Para comenzar este relato debo remitirme a diciembre del año pasado, la semana previa a las fiestas. Época de reuniones y celebraciones.
El viernes 11 había sido la cena de mi oficina y el 18 la de la empresa de mi marido. En ésta última me volví a cruzar, como todos los años, con gente a la que solo veo en tales reuniones. Incluso con Bruno, quién es el verdadero padre de mi hijo, y con quién me une una linda amistad. Él no sabe que es el padre del Ro, pero aún así trato de que nuestra relación se mantenga a través del tiempo, ya que algún día quizás tenga que decírselo.
Como dato anecdotico les cuento que en cierto momento de la noche, aprovechando la algarabía y el jolgorio general de la hora loca, nos escabullimos del salón con sendas copas de champagne en la mano, y refugiándonos en las escaleras del Hotel hicimos nuestro brindis personal, con un apasionado beso de por medio.
-Por nosotros- dijo al chocar su copa con la mía.
"Y por nuestro hijo", pensé al corresponder su brindis.
Pero no es de Bruno, ni de su paternidad de lo que quiero hablarles, sino de Fernando, todavía flamante integrante de la firma en ese momento. Me lo presentaron junto con su esposa, Cecilia, una rubia hermosa que tuvo un exitoso pasado como modelo. Ahora está retirada, dedicada exclusivamente a la familia y al hogar, ya que tienen dos hijos pequeños (hasta me mostró las fotos), tan hermosos como ellos.
Con Fernando no pasó nada, reconocía que se trataba de un hombre atractivo, pero las pocas veces en que me puse a prestarle atención, lo notaba embobado por su bella esposa, a la que besaba a cada rato, y de la cual no se despegaba ni por un segundo.
Pero..., siempre hay un pero.
Este último jueves pedí permiso en la oficina para llegar un poco mas tarde. Tenía un problema con la tarjeta y debía ir hasta la sucursal bancaria para hacer no sé que desbloqueo. Estuve ahí apenas abrieron, y el ejecutivo que me atendió tardó apenas unos minutos en resolver el tema, por lo que salí del banco con tiempo de sobra.
Mientras pensaba qué hacer, si irme ya a la oficina o desayunar por ahí, empiezo a caminar en el sentido del tránsito, decidiéndome por una tercera opción, mirar vidrieras. Al llegar a la esquina escucho que alguien me llama por mi nombre.
-¡Mariela! ¡Mariela!-
Sorprendida me doy vuelta y ahí lo veo, detenido ante el semáforo, haciéndome juego de luces con los faros del auto y llamándome con señas por la ventanilla. Reconozco a Fernando al instante. Lo que me sorprende es que me haya reconocido a mí en medio de toda la gente que camina por Santa Fé a esa hora de la mañana.
-¿Trabajás por acá? Si querés te alcanzo- me propone cuando me acerco a saludarlo.
-No, vine a hacer un trámite nada mas, estoy de paso- le digo, señalándole la sucursal del Santander Río que está a unos metros.
En ese momento el semáforo se pone en verde y los autos de atrás empiezan a tocarle bocina para que avance.
-Si no subís, el de atrás me pasa por encima- me advierte y ante un leve titubeo de mi parte, insiste -Dale, te alcanzo hasta donde me digas-
Para no armar quilombo en el tránsito, acepto y me subo, haciéndole al automovilista que está detrás, un gesto con las palmas de las manos unidas, pidiéndole perdón por la demora. Cuando estoy dentro, Fernando me saluda con un beso en la mejilla y se pone en marcha.
El auto que en todo ese momento se había mantenido en la retaguardia, acelera y se pone a la par nuestra. El conductor se asoma por la ventanilla, y nos grita:
-Grande Capo, llevátela a un telo y echate uno por mí, por esperarte mientras te la levantabas-
Con Fernando nos miramos y nos reímos.
Para aflojar la tensión del momento, le digo que puede alcanzarme hasta mi trabajo, y le doy la dirección.
-Ok- asiente -Pero antes un favor-
-Decime-
-Cuando te ví volvía a mi casa porque me olvidé la billetera, es un toque, vamos, la busco y te llevo a tu laburo- me explica.
-No hay problema- le digo, después de todo estoy con tiempo a mi favor.
En Anchorena voltea a la derecha, y entra a la cochera de un edificio que está casi en la esquina de Juncal. Se detiene en el primer subsuelo, apaga el motor y se baja del auto, mientras yo me quedo ahí, creyendo que tengo que esperarlo. Pero para mi sorpresa abre la puerta de mi lado y me pide que lo acompañe.
-Pero..., tu esposa, tus hijos, ¿que van a decir?- me sorprendo.
-No te preocupes que no están, además no te vas a quedar acá sola esperando, es de lo mas deprimente- me insiste.
Finalmente acepto acompañarlo. Siempre y cuando eso no le traiga complicaciones con su familia, le insisto. De nuevo vuelve a decirme que no hay problema.
Subimos hasta el quinto piso y entramos a un departamento que ya desde el principio me huele mal. No porque haya algún aroma en especial, sino porque por ningún lado veo fotos de su familia ni nada que delate la presencia de niños o de una mujer en el lugar.
-¿Te sirvo algo?- me pregunta de lo mas campante y relajado, acercándose a un muy buen provisto bar que ocupa casi toda una pared.
-¿No que buscabas tu billetera y nos íbamos?- le recuerdo.
La saca del interior de su saco y me la muestra.
-Perdón, me acordé que la tenía encima- me dice con una sonrisa culposa.
-¡Sos un turro, me trajiste a tu bulín!- le digo escandalizada.
Y aquí, con una mano en estos Santos Evangelios, juro que no la vi venir. Me agarró desprevenida. Me sorprende no solo haber caído tan mansamente, sino también por venir de quién viene. No es que lo creyera un santo, pero de ahí a ser tan frontal con la esposa de uno de sus compañeros de trabajo, como que era mucho el riesgo que corría. ¿Y si le hacía un escándalo? ¿Si lo amenazaba con contarle a mi marido?
-Era mi departamento de soltero, pero..., sí, puede decirse que es mi bulín- asiente sin complejos ni culpas.
-¿Y tu esposa lo sabe? ¿Que todavía lo tenés?- le pregunto curiosa.
-Jaja, claro que no, supuestamente lo vendí antes que nos casáramos- se ríe -Pero dale, sentate, relajate un poco y decime que querés tomar-
Me siento y sonriéndome incrédula ante la situación, le digo:
-Lo que vos tomes está bien-
Sirve un coñac riquísimo en sendas copas y se sienta a mi lado, muy cerca, casi pegado a mi cuerpo.
-Por la casualidad o causalidad de habernos encontrado- expresa a modo de brindis.
-¿Por qué me trajiste acá, Fernando?- le pregunto, seria, tras beber un sorbo de mi bebida.
-¿No es evidente?- inquiere, bebiendo de la suya.
-Si me dejo llevar por lo evidente, debería partirte la cara de un sopapo- le hago notar -O decírselo a mi marido y que te la parta él-
Por un momento se me cruza la idea de que Bruno le haya hecho algún comentario respecto a nosotros, algo como: "A la esposa de M..., me la garché vuelta y vuelta", y entonces haya querido probar suerte, pero enseguida él mismo se encarga de aclarar.
-Mariela- me dice, dejando su copa y tomando una de mis manos -Desde que te ví en la cena de fin de año quede flasheado con vos, no podía olvidarte, pero al verte hoy, caminando por Santa Fé, tan cerca de éste, mi lugar, fue como que el Destino me enviaba una señal. No sabés cuantas veces fantasee con tenerte acá, conmigo, para..., para...-
-..., para cogerme- completo por él.
No puede mas que asentir, sonriéndose como con culpa.
-Para cogerte, sí, pero sobre todo para que los dos disfrutemos y nos dejemos llevar por esa pulsión que, estoy seguro, también sentiste aquella noche-
Puro chamuyo, ya lo sé, porque aquella noche no sentí nada y, estoy segura, que él tampoco. Pero me vió ahí, una presa fácil y no pudo resistirse a la tentación de hacer el intento. Para él sería todo un logro, recién llegado a la empresa y ya se curte a la esposa de unos de sus colegas.
Guardé silencio, haciendo como que cavilaba en sus palabras, mostrándome confundida y sorprendida a la vez. El hecho de que no haya retirado la mano cuando me la tomó, ya era un guiño a su favor.
-Es tu decisión Mariela, si querés que nos vayamos, nos vamos, pero si nos quedamos, te aseguro que no te vas a arrepentir- me dice, dándome tiempo para considerar su propuesta.
-Pero..., mi marido, tu esposa...- digo tímidamente, simulando estar agobiada por la culpa.
-Olvidate de ellos, ahora somos nosotros, solo vos y yo- me insiste, tratando de despejar cualquier duda que pueda tener.
Me quita la copa, la deja a un lado, y me toma de las dos manos, acariciándome con sus pulgares, la palma de cada una.
Lo miro a los ojos y me muerdo el labio inferior, dándole a entender que ya estoy a punto de caer, ya casi, un empujoncito y... Ese empujoncito es el beso que me da. Intento apartarme, como que quiero y no quiero, pero su insistencia puede mas. Y aunque se trata de apenas un pico, la suerte ya está echada.
-Pensé que lo tuyo eran las modelos- le digo en obvia alusión a su esposa Top Model.
-Lo mío son las mujeres hermosas como vos- me dice, dándome un segundo beso, ahora sí, mucho mas efusivo e incitante que el anterior.
Mientras nos besamos, lengua a lengua, labio a labio, sus manos se deslizan por mis piernas, adueñándose ya por completo de la situación.
Estoy con pantalón, así que lo ayudo a desprender el botón y a bajar el cierre, lo suficiente para que pueda meter la mano dentro de mi bombacha y tocarme la concha.
-¡Mmmhhhh..., ya estás mojadita!- exclama al sentir la humedad que me inunda por dentro.
-Creo que tenías razón con eso de la pulsión- le digo entre suspiros, apretando las piernas para retener sus dedos en mi interior.
Sin dejar de hurgarme, me besa de nuevo. Esta vez soy yo la que abre la boca y busca su lengua, acariciando el trepidante bulto que ya le está hinchando la entrepierna. Con la mano libre se la saca afuera y la deja ahí, vibrando en el aire. Correspondiendo a sus caricias, se la agarro y la presiono suavemente. Fernando suelta un quejido al sentir el apretón. A modo de represalia me pellizca y retuerce el clítoris, provocándome un delicioso estremecimiento.
Nos pajeamos mutuamente mientras nos besamos, sintiendo en el otro esa ebullición que amenaza con hacernos explotar en mil pedazos.
-Me trajiste adonde traés a tus putas..., así que tengo que ser tu puta- le digo, echándome de rodillas ante él para rendirle los debidos honores.
Le sonrío, le paso la lengua por la punta del glande, por los lados, le doy un beso en los huevos y abriendo la boca, me trago poco mas de la mitad de su bien provisto pijazo.
-¡Mmmmhhhhh..., ya sabía que con esa boquita tenías que ser muy buena chupando pijas!- exclama entre suspiros, disfrutando la succión de mis labios y el franeleo de mis manos.
Cuando estoy así, bajo el influjo de una Todopoderosa verga, no me guardo nada, me gusta disfrutar y que me disfruten. Creo que no hay momento mas íntimo que ese (aparte del sexo en sí mismo, claro), cuando se las estás chupando o te la chupan. Por lo menos para mí es como una ceremonia, en la que pongo todo de mí, cuerpo y alma, para complacer al otro. Y las plácidas exclamaciones de Fernando me permitían saber que lo estaba disfrutando al mango.
Iba alternando entre paja y chupada, lamiendo los hilos de lechita que se le derramaban por los lados.
-¿Te animás a comértela toda?- me pregunta como si no tuviera suficiente con lo que le hacía.
-Animar me animo, pero no sé si me va a entrar- le digo, como si no me hubiera comido antes pedazos mayores.
Acuérdense que estaba en mi rol de esposa fiel y abnegada que engaña por primera vez a su marido, por lo que no debía mostrarme demasiado superada en ciertos aspectos. Me daba cuenta que le gustaba esa "ingenuidad" e "inexperiencia". Le gustaba saberse mi corruptor.
-Hagamos la prueba- me dice.
Me agarra de la cabeza con sus manos y me atrae hacia su exacerbada virilidad. Abro la boca y dejo que la verga me atraviese hasta golpearme la garganta. Entonces me aparto y empiezo a toser, pero no lo hago en plan simulación, sino porque en verdad hizo que me ahogara.
-De nuevo, de nuevo...- me insiste, mas entusiamado con mi buena predisposición que con el resultado.
De nuevo se la como, hasta que me llega a la garganta, pero no me quedo ahí como antes, sino que sigo avanzando, un poco mas cada vez, aguantándome las arcadas. Él me ayuda apoyando las palmas de sus manos en mi nuca y empujando hacia abajo. Se escuchan unos sonidos roncos y guturales, producidos por el esfuerzo de mi boca al devorar toda esa carne. Tengo los ojos llenos de lágrimas y las mejillas enrojecidas, pero todavía me falta un buen pedazo para cumplir mi cometido. Al verme en tales condiciones, Fernando afloja la presión de sus manos, pero enseguida lo corrijo, apoyando la mía sobre la suyas e indicándole que siga empujando. Así lo hace, hasta que siento que mi labios alcanzan a rozarle los huevos y sus pendejos me hacen cosquillas en la nariz. Recién entonces me suelta. Aliviada, escupo una densa mezcla de saliva y leche, y me pongo a apantallarme, como queriendo recuperar el aire perdido.
Apenas me estoy recuperando, cuando se levanta, y teniéndome ahí de rodillas, sumisa y obediente, me agarra de improviso y empieza a cogerme por la boca. Ahora sí, no tengo que fingir que me ahoga, porque de verdad lo hace con toda esa carne. En un momento se detiene y me ayuda a sacarme la blusa por encima de la cabeza. Yo misma me ocupo del corpiño, desabrochándomelo y tirándolo a un costado.
-¡Que tetotas Mariela!- expresa cautivado por el despliegue mamario que tiene ante sí.
Me pone la pija entre las gomas y se hace una turca, dejándome el surco de en medio todo colorado de tanto refriegue.
Me levanto y lo beso en la boca, sin que le importe que acabo de hacerle no una, sino varias gargantas profundas. Sus manos me acarician los pechos, me los amasa, como queriendo comprobar si son reales o de silicona. "Sí, son de verdad", intuyo que piensa al comprobar la textura y consistencia de los mismos.
Me baja el pantalón y acariciándome la cola, me dice:
-Sabés que hoy te ví salir del banco, pero no te reconocí enseguida, lo único que te miraba era el culo. Cuando te volteaste para ver si doblaba algún auto, ahí me di cuenta de quién eras, y me dije, aunque sea la esposa de M......, tengo que hacerle ese culito hermoso-
Me doy vuelta y se lo refriego por toda la poronga.
-Acá lo tenés a mi culito, es todo tuyo, pero..., ¿se puede saber que le vas a hacer?- le pregunto con un tonito entre naif y sensual.
-Te lo voy a romper, te lo voy a hacer de goma, voy a hacerle lo que un culito como éste (pellizcándomelo) merece que le hagan- me lo dice como con bronca, con saña, como si yo tuviera la culpa de tener un culo que despierte sus mas bajos instintos.
Me empuja sobre el sofá y hace que me ponga de rodillas. Se inclina tras de mí y comienza a lamerme toda la raya, subiendo y bajando, punteándome el clítoris, poniéndomelo tan duro que hasta me duele. Me separa entonces las nalgas con las dos manos y mete la lengua en mi agujerito, lamiendo todo mi interior, hasta me escupe adentro, una, dos, tres veces.
-¡Este culo está pidiendo a gritos una verga!- exclama, metiéndome los dedos para dilatarme en forma adecuada.
Entonces, saca de la mesita que está junto al sofá una tira de preservativos y se pone uno. Me pasea la pija por todo el traste, golpeándome con ella uno y otro cachete, haciéndome sentir en carne propia lo que esta a punto de meterme. No se lo digo, pero me han metido tamaños mas grandes. Igual le hago sentir como si la de él fuera lo mas impresionante con lo que haya tenido que lidiar.
-¡No seas guacho..., me vas a lastimar!- le digo cuando intenta metérmela, empujándolo y mostrándome reacia a tales prácticas.
-Dale, me vas a decir que nunca te la metieron por el culo- insiste.
-Sí, pero..., la tenés muy grande- le digo tratando de detener sus cada vez mas entusiastas avances.
-¿Y quién te la metió? ¿Tu marido?- se interesa.
-Menos pregunta Dios y perdona- le digo riéndome.
-Dale, decime, ¿quién te la metió?- me insiste, ahora sí frenándose.
-Un amigo, jaja..., un muy buen amigo- le contesto intrigante.
Ese es el momento que aprovecha para agarrarme los brazos e inmovilizarlos a mi espalda. Por supuesto que yo me hago la distraída, permitiéndole que tome ventaja de la situación. Lo siguiente que siento es que me la mete por el culo, haciéndome saltar del sofá a causa del impacto. Grito, pataleo, araño el tapizado, tratando de desprenderme, pero cualquier esfuerzo resulta inútil, ya que él me mantiene bien abrochada. Por supuesto que todo eso lo hago a propósito, ya que parece excitarlo que me resista. Y a mí me excita que intente culearme por la fuerza.
Finalmente me dejo hacer, como que me doy cuenta que no tengo escapatoria y le cedo mi culito para que haga y deshaga a su antojo.
Me culea de atropellada, embistiéndome con todo su cuerpo, haciéndome saltar las lágrimas cada vez que me llega al fondo. No sé que toca, que empuja, pero siento que me mueve todo por dentro. Es como si al metérmela, su verga se alargara mucho mas todavía, como si le saliera una extensión que me atraviesa hasta donde me parece reventar.
Bien aferrado de mis caderas, me destroza el culo a puro bombazo, me estremece con ese movimiento de cintura con el que me tiene firmemente abrochada, sin permitirme escapatoria alguna. No me da tregua, sino que arremete y arremete, siempre para adelante, colmándome de dolor y placer por partes iguales.
Entonces me la saca y me da la vuelta. Todavía estoy con el pantalón y los zapatos puestos, así que me los saca y me separa las piernas. Está tan al palo que el forro le llega casi a la mitad, en donde una pronunciada comba hace que la cabeza apunte hacia arriba.
Me pasea la punta por toda la concha, arriba y abajo, hasta que me la mete, me coge unas cuantas veces y dejándomela adentro, me levanta y me lleva al dormitorio. Durante ese corto trayecto, mientras me sostiene entre sus brazos, mis piernas enlazadas alrededor de su cuerpo, soy yo la que se mueve, ensartándome plenamente en ese soberbio pedazo de verga que me tiene tan bien clavada.
Estoy con los ojos cerrados, todos los sentidos puestos en ese orgasmo que se comprime en mis entrañas, lo único que alcanzo a sentir es que me apoya de espalda en una superfice suave y mullida, su cama seguramente, y echándose entre mis piernas, vuelve a cogerme con todo, sacudiéndome hasta las trompas de falopio con cada embiste.
La comba del medio provoca que el roce con mi clítoris sea aun mas intenso y placentero.
-¡Mariela..., sos una yegua..., tengo la pija que explota y quiero seguir cogiéndote!- me dice sin dejar de bombearme.
Recién abro los ojos desde que entramos y lo que veo es la habitación de un telo. Luces tenues, ambiente perfumado, una suave y sexy melodía de saxo sonando de fondo, espejos en las paredes y el techo. Un sillón al costado de la cama, con formas que permiten maniobrar en las mas variadas posiciones. La cama sobre la que estamos es redonda y amplia, lo que me permite sospechar que acostumbra a compartirla con mas de una persona a la vez.
De nuevo me la saca y se acuesta de espalda.
-¡Vení!- me dice, sosteniéndose la erección con una mano.
Me le subo encima, me la acomodo entre las piernas y dejo que fluya hasta que... ¡Ahhhhhhhhh...!, vuelve a llenarme como si me hubiese empequeñecido y tuviera la concha de una adolescente virgen. ¡Que grande la siento!, y aun mas cuando empiezo a moverme, deslizándome en torno a su masculinidad, arriba y abajo, hacia los lados, con sentadas mas profundas cada vez.
Fernando me besa, me chupa la lengua, me muerde los labios, me come las tetas, paseando sus manos por toda mi retaguardia, cola y espalda, hasta que las coloca a ambos lados de mi cintura y aferrándome firmemente, empieza a moverse desde abajo, golpeándome con todo su ímpetu, haciéndome aullar de placer. La cama está bien adosada al suelo y la pared, por lo que pese a nuestros desaforados movimientos no se mueve, nos movemos nosotros, así que lo único que se escucha es el ruido húmedo de nuestros sexos, acompañado por exaltados gemidos de uno y otro.
Luego de la cabalgata y de terminar con las piernas casi acalambradas, caigo de espalda hacia un costado.
-¿Vamos por el polvo para el tipo de la mañana?- me pregunta, refiriéndose al que nos esperó en el semáforo.
-¡Dale, vamos!- le digo, secándome el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Contando entonces con mi visto bueno, se coloca transversal a mi cuerpo, por debajo de mis piernas y me la mete de nuevo. Levanto un poco la cabeza y veo como me penetra. No solo me gusta sentir que me posee, sino también verlo.
Me agarra firmemente de los muslos y entra a cogerme, arrancándome exaltados jadeos de placer.
En esa pose puedo masturbarme y sobarme las tetas mientras él me coge, disfrutar de mi cuerpo y del suyo, mientras él disfruta del mío. Cierro los ojos y me dejo llevar por esa marea de sensaciones que arrasa con todo a su paso. Ya puedo sentir las señales, las suyas y las mías. Por su parte, me agarra de una de mis piernas, clavándome fuerte los dedos en el muslo, y redobla el ímpetu de sus clavadas. Me pellizco los pezones, golpeo la cama, grito, aúllo, todo en pos de liberar esa brutal energía que se concentra en mi interior.
Nos miramos a los ojos, atentos a los gestos del otro. No necesitamos hablarnos para saber que estamos a punto de llegar, cada cual por su lado, pero con un mismo destino en común.
-¡DALE... DALE... DALEEEEEEE...!- le grito y acabo entre exaltados suspiros, arqueando la espalda, empujando mi cuerpo contra el suyo, ansiando sentir aun mas nitidamente esa fuerza primigenia que exacerba todos mis sentidos.
Fernando me garcha un rato mas y me acaba adentro, en el forro, aunque por la fuerza con que tiene su orgasmo, puedo sentir los golpes del semen contra el látex.
-¡Sos un hembrón Mariela, que manera de garchar!- me elogia mientras me la saca, cuidándose de no derramar nada en donde no debe.
-Esto es una locura- expreso finalmente, agarrándome la cabeza, sin poder evitar mezclar mis palabras con gemidos de placer.
-Ya lo creo- repone, sacándose el forro, haciéndole un nudo y desechándolo en un tacho que hay al costado de la cama -La verdad Mariela, te digo que me sorprendiste-
Sin levantarme todavía, me apoyo en mis codos y lo miro interrogante.
-No creí que fueras a agarrar viaje, ya me veía preso y con una denuncia por acoso sexual- confiesa.
-Así que te la jugaste- deduzco.
-Es que ese culito vale la pena, y además, quién no se tira al agua no aprende a nadar, ¿no?- confirma a modo de sentencia.
-¿Y ahora como quedamos vos y yo?- le pregunto curiosa.
-Bueno, no te voy a salir con lo de ser amantes, pero un polvo de vez en cuando nos podemos echar- sugiere.
-O sea, voy a ser una mas de tus minitas- le echo en cara, aunque en realidad él iba a ser uno mas de mis machitos.
-Una mas no, ¡la mejor!- aclara, por si hiciera falta -¿Te va?-
Hago como que lo pienso, y mirándole sin disimulo la pija, le replico:
-Sí, me va, pero de esto ni una palabra a nadie, prometemelo-
-Te lo prometo-
Se echa a mi lado y me besa, sellando así el pacto de silencio al que nos comprometemos.
Salimos del bulín pasado el mediodía. Me alcanza hasta mi trabajo y luego se va al suyo, y mentiría si no dijera que me excitaba el saber que, tras haberme pegado tremendo garche (y culeada), estaría codeándose con mi marido, envidiándolo (¿o compadeciéndolo?) por tener una esposa tan puta.
Ustedes, en su lugar, ¿que sentirían?
El viernes 11 había sido la cena de mi oficina y el 18 la de la empresa de mi marido. En ésta última me volví a cruzar, como todos los años, con gente a la que solo veo en tales reuniones. Incluso con Bruno, quién es el verdadero padre de mi hijo, y con quién me une una linda amistad. Él no sabe que es el padre del Ro, pero aún así trato de que nuestra relación se mantenga a través del tiempo, ya que algún día quizás tenga que decírselo.
Como dato anecdotico les cuento que en cierto momento de la noche, aprovechando la algarabía y el jolgorio general de la hora loca, nos escabullimos del salón con sendas copas de champagne en la mano, y refugiándonos en las escaleras del Hotel hicimos nuestro brindis personal, con un apasionado beso de por medio.
-Por nosotros- dijo al chocar su copa con la mía.
"Y por nuestro hijo", pensé al corresponder su brindis.
Pero no es de Bruno, ni de su paternidad de lo que quiero hablarles, sino de Fernando, todavía flamante integrante de la firma en ese momento. Me lo presentaron junto con su esposa, Cecilia, una rubia hermosa que tuvo un exitoso pasado como modelo. Ahora está retirada, dedicada exclusivamente a la familia y al hogar, ya que tienen dos hijos pequeños (hasta me mostró las fotos), tan hermosos como ellos.
Con Fernando no pasó nada, reconocía que se trataba de un hombre atractivo, pero las pocas veces en que me puse a prestarle atención, lo notaba embobado por su bella esposa, a la que besaba a cada rato, y de la cual no se despegaba ni por un segundo.
Pero..., siempre hay un pero.
Este último jueves pedí permiso en la oficina para llegar un poco mas tarde. Tenía un problema con la tarjeta y debía ir hasta la sucursal bancaria para hacer no sé que desbloqueo. Estuve ahí apenas abrieron, y el ejecutivo que me atendió tardó apenas unos minutos en resolver el tema, por lo que salí del banco con tiempo de sobra.
Mientras pensaba qué hacer, si irme ya a la oficina o desayunar por ahí, empiezo a caminar en el sentido del tránsito, decidiéndome por una tercera opción, mirar vidrieras. Al llegar a la esquina escucho que alguien me llama por mi nombre.
-¡Mariela! ¡Mariela!-
Sorprendida me doy vuelta y ahí lo veo, detenido ante el semáforo, haciéndome juego de luces con los faros del auto y llamándome con señas por la ventanilla. Reconozco a Fernando al instante. Lo que me sorprende es que me haya reconocido a mí en medio de toda la gente que camina por Santa Fé a esa hora de la mañana.
-¿Trabajás por acá? Si querés te alcanzo- me propone cuando me acerco a saludarlo.
-No, vine a hacer un trámite nada mas, estoy de paso- le digo, señalándole la sucursal del Santander Río que está a unos metros.
En ese momento el semáforo se pone en verde y los autos de atrás empiezan a tocarle bocina para que avance.
-Si no subís, el de atrás me pasa por encima- me advierte y ante un leve titubeo de mi parte, insiste -Dale, te alcanzo hasta donde me digas-
Para no armar quilombo en el tránsito, acepto y me subo, haciéndole al automovilista que está detrás, un gesto con las palmas de las manos unidas, pidiéndole perdón por la demora. Cuando estoy dentro, Fernando me saluda con un beso en la mejilla y se pone en marcha.
El auto que en todo ese momento se había mantenido en la retaguardia, acelera y se pone a la par nuestra. El conductor se asoma por la ventanilla, y nos grita:
-Grande Capo, llevátela a un telo y echate uno por mí, por esperarte mientras te la levantabas-
Con Fernando nos miramos y nos reímos.
Para aflojar la tensión del momento, le digo que puede alcanzarme hasta mi trabajo, y le doy la dirección.
-Ok- asiente -Pero antes un favor-
-Decime-
-Cuando te ví volvía a mi casa porque me olvidé la billetera, es un toque, vamos, la busco y te llevo a tu laburo- me explica.
-No hay problema- le digo, después de todo estoy con tiempo a mi favor.
En Anchorena voltea a la derecha, y entra a la cochera de un edificio que está casi en la esquina de Juncal. Se detiene en el primer subsuelo, apaga el motor y se baja del auto, mientras yo me quedo ahí, creyendo que tengo que esperarlo. Pero para mi sorpresa abre la puerta de mi lado y me pide que lo acompañe.
-Pero..., tu esposa, tus hijos, ¿que van a decir?- me sorprendo.
-No te preocupes que no están, además no te vas a quedar acá sola esperando, es de lo mas deprimente- me insiste.
Finalmente acepto acompañarlo. Siempre y cuando eso no le traiga complicaciones con su familia, le insisto. De nuevo vuelve a decirme que no hay problema.
Subimos hasta el quinto piso y entramos a un departamento que ya desde el principio me huele mal. No porque haya algún aroma en especial, sino porque por ningún lado veo fotos de su familia ni nada que delate la presencia de niños o de una mujer en el lugar.
-¿Te sirvo algo?- me pregunta de lo mas campante y relajado, acercándose a un muy buen provisto bar que ocupa casi toda una pared.
-¿No que buscabas tu billetera y nos íbamos?- le recuerdo.
La saca del interior de su saco y me la muestra.
-Perdón, me acordé que la tenía encima- me dice con una sonrisa culposa.
-¡Sos un turro, me trajiste a tu bulín!- le digo escandalizada.
Y aquí, con una mano en estos Santos Evangelios, juro que no la vi venir. Me agarró desprevenida. Me sorprende no solo haber caído tan mansamente, sino también por venir de quién viene. No es que lo creyera un santo, pero de ahí a ser tan frontal con la esposa de uno de sus compañeros de trabajo, como que era mucho el riesgo que corría. ¿Y si le hacía un escándalo? ¿Si lo amenazaba con contarle a mi marido?
-Era mi departamento de soltero, pero..., sí, puede decirse que es mi bulín- asiente sin complejos ni culpas.
-¿Y tu esposa lo sabe? ¿Que todavía lo tenés?- le pregunto curiosa.
-Jaja, claro que no, supuestamente lo vendí antes que nos casáramos- se ríe -Pero dale, sentate, relajate un poco y decime que querés tomar-
Me siento y sonriéndome incrédula ante la situación, le digo:
-Lo que vos tomes está bien-
Sirve un coñac riquísimo en sendas copas y se sienta a mi lado, muy cerca, casi pegado a mi cuerpo.
-Por la casualidad o causalidad de habernos encontrado- expresa a modo de brindis.
-¿Por qué me trajiste acá, Fernando?- le pregunto, seria, tras beber un sorbo de mi bebida.
-¿No es evidente?- inquiere, bebiendo de la suya.
-Si me dejo llevar por lo evidente, debería partirte la cara de un sopapo- le hago notar -O decírselo a mi marido y que te la parta él-
Por un momento se me cruza la idea de que Bruno le haya hecho algún comentario respecto a nosotros, algo como: "A la esposa de M..., me la garché vuelta y vuelta", y entonces haya querido probar suerte, pero enseguida él mismo se encarga de aclarar.
-Mariela- me dice, dejando su copa y tomando una de mis manos -Desde que te ví en la cena de fin de año quede flasheado con vos, no podía olvidarte, pero al verte hoy, caminando por Santa Fé, tan cerca de éste, mi lugar, fue como que el Destino me enviaba una señal. No sabés cuantas veces fantasee con tenerte acá, conmigo, para..., para...-
-..., para cogerme- completo por él.
No puede mas que asentir, sonriéndose como con culpa.
-Para cogerte, sí, pero sobre todo para que los dos disfrutemos y nos dejemos llevar por esa pulsión que, estoy seguro, también sentiste aquella noche-
Puro chamuyo, ya lo sé, porque aquella noche no sentí nada y, estoy segura, que él tampoco. Pero me vió ahí, una presa fácil y no pudo resistirse a la tentación de hacer el intento. Para él sería todo un logro, recién llegado a la empresa y ya se curte a la esposa de unos de sus colegas.
Guardé silencio, haciendo como que cavilaba en sus palabras, mostrándome confundida y sorprendida a la vez. El hecho de que no haya retirado la mano cuando me la tomó, ya era un guiño a su favor.
-Es tu decisión Mariela, si querés que nos vayamos, nos vamos, pero si nos quedamos, te aseguro que no te vas a arrepentir- me dice, dándome tiempo para considerar su propuesta.
-Pero..., mi marido, tu esposa...- digo tímidamente, simulando estar agobiada por la culpa.
-Olvidate de ellos, ahora somos nosotros, solo vos y yo- me insiste, tratando de despejar cualquier duda que pueda tener.
Me quita la copa, la deja a un lado, y me toma de las dos manos, acariciándome con sus pulgares, la palma de cada una.
Lo miro a los ojos y me muerdo el labio inferior, dándole a entender que ya estoy a punto de caer, ya casi, un empujoncito y... Ese empujoncito es el beso que me da. Intento apartarme, como que quiero y no quiero, pero su insistencia puede mas. Y aunque se trata de apenas un pico, la suerte ya está echada.
-Pensé que lo tuyo eran las modelos- le digo en obvia alusión a su esposa Top Model.
-Lo mío son las mujeres hermosas como vos- me dice, dándome un segundo beso, ahora sí, mucho mas efusivo e incitante que el anterior.
Mientras nos besamos, lengua a lengua, labio a labio, sus manos se deslizan por mis piernas, adueñándose ya por completo de la situación.
Estoy con pantalón, así que lo ayudo a desprender el botón y a bajar el cierre, lo suficiente para que pueda meter la mano dentro de mi bombacha y tocarme la concha.
-¡Mmmhhhh..., ya estás mojadita!- exclama al sentir la humedad que me inunda por dentro.
-Creo que tenías razón con eso de la pulsión- le digo entre suspiros, apretando las piernas para retener sus dedos en mi interior.
Sin dejar de hurgarme, me besa de nuevo. Esta vez soy yo la que abre la boca y busca su lengua, acariciando el trepidante bulto que ya le está hinchando la entrepierna. Con la mano libre se la saca afuera y la deja ahí, vibrando en el aire. Correspondiendo a sus caricias, se la agarro y la presiono suavemente. Fernando suelta un quejido al sentir el apretón. A modo de represalia me pellizca y retuerce el clítoris, provocándome un delicioso estremecimiento.
Nos pajeamos mutuamente mientras nos besamos, sintiendo en el otro esa ebullición que amenaza con hacernos explotar en mil pedazos.
-Me trajiste adonde traés a tus putas..., así que tengo que ser tu puta- le digo, echándome de rodillas ante él para rendirle los debidos honores.
Le sonrío, le paso la lengua por la punta del glande, por los lados, le doy un beso en los huevos y abriendo la boca, me trago poco mas de la mitad de su bien provisto pijazo.
-¡Mmmmhhhhh..., ya sabía que con esa boquita tenías que ser muy buena chupando pijas!- exclama entre suspiros, disfrutando la succión de mis labios y el franeleo de mis manos.
Cuando estoy así, bajo el influjo de una Todopoderosa verga, no me guardo nada, me gusta disfrutar y que me disfruten. Creo que no hay momento mas íntimo que ese (aparte del sexo en sí mismo, claro), cuando se las estás chupando o te la chupan. Por lo menos para mí es como una ceremonia, en la que pongo todo de mí, cuerpo y alma, para complacer al otro. Y las plácidas exclamaciones de Fernando me permitían saber que lo estaba disfrutando al mango.
Iba alternando entre paja y chupada, lamiendo los hilos de lechita que se le derramaban por los lados.
-¿Te animás a comértela toda?- me pregunta como si no tuviera suficiente con lo que le hacía.
-Animar me animo, pero no sé si me va a entrar- le digo, como si no me hubiera comido antes pedazos mayores.
Acuérdense que estaba en mi rol de esposa fiel y abnegada que engaña por primera vez a su marido, por lo que no debía mostrarme demasiado superada en ciertos aspectos. Me daba cuenta que le gustaba esa "ingenuidad" e "inexperiencia". Le gustaba saberse mi corruptor.
-Hagamos la prueba- me dice.
Me agarra de la cabeza con sus manos y me atrae hacia su exacerbada virilidad. Abro la boca y dejo que la verga me atraviese hasta golpearme la garganta. Entonces me aparto y empiezo a toser, pero no lo hago en plan simulación, sino porque en verdad hizo que me ahogara.
-De nuevo, de nuevo...- me insiste, mas entusiamado con mi buena predisposición que con el resultado.
De nuevo se la como, hasta que me llega a la garganta, pero no me quedo ahí como antes, sino que sigo avanzando, un poco mas cada vez, aguantándome las arcadas. Él me ayuda apoyando las palmas de sus manos en mi nuca y empujando hacia abajo. Se escuchan unos sonidos roncos y guturales, producidos por el esfuerzo de mi boca al devorar toda esa carne. Tengo los ojos llenos de lágrimas y las mejillas enrojecidas, pero todavía me falta un buen pedazo para cumplir mi cometido. Al verme en tales condiciones, Fernando afloja la presión de sus manos, pero enseguida lo corrijo, apoyando la mía sobre la suyas e indicándole que siga empujando. Así lo hace, hasta que siento que mi labios alcanzan a rozarle los huevos y sus pendejos me hacen cosquillas en la nariz. Recién entonces me suelta. Aliviada, escupo una densa mezcla de saliva y leche, y me pongo a apantallarme, como queriendo recuperar el aire perdido.
Apenas me estoy recuperando, cuando se levanta, y teniéndome ahí de rodillas, sumisa y obediente, me agarra de improviso y empieza a cogerme por la boca. Ahora sí, no tengo que fingir que me ahoga, porque de verdad lo hace con toda esa carne. En un momento se detiene y me ayuda a sacarme la blusa por encima de la cabeza. Yo misma me ocupo del corpiño, desabrochándomelo y tirándolo a un costado.
-¡Que tetotas Mariela!- expresa cautivado por el despliegue mamario que tiene ante sí.
Me pone la pija entre las gomas y se hace una turca, dejándome el surco de en medio todo colorado de tanto refriegue.
Me levanto y lo beso en la boca, sin que le importe que acabo de hacerle no una, sino varias gargantas profundas. Sus manos me acarician los pechos, me los amasa, como queriendo comprobar si son reales o de silicona. "Sí, son de verdad", intuyo que piensa al comprobar la textura y consistencia de los mismos.
Me baja el pantalón y acariciándome la cola, me dice:
-Sabés que hoy te ví salir del banco, pero no te reconocí enseguida, lo único que te miraba era el culo. Cuando te volteaste para ver si doblaba algún auto, ahí me di cuenta de quién eras, y me dije, aunque sea la esposa de M......, tengo que hacerle ese culito hermoso-
Me doy vuelta y se lo refriego por toda la poronga.
-Acá lo tenés a mi culito, es todo tuyo, pero..., ¿se puede saber que le vas a hacer?- le pregunto con un tonito entre naif y sensual.
-Te lo voy a romper, te lo voy a hacer de goma, voy a hacerle lo que un culito como éste (pellizcándomelo) merece que le hagan- me lo dice como con bronca, con saña, como si yo tuviera la culpa de tener un culo que despierte sus mas bajos instintos.
Me empuja sobre el sofá y hace que me ponga de rodillas. Se inclina tras de mí y comienza a lamerme toda la raya, subiendo y bajando, punteándome el clítoris, poniéndomelo tan duro que hasta me duele. Me separa entonces las nalgas con las dos manos y mete la lengua en mi agujerito, lamiendo todo mi interior, hasta me escupe adentro, una, dos, tres veces.
-¡Este culo está pidiendo a gritos una verga!- exclama, metiéndome los dedos para dilatarme en forma adecuada.
Entonces, saca de la mesita que está junto al sofá una tira de preservativos y se pone uno. Me pasea la pija por todo el traste, golpeándome con ella uno y otro cachete, haciéndome sentir en carne propia lo que esta a punto de meterme. No se lo digo, pero me han metido tamaños mas grandes. Igual le hago sentir como si la de él fuera lo mas impresionante con lo que haya tenido que lidiar.
-¡No seas guacho..., me vas a lastimar!- le digo cuando intenta metérmela, empujándolo y mostrándome reacia a tales prácticas.
-Dale, me vas a decir que nunca te la metieron por el culo- insiste.
-Sí, pero..., la tenés muy grande- le digo tratando de detener sus cada vez mas entusiastas avances.
-¿Y quién te la metió? ¿Tu marido?- se interesa.
-Menos pregunta Dios y perdona- le digo riéndome.
-Dale, decime, ¿quién te la metió?- me insiste, ahora sí frenándose.
-Un amigo, jaja..., un muy buen amigo- le contesto intrigante.
Ese es el momento que aprovecha para agarrarme los brazos e inmovilizarlos a mi espalda. Por supuesto que yo me hago la distraída, permitiéndole que tome ventaja de la situación. Lo siguiente que siento es que me la mete por el culo, haciéndome saltar del sofá a causa del impacto. Grito, pataleo, araño el tapizado, tratando de desprenderme, pero cualquier esfuerzo resulta inútil, ya que él me mantiene bien abrochada. Por supuesto que todo eso lo hago a propósito, ya que parece excitarlo que me resista. Y a mí me excita que intente culearme por la fuerza.
Finalmente me dejo hacer, como que me doy cuenta que no tengo escapatoria y le cedo mi culito para que haga y deshaga a su antojo.
Me culea de atropellada, embistiéndome con todo su cuerpo, haciéndome saltar las lágrimas cada vez que me llega al fondo. No sé que toca, que empuja, pero siento que me mueve todo por dentro. Es como si al metérmela, su verga se alargara mucho mas todavía, como si le saliera una extensión que me atraviesa hasta donde me parece reventar.
Bien aferrado de mis caderas, me destroza el culo a puro bombazo, me estremece con ese movimiento de cintura con el que me tiene firmemente abrochada, sin permitirme escapatoria alguna. No me da tregua, sino que arremete y arremete, siempre para adelante, colmándome de dolor y placer por partes iguales.
Entonces me la saca y me da la vuelta. Todavía estoy con el pantalón y los zapatos puestos, así que me los saca y me separa las piernas. Está tan al palo que el forro le llega casi a la mitad, en donde una pronunciada comba hace que la cabeza apunte hacia arriba.
Me pasea la punta por toda la concha, arriba y abajo, hasta que me la mete, me coge unas cuantas veces y dejándomela adentro, me levanta y me lleva al dormitorio. Durante ese corto trayecto, mientras me sostiene entre sus brazos, mis piernas enlazadas alrededor de su cuerpo, soy yo la que se mueve, ensartándome plenamente en ese soberbio pedazo de verga que me tiene tan bien clavada.
Estoy con los ojos cerrados, todos los sentidos puestos en ese orgasmo que se comprime en mis entrañas, lo único que alcanzo a sentir es que me apoya de espalda en una superfice suave y mullida, su cama seguramente, y echándose entre mis piernas, vuelve a cogerme con todo, sacudiéndome hasta las trompas de falopio con cada embiste.
La comba del medio provoca que el roce con mi clítoris sea aun mas intenso y placentero.
-¡Mariela..., sos una yegua..., tengo la pija que explota y quiero seguir cogiéndote!- me dice sin dejar de bombearme.
Recién abro los ojos desde que entramos y lo que veo es la habitación de un telo. Luces tenues, ambiente perfumado, una suave y sexy melodía de saxo sonando de fondo, espejos en las paredes y el techo. Un sillón al costado de la cama, con formas que permiten maniobrar en las mas variadas posiciones. La cama sobre la que estamos es redonda y amplia, lo que me permite sospechar que acostumbra a compartirla con mas de una persona a la vez.
De nuevo me la saca y se acuesta de espalda.
-¡Vení!- me dice, sosteniéndose la erección con una mano.
Me le subo encima, me la acomodo entre las piernas y dejo que fluya hasta que... ¡Ahhhhhhhhh...!, vuelve a llenarme como si me hubiese empequeñecido y tuviera la concha de una adolescente virgen. ¡Que grande la siento!, y aun mas cuando empiezo a moverme, deslizándome en torno a su masculinidad, arriba y abajo, hacia los lados, con sentadas mas profundas cada vez.
Fernando me besa, me chupa la lengua, me muerde los labios, me come las tetas, paseando sus manos por toda mi retaguardia, cola y espalda, hasta que las coloca a ambos lados de mi cintura y aferrándome firmemente, empieza a moverse desde abajo, golpeándome con todo su ímpetu, haciéndome aullar de placer. La cama está bien adosada al suelo y la pared, por lo que pese a nuestros desaforados movimientos no se mueve, nos movemos nosotros, así que lo único que se escucha es el ruido húmedo de nuestros sexos, acompañado por exaltados gemidos de uno y otro.
Luego de la cabalgata y de terminar con las piernas casi acalambradas, caigo de espalda hacia un costado.
-¿Vamos por el polvo para el tipo de la mañana?- me pregunta, refiriéndose al que nos esperó en el semáforo.
-¡Dale, vamos!- le digo, secándome el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Contando entonces con mi visto bueno, se coloca transversal a mi cuerpo, por debajo de mis piernas y me la mete de nuevo. Levanto un poco la cabeza y veo como me penetra. No solo me gusta sentir que me posee, sino también verlo.
Me agarra firmemente de los muslos y entra a cogerme, arrancándome exaltados jadeos de placer.
En esa pose puedo masturbarme y sobarme las tetas mientras él me coge, disfrutar de mi cuerpo y del suyo, mientras él disfruta del mío. Cierro los ojos y me dejo llevar por esa marea de sensaciones que arrasa con todo a su paso. Ya puedo sentir las señales, las suyas y las mías. Por su parte, me agarra de una de mis piernas, clavándome fuerte los dedos en el muslo, y redobla el ímpetu de sus clavadas. Me pellizco los pezones, golpeo la cama, grito, aúllo, todo en pos de liberar esa brutal energía que se concentra en mi interior.
Nos miramos a los ojos, atentos a los gestos del otro. No necesitamos hablarnos para saber que estamos a punto de llegar, cada cual por su lado, pero con un mismo destino en común.
-¡DALE... DALE... DALEEEEEEE...!- le grito y acabo entre exaltados suspiros, arqueando la espalda, empujando mi cuerpo contra el suyo, ansiando sentir aun mas nitidamente esa fuerza primigenia que exacerba todos mis sentidos.
Fernando me garcha un rato mas y me acaba adentro, en el forro, aunque por la fuerza con que tiene su orgasmo, puedo sentir los golpes del semen contra el látex.
-¡Sos un hembrón Mariela, que manera de garchar!- me elogia mientras me la saca, cuidándose de no derramar nada en donde no debe.
-Esto es una locura- expreso finalmente, agarrándome la cabeza, sin poder evitar mezclar mis palabras con gemidos de placer.
-Ya lo creo- repone, sacándose el forro, haciéndole un nudo y desechándolo en un tacho que hay al costado de la cama -La verdad Mariela, te digo que me sorprendiste-
Sin levantarme todavía, me apoyo en mis codos y lo miro interrogante.
-No creí que fueras a agarrar viaje, ya me veía preso y con una denuncia por acoso sexual- confiesa.
-Así que te la jugaste- deduzco.
-Es que ese culito vale la pena, y además, quién no se tira al agua no aprende a nadar, ¿no?- confirma a modo de sentencia.
-¿Y ahora como quedamos vos y yo?- le pregunto curiosa.
-Bueno, no te voy a salir con lo de ser amantes, pero un polvo de vez en cuando nos podemos echar- sugiere.
-O sea, voy a ser una mas de tus minitas- le echo en cara, aunque en realidad él iba a ser uno mas de mis machitos.
-Una mas no, ¡la mejor!- aclara, por si hiciera falta -¿Te va?-
Hago como que lo pienso, y mirándole sin disimulo la pija, le replico:
-Sí, me va, pero de esto ni una palabra a nadie, prometemelo-
-Te lo prometo-
Se echa a mi lado y me besa, sellando así el pacto de silencio al que nos comprometemos.
Salimos del bulín pasado el mediodía. Me alcanza hasta mi trabajo y luego se va al suyo, y mentiría si no dijera que me excitaba el saber que, tras haberme pegado tremendo garche (y culeada), estaría codeándose con mi marido, envidiándolo (¿o compadeciéndolo?) por tener una esposa tan puta.
Ustedes, en su lugar, ¿que sentirían?
40 comentarios - Ni me la esperaba...
🙂
como siempre tus relatos me dejan bien al palo la pija.
besitos
Un unico detalle.... Usó el mismo forro para tu culito y luego tu conchita como parecería por tu relato??? Supongo que no, no??
Buenisimo el post como de costumbre hermosa...FELICITACIONES querida!! +10
Y como siempre te digo, espero con ansias y mucho morbo tu próximo relato preciosa!!
Besos húmedos querida!!
Van 9 puntos
besos Misko
http://www.poringa.net/posts/relatos/2860223/La-vecina-mala-del-Edificio.html?notification#last
Beso