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Siete por siete (169): Géminis (IV)




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Compendio I


Tras volver a casa, lavé a las pequeñas en la bañera de la crema y la arena que les quedaba (lo que les encantó) y me puse a preparar la cena, mientras Marisol dormía un poco la siesta.
Me llamaba mucho la atención la manera en que las gemelas me miraban y me sonreían, cuando les pedía disculpas por tardarme tanto en el baño e incluso, se aparecieron en la cocina para ayudarme a cargar los platos, la vajilla y los vasos.
Los susurros en italiano y las risitas discretas que vi en la playa volvían a repetirse mientras freía el “chop suey ” que tanto agrada a Marisol.
Tras servir sus platos y sentarme a probar el alimento que preparé, me di cuenta que las 3 me miraban expectantes de la misma manera.
Para que entiendan un poco lo que viví, les describiré el ambiente de esa cena:
Susana y Nery deben medir 1.73m., con 24 años. Son gemelas idénticas; de cabello negro tipo azabache, lacio y extremadamente suave; ojos negros achinados, con cejas delgadas; Una nariz respingada menuda y un tabique largo, que les hace destacar como modelos de pasarela (o bien, como diplomáticas, que es su caso); labios gruesos y seductores, con una dentadura perfecta y un tono de piel levemente más oscuro, producto del bronceado natural.
Esa noche, Nery usaba una falda corta negra, entre seda y satín, con una blusa negra con tirantes de algodón, que manifestaba abiertamente tanto la falta de sostén, como la inutilidad de dicha prenda.
Susana, en cambio, tenía más frio, por lo que vestía unos blue Jeans rasgados en las piernas y rodillas, pero tan ceñidos para demarcar bien sus largas piernas y muslos carnosos, junto con una camiseta manga larga, que si bien no revelaba escote como el de su hermana, también auguraba un par de pechos firmes y apetitosos.
Y por último, mi amada Marisol, con su 1.70 de estatura, 21 años, ojitos verdes, cabello liso y castaño, tomado en una sensual cola de caballo, nariz menudita, labios delgados y un rostro de angelito virgen que cautiva a cualquiera, pero con un par de pechos de madre que nada envidian a sus compañeras de mesa y un traserito grueso y carnoso, como una manzana apetitosa, vistiendo una falda veraniega celeste y una polera de algodón blanca, muy sencilla, pero que a la vez, transparentaba su sostén y todo el volumen que este contenía.
Las visitas no paraban de complementar la comida, felicitando a Marisol (Con Nery llamándome constantemente “lindo”), pero dedicándome sus sonrisas y la mirada de mi esposa brillaba de orgullo, pero a la vez, mantenía ciertos toques libidinosos.
En esos momentos, mi autoestima se sentía en la cúspide, ya que tenía la plena convicción que podía escabullirme con cualquiera de las 3, besarlas y probablemente, volver realidad fantasía que quisiese.
Sin embargo, el acuerdo que mantenía con mi esposa era que yo debía actuar con normalidad, “ignorando” que las gemelas me querían seducir por separado y pasar una noche conmigo.
Aun así, lo interesante para mí era ver cómo me lo iban a pedir…
Cuando me preparaba para recoger los platos, Nery me preguntó:
“Marco, ¿Podés llevarme a conocer la ciudad?”
En esos momentos, no me percaté que lo había pedido para ella sola…
“¡Por supuesto! ¡No tengo inconvenientes!” respondí, haciendo que sonriera de alegría. “Ruiseñor, ¿Qué opinas?”
Marisol se limpió con la servilleta, poniendo sus labios en un tierno piquito.
“¡Amor, no puedo! ¡Tú sabes que alguien tiene que cuidar a las pequeñas!... y quiero aprovechar de ver los matinales por la tele…” respondió lo último, con cierta complicidad.
“¡Marisol!” exclamé, desganado y tomando su mano.
Honestamente, no quería que los viera, dado que hablan de farándula y esa noche (ironías, por la redondez de la Tierra) no iban a parar de hablar del festival y sus invitados.
Aun así, respeté su decisión, pensando que ella también me da permiso cuando me da por jugar con mis consolas de videojuegos.
“¿Y tú, Susana? ¿Quieres venir con nosotros?”
La mirada de Nery se tornó inmediatamente tensa y me daba la impresión que de no haber estado viéndole, lo más seguro es que le hubiese gesticulado bastante.
Susana, más mansa, respondió con un poco de tristeza.
“¡No, querido! ¡Gracias! ¡Me siento un poco indispuesta!” respondió.
El rostro de alivio de su hermana cambió de forma dramática, pero por torpeza de mi parte, consulté:
“¿Te ha llegado la regla?”
Los ojos de Susana se dilataron en extremo…
“¡No, pelotudo! ¿Cómo decís eso?” respondió ella, muy abochornada. “Solo me siento cansada por el viaje, ¿Ok?”
“¿Y mañana, crees que te sientas mejor?” pregunté, con preocupación sincera. “Porque no me malinterpretes, Nery (tomé suavemente su mano), pero también me gustaría compartir más con tu hermana… si es que ella quiere… claro.”
La mirada de Susana se llenó de felicidad, mientras que Marisol desbordaba de dicha.
“¿Vos igual querés salir conmigo?”
“¡Por supuesto!” le dije, honestamente avergonzado. “Ustedes son muy bonitas y sé que oportunidades como estas no se me dan a menudo…”
Las 2 hermanas sonrieron, con más vergüenza, tratando de esquivar mi mirada.
“Entonces… supongo que esta noche será como una cita…” comenté, mirando a la sonriente Nery.
Ella se rió brevemente.
“¡Vamos, Marco! ¿Qué cosas decís?... ¿Qué va a pensar Mari?” respondió, roja hasta las orejas
“¡La verdad, me parece una idea genial!” exclamó mi esposa, muy enérgica, para luego mirarme con una calidez gatuna. “Las citas con él no se olvidan tan rápido…”
Mientras que las hermanas subían las escaleras, cuchicheando entusiasmadas como colegialas a buscar una cartera y darse los últimos toques, Marisol y yo acarreamos la loza a la cocina.
“¿Estás segura, ruiseñor?” Consulté, tomando su mano mientras embadurnaba uno de los platos con espuma.
“¡Sí, mi amor!” respondió, con un tono meloso parecido a un jadeo y un beso maravilloso.
Cuando me acerqué más a sus labios, apegando mi cintura hacia ella y sintiendo sus senos enterrarse sobre mi pecho, me di cuenta lo excitada que estaba: sus fresitas estaban completamente paradas y desafiantes.
Quedé muy impresionado e intenté sobar uno de sus pechos, pero se hizo la esquiva.
“¡No, mi amor! ¡Hoy no me puedes tocar!” dijo, retirándose un par de pasos y posando sus manos sobre sus pechos, cruzando levemente sus piernas, como si desease orinar.
Pero sencillamente, no podía contenerse. Ante mis ojos, se levantaba la faldita y se metía desesperada los dedos debajo del calzón blanquito, para poder acariciarse con mayor libertad y alzando su rostro hacia el cielo, en señal de alivio.
“¡Cielos, Marisol!” exclamé con nerviosismo. “Si tú quieres, puedo cancelar todo…”
Y era cierto, porque sin importar lo bellas que eran las gemelas, ver así de excitada a mi esposa me ponía más y más ganoso.
Marisol se doblaba, enterrando sus dedos por debajo de su calzoncito, de una manera rítmica y cautivadora.
Su botoncito sonrosado, muy hinchado, palpitaba impetuosamente, mientras que ella insaciablemente no paraba de meter y sacar sus dedos de su húmedo y ardiente interior.
Empezaba a sentir el sudor tanto en mis manos como en mi espalda, dado que verla masturbar es algo no ocurre a menudo y más todavía, sabiendo que lo hacía por mí.
La pobrecita se doblaba, jadeando y relamiéndose los labios, mostrando sus preciosos senos de manera fugaz, que colgaban deliciosamente con cada sacudida.
Su mirada estaba cargada de deseo y mientras sentía mi erección en aumento dentro del pantalón, percibiendo su poderoso aroma a mujer en celo y deseando con todo mi espíritu hacerla mía, me puse de rodillas, con la intención de lamer ávidamente su néctar.
Sin embargo, y con una expresión temerosa y cargada de placer, se retiró otro par de pasos.
“¡Al menos, deja aliviarte un poco!” le imploré, arrastrándome hacia ella.
Era tal su frenesí al meter y sacar sus dedos, que presentaba todo un desafío responderme, llegando a posar su palma extendida y proseguir satisfaciéndose con sus 3 dedos más largos, de una manera casi desequilibrada.
“¡No, mi amor! ¡Me dejarás incluso peor!” exclamó, con un tono suave, fatigado y meloso, al mismo tiempo. “¿No me entiendes?... Si no vas con ella… siempre me preguntaré qué habría pasado si hubieses ido… qué tanto lo habría disfrutado… qué cositas ricas le habrías hecho…”
La expresión de placer de Marisol y sus movimientos me tenían tan caliente, que estaba a punto de tomarla de la cabeza y obligarla que me la chupara.
Pero me encontraba ardorosamente impotente. Pensaba en propasarme con ella, besarla y mandar todo lo demás al carajo, sabiendo que ella no se opondría...
La pobrecita, con su mirada, parecía implorarme que no lo hiciera.
Desesperado y viéndola fluir de tal manera, que una pequeña posa empezaba a formarse entremedio de sus pies, me restregué la palma completamente por mi rostro, suspiré profundo y me puse de pie, una vez más.
Continué mirándola con deseo y empalmado dolorosamente en los pantalones, gesto que ella respondió con su cansada, delicada y agradecida sonrisa, que volvió a posarse en sus suaves labios.
“¡Lo único que te pido, ruiseñor, es que no te excedas!” pedí, no de muy buena gana, tratando de contenerme. “Recuerda que… sin importar cuánto disfrutes de esto… sigues siendo una madre y no quiero que te olvides de nuestras chiquititas.”
A medida que lo solicitaba, mi mente se devanaba pensando cómo era posible que ella encontrara placer en algo como eso, si me tenía al lado.
“¡Lo haré, mi amor! ¡Lo haré!” respondió, incrustándose 3 veces los dedos profundamente y con una expresión que parecía no aguantar más, me pidió “Ahora, ve por favor con Nery, que debe estar esperándote…”
Abrí la puerta y en efecto, así lo era.
Si bien, mantuvo la blusa que contenía sus suculentos pechos de una manera atrevida, cambió su falda por una de cuero del mismo color, pero más corta, que cubría la mitad de sus muslos y remataba la sensualidad de su figura con zapatos de taco alto, que ayudaban más a destacar el par de lunas carnosas que tenía por detrás.
Al ver su cuerpo, quedé sin palabras. Pero su rostro se veía mejor: sus pestañas encrespadas, sus labios color rosa y el colorete en sus mejillas me hizo tragar saliva.
“¿Estás listo, bebé?” Preguntó, con una sonrisa coqueta, al ver mi cintura.
“¡No pensé que te arreglarías tanto!” Respondí con vergüenza, dado que todavía tenía la camisa arremangada para lavar los platos y si bien, mis pantalones blancos y mis zapatos cafés eran semi formales, me sentía muy desarreglado en comparación con ella.
Sin siquiera vacilar, caminó contoneando sugestivamente las caderas hacia mí, sonriendo más y más alegre, a medida que la distancia disminuía y concentrándose levemente en el bulto que seguía apretado dentro de mi pantalón…
“¡Déjame ver, bebé!” repitió nuevamente, tomando uno de mis brazos y estirándolos, girando lo suficiente para apreciar el volumen de sus pechos, mientras arreglaba la manga de mi camisa.
Luego dio un paso más cerca, girando en 180 grados, lo suficientemente rápido y cerca de mí, como para rozar su suave muslo con mi incontrolable erección y adosándose lo suficiente a mi cuerpo, para comprimirlo y tentar mi mano para sobarla…
Cuando terminó de estirar la otra manga y al ver que la forma de mi pantalón incluso alzaba la apretada prenda, dijo:
“¡Listo! ¿Nos vamos, lindo?”
“¡Claro!” respondí, tratando de botar mis pensamientos libidinosos de la cabeza. “¿A dónde quieres ir?”
Tomó su carterita de mano y la apretó levemente a la altura de su pubis…
“¡No sé, bebé! Donde queras vos, me parece bien…” respondió, con ojos brillantes.
Admito que una de las primeras palabras que apareció en mi mente fue “motel”…


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3 comentarios - Siete por siete (169): Géminis (IV)

FaradayD
de paja!
metalchono
¡Gracias!, aunque me pregunto nuevamente si saliste después a la calle y te tiraste a la primera chica que viste.
marandua
uffff estoy que llego!! ya quiero una asi!!
metalchono
No te voy a negar que esa parte fue agradable. Pero terminé extrañando a mi esposa y verla así de caliente y no poder hacer nada durante esos días, se volvió una especie de tortura, sin importar lo que pudiese hacer con las gemelas.
pepeluchelopez
Eso esta muy bien! En espera de otra entrega
metalchono +1
Entiendo que pienses así, porque no deja de ser excitante ver a la mujer que amas tocándose de esa manera, por pensar en ti. Pero te confieso que para el tercer día, se volvió una especie de tortura, porque el contacto entre nosotros era mínimo y sin importar lo que pasara con las gemelas, quería volver a su lado.