Capítulo cuatro; La única opción
Acurrucada en la cama, cubriéndome con las sábanas como si fuesen un manto protector, sentía que la habitación se hacia gigante a mi alrededor, la misma que habia sido testigo del placer que llegué a sentir con quien ahora me estaba secuestrando después de haberme drogado y entregado a sus amigos.
Paralizada por el miedo y con el resto de alguna sustancia corriendo por mis venas, volví a caer en un sueño profundo. Mi inconsciente me llevó a una casa en el campo, una alfombra, un ventanal que deja ver el hermoso y sereno paisaje, los brazos de Oscar rodeandome amorosamente, sus caricias erizando mi piel, sus besos en mi cuello, de nuevo sus brazos, ahora apretándome, cada vez con más fuerza, impidiéndome soltarme, ahogándome, hasta que desperté. Por un mínimo instante sentí alivio de saber que era un sueño, hasta que volví a caer en la realidad en la que estaba inmersa.
La puerta se abrió y Oscar me apuró para que me levantara y me vistiera, en ese momento recordé algo que me había dicho más temprano, que había invertido demasiada plata en mi, como un manotazo de ahogado hice un intento por zafar
-Tengo la plata que me diste, no la gasté, la tengo guardada, te la puedo devolver
-No bonita, no entendes, ya hay muchos clientes, muy especiales y exclusivos que te están esperando, y yo soy un tipo de palabra, no puedo fallarles
-Un hijo de puta sos! De que palabra me hablas?
-No llores que te pones fea, dale, vestite que te voy a llevar a un lugar muy lindo
Me puse la ropa, salimos al living, yo no sabía ni siquiera si era de día o de noche. Cuando estábamos a dos metros de la puerta el instinto de supervivencia me llenó de coraje y a pesar de la notable diferencia física, tomé un pesado adorno de una mesa y le di un golpe en la cabeza, tambaleó y alcanzó a golpearme la cara con su puño cerrado, caí al piso y cuando se me vino encima pude darle nuevamente con el adorno en la sien. Cayó sobre mi extenuado cuerpo, desmayado o tal vez muerto, no lo supe ni traté de averiguarlo, me safé y fui derecho a la puerta del departamento.
Cuando logre salir al pasillo recordé las fotos que me había mostrado y en un acto de locura volví a entrar, la computadora y la cámara estaban en la mesa ratona, las tomé y salí corriendo.
Afuera un furioso sol de mediodía se contrastaba con la oscuridad que había vivido y de la que trataba de escapar, caminé pérdida por las calles de palermo hasta que reaccioné y subí a un taxi, en el largo viaje hasta mi casa decidí que no podía quedarme en Buenos Aires. Si Oscar estaba vivo no se iba a quedar quieto, y si estaba muerto yo era su asesina.
En mi casa nadie preguntó demasiado, yo destruí la cámara y la computadora, armé un bolso y con la plata que tenía guardada salí sin saber bien a donde iba a ir.
Acurrucada en la cama, cubriéndome con las sábanas como si fuesen un manto protector, sentía que la habitación se hacia gigante a mi alrededor, la misma que habia sido testigo del placer que llegué a sentir con quien ahora me estaba secuestrando después de haberme drogado y entregado a sus amigos.
Paralizada por el miedo y con el resto de alguna sustancia corriendo por mis venas, volví a caer en un sueño profundo. Mi inconsciente me llevó a una casa en el campo, una alfombra, un ventanal que deja ver el hermoso y sereno paisaje, los brazos de Oscar rodeandome amorosamente, sus caricias erizando mi piel, sus besos en mi cuello, de nuevo sus brazos, ahora apretándome, cada vez con más fuerza, impidiéndome soltarme, ahogándome, hasta que desperté. Por un mínimo instante sentí alivio de saber que era un sueño, hasta que volví a caer en la realidad en la que estaba inmersa.
La puerta se abrió y Oscar me apuró para que me levantara y me vistiera, en ese momento recordé algo que me había dicho más temprano, que había invertido demasiada plata en mi, como un manotazo de ahogado hice un intento por zafar
-Tengo la plata que me diste, no la gasté, la tengo guardada, te la puedo devolver
-No bonita, no entendes, ya hay muchos clientes, muy especiales y exclusivos que te están esperando, y yo soy un tipo de palabra, no puedo fallarles
-Un hijo de puta sos! De que palabra me hablas?
-No llores que te pones fea, dale, vestite que te voy a llevar a un lugar muy lindo
Me puse la ropa, salimos al living, yo no sabía ni siquiera si era de día o de noche. Cuando estábamos a dos metros de la puerta el instinto de supervivencia me llenó de coraje y a pesar de la notable diferencia física, tomé un pesado adorno de una mesa y le di un golpe en la cabeza, tambaleó y alcanzó a golpearme la cara con su puño cerrado, caí al piso y cuando se me vino encima pude darle nuevamente con el adorno en la sien. Cayó sobre mi extenuado cuerpo, desmayado o tal vez muerto, no lo supe ni traté de averiguarlo, me safé y fui derecho a la puerta del departamento.
Cuando logre salir al pasillo recordé las fotos que me había mostrado y en un acto de locura volví a entrar, la computadora y la cámara estaban en la mesa ratona, las tomé y salí corriendo.
Afuera un furioso sol de mediodía se contrastaba con la oscuridad que había vivido y de la que trataba de escapar, caminé pérdida por las calles de palermo hasta que reaccioné y subí a un taxi, en el largo viaje hasta mi casa decidí que no podía quedarme en Buenos Aires. Si Oscar estaba vivo no se iba a quedar quieto, y si estaba muerto yo era su asesina.
En mi casa nadie preguntó demasiado, yo destruí la cámara y la computadora, armé un bolso y con la plata que tenía guardada salí sin saber bien a donde iba a ir.
12 comentarios - El camino a la perdición (cap4)