Parte IV (aquí la parte III)
Vanesa se levantó esta vez algo más satisfecha y sabiendo que hacer para alimentar su morbo. Se vistió con una calza negra, una tanga casi tan chica como la anterior y una musculosa deportiva. Pensó en salir a ver que hacía Cacho, pero se sorprendió al verlo en el fondo de su casa. El pintor había terminado la reja y se disponía a hacer unos arreglos en el quincho. La situación complicaba a Vanesa, no podía verlos pajearse con otras mujeres mientras ella se satisfacía. Debía buscar alguna manera de volver a ver su cara de pajero, de ver su boca abierta, su mano en el bolsillo, tenía que lograrlo sin quedar como una calienta pija.
Era jueves, no tenía clases, pero solía ir a gimnasia. Con lo que la mañana parecía desperdiciada para sus intenciones. Además, Amanda iba a estar haciendo sus cosas en la casa. Salió a gimnasia, donde recibió algunos comentarios, y miradas de envidia, de sus compañeras. A la vuelta pasó a buscar a sus hijos, comieron y los llevó de vuelta al colegio.
Volvió y se bañó. Solía hacerlo después del gimnasio, pero no le había alcanzado el tiempo. Eligió vestirse con una de sus tangas más chicas y se una minifaldad que le llegaba apenas a sus muslos. Una remera escotada donde se notaba que no tenía puesto el corpiño. Con la excusa de lavar ropa se acercó al quincho. Puso su ropa arriba del lavarropas dejando a la vista sus tangas. Se retiró a la cocina. Como sospechaba, Cacho no pudo contenerse y fijó su vista en las tangas, esto excitó de sobremanera a Vanesa, que se quedó pendiente de lo que hacía.
Excitada. Miraba como el pintor había dejado de hacer sus tareas y miraba la tanga con una mano en el bolsillo. Vanesa se tocó los labios de la concha, tenía su tanga enterrada y estaba muy mojada. En ese momento, Cacho hizo algo inesperado, agarró la tanga y la olió, mientras su mano estaba en el bolsillo. La situación llevó a Vanesa por las nubes, pero al mismo tiempo pensó en que la cosa se le iba de las manos. Irrumpió en el patio y lo agarró con las manos en la masa.
Vanesa encaró a Cacho que tenía la tanga en sus narices, sosteniéndola con la mano, lo miró fijo y le dio una lección de moral. Le reprochó que le había abierto su casa con confianza, que le habían dado trabajo, que era un desagradecido, todo con un cinismo que desconocía podía tener. Mientras decía esto, se excitaba más, sentía como tenía el poder ante un pajero que apenas la miraba a los ojos, pero que mantenía la tanga en su mano y la otra en el bolsillo.
Vanesa lo miró fijo. Cacho estaba contra una pared, con la mirada perdida en el piso. Casi temblando e intentando balbucear alguna excusa, cuando escuchó “esto me lo vas a pagar”. De repente ella se hincó de rodilla y en un movimiento súbito bajo sus pantalones. Vanesa se sorprendió al ver esa pija. Estaba muerta. Era chiquita. Apenas más grande que los huevos. Por unos centímetros no llegaba a ser un micropene. Se la metió en la boca, de una. Sintió un gusto agrio, a transpiración. Pero esto la éxito más, la chupó, con ganas, como la mejor de las estrellas porno, mientras miraba a los ojos a Cacho que estaba entre asustado y excitado.
Chupaba la cabeza. Pasaba la lengua desde los huevos hasta el glande. Jugueteaba con toda la pija dentro de su boca. Lamia sus huevos. Los chupaba. Le costaba que esa pija alcanzara su máximo esplendor. Sabía que esa pija no llegaría a ser grande, pero notaba que aún no estaba firme. Agarró a Cacho de su peludo culo y realizó una garganta profunda magistral. Se metió todo. La pija y los huevos. Se sintió avergonzada, humillada. Sintió que su calentura inmensa era por esa pija diminuta que, además, le costaba pararla. Pensó que no era atractiva como para poner esa pija al límite.
De pronto escuchó un jadeo de Cacho. Sintió que la pija se paraba al mango en su boca. Se excitó. Pensó que había logrado pararla. Sitió que latía la cabeza en su lengua. No llegó a pasar un segundo y un chorro caliente, agrio, espeso, explotaba contra su garganta. En un instante ya había dado todo de sí. Su leche se le escapaba por la comisura. Cacho la miraba desde arriba con cara de exhausto y satisfecho. La pija estaba volviendo a su flacidez, rápidamente.
Vanesa se paró, sus jugos se escurrían por sus muslos. Lo miró fijo a Cacho y entró a su casa. Fue directo a buscar su pija plástica y se tiró sobre la cama. Corrió su tanga y se la metió hasta el fondo, de una. Su otra mano sacó sus tetas. Se pajeaba rápido. Con rabia. Con calentura. Sin poder creer lo que había hecho por una pija más chica que la de su hijo. Caliente y avergonzada. La pija entraba y salía con fuerza, con bronca. Estaba excitada por demás. Explotó con un orgasmo muy intenso, que recorrió tuvo su epicentro en su concha. Se quedó acostada. Chupando el consolador. Metiéndoselo hasta la garganta. Mientras su mano jugaba con el clítoris.
Se relajó lo que pudo y bajó. Al llegar al fondo de la casa, Cacho ya no estaba. Se alarmó y lo vio saludando a su marido. Que recién había llegado. Recién había llegado? Por suerte, su marido entró hablando de cualquier cosa. No estaba al tanto de nada. Pero la mala noticia era que esa aventura, arriesgada, por esa pija diminuta y precoz, no había resulto nada. Seguía igual de caliente. Es más, le excitaba más las condiciones y la humillación de haberse expuesto por nada.
Continuará...
Ultima Parte
Vanesa se levantó esta vez algo más satisfecha y sabiendo que hacer para alimentar su morbo. Se vistió con una calza negra, una tanga casi tan chica como la anterior y una musculosa deportiva. Pensó en salir a ver que hacía Cacho, pero se sorprendió al verlo en el fondo de su casa. El pintor había terminado la reja y se disponía a hacer unos arreglos en el quincho. La situación complicaba a Vanesa, no podía verlos pajearse con otras mujeres mientras ella se satisfacía. Debía buscar alguna manera de volver a ver su cara de pajero, de ver su boca abierta, su mano en el bolsillo, tenía que lograrlo sin quedar como una calienta pija.
Era jueves, no tenía clases, pero solía ir a gimnasia. Con lo que la mañana parecía desperdiciada para sus intenciones. Además, Amanda iba a estar haciendo sus cosas en la casa. Salió a gimnasia, donde recibió algunos comentarios, y miradas de envidia, de sus compañeras. A la vuelta pasó a buscar a sus hijos, comieron y los llevó de vuelta al colegio.
Volvió y se bañó. Solía hacerlo después del gimnasio, pero no le había alcanzado el tiempo. Eligió vestirse con una de sus tangas más chicas y se una minifaldad que le llegaba apenas a sus muslos. Una remera escotada donde se notaba que no tenía puesto el corpiño. Con la excusa de lavar ropa se acercó al quincho. Puso su ropa arriba del lavarropas dejando a la vista sus tangas. Se retiró a la cocina. Como sospechaba, Cacho no pudo contenerse y fijó su vista en las tangas, esto excitó de sobremanera a Vanesa, que se quedó pendiente de lo que hacía.
Excitada. Miraba como el pintor había dejado de hacer sus tareas y miraba la tanga con una mano en el bolsillo. Vanesa se tocó los labios de la concha, tenía su tanga enterrada y estaba muy mojada. En ese momento, Cacho hizo algo inesperado, agarró la tanga y la olió, mientras su mano estaba en el bolsillo. La situación llevó a Vanesa por las nubes, pero al mismo tiempo pensó en que la cosa se le iba de las manos. Irrumpió en el patio y lo agarró con las manos en la masa.
Vanesa encaró a Cacho que tenía la tanga en sus narices, sosteniéndola con la mano, lo miró fijo y le dio una lección de moral. Le reprochó que le había abierto su casa con confianza, que le habían dado trabajo, que era un desagradecido, todo con un cinismo que desconocía podía tener. Mientras decía esto, se excitaba más, sentía como tenía el poder ante un pajero que apenas la miraba a los ojos, pero que mantenía la tanga en su mano y la otra en el bolsillo.
Vanesa lo miró fijo. Cacho estaba contra una pared, con la mirada perdida en el piso. Casi temblando e intentando balbucear alguna excusa, cuando escuchó “esto me lo vas a pagar”. De repente ella se hincó de rodilla y en un movimiento súbito bajo sus pantalones. Vanesa se sorprendió al ver esa pija. Estaba muerta. Era chiquita. Apenas más grande que los huevos. Por unos centímetros no llegaba a ser un micropene. Se la metió en la boca, de una. Sintió un gusto agrio, a transpiración. Pero esto la éxito más, la chupó, con ganas, como la mejor de las estrellas porno, mientras miraba a los ojos a Cacho que estaba entre asustado y excitado.
Chupaba la cabeza. Pasaba la lengua desde los huevos hasta el glande. Jugueteaba con toda la pija dentro de su boca. Lamia sus huevos. Los chupaba. Le costaba que esa pija alcanzara su máximo esplendor. Sabía que esa pija no llegaría a ser grande, pero notaba que aún no estaba firme. Agarró a Cacho de su peludo culo y realizó una garganta profunda magistral. Se metió todo. La pija y los huevos. Se sintió avergonzada, humillada. Sintió que su calentura inmensa era por esa pija diminuta que, además, le costaba pararla. Pensó que no era atractiva como para poner esa pija al límite.
De pronto escuchó un jadeo de Cacho. Sintió que la pija se paraba al mango en su boca. Se excitó. Pensó que había logrado pararla. Sitió que latía la cabeza en su lengua. No llegó a pasar un segundo y un chorro caliente, agrio, espeso, explotaba contra su garganta. En un instante ya había dado todo de sí. Su leche se le escapaba por la comisura. Cacho la miraba desde arriba con cara de exhausto y satisfecho. La pija estaba volviendo a su flacidez, rápidamente.
Vanesa se paró, sus jugos se escurrían por sus muslos. Lo miró fijo a Cacho y entró a su casa. Fue directo a buscar su pija plástica y se tiró sobre la cama. Corrió su tanga y se la metió hasta el fondo, de una. Su otra mano sacó sus tetas. Se pajeaba rápido. Con rabia. Con calentura. Sin poder creer lo que había hecho por una pija más chica que la de su hijo. Caliente y avergonzada. La pija entraba y salía con fuerza, con bronca. Estaba excitada por demás. Explotó con un orgasmo muy intenso, que recorrió tuvo su epicentro en su concha. Se quedó acostada. Chupando el consolador. Metiéndoselo hasta la garganta. Mientras su mano jugaba con el clítoris.
Se relajó lo que pudo y bajó. Al llegar al fondo de la casa, Cacho ya no estaba. Se alarmó y lo vio saludando a su marido. Que recién había llegado. Recién había llegado? Por suerte, su marido entró hablando de cualquier cosa. No estaba al tanto de nada. Pero la mala noticia era que esa aventura, arriesgada, por esa pija diminuta y precoz, no había resulto nada. Seguía igual de caliente. Es más, le excitaba más las condiciones y la humillación de haberse expuesto por nada.
Continuará...
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2 comentarios - Vanesa y la Pijita IV