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Compendio I
Todo este asunto con el “Brexit” ha dejado una atmósfera enrarecida en la faena. Aunque Australia se ha independizado de la Corona, ha repercutido en el mercado y preocupado al resto de los inmigrantes.
Lo que más gracia me causa es que Roland me sonríe con malicia cuando nos encontramos, creyendo que probablemente me marcharé pronto y aunque no lo muestran abiertamente, tanto Hannah como el personal bajo mi cargo se notan preocupados por mí.
Incluso Sonia me ha mandado mensajes, un tanto nerviosa, pero como siempre, le he ayudado mantener la calma, con mi mente fría: han invertido demasiado en traernos y si llegara la remota posibilidad de sacarnos de nuestros cargos, solamente nos destinarían a otras oficinas no ligadas con la colonia inglesa, pero no significa que nos devolverán a nuestros antiguos puestos de trabajo.
Sin embargo, lo más destacable fue la “solución” que me propuso Hannah: que podría casarme con una ciudadana australiana y postular a la nacionalidad.
Traté de ser lo más discreto cuando me explicaba su plan, que nada estaba ligado con el “fiasco” que pasó con su marido y la lencería que le estrenó (de hecho, la idea funcionó: el lunes, a su regreso pudo hacerlo 3 veces seguidas y Hannah alcanzó algunos orgasmos consecutivos, pero su marido a las 2 horas ya estaba rendido, pero ella quería más y el pobre Douglas tuvo que aguantar que cada mañana, le diera una mamada antes de irse a trabajar, sin saber de dónde sacaba su esposa semejantes ocurrencias) y realmente, me sorprendí el nivel de detalle de lo que había investigado, particularmente, el hecho que debía consumar el matrimonio con el acto sexual.
Cuando le pregunté qué pasaría con Marisol y mis pequeñas, dijo que podía divorciarme y compartir la tuición. Pero por muy emocionada y entusiasmada que estuviera por su idea, tuve que aterrizarla, diciéndole que decidí casarme con Marisol por el resto de mi vida y que si la hubiese conocido antes, probablemente ya sería un ciudadano australiano y su actual esposo, con lo que me gané un buen montón de besos y horas de pasión desenfrenada.
Pero no todo el fin de semana fue tan amargo. De hecho, quise narrarlo primero porque fue lo que más me afectó emocionalmente, pero admito que lo sucedido el viernes me llenó de lascivia.
En realidad, empezó a mediados de semana, con Marisol pidiéndome que le ayudara a sus amigas con sus “Term papers”.
Y es que ahí está el meollo del asunto, para los que pudieran pensar que me aprovecho de la situación: Marisol literalmente se enfada conmigo si descuido una de sus amigas por demasiado tiempo.
Porque particularmente, me encuentro satisfecho: paso las tardes libres, jugueteando con mis pequeñas, cocinando, limpiando la casa, trotando, comprando en el supermercado y besuqueándome y jugueteando con Lizzie durante el día y jugueteando y besuqueando a mi esposa, por la noche, cuando estoy en casa y en faena, tengo a Hannah, con quien me desfogo cada noche y antes de almorzar.
Pero a Marisol le gusta el romance.
“Es que Lara vive preguntando por ti y quiere saber tu opinión sobre su trabajo…”
“Es que tú conoces cómo se pone Jess para esta época: la pobrecita se vuelve un atado de nudos y lo único que quiere es que alguien le oriente.”
“Es que tú no has hecho nada con Sandy, en todo este tiempo…”
Y comentarios de ese tipo. Incluso, tengo más sospechas sobre lo ocurrido, dado que no pudieron juntarse el miércoles, porque Marisol debía corregir algunos controles de los niños de su clase y decidió “Salomonicamente” enviarme a mí el viernes, en su reemplazo.
Por ese motivo, me sentía inquieto a la hora de almuerzo. Ya había jugado con Lizzie por la mañana y también sabía que yo, en el fondo, no quería ir.
Sin embargo, al momento de despedirme de ella, con un cálido beso y un lujurioso abrazo en la cocina, ciñendo su redondo trasero y aplastando sus senos sobre mi pecho, extremadamente tentado de hacerla mía mientras lavaba los platos, me entregó una tira con 6 preservativos y me dejó marchar.
En ese aspecto, Lizzie es maravillosa: sabe bastante bien la manera en que mi esposa “me presta a sus amigas” y a pesar que podría ponerse celosa, sabe que siempre terminaré volviendo a casa, por ellas y por mis pequeñas.
Marisol me sugirió, dado que Lara tiene Jeep, que tomara el metro para llegar a la universidad. El viaje fue de lo más normal, disfrutando del paisaje de la ciudad y alrededor de un cuarto para la una, llegué al campus de Artes, esperando la salida de las amigas de mi esposa.
Y como les mencioné, tengo mis sospechas de mi esposa, porque de haber sabido cómo estaba Lara vestida, me habría dado una ducha con hielos…
Marisol me ha dicho que usa ropa de gimnasia los fines de semana, porque lava la ropa. Pero nunca tomé el peso al exuberante cuerpo de Lara cuando me lo contaba…
Unas calzas blancas, apretadas, que destacaban una cintura y un ombligo perfecto, con unos muslos carnosos y tersos, un trasero apetitoso y tentador y si bien, sus pechos no son tan grandes como los de mi cuñada o los de mi vecina, la proporción y la manera por la que vibraban debajo de ese sports bra negro, desataban maquiavélicos deseos en mi espíritu por agarrarlos.
Pero por si fuera poco, andaba con sus lisos cabellos castaños, escondiendo parcialmente su llamativa delantera, su sonrisa angelical, con esos clarísimos ojos azules, sus pestañas seductoras que cautivan con la mirada y esos labios esponjosos que mi esposa vive alabando, ya que cada vez que los besa, le hace creer que son de algodón.
Por supuesto que llamaba la atención como si fuera un accidente de tránsito o una “baliza para hombres”, ya que la gran mayoría se detenía para observarla.
Mi primera impresión al verla fue querer agarrarme a golpes, porque su belleza era tal, que llegaba a nublar mi juicio.
“¡Marco!” saludó contenta, alzando la mano, mientras me convencía a mí mismo que no soñaba y que ella, efectivamente, es la amante que tiene mi mujer.
“¡Hola!” saludé, claramente perturbado, pensando que incluso Pamela tendría una dura competencia si estuviese a su lado.
Al parecer, mi lentitud de procesamiento parecía divertirle demasiado.
“¿Pasa algo?” preguntó, muy sonriente.
“No… nada.” Le dije, restregándome la cara con sudor frio y desenfocándome un poco.
“¡Hey, Marco!” saludó Sandy amistosamente y un poco más atrás, Jess.
Verdaderamente, las amigas de Marisol son muy bonitas y chicas decentes, aunque Lara definitivamente es la más atractiva.
Sandy tiene cabellos negros, con rizos, que le llegan hasta un poco más abajo del cuello; ojos negros y labios medianamente delgados, con una eterna sonrisa optimista.
No es la más lista de las 3 (de hecho, es la más distraída), pero la más carismática y claramente, el núcleo que mantiene al trio de amigas, por su calidez de corazón y liviandad de espíritu.
Su figura es más delgada, su altura es mediana (porque Lara mide alrededor de 1.72, un poco más alta que mi esposa y Sandy debe medir 1.67, aproximadamente) y si bien, sus pechos son los más pequeños, su cola llama moderadamente la atención.
“Supimos que le ayudarías a Lara hoy, con su term paper…” comentó con una amplia sonrisa.
“¡Sí! ¡Marisol me lo pidió de favor!” respondí, reponiéndome lentamente de aquella visión a mi izquierda.
“¡Qué bien! Quería pedirte si tendrás tiempo en tu próximo tiempo libre…” comentó, tomando su celular y buscando el calendario. “Verás, yo también necesito ayuda y Marisol y Lara hablan maravillas de tu trabajo… ¡Hasta yo me sorprendí que Jess me dijera que habló contigo!… porque esta pequeña es tan tímida…”
Y es evidente que Jess es la “mascota” del grupo, porque sigue manteniendo ese aire tímido, “abrazable” y sentí malestar cuando me miraba, porque percibía un leve temor de su parte.
No obstante, a pesar de seguir viéndose tierna, su vestimenta había cambiado levemente y si bien no era tan llamativa como Lara, sus pechos se destacaban sorpresivamente como 2 apetitosos flanes, bajo esa camiseta blanca.
“¿Y vas a ir así con él?” Preguntó Jess, manifestando su desconfianza.
“¡Vamos, no seas así!” Le reprendió Sandy. “¡Es el esposo de Mari y tú sabes que Lara puede cuidarse sola!”
Pero Jess tenía motivos para estar preocupada, lo que realmente me avergonzaba.
“Además, Jess, te he dicho que no me queda otra ropa limpia…” le explicó Lara, con una clara mueca de molestia.
Nos fuimos caminando a la estación con las chicas, ya que Lara me explicó que su Jeep estaba en el taller, conversando y bromeando, lo que me ayudó bastante a refrenar mis instintos. Pero al llegar a la estación, me quedé a solas con ese tremendo monumento de mujer, puesto que Sandy vive a unas cuadras del campus y Jess debe tomar la misma línea que usa mi esposa, para volver a casa, mientras que Lara y yo debíamos avanzar un par de estaciones hacia el sur, hasta llegar a Goodwood.
Por costumbre, cuando estudiaba y me tocaba ir a la universidad, nunca me iba sentado, para ceder el asiento a personas que sí podían necesitarlo y francamente, era el tipo que siempre quedaba “aplastado” en la puerta del metro o del bus, por el volumen de personas.
Pues en esta oportunidad, compensé todas esas molestias y con creces…
Era alrededor de la 1 y media de la tarde. Es decir, un horario bajo donde con suerte habría más de 10 personas por vagón.
Pero aun así, me tomé del pasamano y me fui de pie. Lo que no contaba es que ella se iba a ir a mi lado.
“¿No te molesta?” Me preguntó, acomodándose bajo mi brazo, casi como si la abrazara.
“No…” Respondí anonadado.
Ella sonrió.
“Es solo que me incomoda que me vean vestida así y sola…” me explicó.
Y era evidente: iban 2 tipos sentados, con traje de oficina, que no paraban de mirarla y comentar sobre ella; una abuelita muy sonriente, que debía creer que éramos una pareja de enamorados y hasta un hombre obeso, al otro extremo del vagón, que no perdía detalle de dónde estábamos.
Pero por producto del vaivén natural del transporte, su monumental trasero empezó a rozar mi pierna y a ocasionarme lentamente una erección...
Como podrán imaginar, no soy de la clase de “pervertidos” que puntean a las mujeres cuando viajan. Más bien, soy de aquellos que prefiere observar y únicamente punteo a mujeres que conozco y que me acepten ese tipo de acciones.
De cualquier manera, no era la primera vez que me pasaba. Cuando estudiaba, algunas señoras cincuentonas gorditas parecían hacerlo a propósito, ya que antes de acomodarse delante de mí y echarme su cuerpo encima, me daban como una sonrisa de aprobación. También me pasaba con algunas escolares, oficinistas, universitarias y en más de una ocasión, me llegó algún agarrón al pantalón, tratando de apartarlo del contacto, junto con una que otra sobada.
Pero en esta oportunidad, se restregaba maravillosamente y aunque me iba hablando de su Term Paper, no le podía prestar atención a sus palabras.
Mi mente divagaba al verla afirmarse del pasamano, subiendo y bajando lentamente y recordé la vez que me masturbó en compañía de mi esposa…
Pero traté de desechar ese pensamiento, recordando que Lara es lesbiana, le gustan las mujeres y probablemente, no comprenda el razonamiento de los hombres.
Sin embargo, eso empeoró mi situación, ya que pensaba morbosamente en las cosas que hace cuando se junta con mi esposa y que le he pedido que no me cuente, para no montar en celos.
Para entonces, ya me había alzado plenamente y ella estaba callada, con la respiración agitada y pudiendo contemplar la expansión y contracción de su escote, en un ángulo increíble, junto con una maravillosa perspectiva de su majestuoso trasero y como toque adicional, un leve aroma a crema de coco, que emanaba de su piel.
Mientras nos deteníamos en la siguiente estación, cerraba los ojos, ignorando que mi pene quedaba discretamente aprisionado entre sus muslos y tratando de imaginarla que se iba sentada…
Pero simplemente, me sobrepasaba: la imaginaba sentada, lamiendo apetitosamente mi falo, frente a esos maravillosos pechos.
Por fortuna, el parlante anunciaba “Goodwood” y yo trataba de disimular de la mejor manera el “buen palo” que tenía en los pantalones…
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1 comentarios - Siete por siete (157): Lara (I)