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La playa nudista

Yo nunca lo hubiera imaginado, pero mi marido si. El lo deseaba. Y lo consiguió. Consiguió que yo aceptara a acompañarle a una playa nudista. No me hacia mucha gracia, es cierto, pero tampoco me importaba mucho, ya que iba a estar con el. Por otra parte, todo el mundo, estaría en iguales condiciones que yo, desnudos. Lo que yo ignoraba era que en esa playa, el se encontraría con un amigo o con un conocido de Madrid. Y de aquel encuentro, surgió esta historia.
Yo ya me había decidido, ante la insistencia de él. Pensé que no importaba mucho ir a una playa nudista. Al fin y al cabo, todos en pelotas, pensé. Las vacaciones estaban siendo todo lo hermosas que una desea y la verdad, tampoco quería estropearlas por tan poca cosa. Una playa nudista. No era para tanto, aunque no me hacia gracia. No pensaba que fuera tan malo dejarse ver desnuda. Nadie me conocería.
Dejamos el coche aparcado en las inmediaciones de la playa a la que íbamos y nos dispusimos a caminar, por supuesto, vestidos. Hasta ahí, todo normal. Lo anormal o mejor dicho, lo normal, empezó al llegar a una especie de puerta, que no sé para que valdría, pues esa playa era de libre acceso, tal vez para delimitar la zona, y allí se encontraba un cartel que nos advertía que entrábamos en una playa nudista y que por favor, nos mostráramos a los demás con respeto y por supuesto, desnudos.
Después de tener unas palabrejas con mi marido, cruzamos la puerta y nos desnudamos al fin, y con nuestras ropas dentro de una bolsa, nos acercamos a la playa. Al principio vimos que había poca gente, pero todos desnudos. Nuestra presencia no importuno a nadie. Es más, nadie nos prestó la menor atención. No así mi marido, que no quitaba ojo a toda mujer que allí se encontraba. Yo, he de decir que tampoco me perdí ninguna polla de las allí presentes. Era curiosidad. Caminamos hasta un lugar relativamente alejado de los demás, pues nadie estaba apelotonado unos con otros, ya que había suficiente espacio, y dejamos nuestra bolsa. Luego nos dirigimos hacia una especie de pinar donde había unas mesas, que supuse serían para comer los allí desnudos. También observe en mi caminar hasta ese pinar, que todos los hombres se fijaban en mi y posaban sus miradas en mi culo, mis pechos y mis piernas, y el que podía, en mi triangulo negro.
Llegamos al pinar y estuvimos viéndolo. No había restaurante ni chiringuito como suponíamos. Decidimos que nos iríamos a comer fuera de esa playa y tal vez luego volveríamos. No habíamos llevado comida y no había nada por allí que nos permitiera comprarla. Fue justo ahí cuando apareció Ramón.
Ramón era un conocido de mí marido, de Madrid. Yo no lo conocía de nada y dudo mucho que mi marido lo conociera en demasía, pues el saludo fue un poco frió a parte de la sorpresa que nos causo. Después de vencer el pudor de mi desnudez y después de reponerme, de la sensación de estar hablando con alguien a quien no conocía, pero mi marido sí, decidimos ir a bañarnos juntos los tres. No me gustaba la idea, pero me dije que así, no me observaría tan descaradamente, pues Ramón no me quitaba ojo y hasta cuando me besó en la presentación que hizo mi marido, parecía como si me oliese. Hasta creo que me rozó con su pene en el muslo. Pues le tiene largo y grueso.
Nos metimos los tres en el agua, el a cierta distancia de nosotros y aparte de algunas bromas y risas todo transcurrió normal, si exceptuamos las veces que mi marido me quiso tocar impúdicamente bajo el agua. Terminado nuestro baño, salimos del agua a tomar el sol. Nos quedamos en la orilla y he de decir que yo había vencido todo pudor de estar allí, de que me vieran desnuda. De que me viera desnuda Ramón. En verdad, ya no daba importancia a mi desnudez. Cierto es que no me gustaba que me vieran con dos hombres a mi lado. Podían pensar que era una cualquiera. Pero me sentía cómoda con ellos a mi lado……sobre todo con sus pollas cercanas, en especial la de Ramón. Aquella tranca copaba mi atención cuando la podía mirar sin ser vista por él.
Ramón, muy amablemente nos invitó a compartir su comida con el. Tenía cantidad de sobra y según dijo, le apetecía estar con alguien conocido. A mi marido la idea le gusto, ya que hizo lo posible por ponerme en evidencia, con lo cual yo tuve que aceptar el quedarnos a compartir su comida. En ese instante yo no sabía que también me iba a compartir a mí.
Comimos ensalada, embutido y alas de pollo frías. Y bebimos. Bebimos y bebimos. Bebimos toda la sangría que se puede beber. El calor nos daba sed y tirábamos de sangría, con vino, y la sangría nos mareaba, especialmente a mi. Ramón había llevado, exagerado él, una garrafa de cinco litros de sangría. Estaba muy buena, todo hay que decirlo. Y estaba casi congelada, con lo que estaba fresca.
Una vez hubimos terminado de comer, nos dispusimos a echarnos la siesta. A mí, me daba cosa, estar con dos hombres desnudos a mi lado, pero al final accedí a tumbarme cerca de ellos. Tanto Ramón como mi marido, se tumbaron boca arriba y yo podía ver sus penes descansando sobre sus vientres. Yo me tumbe boca abajo, lo cual me permitía, cada vez que me incorporaba echar una miradita.
El calor empezaba a apretar y la sangría me adormilaba. Así, poco a poco me fui quedando dormida mientras pensaba en la polla de Ramón. Toda una señora polla, pensé.
Todo fue muy lento y muy rápido a la vez. Mi marido empezó a acariciarme la espalda primero, después mis nalgas, mi surco del culo, y según lo hacía se iba empalmando. Yo mantenía los ojos cerrados y en verdad, no recordaba que estuviera allí, con nosotros Ramón. Me dejé llevar. Me estaba dando gusto su masaje con la mano. El me dio la vuelta y me puso boca arriba y entonces fue cuando abrí los ojos y allí a mi lado izquierdo estaba Ramón, incorporado sobre su codo, viendo como mi marido me tocaba. Quise protestar ante la actitud de mi marido pero el me lo impidió con un beso que ahogo por entero mis quejas. Oí a Ramón que decía algo como que a el no le importaba, que el ya estaba acostumbrado, que no pasaba nada, y que no éramos los únicos en esas prácticas. Que en esa playa el había visto demasiado. Yo, ciertamente me había dormido, pero ya estaba despierta. No se si hablaron algo entre ellos o todo fue el azar, pero los besos de mi marido me iban poniendo cachonda a medida que me besaba y me tocaba. Me ponía cachonda ver como nos miraba Ramón. Pero también me daba vergüenza que viera a mi marido tocando mis pechos, mi pubis y mi sexo. Me sentía agitada. Ya hasta deseaba que me follara, pero claro, tendríamos que irnos al pinar, lejos de la mirada de la gente y sobre todo de la de Ramón. Mientras yo pensaba en como acabaría aquello, Ramón me lo enseño en un segundo.
Los besos de mi marido, su mano acariciándome los pechos y el vientre, y yo relajada por entero, sin importarme que Ramón nos estuviera viendo, quizá le hicieron pensar a este último que yo le abría la puerta de mi cuerpo. Confieso que me excitaba la idea de ver como Ramón miraba mi cuerpo. Con mis ojos cerrados, sentía las manos de mi marido, pero ponía la cara de Ramón en ellas.
Mi marido se afanaba en besarme los pezones y tocarme el vientre cuando una mano se poso encima de mi vello púbico, para sin dilación bajar hasta el comienzo de mi raja. Pensé que era mi marido quien me tocaba y me empapé más de lo que ya estaba. La sorpresa vino después, cuando mi marido, con sus manos sobre mis pechos me beso ardientemente y otra boca se poso en mi raja. ¿Qué estaba pasando? Abrí los ojos y me encontré con los de mi marido que me miraba complacientemente. Dejó de besarme por un instante e incorporé mi cabeza ligeramente para, ante mi sorpresa, descubrir a su amigo Ramón, lamiéndome el coño por entero. Aturdida deje caer mi cabeza y miré otra vez a mi marido. Sostuvimos una mirada llena de lenguajes. El esbozó una sonrisa y me beso otra vez mientras yo permanecía con los labios cerrados. Me sujetaba la cara con ambas manos como convenciéndome que lo que pasaba estaba bien. Ramón se afanaba por proporcionarme todo el placer del que era capaz. Lo tenía fácil en verdad. Yo estaba excitada y muy mojada. Cuando abrí los labios y permití a mi marido penetrar en mi boca con su lengua, el creyó entender que yo estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo. Pensé que si a el no le importaba aquello, tal vez a mí tampoco debería importarme. Al fin y al cabo solo estaba haciéndome una lamida en toda regla. Sólo estaba ayudando a mi marido a darme placer. Y de qué manera lo hacía.
Me había entregado al juego. Ramón me lamía y mi marido me tocaba los pezones y me besaba. La lengua de Ramón penetraba en mi coño de arriba abajo y de abajo arriba. Se cebaba en mi clítoris y aplicaba en él unos golpecitos con la punta de su lengua, que me hacían encoger las piernas lo que podía, pues el abrazaba mis muslos por delante. Mi marido se giró hacia mi lado y ahí empezó todo. Ramón se levanto y se tumbo encima de mí. El también quería besarme en la boca. Se lo permitió. ¿Por qué no?, si ya me había hurgado por entero. Su beso prolongado, con lengua, fue el pistoletazo de salida de su penetración. Note sobre mi vientre como su polla estaba dura, tiesa, erguida. Sin poder decir nada, Ramón me acercó su polla a la raja y la paseó unas cuantas veces, dejando que su glande hiciera las veces de su lengua. No resistí y gemí. Lo hice escandalosamente mientras miraba a mi marido. El sonreía mientras me miraba. Ramón le miró y el devolvió la mirada a su conocido. Ambos cómplices, pensé. Ayudado por su mano, Ramón oriento su cipote hasta mi raja y me la metió por entero a la vez que iniciaba una serie de vaivenes controlados. Me libero de su boca y mire a mi marido que asistía a la escena empalmadísimo. Comencé a notar placer, pues su polla restregándose contra mi clítoris me hizo sentir algún que otro espasmo. Mire otra vez a mi marido. El se la estaba meneando mientras veía como me follaba Ramón. Aquello parecía gustarle. Seguro. Ramón tiene un buen cipote y sabía usarlo como debe ser. Envalentonado por estarse follando a la mujer de un conocido, en su presencia, y sin que este dijera lo más mínimo, y conmigo colaborando, arremetía contra mí más y más. Yo levantaba el culo de la toalla para que el me penetrara más a fondo. En una de esas pasó su mano bajo mi culo y con su dedo corazón presionó mi ano. Vi estrellas. Vi luces de todos los colores. Empecé a sentir en demasía. En un alarde de complicidad, arrime mi cabeza a la polla de mi marido, que continuaba masturbándose delante de mi cara y el la introdujo en mi boca. En ese mismo instante empecé a correrme. Ramón follándome, con su enorme lanza, con su dedo en mi ano, pugnando por meter la segunda falange dentro, y yo lamiendo la polla a mi marido. Fue demasiado. No pude controlar más y empecé a correrme, lo cual fue muy visible para los dos hombres, pues Ramón apretó con más ahínco y mi marido retiró su pene de mi boca y se corrió en la arena.
Un desgarrador espasmo de Ramón y la retirada de su polla de dentro de mí, me avisaron que se iba a correr. Quise agarrarlo para que no se saliera de dentro de mí, pero lo dejé escapar, aunque yo tomaba la píldora y no me hubiera quedado embarazada. El se corrió con extraños gestos en su cara. Luego, los tres nos quedamos un rato en silencio, tumbados y nos fuimos quedando adormilados, sin decir palabra alguna que rompiera el encanto de lo que acababa de suceder. Y después de media hora, nos fuimos a darnos un baño.
Cuando acabamos el baño, Ramón insistió en que nos fuéramos a tomar algo con el. Así lo hicimos. No hablamos de lo que había pasado en la playa durante el resto de la tarde. Yo estaba anonadada ante el silencio de todos. Una vez que mi marido y yo nos quedamos solos en la terraza donde estábamos tomando unas copas, le pregunté que si se daba cuenta de lo que había pasado, pues me sentía como una puta. El me miró y me sonrió a la vez que me decía que no me preocupase de nada, que todo lo que había pasado estaba bien y que nos había gustado a los tres. Me decía que había sido sólo un polvo. Y un polvo con alguien a quien probablemente, no volvería a ver. Ramón volvió del baño y después de dejar dinero en la mesa para pagar las consumiciones, nos levantamos y nos alejamos de allí.
Caminamos un largo rato por el paseo de la playa en silencio. Yo iba pensando en lo que mi marido me había dicho. “Nos había gustado a los tres”. Nos sentíamos relajados, muy relajados. Aunque yo estaba algo preocupada por la carencia de conversación sobre lo que había sucedido. De vez en cuando cambiábamos impresiones sobre esto o lo otro, pero nada serio. Luego anocheció. Y nos anocheció enfrente de la puerta del hotel donde se alojaba Ramón. Nos invitó a subir. Lo hicimos con agrado. En el fondo me empezó a caer bien el conocido de mi marido. Era una excelente persona y muy agradable, aunque no sé si esto último yo lo pensaba por el polvo que me había echado en la playa y tan satisfecha me había dejado.
Una vez arriba, en su habitación, yo me senté en el sillón más grande y mi marido en el de al lado. Ramón puso la tele y se sentó a mi lado. Allí, empezó a besarme a la vez que me desabrochaba los botones de mi camisa dejando mis pechos al descubierto. Entonces fue cuando comprendí lo que se avecinaba. Mi marido se puso en pie y se desnudo a la vez que Ramón desabrochaba mi pantaloncito y tiraba de él hasta mis rodillas. Luego hasta mis tobillos y después me bajo las bragas y allí nos entregamos los tres a otra sesión de sexo. Estaba claro, ellos querían más sexo. Después nos fuimos a la habitación y allí sobre la cama fui la mujer más saciada del mundo, al menos por aquella noche. Los dos me tomaron de las formas que quisieron. Yo ignoraba el aguante de mi marido, aunque me sorprendieron los dos por igual. Pero la más sorprendida fui yo, que cada vez que uno se corría, buscaba al otro para que me poseyera con más violencia. Aquella noche, mi coño acabo irritado.
De regreso a Madrid, mi marido no ha vuelto a hablarme nada de lo que paso en la playa ni en el hotel. Ya he tenido dos reglas desde entonces, y se que no me quede embarazada, aunque hubiera sido extraño, pues tomo la píldora. Nunca me ha vuelto a decir nada de aquello. Nunca. Parece que no ha pasado nada. Parece que ha sido un sueño, pues el me trata de la misma manera que antes, bueno, de la misma no, mejor. Yo tampoco he querido mencionar nada, no vaya a pensar que quiero repetir, aunque la verdad, no me importaría. Me gustaría hablar con él de esto, de lo que paso allí con su amigo, al cual no hemos vuelto a ver. Sé que a él le gusto la experiencia. No hablamos de ello. Quizá tenga temor a que le diga que me gusto mucho aquello, quizá tenga temor a que le diga que me lo pase mejor con Ramón que con el. Nada más lejos de la realidad, lo pase muy bien con los dos. A Ramón le disfruté sexualmente mientras me daba pollazos y hacía que me corriera como una salvaje, y a mi marido le amé mientras me follaba y se vertía dentro de mí. He pensado hablar con el de aquello y decirle que si esta dispuesto, podemos repetir la experiencia con su amigo Ramón o con quien el quiera. E incluso he pensado en premiarle con otra mujer. Las dos para él. Pero algo me impide hablar con claridad de ello. Aquello de dos hombres para mí, dos pollas desiguales, me gustó mucho. Más de lo que me imaginaba. En realidad, antes nunca me había masturbado. Ahora lo hago a menudo recordando como se la chupe a Ramón y recordando como me chupaba el coño para luego follarme mientras mi marido me besaba ávidamente en la boca y me acariciaba los pezones o simplemente me los chupaba. Y aunque las dos pollas eran casi iguales en forma, no en tamaño, cada vez que siento deseos de sexo, la imagen de la polla erguida de Ramón colándose en mi coño, se me coloca en la frente como si fuera un estandarte de deseo. Quiero a mi marido, sin duda, pero deseo vivir aquello otra vez. Deleitarme con ello.
Me siento extraña de vez en cuando. Sé que es por el simple hecho de no haber hablado con mi marido de aquello. He recapacitado mucho en ello. No sé como llegamos a esa situación, que si en un principio me sorprendió, luego me involucré en ella y me gusto, me gusto tanto, que la disfruté. Se que ellos también disfrutaron con mi cuerpo.
Han paso tres meses ya desde aquello. No me lo puedo quitar de la cabeza y he meditado mucho, mucho. Pero ya he llegado a una conclusión.
Decididamente, con mi marido o sin el, he de repetir esa experiencia. Y es más, creo que todas las mujeres, deberían probar un trío, pues no hay nada mejor que sentirte saciada por una buena polla y que cuando esta abandone tu coño después de anegarte con su leche, otra tome su lugar para acompañarte en tus contracciones de placer.

3 comentarios - La playa nudista

fatsy936
muy bueno !!!!!!!!!!!!!!!!!
perroandante
muy relato y caliente, no te de mas manija, caete con otra chica sin decirle nada como hizo él y por supuesto contanos la experiencia
KaluraCD
Hay que aclarar que el relato no es propio y citar la fuente.

http://www.historiasdeseduccion.com/Trios/LaPlayaNudista.php