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Las cortinas

Este relato es un poquito largo, disculpen por el tiempo que puede tomar leerlo, pero realmente la fantasía es tan vívida que tenía ganas de ser lo más explícita posible al compartirla.
Espero les guste.
Beso.

No me gusta abrir las cortinas. Lo odio. Vivo perseguida como si la CIA siguiera mis movimientos.
Bueno, capaz no taaaaaan así, pero no me gusta que los vecinos sepan cómo vivo. Que sepan qué desayuno o con quién ceno. Por eso las cierro, para que entre luz pero no me vean, y procuro ser lo más discreta posible. Pero actualmente vivo en pareja. Y a él, obviamente, le gusta abrirlas. Viene de una casa que parecía una cueva, y este pequeño y soleado departamento le parece un paraíso. Admito que mi reticencia sobre abrirlas provocó más de una fuerte discusión, en la cual ninguno de los dos cedía. Sin embargo, hace poco tiempo, pensándolo bien, decidí que entendía su necesidad de luz, y que yo era muy perseguida con eso, así que empecé a abrirlas.
Un sábado a la mañana, mientras él estaba cursando y yo limpiaba un poco, estando en la cocina, con las cortinas abiertas, me saluda del departamento de enfrente, un cuarentón. Me sorprende bastante porque ahí vive una viejita tipo abuelita con la mañanita sobre los hombros y todo, hasta que recuerdo que la última vez que hablé con ella mencionó que tenía un hijo. Hábito de años de trabajar en servicio al cliente, automáticamente le sonrío y lo saludo con entusiasmo. Él responde a mi entusiasmo con una amplia sonrisa y un guiño de ojos del tipo simpático, no el pajero. Me maldigo por dentro porque no me gusta conocer mucho a los vecinos, demasiado trato con gente en el laburo, y ahora la próxima vez que me cruce a este boludo se me va a colgar charlando como si me importara un bledo su vida o a él la mía. Esa costumbre pelotuda de quedarte en el palier perdiendo el tiempo con un vecino hablando del frío que hace, o de la recolección de residuos; la detesto. Pero bueno, el mal está hecho, y la próxima me voy a tener que colgar a charlar.
Sigo con mis cosas, y en poco tiempo olvido el episodio. No es hasta unos días después que me lo cruzo entrando ambos al edificio. Me mira, me reconoce, me da los buenos días con una pequeña sonrisa, y sigue caminando. Abro el ascensor, donde inevitablemente va a empezar la charla, ya medio fastidiada y metiéndome en la piel de la vecinita simpática (no, no soy el ogro del edificio, me tomo la gran molestia de fingir y ser buena onda a pesar de lo que cuesta a veces...!), abro las puertas y giro para preguntarle si sube a lo que me responde obviamente que sí. Subimos, cierra las puertas y se queda mirándolas, como preparado para salir. Legamos al segundo, bajamos, saca la llave, abre la puerta, me vuelve a mirar y me dice "Hasta luego!" y se mete en el depto de la madre. Cortito y al pie. Medio me sorprende, porque hay algo en mi cara que hace a la gente le caiga bien incluso antes de conocerme, como si tuviera un cartel colgando de "Hablame que soy buena onda!" aunque no lo sea... pero me encanta. Decido que es mi nuevo vecino favorito, si sigue con esta actitud. Me sonrío para mis adentros, entro a mi casa y me olvido del asunto. Hasta el otro sábado.
Unas amigas me invitaron a almorzar el sábado, y cuando entro a la ducha a media mañana, me doy cuenta que me olvidé de subir la temperatura del calefón y el agua está medio fría. Puteándome por dentro, miro el toallón y pienso que si lo mojo ahora lo voy a lamentar después. Decido ir en bolas, total estoy sola; cuando termine la ducha paso el trapo y listo. Salgo del baño, me apuro por el comedor y entro a la cocina. Voy despacio porque si me resbalo me mato, y me acerco al calefón, que está al lado de la ventana. La ventana, que tiene las cortinas abiertas. Que da justo a la ventana de la viejita, que tiene un hijo cuarentón... Idiota, no me fijé! Mientras opero el calefón miro para en frente rogando que no esté en la cocina, pero con la suerte que estaba teniendo ese día, ahí estaba, con una taza en la mano mirando a la vecina estúpida en pelotas. Se me hiela la sangre en el cuerpo, y antes de reaccionar como para salir corriendo, una parte de mi cerebro se da cuenta que el tipo no sonríe. No se ríe. No tiene cara de pajero tampoco. Simplemente me mira. Me congelo un segundo, observándolo. Está ciertamente mirando mi cuerpo, pero como si lo estuviera descubriendo. Como uno mira un auto antiguo por la calle. Un mueble que quisieras tener en la vidriera. La foto de la personalidad pública que te encanta. Esa admiración y simultáneamente deseo contenido. Y me gustó. Mucho.
Hay un momento en toda pareja heterosexual (no sé cómo funcionan las otras con este respecto) donde el deseo pasa a segundo plano. Porque la mesa está servida. Ese otro cuerpo que tanto te gusta, te excita y te da placer, es tuyo y solamente tuyo; te pertenece y podés tenerlo casi cuando quieras. La seducción se convierte en bajarse los pantalones para que el otro comprenda nuestra excitación. Mostrando los genitales, como los monos. Re idiotas. Pero nos pasa a todos. Y a nosotros nos estaba pasando eso. Mi pareja me atendía en todos los aspectos, pero había algunos en los que yo estaba necesitando un poco más de mantenimiento y él no se estaba percatando. Y bueno, el deseo era precisamente una de ellas. Y era eso justamente lo que vi en la cara de mi vecino. Me tomó como 3 segundos darme cuenta de que me estaba exponiendo innecesariamente a un completo extraño, teniendo pareja, en el lugar donde con él vivía, etc., y me apuré a salir de la vista de la ventana. Lo vi como despertando de un trance, y levantó la vista buscando mis ojos; estaba tranquilo.
Cagada de frío me meto en la ducha, intentando entender qué mierda tengo en la cabeza que se me ocurre mostrarle todos mis atributos físicos ¡al tipo de en frente! Me siento una boluda, y me da miedo que el chabón flashee cualquiera. Ni bien termino de vestirme cierro todas las cortinas, y me pongo bordó con las de la cocina. Salgo al almuerzo y decido no seguir dándole vueltas en la cabeza; mi nueva política de vida es que si no puedo hacer nada para remediarlo no le de mucha pelota. De ahora en más haré lo humanamente posible porque la situación no empeore, pero no puedo volver el tiempo atrás. Pero esa noche, acostada en la cama, sin poder conciliar el sueño, no puedo evitarlo, y el tema me vuelve a la cabeza. Pensándolo bien, el tipo estaba serio. Capaz no pasa nada. Quizás ni se dio cuenta que yo también colgué, del tiempo que pasó. Pero yo se que pasó tiempo, yo recuerdo su mirada. Recuerdo la expresión en su cara, la sed en su gesto. Y también recuerdo su edad; la primera vez que lo vi le calculé cuarentaypocos, pero mirándolo más atentamente me doy cuenta que ya cumplió los cincuenta y algunos... Claramente está bien madurado, porque tiene pocas canas y arrugas, es delgado y se viste bien. Digo, es cogible. Me sorprendo a mí misma pensando en garcharme al tipo de enfretne y me río por dentro, hasta que me doy cuenta de que me acabo de mojar un poquito. No puedo creer que esta situación me esté calentando. De todas las locuras que tengo ganas de hacer y de las que ya hice, nunca se me hubiera ocurrido que me podría llegar a gustar esto. Te miro y estás dormido, y no quiero despertarte; al fin y al cabo te despertaste temprano a pesar de ser sábado, y no dormiste siesta. Bajo mis manos hasta mi entrepierna y me toco pensando en las locuras que podría hacer con el señor de 2º D.
Durante un tiempo no volví a verlo; me divertía pensando que lo había espantado. Una noche, sacando la basura me lo encuentro. Soy consciente de mis calzas ajustadas y el hombro que se asoma por el cuello amplio de mi sweater. Tengo el pelo desordenado y no uso maquillaje; al fin y al cabo estoy por meterme en la cama. Bajamos juntos sin decirnos una palabra, me miró cuando salió del departamento, me abrió la puerta del ascensor y cuando las cerró tras él, otra vez se quedó de espaldas a mí. Cuando el ascensor frenó en la planta baja, puso su mano sobre la manija de la puerta de rejas, y esperó. Me quedé helada, porque estaba totalmente expuesta. Mi escaso 1,60 m difícilmente podría competir contra lo que yo calculé como un metro ochenta y pico, delgado pero fuerte, erguido, en un ascensor híper pequeño para tres personas cuando él bloqueaba toda la puerta. Pensando desesperadamente qué podía hacer si la cosa se ponía fea, los segundos pasaban y él no se movía. En un punto los nervios me dieron valor para hablarle, y cuando abrí la boca, él abrió las puertas. Salió del ascensor con soltura, fue hasta la puerta de entrada mientras yo me quedaba ahí, helada con la boca abierta, totalmente confundida por su actitud. Del fondo del palier me llega su voz tranquila que me pregunta amablemente "Salís?", lo que rompe mi estupor y me ayuda a reaccionar. "Sí, gracias!" le responde la vecinita amigable, y me encamino hacia la puerta con mi sonrisa súper ensayada. "Gracias" le digo, mientras me sonríe apenas y me dice "Buenas noches", mirándome a los ojos como si nunca hubiera visto mis tetas. "Hasta luego!" le contesto, y no le puedo sacar la vista de encima. Se da vuelta y se va, mientras dejo la bolsita en el canasto del edificio, y sin mirar atrás regreso a mi casa, caminando derechito y prendida fuego por dentro.
Ahí descontrolamos. Cada vez que coincidíamos en las ventanas, nos mirábamos con todas las ganas y, si podíamos, le mostrábamos algo al otro. Mis tetas, mi culo y su verga se aprendieron de memoria los rincones de la cocina del otro. Los sábados a la mañana era una fija: a media mañana, nos encontrábamos desayunando y mostrándonos un poquito. Por supuesto no pasó mucho tiempo hasta que se empezó a pajear; subía y bajaba la mano por esa verga experimentada mientras a mí se me hacía agua la boca. Yo me subía a los banquitos altos del desayunador y me metía los deditos en la conchita, y cuando jugaba con mi propia cola, lo veía suspirar; se moría de ganas. Hemos perdido mucho tiempo de nuestras vidas pajeándonos en frente del otro. No podía evitarlo; mi cuerpo me lo pedía cada vez que lo veía en la ventana.
El resto del tiempo era normal, nos cruzábamos en la calle o en el edificio, solos o acompañados, y éramos dos vecinos normales, y actuábamos normal. Pero en mi cabeza y mi ventana, esa era la verga que codiciaba. Garchaba con mi novio para satisfacerme un poco, bajarme los humos. Pero todos los sábados a la mañana, entre las 10 y las 11, me encontraba en la cocina con él. Empecé a usar lencería. Obtuve efusiva aprobación. Mi pareja se sorprendió por mi nuevo interés; creo que lo justifiqué como una nueva etapa de madurez femenina o algo así, y dado que él pareció conforme y contento, me di entero a ello.
Empezaron los pedidos. Nos entendíamos mediante gestos. Date vuelta, levantá la cola, acabate en la mano, quiero ver tu leche. Todas cosas que nos decíamos con la mirada y los gestos. Fuimos más allá de las palabras, del contacto físico. Éramos tan consientes de la necesidad del otro, que no nos desesperábamos tanto por satisfacer las propias como las ajenas. Cero egoísmos. Y ningún compromiso, por supuesto. Donde no hay cuerpo no hay delito, dice la ley, y entre nosotros nada había pasado. Técnicamente, yo me estaba masturbando, no hice nada con nadie más que conmigo. Y todos estamos de acuerdo en que masturbarse no es engañar, así que no estaba mal lo que yo estaba haciendo.
Un día mientras buscaba algo nuevo en un sex shop, se me ocurrió llevarme un consolador. No estaba segura de si podía gustarle, porque nunca había usado uno, ni mucho menos compartirlo con alguien. Pero cuando empecé con la lencería le gustó, así que capaz esto también le podía gustar. Lo compré, pensando que de última, a mí me iba a gustar, y capaz que hasta a mi novio también, uno nunca sabe.
Ése sábado me vestí muy sencilla, un conjuntito de encaje blanco que resaltaba mi piel tostada por el sol de verano, y preparé el juguete en un lugar donde no podía verlo, para sacarlo en el momento preciso. Cuando entró a la cocina yo lo estaba esperando. Lo vi cerrar la puerta mientras me miraba: le gusta especialmente mi camisón de gasa. Pero está impaciente, porque aunque sonríe con gusto me pide con un gesto que me lo saque. Me demoro un segundo atenta a su expresión: me vuela la cabeza esa cara de pajero que pone. Le sonrío despacio y me lo saco por sobre la cabeza, de una. Mi conjunto también le gusta. Se toca por sobre el pantalón, para mostrarme que ya está caliente, que tiene ganas de más. Empezamos el juego, como siempre: miradas intensas, el desprenderse la ropa, demorarse un ratito en cada punto, cosas así. Admiro su torso, cubierto con una fina capa de bello castaño, con algunos rulitos entre los bíceps, todo muy viril. Se nota que el viejito va al gimnasio, porque aunque no tiene los abdominales marcados ni la piel tersa de un veinteañero, tiene el pecho formado y los hombros rectos. Se saca la camisa despacio, después se desabrocha el cinto. Sabe que me gusta observarlo, y me deja saborearlo. Me siento derechita y con las piernas abiertas en la banqueta, me muerdo el labio cuando baja el cierre del pantalón. Pero se detiene ahí y me mira, levanta las cejas porque es mi turno. Asiento levemente, y mientras mis propias manos recorren mis pechos, pienso en el consolador que espera. Pellizco mis pezones por dentro del corpiño, eso me excita a mí; bajo uno de los breteles y lo miro, buscando aprobación. Tiene los pulgares colgando de la cintura del pantalón, y no puedo evitar pensar que es de la generación que creció viendo películas de Cleant Eastgood vestido de vaquero, y mientras desabrocho la prenda me calienta la idea de cogerme a un tipo que tiene como modelo de macho al mismo tipo de actores que yo, como Sean Connery, Al Pacino, Robert de Niro, etc., y como tantas otras veces, imagino que cruza el palier para garcharme encima de la mesa. Esta es la parte en la que él se mete la mano en el bóxer y empieza a tocarse, aunque en general espera un poco más para mostrármela, como si me quisiera hacer desear. Pero debe estar particularmente excitado, porque la saca de una. Me pide con la mirada que empiece a tocarme, y la dirige directamente a mi raja. Me levanto del banco y me pongo de espaldas a él, mostrándole la cola, y de a poco me bajo la tanguita blanca para que nada nos moleste. Subo las manos por mis piernas, aunque sé que no puede ver todo, y me abro la cola para que pueda ver todo lo que quiera. Ya se está pajeando, y suspira cuando uso mis dedos para abrir mis labios mojaditos que estarían más que felices de recibir esa verga que él se empeña en acogotar. Juego un poquito por mi propia conchita en esa posición, hasta que me pide con la mirada que me de vuelta. Mientras me vuelvo a sentar en el banquito de madera me chupo los dedos mojados, porque sé que lo vuelve loco, y a mí me encanta. Abro las piernas y empiezo a tocarme; uso mis dedos para mojar toda la zona, levantar el prepucio y exponer mi órgano preferido. Apenas lo toco empiezo a suspirar: mis manos están frías en comparación. Lo veo muy concentrado en lo que estoy haciendo, y sé que es el momento. Con mi mano libre agarro el consolador y lo llevo despacio a mi raja abierta. Apoyo la punta y presiono un poquito; entra la cabecita apenas, y ya me está gustando. Me muerdo los labios y lo miro, para ver su reacción... pero a él no le gustó. Tiene cara de enojado. Tiene la verga parada como un poste, y los brazos le cuelgan al costado, rígidos. Me asusto, porque no tengo ni idea de cómo arreglarla. Dejo el consolador en la mesada; no es que sacarlo de escena valla a ayudar, pero no sé qué otra cosa puedo hacer. Todavía con cara de enojado se gira y abre la puerta, y sale de la cocina sin mirarme. Estoy paralizada en la cocina, en pelotas y totalmente confundida. Claramente la situación del ascensor no era tan mala. Unos golpazos en la puerta me despiertan. No sé cómo carajo atender. Saliendo de la cocina agarro al boleo el camisón. Sin ponérmelo todavía miro por la mirilla, y veo a mi vecino, todavía enojado y con la verga afuera, dura y parada, como si no estuviera en el palier del piso. Sin pensarlo abro la puerta, en bolas y con el camisón en la mano. Entra al departamento como una tromba y cierra con firmeza la puerta. Me avanza hasta dejarme contra la pared, me agarra las muñecas y las sostiene sobre mi cabeza con una mano. No me aprieta, pero la autoridad que emana y mi propio estupor no me permiten moverme.
-Así que vos querías algo adentro de la conchita? -me dice en un susurro enojado, un tanto amenazador. -Yo te voy a dar algo en la conchita, entonces... -y mientras me amenaza, baja su otra mano hasta mi concha.
Estoy petrificada. No sé en qué momento todo se complicó tanto, y cómo mierda llegué a esta situación. Pero cuando sus dedos buscan mi raja, abro las piernas dócilmente mientras miro su expresión decidida. Me mete los dedos con violencia, que no me lastima ni un poco porque estoy completamente mojada. Metió dos juntos, pero mi dilatación los recibe sin problemas. Los saca, y cuando los vuelve a meter, roza mi clítoris con todo el arco del pulgar, y mientras mis ojos se van para atrás, y mis rodillas se doblan. Me está dando justo lo que quería, lo que necesitaba; tantas veces había soñado y fantaseado con que me cogiera así, contra la pared, que estarlo viviendo parece irreal. Mientras me masturba con fuerza, y el placer recorre cada fibra de mi ser, mi mirada perdida encuentra su pija. Sigue parada, bien recta. Está violeta de presión, venosa, a punto de explotar. Se me hace agua la boca también. La miro con ansias.
-No -me saca firme de mi ensoñación-, primero yo -ordena, adivinando mis intenciones.
Me levanta con un brazo en la cintura y la otra mano todavía adentro mío, y me lleva hasta el sillón. Ése sillón en el que mi novio no quiere coger, porque lo acabamos de comprar, y hay que cuidarlo. En el que no me puedo sentar en los brazos, ni recostar si tengo el calzado puesto. Me recuesta en ese sillón y una vez que estoy cómoda se come mi concha con toda su boca. El calor de su lengua me hace explotar. No puedo evitar agarrarle la cabeza y presionarla desde la nuca para que llegue más profundo. Me responde con lengüetazos furiosos directamente en mi clítoris. Recorre toda mi vulva con una legua que parece enorme, vasta, capaz de lamerme toda, sorbiendo mis jugos como si fuera un durazno maduro, y mientras pellizca mi "botoncito" entre su lengua y sus dientes, vuelve a meterme los dedos (en qué momento los sacó?) en la concha y me coge así. Exploto, así de simple. Fue demasiado para mí. Acabo con fuerza en su cara, en su boca. Siento las contracciones vaginales que fuerzan a sus dedos a salir de adentro mío, pero son tozudos y se quedan. Ahogo un gemido fuerte en un almohadón, mientras él se traga todo lo que sale de mí.
-Así que vos querías tener algo adentro de la conchita? -me vuelve a preguntar.
-Perdoname! -apenas puedo articular- Pensé que podía gustarte!
-Así que vos querías tener algo adentro de la conchita? -repite.
-Por favor, no te enojes. No lo hago más! -rogaba yo, todavía intentando recuperarme del orgasmo.
-Así que vos querías tener algo adentro de la conchita? -insiste.
-Sí -respondo al fin, cuando empiezo a vislumbrar el juego.
-Pedímelo.
-Quiero algo adentro.
-Adentro de dónde?
-De la conchita.
-Decilo.
-Quiero algo adentro de la conchita.
-Pedilo bien! -ordena remarcando sus palabras con una nalgada firme.
-Quiero algo adentro de la conchita, señor, por favor -le pido muy seria y con expresión muy sumisa.
-Así me gusta -me responde al fin, pero se levanta y se aleja un paso. Lo miro confusa, porque pensé que me iba a coger ahí mismo, pero en vez de eso me habla-. Ahora sí.
Entiendo su autorización de inmediato, y me desespero por comerme esa verga hermosa.
-Hacelo despacio; con todo el tiempo que llevo deseando esa boca, la quiero disfrutar bien. No quiero que me hagas acabar en seguida, entendiste?
Su autoridad me recontra calienta, y me empiezo a calentar otra vez. Esta vez sus palabras fueron más dulces, como si quisiera enseñarme que también puede ser bueno.
-Sí.
-Sí, qué?
-Sí, señor.
-Muy bien; podés empezar.
Me arrodillo en frente de su verga y espero unos segundos; le tengo tanta hambre que si la agarro de una me la voy a comer toda de una. Saco mi lengua para mojarle la cabeza, porque está muy seca y no quiero que le duela. La piel está brillosa y tirante; cuando llego a tocarla está caliente. La acaricio despacio, disfruto la textura lustrosa en la lengua, juego con la puntita. Lo miro desde abajo y me mojo bien los labios antes de abrir la boca y meterme la cabeza adentro; su mirada se vuelve más profunda a causa del placer que siente mirándome desde arriba y con su verga abrazada por mis labios gruesos. Tengo muchas ganas de hacerlo gozar, así que trato su verga como si fuera una legua, y más que chuparla en un pete, la beso con toda mi boca. La recorro por toda mi boca, la acaricio con la lengua por arriba y por abajo, la dejo ir hasta el fondo y volver. La acaricio con los labios mientras sale y mientas entra. Abro la boca y hago entrar su verga deslizándose por mi lengua como si fuera una alfombra roja. Me empiezo a excitar y las chupadas son cada vez más profundas. Relajo mi garganta y le doy envión a mi cabeza, y aunque me cuesta me la meto toda en la boca, hasta el fondo, y la dejo por unos segundos, mientras los dos disfrutamos del morbo de que me esté cogiendo la boca.
-Basta -me dice, conteniéndose y alejándome con gentileza pero firmemente-. Así estuvo bien. Ahora levantate.
Le sostengo la mirada mientras me paro, y me sonrío como una nena ante el cumplido. Me devuelve la sonrisa apenas, porque todavía no terminamos y todavía tengo cosas qué hacer, pero mi chupada de pija le gustó y me lo demuestra.
Volviendo a su papel dominante, me agarra de las caderas y me lleva hasta la mesa.
-Es firme? -me pregunta, y como asiento con la cabeza, me sienta en la punta mientras murmura- Menos mal, porque tenía muchas ganas de cogerte acá arriba.
No puedo bajar la vista, estoy cautivada por sus ojos. Él también me mira, no necesita que los ojos le indiquen qué hacer. Me abre las piernas, se pone un forro y me besa. Me toma totalmente por sorpresa, porque no me lo esperaba. Pero su boca es cálida, su lengua juguetona, y su aliento me encanta. Me llega su perfume, mezclado con el olor del latex y de mi propia excitación; es un coctel genial, que me vuela la cabeza. El beso se hace más profundo, nos movemos al compás. En un momento de distracción me apoya la verga en la concha y me dice:
-Esto es lo que tenés que meterte.
Me penetra con fuerza, ni rápido ni despacio, recorriendo toda mi vagina con la pija durísima y recaliente. Siento milímetro a milímetro su pedazo de carne hirviendo adentro mío, y cuando llega hasta el fondo se detiene para verme: tengo los ojos en blanco, la boca abierta, los brazos me cuelgan al costado y las piernas firmes en un rictus provocado por el placer. Espera amablemente que disfrute de la penetración a mis anchas, y cuando vuelvo en mí y abro los ojos para mirarlo, toda sonriente como una rosa, se pone serio y empieza a cogerme. Fuerte. Duro. Con rudeza. Con una mano me sostiene una pierna, y el otro brazo me rodea la espalda para sostenerme. Me tiene clavada en la mesa, el movimiento lo hace él. De alguna manera logró que la mesa coincida con la altura de su pelvis, así que sólo se mueve adelante y atrás, adelante y atrás. Me doy cuenta de mi situación, de lo que estamos haciendo. Un tipo se metió a mi casa, me chupó la concha hasta que me acabé, me hizo rogarle que me cogiera, y ahora me está dando murra como siempre quise... Me está partiendo al medio, me está volviendo loca, y la calentura no deja de subir, y el tipo es inflexible, adentro y afuera, ni rápido ni despacio, firme, entero, desde la cabeza hasta los huevos; mientras estoy cada vez más mojada, más dilatada, mi cuerpo se relaja, cuelga de la mesa y de sus brazos, mi cabeza cuelga hacia atrás, me dejo invadir por el placer, que sube a mi garganta obligándome a gemir, gutural, suavemente primero, pero va subiendo de volumen, no puedo controlarlo; pero él sí, y en una de esas clavadas monumentales, libera mi rodilla para taparme la boca y me mira fijo como diciendo "SHHH". Vuelvo a mi papel de sumisa pidiéndole disculpas con la mirada y frunciendo la boquita, para que sepa que entendí. Me mira fijo mientras sigue castigando mi concha con el mayor de los placeres, no logro evitar que el placer y el morbo vuelvan a envolverme, estoy perdiendo la cabeza; le sostengo la mirada pero tengo que morderme los labios para ser silenciosa. Él nota mi calentura y sonríe con sorna, porque ya es más que obvio que me dejo hacer cualquier cosa. Me retuerzo en sus brazos, mi cuerpo no puede quedarse quieto, quiero más. Mi ansiedad está en mi mirada cuando se detiene a medio camino, como esperando. Lo miro confundida, porque no sé qué va a hacer a continuación, me desconcierta. Abro la boca para preguntarle pero me la cubre con la mano, silenciándome. No hace nada. Me impaciento, pero él sigue mirándome fijamente, su cara una máscara inexpresiva. Quiero verga, quiero que me siga cogiendo, me empiezo a mover por el impulso mismo de mi calentura, pero él me sostiene evitando que lo siga haciendo. Me quedo rígida, pero mis ojos me traicionan y mi mente delira, de repente el calor baja por mi vulva hasta mi cola, y me doy cuenta de que empiezo a dilatarme atrás. Lo miro en una súplica silenciosa.
-Silencio? -me pregunta, moviendo la mano, dejando la orden implícita. Asiento con la cabeza despacito y temblando de calentura. Saca la mano de mi boca y me pregunta- Querés más? -a mi respuesta positiva vuelve a preguntar- Más de esto? -"no", le dice mi cola en silencio. Mi cabeza también. -Por otro lado? -me sonrío mientras asiento, porque me está leyendo la mente. -Pedímelo. -"No" otra vez con la cabeza. -Pedímelo! -esta vez más fuerte. Al repetir mi negativa se enoja, pero con una mirada elocuente de mi parte entiende. -Está bien, ahora sí podés hablar.
-Podría usted hacerme la colita, por favor, señor? -No tengo idea de dónde me sale este personaje de sumisa, pero me queda cómodo como si fuera mi propia piel.
Vuelvo a leer en su expresión el deseo de la primera vez, la cara que puso cuando vio mi cuerpo mojado y desnudo, hace tantos meses ya. Se aleja despacio, me saca la verga de adentro, y me estremezco un poco ante el vacío. Me gira suavemente, sin mirarme a los ojos, porque los suyos no tienen más espacio que para mi cuerpo. Admira mis tetas, recorre mi cintura y finalmente se ilumina mientras observa mi culo. No es gran cosa, lo pierdo con algunos pantalones, aunque así desnudo es bonito, pero supongo que con su excitación, tenerlo en frente, listo y dispuesto, que se volviera loco era comprensible. Después de todo, se estaba por comer una manzanita de la mitad de su edad...
Me apoyó la verga en la zanja, y se movió un poco adelante y atrás, masturbándose con mis nalgas. Me agarró las tetas, y me las retorció como me vio tantas veces hacerlo sola. Me pellizcó los pezones, y me recorrió el cuello alternando lengua y dientes, llegó hasta las orejas y volvió a bajar. Yo ya estaba enloquecida de nuevo, pero él volvió a controlarse y se detuvo. Subió una mano por mi espalda y me agarró de la nuca, la otra la puso sobre mi panza. Así como estábamos me recostó sobre la mesa, y se agachó hasta tener su cara enfrentada a mi raja. Usó sus manos para abrir mi cola, y hundió toda su cara. Con la lengua juntó todo mi flujo y lo llevó a mi orto, al que atacó a lengüetazos sin compasión. No fue controlado y mesurado como hasta entonces, sino que se dejó llevar. Me llenó bien el culo de saliva, me medió la lengua hasta donde no le dio más, y ahí siguió con los dedos; primero uno, después el otro. Mi agujero no opuso ni la menor resistencia, se abrió ante él como mi concha había hecho un rato antes. Siguió metiendo su lengua adentro de mi ano abierto, y me llevó hasta las nubes haciendo presión con la punta en lo más profundo de mi orto. Yo ya no daba más, y débilmente le solté un "Ahora!", esperando que no se lo tome como una orden y me coja ya. Afortunadamente no lo hizo, o si lo hizo se lo tomó a bien, porque se incorporó automáticamente, me presentó la verga en el culo totalmente dilatado, se la soltó y empujó. Inmisericorde, fuerte, duro, potente, firme, decidido, empujó. Me empaló con la verga gigante y caliente, me perforó el orto cegado por la calentura, entero, hasta el fondo, me la metió de una como si fuera una muñeca inflable. Esta vez no esperó a que yo me tome el tiempo de disfrutarlo, fue hasta el fondo y cuando él lo sintió completamente adentro, empezó con las arremetidas castigándome el orto como si quisiera rompérmelo. Perdí totalmente la noción del tiempo y el espacio, de la situación y los participantes. El primer orgasmo empezó en el momento mismo en el que entró su verga entera la primera vez, y para la segunda arremetida me tuvo que volver a tapar la boca porque unos gemidos terribles se escapaban de mi garganta. Se aseguró de sofocar el ruido sin dejar de cogerme, y para sostenerme fuerte puso su otra mano en mi nuca. En esa posición la verga llega muy profunda, y queda bien aplastada adentro, y se siente por tooooooodos lados. Sin mencionar el morbo de estar totalmente inmovilizada por un completo extraño en el comedor de mí casa. Por cada orgasmo que yo le soltaba en la verga él me daba un empujoncito extra, y empezó a sonreírse cuando los dos sentimos mi flujo corriéndonos por las piernas. Empecé a preguntarme si había tomado alguna pastilla, porque no acababa más y a mí se me estaban aflojando las piernas, cuando me soltó para poder agarrarme de la cadera y así clavada me llevó hasta el sillón otra vez. Me hizo arrodillarme y me alcanzó un almohadón por obvios motivos, me volvió a agarrar fuerte de la cadera, y me empezó a coger como si buscara partirme al medio realmente, como una manzana atravesada por una flecha. Yo ya no podía más, estaba en ése punto en el que me siento seca y no puedo seguir acabando, la calentura sigue subiendo pero mi cuerpo no tiene fuerzas para remontar un nuevo orgasmo, cuando me dijo "Voy a acabar. Venís conmigo?". "No puedo!" llegué a contestarle, pero no le gustó.
-Si yo te digo que venís conmigo, venís conmigo y punto -me dijo enojado de nuevo. Me metió una mano entre las piernas y llegó hasta mi clítoris, y lo masajeó con fuerza hasta que no pude más que hacer buen uso del almohadón, mientras explotaba en un orgasmo tan fuerte que ni siquiera sentí cómo acababa él.
Tardamos unos segundos en reponernos, estábamos realmente agotados. Mientras mi respiración se normalizaba, y se me dibujaba en la cara esa expresión tan beatífica que sólo ocurre cuando te acaban de coger como los dioses, empecé a sentir su verga bombeando la sangre de vuelta a su cuerpo, y reduciéndose de tamaño, logré escuchar su propia respiración agitada.
Escuché un suspiro, y antes de que me pueda dar cuenta, estaba sacándome la verga de adentro. Mientras se subía el pantalón, me susurró al oído "La próxima vez que te vea con un pedazo de plástico, va a ser peor." Dejó la amenaza en el aire, agarró su camisa, y salió de mi departamento cerrando la puerta suavemente.

12 comentarios - Las cortinas

exiliado39 +1
tremnda sin aliento quiero eso ya +3
fer_12_4 +1
tremendoo, muy bien relatado, segui asi linda! +10
rom123lopz +1
Oh por Dios! Hasta la puntuación perfecta!!! Como se disfruta un relato así!! Muy caliente hermosa!! Besos
Pervberto +1
La extensión es la que se merece esa fantasía tan caliente y bien narrada.
Pervberto +1
Y, en nombre de los veteranos, me alegra mucho el desprejuicio...
luchi975 +1
Excelente!!! Muy excitante y nadarrado a la perfeccion. Hay segunda parte??? Besos
totocbita +1
Increible relato, genial!!!
zurdo73 +1
Uno de los mejores!!!!! Felicitaciones !!
kramalo +1
muy bueno...!! valio la pena leerlo todo.... camibiá un dia tu ávatar y poné una de tu orto....un beso.
VoyeaurXVII +1
para los niños lectores... un relato increible!!!!
morbo_cuernos +1
Entrega y sumisión... fantasía que busca el límite y lo supera. Muy bueno.
5contar +1
Gracias bombón!