Los hechos aquí descriptos sucedieron en la realidad, los nombres de los protagonistas han sido cambiadoshttp://www.poringa.net/posts/relatos/2862427/Carpa-camping-y-secretos-morbosos-parte-4.htmllink al relato anterior.
Brenda dormía o fingía hacerlo, dándome la espalda. El monótono techo de mi carpa era la pantalla perfecta para ver mis recuerdos de esos últimos días, de las últimas horas, de los minutos más alocados de mi vida. Daniela había perdido su pantalón corto, quizás alguien lo robara en medio de la fenomenal cogida que nos dimos entre los árboles, tal vez fuera aquel mirón imaginario, que insatisfecho de su voyeurismo, decidió pasar el fetiche de la cleptomanía. Le debía mucho a ese mirón, fuera imaginario o no. Gracias a él, en un último acto de traición, triunfante en su venganza, Daniela me regalo su tanga, húmeda, empapada con sus orgasmos. Aquel precioso trofeo descansaba envuelto y protegido en mi toalla, en el fondo de mi bolso. La imagen de Daniela, tetas al aire, con la tanga colgada de un dedo, cara de circunstancia, me llenó de una extraña nostalgia. Estuve tentado a buscar la tanga, olerla, masturbarme con ella.
Miré a Brenda, hacia bien su papel de enojada. Ni bien me vio llegar, envuelto en la toalla, me echó la peor bronca de toda nuestra relación, enojada por quien sabe qué, apenas escupió todo su veneno, se metió a la carpa, se envolvió en la sabana y ahí quedó. Aquello nos vino de lujo, ya que no vio cuando Daniela, vestida solo con la musculosa, aprovechaba que Sergio deambulaba por los baños, para regresar a la carpa. Sonreí, ingresé a mi carpa e intente alguna aproximación a Brenda, quería saber qué nivel de enojo tenia. Su única respuesta a la caricia que le hice en la espalda fue que me vistiera, que no quería que durmiera desnudo. Mientras buscaba un bóxer, desde la carpa contigua llegaron voces algo elevadas, pero todo se calmó de golpe. Parecía que los hermanos se sintonizaban cuando de tirar mierda se trataba. Luego, el silencio, algún ronquido de Sergio, un leve suspiro de Brenda, y el opresivo silencio. El ambiente en general era el de estar durmiendo junto a un animal enfurecido, cualquier movimiento podría despertarlo y desatar una masacre. Reí en silencio.
Por un instante hice el esfuerzo de sustituir la imagen de Daniela por la de mi novia, ponerla a ella en cada aventura que viví esos últimos días, la imaginé desnuda sobre mí, chupando como desquiciada mi verga en el rio, dejándose masturbar bajo el agua, disfrutando como si no hubiera mañana entre los árboles. Hasta me plantee que hubiera sucedido si me encontraba en una orgia gay. Todo llevaba al desastre, la adrenalina desaparecía, el momento no se disfrutaba. Mi novia quería un hombre hecho y derecho, serio y aplicado a su pareja, no un aventurero dispuesto a todo para vivir un día más pleno que otro. Recordé el último polvo que nos echamos. Ella solo se quitó el pantalón, el culote, levantó un poco la remera, mas por comodidad que para provocar, y se dejó hacer. Ni siquiera había levantado las piernas para rodear mi cintura. Manos al costado del cuerpo, gemidos leves, ojos cerrados. Me movía rápido, despacio, penetraba profundo, besaba su cuello, intenté besar sus tetas pero ella ni se movió para permitir que le quitara la remera. Todo el cuadro me daba la sensación de tener una muñeca inflable por novia, y que aquello hubiera sucedido años atrás, no pocas horas antes del polvaso con Daniela. Recordaba las mamadas épicas en mi coche, las noches de coger sin parar hasta que saliera el sol, los mañaneros, el día que me permitió explorar su placer anal. Apenas podía creer que aquella mujer, que tanto disfrutó con dos acabadas consecutivas en su culo, era la misma que en ese momento se esforzaba por dormir a mi lado, en la noche final de unas vacaciones programadas para recuperar la frescura de la relación.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el cansancio, alejé toda idea respecto a mi pareja y dejé que mi cuerpo disfrutara del agotamiento de una noche alocada. El mundo se apagaba de a ratos, entre la vigilia y el sueño, sentí a Brenda moverse, notaba su respiración cerca. El mundo se apagó otra vez, estaba a punto de zambullirme en el más placido de los sueños, cuando una mano en mi entrepierna me arrancó del sopor. Al principio no reaccioné, sencillamente quería dormir, las caricias de Brenda me provocaban incomodidad, ganas de girarme y dormir. Hubiera sido justo si lo hiciera.
- ¿Estas despierto? -
Al margen de lo absurdo de la pregunta, me pareció cómico que intentara aquel truco, leído no se en que revista para mujeres. La idea era comprobar si el hombre se excitaba ante el contacto con su pareja, sin intervención de estímulos mentales. El infame artículo decía que la mejor hora para el truco de la erección inconsciente, era entre sueños o a primera hora de la mañana. Si el hombre tenía una erección, entonces indicaba dos cosas, la primera que no había mantenido relaciones sexuales y la segunda que el tacto de su pareja le era placentero. En caso contrario, era muy posible que el tipo fuera infiel, ya que el agotamiento físico no se podía disimular con la mente dormida, o bien que ya no sentía el toque de su pareja estimulante. Una parte de mi intentaba razonar, quería creer que Brenda había decidido hacer las paces y buscaba mimos. Pero la conocía lo suficiente como para saber que luego de todo lo que me dijo, de su frialdad, de su intromisión en mi agenda del celular, lo que buscaba era comprobar si sus sospechas eran ciertas. Evoqué el recuerdo de las tetas de Daniela, el ritmo de su cuerpo la noche que me montó, sus gemidos, el sabor de sus acabadas. El efecto fue inmediato.
Por un instante pensé que mi novia aprovecharía la situación, aunque sea, para satisfacerse. La ingenuidad volvió a jugarme en contra. Al notar mi erección, jugó un poco más, luego puso todo en su lugar, se giró y rápidamente concilió el sueño entre leves ronquidos. Llevé mi mente hacia recuerdos más felices, navegué entre los muslos de mi novia anterior, en el set de la última película porno que vi, con los gemidos de Daniela de fondo. El final feliz en mi mente incluía al mirón imaginario dedicándonos una paja, mientras mi ex gritaba de placer justo en el momento que la llenaba de semen. El agotamiento de mi yo imaginario se sentía como el de mi cuerpo real, mi mente pronto volvió al sopor previo al jueguito de mi actual novia, y me dejé llevar por el sueño.
La mañana llegó entre el apuro por desarmar las carpas y el sofocante calor de finales de enero. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en ruta de regreso a la gran ciudad, Sergio a su trabajo, yo al mío, Brenda algo más animada por la comprobación de la noche anterior, Daniela en un mutismo raro en ella. Yo, bueno, con la mente anulada por el sueño.
Las parejas duraron un tiempo más, entre altibajos. Días después de aquellas vacaciones, luego de un buen polvo, acordamos con Daniela tener el mejor sexo posible antes de su viaje por el mundo en busca de su verdadero rumbo en la vida, y que los recuerdos de aquellas vacaciones quedarían guardados en el mismo cajón donde escondía su tanga.
Brenda dormía o fingía hacerlo, dándome la espalda. El monótono techo de mi carpa era la pantalla perfecta para ver mis recuerdos de esos últimos días, de las últimas horas, de los minutos más alocados de mi vida. Daniela había perdido su pantalón corto, quizás alguien lo robara en medio de la fenomenal cogida que nos dimos entre los árboles, tal vez fuera aquel mirón imaginario, que insatisfecho de su voyeurismo, decidió pasar el fetiche de la cleptomanía. Le debía mucho a ese mirón, fuera imaginario o no. Gracias a él, en un último acto de traición, triunfante en su venganza, Daniela me regalo su tanga, húmeda, empapada con sus orgasmos. Aquel precioso trofeo descansaba envuelto y protegido en mi toalla, en el fondo de mi bolso. La imagen de Daniela, tetas al aire, con la tanga colgada de un dedo, cara de circunstancia, me llenó de una extraña nostalgia. Estuve tentado a buscar la tanga, olerla, masturbarme con ella.
Miré a Brenda, hacia bien su papel de enojada. Ni bien me vio llegar, envuelto en la toalla, me echó la peor bronca de toda nuestra relación, enojada por quien sabe qué, apenas escupió todo su veneno, se metió a la carpa, se envolvió en la sabana y ahí quedó. Aquello nos vino de lujo, ya que no vio cuando Daniela, vestida solo con la musculosa, aprovechaba que Sergio deambulaba por los baños, para regresar a la carpa. Sonreí, ingresé a mi carpa e intente alguna aproximación a Brenda, quería saber qué nivel de enojo tenia. Su única respuesta a la caricia que le hice en la espalda fue que me vistiera, que no quería que durmiera desnudo. Mientras buscaba un bóxer, desde la carpa contigua llegaron voces algo elevadas, pero todo se calmó de golpe. Parecía que los hermanos se sintonizaban cuando de tirar mierda se trataba. Luego, el silencio, algún ronquido de Sergio, un leve suspiro de Brenda, y el opresivo silencio. El ambiente en general era el de estar durmiendo junto a un animal enfurecido, cualquier movimiento podría despertarlo y desatar una masacre. Reí en silencio.
Por un instante hice el esfuerzo de sustituir la imagen de Daniela por la de mi novia, ponerla a ella en cada aventura que viví esos últimos días, la imaginé desnuda sobre mí, chupando como desquiciada mi verga en el rio, dejándose masturbar bajo el agua, disfrutando como si no hubiera mañana entre los árboles. Hasta me plantee que hubiera sucedido si me encontraba en una orgia gay. Todo llevaba al desastre, la adrenalina desaparecía, el momento no se disfrutaba. Mi novia quería un hombre hecho y derecho, serio y aplicado a su pareja, no un aventurero dispuesto a todo para vivir un día más pleno que otro. Recordé el último polvo que nos echamos. Ella solo se quitó el pantalón, el culote, levantó un poco la remera, mas por comodidad que para provocar, y se dejó hacer. Ni siquiera había levantado las piernas para rodear mi cintura. Manos al costado del cuerpo, gemidos leves, ojos cerrados. Me movía rápido, despacio, penetraba profundo, besaba su cuello, intenté besar sus tetas pero ella ni se movió para permitir que le quitara la remera. Todo el cuadro me daba la sensación de tener una muñeca inflable por novia, y que aquello hubiera sucedido años atrás, no pocas horas antes del polvaso con Daniela. Recordaba las mamadas épicas en mi coche, las noches de coger sin parar hasta que saliera el sol, los mañaneros, el día que me permitió explorar su placer anal. Apenas podía creer que aquella mujer, que tanto disfrutó con dos acabadas consecutivas en su culo, era la misma que en ese momento se esforzaba por dormir a mi lado, en la noche final de unas vacaciones programadas para recuperar la frescura de la relación.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el cansancio, alejé toda idea respecto a mi pareja y dejé que mi cuerpo disfrutara del agotamiento de una noche alocada. El mundo se apagaba de a ratos, entre la vigilia y el sueño, sentí a Brenda moverse, notaba su respiración cerca. El mundo se apagó otra vez, estaba a punto de zambullirme en el más placido de los sueños, cuando una mano en mi entrepierna me arrancó del sopor. Al principio no reaccioné, sencillamente quería dormir, las caricias de Brenda me provocaban incomodidad, ganas de girarme y dormir. Hubiera sido justo si lo hiciera.
- ¿Estas despierto? -
Al margen de lo absurdo de la pregunta, me pareció cómico que intentara aquel truco, leído no se en que revista para mujeres. La idea era comprobar si el hombre se excitaba ante el contacto con su pareja, sin intervención de estímulos mentales. El infame artículo decía que la mejor hora para el truco de la erección inconsciente, era entre sueños o a primera hora de la mañana. Si el hombre tenía una erección, entonces indicaba dos cosas, la primera que no había mantenido relaciones sexuales y la segunda que el tacto de su pareja le era placentero. En caso contrario, era muy posible que el tipo fuera infiel, ya que el agotamiento físico no se podía disimular con la mente dormida, o bien que ya no sentía el toque de su pareja estimulante. Una parte de mi intentaba razonar, quería creer que Brenda había decidido hacer las paces y buscaba mimos. Pero la conocía lo suficiente como para saber que luego de todo lo que me dijo, de su frialdad, de su intromisión en mi agenda del celular, lo que buscaba era comprobar si sus sospechas eran ciertas. Evoqué el recuerdo de las tetas de Daniela, el ritmo de su cuerpo la noche que me montó, sus gemidos, el sabor de sus acabadas. El efecto fue inmediato.
Por un instante pensé que mi novia aprovecharía la situación, aunque sea, para satisfacerse. La ingenuidad volvió a jugarme en contra. Al notar mi erección, jugó un poco más, luego puso todo en su lugar, se giró y rápidamente concilió el sueño entre leves ronquidos. Llevé mi mente hacia recuerdos más felices, navegué entre los muslos de mi novia anterior, en el set de la última película porno que vi, con los gemidos de Daniela de fondo. El final feliz en mi mente incluía al mirón imaginario dedicándonos una paja, mientras mi ex gritaba de placer justo en el momento que la llenaba de semen. El agotamiento de mi yo imaginario se sentía como el de mi cuerpo real, mi mente pronto volvió al sopor previo al jueguito de mi actual novia, y me dejé llevar por el sueño.
La mañana llegó entre el apuro por desarmar las carpas y el sofocante calor de finales de enero. En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en ruta de regreso a la gran ciudad, Sergio a su trabajo, yo al mío, Brenda algo más animada por la comprobación de la noche anterior, Daniela en un mutismo raro en ella. Yo, bueno, con la mente anulada por el sueño.
Las parejas duraron un tiempo más, entre altibajos. Días después de aquellas vacaciones, luego de un buen polvo, acordamos con Daniela tener el mejor sexo posible antes de su viaje por el mundo en busca de su verdadero rumbo en la vida, y que los recuerdos de aquellas vacaciones quedarían guardados en el mismo cajón donde escondía su tanga.
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