¿Qué será lo que se manifiesta en la voluntad humana de romper límites? ¿cómo se explica que la tensión de las convenciones sociales sea tan excitante?
Nada de eso pasaba por mi cabeza ese domingo. Habituado a la tediosa lentitud de los viajes en omnibus, esa noche fría pasaba por las ventanillas como cualquier otra. Un film inmirable con Adam Sandler y comida de colectivo. En esas azarosas vueltas, el bus se detiene en Cippoletti.
La terminal estaba vacía y yo al borde de dormitar por completo. Como un rayo, una joven que me pide el asiento a mi lado, que ocupaba con mis pies y mochila. Amablemente desocupo y se lo cedo. Estaba mojada y su pelo rojizo brillaba en la tenue luz del bondi. Se sentó torpemente y sin darme chance a cruzar palabra, se puso unos auriculares y distinguí el sonido estridente del punk. Derrotado, pero no menos curioso, empecé disimuladamente a observarla. Llevaba un jean roto que dejaba entreve algunos vellos suaves casi sobre su vientre y una remera corta y roñosa enmarcaba dos senos prominentes. El frío le había puesto los pequeños pezones en punta. Como casi siempre, el aire acondicionado estaba en modo finlandés. Ella comenzó a temblar. Con un gesto simple, la puse al cobijo de mi campera, que hasta ese momento me cubría y saqué un buzo para taparme. Ella agradeció con una leve sonrisa y se echó hacia atrás, dejando ver un cuello de lo más delicado y blanco.
Aún cuando ella cerró los ojos, cerrándome la chance de entablar charla, mi pija estaba erguida como un obelisco. El omnibus quedó totalmente a oscuras de un momento a otro y todos los pasajeros, incluida mi joven acompañante, se entregaron al sueño. Iba a ser una larga noche. Tenía tal calentura que pensé en bajar y masturbarme en el baño del micro, pero cuando estaba casi decidido a hacerlo, ella se recostó dormida sobre mi hombro y supe que no me levantaría más.
Su respiración en mi cuello me llevaba a un extremo de calentura insostenible, sin embargo nada podía hacer. Cerré los ojos y rogué no despertar con un manchón como de la adolescencia. Un instante después, su mano fría se posó sobre mi muslo. Seguía dormida, según pude ver en la escasa luz. Entonces, sentí una leve mordida en la oreja y como me acariciaba el bulto puntiagudo en mi pantalón. Su voz, una voz suave y dulce me dijo: -Cerrá los ojos y quedate en silencio.
Obviamente, seguí sus órdenes. Me tomó la mano y la puso sobre uno de sus opulentos pechos -Tengo frío. Comencé a acariciarlo lentamente, al tiempo que ella se volvió más sobre mí. Su respiración se agitaba y su mano comenzaba a bajar mi bragueta -Las viejas que duermen en el asiento, ni se imaginan que te voy a comer toda la pija.
Mi calentura me dominó entonces, metí mi cabeza bajo su remera mojada y comencé a morder sus pezones y besar sus enorme pechos. Ella se dejaba y aguantaba a duras penas los gemidos. Con un ademán decidido, comencé a acariciar su entrepierna, estaba mojadísima y surgía entre el leve vello un clítoris hinchado de placer... Estaba tan extasiada que le costaba pajearme, apenas acabó, me sacó de encima suyo bruscamente. Se metió bajo la campera y sentí su lengua como una oruga sobre la punta de mi pija al borde de la explosión. Su boca se abrió lentamente, dejando que sus labios caminaran sobre cada centímetro de mi piel. Apenas me tuvo completamente devorado, comenzó a moverse con un frenesí irrefrenable. Me enloquecía la gula con la que se engullía mi verga al borde de la explosión. Intenté en un ridículo ataque de corrección decirle que se retirara antes de que un geiser de semen llenara su boca, pero ella no me dejó. Con una devoción maravillosa, se bebió todo lo que salió de mí...como si fuese la mayor de las delicias.
Sin más, se levantó, se acomodó sobre mí y me dijo -Ahora a dormir. Cerró sus ojos y yo también. Cuando desperté, ella no estaba. Me dejó sólo una servilleta en que decía "nos volveremos a ver".
Mientras escribo esto, miro a los que viajan conmigo y como siempre desde entonces, la bella pelirroja, no está.
Nada de eso pasaba por mi cabeza ese domingo. Habituado a la tediosa lentitud de los viajes en omnibus, esa noche fría pasaba por las ventanillas como cualquier otra. Un film inmirable con Adam Sandler y comida de colectivo. En esas azarosas vueltas, el bus se detiene en Cippoletti.
La terminal estaba vacía y yo al borde de dormitar por completo. Como un rayo, una joven que me pide el asiento a mi lado, que ocupaba con mis pies y mochila. Amablemente desocupo y se lo cedo. Estaba mojada y su pelo rojizo brillaba en la tenue luz del bondi. Se sentó torpemente y sin darme chance a cruzar palabra, se puso unos auriculares y distinguí el sonido estridente del punk. Derrotado, pero no menos curioso, empecé disimuladamente a observarla. Llevaba un jean roto que dejaba entreve algunos vellos suaves casi sobre su vientre y una remera corta y roñosa enmarcaba dos senos prominentes. El frío le había puesto los pequeños pezones en punta. Como casi siempre, el aire acondicionado estaba en modo finlandés. Ella comenzó a temblar. Con un gesto simple, la puse al cobijo de mi campera, que hasta ese momento me cubría y saqué un buzo para taparme. Ella agradeció con una leve sonrisa y se echó hacia atrás, dejando ver un cuello de lo más delicado y blanco.
Aún cuando ella cerró los ojos, cerrándome la chance de entablar charla, mi pija estaba erguida como un obelisco. El omnibus quedó totalmente a oscuras de un momento a otro y todos los pasajeros, incluida mi joven acompañante, se entregaron al sueño. Iba a ser una larga noche. Tenía tal calentura que pensé en bajar y masturbarme en el baño del micro, pero cuando estaba casi decidido a hacerlo, ella se recostó dormida sobre mi hombro y supe que no me levantaría más.
Su respiración en mi cuello me llevaba a un extremo de calentura insostenible, sin embargo nada podía hacer. Cerré los ojos y rogué no despertar con un manchón como de la adolescencia. Un instante después, su mano fría se posó sobre mi muslo. Seguía dormida, según pude ver en la escasa luz. Entonces, sentí una leve mordida en la oreja y como me acariciaba el bulto puntiagudo en mi pantalón. Su voz, una voz suave y dulce me dijo: -Cerrá los ojos y quedate en silencio.
Obviamente, seguí sus órdenes. Me tomó la mano y la puso sobre uno de sus opulentos pechos -Tengo frío. Comencé a acariciarlo lentamente, al tiempo que ella se volvió más sobre mí. Su respiración se agitaba y su mano comenzaba a bajar mi bragueta -Las viejas que duermen en el asiento, ni se imaginan que te voy a comer toda la pija.
Mi calentura me dominó entonces, metí mi cabeza bajo su remera mojada y comencé a morder sus pezones y besar sus enorme pechos. Ella se dejaba y aguantaba a duras penas los gemidos. Con un ademán decidido, comencé a acariciar su entrepierna, estaba mojadísima y surgía entre el leve vello un clítoris hinchado de placer... Estaba tan extasiada que le costaba pajearme, apenas acabó, me sacó de encima suyo bruscamente. Se metió bajo la campera y sentí su lengua como una oruga sobre la punta de mi pija al borde de la explosión. Su boca se abrió lentamente, dejando que sus labios caminaran sobre cada centímetro de mi piel. Apenas me tuvo completamente devorado, comenzó a moverse con un frenesí irrefrenable. Me enloquecía la gula con la que se engullía mi verga al borde de la explosión. Intenté en un ridículo ataque de corrección decirle que se retirara antes de que un geiser de semen llenara su boca, pero ella no me dejó. Con una devoción maravillosa, se bebió todo lo que salió de mí...como si fuese la mayor de las delicias.
Sin más, se levantó, se acomodó sobre mí y me dijo -Ahora a dormir. Cerró sus ojos y yo también. Cuando desperté, ella no estaba. Me dejó sólo una servilleta en que decía "nos volveremos a ver".
Mientras escribo esto, miro a los que viajan conmigo y como siempre desde entonces, la bella pelirroja, no está.
1 comentarios - Road Trippin