Aquel viernes de finales de Mayo, tuve que quedarme a trabajar por la tarde. Quería dejar terminado un informe para enviárselo a mi jefa y que ella pudiera revisarlo el lunes a primera hora.
Los viernes por la tarde nadie se quedaba a trabajar en la oficina, lo habitual era hacer algo más de tiempo el resto de días de la semana y madrugar un poco más los viernes para, así, comenzar antes el fin de semana.
Cuando volví de comer, a las tres y media, la oficina ya estaba desierta, así que, con resignación, ocupé mi sitio y retomé el trabajo con el objetivo de acabar lo antes posible. A los diez minutos, para mi sorpresa y turbación, apareció Sonia, que llegaba de comer.
— Hola, Julio —me saludó, con el rostro iluminado al encontrarme en mi sitio—. Pensé que estaría sola esta tarde…
¡Dios mío, pero qué guapa era!. Me quedé hipnotizado por sus ojazos durante unos segundos, nadando en las tropicales aguas del precioso color que circundaba sus pupilas, dilatadas al verme.
— Hola, Sonia —contesté, tragando saliva y sintiendo un cosquilleo en el estómago—. Es que quiero acabar un informe que me ha costado un poco más de lo esperado. ¿Y tú, tienes mucho trabajo?.
— No mucho —contestó, quitándose la chaqueta sin dejar de observarme.
Por un momento, me faltó la respiración. Mi jefa había ido aquel día a trabajar con unos sencillos pantalones negros, rectos pero bien ajustados a las nuevas dimensiones y atractiva forma de su culo de melocotón maduro, y en la parte de arriba, llevaba una chaqueta entallada, tipo americana, del mismo color. Estaba formal y elegante pero, al desprenderse de la americana, lo que me dejó sin aliento fue que, bajo ella, llevaba una ceñida camisa blanca, con el botón superior desabrochado, haciendo las veces de coqueto escote. Aquella prenda envolvía la rotundidad de sus pechos, proyectándose hacia delante como dos portentos de la naturaleza buscando ser liberados, de tal modo que se podía disfrutar del espectáculo de su voluptuosidad sin necesidad de utilizar la imaginación. Mi pensamiento fue el mismo que cuando la conocí: «¡Qué pedazo de tetas!». El cosquilleo de mi estómago se extendió más abajo, alcanzando mis ingles y lo que entre ellas comenzaba a cobrar vida.
— Tengo algunas tareas administrativas —prosiguió Sonia, esbozando una pícara sonrisa al verme alterado por su “destape”—, pero no corren excesiva prisa. Más bien, me quedo porque no tengo ningún otro plan, y así aprovecho para adelantar trabajo… ¿Quieres que te eche una mano con tu informe para acabarlo antes? —añadió, mirándome de arriba abajo con un brillo en sus ojos.
— No hace falta, muchas gracias —contesté, sobreponiéndome y dominando mi impulso de aceptar tan generosa oferta—. En realidad me queda muy poco y pensaba enviártelo para que pudieras revisarlo el lunes a primera hora.
— Bueno, pues si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela —noté cierta decepción en su voz, aunque enseguida decidió ejercer su poder—. Y cuando acabes, en vez de mandármelo para que lo revise el lunes, tráetelo a mi mesa y lo vemos juntos, ¿vale?.
— Eeeeehhh, claro, claro —contesté, algo confuso.
Estaba en mi derecho de irme a casa en cuanto acabase, pero no podía decirle que no a una jefa, y menos a esa jefa.
Sonriente, Sonia se fue hacia su mesa, y yo, inmediatamente, cogí el móvil para escribir a Laura. Había quedado con ella en ir a buscarla en cuanto saliese de trabajar, así que le mandé un mensaje diciéndole que tendría que salir más tarde y que le llamaría en cuanto terminase.
Concentrarme sabiendo que en toda la planta los únicos que quedábamos éramos Sonia y yo, me resultó una tarea titánica. Eché un par de disimuladas miradas hacia atrás, y en ambas vi a mi jefa sumergida en un montón de papeles sobre su mesa. Aquello calmó mis ánimos, y pude dedicarme a terminar el trabajo por el que estaba acortando mi tarde del viernes, y sacrificando tiempo de estar con mi novia.
Cuando acabé, imprimí el informe y algunos documentos de referencia, y fui a la mesa de Sonia, quien me recibió con una cálida sonrisa.
— ¿Has terminado? —me preguntó, observando los papeles que llevaba en la mano. Yo asentí—. Perfecto, ya estaba aburrida de estos rollos administrativos —añadió, haciendo sitio sobre su mesa—. Por favor, siéntate.
Cogí la silla que había ante su mesa, pero cuando iba a sentarme, ella negó con la cabeza.
— Mejor ponte aquí, a mi lado —me indicó, haciendo rodar su silla lateralmente—, así podremos ir viéndolo a la vez, y podrás explicarme lo que pueda presentar alguna duda.
Sentí que se me aceleraba el corazón y todos mis músculos se tensaban, pero traté de ser un auténtico profesional mostrándome indiferente.
— Claro —contesté—, pongo ahí la silla.
Coloqué la “silla de visitas” junto a la suya y, al sentarme en ella, constaté la diferencia de altura entre ambas. Sonia, en su silla de escritorio, quedaba más alta que yo, y a pesar de los quince centímetros de diferencia de estatura entre ambos, al sentarse ella con la espalda totalmente erguida, y yo ligeramente encorvado, quedaba por encima de mí, dándole un aire de superioridad bastante notable. Con cualquier otro jefe, posiblemente, me habría sentido algo intimidado, pero junto a ella, me sentí ante una deidad a la que adorar.
Puse los papeles ante ambos, y mi jefa, muy interesada, volvió a hacer rodar su silla para compartir la lectura, hasta quedar pegada a mi asiento carente de ruedas. A pocos centímetros de mí, su fragancia estimuló mi pituitaria. Desprendía un aroma dulce, como a golosinas, pero con un fondo fresco con matices incluso picantes. Olía increíblemente bien, quedando apenas rastro del perfume que había utilizado antes de ir a trabajar; de modo que lo que más estimuló mis sentidos y me embriagó, fue su excitante esencia natural.
— A ver qué tenemos aquí —dijo con un tono más íntimo por la cercanía, e inmediatamente se enfrascó en una rápida lectura del documento.
Parecía completamente concentrada, con sus enormes ojos moviéndose por las líneas que mi profesionalidad había escrito. Yo debería haber estado haciendo lo mismo, pero ya me sabía el informe casi de memoria, y nunca había tenido la oportunidad de contemplar a Sonia tan de cerca, así que me dediqué a observarla con detenimiento, disimuladamente, pero sin perder detalle de cada una de sus facciones y expresiones a medida que asimilaba lo que leía.
Era guapa, objetiva y arrebatadoramente guapa. Cada rasgo de su rostro estaba en perfecta armonía con el resto, y su delicada y pálida piel no era sino un lienzo donde un artista había plasmado la belleza de la naturaleza femenina, dulce y salvaje a la vez, destacando por encima del resto sus incomparables ojos. Su color verde, en la distancia corta, irisaba hacia un gris oliváceo, resultando aún más fascinante y atractivo que el esmeralda que se percibía en un simple vistazo.
«Mira que hay que ser gilipollas para cagarla teniendo a semejante bellezón en casa», pensaba. «¡Y todo por tirarse a una golfa mucho más joven!. ¡Cuántas jovencitas desearían llegar a los cuarenta y tres como Sonia!, ¡es infinitamente más interesante que cualquiera de ellas!».
Como si leyera mis pensamientos, por una fracción de segundo, me pareció que aquellos ojazos me miraban y sus labios sonreían con satisfacción, pero no estuve seguro de si ese gesto había sido real o sólo fruto de mi imaginación.
— En este punto —me dijo repentinamente, señalándome el texto—, ¿estás seguro de que la fuente de la que lo has sacado es fiable?.
Miré hacia donde su largo dedo señalaba con su uña de manicura francesa, y leí con atención el párrafo entero, sintiendo cómo ella se reclinaba un poco hacia mí y me miraba fijamente, esperando una respuesta, mientras su irresistible fragancia despertaba en mí los ancestrales impulsos que tocaron tambores de guerra entre mis piernas.
Al levantar la vista, me encontré directamente con su rostro a pocos centímetros del mío, con una expresión severa, mostrando tensión en las cejas, labios y mandíbula, aunque su mirada denotaba algo más… ¡Dios, qué sensual era!. Sentí mis latidos martilleándome las sienes, con réplicas en mis zonas más recónditas, obligándolas a desperezarse con acometidas de sangre caliente.
— Estoy completamente seguro de la fuente —dije casi en un susurro, por la proximidad entre ambos—. Proviene de información oficial publicada por el gobierno de Reino Unido, así que debemos asumir que es la situación real a día de hoy.
— Entiendo —contestó con el mismo tono susurrante, relajando su rostro para dibujar una encantadora sonrisa—. Parece que lo tienes todo muy bien atado, me gusta mucho lo que estoy viendo…
Observando cómo volvía a la lectura del documento, sentí rubor en mis mejillas. Sus ojos devoraban mis palabras escritas, mientras su mano izquierda comenzaba a juguetear con el mechón de cabello más largo que enmarcaba sus atractivas facciones. ¡Qué bien le quedaban ese corte y peinado!, ¡cómo ensalzaban la forma ovalada de su rostro!, resaltando sus pronunciadas mejillas y la línea de su mandíbula. Con su cambio de look no había tratado de ocultar las finas hebras plateadas que surcaban, aquí y allá, su castaña melena, mostrándose orgullosa de ellas, y acertando plenamente con la decisión, pues adornaban sus cabellos y le daban un aspecto aún más marcado de madurita más que interesante.
Contemplé la forma de su delicado cuello, de pálido tono, tan erótico mostrándose desnudo… Tenía un pequeño lunar sobre la yugular, un atractivo adorno que me hizo desear ser un vampiro para morder la suave piel en el lugar marcado, y alimentarme de ella para que su sangre recorriese cada fibra de mi cuerpo, haciéndola mía. Los bélicos tambores redoblaron con mayor intensidad, y mi hombría terminó de desperezarse para ponerse en estado de alerta.
Sonia me miró de reojo, esa vez sí que lo percibí claramente, y sus labios se curvaron denotando agrado, mientras su vista volvía al texto sobre la mesa. Esa fugaz mirada, ese aleteo de pestañas con un fulgor verde entre ellas, hizo que una corriente eléctrica recorriese toda mi espina dorsal.
Su distraída mano izquierda liberó el mechón de cabello con el que había estado jugueteando, para que sus dedos se deslizasen suavemente por su cuello hasta alcanzar la camisa. Tocó el borde de la prenda, y lo apartó ligeramente para comenzar a pasar las yemas por su clavícula, recorriéndola lánguidamente, de un lado a otro.
Ese gesto consiguió que mi entrepierna se pusiera en auténtico pie de guerra, obligándola a debatirse con mi ajustado bóxer y el pantalón, que la oprimían obligándola a crecer hacia mi muslo derecho, tratando de contener el inevitable aumento de grosor y longitud.
Sentí, tratando de ser impasible, cómo el calor se expandía por todo mi cuerpo, pero un inconsciente e inevitable suspiro se me escapó cuando me di cuenta de que, en algún momento, mi jefa había desbrochado otro botón de su camisa, pronunciándose su escote. Desde mi perspectiva, mis ojos no tuvieron ningún impedimento para colarse por la abertura de la prenda y darse un festín con las excitantes formas que allí hallaron. Aquel busto, aquel prodigio de la naturaleza, aquellas femeninas formas esculpidas con exquisito gusto por una generosa deidad, eran la máxima expresión de mis anhelos masculinos.
Mi jefa llevaba un sencillo sujetador blanco, cuyas copas eran escotadas, permitiéndome ver mucha más lechosa piel de la que jamás habría imaginado contemplar. Con mi mirada podía delinear perfectamente el contorno de aquellas dos portentosas formas globosas, apretadas y realzadas por la íntima prenda para constituir una mullida almohada en la que cualquier cabeza querría reposar hasta dejarse morir en el paraíso. El canalillo formado por aquellas dos majestuosas montañas, era un profundo barranco, adornado en su inicio con diminutas pecas, incitándome a la lujuria de desear invadirlo, recorriendo su trazado con la viril potencia que latía en mis pantalones.
Mi erección alcanzó su grado máximo, dolorosamente retenida por mi ropa y escandalosamente visible a pesar de encontrarme sentado.
Levanté la vista tratando de huir de mi estado de enajenación, llegando justo a tiempo de ver cómo un destello verde volvía rápidamente a la lectura, ampliándose la sonrisa en el rostro de aquella que me turbaba.
Sonia continuó leyendo, y yo traté de acompañar su lectura, pero no pude evitar desviar mi atención a cómo los dedos de su mano izquierda descendían de su clavícula, delineando uno de los bordes de la abertura de su camisa. Era un gesto totalmente inconsciente, estoy seguro de ello, pero mi jefa estaba acariciándose el escote ante mí, invitando a mis ojos a perderse nuevamente en él. Y, por supuesto, acepté la generosa invitación.
Con mi verga dura como nunca, me extasié contemplando aquel vertiginoso escote, memorizando cada milímetro cuadrado de piel, abandonándolo únicamente para disfrutar de todo el conjunto de aquel par de dones celestiales pugnando por reventar la camisa.
Tal vez fuera imaginación mía, o realmente mis sentidos se habían aguzado hasta el extremo, pero percibí de forma aún más clara, penetrante y terriblemente excitante la fragancia natural de la hembra que tenía ante mí, haciéndome entrar en combustión interna mientras mis pupilas captaban el detalle de cómo dos prominencias conseguían vencer la dictadura de la ropa, para marcarse de forma sólo perceptible para quien mirase fijamente, siendo ese mi caso. Sin lugar a dudas, a mi jefa se le habían puesto duros los pezones, y yo estaba en primera fila del espectáculo.
«Como sigas mirando así, vas a reventar el pantalón», me dije mentalmente. «Y encima, ella te va a pillar y te va soltar tal bofetón, que pensarás que han sido siete».
Con un esfuerzo casi sobrehumano por mi parte, alcé la vista, y lo primero que me encontré fue con los blancos dientes de Sonia maltratando su rojo y carnoso labio inferior. Se lo mordía en un gesto de inequívoca lujuria contenida, lo cual me fue verificado cuando, al seguir con el ascenso de mi mirada, comprobé que la suya, de reojo, se proyectaba hacia abajo, clavándose directamente en mi abultada entrepierna.
«Joder, joder, joder», me repetí a mí mismo. «Esto no puede estar pasando. Mi jefa, la madurita buenorra que es mi jefa, me está mirando el paquete… ¡Y está excitada!».
Desvié mi vista hacia la mesa, y cerré los ojos repitiéndome como un mantra: «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…» Hasta que mi atento oído percibió un tenue y casi inaudible resoplido.
Abrí los ojos y miré nuevamente a Sonia. Había vuelto a la lectura para terminar con el documento, pero su boca había quedado ligeramente entreabierta, sus labios se veían de un color más intenso que el habitual, y humedecidos con saliva, mientras sus mejillas habían tomado un rubor más que notable. Estaba preciosa.
Tratando de sacar fuerzas de donde apenas me quedaban, sabiendo que podía estar jugándome mi integridad, mi trabajo, e incluso la relación con mi novia, puse todo mi empeño en leer el documento, como estaba haciendo ella, para ignorar mi estado de excitación y tensión sexual. Pero mi cuerpo era un cóctel hormonal, y la testosterona nublaba mi juicio, así que no pude evitar que mis ojos volvieran una y otra vez a contemplarla, con rápidos vistazos en los que confirmé que ella estaba tan excitada como yo. Su respiración se había acelerado, de tal modo que sus pechos subían y bajaban apresuradamente, deleitándome con su movimiento mientras su mano, incapaz de quedarse quieta, recorría distraídamente su escote acariciando suavemente la piel.
En un par de ocasiones, para mi orgullo y empeoramiento de mi estado de ansiedad, capté cómo su mirada se desviaba de los papeles para ir directamente al epicentro de mis clamores por hacerla mía.
¿Quién había iniciado esa espiral de tensión sexual, ella o yo?, ¿cuál de los dos había arrastrado al otro hasta aquel estado que, inútilmente, tratábamos de disimular?. ¿Quién era víctima y quién ejecutor?, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?...
— Uuuffff —suspiró Sonia, dándole la vuelta a la última hoja del documento para dar por concluida su revisión—. ¡Qué informe más potente! —exclamó, echando un último y rápido vistazo a mi entrepierna.
¿Realmente se estaba refiriendo al informe, o a lo que atraía su mirada?.
— ¿Tú crees? —pregunté, llamando la atención de su ojos hacia mi rostro.
Mi jefa se incorporó, separándose un poco de mí, sacando pecho y arqueando ligeramente su espalda, adquiriendo una pose que regaló mi vista con el espectáculo de sus formas ensalzadas.
«¡Pero qué pibón!», exclamé por dentro, sintiendo los latidos de mi polla torturándome. «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…»
— Por supuesto —me contestó—. Es largo, contundente y bien delineado en las formas… ¡Me encanta!.
¿De verdad se estaba refiriendo al informe?.
— Me alegra que te guste —dije, suspirando—. No sabía si te parecería demasiado… atrevido o duro, pero estaba deseando enseñártelo y que tú juzgases qué hacer con él.
Yo también sabía jugar con las palabras.
— Y me has dejado gratamente sorprendida —contestó, sonriendo con picardía—, tanto, que desearía que fuese mío…
— Bueno, tras tu revisión ya lo es… ¿Dónde quieres que te lo meta?.
Sin duda, mi riego cerebral no era suficiente, mi sangre se acumulaba en otra zona, y ésta había adquirido conciencia de sí misma para tomar el control de mis palabras.
La sonrisa de Sonia se amplió.
— Métemelo todo…
Ya está, se acabó, una orden directa, y yo era muy diligente.
— …en el disco duro común —continuó, tras tragar saliva—, el informe y toda la documentación asociada. Guárdalo todo en la carpeta del cliente, y el lunes, a primera hora, se lo mandaré.
Sí, no había duda, estaba hablando del informe. Mi integridad y mi puesto laboral seguirían intactos.
— De acuerdo —contesté, con un contradictorio sentimiento de alivio y decepción—. Entonces, si no necesitas nada más, ya me marcho.
— Sólo una última cosa —me dijo, con una enigmática expresión en sus ojos. ¿Tal vez decepción?—. Ya que el informe está impreso, ¿puedes traer el archivador del armario para guardarlo?.
— Por supuesto, ahora mismo te lo traigo.
Me levanté rápidamente, y fui directamente al armario que hacía las veces de archivo histórico, en el lado opuesto de la oficina. Me costaba caminar con mi miembro, tremendamente erecto, pegado a mi muslo derecho, pero el paseíllo y el par de minutos que necesité para encontrar el archivador correcto, me permitieron recobrar parte de mi compostura para volver a la mesa de Sonia.
El bulto en el pantalón seguía siendo patente, pero no tanto, permitiéndome caminar con mayor libertad, hasta que llegué a pocos metros de mi jefa. Entonces me di cuenta de que ella había echado su silla hacia atrás, permitiéndome verla sentada de cuerpo entero, con la piernas cruzadas apuntándome, mientras su vista permanecía fija en cómo me acercaba, y sus dedos volvían a acariciar su cuello y clavícula.
El cosquilleo en mi estómago se presentó nuevamente, irradiándose con la velocidad del rayo a mi entrepierna, que reaccionó deteniendo su toque de retirada.
A tan sólo un par de metros de mi jefa, esperándome ella sentada, mi perspectiva acercándome me brindó una espectacular vista aérea de la abertura de su camisa, haciendo sonar las cornetas en mi bóxer para que mi fiel soldado se pusiera firme en su puesto. Cuando llegué ante ella, rodeando su mesa y aparentando total normalidad, me planté con mi metro ochenta y cinco ante sus verdes ojos, con una auténtica empalmada de caballo.
Sonia se quedó mirando con descaro la fálica forma que se marcaba escandalosamente en mi fino pantalón, por lo que yo no tuve ningún reparo en aprovechar mi ventajosa perspectiva para admirar la plenitud de sus senos a través de su increíble escote.
— El archivador —dije, ofreciéndoselo.
Mi espectadora alzó su rostro y nuestras miradas se encontraron. Sus ojos refulgían con destellos verdes y las llamas de su excitación. Cogió el archivador con una mano y, sin siquiera mirarlo, lo apartó dejándolo sobre la mesa.
Me observó de la cabeza a los pies, volviendo a subir con una parada bajo mi cintura, que le hizo morderse el labio, para alcanzar nuevamente mi cara mientras yo estaba perdido en el balcón de sus deliciosos pechos.
— Me encanta —dijo, casi en un susurro—. Y sabes que no me refiero al informe…
Mis ojos volvieron a su bello rostro, cuya dulzura habitual se había transformado en una expresión de pura lujuria.
— Lo sé —contesté, casi sin aliento al comprobar que había interpretado correctamente todas las señales—. Me vuelves loco, Sonia…
— Ya lo veo, ya —dijo, volviendo su incandescente mirada a mi tremenda evidencia—. Está claro que la nota que me escribiste no era sólo un cumplido… Chico, vas muy potente…
— Sólo quería animarte porque me enteré de lo que te había pasado —sentía el rubor como fuego en mis mejillas—. Pero te puse lo que de verdad pienso, y como ves, no puedo negarlo…
— Pues conseguiste tu objetivo —su mirada iba constantemente de mi cara a mi paquete, al igual que la mía iba de su rostro a su escote—. Conseguiste hacer saltar un resorte en mi cabeza, y volví a sentirme una mujer, no el despojo humano en que me había convertido.
— Tú nunca podrías ser un despojo —le dije, sintiendo cómo me palpitaba el miembro cada vez que ella volvía a morderse el labio—. Siempre me has parecido tan sexy… desde el día en que te conocí…
— Eres un encanto. No te imaginas lo gratificante que resulta que un jovencito le mire a una del modo en que me había dado cuenta que tú me mirabas a mí… Por eso tu nota me gustó y… me excitó. Así que decidí que era el momento de recuperar esa forma tuya de mirarme.
— Uf, Sonia, ¡es que cada día estás más buena!.
Ella emitió una encantadora risa.
— Deja de halagarme, o al final se me subirá a la cabeza —dijo, encantada con mi apreciación—. Además, eso que guardas en los pantalones ya me dice lo que piensas de mí…
Miré hacia mi propia entrepierna, hasta entonces sólo había echado un rápido vistazo para comprobar si se notaba mi estado, y corroboré que, tanto el bóxer como el pantalón que había elegido aquella mañana, no dejaban lugar a la imaginación. Mi verga se distinguía claramente marcada en la ropa, partiendo desde el pubis para prolongarse por mi muslo derecho, como una gruesa y larga anaconda que buscase una salida a su doloroso encierro.
Volví a mirar a mi jefa y sonreí, pero en esa pausa en la que los dos mantuvimos nuestras miradas y contuvimos nuestras respiraciones, mi conciencia despertó: «¡Ale, muy bien!. Ella ya sabe que te pone burrísimo, y tú ya sabes que a ella le pones, o le pone que te ponga, ¡o lo que sea!. Pero ya sabes que no puede haber “mambo” con tu jefa, ni en la oficina, ni con nadie que no sea Laura. Así que ya estás cargando con el trabuco y llevándoselo a su legítima dueña: TU NOVIA».
— Bueno —dije, cortando el silencio que se había creado—, creo que debo…
— Recibir mi gratitud por ayudarme a salir del pozo —me interrumpió ella.
Descruzó las piernas, hizo rodar unos centímetros su silla hacia delante y, mordiéndose el labio, alcanzó mi entrepierna con su mano derecha, acariciando todo el contorno y longitud de mi falo atrapado.
Un leve gemido se escapó de entre mis labios al sentir tan placentera caricia, mientras ella impulsaba la silla con los pies, acercándose aún más a mí, hasta situarse a tan sólo unos centímetros de mi pelvis, aprovechando que mis piernas se habían abierto en respuesta a su mano.
Mirándome a los ojos con una sonrisa excitantemente perversa, se ayudó con la otra mano para desabrocharme el pantalón y bajármelo a medio muslo.
— Mmmm… —emitió, aprobando mi ropa interior de tejido elástico marcando paquete.
A mi novia le encantaba ese tipo de prenda, y puesto que esa tarde iba a quedar con ella, la había elegido a conciencia.
Laura volvió a ocupar mi cabeza, pero la maniobra de Sonia agarrando mi verga para moverla en mi ropa interior, girándola como si fuese la manecilla de un reloj para colocármela apuntando a las doce, la echó a patadas de mis pensamientos.
Mi jefa volvió a mirarme con su perversa sonrisa de lasciva madurita, y me quedé extasiado contemplando el brillo de sus ojazos, la sensualidad de sus labios y la profundidad de su escote. Tiró de la prenda que entorpecía sus intenciones, y desenfundó mi arma, mostrándose en todo su esplendor: dura como el acero, con su tronco surcado de gruesas venas y el redondeado glande húmedo y sonrosado.
— ¡Joder, chico!, ¡qué bien dotado estás! —exclamó mi debilidad laboral, con satisfacción, empuñando mi polla con ganas.
Una carcajada se me escapó. Primero de gozo por el halago, y segundo porque, en casi tres años, nunca había oído a mi jefa decir un taco o hablar de esa manera.
— Gracias —contesté, sonriéndole e incapaz de creerme cuanto estaba ocurriendo—. Tú me has puesto así.
— Entonces me pertenece —aseguró, acariciándola con su mano, recorriendo todo su grosor y longitud: arriba y abajo, arriba y abajo, haciendo brotar más humedad de su punta.
«¡No!», gritó mi conciencia, sin que nadie pudiera oírla. «¡Le pertenece a Laura!».
La lenta y suave paja que aquella experta mujer me estaba realizando, me hizo sordo a cualquier reproche de mis principios.
— Ummm, me encanta —añadió Sonia, manteniendo el masaje de mi miembro—. Haría palidecer al cabronazo de mi ex…
Aquella forma de masturbarme, tras tanta tensión acumulada, me estaba matando, así que no iba a tardar en encontrar alivio para aquella tortura a mi joven resistencia.
— ¿Sabes cuánto hace que no me como una polla?, ¿una buena polla?. Se acabó la sequía….
Aquellas palabras no me cuadraban en esa deliciosa boquita de piñón, en la corrección dialéctica de mi jefa. En ella resultaban mucho más excitantes de lo que sonarían en cualquier otra mujer.
— Puede venir cualquiera y pillarnos —dije, sin aliento, tratando de recobrar la cordura en última instancia.
— Nadie aparece por aquí un viernes por la tarde —susurró la reina de mis fantasías—. Nadie me va a impedir que me coma esta polla…
Sus palabras fueron refrendadas al contactar sus rosados labios con mi glande mientras su cabeza bajaba, haciendo que la testa de mi polla invadiese su cálida y húmeda boca, deslizándose suavemente sobre su lengua mientras el tronco iba penetrando entre sus sedosos pétalos.
— ¡Ooooohhhh! —gemí, sintiéndome en el paraíso.
«Arderé en el infierno por cabrón infiel, junto al exmarido de esta increíble mujer», pensé por un instante. «Pero habrá merecido la pena».
Sonia tenía una pequeña boca de carnosos labios y bonita forma, pero parecía delicada y poco propensa a disfrutar de la comida, sin embargo, las apariencias engañan. Su boca era golosa, succionando con glotonería mi banana, imprimiendo fuerza con los labios y devorando cuanta carne era capaz de acoger, hasta sentirme tocando su campanilla.
Su suavidad, calor y humedad, y la presión de sus labios, lengua y paladar, hicieron vibrar mi verga dentro de aquella maravillosa cavidad, haciéndome sentir cómo mi próstata bombeaba un repentino caudal de líquido seminal a través del conducto de mi gruesa manguera.
— ¡Sonia, Sonia, Sonia…! —grité.
Ella hizo oídos sordos a mi aviso, limitándose, únicamente, a desincrustar mi glande de su garganta para, sin dejar de succionar, sacarse sin prisa la polla de la boca, hasta hacerla estallar dentro de ella.
Me corrí apretando los dientes, ahogando un gruñido animal. Mi músculo palpitó dentro de la boca de mi jefa, eyaculando borbotones de hirviente semen que mi próstata propulsaba con todo el furor de la tensión acumulada. Inundé con mi elixir aquella boquita, saturándola con mi sabor de macho, y me deleité observando cómo los carrillos de Sonia se hinchaban como los de una trompetista. Pero enseguida volvieron a hundirse hacia dentro, haciéndome sentir en mi convulsionante miembro una increíble succión, que le obligó a seguir disparando con furia todas las reservas acumuladas para ese momento.
Sonia tragó las primeras y abundantes descargas de leche que habían colmado su cavidad y, realizando un suave vaivén de cabeza, mamó mi pedazo de carne hasta obtener de él su último y agónico estertor, con una postrera succión que finalizó haciendo brotar mi enrojecido glande de entre sus pétalos con un chasquido.
Fascinado, contemplé cómo los ojazos de mi felatriz se abrían y me miraban fijamente mientras, con la boca cerrada, saboreaba y tragaba los últimos lechazos que se habían estrellado contra su paladar.
Nunca habría imaginado algo así de ella, siempre tan dulce y comedida, tan correcta, tan formal y educada… Esa transformación en hembra lasciva, hambrienta y glotona en el momento pasional, se convirtió en una revelación que echó aún más leña a las hogueras de mis fantasías con ella.
«Señora en la calle y puta en la cama», pensé con satisfacción. «Sin duda, la experiencia es un grado».
Por norma general, las chicas que rondaban mi edad, al menos aquellas con las que yo había estado, actuaban en el sexo tal cual se mostraban en la vida. La que era puta, era puta; la tímida, era tímida; la egoísta, egoísta; la generosa, generosa….Pero la lección que Sonia acababa de darme, la hizo mucho más misteriosa y atractiva que cualquier otra chica a la que hubiese conocido, y la lección no había hecho más que comenzar.
— Mmm… Pues sí que te caliento, sí —me dijo, con una seductora sonrisa—. Has entrado enseguida en erupción…
— Sonia, lo siento —traté de disculparme, rojo como un tomate—. Me has puesto tanto… Te he avisado…
Mi jefa rio con ganas.
— No tienes por qué disculparte, me ha encantado. Lástima que no me haya dado tiempo a disfrutar más con ello. Será por tu juventud… Eres tan joven… —afirmó, observando que mi erección se mantenía a media asta— Y estás tan rico…
Su mano acarició mis testículos con dulzura, produciéndome un cosquilleo que me hizo estremecer.
— Uuuuffff… —suspiré— Eres increíble, y si sigues por ese camino…
— ¿Ah, sí? —preguntó, extendiendo sus caricias hacia el músculo que se negaba a replegarse—. Entonces sólo ha sido un aperitivo, y tengo tanta hambre…
Sus ojos refulgían con una incontrolable lujuria, y me di cuenta de que, mientras su mano izquierda acariciaba arriba y abajo el mástil, manteniéndolo en vilo, la otra bajaba a su propia entrepierna para frotarla por encima del pantalón.
Mi polla volvía a endurecerse. La situación era tan prohibida y excitante, y mi jefa tan sexy y experta, que ella tenía razón. Mi precipitada corrida sólo había sido un aperitivo fruto de una tensión incontenible, que había alcanzado tal grado, que todo mi cuerpo clamaba por dar lo mejor de mí mismo para llegar a una satisfacción completa.
Comprobando cómo ese pedazo de carne se revitalizaba en su mano, Sonia no dudó en volver a acercarse a él, sacando su lengua para lamer lentamente desde los testículos hasta la punta, provocando una elongación que le hizo sonreír, mientras su mano derecha se colaba por la cintura de su pantalón para acariciarse suavemente bajo la ropa.
Yo sólo podía suspirar, mudo y expectante, disfrutando de las sensaciones y el espectáculo que alimentaría para siempre mis sueños húmedos. Me parecía increíble que esa preciosa y experimentada mujer, que esa inalcanzable diosa de sabiduría y dulzura, se estuviese haciendo terrenal para dejarse dominar por sus pasiones, mostrándome una insospechada faceta de hembra en celo. ¡Y yo era el causante de esa transformación!.
Su lengua circundó mi glande, y sus labios se posaron sobre él dándole un beso. Lo recorrieron suavemente, envolviéndolo para introducirse entre ellos unos milímetros, mientras la punta de su lengua lo palpaba jugueteando con él. Lo dejó salir, y fue bajando y depositando besos por toda la longitud del tronco, haciéndome sentir la suavidad de sus carnosos labios en todo mi miembro.
— Me encanta sentir cómo se te está poniendo de dura —me dijo, volviendo a acariciarla con la mano mientras besaba mis ingles—. Y más aún que sea por mí…
— Joder, es que no soy de piedra —dije entre dientes.
— Pues de piedra quiero que se te ponga en mi boca… —sentenció, con una sonrisa maliciosa.
Partiendo desde el escroto, pasó toda la superficie de su lengua por el tronco de mi hombría, sujetándola en alto, dándole una lamida que hizo que un escalofrío recorriese mi columna vertebral, obligándome a arquearla y mover mi pelvis hacia delante. Cuando llegó al extremo de mi erección, casi completa, la bajó y guio entre sus labios para, con la ayuda de mi suave empuje, penetrarse la boca succionando cuanto músculo pudo.
Mi polla se convirtió en un dolmen en aquella divina cavidad que la envolvió, alcanzando su máximo grosor, mientras sentía cómo los labios de Sonia ejercían una enloquecedora presión a tan sólo un par de dedos de mi pubis, y su garganta acogía mi bálano como si pudiese tragárselo. ¡En mi vida me habían hecho una mamada tan profunda!, ¿y quién podría pensar que mi jefa era una auténtica tragasables?. Era una loba con piel de cordero, ¡mejor aún que en cualquiera de mis fantasías!.
La miré con absoluta fascinación, y vi cómo se echaba hacia atrás abriendo sus enormes ojos verdes para contemplar mi rostro desencajado de placer, mientras se desincrustaba la gruesa cabeza de mi cetro de su garganta y volvía a succionar poderosamente, haciendo surgir mi sable entre sus labios, que lo apretaban masajeando toda su longitud hasta circundar nuevamente el glande, y hacerlo salir con un chasquido.
— Uuufff, Sonia —dije, tras un breve gruñido de gusto—, así me matas…
— Estás tan rico —me contestó, con gesto vicioso, sin detener el movimiento de su mano trabajándose la entrepierna bajo la ropa—, que quiero comerte entero…
Sin más dilación, sus labios volvieron a tomar mi lanza y la succionaron hacia el interior de su boca, haciéndome estremecer de gusto, y regalándome la vista con el fuego esmeralda de su mirada mientras mi polla desaparecía entre sus sedosos pétalos, hundiéndose sus carrillos.
Como si se tratase de un Chupa Chups, mi jefa se recreó recorriendo todo la cabeza de mi verga con sus labios, embadurnándola de saliva, deslizándola entre ellos, haciéndola salir y entrar, acariciando el frenillo con la punta de su lengua, volviéndome loco con sus golosas chupadas. Y todo ello sin dejar de atravesarme con su lujuriosa mirada, permitiéndome disfrutar de las mejores vistas posibles de su escote, y masajeándose el clítoris bajo su pantalón con devoción.
Con mi polla en la boca, comenzó a gemir con el trabajito digital que ella misma se estaba realizando. Se estaba masturbando a conciencia, disfrutando casi tanto como yo, y pude deducir que se metía los dedos bien adentro, cuando engulló mi pepino con especial voracidad.
— Uuuummm, Soniaaaaahhh —gemí, sintiendo sus labios oprimiéndome tan abajo que su garganta acogió la punta de mi jabalina.
Las piernas me flaquearon por la potencia de su succión y el placer que me proporcionó. Hasta el punto de que, inconscientemente, tuve que sujetarme poniendo mis manos sobre su cabeza. Ella gimió por el efecto de sus dedos explorando los más recónditos lugares de su encharcado coñito, pero también gimió aprobando que la agarrase de aquel modo.
Empecé a sospechar seriamente que a ella le excitaba sobremanera que yo la encontrase irresistible, y que mi placer fuera extremo por su pericia. Tal vez, aquello supusiera un alimento para su maltrecha autoestima: Su exmarido le había puesto los cuernos y dado al traste con su matrimonio por una veinteañera, hundiéndola en una depresión. Y el que un veinteañero se hubiera fijado en ella, mostrándose salvajemente atraído por sus encantos, y derritiéndose en sus manos, debía ser un potente afrodisiaco para su ego.
Chupó con gula toda mi polla, haciéndola deslizarse entre sus labios, sacándosela mientras la envolvía ejerciendo fuerza con toda su boca, convirtiendo aquella mamada en la más intensa experiencia sexual que había tenido nunca. Cuando llegó al extremo, mi estado era tal, que ya no respondía de mis actos. Mis manos presionaron su cabeza, y mi pelvis empujó hacia delante para penetrarla nuevamente. Sonia gimió con la boca llena de carne, cerrando los ojos para entregarse, y percibí que hundía con más ahínco su mano en su entrepierna.
Viendo que aquello, lejos de intimidarle o resultarle brusco, le gustaba, le metí la polla hasta donde sentí que ella era capaz de tragar, y se la saqué despacio, oyendo el sonido de su saliva al ser sorbida mientras mi músculo surgía de entre sus labios. De no haberme corrido instantes antes, lo habría hecho en aquel momento. Pero ahora tenía margen para disfrutar un rato de aquello.
Comencé un vaivén de caderas, suave para no dañar a mi diosa oral, pero constante, haciendo entrar una y otra vez mi ariete entre sus lubricados pétalos, mientras ella gemía masturbándose al ritmo que mi pelvis le marcaba.
Perdí totalmente la noción del tiempo, completamente entregado a follarme esa maravillosa boca como nunca antes había hecho, gozando de la presión y fricción de sus labios, la calidez y humedad de su cavidad, la potencia de succión… Hasta que Sonia me apartó las manos de su cabeza, indicándome que la dejara.
«Ahora es cuando me la calzo y le doy lo que llevo casi tres años aguantándome», pensé.
Pero no, aquel no era el plan inmediato de mi jefa. Estaba disfrutando como una loca de comerse mi joven polla mientras se masturbaba ávidamente. Así que estaba dispuesta a retomar ella el control, acelerando el ritmo de su mano para frotarse ansiosamente el clítoris, mientras degustaba mi músculo con mayor glotonería, alcanzando un increíble poder de succión, y un frenético movimiento de cervicales, digno de un melenudo en al momento álgido de un concierto de Heavy Metal.
Aquello iba a ser mi fin. La voracidad de la mamada era sublime, un canto al apetito sexual, una oda a la generosidad de proporcionar el goce ajeno, una auténtica apología de la felación…
Con los dientes apretados, casi sin respiración, disfruté de la impensable gratificación laboral que mi jefa me estaba dando, tratando de aguantar todo lo posible para que aquello no acabase de forma precipitada. Pero esa batalla la tenía perdida de antemano.
Sonia gemía con la boca llena de macho, incesantemente, a la misma velocidad con la que se acariciaba y me devoraba, haciéndome notar que su propio orgasmo era tan inminente como el mío.
Todo mi cuerpo vibró, y pensé que era el fin, pero no. Lo que vibraba era mi móvil en el bolsillo de mi pantalón.
«¿Pero quién cojones me llamará ahora?», me pregunté, consiguiendo evadirme por unos instantes del sublime placer físico. «¡Como para coger llamadas estoy yo ahora!».
La vibración cesó, y todos mis sentidos volvieron a centrarse en lo que ocurría en mi región pélvica. Mi jefa no parecía haberse dado cuenta de la llamada, concentrada en estallar de placer y arrastrarme con ella. Estábamos a punto de caer los dos al vacío, pero…
“¡Bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz…!”
«¿Otra llamada?», pensé fuera de mí. «¿Pero quién puede ser tan inoportuno y pesado?».
Esta vez la llamada fue más larga, o a mí me lo pareció, hasta que la molesta vibración se detuvo sin que Sonia diese muestras de haber notado nada. Es más, no sólo no se había distraído, sino que había progresado en la búsqueda de su orgasmo hasta regalar mis oídos con gritos ahogados mientras se corría, casi arrancándome el miembro, pero sin llegar a sacárselo de la boca.
«No, si al final tendré que agradecer a quien me haya llamado el haberme distraído…» pasó fugazmente por mi cerebro.
Pero el arrebato orgásmico de Sonia terminó por rematarme. La presión en el interior de su boca, con efecto ventosa, me hizo sentir que mi polla estallaba como un cartucho de dinamita dentro de aquella cueva. Me corrí como una botella de champán agitada y descorchada, como un géiser de hirviente semen que arremetió contra el paladar y la lengua de mi jefa, cuya succión evacuó rápidamente hacia su garganta el varonil elixir, mientras ella disfrutaba aún de los últimos ecos de su orgasmo.
Mi musa bebió de la fuente de mi excitación, consumiendo su delirio y el mío hasta que ambos murieron, uno en su sexo, y el otro en su boca. Y, por fin, liberó al violáceo prisionero de su encierro, depositando un jugoso beso en su redonda cabeza, para deleitarse con el postre de mi última descarga antes de tragarla.
Con la respiración propia de un maratoniano, me maravillé contemplando cómo mi bella jefa eliminaba todo rastro de lo que allí acababa de ocurrir, chupándose de forma increíblemente provocativa los dedos embadurnados con sus propios jugos. Pero mi valiente soldado ya no tenía fuerzas para presentar batalla, al menos durante un rato.
«Mejor que esto haya acabado así», pensé. «Sin llegar a echar un polvo completo. Así, tal vez, no arda en el infierno por toda la eternidad por serle infiel a mi novia. Con recibir veinte latigazos de mi conciencia, diez por corrida, será suficiente castigo».
Ante la evidencia de que aquello había acabado, y en un pueril ataque de pudor por la decadencia de mis efectivos, me subí el bóxer y el pantalón, abrochándolo ante la atenta mirada de mi capitana general.
— ¿Tienes prisa? —me preguntó, con un cierto tono de decepción.
— N-no —conseguí decir, poniéndome completamente colorado—, supongo que no.
— ¡Qué mono! —exclamó, divertida—, y ahora te da vergüenza… Cuando acabas de follarme la boca y correrte en ella… —añadió, mordiéndose el labio.
— Yo… —la verdad es que no sabía que decir— Me pones tanto que creo que se me ha ido de las manos…«¡Y tengo novia!», gritó mi conciencia.
— Bueno, reconozco que a mí también se me ha ido de las manos. Nunca había estado tan cachonda…
Seguí alucinando con esa forma de hablar de mi jefa, habiendo perdido todo formalismo para que sus palabras sonasen afrodisíacas en mis oídos.
— …pero, claro, te has pasado toda la tarde mirándome las tetas y marcando un paquete como para reventarte el pantalón… Y estás tan rico…
Sus ojos, aún mostrando el brillo de la lujuria, volvieron a estudiarme de arriba abajo.
— Es que, Sonia, no puedo dejar de mirarte porque estás tan buena… Y ese escote…
— ¿Te refieres a esto? —me preguntó con picardía, mientras se desabrochaba otro botón, invitándome a perderme entre esos Alpes suizos.
— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, verbalizando mis pensamientos de ocasiones anteriores—. Sólo comparables a esos ojazos que me tienen hipnotizado desde que te conocí —suavicé el tono en última instancia.
Sonia rio con verdaderas ganas. Una cantarina risa que hacía muchos meses que no se oía en esa oficina.
— Eres todo un seductor —me dijo, recomponiéndose y poniéndose en pie—. Anda, ven aquí —añadió, pasando sus manos en torno a mi cuello, pegando su voluptuoso cuerpo al mío y ofreciéndome esos labios que me habían derretido.
«Al final, arderé junto a su ex», pensé.
Mis manos la tomaron por su sinuosa cintura, mi rostro bajó al encuentro del suyo, y mi boca se hizo con su aliento para entregarme a un pasional beso.
La experta lengua que había agasajado mis más bajas pasiones, se convirtió en una escurridiza anguila en mi boca, acompañándola mi húmedo músculo en sus eróticas contorsiones para interpretar juntas una sensual danza.
Aquel beso era tan fogoso y excitante, y en un entorno tan ajeno a todo tipo de rituales amatorios, que sentí cómo todo mi cuerpo volvía a vibrar. Pero Sonia también lo sintió, porque el centro de la vibración se encontraba en mi muslo izquierdo, pegado a ella.
— ¡Joder! —dijo, separándose de mí—. ¿Otra llamada?. Sí que debe ser importante…
— ¿Te has enterado de las anteriores? —pregunté, sorprendido.
— Julio, te estaba comiendo la polla… —contestó, guiñándome un ojo verde-grisáceo en la corta distancia.
¡Cómo me ponía que ella me hablase así!.
— …así que podía oír el zumbido del móvil cada vez que me agachaba un poco más —concluyó, haciéndome otro fascinante guiño—. Anda, cógelo, que para hacer tres llamadas casi seguidas, sí tiene que ser importante.
Sonriendo, embobado con su belleza, saqué el vibrante teléfono del bolsillo y me quedé pálido al mirar la pantalla.
— ¡Venga, contesta! —insistió mi jefa, con tono autoritario.
— ¿Sí?... —dije, descolgando y acercándome el aparato a la oreja—. …¿Ah, sí?. Perdona, estaba… muy ocupado… —añadí, observando cómo Sonia se divertía al ver cambiar mi color del frío blanco al cálido rojo— …Vale, vale, ya he terminado, ahora bajo.
Colgué la llamada y tragué saliva.
— ¿Y bien?, ¿era importante? —me interrogó mi debilidad laboral, cruzando sus brazos bajo sus magníficos pechos.
— Sí, era mi novia —ni pude, ni quise mentir—. Quería darme una sorpresa… Me está esperando en el bar de abajo.
— ¡¿Qué?! —gritó Sonia, fuera de sí—. ¿Qué tienes novia?. Pero, pero… ¡no me lo habías dicho!.
— Bueno, nunca ha surgido la ocasión… —alegué pobremente, sintiéndome el ser más ruin del mundo.
— ¡¿Que nunca ha surgido la ocasión?! —Sonia estaba furiosa como nunca la había visto, roja de rabia y con el rostro desencajado—. ¿Y qué tal antes de meterme tu polla en la boca?.
En aquel momento su lenguaje no me excitó nada, me sentó como un invisible bofetón.
— Lo siento, Sonia…
— ¡Sal de mi vista! —sus preciosos y expresivos ojos brillaban, pero no de lujuria, sino de ira incontenible.
Me sentí intimidado, minúsculo, como un grano de sal en una salina, incapaz de mantener aquella mirada, pues no tenía ningún argumento para poder hacerlo.
Como un perro apaleado, pero sintiéndome más vil que una comadreja, me di la vuelta y me marché de allí.
«¿Sólo veinte latigazos?», preguntó mi conciencia. «Prepárate para cien… Y el castigo de tu jefa».
Los viernes por la tarde nadie se quedaba a trabajar en la oficina, lo habitual era hacer algo más de tiempo el resto de días de la semana y madrugar un poco más los viernes para, así, comenzar antes el fin de semana.
Cuando volví de comer, a las tres y media, la oficina ya estaba desierta, así que, con resignación, ocupé mi sitio y retomé el trabajo con el objetivo de acabar lo antes posible. A los diez minutos, para mi sorpresa y turbación, apareció Sonia, que llegaba de comer.
— Hola, Julio —me saludó, con el rostro iluminado al encontrarme en mi sitio—. Pensé que estaría sola esta tarde…
¡Dios mío, pero qué guapa era!. Me quedé hipnotizado por sus ojazos durante unos segundos, nadando en las tropicales aguas del precioso color que circundaba sus pupilas, dilatadas al verme.
— Hola, Sonia —contesté, tragando saliva y sintiendo un cosquilleo en el estómago—. Es que quiero acabar un informe que me ha costado un poco más de lo esperado. ¿Y tú, tienes mucho trabajo?.
— No mucho —contestó, quitándose la chaqueta sin dejar de observarme.
Por un momento, me faltó la respiración. Mi jefa había ido aquel día a trabajar con unos sencillos pantalones negros, rectos pero bien ajustados a las nuevas dimensiones y atractiva forma de su culo de melocotón maduro, y en la parte de arriba, llevaba una chaqueta entallada, tipo americana, del mismo color. Estaba formal y elegante pero, al desprenderse de la americana, lo que me dejó sin aliento fue que, bajo ella, llevaba una ceñida camisa blanca, con el botón superior desabrochado, haciendo las veces de coqueto escote. Aquella prenda envolvía la rotundidad de sus pechos, proyectándose hacia delante como dos portentos de la naturaleza buscando ser liberados, de tal modo que se podía disfrutar del espectáculo de su voluptuosidad sin necesidad de utilizar la imaginación. Mi pensamiento fue el mismo que cuando la conocí: «¡Qué pedazo de tetas!». El cosquilleo de mi estómago se extendió más abajo, alcanzando mis ingles y lo que entre ellas comenzaba a cobrar vida.
— Tengo algunas tareas administrativas —prosiguió Sonia, esbozando una pícara sonrisa al verme alterado por su “destape”—, pero no corren excesiva prisa. Más bien, me quedo porque no tengo ningún otro plan, y así aprovecho para adelantar trabajo… ¿Quieres que te eche una mano con tu informe para acabarlo antes? —añadió, mirándome de arriba abajo con un brillo en sus ojos.
— No hace falta, muchas gracias —contesté, sobreponiéndome y dominando mi impulso de aceptar tan generosa oferta—. En realidad me queda muy poco y pensaba enviártelo para que pudieras revisarlo el lunes a primera hora.
— Bueno, pues si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela —noté cierta decepción en su voz, aunque enseguida decidió ejercer su poder—. Y cuando acabes, en vez de mandármelo para que lo revise el lunes, tráetelo a mi mesa y lo vemos juntos, ¿vale?.
— Eeeeehhh, claro, claro —contesté, algo confuso.
Estaba en mi derecho de irme a casa en cuanto acabase, pero no podía decirle que no a una jefa, y menos a esa jefa.
Sonriente, Sonia se fue hacia su mesa, y yo, inmediatamente, cogí el móvil para escribir a Laura. Había quedado con ella en ir a buscarla en cuanto saliese de trabajar, así que le mandé un mensaje diciéndole que tendría que salir más tarde y que le llamaría en cuanto terminase.
Concentrarme sabiendo que en toda la planta los únicos que quedábamos éramos Sonia y yo, me resultó una tarea titánica. Eché un par de disimuladas miradas hacia atrás, y en ambas vi a mi jefa sumergida en un montón de papeles sobre su mesa. Aquello calmó mis ánimos, y pude dedicarme a terminar el trabajo por el que estaba acortando mi tarde del viernes, y sacrificando tiempo de estar con mi novia.
Cuando acabé, imprimí el informe y algunos documentos de referencia, y fui a la mesa de Sonia, quien me recibió con una cálida sonrisa.
— ¿Has terminado? —me preguntó, observando los papeles que llevaba en la mano. Yo asentí—. Perfecto, ya estaba aburrida de estos rollos administrativos —añadió, haciendo sitio sobre su mesa—. Por favor, siéntate.
Cogí la silla que había ante su mesa, pero cuando iba a sentarme, ella negó con la cabeza.
— Mejor ponte aquí, a mi lado —me indicó, haciendo rodar su silla lateralmente—, así podremos ir viéndolo a la vez, y podrás explicarme lo que pueda presentar alguna duda.
Sentí que se me aceleraba el corazón y todos mis músculos se tensaban, pero traté de ser un auténtico profesional mostrándome indiferente.
— Claro —contesté—, pongo ahí la silla.
Coloqué la “silla de visitas” junto a la suya y, al sentarme en ella, constaté la diferencia de altura entre ambas. Sonia, en su silla de escritorio, quedaba más alta que yo, y a pesar de los quince centímetros de diferencia de estatura entre ambos, al sentarse ella con la espalda totalmente erguida, y yo ligeramente encorvado, quedaba por encima de mí, dándole un aire de superioridad bastante notable. Con cualquier otro jefe, posiblemente, me habría sentido algo intimidado, pero junto a ella, me sentí ante una deidad a la que adorar.
Puse los papeles ante ambos, y mi jefa, muy interesada, volvió a hacer rodar su silla para compartir la lectura, hasta quedar pegada a mi asiento carente de ruedas. A pocos centímetros de mí, su fragancia estimuló mi pituitaria. Desprendía un aroma dulce, como a golosinas, pero con un fondo fresco con matices incluso picantes. Olía increíblemente bien, quedando apenas rastro del perfume que había utilizado antes de ir a trabajar; de modo que lo que más estimuló mis sentidos y me embriagó, fue su excitante esencia natural.
— A ver qué tenemos aquí —dijo con un tono más íntimo por la cercanía, e inmediatamente se enfrascó en una rápida lectura del documento.
Parecía completamente concentrada, con sus enormes ojos moviéndose por las líneas que mi profesionalidad había escrito. Yo debería haber estado haciendo lo mismo, pero ya me sabía el informe casi de memoria, y nunca había tenido la oportunidad de contemplar a Sonia tan de cerca, así que me dediqué a observarla con detenimiento, disimuladamente, pero sin perder detalle de cada una de sus facciones y expresiones a medida que asimilaba lo que leía.
Era guapa, objetiva y arrebatadoramente guapa. Cada rasgo de su rostro estaba en perfecta armonía con el resto, y su delicada y pálida piel no era sino un lienzo donde un artista había plasmado la belleza de la naturaleza femenina, dulce y salvaje a la vez, destacando por encima del resto sus incomparables ojos. Su color verde, en la distancia corta, irisaba hacia un gris oliváceo, resultando aún más fascinante y atractivo que el esmeralda que se percibía en un simple vistazo.
«Mira que hay que ser gilipollas para cagarla teniendo a semejante bellezón en casa», pensaba. «¡Y todo por tirarse a una golfa mucho más joven!. ¡Cuántas jovencitas desearían llegar a los cuarenta y tres como Sonia!, ¡es infinitamente más interesante que cualquiera de ellas!».
Como si leyera mis pensamientos, por una fracción de segundo, me pareció que aquellos ojazos me miraban y sus labios sonreían con satisfacción, pero no estuve seguro de si ese gesto había sido real o sólo fruto de mi imaginación.
— En este punto —me dijo repentinamente, señalándome el texto—, ¿estás seguro de que la fuente de la que lo has sacado es fiable?.
Miré hacia donde su largo dedo señalaba con su uña de manicura francesa, y leí con atención el párrafo entero, sintiendo cómo ella se reclinaba un poco hacia mí y me miraba fijamente, esperando una respuesta, mientras su irresistible fragancia despertaba en mí los ancestrales impulsos que tocaron tambores de guerra entre mis piernas.
Al levantar la vista, me encontré directamente con su rostro a pocos centímetros del mío, con una expresión severa, mostrando tensión en las cejas, labios y mandíbula, aunque su mirada denotaba algo más… ¡Dios, qué sensual era!. Sentí mis latidos martilleándome las sienes, con réplicas en mis zonas más recónditas, obligándolas a desperezarse con acometidas de sangre caliente.
— Estoy completamente seguro de la fuente —dije casi en un susurro, por la proximidad entre ambos—. Proviene de información oficial publicada por el gobierno de Reino Unido, así que debemos asumir que es la situación real a día de hoy.
— Entiendo —contestó con el mismo tono susurrante, relajando su rostro para dibujar una encantadora sonrisa—. Parece que lo tienes todo muy bien atado, me gusta mucho lo que estoy viendo…
Observando cómo volvía a la lectura del documento, sentí rubor en mis mejillas. Sus ojos devoraban mis palabras escritas, mientras su mano izquierda comenzaba a juguetear con el mechón de cabello más largo que enmarcaba sus atractivas facciones. ¡Qué bien le quedaban ese corte y peinado!, ¡cómo ensalzaban la forma ovalada de su rostro!, resaltando sus pronunciadas mejillas y la línea de su mandíbula. Con su cambio de look no había tratado de ocultar las finas hebras plateadas que surcaban, aquí y allá, su castaña melena, mostrándose orgullosa de ellas, y acertando plenamente con la decisión, pues adornaban sus cabellos y le daban un aspecto aún más marcado de madurita más que interesante.
Contemplé la forma de su delicado cuello, de pálido tono, tan erótico mostrándose desnudo… Tenía un pequeño lunar sobre la yugular, un atractivo adorno que me hizo desear ser un vampiro para morder la suave piel en el lugar marcado, y alimentarme de ella para que su sangre recorriese cada fibra de mi cuerpo, haciéndola mía. Los bélicos tambores redoblaron con mayor intensidad, y mi hombría terminó de desperezarse para ponerse en estado de alerta.
Sonia me miró de reojo, esa vez sí que lo percibí claramente, y sus labios se curvaron denotando agrado, mientras su vista volvía al texto sobre la mesa. Esa fugaz mirada, ese aleteo de pestañas con un fulgor verde entre ellas, hizo que una corriente eléctrica recorriese toda mi espina dorsal.
Su distraída mano izquierda liberó el mechón de cabello con el que había estado jugueteando, para que sus dedos se deslizasen suavemente por su cuello hasta alcanzar la camisa. Tocó el borde de la prenda, y lo apartó ligeramente para comenzar a pasar las yemas por su clavícula, recorriéndola lánguidamente, de un lado a otro.
Ese gesto consiguió que mi entrepierna se pusiera en auténtico pie de guerra, obligándola a debatirse con mi ajustado bóxer y el pantalón, que la oprimían obligándola a crecer hacia mi muslo derecho, tratando de contener el inevitable aumento de grosor y longitud.
Sentí, tratando de ser impasible, cómo el calor se expandía por todo mi cuerpo, pero un inconsciente e inevitable suspiro se me escapó cuando me di cuenta de que, en algún momento, mi jefa había desbrochado otro botón de su camisa, pronunciándose su escote. Desde mi perspectiva, mis ojos no tuvieron ningún impedimento para colarse por la abertura de la prenda y darse un festín con las excitantes formas que allí hallaron. Aquel busto, aquel prodigio de la naturaleza, aquellas femeninas formas esculpidas con exquisito gusto por una generosa deidad, eran la máxima expresión de mis anhelos masculinos.
Mi jefa llevaba un sencillo sujetador blanco, cuyas copas eran escotadas, permitiéndome ver mucha más lechosa piel de la que jamás habría imaginado contemplar. Con mi mirada podía delinear perfectamente el contorno de aquellas dos portentosas formas globosas, apretadas y realzadas por la íntima prenda para constituir una mullida almohada en la que cualquier cabeza querría reposar hasta dejarse morir en el paraíso. El canalillo formado por aquellas dos majestuosas montañas, era un profundo barranco, adornado en su inicio con diminutas pecas, incitándome a la lujuria de desear invadirlo, recorriendo su trazado con la viril potencia que latía en mis pantalones.
Mi erección alcanzó su grado máximo, dolorosamente retenida por mi ropa y escandalosamente visible a pesar de encontrarme sentado.
Levanté la vista tratando de huir de mi estado de enajenación, llegando justo a tiempo de ver cómo un destello verde volvía rápidamente a la lectura, ampliándose la sonrisa en el rostro de aquella que me turbaba.
Sonia continuó leyendo, y yo traté de acompañar su lectura, pero no pude evitar desviar mi atención a cómo los dedos de su mano izquierda descendían de su clavícula, delineando uno de los bordes de la abertura de su camisa. Era un gesto totalmente inconsciente, estoy seguro de ello, pero mi jefa estaba acariciándose el escote ante mí, invitando a mis ojos a perderse nuevamente en él. Y, por supuesto, acepté la generosa invitación.
Con mi verga dura como nunca, me extasié contemplando aquel vertiginoso escote, memorizando cada milímetro cuadrado de piel, abandonándolo únicamente para disfrutar de todo el conjunto de aquel par de dones celestiales pugnando por reventar la camisa.
Tal vez fuera imaginación mía, o realmente mis sentidos se habían aguzado hasta el extremo, pero percibí de forma aún más clara, penetrante y terriblemente excitante la fragancia natural de la hembra que tenía ante mí, haciéndome entrar en combustión interna mientras mis pupilas captaban el detalle de cómo dos prominencias conseguían vencer la dictadura de la ropa, para marcarse de forma sólo perceptible para quien mirase fijamente, siendo ese mi caso. Sin lugar a dudas, a mi jefa se le habían puesto duros los pezones, y yo estaba en primera fila del espectáculo.
«Como sigas mirando así, vas a reventar el pantalón», me dije mentalmente. «Y encima, ella te va a pillar y te va soltar tal bofetón, que pensarás que han sido siete».
Con un esfuerzo casi sobrehumano por mi parte, alcé la vista, y lo primero que me encontré fue con los blancos dientes de Sonia maltratando su rojo y carnoso labio inferior. Se lo mordía en un gesto de inequívoca lujuria contenida, lo cual me fue verificado cuando, al seguir con el ascenso de mi mirada, comprobé que la suya, de reojo, se proyectaba hacia abajo, clavándose directamente en mi abultada entrepierna.
«Joder, joder, joder», me repetí a mí mismo. «Esto no puede estar pasando. Mi jefa, la madurita buenorra que es mi jefa, me está mirando el paquete… ¡Y está excitada!».
Desvié mi vista hacia la mesa, y cerré los ojos repitiéndome como un mantra: «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…» Hasta que mi atento oído percibió un tenue y casi inaudible resoplido.
Abrí los ojos y miré nuevamente a Sonia. Había vuelto a la lectura para terminar con el documento, pero su boca había quedado ligeramente entreabierta, sus labios se veían de un color más intenso que el habitual, y humedecidos con saliva, mientras sus mejillas habían tomado un rubor más que notable. Estaba preciosa.
Tratando de sacar fuerzas de donde apenas me quedaban, sabiendo que podía estar jugándome mi integridad, mi trabajo, e incluso la relación con mi novia, puse todo mi empeño en leer el documento, como estaba haciendo ella, para ignorar mi estado de excitación y tensión sexual. Pero mi cuerpo era un cóctel hormonal, y la testosterona nublaba mi juicio, así que no pude evitar que mis ojos volvieran una y otra vez a contemplarla, con rápidos vistazos en los que confirmé que ella estaba tan excitada como yo. Su respiración se había acelerado, de tal modo que sus pechos subían y bajaban apresuradamente, deleitándome con su movimiento mientras su mano, incapaz de quedarse quieta, recorría distraídamente su escote acariciando suavemente la piel.
En un par de ocasiones, para mi orgullo y empeoramiento de mi estado de ansiedad, capté cómo su mirada se desviaba de los papeles para ir directamente al epicentro de mis clamores por hacerla mía.
¿Quién había iniciado esa espiral de tensión sexual, ella o yo?, ¿cuál de los dos había arrastrado al otro hasta aquel estado que, inútilmente, tratábamos de disimular?. ¿Quién era víctima y quién ejecutor?, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?...
— Uuuffff —suspiró Sonia, dándole la vuelta a la última hoja del documento para dar por concluida su revisión—. ¡Qué informe más potente! —exclamó, echando un último y rápido vistazo a mi entrepierna.
¿Realmente se estaba refiriendo al informe, o a lo que atraía su mirada?.
— ¿Tú crees? —pregunté, llamando la atención de su ojos hacia mi rostro.
Mi jefa se incorporó, separándose un poco de mí, sacando pecho y arqueando ligeramente su espalda, adquiriendo una pose que regaló mi vista con el espectáculo de sus formas ensalzadas.
«¡Pero qué pibón!», exclamé por dentro, sintiendo los latidos de mi polla torturándome. «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…»
— Por supuesto —me contestó—. Es largo, contundente y bien delineado en las formas… ¡Me encanta!.
¿De verdad se estaba refiriendo al informe?.
— Me alegra que te guste —dije, suspirando—. No sabía si te parecería demasiado… atrevido o duro, pero estaba deseando enseñártelo y que tú juzgases qué hacer con él.
Yo también sabía jugar con las palabras.
— Y me has dejado gratamente sorprendida —contestó, sonriendo con picardía—, tanto, que desearía que fuese mío…
— Bueno, tras tu revisión ya lo es… ¿Dónde quieres que te lo meta?.
Sin duda, mi riego cerebral no era suficiente, mi sangre se acumulaba en otra zona, y ésta había adquirido conciencia de sí misma para tomar el control de mis palabras.
La sonrisa de Sonia se amplió.
— Métemelo todo…
Ya está, se acabó, una orden directa, y yo era muy diligente.
— …en el disco duro común —continuó, tras tragar saliva—, el informe y toda la documentación asociada. Guárdalo todo en la carpeta del cliente, y el lunes, a primera hora, se lo mandaré.
Sí, no había duda, estaba hablando del informe. Mi integridad y mi puesto laboral seguirían intactos.
— De acuerdo —contesté, con un contradictorio sentimiento de alivio y decepción—. Entonces, si no necesitas nada más, ya me marcho.
— Sólo una última cosa —me dijo, con una enigmática expresión en sus ojos. ¿Tal vez decepción?—. Ya que el informe está impreso, ¿puedes traer el archivador del armario para guardarlo?.
— Por supuesto, ahora mismo te lo traigo.
Me levanté rápidamente, y fui directamente al armario que hacía las veces de archivo histórico, en el lado opuesto de la oficina. Me costaba caminar con mi miembro, tremendamente erecto, pegado a mi muslo derecho, pero el paseíllo y el par de minutos que necesité para encontrar el archivador correcto, me permitieron recobrar parte de mi compostura para volver a la mesa de Sonia.
El bulto en el pantalón seguía siendo patente, pero no tanto, permitiéndome caminar con mayor libertad, hasta que llegué a pocos metros de mi jefa. Entonces me di cuenta de que ella había echado su silla hacia atrás, permitiéndome verla sentada de cuerpo entero, con la piernas cruzadas apuntándome, mientras su vista permanecía fija en cómo me acercaba, y sus dedos volvían a acariciar su cuello y clavícula.
El cosquilleo en mi estómago se presentó nuevamente, irradiándose con la velocidad del rayo a mi entrepierna, que reaccionó deteniendo su toque de retirada.
A tan sólo un par de metros de mi jefa, esperándome ella sentada, mi perspectiva acercándome me brindó una espectacular vista aérea de la abertura de su camisa, haciendo sonar las cornetas en mi bóxer para que mi fiel soldado se pusiera firme en su puesto. Cuando llegué ante ella, rodeando su mesa y aparentando total normalidad, me planté con mi metro ochenta y cinco ante sus verdes ojos, con una auténtica empalmada de caballo.
Sonia se quedó mirando con descaro la fálica forma que se marcaba escandalosamente en mi fino pantalón, por lo que yo no tuve ningún reparo en aprovechar mi ventajosa perspectiva para admirar la plenitud de sus senos a través de su increíble escote.
— El archivador —dije, ofreciéndoselo.
Mi espectadora alzó su rostro y nuestras miradas se encontraron. Sus ojos refulgían con destellos verdes y las llamas de su excitación. Cogió el archivador con una mano y, sin siquiera mirarlo, lo apartó dejándolo sobre la mesa.
Me observó de la cabeza a los pies, volviendo a subir con una parada bajo mi cintura, que le hizo morderse el labio, para alcanzar nuevamente mi cara mientras yo estaba perdido en el balcón de sus deliciosos pechos.
— Me encanta —dijo, casi en un susurro—. Y sabes que no me refiero al informe…
Mis ojos volvieron a su bello rostro, cuya dulzura habitual se había transformado en una expresión de pura lujuria.
— Lo sé —contesté, casi sin aliento al comprobar que había interpretado correctamente todas las señales—. Me vuelves loco, Sonia…
— Ya lo veo, ya —dijo, volviendo su incandescente mirada a mi tremenda evidencia—. Está claro que la nota que me escribiste no era sólo un cumplido… Chico, vas muy potente…
— Sólo quería animarte porque me enteré de lo que te había pasado —sentía el rubor como fuego en mis mejillas—. Pero te puse lo que de verdad pienso, y como ves, no puedo negarlo…
— Pues conseguiste tu objetivo —su mirada iba constantemente de mi cara a mi paquete, al igual que la mía iba de su rostro a su escote—. Conseguiste hacer saltar un resorte en mi cabeza, y volví a sentirme una mujer, no el despojo humano en que me había convertido.
— Tú nunca podrías ser un despojo —le dije, sintiendo cómo me palpitaba el miembro cada vez que ella volvía a morderse el labio—. Siempre me has parecido tan sexy… desde el día en que te conocí…
— Eres un encanto. No te imaginas lo gratificante que resulta que un jovencito le mire a una del modo en que me había dado cuenta que tú me mirabas a mí… Por eso tu nota me gustó y… me excitó. Así que decidí que era el momento de recuperar esa forma tuya de mirarme.
— Uf, Sonia, ¡es que cada día estás más buena!.
Ella emitió una encantadora risa.
— Deja de halagarme, o al final se me subirá a la cabeza —dijo, encantada con mi apreciación—. Además, eso que guardas en los pantalones ya me dice lo que piensas de mí…
Miré hacia mi propia entrepierna, hasta entonces sólo había echado un rápido vistazo para comprobar si se notaba mi estado, y corroboré que, tanto el bóxer como el pantalón que había elegido aquella mañana, no dejaban lugar a la imaginación. Mi verga se distinguía claramente marcada en la ropa, partiendo desde el pubis para prolongarse por mi muslo derecho, como una gruesa y larga anaconda que buscase una salida a su doloroso encierro.
Volví a mirar a mi jefa y sonreí, pero en esa pausa en la que los dos mantuvimos nuestras miradas y contuvimos nuestras respiraciones, mi conciencia despertó: «¡Ale, muy bien!. Ella ya sabe que te pone burrísimo, y tú ya sabes que a ella le pones, o le pone que te ponga, ¡o lo que sea!. Pero ya sabes que no puede haber “mambo” con tu jefa, ni en la oficina, ni con nadie que no sea Laura. Así que ya estás cargando con el trabuco y llevándoselo a su legítima dueña: TU NOVIA».
— Bueno —dije, cortando el silencio que se había creado—, creo que debo…
— Recibir mi gratitud por ayudarme a salir del pozo —me interrumpió ella.
Descruzó las piernas, hizo rodar unos centímetros su silla hacia delante y, mordiéndose el labio, alcanzó mi entrepierna con su mano derecha, acariciando todo el contorno y longitud de mi falo atrapado.
Un leve gemido se escapó de entre mis labios al sentir tan placentera caricia, mientras ella impulsaba la silla con los pies, acercándose aún más a mí, hasta situarse a tan sólo unos centímetros de mi pelvis, aprovechando que mis piernas se habían abierto en respuesta a su mano.
Mirándome a los ojos con una sonrisa excitantemente perversa, se ayudó con la otra mano para desabrocharme el pantalón y bajármelo a medio muslo.
— Mmmm… —emitió, aprobando mi ropa interior de tejido elástico marcando paquete.
A mi novia le encantaba ese tipo de prenda, y puesto que esa tarde iba a quedar con ella, la había elegido a conciencia.
Laura volvió a ocupar mi cabeza, pero la maniobra de Sonia agarrando mi verga para moverla en mi ropa interior, girándola como si fuese la manecilla de un reloj para colocármela apuntando a las doce, la echó a patadas de mis pensamientos.
Mi jefa volvió a mirarme con su perversa sonrisa de lasciva madurita, y me quedé extasiado contemplando el brillo de sus ojazos, la sensualidad de sus labios y la profundidad de su escote. Tiró de la prenda que entorpecía sus intenciones, y desenfundó mi arma, mostrándose en todo su esplendor: dura como el acero, con su tronco surcado de gruesas venas y el redondeado glande húmedo y sonrosado.
— ¡Joder, chico!, ¡qué bien dotado estás! —exclamó mi debilidad laboral, con satisfacción, empuñando mi polla con ganas.
Una carcajada se me escapó. Primero de gozo por el halago, y segundo porque, en casi tres años, nunca había oído a mi jefa decir un taco o hablar de esa manera.
— Gracias —contesté, sonriéndole e incapaz de creerme cuanto estaba ocurriendo—. Tú me has puesto así.
— Entonces me pertenece —aseguró, acariciándola con su mano, recorriendo todo su grosor y longitud: arriba y abajo, arriba y abajo, haciendo brotar más humedad de su punta.
«¡No!», gritó mi conciencia, sin que nadie pudiera oírla. «¡Le pertenece a Laura!».
La lenta y suave paja que aquella experta mujer me estaba realizando, me hizo sordo a cualquier reproche de mis principios.
— Ummm, me encanta —añadió Sonia, manteniendo el masaje de mi miembro—. Haría palidecer al cabronazo de mi ex…
Aquella forma de masturbarme, tras tanta tensión acumulada, me estaba matando, así que no iba a tardar en encontrar alivio para aquella tortura a mi joven resistencia.
— ¿Sabes cuánto hace que no me como una polla?, ¿una buena polla?. Se acabó la sequía….
Aquellas palabras no me cuadraban en esa deliciosa boquita de piñón, en la corrección dialéctica de mi jefa. En ella resultaban mucho más excitantes de lo que sonarían en cualquier otra mujer.
— Puede venir cualquiera y pillarnos —dije, sin aliento, tratando de recobrar la cordura en última instancia.
— Nadie aparece por aquí un viernes por la tarde —susurró la reina de mis fantasías—. Nadie me va a impedir que me coma esta polla…
Sus palabras fueron refrendadas al contactar sus rosados labios con mi glande mientras su cabeza bajaba, haciendo que la testa de mi polla invadiese su cálida y húmeda boca, deslizándose suavemente sobre su lengua mientras el tronco iba penetrando entre sus sedosos pétalos.
— ¡Ooooohhhh! —gemí, sintiéndome en el paraíso.
«Arderé en el infierno por cabrón infiel, junto al exmarido de esta increíble mujer», pensé por un instante. «Pero habrá merecido la pena».
Sonia tenía una pequeña boca de carnosos labios y bonita forma, pero parecía delicada y poco propensa a disfrutar de la comida, sin embargo, las apariencias engañan. Su boca era golosa, succionando con glotonería mi banana, imprimiendo fuerza con los labios y devorando cuanta carne era capaz de acoger, hasta sentirme tocando su campanilla.
Su suavidad, calor y humedad, y la presión de sus labios, lengua y paladar, hicieron vibrar mi verga dentro de aquella maravillosa cavidad, haciéndome sentir cómo mi próstata bombeaba un repentino caudal de líquido seminal a través del conducto de mi gruesa manguera.
— ¡Sonia, Sonia, Sonia…! —grité.
Ella hizo oídos sordos a mi aviso, limitándose, únicamente, a desincrustar mi glande de su garganta para, sin dejar de succionar, sacarse sin prisa la polla de la boca, hasta hacerla estallar dentro de ella.
Me corrí apretando los dientes, ahogando un gruñido animal. Mi músculo palpitó dentro de la boca de mi jefa, eyaculando borbotones de hirviente semen que mi próstata propulsaba con todo el furor de la tensión acumulada. Inundé con mi elixir aquella boquita, saturándola con mi sabor de macho, y me deleité observando cómo los carrillos de Sonia se hinchaban como los de una trompetista. Pero enseguida volvieron a hundirse hacia dentro, haciéndome sentir en mi convulsionante miembro una increíble succión, que le obligó a seguir disparando con furia todas las reservas acumuladas para ese momento.
Sonia tragó las primeras y abundantes descargas de leche que habían colmado su cavidad y, realizando un suave vaivén de cabeza, mamó mi pedazo de carne hasta obtener de él su último y agónico estertor, con una postrera succión que finalizó haciendo brotar mi enrojecido glande de entre sus pétalos con un chasquido.
Fascinado, contemplé cómo los ojazos de mi felatriz se abrían y me miraban fijamente mientras, con la boca cerrada, saboreaba y tragaba los últimos lechazos que se habían estrellado contra su paladar.
Nunca habría imaginado algo así de ella, siempre tan dulce y comedida, tan correcta, tan formal y educada… Esa transformación en hembra lasciva, hambrienta y glotona en el momento pasional, se convirtió en una revelación que echó aún más leña a las hogueras de mis fantasías con ella.
«Señora en la calle y puta en la cama», pensé con satisfacción. «Sin duda, la experiencia es un grado».
Por norma general, las chicas que rondaban mi edad, al menos aquellas con las que yo había estado, actuaban en el sexo tal cual se mostraban en la vida. La que era puta, era puta; la tímida, era tímida; la egoísta, egoísta; la generosa, generosa….Pero la lección que Sonia acababa de darme, la hizo mucho más misteriosa y atractiva que cualquier otra chica a la que hubiese conocido, y la lección no había hecho más que comenzar.
— Mmm… Pues sí que te caliento, sí —me dijo, con una seductora sonrisa—. Has entrado enseguida en erupción…
— Sonia, lo siento —traté de disculparme, rojo como un tomate—. Me has puesto tanto… Te he avisado…
Mi jefa rio con ganas.
— No tienes por qué disculparte, me ha encantado. Lástima que no me haya dado tiempo a disfrutar más con ello. Será por tu juventud… Eres tan joven… —afirmó, observando que mi erección se mantenía a media asta— Y estás tan rico…
Su mano acarició mis testículos con dulzura, produciéndome un cosquilleo que me hizo estremecer.
— Uuuuffff… —suspiré— Eres increíble, y si sigues por ese camino…
— ¿Ah, sí? —preguntó, extendiendo sus caricias hacia el músculo que se negaba a replegarse—. Entonces sólo ha sido un aperitivo, y tengo tanta hambre…
Sus ojos refulgían con una incontrolable lujuria, y me di cuenta de que, mientras su mano izquierda acariciaba arriba y abajo el mástil, manteniéndolo en vilo, la otra bajaba a su propia entrepierna para frotarla por encima del pantalón.
Mi polla volvía a endurecerse. La situación era tan prohibida y excitante, y mi jefa tan sexy y experta, que ella tenía razón. Mi precipitada corrida sólo había sido un aperitivo fruto de una tensión incontenible, que había alcanzado tal grado, que todo mi cuerpo clamaba por dar lo mejor de mí mismo para llegar a una satisfacción completa.
Comprobando cómo ese pedazo de carne se revitalizaba en su mano, Sonia no dudó en volver a acercarse a él, sacando su lengua para lamer lentamente desde los testículos hasta la punta, provocando una elongación que le hizo sonreír, mientras su mano derecha se colaba por la cintura de su pantalón para acariciarse suavemente bajo la ropa.
Yo sólo podía suspirar, mudo y expectante, disfrutando de las sensaciones y el espectáculo que alimentaría para siempre mis sueños húmedos. Me parecía increíble que esa preciosa y experimentada mujer, que esa inalcanzable diosa de sabiduría y dulzura, se estuviese haciendo terrenal para dejarse dominar por sus pasiones, mostrándome una insospechada faceta de hembra en celo. ¡Y yo era el causante de esa transformación!.
Su lengua circundó mi glande, y sus labios se posaron sobre él dándole un beso. Lo recorrieron suavemente, envolviéndolo para introducirse entre ellos unos milímetros, mientras la punta de su lengua lo palpaba jugueteando con él. Lo dejó salir, y fue bajando y depositando besos por toda la longitud del tronco, haciéndome sentir la suavidad de sus carnosos labios en todo mi miembro.
— Me encanta sentir cómo se te está poniendo de dura —me dijo, volviendo a acariciarla con la mano mientras besaba mis ingles—. Y más aún que sea por mí…
— Joder, es que no soy de piedra —dije entre dientes.
— Pues de piedra quiero que se te ponga en mi boca… —sentenció, con una sonrisa maliciosa.
Partiendo desde el escroto, pasó toda la superficie de su lengua por el tronco de mi hombría, sujetándola en alto, dándole una lamida que hizo que un escalofrío recorriese mi columna vertebral, obligándome a arquearla y mover mi pelvis hacia delante. Cuando llegó al extremo de mi erección, casi completa, la bajó y guio entre sus labios para, con la ayuda de mi suave empuje, penetrarse la boca succionando cuanto músculo pudo.
Mi polla se convirtió en un dolmen en aquella divina cavidad que la envolvió, alcanzando su máximo grosor, mientras sentía cómo los labios de Sonia ejercían una enloquecedora presión a tan sólo un par de dedos de mi pubis, y su garganta acogía mi bálano como si pudiese tragárselo. ¡En mi vida me habían hecho una mamada tan profunda!, ¿y quién podría pensar que mi jefa era una auténtica tragasables?. Era una loba con piel de cordero, ¡mejor aún que en cualquiera de mis fantasías!.
La miré con absoluta fascinación, y vi cómo se echaba hacia atrás abriendo sus enormes ojos verdes para contemplar mi rostro desencajado de placer, mientras se desincrustaba la gruesa cabeza de mi cetro de su garganta y volvía a succionar poderosamente, haciendo surgir mi sable entre sus labios, que lo apretaban masajeando toda su longitud hasta circundar nuevamente el glande, y hacerlo salir con un chasquido.
— Uuufff, Sonia —dije, tras un breve gruñido de gusto—, así me matas…
— Estás tan rico —me contestó, con gesto vicioso, sin detener el movimiento de su mano trabajándose la entrepierna bajo la ropa—, que quiero comerte entero…
Sin más dilación, sus labios volvieron a tomar mi lanza y la succionaron hacia el interior de su boca, haciéndome estremecer de gusto, y regalándome la vista con el fuego esmeralda de su mirada mientras mi polla desaparecía entre sus sedosos pétalos, hundiéndose sus carrillos.
Como si se tratase de un Chupa Chups, mi jefa se recreó recorriendo todo la cabeza de mi verga con sus labios, embadurnándola de saliva, deslizándola entre ellos, haciéndola salir y entrar, acariciando el frenillo con la punta de su lengua, volviéndome loco con sus golosas chupadas. Y todo ello sin dejar de atravesarme con su lujuriosa mirada, permitiéndome disfrutar de las mejores vistas posibles de su escote, y masajeándose el clítoris bajo su pantalón con devoción.
Con mi polla en la boca, comenzó a gemir con el trabajito digital que ella misma se estaba realizando. Se estaba masturbando a conciencia, disfrutando casi tanto como yo, y pude deducir que se metía los dedos bien adentro, cuando engulló mi pepino con especial voracidad.
— Uuuummm, Soniaaaaahhh —gemí, sintiendo sus labios oprimiéndome tan abajo que su garganta acogió la punta de mi jabalina.
Las piernas me flaquearon por la potencia de su succión y el placer que me proporcionó. Hasta el punto de que, inconscientemente, tuve que sujetarme poniendo mis manos sobre su cabeza. Ella gimió por el efecto de sus dedos explorando los más recónditos lugares de su encharcado coñito, pero también gimió aprobando que la agarrase de aquel modo.
Empecé a sospechar seriamente que a ella le excitaba sobremanera que yo la encontrase irresistible, y que mi placer fuera extremo por su pericia. Tal vez, aquello supusiera un alimento para su maltrecha autoestima: Su exmarido le había puesto los cuernos y dado al traste con su matrimonio por una veinteañera, hundiéndola en una depresión. Y el que un veinteañero se hubiera fijado en ella, mostrándose salvajemente atraído por sus encantos, y derritiéndose en sus manos, debía ser un potente afrodisiaco para su ego.
Chupó con gula toda mi polla, haciéndola deslizarse entre sus labios, sacándosela mientras la envolvía ejerciendo fuerza con toda su boca, convirtiendo aquella mamada en la más intensa experiencia sexual que había tenido nunca. Cuando llegó al extremo, mi estado era tal, que ya no respondía de mis actos. Mis manos presionaron su cabeza, y mi pelvis empujó hacia delante para penetrarla nuevamente. Sonia gimió con la boca llena de carne, cerrando los ojos para entregarse, y percibí que hundía con más ahínco su mano en su entrepierna.
Viendo que aquello, lejos de intimidarle o resultarle brusco, le gustaba, le metí la polla hasta donde sentí que ella era capaz de tragar, y se la saqué despacio, oyendo el sonido de su saliva al ser sorbida mientras mi músculo surgía de entre sus labios. De no haberme corrido instantes antes, lo habría hecho en aquel momento. Pero ahora tenía margen para disfrutar un rato de aquello.
Comencé un vaivén de caderas, suave para no dañar a mi diosa oral, pero constante, haciendo entrar una y otra vez mi ariete entre sus lubricados pétalos, mientras ella gemía masturbándose al ritmo que mi pelvis le marcaba.
Perdí totalmente la noción del tiempo, completamente entregado a follarme esa maravillosa boca como nunca antes había hecho, gozando de la presión y fricción de sus labios, la calidez y humedad de su cavidad, la potencia de succión… Hasta que Sonia me apartó las manos de su cabeza, indicándome que la dejara.
«Ahora es cuando me la calzo y le doy lo que llevo casi tres años aguantándome», pensé.
Pero no, aquel no era el plan inmediato de mi jefa. Estaba disfrutando como una loca de comerse mi joven polla mientras se masturbaba ávidamente. Así que estaba dispuesta a retomar ella el control, acelerando el ritmo de su mano para frotarse ansiosamente el clítoris, mientras degustaba mi músculo con mayor glotonería, alcanzando un increíble poder de succión, y un frenético movimiento de cervicales, digno de un melenudo en al momento álgido de un concierto de Heavy Metal.
Aquello iba a ser mi fin. La voracidad de la mamada era sublime, un canto al apetito sexual, una oda a la generosidad de proporcionar el goce ajeno, una auténtica apología de la felación…
Con los dientes apretados, casi sin respiración, disfruté de la impensable gratificación laboral que mi jefa me estaba dando, tratando de aguantar todo lo posible para que aquello no acabase de forma precipitada. Pero esa batalla la tenía perdida de antemano.
Sonia gemía con la boca llena de macho, incesantemente, a la misma velocidad con la que se acariciaba y me devoraba, haciéndome notar que su propio orgasmo era tan inminente como el mío.
Todo mi cuerpo vibró, y pensé que era el fin, pero no. Lo que vibraba era mi móvil en el bolsillo de mi pantalón.
«¿Pero quién cojones me llamará ahora?», me pregunté, consiguiendo evadirme por unos instantes del sublime placer físico. «¡Como para coger llamadas estoy yo ahora!».
La vibración cesó, y todos mis sentidos volvieron a centrarse en lo que ocurría en mi región pélvica. Mi jefa no parecía haberse dado cuenta de la llamada, concentrada en estallar de placer y arrastrarme con ella. Estábamos a punto de caer los dos al vacío, pero…
“¡Bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz…!”
«¿Otra llamada?», pensé fuera de mí. «¿Pero quién puede ser tan inoportuno y pesado?».
Esta vez la llamada fue más larga, o a mí me lo pareció, hasta que la molesta vibración se detuvo sin que Sonia diese muestras de haber notado nada. Es más, no sólo no se había distraído, sino que había progresado en la búsqueda de su orgasmo hasta regalar mis oídos con gritos ahogados mientras se corría, casi arrancándome el miembro, pero sin llegar a sacárselo de la boca.
«No, si al final tendré que agradecer a quien me haya llamado el haberme distraído…» pasó fugazmente por mi cerebro.
Pero el arrebato orgásmico de Sonia terminó por rematarme. La presión en el interior de su boca, con efecto ventosa, me hizo sentir que mi polla estallaba como un cartucho de dinamita dentro de aquella cueva. Me corrí como una botella de champán agitada y descorchada, como un géiser de hirviente semen que arremetió contra el paladar y la lengua de mi jefa, cuya succión evacuó rápidamente hacia su garganta el varonil elixir, mientras ella disfrutaba aún de los últimos ecos de su orgasmo.
Mi musa bebió de la fuente de mi excitación, consumiendo su delirio y el mío hasta que ambos murieron, uno en su sexo, y el otro en su boca. Y, por fin, liberó al violáceo prisionero de su encierro, depositando un jugoso beso en su redonda cabeza, para deleitarse con el postre de mi última descarga antes de tragarla.
Con la respiración propia de un maratoniano, me maravillé contemplando cómo mi bella jefa eliminaba todo rastro de lo que allí acababa de ocurrir, chupándose de forma increíblemente provocativa los dedos embadurnados con sus propios jugos. Pero mi valiente soldado ya no tenía fuerzas para presentar batalla, al menos durante un rato.
«Mejor que esto haya acabado así», pensé. «Sin llegar a echar un polvo completo. Así, tal vez, no arda en el infierno por toda la eternidad por serle infiel a mi novia. Con recibir veinte latigazos de mi conciencia, diez por corrida, será suficiente castigo».
Ante la evidencia de que aquello había acabado, y en un pueril ataque de pudor por la decadencia de mis efectivos, me subí el bóxer y el pantalón, abrochándolo ante la atenta mirada de mi capitana general.
— ¿Tienes prisa? —me preguntó, con un cierto tono de decepción.
— N-no —conseguí decir, poniéndome completamente colorado—, supongo que no.
— ¡Qué mono! —exclamó, divertida—, y ahora te da vergüenza… Cuando acabas de follarme la boca y correrte en ella… —añadió, mordiéndose el labio.
— Yo… —la verdad es que no sabía que decir— Me pones tanto que creo que se me ha ido de las manos…«¡Y tengo novia!», gritó mi conciencia.
— Bueno, reconozco que a mí también se me ha ido de las manos. Nunca había estado tan cachonda…
Seguí alucinando con esa forma de hablar de mi jefa, habiendo perdido todo formalismo para que sus palabras sonasen afrodisíacas en mis oídos.
— …pero, claro, te has pasado toda la tarde mirándome las tetas y marcando un paquete como para reventarte el pantalón… Y estás tan rico…
Sus ojos, aún mostrando el brillo de la lujuria, volvieron a estudiarme de arriba abajo.
— Es que, Sonia, no puedo dejar de mirarte porque estás tan buena… Y ese escote…
— ¿Te refieres a esto? —me preguntó con picardía, mientras se desabrochaba otro botón, invitándome a perderme entre esos Alpes suizos.
— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, verbalizando mis pensamientos de ocasiones anteriores—. Sólo comparables a esos ojazos que me tienen hipnotizado desde que te conocí —suavicé el tono en última instancia.
Sonia rio con verdaderas ganas. Una cantarina risa que hacía muchos meses que no se oía en esa oficina.
— Eres todo un seductor —me dijo, recomponiéndose y poniéndose en pie—. Anda, ven aquí —añadió, pasando sus manos en torno a mi cuello, pegando su voluptuoso cuerpo al mío y ofreciéndome esos labios que me habían derretido.
«Al final, arderé junto a su ex», pensé.
Mis manos la tomaron por su sinuosa cintura, mi rostro bajó al encuentro del suyo, y mi boca se hizo con su aliento para entregarme a un pasional beso.
La experta lengua que había agasajado mis más bajas pasiones, se convirtió en una escurridiza anguila en mi boca, acompañándola mi húmedo músculo en sus eróticas contorsiones para interpretar juntas una sensual danza.
Aquel beso era tan fogoso y excitante, y en un entorno tan ajeno a todo tipo de rituales amatorios, que sentí cómo todo mi cuerpo volvía a vibrar. Pero Sonia también lo sintió, porque el centro de la vibración se encontraba en mi muslo izquierdo, pegado a ella.
— ¡Joder! —dijo, separándose de mí—. ¿Otra llamada?. Sí que debe ser importante…
— ¿Te has enterado de las anteriores? —pregunté, sorprendido.
— Julio, te estaba comiendo la polla… —contestó, guiñándome un ojo verde-grisáceo en la corta distancia.
¡Cómo me ponía que ella me hablase así!.
— …así que podía oír el zumbido del móvil cada vez que me agachaba un poco más —concluyó, haciéndome otro fascinante guiño—. Anda, cógelo, que para hacer tres llamadas casi seguidas, sí tiene que ser importante.
Sonriendo, embobado con su belleza, saqué el vibrante teléfono del bolsillo y me quedé pálido al mirar la pantalla.
— ¡Venga, contesta! —insistió mi jefa, con tono autoritario.
— ¿Sí?... —dije, descolgando y acercándome el aparato a la oreja—. …¿Ah, sí?. Perdona, estaba… muy ocupado… —añadí, observando cómo Sonia se divertía al ver cambiar mi color del frío blanco al cálido rojo— …Vale, vale, ya he terminado, ahora bajo.
Colgué la llamada y tragué saliva.
— ¿Y bien?, ¿era importante? —me interrogó mi debilidad laboral, cruzando sus brazos bajo sus magníficos pechos.
— Sí, era mi novia —ni pude, ni quise mentir—. Quería darme una sorpresa… Me está esperando en el bar de abajo.
— ¡¿Qué?! —gritó Sonia, fuera de sí—. ¿Qué tienes novia?. Pero, pero… ¡no me lo habías dicho!.
— Bueno, nunca ha surgido la ocasión… —alegué pobremente, sintiéndome el ser más ruin del mundo.
— ¡¿Que nunca ha surgido la ocasión?! —Sonia estaba furiosa como nunca la había visto, roja de rabia y con el rostro desencajado—. ¿Y qué tal antes de meterme tu polla en la boca?.
En aquel momento su lenguaje no me excitó nada, me sentó como un invisible bofetón.
— Lo siento, Sonia…
— ¡Sal de mi vista! —sus preciosos y expresivos ojos brillaban, pero no de lujuria, sino de ira incontenible.
Me sentí intimidado, minúsculo, como un grano de sal en una salina, incapaz de mantener aquella mirada, pues no tenía ningún argumento para poder hacerlo.
Como un perro apaleado, pero sintiéndome más vil que una comadreja, me di la vuelta y me marché de allí.
«¿Sólo veinte latigazos?», preguntó mi conciencia. «Prepárate para cien… Y el castigo de tu jefa».
6 comentarios - Sonia, mi jefa deseada. parte 2