Seguìan transcurriendo los dìas sin ella. No puedo decir que no tuviese actividad sexual, que la tenìa y bastante agitada, pero algo me faltaba. No podìa encontrar un lugar de estabilidad. Alguien con quien sentirme tranquilo y estable. Alguien que realmente supiese chupar el culo como se debe...
Me había alguilado un departamentito en la zona céntrica. Nada del otro mundo. Un ambiente. Muy pocos muebles. Lo indispensable para vivir dignamente. Me la pasaba trabajando durante el dia y de noche salìa de cacerìa.
El Tinder fue una herramienta bastante útil a esos efectos. A pesar de que la mayoría de las mujeres que conocía andaban en la búsqueda de pareja estable e hijos por venir, conocí a algunas que me enseñaron cosas nuevas en la cama,
Estaba Fernanda, por ejemplo, que era fanática de la lencería erótica. Usaba conjuntos muy cuidados, medias de red, tacos aguja. Todo en impecable composición. Le tenía que correr la tanga para cojerla porque no se quería sacar ni una prenda. Decía que era un conjunto entero para el sexo y que nada podía salir de su lugar. Era bastante activa pero un poco conservadora.
O Julieta, la colorada un poco hippie. A quien no le gustaba depilarse la concha y me exprimía hasta la última gota de semen. Era infatigable. Me metía en su peluda concha y me pedía más y más todo el tiempo. Era muy simpática. Tenía una técnica muy buena para pajearme. Me hacía acabar casi instantáneamente. La primera vez que lo hizo estaba recostada con la cabeza junto a la mía y mi acabada fue tan violenta que saltó hasta su cachete. Ella se paso la mano y chupó el semen contenta de su hazaña. Me encantaba sumergirme en su rojo selvático y chuparle la concha. Ella me apoyaba los pies en los hombros y se movía en círculos agarrándose los cachetes del culo. Era digno de ver su arbusto colorado lleno de saliva y flujos cuando acababa mi faena.
O Romina, la secretaria ejecutiva que le gustaba que la puteara mientras cojíamos. Me pedía que le dijera puta, zorra, mierda y una lista interminable de barbaridades. Se ponía en cuatro con la cabeza contra el colchón, se abría las nalgas con las manos y me pedía que la coja duro y la insultara. Cuanto más guarro era el insulto, más rápido acababa.
O Lupe, la romántica que adoraba las velas y los inciensos. Que buscaba la sutileza y algo parecido al sexo tántrico. Se recostaba y adoraba que la acaricie despacio, recorriendo cada centímetro de su piel. Después de unos minutos de hacerlo acercaba mi mano a su concha y explotaba de flujos. Cierta vez acabó sin llegar a acariciar ninguna de sus zonas erógenas. Yo necesitaba un poco más de acción con ella, pero estuvo buena la experiencia.
O Cecilia, una mujer realmente pasada de kilos, pero con quien tuve el mejor sexo de esa época. Disfrutaba sanamente y fue de las pocas que se interesó por mi propio goce. Le calentaba calentarme. Me chupaba, acariciaba, daba los gustos. Pasamos tardes enteras de telo experimentando. Llegó a cojerme con un dildo de su propiedad. Le gustaba tragarse el semen. Me pedía por favor que no acabase dentro suyo, que era un desperdicio. Solo me permitía dejarlo dentro de su culo. Pensé en algún momento en encarar algo más con ella, pero su condición de casada con dos hijos y que no pensase en dejarlos hizo que todo quedara en la nada...
Una tarde de telo se desnudó en su inmensa hermosura y se recostó boca arriba en la cama. Extendió su pie derecho hacia mi.
- Chupalo.- dijo.
Me arrodillé al lado de la cama.e introduje el pie en mi boca. Lo sacó.
- Despacio, Leo. Hacelo con suavidad. Acordate que me caliento yo tambien..-
Y volvió a acercarme el pie a la cara. Esta vez empecé a lamer despacio uno por uno sus dedos. Empezando por el pequeño. Metía la lengua en el espacio que hay entre cada uno. sentía la pija ponerse dura cuanto más y más lo hacía. Ella me miraba hacer y se tocaba los pezones. Movía los dedos de los pies de acuerdo a como le iba pasando la lengua por cada uno.
- Ahora si metetelo en la boca.- Dijo después de un rato. Me fue introduciendo el pie en la boca de a poco. Sentìa sus dedos moverse contra mi lengua. Tanto lo metió que me empezaron a dar arcadas. Al principio eran desagradables, pero despues empecé a sentir un placer extraño en eso de querer vomitar, pero al mismo tiempo disfrutar de su pie dentrò mío. Era raro y excitante a la vez.
Lo sacó y me dijo que me pusiera en cuatro sobre la cama, desnudo.
Saqué de a una las prendas con las que estaba vestido y le hice caso sin saber qué quería. Ella se acostó dándome la espalda y empecé a sentir su pié acariciándome el culo y lo huevos. Estaba húmedo, mojado por mi propia saliva. Pasaba acompasado de los huevos al orto ida y vuelta, muy despacio. Sentia la verga expolotar de placer. De repente paró en el culo. Con el dedo gordo empezó a hacer movimientos circulares sobre el ano. Yo empecé a hacer movimientos circulares también. Deseaba que me cojiera.
- Metemelo, dale.- Le dije.
- Mejor metemela vos a mi.- Respondió ella, dándole un giro más convencional al asunto.
Me tiré encima suyo sin titubear. La cojí un rato largo hasta que acabamos en un gemido fuerte, los dos juntos.
Esa noche me dijo que quería terminar con todo porque se sentía culpable por su marido e hijos.
Le pedí una última entrada en su ojete de despedida.
- Pero dejame la leche adentro.- Respondió abriéndose los cachetes y poniéndose en cuatro.
No la volvía ver. A veces la exraño.
También estuve con Gerardo. Un hombre más grande que yo, unos cincuenta. Pelado, de barba candado. Lo conocí de casualidad en un bar. Charlamos un rato. No era afeminado para nada. De la charla de futbol todo derivó a la paja compartida y el toqueteo. No llegamos a penetrarnos, pero nos tomábamos unas cervezas juntos y después en el auto de cualquiera de los dos nos ibamos a algún lugar poco concurrido y nos tocábamos mutuamente. El se entregaba a mis manos tirándose hacia atrás y cerrando los ojos bien fuerte. Le pedí un par de veces que me la chupara pero no se animó. Lástima, se le notaban las ganas, pero la cultura pudo más que su deseo.
Y así transcurrió un año aproximadamente.
Hasta que un día la crucé.
Y por fín se terminó la espera.
Me había alguilado un departamentito en la zona céntrica. Nada del otro mundo. Un ambiente. Muy pocos muebles. Lo indispensable para vivir dignamente. Me la pasaba trabajando durante el dia y de noche salìa de cacerìa.
El Tinder fue una herramienta bastante útil a esos efectos. A pesar de que la mayoría de las mujeres que conocía andaban en la búsqueda de pareja estable e hijos por venir, conocí a algunas que me enseñaron cosas nuevas en la cama,
Estaba Fernanda, por ejemplo, que era fanática de la lencería erótica. Usaba conjuntos muy cuidados, medias de red, tacos aguja. Todo en impecable composición. Le tenía que correr la tanga para cojerla porque no se quería sacar ni una prenda. Decía que era un conjunto entero para el sexo y que nada podía salir de su lugar. Era bastante activa pero un poco conservadora.
O Julieta, la colorada un poco hippie. A quien no le gustaba depilarse la concha y me exprimía hasta la última gota de semen. Era infatigable. Me metía en su peluda concha y me pedía más y más todo el tiempo. Era muy simpática. Tenía una técnica muy buena para pajearme. Me hacía acabar casi instantáneamente. La primera vez que lo hizo estaba recostada con la cabeza junto a la mía y mi acabada fue tan violenta que saltó hasta su cachete. Ella se paso la mano y chupó el semen contenta de su hazaña. Me encantaba sumergirme en su rojo selvático y chuparle la concha. Ella me apoyaba los pies en los hombros y se movía en círculos agarrándose los cachetes del culo. Era digno de ver su arbusto colorado lleno de saliva y flujos cuando acababa mi faena.
O Romina, la secretaria ejecutiva que le gustaba que la puteara mientras cojíamos. Me pedía que le dijera puta, zorra, mierda y una lista interminable de barbaridades. Se ponía en cuatro con la cabeza contra el colchón, se abría las nalgas con las manos y me pedía que la coja duro y la insultara. Cuanto más guarro era el insulto, más rápido acababa.
O Lupe, la romántica que adoraba las velas y los inciensos. Que buscaba la sutileza y algo parecido al sexo tántrico. Se recostaba y adoraba que la acaricie despacio, recorriendo cada centímetro de su piel. Después de unos minutos de hacerlo acercaba mi mano a su concha y explotaba de flujos. Cierta vez acabó sin llegar a acariciar ninguna de sus zonas erógenas. Yo necesitaba un poco más de acción con ella, pero estuvo buena la experiencia.
O Cecilia, una mujer realmente pasada de kilos, pero con quien tuve el mejor sexo de esa época. Disfrutaba sanamente y fue de las pocas que se interesó por mi propio goce. Le calentaba calentarme. Me chupaba, acariciaba, daba los gustos. Pasamos tardes enteras de telo experimentando. Llegó a cojerme con un dildo de su propiedad. Le gustaba tragarse el semen. Me pedía por favor que no acabase dentro suyo, que era un desperdicio. Solo me permitía dejarlo dentro de su culo. Pensé en algún momento en encarar algo más con ella, pero su condición de casada con dos hijos y que no pensase en dejarlos hizo que todo quedara en la nada...
Una tarde de telo se desnudó en su inmensa hermosura y se recostó boca arriba en la cama. Extendió su pie derecho hacia mi.
- Chupalo.- dijo.
Me arrodillé al lado de la cama.e introduje el pie en mi boca. Lo sacó.
- Despacio, Leo. Hacelo con suavidad. Acordate que me caliento yo tambien..-
Y volvió a acercarme el pie a la cara. Esta vez empecé a lamer despacio uno por uno sus dedos. Empezando por el pequeño. Metía la lengua en el espacio que hay entre cada uno. sentía la pija ponerse dura cuanto más y más lo hacía. Ella me miraba hacer y se tocaba los pezones. Movía los dedos de los pies de acuerdo a como le iba pasando la lengua por cada uno.
- Ahora si metetelo en la boca.- Dijo después de un rato. Me fue introduciendo el pie en la boca de a poco. Sentìa sus dedos moverse contra mi lengua. Tanto lo metió que me empezaron a dar arcadas. Al principio eran desagradables, pero despues empecé a sentir un placer extraño en eso de querer vomitar, pero al mismo tiempo disfrutar de su pie dentrò mío. Era raro y excitante a la vez.
Lo sacó y me dijo que me pusiera en cuatro sobre la cama, desnudo.
Saqué de a una las prendas con las que estaba vestido y le hice caso sin saber qué quería. Ella se acostó dándome la espalda y empecé a sentir su pié acariciándome el culo y lo huevos. Estaba húmedo, mojado por mi propia saliva. Pasaba acompasado de los huevos al orto ida y vuelta, muy despacio. Sentia la verga expolotar de placer. De repente paró en el culo. Con el dedo gordo empezó a hacer movimientos circulares sobre el ano. Yo empecé a hacer movimientos circulares también. Deseaba que me cojiera.
- Metemelo, dale.- Le dije.
- Mejor metemela vos a mi.- Respondió ella, dándole un giro más convencional al asunto.
Me tiré encima suyo sin titubear. La cojí un rato largo hasta que acabamos en un gemido fuerte, los dos juntos.
Esa noche me dijo que quería terminar con todo porque se sentía culpable por su marido e hijos.
Le pedí una última entrada en su ojete de despedida.
- Pero dejame la leche adentro.- Respondió abriéndose los cachetes y poniéndose en cuatro.
No la volvía ver. A veces la exraño.
También estuve con Gerardo. Un hombre más grande que yo, unos cincuenta. Pelado, de barba candado. Lo conocí de casualidad en un bar. Charlamos un rato. No era afeminado para nada. De la charla de futbol todo derivó a la paja compartida y el toqueteo. No llegamos a penetrarnos, pero nos tomábamos unas cervezas juntos y después en el auto de cualquiera de los dos nos ibamos a algún lugar poco concurrido y nos tocábamos mutuamente. El se entregaba a mis manos tirándose hacia atrás y cerrando los ojos bien fuerte. Le pedí un par de veces que me la chupara pero no se animó. Lástima, se le notaban las ganas, pero la cultura pudo más que su deseo.
Y así transcurrió un año aproximadamente.
Hasta que un día la crucé.
Y por fín se terminó la espera.
2 comentarios - Los días sin ella. 2da. parte.