La relación con la pediatra de los niños comenzó el día que nació mi hijo mayor. Casi sin querer con el tiempo fuimos ganando confianza, no se si con todos los pacientes era asi, pero a nosotros nos trataba con mucho cariño, más del que le dábamos a ella. Siempre disponible en el celular, aunque sea por whatsapp, incluso dejando recetas firmadas en blanco cuando viajaba, por las dudas que necesitáramos. En algún momento, incluso nos atendió en su casa. Era linda, no sexy, podía pasar inadvertida fácilmente. Dulce, aunque a veces discutíamos ya que sin ser médicos, ni nada parecido, siempre nos informábamos bien acerca de las opciones cuando de suministrar medicamentos se trata.
Casi siempre íbamos los dos a verla, con el niño que correspondía, porque con el tiempo llegaron más niños. Solo recuerdo una vez de mucho viento zonda en que fui yo solo con el mayor. Yo, sabiendo de los celos patológicos de mi esposa siempre procuré callar los máximo posible y evitar toda muestra de afecto o simpatía.
Al nacer el último de mis hijos mi esposa, que siempre me excitó mucho, bajó de peso llegando a pesar igual que cuando estaba soltera. Volvió a usar su ropa más juvenil, y puede decirse que rejuveneció, asi como también nuestros encuentros en la cama.
Hace poco, en una de las visitas de control la pediatra, notó que mi esposa estaba más linda y así se lo hizo saber. Por su parte, ella también bajó de peso y noté que usaba calzas, botas con taco, el escote un poco más abierto. Al despedirse me sugirió que mi señora estaba muy linda, a lo que respondí inmediatamente que por supuesto, que estaba muy tentadora, y que no podía contenerme. Todo terminó en risas.
Y sucedió que hace un par de semanas compre remedios sin recetas, y tuve que pasar por el consultorio a pedir que las confeccione para dejar en regla los papeles con la farmacia. Fui a última hora, al salir de mi trabajo, y se dio que llegué cuando la secretaria se retiraba - ella era más joven, y vestía siempre con blusas negras, pantalones negros, un solo pendiente - quedando la doctora sola con un paciente y sus padres. Esperé en la recepción hasta que se retiraron. La doctora los despidió, cerró con llaves y se aprestó a atender mi pedido.
Todo se dio normalmente, como quien se desliza por un tobogán.
Ella sentada en su escritorio, el escote un poco abierto, escribiendo la receta mientras hablábamos de nada, el clima, los virus que andan por ahí, etcétera. Hasta que preguntó por mi esposa.
- Aun está tentadora?
- Claro, le dije,
- Mmm y qué es eso que la hace tentadora? Dijo con una sonrisa pícara
- Bueno, no se… es solo que la veo y me excito – ahí me animé a dar más información íntima - vamos a dormir a la noche, le doy un beso, una caricia, e inmediatamente llevo mis manos a sus caderas, rozo su bombacha y no se…. será la piel, el saber que le gusta tanto como a mi, son muchas cosas
- Guau! - exclamó ella, que era madre soltera - me da curiosidad porque yo duermo sola, con mi niña a veces, y a veces tengo ensoñaciones de que alguien me acaricia bajo las sábanas.
Puso cara de pedir cariño y sin pensarlo, ni pensar las consecuencias, tomé su mano y la miré a los ojos, luego me acerqué por detrás de su silla y mientras terminaba de firmar y sellar corrí su pelo y acaricié su cuello. Ella se dejó hacer, su piel se erizó y se sacudió como con un escalofrío, soltando un suave gemido.
Seguí con mis caricias, rodeando su cuello y acercando mis labios a su nuca, a su oreja, a sus hombros.
La doctora se relajó, desprendió su chaqueta, tomó mis manos y las guió hacia su pecho. Tenía los pezones duros, yo mojé mis dedos con saliva y se los acariciaba hasta que se secaba. Luego llevé los dedos a su boca para mojarlos, ella chupaba, y se permitía jugar con su lengua. Cuando bajé de nuevo a las caricias con las yemas de los dedos le agregué un apretón de tetas con toda la mano. Suave pero firme.
La silla molestaba. La hice parar y seguí detrás de ella, bajando la chaqueta y también su blusa. Me dediqué a besar su espalda, desde los hombros hasta la cintura. Cuando llegaba a la cintura ella se inclinaba apoyando sus manos en el escritorio. La abrazaba por atrás y volvía a subir.
Con mis manos acariciaba sus caderas y comenzaba a enrollar la cintura de la calza para bajarla de a poco. Ella ayudaba, no hacía falta decir nada. Tenía una bombacha común, de algodón, estaba limpia y perfumada. Le besé las nalgas y la giré para ver su monte. Una mancha de humedad aparecía adelante. La besé sin bajar la bombacha. Mientras recorría con mi mente el consultorio: la camilla era demasiado alta, sería incómoda; el escritorio demasiado pequeño; las sillas incómodas y peligrosas con sus rueditas.
Sin sacar la bombacha ataqué el clítoris, que sobresalía notablemente. Unos golpecitos con la lengua, unas lamidas y estalló. Nunca vi algo así, mojó toda su bombacha y quedó como en éxtasis. Yo no sabía qué hacer, ya no era dueña de sus actos.
Salí del consultorio, fui hasta el baño a lavarme cara y manos, volvi y seguía asi, agotada sin responder. No daba para continuar, quedarían para otra ocasión, si se da, todas esas muestras de sadismo que me caracterizan, como explorar su cavidad anal, dar chirlos en sus cachetes, forzar una garganta profunda, no se, quedé desconcertado.
Tomé las recetas y me fui. Volvi a casa con la tranquilidad de no haber engañado a mi esposa. O eso es engañar? Cualquier duda le pregunto al abogado de Bill Clinton y listo.
Casi siempre íbamos los dos a verla, con el niño que correspondía, porque con el tiempo llegaron más niños. Solo recuerdo una vez de mucho viento zonda en que fui yo solo con el mayor. Yo, sabiendo de los celos patológicos de mi esposa siempre procuré callar los máximo posible y evitar toda muestra de afecto o simpatía.
Al nacer el último de mis hijos mi esposa, que siempre me excitó mucho, bajó de peso llegando a pesar igual que cuando estaba soltera. Volvió a usar su ropa más juvenil, y puede decirse que rejuveneció, asi como también nuestros encuentros en la cama.
Hace poco, en una de las visitas de control la pediatra, notó que mi esposa estaba más linda y así se lo hizo saber. Por su parte, ella también bajó de peso y noté que usaba calzas, botas con taco, el escote un poco más abierto. Al despedirse me sugirió que mi señora estaba muy linda, a lo que respondí inmediatamente que por supuesto, que estaba muy tentadora, y que no podía contenerme. Todo terminó en risas.
Y sucedió que hace un par de semanas compre remedios sin recetas, y tuve que pasar por el consultorio a pedir que las confeccione para dejar en regla los papeles con la farmacia. Fui a última hora, al salir de mi trabajo, y se dio que llegué cuando la secretaria se retiraba - ella era más joven, y vestía siempre con blusas negras, pantalones negros, un solo pendiente - quedando la doctora sola con un paciente y sus padres. Esperé en la recepción hasta que se retiraron. La doctora los despidió, cerró con llaves y se aprestó a atender mi pedido.
Todo se dio normalmente, como quien se desliza por un tobogán.
Ella sentada en su escritorio, el escote un poco abierto, escribiendo la receta mientras hablábamos de nada, el clima, los virus que andan por ahí, etcétera. Hasta que preguntó por mi esposa.
- Aun está tentadora?
- Claro, le dije,
- Mmm y qué es eso que la hace tentadora? Dijo con una sonrisa pícara
- Bueno, no se… es solo que la veo y me excito – ahí me animé a dar más información íntima - vamos a dormir a la noche, le doy un beso, una caricia, e inmediatamente llevo mis manos a sus caderas, rozo su bombacha y no se…. será la piel, el saber que le gusta tanto como a mi, son muchas cosas
- Guau! - exclamó ella, que era madre soltera - me da curiosidad porque yo duermo sola, con mi niña a veces, y a veces tengo ensoñaciones de que alguien me acaricia bajo las sábanas.
Puso cara de pedir cariño y sin pensarlo, ni pensar las consecuencias, tomé su mano y la miré a los ojos, luego me acerqué por detrás de su silla y mientras terminaba de firmar y sellar corrí su pelo y acaricié su cuello. Ella se dejó hacer, su piel se erizó y se sacudió como con un escalofrío, soltando un suave gemido.
Seguí con mis caricias, rodeando su cuello y acercando mis labios a su nuca, a su oreja, a sus hombros.
La doctora se relajó, desprendió su chaqueta, tomó mis manos y las guió hacia su pecho. Tenía los pezones duros, yo mojé mis dedos con saliva y se los acariciaba hasta que se secaba. Luego llevé los dedos a su boca para mojarlos, ella chupaba, y se permitía jugar con su lengua. Cuando bajé de nuevo a las caricias con las yemas de los dedos le agregué un apretón de tetas con toda la mano. Suave pero firme.
La silla molestaba. La hice parar y seguí detrás de ella, bajando la chaqueta y también su blusa. Me dediqué a besar su espalda, desde los hombros hasta la cintura. Cuando llegaba a la cintura ella se inclinaba apoyando sus manos en el escritorio. La abrazaba por atrás y volvía a subir.
Con mis manos acariciaba sus caderas y comenzaba a enrollar la cintura de la calza para bajarla de a poco. Ella ayudaba, no hacía falta decir nada. Tenía una bombacha común, de algodón, estaba limpia y perfumada. Le besé las nalgas y la giré para ver su monte. Una mancha de humedad aparecía adelante. La besé sin bajar la bombacha. Mientras recorría con mi mente el consultorio: la camilla era demasiado alta, sería incómoda; el escritorio demasiado pequeño; las sillas incómodas y peligrosas con sus rueditas.
Sin sacar la bombacha ataqué el clítoris, que sobresalía notablemente. Unos golpecitos con la lengua, unas lamidas y estalló. Nunca vi algo así, mojó toda su bombacha y quedó como en éxtasis. Yo no sabía qué hacer, ya no era dueña de sus actos.
Salí del consultorio, fui hasta el baño a lavarme cara y manos, volvi y seguía asi, agotada sin responder. No daba para continuar, quedarían para otra ocasión, si se da, todas esas muestras de sadismo que me caracterizan, como explorar su cavidad anal, dar chirlos en sus cachetes, forzar una garganta profunda, no se, quedé desconcertado.
Tomé las recetas y me fui. Volvi a casa con la tranquilidad de no haber engañado a mi esposa. O eso es engañar? Cualquier duda le pregunto al abogado de Bill Clinton y listo.
7 comentarios - Visita a la pediatra
Sigue...?