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Sexo exquisito en la playa.


En mis pensamientos rondaba su recuerdo, no podía olvidar aquella mirada que me hipnotizaba hermosamente. Al caminar hacia la playa podía sentir la frescura del mar y me hacía llenarme de paz en mi interior, solo calmaba mi ansiedad el sonido de las olas golpeando la costa. Mientras mi mirada se perdía en la oscuridad, pude oler esa fragancia que solo una persona tenía en su cuerpo, y como telepáticamente mi mente y mi corazón se alinearon… y la soñaron profundamente. Era un ruego, una súplica al universo de que fuera ella, de que su presencia llegará hasta mí, y me tomará de improviso, haciéndome el hombre más feliz sobre la tierra. Al girarme, noté que nadie había a mi alrededor, mi corazón se quebró, era una ilusión de mi mente solamente. Ya con la certeza de que no la vería, caminé de nuevo apartándome de la playa y al llegar a la calle, solo encontré soledad y autos estacionados a mí alrededor. Di tres pasos para dejar de lado todos mis recuerdos y encaminarme al vacío de mi dolorosa realidad, mientras mi mente me repetía incansablemente. “Se ha ido déjala partir, deja de aferrar tu vida a un latido que nunca será tuyo.” Pero mi corazón terco latía más fuerte solo con recordarla, ella nunca sabrá lo que siento, nunca sabrá que cuando la recuerdo mi ser se transforma en dicha, en alegría, por solo haberla conocido, por solo haberla tenido conmigo. Nunca sabrá del profundo amor que solo a ella podría haberle entregado.

Mi teléfono móvil comenzó a entonar esa melodía que tantas veces me llenó de alegría. Lo tomé con miedo, dudoso de no alimentar mi esperanza con falsas expectativas;
- “Si, ¿Quién es?” Contesté sin mirar el remitente del llamado.
- “Soy yo, ¿qué haces ahí parado? Pronto lloverá,” contestó aquella voz que me hacía suspirar. No podía creerlo, miré a mí alrededor buscando su silueta con ansias desesperadas, mi corazón latía fuerte, no podía contenerlo dentro de mi pecho.
- “Estoy aquí, atrás de ti, en el auto de color rojo.” Me volteé nuevamente y pude ver unas luces parpadeando, sentí en mi corazón que eran sus ojos que me llamaban… y corrí, corrí hacia ese oasis de cuatro ruedas. Ella salió del vehículo con su móvil en la mano, no nos dimos tiempo de cortar la llamada, solo nos abrazamos y nos encerramos en nuestros ojos al contacto de uno de los besos más exquisitos y apasionados que alguien pueda dar y recibir.
- “Te extrañé,” me dijo con fuerza mientras me abrazaba.
- “Yo también te extrañé,” le dije con la voz temblorosa, pues mi garganta se guardaba los sentimientos. No quería llorar por la felicidad que este encuentro me causaba…

Caminamos de la mano hacia la playa y no pude contenerme, la tomé en mis brazos, la posé sobre la arena, y los besos comenzaron a rodar junto con nuestros cuerpos, ambos estábamos excitados solo con nuestra presencia. Miré sus ojos durante unos segundos, que ojalá hubieran sido horas.

- “¿Qué miras?” Preguntó ingenua, sin descifrar mi mirada.
- “¡A ti! Te miro a ti, y eres todo lo que quiero ver por el resto de mi vida.”

Me miró dulcemente y un nuevo beso nació de ese momento. Nuestras bocas jugosas, se llamaban con los labios húmedos, nuestras lenguas suaves se deslizaban danzando en un terreno hecho de miel. La fui desnudando poco a poco, mientras mis labios mordisqueaban su cuello, lamiendo cada parte de el. Le quité su blusa suavemente, y mi boca se enredaba con lo que sobresalía de su pecho. Ágilmente desabroché el brasier y quedaron al descubierto esos manjares prominentes que tenían de adorno las frutas más frescas y exquisitas que nunca imaginé probar, mi lengua lamía sus pechos, sus pezones erectos me incitaban a seguir alimentándome de ellos. Volví a besar sus labios, ella me quitó mi camisa desabrochando cada botón con ternura, y mi torso descubierto fue lo que la encendió aún más. Paso su lengua por mi pecho, beso mi cuello con pasión, volvió a mi boca y entre besos me dijo;
- “No sabes cuánto me provocas…”

Callé sus palabras con otro beso, y seguí bajando por su cuerpo. Me detuve una vez más en sus pechos, luego seguí bajando hasta encontrarme con su pantalón. Desabroche el botón y bajé aquel cierre suavemente mientras la miraba a los ojos, solo veía su mirada llena de mi. Mientras la luna se escondía en su mirada, le quité el pantalón, y mis dedos surcaron por aquel lugar que cubría su delicada ropa interior. Pude ver lo húmeda que estaba, mi boca se hacía agua, solo quería degustar esa exquisita miel que brotaba de ella. Lo deslicé suavemente como si ella fuera una flor que debía ser deshojada con delicadeza, y pude ver aquella maravilla que tanto tiempo había anhelado. Con mi lengua comencé a recorrer el interior de sus piernas sin tocar sus labios, solo provocándola, excitándola poco a poco, y cuando vi que ya estaba lista, me adentré a explorar sus labios, mi lengua se deslizaba poco a poco abriendo esos suaves caminos tan húmedos y dulces como jugos celestiales, no me costó encontrar su abultado fruto mojado, húmedo, deseoso de ser consumido por mis labios.

Mi aliento cálido le provocó un rico espasmo que la hizo temblar.

- “Me encanta tu lengua saboreando mi clítoris, lámelo sin compasión, deja que se deleite de tus suaves labios. Deja que tu lengua sea quien masturbe mis ganas, estoy tan ardiente de ti.” Me decía mientras lamía con dulzura y aplicando presión continuamente en su clítoris ardiente.

Su cuerpo convulsionaba, su voz se transformó en gemidos, sus palabras fueron dejándome sentir como le gustaba mi roce mágico, y estalló en un orgasmo, que hizo acallar a las olas… nuestra ropa fue el tapiz que nos protegía de la arena. Ella tomó mi virilidad, la sintió potente, sacó mi pantalón con ansias, sus manos masajearon con rudeza mi pene ya jadeante, tan húmedo como endurecido por su cuerpo. Luego comenzó a masturbar su vagina con él, era como si nuestros sexos se besaran con pasión antes de que penetrara en su interior. Nos besamos como locos mientras se iba hundiendo poco a poco, suavemente dentro de su vagina húmeda e incandescente. Podía sentir su cuerpo desde adentro, era nadar en el placer, como si taladrara su carne. Estaba tan duro, que sus quejidos se hacían escuchar por todo el ancho mar. Mis manos tomaban las suyas con fuerza impulsándome más adentro, hasta tocar su gloria con mi pene erguido y suculento… y entre orgasmos, fuimos dejándonos llevar, pero eso no le bastaba, ella quería mi nobleza en su boca sedienta por mi esencia. Lo tomó con sus dos manos, lo besó dulcemente, y lo hizo parte de su ser. Lamía cada parte, haciendo suyas aquellas venas llenas de sangre ardiente. Degustaba mis líquidos con gran ansiedad, ella podía sentir en su boca como iba estallando mi excitación.
- “Dulce miel,” me decía mientras escurría por sus labios, y los devolvía a boca con su lengua. Bebía sorbo a sorbo, pero aún no llegaba a mi clímax en potencia. Ella lo apretaba fuertemente con sus manos, lo movía para calcular su rigidez y mi pene volvía con fuerza a su estado, alzándose y quedando de nuevo a merced de sus labios y de su boca.
- “Te siento tan duro, tan húmedo, me excita que tu pene sea provocado de esta manera por mí,” me decía mientras lo movía hacia arriba y hacia abajo, pero yo quería seguir degustándola a ella.

La aparté y comencé otra vez a lamer su vagina, ahora mas húmeda que antes, y volteé su cuerpo, quería lamer su ano, me excitaba tanto pasar mi lengua por su interior, quería lubricarlo bien, dilatándolo con mi experiencia, y cuando sus gemidos comenzaron. Me dijo sin dudarlo:

- “Quiero que tu pene duro y húmedo, me penetre por atrás, déjame sentirte como nunca nadie he sentido.” Sin pensarlo dos veces mi pene comenzó adentrarse en su interior, suavemente, sin forzarlo fue hundiéndose profundamente, haciéndola estallar en gemidos y quejidos sin control, luego fue más rápido, y el movimiento nos fue llenando de placeres que hasta ese día para ella eran insospechados. Mis manos tomaban con fuerza sus caderas, haciéndola solo mía, manteniendo el vaivén constante, cada vez más intenso, llegando más profundamente, era una sensación exquisita estar dentro de ella, sintiendo sus paredes. Mis líquidos hacían que estuviera bien húmeda, dando una gran facilidad para que todo se sintiera rico y placentero. Mientras sus dedos se adentraban en su vagina estimulándose, sintiendo que era penetrada por dos penes a la vez.

Sus gemidos eran estimulantes, eran suave melodía para mis oídos, haciéndome excitarme y querer complacerla como nunca nadie lo podría hacer. De pronto un nuevo orgasmo en ella la sacudió y la hizo gritar de placer, era tan diferente a todos los anteriores, tanto, que su cuerpo se descontroló, haciéndola eyacular sus fluidos sin poder ponerse freno y su sonrisa fue aún más cautivante. Ella al ver que yo aún no conseguía llegar a mi clímax, tomó mi pene y lo hundió en su boca, lamiendo todo su cuerpo rígido, y me dijo:
-“Quiero que te vayas dentro de mí, quiero sentirte explotar en mi interior, quiero que esparzas por mi vientre toda tu miel y que me hagas sentirme satisfecha plenamente, al llegar tu también a esa rica sensación que me has hecho sentir.” Nos besamos mientras mi pene volvía adentrarse en su vagina, más húmeda que antes, más exquisita que lo que podía haber sentido nunca en mi vida… y entre embistes fuertes y violentos, perdimos la cabeza, éramos puro placer, pura lujuria desbordada, ya no habían sentimientos de cariño, todo era instinto salvaje.

En nuestros cuerpos se podía ver nuestra humedad, nuestro sudor. De pronto comenzó a llover, el agua comenzó a refrescarnos en nuestra ardiente y placentera fuente de erotismo, no quisimos detenernos, ya que el cielo nos regalaba su preciado tesoro, solo para vernos acabar y sentirse parte de nosotros en esa noche mágica. Mi cuerpo comenzó a sentir la proximidad de mi clímax, y más fuerte comencé a entrar en ella, su cuerpo sintió el cambio abrupto, ya que mi pene estaba aún más grande y duro. Ella se mordía los labios, tocaba sus pechos, sus pezones. Tomó mis manos para afirmar la potencia, los dos hablábamos el mismo lenguaje, sabíamos que hacer y cómo movernos sin decir ninguna palabra… y estallé en ella, me vertí por completo en su interior y ella sintió aquel calor que la inundaba, ese calor que escurría por su cuerpo como un río de lava ardiendo en toda su expresión y aprovechó aquel momento para aumentar ella el movimiento, buscando para sí, un nuevo orgasmo que sellará el momento, un nuevo orgasmo que fuera el que adornara nuestra unión sin igual.

Sus gemidos sobrepasaron lo normal, temí que nos escucharan, pero ya era tarde para no seguir, solo embestí más fuerte su cuerpo, ayudándola a alcanzar su propio placer sin egoísmo… y su sonrisa me iluminó el alma cuando lo logró. Pidió lamerlo antes de que todo acabara, rocé sus pezones con mi pene dejándole las últimas gotas para su propio deleite y lo tomó todo, era su regalo por hacerme sentir vivo otra vez.

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