mi cumpleaños 18 y acabé pasando en un table dance con mi madre.
Me relajé y abrí las piernas para masturbarme un poco con los sonidos que me llegaban del otro cuarto. Mis dedos hurgaban dentro de mi conchita, que se sentía fría y mojada. Yo lubricaba demasiado, y era una delicia para los hombres, pero una incomodidad para mí porque si me excitaba, mis bragas dejaban la evidencia y mamá se reía de mí.
No obstante el calor de mis dedos al romper mi vulva y manosear mi clítoris me hizo estremecer. Abrí mi cajoncito y saqué el pequeño vibrador que mamá me había obsequiado hacía unos años. Era mi juguete favorito, incluso por encima de las muñecas. Lo encendí. Su vibración era deliciosa y luego de mamarlo un poco, lo hundí por los pliegues de mi apretado coño.
—Oh… Dios…
Eso estaba causando estragos dentro de mí, demasiados. Sentir cómo me lo podía meter hasta el fondo. Un pequeño cordel atado en el extremo evitaba que se fuera para nunca regresar, así que yo tiraba de él cuando notaba que mi cuerpo se fusionaba con el juguete, y luego lo volvía a meter.
Quise clavármelo en el culo, pero era muy estrecha todavía. Nunca había hecho sexo anal. Era doloroso, aunque cuando mamá me dio la plática sexual de rigor, dijo que…
—Es el mayor placer que puedes sentir.
—Pero, mamá ¿ese sitio no es para eso?
—Ah, aprenderás, hija, que en el sexo muchas cosas se valen.
Sí, lo estaba aprendiendo. Me relajé más y me coloqué de a perrita. Era mi posición favorita por la profundidad de la cogida. El consolador seguía haciendo su trabajo. Lo dejé apenas adentro y me puse a chatear con mi cel. Hablaba con mi amiga Cari, una chica muy religiosa pero que en el fondo era tan pícara como yo, aunque se mataba para ocultarlo.
De repente el vibrador se detuvo. Lo moví varias veces. Le faltaba batería, carajo. Me lo metí a la boca mientras buscaba despreocupadamente unas pilas nuevas, pero no las encontré en ningún lado. Así pues dejé el juguete abandonado en mi cajón y me acomodé en mi camita, dispuesta a dormir con mas calma.
Una chica normal se adormecería con palabras de amor y de cuna… pero yo, yo me adormecí con los ricos gemidos de mi mamá.
5 comentarios - La Familia de Alicia
Ya estoy impaciente... 😉