Parte II (acá la primera parte)
Al llegar a su casa, Carla envío el video a Fede, un amigo gay de la secundaria, con un mensaje: Guardalo, después te cuento (como si hiciera falta explicar mucho más). Fede también había hecho el secundario con ellos, pero sólo mantenía una relación de amistad con Carla, era abogado y tenía un buen pasar en un estudio de prestigio. Durante la secundaria, Fede había sufrido en más de una ocasión gastadas interminables de Agustín y Fabián, resentimiento que aún guardaba en su memoria.
Carla estaba enfurecida, pensaba en como vengar esa traición, sabía que tenía todas las de ganar. En primer lugar, Fabián era extremadamente celoso y posesivo, lo que ese video llevaría a romper para siempre con Agustín. Además, de los dos socios, era quien llevaba adelante la empresa en todo sentido, con lo que su alejamiento determinaría la destrucción de su marido en términos profesionales. Como si esto fuese poco, sabía también que su suegro jamás le perdonaría una cosa así a su hijo, porque traería un escándalo tal que se sabría en todo el barrio privado y el club.
Pero también, Carla sabía que tenía que hacer que la venganza sea lenta, para que le permita disfrutar por un tiempo largo del sufrimiento de Agustín. Se preparó un baño de inmersión y, fiel su costumbre, apuntó en su anotador personal los pasos a seguir. Cuando llegó su marido a la casa, salió de la bañera con apenas la bata y un tanga puesta, y lo encaró con una tranquilidad pasmosa. Le dijo todas y cada una de las cosas que odiaba de él y, sin darle respiro a respuesta, le mostró el video y le aclaró que esa no era la única copia existente.
Agustín se deshizo. Fue como si toda su vida de derrumbara delante suyo, como si lo desconectaran de la matrix, con su cuerpo desplomándose delante de sus ojos. Miró a Carla y comenzó un rosario de promesas que apuntaban a todos los reproches que había tenido desde los 16 años. Carla lo miró y, manteniendo la calma y un tono cesado, le dijo: no hace falta que prometas nada, ahora vas a atenerte a mis reglas, a todas. Acto seguido, Carla se sentó en la mesa de la cocina, abrió sus piernas y llevó la cabeza de su marido hacia el medio de ellas. Con un tono firme le dijo: chupa, chupamela. Y él obedeció. Con torpeza, todavía nervioso y en estado de shock. Carla lo miró desde arriba, sintiendo el poder total de la situación y le dijo, esta vez más firme, chupa bien! Chupa como corresponde. Se sacó la tanga, y empezó a disfrutar de la lengua en su vulva, en sus labios mayores, en como se metía por medio de ellos hasta encontrar el clítoris. Agarró la nuca su nuca y la incrustó entre sus piernas, con una autoridad y vehemencia que no sabía que poseía. Gimió. Sintió como la lengua la hacía llegar hasta el placer. En su mente recordaba las imágenes del video, su mano pajeandose afuera, y acabó. Empujó a su marido y se paró. Lo miró y le dijo: si queres acabar, hacete la paja, a partir de ahora en esta casa esto es así.
Agustín se quedó atónito, su pija estaba al mango, pero no sabía qué hacer, sentado, en su cocina intentaba pensar que había pasado en ese momento. Se paró y se encaminó hacia la puerta cuando escuchó desde alguna parte de la casa: Y no se te ocurra volver a lo de Lula, si los veo a menos de un metro alguna otra vez, publico en video. Volvió sobre sus pasos y se sentó a ver televisión, alguna película que no sabía bien de que se trataba pero que le permitiera pensar en otra cosa lo que quedaba del día.
A la noche, cuando volvieron sus hijos, Carla apenas le dirigió la palabra a su marido. Durmieron ambos en la misma cama, pero sin tocarse. Al otro día, mientras sus hijos dormían, Carla tomó la mano de su marido y se la posó sobre su concha. Lo miró y le dijo: pajeame, pero con delicadeza y como te voy diciendo. El accedió pensando que podría tener algún beneficio a cambio. Su mano comenzó a acariciar sus muslos, llegó hasta su vulva y abrió sus labios. Tocó su clítoris y ella gimió, pensó que era su momento e intentó tocar un pecho, pero un golpe seco en la mano lo paró: pajeame te dije, quien te dio permiso de tocarme mis tetas?!. Y Agustín respondió sumisamente, bajó su mano y siguió. La situación calentó mucho más a Carla, que movía sus caderas mientras sus jugos brotaban de manera efusiva por su concha. Estaba a punto de llegar al orgasmo y vio como Agustín ponía su otra mano en la pija, le gritó: Yo sola me pajeo ahora, y vio como él quitaba su mano de poronga, que estaba largando sus primeros jugos. La situación volvió completamente loca a Carla, que acabó con un placer que se inició en su concha y recorrió su espina dorsal hasta la nuca.
Se relajó, miró a su marido y le dijo: anda a pajearte al baño si queres, en mi cama me pajeo yo nomas. Agustín se paró, con odio, con bronca, con calentura, con la mano llena de jugos de la concha de Carla. Se fue por la puerta cuando escuchó: Y haceme el desayuno, dale amor. Esta última palabra la dijo de la manera más falsa, hipócrita y socarrona posible.
Las semana se suscitó de una manera similar, ambos tenían sexo cuando y como Carla quería. Incluso decidía en otros ámbitos como paseos, cenas, invitaciones a amigos, etc. Agustín había entendido que todo se trataba de una venganza y había optado por aceptar el mal menor, sabía que era un momento complicado de la pareja y que el video que su mujer tenía en su poder le podía complicar la vida en muchos aspectos.
Continuará…
Parte III
Al llegar a su casa, Carla envío el video a Fede, un amigo gay de la secundaria, con un mensaje: Guardalo, después te cuento (como si hiciera falta explicar mucho más). Fede también había hecho el secundario con ellos, pero sólo mantenía una relación de amistad con Carla, era abogado y tenía un buen pasar en un estudio de prestigio. Durante la secundaria, Fede había sufrido en más de una ocasión gastadas interminables de Agustín y Fabián, resentimiento que aún guardaba en su memoria.
Carla estaba enfurecida, pensaba en como vengar esa traición, sabía que tenía todas las de ganar. En primer lugar, Fabián era extremadamente celoso y posesivo, lo que ese video llevaría a romper para siempre con Agustín. Además, de los dos socios, era quien llevaba adelante la empresa en todo sentido, con lo que su alejamiento determinaría la destrucción de su marido en términos profesionales. Como si esto fuese poco, sabía también que su suegro jamás le perdonaría una cosa así a su hijo, porque traería un escándalo tal que se sabría en todo el barrio privado y el club.
Pero también, Carla sabía que tenía que hacer que la venganza sea lenta, para que le permita disfrutar por un tiempo largo del sufrimiento de Agustín. Se preparó un baño de inmersión y, fiel su costumbre, apuntó en su anotador personal los pasos a seguir. Cuando llegó su marido a la casa, salió de la bañera con apenas la bata y un tanga puesta, y lo encaró con una tranquilidad pasmosa. Le dijo todas y cada una de las cosas que odiaba de él y, sin darle respiro a respuesta, le mostró el video y le aclaró que esa no era la única copia existente.
Agustín se deshizo. Fue como si toda su vida de derrumbara delante suyo, como si lo desconectaran de la matrix, con su cuerpo desplomándose delante de sus ojos. Miró a Carla y comenzó un rosario de promesas que apuntaban a todos los reproches que había tenido desde los 16 años. Carla lo miró y, manteniendo la calma y un tono cesado, le dijo: no hace falta que prometas nada, ahora vas a atenerte a mis reglas, a todas. Acto seguido, Carla se sentó en la mesa de la cocina, abrió sus piernas y llevó la cabeza de su marido hacia el medio de ellas. Con un tono firme le dijo: chupa, chupamela. Y él obedeció. Con torpeza, todavía nervioso y en estado de shock. Carla lo miró desde arriba, sintiendo el poder total de la situación y le dijo, esta vez más firme, chupa bien! Chupa como corresponde. Se sacó la tanga, y empezó a disfrutar de la lengua en su vulva, en sus labios mayores, en como se metía por medio de ellos hasta encontrar el clítoris. Agarró la nuca su nuca y la incrustó entre sus piernas, con una autoridad y vehemencia que no sabía que poseía. Gimió. Sintió como la lengua la hacía llegar hasta el placer. En su mente recordaba las imágenes del video, su mano pajeandose afuera, y acabó. Empujó a su marido y se paró. Lo miró y le dijo: si queres acabar, hacete la paja, a partir de ahora en esta casa esto es así.
Agustín se quedó atónito, su pija estaba al mango, pero no sabía qué hacer, sentado, en su cocina intentaba pensar que había pasado en ese momento. Se paró y se encaminó hacia la puerta cuando escuchó desde alguna parte de la casa: Y no se te ocurra volver a lo de Lula, si los veo a menos de un metro alguna otra vez, publico en video. Volvió sobre sus pasos y se sentó a ver televisión, alguna película que no sabía bien de que se trataba pero que le permitiera pensar en otra cosa lo que quedaba del día.
A la noche, cuando volvieron sus hijos, Carla apenas le dirigió la palabra a su marido. Durmieron ambos en la misma cama, pero sin tocarse. Al otro día, mientras sus hijos dormían, Carla tomó la mano de su marido y se la posó sobre su concha. Lo miró y le dijo: pajeame, pero con delicadeza y como te voy diciendo. El accedió pensando que podría tener algún beneficio a cambio. Su mano comenzó a acariciar sus muslos, llegó hasta su vulva y abrió sus labios. Tocó su clítoris y ella gimió, pensó que era su momento e intentó tocar un pecho, pero un golpe seco en la mano lo paró: pajeame te dije, quien te dio permiso de tocarme mis tetas?!. Y Agustín respondió sumisamente, bajó su mano y siguió. La situación calentó mucho más a Carla, que movía sus caderas mientras sus jugos brotaban de manera efusiva por su concha. Estaba a punto de llegar al orgasmo y vio como Agustín ponía su otra mano en la pija, le gritó: Yo sola me pajeo ahora, y vio como él quitaba su mano de poronga, que estaba largando sus primeros jugos. La situación volvió completamente loca a Carla, que acabó con un placer que se inició en su concha y recorrió su espina dorsal hasta la nuca.
Se relajó, miró a su marido y le dijo: anda a pajearte al baño si queres, en mi cama me pajeo yo nomas. Agustín se paró, con odio, con bronca, con calentura, con la mano llena de jugos de la concha de Carla. Se fue por la puerta cuando escuchó: Y haceme el desayuno, dale amor. Esta última palabra la dijo de la manera más falsa, hipócrita y socarrona posible.
Las semana se suscitó de una manera similar, ambos tenían sexo cuando y como Carla quería. Incluso decidía en otros ámbitos como paseos, cenas, invitaciones a amigos, etc. Agustín había entendido que todo se trataba de una venganza y había optado por aceptar el mal menor, sabía que era un momento complicado de la pareja y que el video que su mujer tenía en su poder le podía complicar la vida en muchos aspectos.
Continuará…
Parte III
4 comentarios - La Venganza de Carla - Parte II