Cuando con Julia, mi esposa, pudimos mudarnos al nuevo departamento que habíamos adquirido, nos pareció tocar el cielo con las manos.
Quedaba cerca de nuestros trabajos, en una calle tranquila con muy poco tránsito, y tenían una construcción muy especial.
Un patio umbroso que unía y a la vez garantizaba privacidad y tranquilidad a todos los vecinos, y a su alrededor cuatro departamentos amplios de 2 ó 3 dormitorios con ingreso por ese patio al cual se ingresaba a través de una reja desde la calle. Un camino de lajas recorría el predio comunicando cada departamento.
Realmente era un placer el lugar, que permitía aprovechar los ratos libres disfrutando de ese parque arbolado, sin necesidad de tener que buscar un espacio verde que realmente no abundan, como en toda ciudad.
Nuestra vida transcurría con toda calma.
3 de los 4 departamentos estaban ya ocupados. En el que daba en la otra cara frente al nuestro, vivía un matrimonio mayor que veíamos poco. En el fondo, el departamento ocupado era ocupado por dos mujeres maduras que evidentemente eran hermanas y , por supuesto tampoco causaban demasiadas molestias. El nuestro era ocupado por mi mujer y yo. Julia era una mujer muy atractiva con sus 50 años. Su porte y su buen gusto para vestirse, hacía que los hombres se dieran vuelta para mirarla cuando pasaba. Yo, con mis 55 años, me conservaba bastante bien, con algunos kilitos de mas, mi cabello entrecano, y debo reconocer que tampoco pasaba desapercibido para el sexo femenino, por supuesto, con las limitaciones de la edad.
Yo trabajaba de mañana, y volvía al mediodía y mi mujer trabajaba desde las 15 hasta las 21 hs, por lo que compartíamos el almuerzo y la cena, y como ambos no trabajábamos el fin de semana, aprovechábamos esos días para hacer cosas en conjunto. Cada uno aprovechaba el tiempo que estaba solo para otras actividades. Gimnasio, caminatas, etc.
Todo iba bien, pero como siempre en la vida, el diablo metió la cola.
Un buen día mi mujer me llama para contarme que se había ocupado el departamento que quedaba. Según ella era un matrimonio joven muy simpático.
Yo no hice mucho caso, y al mediodía cuando volvió mi mujer me contó con pelos y señales la mudanza, sin que diera mayores precisiones de los propietarios.
Esa tarde, después que mi esposa se fue, estaba sentado en el parque disfrutando de una tarde primaveral de ensueño, cuando salió el nuevo vecino. Era un hombre de unos 45 años, moreno, de estatura normal y que al pasar saludó muy atento. Respondí a su saludo y me quedé allí sentado.
Al rato salió su esposa y quedé flipado. Una morena preciosa,de unos 40 años, bajita, delgada con un cuerpo atractivo. Se notaba debajo de su jean unas piernas delgadas y bien formadas. Una remera escotada, mostraba que tenía hombros amplios y unas tetas pequeñas pero firmes. Pasó, me miró y me saludó cortésmente, a lo que respondí y mi mirada se fue detrás de sus caderas y su espalda rumbo a la puerta. Sin darme cuenta me empalmé. Nunca me había pasado tan rápido. Luego de unos minutos me tranquilicé y volví a la normalidad.
Ya en mi casa, me dediqué a hacer algunas cosas y un par de horas después, por la ventana la vi regresar a su casa. Mientras la miraba a través de los postigos entornados, la sorprendí buscando algo con su mirada en el parque. Decepcionada se fue a su departamento. La observé cuando sacó su llave del bolso, abrió la puerta y entró.
A partir de ese momento, todos los días dedicaba mi tiempo a sentarme en el parque y esperar que pasara, y un par de horas después la esperaba mirando por la ventana. Siempre bien vestida, muy sensual, a veces con jean, otras con polleras que permitían disfrutar de sus piernas. Algunas veces con remeras ajustadas que marcaban su cuerpo, otras con camisas abotonadas, cuyos botones parecían ceder ante la presión de sus pequeños pero duros pechos. Cada vez que la veía me excitaba sin poder evitarlo.
Cuando nuestras miradas se encontraban, era evidente que había una atracción casi animal entre nosotros, y que rápidamente desviábamos las miradas para evitar que el otro notara lo que pasaba por nuestras mentes. Y a pesar de ese magnetismo innegable, jamás intercambiamos una palabra. Sólo nos veíamos cuando salía y yo la veía cuando regresaba. Con su marido nos saludábamos afablemente, con alguna frase de ocasión, y daba la sensación de que era una buena persona, muy simpática y educada. Y esto suponía otra traba para mis avances. En fin, tuve que conformarme con verla y soñar con ella, unas noches sí y otras también. Resultaba claramente inalcanzable y máxime considerando nuestra diferencia de edad.
Una tarde, estaba en el parque solo, como siempre. Hacia un par de horas para que mi esposa regresara , cuando de pronto comenzó a nublarse rápidamente. De la nada, nubes oscuras invadieron el cielo, y luego de un trueno muy fuerte, comenzó a llover rápidamente, con gotas grandes como platos. Apenas tuve tiempo de entrar a mi departamento y me quedé viendo por la ventana como una lluvia violenta y que se transformaba en una verdadera cortina de agua, mojaba todo el parque y convertía la tarde de sol en una tarde melancólica y triste.
Mientras miraba por la ventana, vi a mi vecina regresar de la calle corriendo. Estaba empapada. Pasó frente a mi ventana y la seguí con la mirada. Sus piernas lucían bajo su pollera corta, y se veía el agua correr por todo su cuerpo. Llegó a su departamento y buscó su llave en la cartera para entrar, y luego de un rato de permanecer bajo el agua se dio por vencida. Miró hacia todos lados y se quedó allí como un pollito mojado. Era evidente que no podía encontrar su llave, o la había olvidado. Y su esposo no llegaría hasta un par de horas mas tardes.
Fui al baño a buscar un toallón seco y me acerqué a la puerta y la abrí. Me asomé y la miré, y con un gesto le ofrecí asilo de las inclemencias del tiempo.
Ella, empapada, con su ensortijado cabello chorreando agua, me miró y corriendo, se dirigió a mi puerta y entró apenas me hice al lado para dejarla pasar.
Se pasó la mano por el cabello, haciendo que el agua chorreara sobre sus hombros. Me acerqué y la rodee hasta colocarme frente a ella y nos miramos. Quiso hablar, pero mi mano tapó sus labios, pidiéndole que mantuviera el silencio. Solo se escuchaba el ruido del agua cayendo sobre la casa, el patio, el parque.
Lentamente, tomé su cartera y la coloqué sobre la mesa. Luego le quité suavemente el saco de hilo que era un trapo de piso por la cantidad de agua, y lo extendí sobre el respaldo de una silla. Ella estaba paralizada, observando mis acciones como si fuera una mera expectadora. Su respiración agitada, mostraba a las claras que había corrido, pero que también la situación la alteraba.
Comencé a secarle el cabello, el rostro y el cuello con el toallón que tenía en las manos, y ella cerró los ojos y me dejó hacer. Luego de esto comencé a desabrochar los botones de su empapada camisa, dejando de a poco a la vista su cuerpo sensual. Un corpiño color natural, sostenía sus hermosos y turgentes pechos.
Cuando terminé con los botones, le quité la camisa y la colgué sobre una silla. Ella permanecía con los ojos cerrados. Me acerqué, y abrazándola, desabroché su corpiño y lo quité suavemente, lo dejé sobre la silla y comencé a secarle el cuerpo con la toalla, con mucha ternura, dedicando especial atención a sus pechos, notando como sus pezones se endurecían ante mis caricias. Su respiración se iba haciendo cada vez mas agitada. Intentó hablar nuevamente y otra vez mi mano la silenció.
Allí estaba, desnuda de la cintura para arriba y ahora mis manos buscaron el botón y el cierre de su pollera. Cuando conseguí desabrocharla, siguió el mismo camino que su camisa, y el toallón ahora recorrió sus piernas secándolas lentamente. En un momento mis dedos engancharon su bombacha y la bajaron para que acompañara al resto de su ropa en la silla.
La di vuelta y fue el turno de dedicarme a su espalda y sus caderas. El toallón la recorrió de arriba hasta abajo, y cuando volvía de sus pies, por la parte interior de sus piernas, ella las separó para facilitar mi tarea. El toallón recorrió sus piernas, luego lo dejé caer, y fueron ahora mis manos las que recorrieron su piel. Mis manos subieron por sus piernas, y al llegar a su sexo, lo encontré mojado y caliente, pero claramente no por la lluvia.
Tomé el toallón y lo coloqué sobre la mesa, y luego la llevé hasta allí e hice que apoyara su cuerpo sobre él. Quedó allí, con las piernas separadas y agachándome, hice que mi lengua recorriera su sexo. Era dulce y caliente. Las sensaciones eran increíbles para mí, y evidentemente también para ella. Cuando unos minutos después ella se corrió sobre mi lengua, me sentí en el séptimo cielo.
La dejé que se tranquilizara, mientras me desnudaba rápidamente, y luego de unos minutos, me acerqué y coloqué la cabeza de mi verga en la puerta de su sexo. Vi como sus manos apretaban el toallón, esperando lo que sabía inevitable y lentamente me dejé ir dentro de su cuerpo hasta el fondo. El gemido de ella fue el primer sonido que pronunciaba desde que había entrado a mi departamento.
Tiramos así un largo rato. Las penetraciones eran largas y profundas. Me retiraba casi por completo y luego volvía a entrar hasta el fondo, sintiendo como su vagina me apretaba la verga como si fuera una mano.
Fui acelerando a medida que la situación me iba descontrolando, Sentía como un fuego subía desde mi columna, una marea incontrolable, y por fin, me vacié dentro de ella, como jamás me vacié con nadie. Mi boca se perdió entre sus cabellos húmedos y aspirar su olor hizo que mi orgasmo fuera aún mas extenso. Ella al sentirse inseminada por completo, también acabó. Sentí como su sexo latía a la par del mío.
Quedamos allí, uno encima del otro, tratando de recuperar el aire.
Mi lanza se ablandó y salió de su cuerpo lentamente. Me separé unos centímetros y con la punta del toallón fui recogiendo mi semen que comenzaba a chorrear de su sexo. Cuando terminó de salir, hice que se diera vuelta y se sentara en el borde de la mesa.
Nos miramos. Sus ojos verdes, su cabello negro húmedo, su piel bronceada, hizo que no resistiera besarla. Mis labios buscaron los suyos con desesperación y recibieron de su parte la misma recepción. Nos besamos y sus piernas treparon y envolvieron mi cuerpo, pegándose como si fuera una hiedra a una pared. Su cuerpo caliente me quemaba y no me extrañó que en cuestión de minutos mi herramienta estuviera dura como si hiciera meses que no tuviera sexo.
Ella la sintió en su vientre y la tomó con su mano, comenzando a masturbarme lentamente, mientras no dejábamos de besarnos. La llevé hacia atrás, hasta conseguir que se acostara sobre la mesa y fue ella la que dirigió mi lanza hasta la puerta de su sexo, y una vez allí, volví a empalarla, todo esto sin dejar de besarnos. Nuestras lenguas se enroscaban alternativamente dentro de su boca o la mía, mientras mis caderas la bombeaban rítmicamente y sus piernas me envolvían y me apretaban, trepando por mi espalda, para mejorar su posición y hacer mas placentera la intrusión.
Tiramos así un largo rato, y hubiera deseado seguir así para siempre. Las sensaciones eran fabulosas, pero nada puede durar para siempre. Cuando ella volvió a correrse, me llevó en su vuelo. Volví a vaciarme como un animal, llegando creo hasta a perder el conocimiento por unos segundos. Cuando me recuperé, estábamos los dos sobre la mesa, pegados como siameses. Nos levantamos y nos abrazamos. Por las ranuras de la ventana, vimos como su esposo llegaba a la casa. La lluvia había parado. Nos miramos sin hablar.
Se limpió su sexo con el toallón, dejando que mi semen chorreara.
Lentamente le fui alcanzando la ropa, ya bastante seca y ella se fue vistiendo y arreglando. Cuando estuvo lista se acercó y me abrazó. Yo seguía desnudo.
- Gracias, me dijo al oído, y fue la primera palabra que cruzamos en todo ese tiempo. Se separó y arrodillándose, se metió mi verga en la boca, comenzando a masturbarme con su mano, mientras su lengua hacia cosquillas en la cabeza de mi sexo.
Cerré los ojos y la tomé de los hombros disfrutando de este tratamiento. Lentamente y aunque parecía imposible, mi sexo comenzó a responder. Nunca había podido reaccionar después de dos polvos como los que había gozado, ni siquiera cuando era joven, y ahora, con mis 50 años, sentía como mi verga comenzaba a latir nuevamente.
Llevó unos minutos que se endureciera y un poco más para que estuviera al borde del orgasmo. Quise que se retirara, traté de apartarla pero se negó e intensificó el tratamiento hasta que no pude mas y me dejé ir dentro de su boca. La sensación fue terrible. Sentí que me desgarraba por dentro, pero estoy seguro que debo haber acabado apenas unas gotas ya que no me quedaba nada por darle. Sin embargo ella se tragó todo y me limpió totalmente mi sexo.
Luego se levantó, se asomó por la ventana comprobando que su esposo había ingresado, tomó su cartera, abrió la puerta y salió sin siquiera mirarme.
Yo quedé allí, desnudo y agotado como nunca lo había estado. Tomé el toallón y me fui al baño a darme una ducha. Luego acomodé toda la casa, asegurándome que nada hubiera quedado que hiciera sospechar a mi mujer de lo que había ocurrido.
Afuera, un nuevo chaparrón volvía a mojar todo, y desde ese día, cada vez que llueve, no puedo evitar recordar esas horas en que fui el hombre mas satisfecho del mundo.
Quedaba cerca de nuestros trabajos, en una calle tranquila con muy poco tránsito, y tenían una construcción muy especial.
Un patio umbroso que unía y a la vez garantizaba privacidad y tranquilidad a todos los vecinos, y a su alrededor cuatro departamentos amplios de 2 ó 3 dormitorios con ingreso por ese patio al cual se ingresaba a través de una reja desde la calle. Un camino de lajas recorría el predio comunicando cada departamento.
Realmente era un placer el lugar, que permitía aprovechar los ratos libres disfrutando de ese parque arbolado, sin necesidad de tener que buscar un espacio verde que realmente no abundan, como en toda ciudad.
Nuestra vida transcurría con toda calma.
3 de los 4 departamentos estaban ya ocupados. En el que daba en la otra cara frente al nuestro, vivía un matrimonio mayor que veíamos poco. En el fondo, el departamento ocupado era ocupado por dos mujeres maduras que evidentemente eran hermanas y , por supuesto tampoco causaban demasiadas molestias. El nuestro era ocupado por mi mujer y yo. Julia era una mujer muy atractiva con sus 50 años. Su porte y su buen gusto para vestirse, hacía que los hombres se dieran vuelta para mirarla cuando pasaba. Yo, con mis 55 años, me conservaba bastante bien, con algunos kilitos de mas, mi cabello entrecano, y debo reconocer que tampoco pasaba desapercibido para el sexo femenino, por supuesto, con las limitaciones de la edad.
Yo trabajaba de mañana, y volvía al mediodía y mi mujer trabajaba desde las 15 hasta las 21 hs, por lo que compartíamos el almuerzo y la cena, y como ambos no trabajábamos el fin de semana, aprovechábamos esos días para hacer cosas en conjunto. Cada uno aprovechaba el tiempo que estaba solo para otras actividades. Gimnasio, caminatas, etc.
Todo iba bien, pero como siempre en la vida, el diablo metió la cola.
Un buen día mi mujer me llama para contarme que se había ocupado el departamento que quedaba. Según ella era un matrimonio joven muy simpático.
Yo no hice mucho caso, y al mediodía cuando volvió mi mujer me contó con pelos y señales la mudanza, sin que diera mayores precisiones de los propietarios.
Esa tarde, después que mi esposa se fue, estaba sentado en el parque disfrutando de una tarde primaveral de ensueño, cuando salió el nuevo vecino. Era un hombre de unos 45 años, moreno, de estatura normal y que al pasar saludó muy atento. Respondí a su saludo y me quedé allí sentado.
Al rato salió su esposa y quedé flipado. Una morena preciosa,de unos 40 años, bajita, delgada con un cuerpo atractivo. Se notaba debajo de su jean unas piernas delgadas y bien formadas. Una remera escotada, mostraba que tenía hombros amplios y unas tetas pequeñas pero firmes. Pasó, me miró y me saludó cortésmente, a lo que respondí y mi mirada se fue detrás de sus caderas y su espalda rumbo a la puerta. Sin darme cuenta me empalmé. Nunca me había pasado tan rápido. Luego de unos minutos me tranquilicé y volví a la normalidad.
Ya en mi casa, me dediqué a hacer algunas cosas y un par de horas después, por la ventana la vi regresar a su casa. Mientras la miraba a través de los postigos entornados, la sorprendí buscando algo con su mirada en el parque. Decepcionada se fue a su departamento. La observé cuando sacó su llave del bolso, abrió la puerta y entró.
A partir de ese momento, todos los días dedicaba mi tiempo a sentarme en el parque y esperar que pasara, y un par de horas después la esperaba mirando por la ventana. Siempre bien vestida, muy sensual, a veces con jean, otras con polleras que permitían disfrutar de sus piernas. Algunas veces con remeras ajustadas que marcaban su cuerpo, otras con camisas abotonadas, cuyos botones parecían ceder ante la presión de sus pequeños pero duros pechos. Cada vez que la veía me excitaba sin poder evitarlo.
Cuando nuestras miradas se encontraban, era evidente que había una atracción casi animal entre nosotros, y que rápidamente desviábamos las miradas para evitar que el otro notara lo que pasaba por nuestras mentes. Y a pesar de ese magnetismo innegable, jamás intercambiamos una palabra. Sólo nos veíamos cuando salía y yo la veía cuando regresaba. Con su marido nos saludábamos afablemente, con alguna frase de ocasión, y daba la sensación de que era una buena persona, muy simpática y educada. Y esto suponía otra traba para mis avances. En fin, tuve que conformarme con verla y soñar con ella, unas noches sí y otras también. Resultaba claramente inalcanzable y máxime considerando nuestra diferencia de edad.
Una tarde, estaba en el parque solo, como siempre. Hacia un par de horas para que mi esposa regresara , cuando de pronto comenzó a nublarse rápidamente. De la nada, nubes oscuras invadieron el cielo, y luego de un trueno muy fuerte, comenzó a llover rápidamente, con gotas grandes como platos. Apenas tuve tiempo de entrar a mi departamento y me quedé viendo por la ventana como una lluvia violenta y que se transformaba en una verdadera cortina de agua, mojaba todo el parque y convertía la tarde de sol en una tarde melancólica y triste.
Mientras miraba por la ventana, vi a mi vecina regresar de la calle corriendo. Estaba empapada. Pasó frente a mi ventana y la seguí con la mirada. Sus piernas lucían bajo su pollera corta, y se veía el agua correr por todo su cuerpo. Llegó a su departamento y buscó su llave en la cartera para entrar, y luego de un rato de permanecer bajo el agua se dio por vencida. Miró hacia todos lados y se quedó allí como un pollito mojado. Era evidente que no podía encontrar su llave, o la había olvidado. Y su esposo no llegaría hasta un par de horas mas tardes.
Fui al baño a buscar un toallón seco y me acerqué a la puerta y la abrí. Me asomé y la miré, y con un gesto le ofrecí asilo de las inclemencias del tiempo.
Ella, empapada, con su ensortijado cabello chorreando agua, me miró y corriendo, se dirigió a mi puerta y entró apenas me hice al lado para dejarla pasar.
Se pasó la mano por el cabello, haciendo que el agua chorreara sobre sus hombros. Me acerqué y la rodee hasta colocarme frente a ella y nos miramos. Quiso hablar, pero mi mano tapó sus labios, pidiéndole que mantuviera el silencio. Solo se escuchaba el ruido del agua cayendo sobre la casa, el patio, el parque.
Lentamente, tomé su cartera y la coloqué sobre la mesa. Luego le quité suavemente el saco de hilo que era un trapo de piso por la cantidad de agua, y lo extendí sobre el respaldo de una silla. Ella estaba paralizada, observando mis acciones como si fuera una mera expectadora. Su respiración agitada, mostraba a las claras que había corrido, pero que también la situación la alteraba.
Comencé a secarle el cabello, el rostro y el cuello con el toallón que tenía en las manos, y ella cerró los ojos y me dejó hacer. Luego de esto comencé a desabrochar los botones de su empapada camisa, dejando de a poco a la vista su cuerpo sensual. Un corpiño color natural, sostenía sus hermosos y turgentes pechos.
Cuando terminé con los botones, le quité la camisa y la colgué sobre una silla. Ella permanecía con los ojos cerrados. Me acerqué, y abrazándola, desabroché su corpiño y lo quité suavemente, lo dejé sobre la silla y comencé a secarle el cuerpo con la toalla, con mucha ternura, dedicando especial atención a sus pechos, notando como sus pezones se endurecían ante mis caricias. Su respiración se iba haciendo cada vez mas agitada. Intentó hablar nuevamente y otra vez mi mano la silenció.
Allí estaba, desnuda de la cintura para arriba y ahora mis manos buscaron el botón y el cierre de su pollera. Cuando conseguí desabrocharla, siguió el mismo camino que su camisa, y el toallón ahora recorrió sus piernas secándolas lentamente. En un momento mis dedos engancharon su bombacha y la bajaron para que acompañara al resto de su ropa en la silla.
La di vuelta y fue el turno de dedicarme a su espalda y sus caderas. El toallón la recorrió de arriba hasta abajo, y cuando volvía de sus pies, por la parte interior de sus piernas, ella las separó para facilitar mi tarea. El toallón recorrió sus piernas, luego lo dejé caer, y fueron ahora mis manos las que recorrieron su piel. Mis manos subieron por sus piernas, y al llegar a su sexo, lo encontré mojado y caliente, pero claramente no por la lluvia.
Tomé el toallón y lo coloqué sobre la mesa, y luego la llevé hasta allí e hice que apoyara su cuerpo sobre él. Quedó allí, con las piernas separadas y agachándome, hice que mi lengua recorriera su sexo. Era dulce y caliente. Las sensaciones eran increíbles para mí, y evidentemente también para ella. Cuando unos minutos después ella se corrió sobre mi lengua, me sentí en el séptimo cielo.
La dejé que se tranquilizara, mientras me desnudaba rápidamente, y luego de unos minutos, me acerqué y coloqué la cabeza de mi verga en la puerta de su sexo. Vi como sus manos apretaban el toallón, esperando lo que sabía inevitable y lentamente me dejé ir dentro de su cuerpo hasta el fondo. El gemido de ella fue el primer sonido que pronunciaba desde que había entrado a mi departamento.
Tiramos así un largo rato. Las penetraciones eran largas y profundas. Me retiraba casi por completo y luego volvía a entrar hasta el fondo, sintiendo como su vagina me apretaba la verga como si fuera una mano.
Fui acelerando a medida que la situación me iba descontrolando, Sentía como un fuego subía desde mi columna, una marea incontrolable, y por fin, me vacié dentro de ella, como jamás me vacié con nadie. Mi boca se perdió entre sus cabellos húmedos y aspirar su olor hizo que mi orgasmo fuera aún mas extenso. Ella al sentirse inseminada por completo, también acabó. Sentí como su sexo latía a la par del mío.
Quedamos allí, uno encima del otro, tratando de recuperar el aire.
Mi lanza se ablandó y salió de su cuerpo lentamente. Me separé unos centímetros y con la punta del toallón fui recogiendo mi semen que comenzaba a chorrear de su sexo. Cuando terminó de salir, hice que se diera vuelta y se sentara en el borde de la mesa.
Nos miramos. Sus ojos verdes, su cabello negro húmedo, su piel bronceada, hizo que no resistiera besarla. Mis labios buscaron los suyos con desesperación y recibieron de su parte la misma recepción. Nos besamos y sus piernas treparon y envolvieron mi cuerpo, pegándose como si fuera una hiedra a una pared. Su cuerpo caliente me quemaba y no me extrañó que en cuestión de minutos mi herramienta estuviera dura como si hiciera meses que no tuviera sexo.
Ella la sintió en su vientre y la tomó con su mano, comenzando a masturbarme lentamente, mientras no dejábamos de besarnos. La llevé hacia atrás, hasta conseguir que se acostara sobre la mesa y fue ella la que dirigió mi lanza hasta la puerta de su sexo, y una vez allí, volví a empalarla, todo esto sin dejar de besarnos. Nuestras lenguas se enroscaban alternativamente dentro de su boca o la mía, mientras mis caderas la bombeaban rítmicamente y sus piernas me envolvían y me apretaban, trepando por mi espalda, para mejorar su posición y hacer mas placentera la intrusión.
Tiramos así un largo rato, y hubiera deseado seguir así para siempre. Las sensaciones eran fabulosas, pero nada puede durar para siempre. Cuando ella volvió a correrse, me llevó en su vuelo. Volví a vaciarme como un animal, llegando creo hasta a perder el conocimiento por unos segundos. Cuando me recuperé, estábamos los dos sobre la mesa, pegados como siameses. Nos levantamos y nos abrazamos. Por las ranuras de la ventana, vimos como su esposo llegaba a la casa. La lluvia había parado. Nos miramos sin hablar.
Se limpió su sexo con el toallón, dejando que mi semen chorreara.
Lentamente le fui alcanzando la ropa, ya bastante seca y ella se fue vistiendo y arreglando. Cuando estuvo lista se acercó y me abrazó. Yo seguía desnudo.
- Gracias, me dijo al oído, y fue la primera palabra que cruzamos en todo ese tiempo. Se separó y arrodillándose, se metió mi verga en la boca, comenzando a masturbarme con su mano, mientras su lengua hacia cosquillas en la cabeza de mi sexo.
Cerré los ojos y la tomé de los hombros disfrutando de este tratamiento. Lentamente y aunque parecía imposible, mi sexo comenzó a responder. Nunca había podido reaccionar después de dos polvos como los que había gozado, ni siquiera cuando era joven, y ahora, con mis 50 años, sentía como mi verga comenzaba a latir nuevamente.
Llevó unos minutos que se endureciera y un poco más para que estuviera al borde del orgasmo. Quise que se retirara, traté de apartarla pero se negó e intensificó el tratamiento hasta que no pude mas y me dejé ir dentro de su boca. La sensación fue terrible. Sentí que me desgarraba por dentro, pero estoy seguro que debo haber acabado apenas unas gotas ya que no me quedaba nada por darle. Sin embargo ella se tragó todo y me limpió totalmente mi sexo.
Luego se levantó, se asomó por la ventana comprobando que su esposo había ingresado, tomó su cartera, abrió la puerta y salió sin siquiera mirarme.
Yo quedé allí, desnudo y agotado como nunca lo había estado. Tomé el toallón y me fui al baño a darme una ducha. Luego acomodé toda la casa, asegurándome que nada hubiera quedado que hiciera sospechar a mi mujer de lo que había ocurrido.
Afuera, un nuevo chaparrón volvía a mojar todo, y desde ese día, cada vez que llueve, no puedo evitar recordar esas horas en que fui el hombre mas satisfecho del mundo.
7 comentarios - Mojada
Un relato excelente!!!