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Siete por siete (171): Géminis (VI)




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Compendio I


Antes de continuar la historia, les diré que también he descubierto el motivo de la aversión entre Hannah y Roland.
Creo que es Sub Gerente del Departamento de Recursos Humanos o el de Contabilidad (Soy pésimo recordando cargos) de la faena, por lo que sé qué debería respetarle, pero no es mi jefe directo y tampoco influye en mi trabajo.
A mi impresión, es un individuo desagradable y perverso. Tiene 35 años, alto y delgado, cabello café y anteojos, que le dan una apariencia pánfila y no muy atractiva. No obstante, a pesar de verse pusilánime, es un sujeto calculador, que vela por sus propios intereses y no duda en sacrificar el bienestar de otros, con tal de esquivar responsabilidades.
Aunque recién le conocí personalmente tras el incidente del carro cisterna el año pasado (que curiosamente, sucedió mientras Marisol y yo veraneábamos en compañía de Nery y Susana), él me odiaba desde el momento que empecé mi relación con Hannah.
Como fuese, dado que Hannah y yo estamos iniciando el papeleo para nuestros respectivos ascensos, hemos tenido que firmar algunos documentos con este individuo y si bien, a mí me sonríe con malicia, sabiendo que me marcharé lejos, le aflige bastante que Hannah también lo haga.
Y mientras nos preparábamos para dormir el viernes, me contó que en una oportunidad, Roland le ofreció dinero para que pasara una noche con él.
En realidad, muchos hombres habían coqueteado con Hannah y supo arreglárselas por sus propios medios. Pero fue Roland el que más le ofendió.
“Yo no hice nada así, ¿Cierto?” pregunté preocupado, mientras ella se lavaba los dientes.
“¡Por supuesto que no! ¿No recuerdas que yo te seduje?”
La contemplé absorto…
“¿Disculpa?”
Según mis recuerdos (y también, lo que he escrito), creo que fui yo él que empezó a seducirla.
Su rostro de porcelana enrojeció levemente, mientras que sus ojitos celestes se escabullían de mi estudio cuando volvía a nuestro catre.
“¿No recuerdas que me quedaba contigo, para hacerte compañía y jugar pool?” preguntó, al acostarse a mi lado, mirándome con mayor interés y mucha dulzura.
“Sí… pero yo recuerdo que la primera vez que te vi, te mojé con mi casco, porque Tom y los otros te daban nalgadas para entrar a la mina…”
Ella sonrío, como si aquello hubiese ocurrido décadas atrás…
“¡Ahí fue cuando me di cuenta que eras diferente!” respondió ella, besándome coqueta y arrimándose a mi cuerpo, para que la penetrara una vez más.
Pero regresando a la noche con Nery, otra de las cosas que aprendí esa noche (y lamentablemente, la siguiente) es que con una mujer que realmente aprecies, no puedes escatimar en gastos.
Susana y Nery habían viajado más de 10 mil kilómetros para vernos y yo, tempestivamente, escogí el motel más cercano.
No estoy diciendo que hubiese sido denigrante de alguna manera para ellas, porque era de esos típicos condominios que uno ve en las películas, los cuales arriendas por un par de horas.
Pero cuando tienes que hacer fila al aire libre, con una mujer como ella, ante una caja que perfectamente podía ser un stand de tacos o de un restaurant de comida rápida, me di cuenta que no era manera de tratar a una mujer.
Llegué incluso a pensar en retirarme y llevarla a otro local, pero Nery estaba muy entusiasmada y a pesar de todo, no paraba de sonreír.
Y otro momento bochornoso fue ubicarnos frente al enorme letrero de las tarifas para las habitaciones, que abarcaban desde 2, 4 y 6 horas. Lo que más me lamentaba era que mientras Nery concentraba su atención releyendo una y otra vez la parte inferior del letrero, pensar en llevar a una mujer como ella por parte de una noche sería como comprarle un postre a mi esposa, pero pedirle que no se lo comiera entero.
“¿Cuánto sale la noche completa?” pregunté a la cajera, ante la dilatada y vergonzosa mirada de Nery.
Pagué sin siquiera dudarlo y me dieron la llave de nuestra habitación. Estaba amoblado de manera sobria, con bonita iluminación, un comedor para cenar, una kitchenette, un amplio living con televisor, el dormitorio principal y un baño, ideal para pernoctar tras un viaje largo.
Nery parecía dudosa, disimulando cuando su mirada se extraviaba al dormitorio y con dificultad para mirarme, porque no sabía exactamente qué quería hacer, pero sabía que tendríamos relaciones.
“Y bueno, bebé… ¿Qué querés que haga? ¿Te hago un strip- tease?” preguntó, con una amplia sonrisa.
Recuerdo que sentí que se me cortaba la respiración cuando la escuché. Pensando en la cantidad de días que llevaba conociendo a Nery, apenas llevábamos más de una semana y ya la había visto desnuda 2 veces y casi un año completo había pasado desde la última vez que la vi.
Eso me sobrecogió, porque de alguna manera, creí que nos estábamos moviendo muy rápido y ella, claramente era una mujer que, tal como había supuesto ella, de no haber conocido a Marisol, jamás se habría terminado acostando conmigo.
Creo que por eso respondí…
“En realidad… si no te molesta, me gustaría desnudarte yo…”
Su cara se puso más colorada y sus preciosos ojos crecieron un poco más.
“Bueno… si vos querés…” aceptó, titubeante.
Y a partir de eso, ocurrió algo especial entre nosotros…
Es fácil aceptar y desnudarse para otra persona, tratando de seducirla. Uno se mentaliza y todas las nociones de vergüenza las deja de lado, porque estás dispuesto a sacrificar tus secretos por una persona de tu confianza.
No obstante, aceptar que alguien más te desnude es más difícil, puesto que no depende de ti saber cuándo revelaras ese secreto y te sumerge en una dulce agonía el esperar a que la otra persona lo haga, meditando inconscientemente si vale la pena hacerlo o no.
Por ese motivo, pasé alrededor de un minuto sentado en el sofá (todavía no nos movíamos al dormitorio), contemplándola, mientras que ella esperaba avergonzada a lo que sucediera.
“¿No… lo vas a hacer?” preguntó, al ver que no hacía el menor esfuerzo por moverme.
“Si… pero quiero estudiarte un poco antes, Nery.” Respondí, mirándola con interés. “Te he visto tan poco, que me gustaría verte más… si me permites…”
“¡No, no, bebé! ¡Podés mirar!” comentó, más avergonzada y bajando un poco la mirada. “¡Mirá lo que querás!”
Y pasé unos 15 segundos más, sentado. Me puse de pie, lentamente, lo que la sobresaltó un poco, al sentirse expuesta ante mí y fui caminando a su alrededor, notando una vez más la tensión de sus hombros.
“¡Nery, tranquilízate!” le dije, al detenerme tras ella. “No te voy a lastimar y solamente te estoy observando, porque eres bella…”
Dio un leve suspiro al sentir mis dedos en sus hombros y restregó su cuello con mucha sensualidad, al sentir mi parsimonioso masaje. Quería que se relajara y fue por eso que cuando salí con Marisol y Lizzie que quise darles un baño y masajearlas antes de empezar, para que plenamente lo disfrutaran.
Me acerqué a su hombro y recuerdo que el aroma a coco que emanaba de su piel era tan cautivador, que tuve que aspirarlo profundamente, sintiendo el estremecimiento de su cuerpo cuando lo hacía.
Entonces, con ambas manos, tomé su brazo derecho y lo estiré, despacio, contemplándolo al detalle, enfocándome en sus manos y sus delicados y delgados dedos.
“¡Tienes una piel suave!” comenté y di un pequeño beso en su codo, mirándola a su rostro.
Su sonrisa era perfecta y la manera en que me miraba desbordaba en cariño.
“Bueno, Nery… Esto es una remera, ¿Verdad?” pregunté, colocando mis manos, en torno a su cintura y sujetando la base de su prenda.
“¡No, bebé! ¡Es una blusa!” respondió, con un tono más triste.
“¡Oh!” exclamé, soltando la prenda completamente, como si me hubiese dado cuenta que era una bomba.
A ella pareció decepcionarle mi reacción…
“Pero… esto dijiste que era una pollera, ¿Verdad?” consulté, tomando su cintura con suavidad, arrodillándome para tener su falda en mi cara.
“¡Si, bebé! ¡Si, bebé!” respondió ella, de una manera frenética, preocupada de que me fuese a arrepentir. “¡Eso definitivamente es una pollera!”
Y levantando brevemente su blusa, tomé la cremallera de su falda, pero no la bajé completamente. La bajé lo suficiente para que deslizara por sus caderas, pero solamente con forzarla un poco y bastante lento, para que fuera exponiendo su cuerpo de a poco.
Ubiqué mis manos sobre sus suaves muslos y creo que tal vez ya se mojaba de mi tacto, porque la atmosfera seguía siendo muy sensual, cargada con erotismo y romanticismo y estaba seguro que nadie más, aparte de mí, le habría hecho algo como eso.
“¿Por qué crees que le dirán así? ¿De dónde vendrá el nombre?” pregunté, mirándola con interés a los ojos.
“¡No lo sé, bebé!” respondió ella, sintiendo que la prenda llegaba a la mitad de su muslo.
Como al pasar su cintura, avanzó con mayor velocidad, la sujeté con mis manos y sin quererlo, ubiqué mi rostro cerca de sus rodillas.
“¡Nery, hueles muy rico!” le comenté, deslizando discretamente mi nariz sobre la parte trasera de su rodilla. “¿Te importa si te beso?”
Sus hombros volvieron a caer, un poco más pesados…
“¡No, bebé!... si vos querés…” replicó ella, con resignación.
Y di unos 4 o 5 besos, que le causaron cosquillas. Pero el intenso aroma a crema de coco despertó la curiosidad de mi lengua y la deslicé suavemente sobre su muslo, ascendiendo como siempre, lentamente…
Al sentir mi tacto húmedo y ardiente, alzó un suspiro maravilloso y relajado, pudiendo apreciar la majestuosidad de sus pechos desde mi punto y deseando ubicarme ya entre el espacio que separa sus piernas.
“¡Hmm, bebé! ¡Qué rico!” se quejó ella, muy agradada, mientras subía y bajaba mi lengua por encima de su muslo, hasta los alrededores su pelvis, donde el llamativo rojo centró mi atención.
“¿Te gusta, bebé? ¡Me puse esta bombachita especialmente para vos!” explicó muy coqueta.
Aparte del rojo, se transparentaba a los alrededores de sus muslos, pero también podía apreciarse levemente el área de su triangulo y los diseños de la cintura parecían hechos de encaje.
Yo la contemplaba maravillado, porque casi parecía una tanga, por la delgada superficie que cubría y qué decir que la redondez de su cola la hacía ver más sabrosa todavía.
No me quedaban dudas que esta debía ser la “bombachita” de la que le había escuchado por la mañana.
Estiré un poco de su pliegue, probando la elasticidad de la tela, sacándole un sorpresivo suspiro.
“¿Ves a lo que me refiero, Nery?” le dije, mirándolo a los ojos. “¿En qué se parece esto a una bombacha de gaucho?”
Y es que la que había visto yo (hace mucho tiempo atrás, cuando era un niño), parecía más un pantalón que una prenda íntima y la que tenía delante de mí parecía todo lo contrario.
Tal vez, creyó que con ver su calzoncito me arrojaría a ella y haríamos el amor, por la manera en que me contemplaba…
Pero yo seguía estudiando el diseño de su prenda y me impregnaba lentamente del aroma de sus jugos.
“¡Disculpa, Nery, pero te voy a lamer!” le avisé cuando mi apetito pudo más.
“¿Cómo que vas a…?... Hmmm… ¡Bebéeeeee!” se quejó con mayor dulzura, al meterme su entrepierna en la boca.
Su esencia me tenía loco y recordaba también lo sexy que se veía Marisol antes de salir y las ganas que tenía por probar su conchita.
Fue por eso que ella disfrutó tanto que la comiera con fruición, por encima de su prenda. Y es que si bien ella quería removerla, para que tuviera un acceso más fácil a su piel, la terminé empujando hasta la pared del living, para comerla a mi placer.
Y cuando se vio restringida en su avance, lanzó un fuerte alarido, mientras que yo, con la punta de mi lengua, me dedicaba a jugar con su hinchado botón, subiéndolo y bajándolo, como si fuera un pelotero siguiendo el balón.
Pero a ratos, llegaba a enterrarle hasta mis dientes suavemente, por encima de su gruta e intentaba absorber la gran cantidad de jugos que inundaban su pantaleta.
“¡Ahh, Bebé!... ¡Ahh, Bebé!... ¡Qué rico me comés la conchita!” me decía, restregando sus manos sobre mi cabeza en una suave caricia.
Pero mis manos tenían una agenda secreta y más libidinosa. Se habían deslizado entre sus piernas y ceñido a esas tersas carnosidades que la seguían, aferrándose de la delgada tela por detrás y a la vez, ayudando a guiar sus movimientos hacia mi boca.
Sobra decir que más de alguno de mis dedos aprovechó del momento donde su placer era más intenso, para infiltrarse peligrosamente sobre su surco y un poquito más adentro…
Cuando la prenda cayó, aprecié su piel muy rasurada y su botoncito sonrosado y mojadito, del cual no pude resistir probarlo.
“¡N-no, bebé!... ¡Ahsi no!... ¡No tan de repente!” medio balbuceó, aunque no entendí bien por qué, si era el paso más lógico.
Empezó a jadear más y más, mientras degustaba su deliciosa gruta y guiada por el movimiento de mis manos, que apretaban a gusto sus carnosidades traseras, no tardó mucho en cabalgarme por la boca.
“¡Aghhh!... ¡Sí, bebé!... ¡Sí, bebé!... ¡Bebéte mi conchita!... ¡Coméla enterita!” exclamaba ella, incrustando mi cabeza en su intimidad.
Se sentía como un beso formidable y la cara la tenía muy pegajosa, de tanto que saltaba y acababa en mis labios.
Sin embargo, llegó a un punto que no aguantó más y se terminó arrodillando también, posando sus piernas en torno a mi cintura.
Su descenso fue épico, en el sentido que sus imponentes y excitadísimos pechos se restregaron completamente sobre mi rostro, pudiendo percibir su calor y su esponjosidad a través de la blusa que estoicamente permanecía.
Y cuando quedó a la altura de mi cara, me dio un acalorado beso…
“¡Ahora me toca a mí, bebé!” exclamó muy sonriente.
Como si estuviera desesperada, se abalanzó sobre mi pantalón desabrochando muy rápido tanto botón como la cremallera y cuando apreció el tremendo bulto que se alojaba en mi bóxer, pude notar el brillo de sus ojos por mamarla…
“¡Bebé, tu pija es lindísima!” señaló, con un rostro de alegría casi infantil.
Y muy despacio, fue posando sus ardientes labios sobre mi glande, engulléndolo completamente.
Nada me habría preparado para la mamada que vendría después, porque para mi sorpresa, Nery había perfeccionado el estilo que su hermana usaba, de una manera estremecedora.
Mientras que su boca besaba suavemente mi glande y lo chupaba como un loly, sus manos subían y bajaban de una manera tempestiva, que a ratos llegaba a quemar.
Pero a medida que empezaba a ganar velocidad con las manos, o se me empezó a hinchar más o ella la apretó, pero el hecho estaba en que la sentía enorme entre sus dedos, sin olvidar que su boca empezaba a bajar lentamente sobre mi cabeza y su lengua relamía la punta de mi falo de una manera estridente.
“¿Te gusta, bebé? ¿Te gusta?... ¡Me tenés loca por probarla!” señaló ella, en un breve respiro, para después volver incesantemente a la carga.
Para esas alturas, la estrujaba cada vez más fuerte y su boca se comía casi la mitad. Pero cuando pensé que me haría acabar en su boca, se detuvo repentinamente...
Se puso de pie, con una gran sonrisa, mientras yo la contemplaba perplejo y se tomó la cintura de su última prenda…
“¡Bueno, bebé!... ¡Te dije que esto se llama “blusa”!“ Exclamó y de la misma manera sensual que Susana lo había hecho en la playa horas antes (es decir, con una especie de bailecillo seductor), aparecieron sus hermosos pechos blancos, coronados por un redondo, rosado y precioso pezón, parecido a una cereza.
“¡Y ahora, me tenés que dar pija!” me dijo, haciendo una sentadilla.
Pero antes que bajara, le pedí que se detuviera, para pescar apresurado un preservativo de la tira que guardaba en mi pantalón, acto que sin dejarme abrirlo, tomó la tira y la arrojó.
“¡No, bebé!” dijo, con una voz seria. “A vos te quiero sin él…”
A pesar que tampoco quería usarlo, la miré espantado.
“Pero Nery… ¿Tú te cuidas?”
Silenció mis labios con un tierno beso y pude sentir sus manos, acomodándola en su entrada.
“¡Bebé, vos despreocupáte!...” dijo ella, con una mirada desvariada, a medida que empezaba a descender. “¡Yo ahora te voy a relajar!”
Como podrán imaginar, se sentía cálida y apretada y ella iba gimiendo mientras me iba abriendo paso en su interior.
Pero lo que más molía mi entendimiento era la conversación que habíamos tenido en la playa, respecto a que las chicas dejaban de cuidarse cuando estaban enamoradas.
Empecé a repasar sistemáticamente que con la gran mayoría de las mujeres con las que he estado, he dejado de usar preservativos porque ellas me lo piden y por lo mismo, he debido controlar que se tomen anticonceptivos de manera periódica.
Sus pechos esplendorosos daban maravillosos botes, mientras mi estaca iba apartando más y más sus pliegues internos, produciéndome una tremenda dicha en la punta y con cada avance, el rostro de Nery parecía disfrutarlo más y más.
“¡Ahh, bebé!... ¡Ahh, bebé!... ¡Qué lindo sos!...” me decía besándome deliciosamente, con una lengua suave y húmeda, como si fuera de seda.
Acaricié sus caderas y percibí un estremecimiento, a medida que la iba forzando. Cerró los ojos, de una manera divina, con sus preciosos cabellos cayendo sobre sus pechos como negras cascadas, entregándose a un placer trascendental que parecía repletarla entera y mirar al cielo.
El piso se sentía duro y levemente frio (estaba alfombrado, pero abajo era de cerámica), pero poco me importaba, porque estaba disfrutando de una diosa caída de los astros, que se contoneaba de una manera fantástica.
Sus caderas hacían movimientos serpenteantes, mientras que sus jadeos eran cada vez más encendidos y la presión y humedad que se cernía sobre mi glande me hacían temer que acabaría pronto.
“¡Veníte, Bebé!... ¡Veníte, lindo!... ¡Llenáme la conchita… con tu lechita!... ¡Porfis!... ¡Porfis!” pedía ella, en un tono infantil.
Y aunque traté de contenerme, llegué a un punto donde el placer me rompió.
“¡Ahh, bebé!... ¡Ahhhh, bebéeee!... ¡Ahhhhh!.... ¡Ahhhhhh!.... ¡Siento que me quemás!... ¡Lindo!... ¡Liiindo!...”
Nos besábamos con mucho fervor, a pesar que mi acabada iba menguando y los espasmos en la punta de mi pene los sentía por toda mi columna, como una descarga eléctrica.
“¡Me encanta tu pija, bebé! ¡Me encanta! ¡Me encanta!” me decía, besándome jubilosamente.
“Pero Nery, Tú te cuidas, ¿Verdad?” consulté, todavía preocupado.
Ella volvió a sonreír…
“¡Sí, bebé!” confesó con un rubor intenso. “Susi y yo nos pusimos la inyección, antes de venir… porque las dos queremos que nos des caña… ¡Mucha caña!”
Y me mostró su vientre, aunque no aprecié nada en especial. Nos besamos otro poco y esperé a despegarme, como siempre, aunque ella la miraba encantada cómo se mantenía erguida.
“¡Qué delicia, bebé! ¡Susi me contaba que vos ibas 2 al hilo y que no parás!” comentaba ella, guiándome al dormitorio tomado de la mano.
“¿2 al hilo?” repetí, sonriéndome para mis adentros…
Era alrededor de la medianoche…
“Los días que estoy apurado…” agregué a mis pensamientos.


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