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Historias Reales - Cap. XXIV

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XXIV.
Una noche en la clínica.

Creo que la de este último fin de semana vale la pena narrarla.
Sabiendo que ya no estoy en condiciones físicas para entrar a una cancha de tenis a enfrentar a jóvenes semiprofesionales como lo hacía hace algunos años, acepté el desafío de unos viejos amigos a jugar un dobles.
Apenas habíamos empezado el segundo set, tras haber perdido decorosamente el primero con un contundente 6-2, debí salir de la cancha con un tirón en la parte interna del muslo izquierdo. “La puta madre, me desgarré” pensé. Así que una ducha y a casa. Me tiré en la cama a ver una película mientras trataba de bajar el dolor con hielo.
Al día siguiente, si bien no era tan intenso, el dolor persistía así que a media tarde tomé un taxi rumbo a la clínica. Explico en recepción mi problema y me invitan a sentarme en la sala de espera hasta ser llamado por mi apellido. Unos minutos después leo en la pantalla que me están llamando del Consultorio 3. Me recibe una médica que se presenta como la Doctora Contreras, una petisita morocha con grandes gafas de unos apenas treinta y poquitos años.
-- ¿Qué pasó? –me pregunta-
Le explico lo del tirón y le comento que puede ser un desgarro.
-- Vamos a ver… Sacate los pantalones y acostate boca arriba en la camilla.
En este punto lo que más deseaba era no haberme puesto un slip de entrecasa sino uno de esos “de salir”. Efectivamente, llevaba un bóxer blanco casi recién estrenado.
Comenzó entonces a tocar el muslo desde la altura de la rodilla y subiendo, preguntando cada vez que presionaba si sentía algún dolor. Ante mis reiterados “no”, el amenazante avance de su mano hacia mi ingle me dio la oportunidad de pedir un segundo deseo: “Que no se me pare, no quiero pasar vergüenza…” pensaba. Se cumplió a medias cuando sentí completamente su palma en mi entrepierna y el dorso de su mano rozándome los huevos y parte del cuerpo de mi miembro. Mientras esto sucedía podía espiar por el amplio escote de su delantal sus diminutas tetas sostenidas por un corpiño blanco.
-- Ahí, ahí sí duele un poco –le advertí, tras lo cual continuó con su examen en la misma región, despertando en mi una obvia aunque inoportuna erección, leve, pero erección al fin-.
-- No parece muscular. Vamos a tomar una muestra de sangre para hacer un conteo de glóbulos blancos y ver si puede ser una infección… Quedate acá que voy a buscar a la enfermera…
Un rato después llegó la enfermera empujando un carrito con una serie de instrumentos para sacar sangre. Una mujer mayor, unos cincuenta pirulos, con unas tetas descomunales. Me ató una banda de goma alrededor del brazo, me pidió que abra y cierre el puño un par de veces, que deje la mano relajada y se inclinó para colocar la aguja en la hinchada vena. Con esa inclinación, no sé si sin querer o adrede, apoyó un seno en la palma de mi mano, esa conexión de la concavidad de mi mano con la convexidad de su pecho tuvo la perfección de una acoplamiento de dos naves en el espacio. Sentí al tacto un duro pezón.
-- Ahí está! –se alegró al incrustar la aguja-.
-- Si, ahí está –la complací al tiempo que fingía dolor y apretaba su seno-.
Como si nada hubiera pasado, extrajo la muestra, me puso un apósito, cargó todo nuevamente en el carrito y me pidió que aguarde los resultados en la sala de espera. Allí fui aprovechando al pasar por la máquina a servirme un café y recoger una vieja revista Gente para apaciguar la espera.
Un rato después vuelve a llamarme la doctora, haciéndome pasar al consultorio.
-- Hay infección –me explica-, el conteo de glóbulos blancos dio un poco alto.
-- Si, me parecía –le amplié-, porque siento algo de fiebre…
-- Es normal pero no para preocuparse. ¿Vivís con alguien?
-- No, vivo solo.
-- Entonces creo que lo mejor sería que por lo menos esta noche quedes aquí internado.
-- Nooo… ¿es necesario? –además de incomodarme, me parecía absolutamente ridículo internarme por una huevada semejante-.
-- Más que necesario es prudente. No creo que sea más que una noche. Seguramente mañana te daré el alta. Esperame acá que voy a hacer el papelerío para que te den cama. Y no te escapes! –confirmó mi internación sin darme lugar a ningún tipo de negociación-.
Rato más tarde me encontraba en bolas, enfundado en una especie de camisón celeste, acostado, y con un camillero que me explicaba cómo subir y bajar distintas partes de la cama tocando los botones de un control remoto. Se fue, me dejó solo, y puse fútbol en la tele. Más tarde me trajeron la cena y nada más, nunca vino nadie a verme ni a preguntarme nada, salvo una enfermera que me trajo un par de pastillas sin decir palabra. Pensé sin dudarlo que todo esto era solamente para sacarle plata a la prepaga.
La cosa es que se hicieron cerca de las 11 de la noche y sin novedad en el frente, tarté de dormirme, en el preciso momento que la Doctora entra a la habitación.
-- ¿Cómo te sentís? –me preguntó apoyando la mano en mi muslo-
-- Aburrido. –respondí con bronca-
Se sonrió y me confesó:
-- Esto debe quedar entre nosotros, nadie, pero nadie, debe saberlo…
-- ¿?
-- … Ningún médico te internaría por la pavada que tenés.
-- Entonces?
-- Entonces te puse acá porque no quería dejarte ir, no quería que te me escaparas y te fueras dejándome con las ganas de sentir dentro mío ese hermoso trozo de carne que apenas pude rozar esta tarde –se sinceró deslizando su mano por debajo de las sábanas para acariciarme el pene-.
Con ella acariciándome y yo Iniciando la erección le sugerí:
-- No pares, eso me gusta… Pero lo podríamos estar haciendo en mi casa o en un hotel…
-- Acá me da más morbo, me calienta… -ya no me acariciaba, más bien me masturbaba-.
Corrí las cobijas de un saque y deslicé mi mano por su entrepierna caliente cuando ella comenzaba una fellatio. Bajé apenas sus pantalones para tocar su culo y poder sentir la humedad de su estrechísima conchita húmeda, depilada, suave. De inmediato se quitó los pantalones y la bombacha para treparse a la cama abriendo sus piernas a los lados de mi cadera. Cuando tomé mi miembro para embocárselo en la vagina y penetrarla noté que tenía puesto un forro. ¡Con qué clase me lo puso, ni me di cuenta!
-- Ahhh, qué placer… me gusta! –exclamó al sentir el calor del miembro en su cavidad-
Cabalgaba sobre mí como un potro salvaje mordiéndose los labios para no gritar y sacudiendo la cabeza de un lado a otro. Por debajo del ambo le apretaba las tetas, aún con el corpiño puesto… eran pequeñas y duras como limones verdes con unos pezones tan erguidos que me tentaba a mordérselos. Intenté en vano suspender la penetración vaginal para entrarle por el culo, pero se resistió, suplicando que acabe adentro. Y así fue, tras una buena cogida de varios minutos, sin cambiar de posición, acabé sin sacarla un poco antes que ella.
Se aflojó recostándose un instante sobre mí. Luego se vistió, me tapó con las sábanas y tras besarme en la mejilla me susurró al oído:
-- Mañana sí te podés ir; voy a dejar el alta firmada…
-- ¿Te vas? ¿No hay más?
-- ¿Mmmm… Vos creés? –me respondió con una pregunta y una mirada cómplice-
Recogió el estetoscopio y una cartera que al entrar había depositado sobre la mesa de luz, para marcharse no sin antes sacar de ella una tarjeta personal y dejármela sobre el pecho.
Inés, Dra. Inés Contreras, Médica Clínica, se leía.

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