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Harry Potter y el libro de Eros V

8.Oscuridad

El Expreso de Hogwarts saldría dos horas más tarde, y como siempre, las prisas de última hora se apoderaron de la casa de los Weasley. Molly estaba desesperada gritando a Ron por no haber pensado antes en dónde estaba su uniforme de guardián, mientras Ginny preguntaba una y otra vez por su libro de Herbología y Hermione se tiraba de lo pelos, segura de que se le habría olvidado algo. Harry estaba en la habitación de Ron acabando de llenar su baúl cuando por la puerta entró Fleur, con unos leggings negros bien apretados y una camiseta de deporte que mostraba su ombligo.



- Pógtate bien con mi hegmana, Haggy -dijo, dándole un abrazo.

- Descuida, Fleur. Estaré atento para que se integre rápidamente.

- Genial -dijo la francesa, con los ojos fijos en Harry-. Veggás que en mi familia somos muy... aggadecidas -acabó, agarrando el pene del mago.



Harry se quedó mirando a Fleur a los ojos y deseó no tener que irse nunca de alli. En ese mismo instante la señora Weasley gritó su nombre.



- Vaya Haggy, paguece que te tienes que ig. Es una pena -dijo la francesa mordiéndose el labio y con la vista fija en el duro aparato de Harry, que tenía bien agarrado a través del pantalón-. Espegagué impaciente las vacaciones de Navidad.



Fleur le dedicó una última sonrisa antes de soltarle y abandonar la habitación contoneando su magnífico trasero.



Harry se quedó dándole vueltas a la cabeza. Nunca había tenido demasiada suerte con las chicas y no encontraba explicación a lo que estaba ocurriendo últimamente a su alrededor. Otro grito de la señora Weasley le sacó de su ensimismamiento, y bajó rápidamente a la cocina, donde todos esperaban ya.



Una vez en la estación de tren, se repitió la escena de todos los años, con toda la familia corriendo antes de que se cerrase la entrada al andén 9 y 3/4. La señora Weasley derramaba unos lagrimones mientras despedía a Harry, Hermione, Ron y a Ginny y les pedía que se portasen bien. Los Weasley saludaban al aire para que nadie se fijase demasiado en que la que daba el espectáculo era su madre.



El Expreso salió con un fuerte pitido mientras los cuatro amigos buscaban sitio. Harry saludó a Cho Chang al cruzársela y se dio la vuelta para ver bien lo corta que era la falda de cuadros azules que llevaba. La chica de rasgos asiáticos era una de sus debilidades, y ver sus largas piernas bajo tan escasa tela no iba a ayudarle. Volvió a la realidad con un codazo de Ron. Ginny se quedó atrás, en el compartimento de unas chicas de Hufflepuff, y el resto siguió.



Por fin llegaron a su compartimento, donde se acomodaron y comenzaron a hablar de las asignaturas que les esperaban ese curso y especulaban sobre quién sería el nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Hermione parecía entusiasmada ante la idea de comenzar las clases de nuevo. No era nada raro en ella, que pasaba más tiempo en la biblioteca que en su habitación. Ron no parecía muy convencido cuando su novia le propuso que la acompañase en sus largas jornadas de estudio.



Al poco rato llegó Luna, con su larga melena rubia suelta y vestida con un conjunto muy extraño. Por un lado llevaba una sudadera de color rosa varias tallas más grande de lo que correspondía, mientras que las piernas las cubría escasamente una falda negra ceñida, con unas medias de puntilla que llegaban hasta la mitad del muslo y se unían bajo la falda mediante ligas. Sus zapatos parecían pertenecer a su padre, grandes, marrones y más propios para un hombre que para una joven estudiante.



Luna se lanzó a darle un beso a todos antes de colocar sus cosas y acomodarse enfrente a Harry. Tenía una extraña forma de sentarse, con las plantas de los pies juntas sobre el asiento, mientras apoyaba los brazos en el interior de sus rodillas. No era la postura ideal llevando una falda tan corta, Harry podía ver perfectamente las transparencias de la ropa interior de Luna.



- ¿Te gustan, Harry? -preguntó despreocupada Luna-. Me depilé esta mañana por lo que pudiera pasar, y veo que fue una buena idea, aunque no esperaba que fueras tú el que se fijara.



Harry se moría de vergüenza mientras Ron se partía y Hermione se aguantaba la risa intentando poner cara de desaprobación. Estaban acostumbrados a las excentricidades de la chica, pero al final los cogía desprevenidos. Al cabo de un tiempo, Ron y Hermione tuvieron que ir al vagón de los prefectos, dejando a solas a Harry y Luna.



En la próxima edición de El Quisquilloso se resolverá el misterio de los duendecillos de Cornualles y su relación con la producción masiva de poción supresora.

- Vaya, Luna, cada vez los reportajes son más interesantes -dijo Harry, esperando que no le creciera la nariz.

- Lo sé -se limitó a responder la rubia-. ¿Te importa que me cambie? -preguntó mientras corría la cortina del compartimento.

- Eh... No... Supongo



Harry vio cómo su amiga sacaba el uniforme de Hogwarts de la maleta y acto seguido se desprendía de su sudadera. Debajo tan sólo llevaba un sujetador sin asas que aguantaba bien el peso de los pechos de la chica, que eran lo suficientemente grandes para ocupar la mano de Harry, que no se podía creer lo desinhibida que era Luna.



- ¿Has follado mucho este verano, Harry?

- ¿Qué? -dijo, sorprendido-. N-no, Luna. ¿Tú sí?

- No. ¿Me ayudas con la cremallera? -respondió ella dando la espalda a Harry.



El mago se levantó y bajó la cremallera de la falda de Luna con manos temblorosas. Delante suya fue apareciendo el triángulo de la parte trasera del tanga de su amiga, así como la parte superior de sus ligas. La chica llevaba un auténtico conjunto de lencería, pero a esas alturas nada podía sorprender a Harry. O eso creía.



- Si quieres puedes follarme a mí -dijo Luna.

- ¿Q-qué dices, Luna? No digas tonterías -respondió Harry intentando reír.

- Vale, pero si hubieses leído el último número de El Quisquilloso sabrías que inseminar a muchas mujeres te puede hacer más atractivo de cara a encontrar una pareja estable en el futuro.



Harry se decepcionó a sí mismo poniéndose cachondo a pesar de que Luna había utilizado la palabra inseminar para referirse al posible sexo con él. En un arrebato, aprovechó para acariciar el culo a su amiga mientras le bajaba la falda.



Luna se puso el uniforme y volvió a abrir las cortinas del compartimento. satisfecha.



- ¿Te harás una paja pensando en mí esta noche?

- Luna -respondió Harry, divertido-. Este tipo de preguntas no se le deberían hacer a un amigo.

- Yo sí me voy a tocar pensando en lo caliente que te has puesto por mi culpa.

- No me he puesto... -intentó mentir Harry, a pesar de lo obvia que era su erección.

- Gracias -respondió con una sonrisa halagada Luna, que ya miraba distraída por la ventana.



Llegaron unos minutos más tarde a la estación de Hogsmeade y se dirigieron a las carrozas. Por el camino se encontraron con Ginny, Neville y las hermanas Patil, así que decidieron compartir transporte. Dentro del carruaje la oscuridad era absoluta. Apenas se distinguían las sombras de las cabezas de sus acompañantes. Harry acabó sentado entre Ginny y Luna e iniciaron el trayecto. A los pocos minutos, Harry escuchaba cómo las hermanas indias discutían sobre la profesora Trelawney, y de repente sintió un movimiento extraño a su derecha y una mano agarrando la suya a la izquierda. Quien le agarraba la mano era Ginny, que se la acariciaba con cariño a la vez que se acercaba para darle un beso en la mejilla.



Volvió a sentir el movimiento a su derecha, acompañado de un pequeño gemido. Harry llevó su mano al brazo de Luna para ver si estaba bien. La chica le agarró la mano rápidamente y la dirigió al interior de su tanga, bastante húmedo ya. Harry empezó a acariciar a Luna mientras los besos de Ginny se iban acercando a la comisura de sus labios. Un minuto después, Ginny entrelazaba sus lenguas y le mordía el labio con fuerza, recuperando el tiempo perdido. Harry, por su parte, notaba cómo Luna arqueaba la espalda para seguir recibiendo los tres dedos del joven mago en su cálido interior.



- Este año va a ser el mejor de Herbología, ¿verdad, Harry? -preguntó de repente Neville.



Harry dejó de besar a Ginny un momento, y respondió asustado:



- Eh... Sí, sí, claro. ¿Sabes lo que tendremos que hacer? -le preguntó, esperando acabar ahí la conversación.

- Oh, claro. ¿No has leído el programa, Harry? La primera semana ya nos tocan las plantas carnívoras. ¡Qué pasada! Vamos a tener que alimentarlas durante un mes y ver cómo van creciendo lentamente durante horas. Además, la profesora Sprout me ha...



Harry se cansó de atender a la perorata de su compañero, que seguía hablando sin que nadie lo escuchase realmente. Volvió a los gruesos labios de Ginny y trató de hacer el mínimo ruido posible sin parar de besarla. La situación cambió cuando Luna, influida por el constante ir y venir de los dedos de Harry en su coño, decidió sacar de los pantalones del mago su rabo erecto y tragárselo en su totalidad. Harry dejó de besar un segundo a Ginny, sorprendido por la forma en que Luna recorría de arriba abajo su pene. ¿Cómo podía meterse todo su rabo en la boca? Volvió a buscar los labios de Ginny tras decidir que lo mejor sería no hacer preguntas y seguir disfrutando de la increíble mamada que la excéntrica chica de Ravenclaw le estaba proporcionando.



- Chicas, ¿estáis bien? No habéis venido muy habladoras este curso -preguntó Parvati.

- Oh... Sí -dijo Ginny separando sus labios de Harry-. Es que ha sido un día muy cansado, eso es todo. Seguro que la comida lo arregla todo.



Harry vio cómo Luna se intentaba incorporar para responder. Le daba miedo lo que podía ser capaz de decir, así que agarró su cabeza justo a tiempo y la obligó a seguir chupando, algo que a Luna no pareció importarle.



- Mm... Creo que Lu-Luna se ha quedado dormida -respondió Harry poco convincente, aunque sus compañeras parecían satisfechas con la explicación.



Sigueron a lo suyo mientras sus acompañantes volvían a hablar entre ellos. El beso de Ginny era de época, igual que la lengua de Luna, que parecía saber perfectamente las partes de su polla que tenía que lamer para llevarlo al orgasmo. En ese momento, Ginny decidió atreverse a algo más, pero cuando se dirigía a agarrar el miembro de Harry se encontró con una cabeza que subía y bajaba, adueñándose de todo ese hombre. Ginny dejó de besarlo y Harry temió que eso volviera a destrozar su relación, que tan recientemente habían arreglado.



- ¿Te gusta cómo la chupa esa zorra? -escuchó susurrar a Ginny, sorprendido.



Luna había empezado a pajearle, mamando únicamente su glande. Acompañaba el ritmo de su mano con los labios, mientras su lengua rodeaba el pene de Harry una y otra vez.



Las palabras de Ginny consiguieron que el aparato de Harry engordase todavía más. Luna pareció agradecerlo. Apartó las manos y pasó a utilizar sólo su boca. Harry agarraba los rizos rubios de su amiga mientras ella tragaba una y otra vez todo su falo con una facilidad pasmosa. Se acercaban al castillo y Luna no paraba, evitando que la polla de Harry escapase de sus labios.



- ¿Vas a darle la leche que me pertenece? -escuchó que susurraba Ginny en su oído, mientras le daba besos en el cuello y le mordía levemente la oreja-. Dásela, cariño. Agarra la cabeza a esa comepollas y regálale lo que busca.



Harry no le agarró la cabeza con más insistencia, y no fue necesario para que Luna permitiese al joven mago descargar toda su semilla en su boca con violentos chorros directos a su garganta. Luna siguió masturbándole hasta que no dejó nada en su interior. Luna se tragó todo lo que Harry le había dado, y tras chupársela unos segundos más decidió que lo había dejado bien limpio y volvió a colocarse en el asiento.



Harry volvió a besar a Ginny en el momento justo en que el carruaje se paraba. Salieron de él como si nada hubiera ocurrido. Harry se alegró al ver la sonrisa llena de lujuria de Ginny. Luna se mantenía impasible, como si nada hubiera ocurrido. Delante se erguía el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Un nuevo curso comenzaba.





9.Cooperación

... de forma que este curso disfrutaremos de nuevo de las maravillas que este castillo nos tiene reservadas junto a los estudiantes extranjeros que nos honran con su presencia -decía el director de Hogwarts, en su habitual discurso de bienvenida-. Por otra parte, es un gran honor presentar a la que será vuestra nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, una de los aurores más jóvenes de la Historia, y antigua alumna de esta casa. Bienvenida, Nymphadora Tonks.



Por la puerta que se encontraba a la derecha de la mesa de los profesores apareció una mujer con el pelo rosa, de baja estatura y con una amplia túnica azul oscuro que la cubría totalmente.



Harry y Ron reían ante los cambios que había hecho en su apariencia Tonks, que parecía una persona distinta cada vez que se la encontraban. Hermione comentaba entusiasmada con todo el que quisiera escuchar las peripecias que la nueva profesora había protagonizado en su vida y lo buena profesora que sería.



Y lo agradable que será ver una mujer atractiva por una vez dándonos clase -dijo Ron al oído de Harry, que no pudo más que asentir.

- ¡Que comience la cena! -gritó Dumbledore antes de sentarse.



Ante los alumnos aparecieron cientos de bandejas con la comida más variada que se pueda imaginar. Todo tenía una pinta deliciosa, y nadie se quedó con ganas de más cuando terminaron. Hermione y Ron se levantaron para dirigir a los alumnos de primer año a sus habitaciones. Harry se fijó en que la mayoría se iban con Hermione, especialmente los chicos. No los culpaba, incluso con la túnica sobre el uniforme, su amiga era la mujer más exuberante de la escuela.



Harry se fue a dar un paseo con Seamus y Dean antes de subir a la Sala Común. Cuando subió todas las escaleras, oyó unos sonidos en uno de los pasillos del séptimo piso. Se acercó sin hacer ruido y vio a una chica pelirroja abrazada a un chico, que tenía la mano bajo su falda. Al principio le dolió ver a Ginny disfrutando de otra persona, pero tras lo que había pasado aquella noche no tenía nada que reprocharle. Se fue en el momento en el que su amiga se ponía de rodillas, dejando claro lo que sucedería a continuación.



- Amatista -dijo a la Dama Gorda para que le dejase entrar.

- En efecto, señorito.



En la Sala Común se encontró a Ron hablando con Lavender, sentados en un sofá. En cuanto lo vieron, se levantaron para saludarle con cierto nerviosismo. La exnovia de Ron era conocida en el colegio por ser muy... enamoradiza. Lo cierto es que era muy atractiva, con la falda siempre unos centímetros más alta que las de sus compañeras. Le dio un beso a Harry y se dirigió hacia la torre de las mujeres.



- Sería genial poder subir a ver lo que ocurre en esas habitaciones -decía Ron mientras subían las escaleras a las de los hombres-. Sigo sin entender por qué a ellas sí se les permite entrar en las nuestras.

- Probablemente porque no están pensando en venir a espiarnos, como haces tú -rio Harry.

- Oye, que lo mío es mero interés científico -se defendió Ron, poco creíble.



Al menos tenían la suerte de haberse quedado con la antigua habitación de los gemelos, de forma que ahora solamente Harry y Ron dormirían en ella. Esa noche Harry durmió como hacía meses que no conseguía. Por fin estaba en su verdadera casa, con su familia. Parecía que todo iba mucho mejor de lo que podría haber imaginado. Sin embargo, volvió a soñar con la mujer encerrada y tampoco esta vez pudo reconocerla. Escuchó, eso sí, una voz familiar.



- Inténtalo de nuevo y sabrás de verdad lo que es el dolor -escuchó decir a Voldemort antes de despertar.



Despertaron temprano para ir a las mazmorras. Empezar el curso con una clase de pociones no era lo que más les apetecía, pero lo agradecerían cuando el resto del día tuviesen asignaturas más interesantes. Ese año compartían clase con los alumnos de Ravenclaw, por lo que al menos podría estar cerca de Cho, que había suspendido la asignatura el curso anterior.



- Otra vez aquí, Potter. Tenía esperanzas de que te hubieses ahogado en tu ego -escuchó decir a Draco Malfoy a su espalda. Iba acompañado de Pansy Parkinson, que lo seguía como un perrito faldero riendo sus gracias.

- No tengo ni tiempo ni ganas para aguantarte, Malfoy. Deja de arrastrarte al menos por un día.

- ¡Serás...! -dijo Malfoy haciendo amago de correr hacia él.



Ron y Hermione sacaron sus varitas al mismo tiempo, lo que hizo detenerse a Draco.



- Cuando te decidas a alejarte de tus patéticos guardaespaldas vas a saber lo que es bueno -dijo el chico de Slytherin mientras se alejaba.



Entraron en la clase y aguantaron las dos horas de aburrida lección de Snape, así como sus cotinuas burlas a Gryffindor, que tuvo suerte de sólo perder 15 puntos en esa clase. Al acabar, Cho se acercó a Harry, junto a una chica asiática muy guapa y que parecía muy tímida.



- ¡Hola Harry! ¿Has pasado un buen verano? Esta es Noshi, es estudiante de intercambio de la escuela Mahoutokoro -Harry la saludó, y ella hizo lo propio con un leve movimiento de cabeza-. ¿Este año seguiremos practicando en la Sala de los Menesteres? -siguió Cho-. El Ejército de Dumbledore tiene que seguir en pie.

- No lo había pensado -reconoció Harry-. Este año va a ser difícil, con todas las clases que tenemos. Lo pensaré.

- ¡Vale! Si quieres podemos ir tú y yo a ver cómo está el cuartel -dijo Cho ruborizándose-. Pídeme todo lo que quieras.

- Lo haré, Cho. Suena bien lo de contar con tu ayuda para... dejarlo todo preparado.



Harry se quedó mirando a las dos chicas asiáticas. Eran realmente atractivas y delgadas. Supuso que a Noshi le vendría bien algo de ayuda para integrarse.



El resto de la mañana la pasaron en la clase de Herbología de la voluptuosa profesora Sprout, en Astrología con la excéntrica Trelawney y en Transformaciones, con una seria McGonagall. Nada reseñable ocurrió. Neville seguía destacando en su asignatura favorita, Trelawney predijo la muerte de dos alumnos en horribles circunstancias y McGonagall se desesperó cuando el tercer armario que intentaba transformar Ron escapaba a gatas por la puerta de clase.



Antes de que salieran de clase, McGonagall llamó a Harry.



- Potter, tengo que pedirle un favor. Una de las alumnas de intercambio necesita un tutor para mejorar en su clase de Transformaciones. Desde luego, el nivel de Beauxbatons deja mucho que desear.



En ese momento, por la puerta de la clase entró una chica muy alta, con el pelo rubio platino y unos preciosos ojos verdes.



- Hola Harry -saludó Gabrielle, que parecía hablar inglés con mucho menos acento que su hermana.

- Hola, Gabrielle. Cómo has crecido -dijo Harry sinceramente.

- Sí -dijo, colorada-. Espero aprender mucho contigo.



La hermana pequeña de Fleur había pasado de ser una adolescente a una mujer imponente, de casi 1'80 de estatura y con unos pechos firmes de buen tamaño. Harry se preguntó cómo le sentarían los conjuntos apretados que acostumbraba a llevar su hermana mayor.



McGonagall les dejó la llave de la clase para que pudiesen practicar tranquilamente. Durante la siguiente hora comprobó que Minerva tenía razón y trató de no reírse cuando el cáliz que había creado la francesa movía su peluda cola como en su día había hecho el de Ron. Mientras seguía tratando de enseñarle la diferencia entre la transformación de vertebrados e invertebrados, Harry pasaba los ojos por el cuerpo de la joven. No le ayudó que se quitara el jersey y pudiese ver la camiseta transparentando por el sudor. Pudo comprobar el trabajo del sujetador rosa de su alumna bajo la presión de la camisa, y cuando Gabrielle se agachó a recoger una de sus monedas danzarinas, Harry decidió que efectivamente su cuerpo no tenía nada que envidiar al de Fleur. Incluso diría que el culo que se intuía bajo la falda de la rubia era mucho más apetecible.



Cuando terminó la clase, Gabrielle le informó de que podía ir a visitarla cuando quisiera a la casa de Ravenclaw, al ser su tutor. El jefe de su Casa se lo había permitido.



- Quizá me vengan bien algunas clases extra -dijo la francesa antes de darle un beso en los labios-. Puedo ser muy buena alumna.



Harry se quedó atónito mientras Gabrielle salía, sonriente. Pero para su sorpresa, no parecía haber ninguna segunda intención ni en el beso ni en las palabras de la chica. Se preguntó si le iría bien tener esa actitud tan ingenua.



Harry volvió a salir a los jardines de Hogwarts. Era tarde, y pronto sería la hora de cenar, pero quería saludar a su amigo Hagrid, que por alguna razón no había ido a recibirlos a la estación. De camino, iba pensando en todo lo que tenía que hacer en los próximos días. No sólo debía organizar sus clases, sino que ahora tenía que ayudar a Gabrielle y preparar las pruebas para el equipo de quidditch. Además, debía guardar tiempo si quería aceptar la oferta de Cho.



Se alegró al ver la luz encendida en la cabaña, pero antes de entrar echó un vistazo por la pequeña ventana trasera, la única que permitía atisbar algo del interior. Lo siguiente que pudo ver Harry fue al enorme guardabosques tumbado en su pequeña cama, con una no menos enorme mujer encima, moviéndose de ariiba abajo rítmicamente.



Harry comprobó que el gigantismo de Hagrid y Olympe Maxime, directora de Beauxbatons, se extendía a sus órganos sexuales. La mujer francesa era muy delgada. Tanto que Harry temió notar en su vientre el empuje del gigantesco falo de Hagrid. A pesar de que no podía verlo en su totalidad, la mujer se levantaba tanto sobre él sin que saliese de su interior que Harry imaginó que superaría en longitud a su antebrazo, y no se quedaría muy atrás en cuanto a anchura.



Los botes de la directora eran largos y frenéticos. Se traducían además en un bamboleo de sus inmensos melones, que iban de un lado al otro y de arriba abajo sin rumbo fijo, acompañados de los gemidos amortiguados de su dueña. Harry continuó un tiempo contemplando la escena. Follaban como si fuera el último polvo de sus vidas. Hagrid no sabía dónde agarrarse, pasando de los pezones erectos de su compañera a su grandioso culo, mientras esa mujer de alta cuna le hacía maravillas con su entrepierna sin depilar.



Hagrid tomó entonces el mando. Azotó el culo a la directora y empezó a taladrarla con sus manos atrapando las caderas de la francesa. Los gritos de Maxime se escuchaban perfectamente fuera de la cabaña, y ella pareció darse cuenta. Un movimiento de la varita de la directora y Harry ya no escuchaba nada, pero por la cara congestionada de la mujer, su boca bien abierta y los arañazos que hacía a Hagrid en el pecho, era evidente que en esa cabaña había de todo menos silencio.



Hagrid obligó a su amante a desmontar y la colocó con sus propias manos a su lado. Maxime estaba ahora tumbada de lado, en posición fetal y viendo hacia la pared en la que se encontraba la ventana por la que Harry contemplaba el espectáculo.



Hagrid se colocó a la espalda de la directora, también de lado y como si fueran a dormir abrazados en posición de cuchara. Pero era evidente que no iban a dormir. Tan pronto el guardabosques encontró la posición adecuada, su gigantesco aparato volvió al interior de Maxime, bien abierta para recibirlo.



Desde su posición, Harry vio cómo la directora cerraba los ojos disfrutando de la penetración. Su cuerpo se movía a golpes con cada follada. El pecho seguía el mismo patrón. Las tetas de la directora estaban apoyadas una encima de la otra sobre el colchón. Eran realmente gordas, y el paso de los años con ese peso les había quitado firmeza. Eso no pareció importarle a Hagrid, que pronto se agarró con fuerza a una de ellas y la utilizó para aumentar el ritmo. Maxime abrió los ojos repentinamente cuando toda la polla de Hagrid la penetró de golpe, y pareció ver hacia la ventana.



Harry, temiendo haber sido descubierto, se alejó corriendo al segundo, con esa imagen grabada en la cabeza, y se dirigió al Gran Comedor, donde compartió mesa con Neville, que le contaba las últimas novedades sobre plantas carnívoras del Himalaya, que al parecer resistían las peores condiciones meteorológicas sin inmutarse.



Se preguntó dónde estaban Ron y Hermione hasta que subió a la habitación que compartía con su amigo. Al abrir la puerta escuchó el sonido de los muelles de la cama de Ron y vio cómo se movían las cortinas que la cubrían. Tras oír los inconfundibles gemidos de Hermione, se decidió a hacerse notar. Tosió tres veces y vio cómo paraba el movimiento.



- Oh, ¡mierda! -oyó susurrar a Ron-. ¿Cuánto llevamos haciéndolo?

- Perdona Harry, ¿nos dejas un minuto? -dijo Hermione.

- Sin problema.



Harry salió de la habitación y al poco rato se abrió la puerta. Hermione se había metido en el baño.



- Lo siento, tío. No nos hemos dado cuenta de la hora que era. Acostumbrados a La Madriguera, ahora da la sensación de que no tenemos tiempo ni lugar para estar solos.

- ¡Pero si sólo ha pasado un día! -dijo Harry extrañado-. No pasa nada, Ron. Lo entiendo. Si quieres, a mí no me importa que Hermione duerma algún día aquí.

- ¿De verdad? No sé, quizá sea raro. No creo que a ella le apetezca, pero gracias.



Hermione salió al poco rato del baño y Ron se metió en él.



- Últimamente no te escondes demasiado bien, Herm -dijo Harry a su amiga, sonriendo.

- Tengo la sensación de que no es algo que te quite el sueño -se burló ella mientras colocaba mejor sus tetazas dentro de la camisa blanca, a escasos centímetros de Harry-. O quizá sí -acabó, mirándolo desafiante a los ojos.



Se despidió con un beso en la mejilla, arrastrando conscientemente los pechos por el brazo de Harry.

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