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Siete por siete (142): Mi esposa, mi amante y yo (I)




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Compendio I


Como anécdota, el jueves por la tarde, Lizzie y Marisol me convencieron para que fuésemos a celebrar el día de San Patricio, a pesar que ninguno tiene ascendencia irlandesa.
En realidad, no participamos demasiado de las festividades que se celebran en Australia, pero queríamos festejar la práctica de Marisol y el ingreso a clases de Lizzie.
Las pequeñas se regocijaron con el desfile y los colores de las calles. Marisol y yo decidimos probar la cerveza de raíz, ante la insistencia de Lizzie para que probara la verdadera, pero en vista de mis constantes negativas, terminó bebiéndose 2 jarras ella sola.
Lo más gracioso para Marisol fue que, en estado de embriaguez, Lizzie se pone extremadamente cariñosa y no paraba de abrazarme, hacerme cariño, darme eternos besos en los labios y de decirme en interminables peroratas lo mucho que me quería y estimaba.
Ya lo había vivido en mi tierra, la noche que la lleve a la fonda y poco faltó para que tuviésemos sexo al aire libre, pero no me parecía apropiado hacerlo con ella en ese estado.
Pedí a Marisol que se sentara atrás y cuidara a nuestras hijas, mientras que nuestra incapacitada niñera se sentaba de copiloto. No tardó más que le abrochara el cinturón y me diera la vuelta por delante, para que un poderoso ronquido me recibiera cuando me preparaba a encender el motor.
Como si se tratase de una hija más, me encargué de llevarle a su dormitorio y también, de desvestirla y arroparla, situación que por la mañana le pasó la cuenta, dado que erróneamente creyó que Marisol se había responsabilizado de aquello, aunque terminó agradeciéndome muy avergonzada por haberle cuidado y respetado en ese estado y que no muchos hombres en mi situación lo habrían hecho.
Pero aunque encontró lindo lo que escribí de nosotros, Marisol quería que continuara lo ocurrido entre Hannah y yo.
“Que cuentes cómo lo viviste tú…” me ha pedido, con sus preciosos y brillantes ojos verdes y es por eso que he querido emular un poco su título.
Marisol lo supo desde un comienzo y yo no quise oírle: que Hannah quería estar conmigo.
Yo no le creía, porque verdaderamente, miraba a Hannah como si se tratase de una amiga en esos momentos, ni siquiera sentía celos de Douglas y pensaba que esos sentimientos eran homologados por mi amante.
Sin embargo, la intuición de mi esposa era la correcta y con el pasar de los días, empecé a convencerme también.
El martes, Hannah nos pidió muy enfadada al desayuno que fuésemos más reservados si íbamos a tener relaciones. Dan lo encontraba demasiado gracioso y no paraba de reírse e Iris parecía concordar con la dueña de casa.
Tras disculparme con sincero arrepentimiento, comprendiendo que sus sobrinos son impresionables y que estuvimos fuera de lugar, Hannah pareció recuperarse del desaire y mostrarnos, mucho más animosa, el programa que nos tenía preparado.
Tal vez, esa sea una de las grandes diferencias con Marisol. Hannah, de una manera muy parecida a la mía, trata de cubrir todos los imprevistos posibles y nos tenía varios panoramas para conocer la ciudad.
Entre estos, estaba el Discovery Centre, que es una especie de museo interactivo y como Marisol mencionó, contaba de un planetario.
Los sobrinos de Hannah nos miraron afligidos, porque quieren demasiado a su tía y como este tipo de paseos familiares se disfrutan mejor en grupo, les ofrecí que nos acompañaran.
En el museo, Hannah se comportó casi como una guía turística, mostrando cada exhibición más a mí que a sus sobrinos.
Pero a pesar de todo, yo quería compartir la experiencia más con mi esposa y mis pequeñitas y los sobrinos de Hannah eran demasiado inquietos, exceptuando a Lucca, por negligencia de los padres.
Timmy tiene 5 años y es un consentido malcriado y Mark, de 7, un llorón incorregible e inconsolable. Hasta mis pequeñitas miraban confundidas sus estridentes arrebatos.
Por este motivo, cuando vi la exposición del planetario, me encontré en una tremenda encrucijada, dado que una oportunidad como esa no volvería repetirse en un futuro cercano.
Marisol, con su dulce corazón, supo entenderme y se quedó cuidando a las pequeñas acompañada por Lucca, mientras que Hannah y los chicos entraban conmigo.
Las butacas eran bastante cómodas. Mark y Timmy se sentaron del lado izquierdo de su tía, mientras que yo me quedé del derecho.
Se apagaron las luces y mientras el techo se iluminaba, la mano de Hannah encontró la mía, apoyada en el respaldo.
Le miré en la penumbra y me dio una sonrisa, entrelazando sus dedos con los míos y ese gesto pasó completamente desapercibido para mí en esos momentos. Al poco rato, los sobrinos de Hannah empezaron a llorar, porque se habían golpeado y tuvimos que sacarlos, para que no interrumpieran al resto de los visitantes.
Salí un poco decepcionado, porque era un deseo que tenía por años y no alcancé verlo por más de 2 minutos. Pero a diferencia de nosotros, Dan e Iris tienen sus propias preocupaciones y estas son las maneras en las que sus hijos pueden llamarles la atención, razón por la que me llené del amor de mis chiquititas.
Pero me sobrepuse y los llevé a comer helados a todos, para sacarnos el mal rato.
Cuando regresamos a la mansión, Douglas ya había llegado y una de las criadas nos dijo que se encontraba con Iris en el estudio.
No tengo idea de cuánto tiempo habrán estado ahí e incluso, no sospeché nada raro, ya que Iris le confesaría a Marisol su manera de ver la vida al día siguiente y yo me había quedado con la primera impresión que Iris era una esposa enamorada y fiel a su marido.
Pero lo que más me llamó la atención fue que, aparte de encontrarles ligeramente nerviosos y sentados a los 2 extremos del sofá, la camisa de Douglas estaba desabrochada en los últimos 2 botones superiores.
Mi padre fue militar y era común para mí verlo de camisa y corbata. Pero a veces, sin importar que llegase a casa y podía relajarse tranquilo, permanecía casi tan impecable como había salido.
Ante mi constante escrutinio, Iris lo excusó, diciendo que había tenido un día agotador y que cuando llegamos, le estaba dando un masaje. Douglas no se atrevía a mirarme…
Pero Hannah estaba radiante. Narró con mucha alegría lo bien que lo había pasado en el museo y la notaba suspirar y exaltarse levemente cuando me miraba y aunque su marido se trataba de mostrar interesado, su cansancio físico era evidente.
Les sugerí que saliéramos a bailar, para botar tensiones y romper la rutina, pero bastante educado Douglas respondió que “Aquello no era su estilo” y que prefería retirarse a descansar a su habitación.
Iris, por su parte, argumentó que debía de preocuparse de sus hijas (algo que nunca vimos Marisol y yo físicamente) y que aprovecharía de acostarse a dormir temprano también.
Condescendiente al entusiasmo de su esposa, Douglas aceptó que la llevara a bailar…
“Si ella lo deseaba…” gesto que le llenó de alegría y que Hannah devolvió con cálidos besos en las mejillas.
De esta manera terminamos llegando a un night club que Hannah visitaba cuando ella y Douglas eran novios, el “Ambar ”.
Sin embargo, los 3 nos sentimos fuera de lugar, ya que si bien, la mayoría de los asistentes eran tan jóvenes como Marisol, teníamos más ganas de conversar y la música era potente.
Fue en esos momentos que mi esposa sugirió que sacara a bailar a Hannah, la cual se vio bastante avergonzada, pero Marisol se excusó con que siempre le saco a bailar cuando lavo la loza, algo que también hago con Hannah.
Hubo melodías rápidas, donde los 2 tuvimos que improvisar. Pero también hubo melodías lentas y Marisol, con una gran sonrisa, no perdía detalle de la manera en que Hannah se afirmaba de mi cintura y enterraba sus cabellos dorados por encima de mi vientre.
Por supuesto, también bailé con Marisol algunas piezas. Pero a pesar que buscaba ocasionalmente sus labios, mi esposa se rehusaba, en vista que Hannah también nos estaba observando.
Cuando vi que la punta de la nariz de mi esposa estaba brillante por sudor, decidí ir a encargar unas bebidas y mientras esperaba la orden, algunas mujeres comentaban con mucho entusiasmo que empezaría la competencia de baile masculina.
Consulté a la bartender sobre cómo podría inscribirme, ya que quería darles una sorpresa y me dijo que debía hacerlo con el DJ, pero que debía apresurarme, porque son cupos limitados y el premio mayor eran 150 dólares, motivo por el que apenas les dejé sus bebidas, me aparté de inmediato.
Por fortuna, la mayoría de los “participantes” que se inscriben en ese concurso (Marisol se enfada si escribo que son jóvenes, dado que no me considera viejo) son muchachos que buscan lucirse ante las mujeres, con pasos de baile sofisticados y físicos conformados, olvidando que a las mujeres también les agradan los hombres que les hagan reír y que no tengan vergüenza para hacer el ridículo.
Escogí “Love me again”, de John Newman para bailar, porque desde que vi la película con Hannah en la faena (una, donde el personaje principal se veía obligado a morir todos los días, para impedir una invasión extraterrestre), se quedó rondando la melodía en mi cabeza y la elección resultó ser afortunada, porque mis tiesos movimientos podían coordinarse con el ritmo y acabé sacando el no menos despreciable tercer lugar.
Marisol y Hannah no paraban de sonreírme y preguntarme de dónde había sacado aquellos pasos o cuándo los había practicado, pero las 2 me miraban con la misma tensión sexual y coquetería.
Y fue recién cuando volví a la mansión que vi lo acertada que estaba mi esposa respecto a los sentimientos de mi amante.
Noté una leve sonrisa helada en su blanquecino rostro mientras nos despedíamos en el pasillo del segundo piso. Ella sabía que Marisol no me dejaría tranquilo esa noche y que probablemente, haríamos el amor hasta tarde, mientras que ella debía volver con su cansado esposo.
Intenté decirle algo, pero Marisol literalmente me jaló casi a rastras al dormitorio y me sacó la ropa en un parpadeo.
En ese aspecto, reconozco que soy un tipo afortunado, porque desde la primera vez que Marisol me hizo una mamada, mi pene ha pasado a ser un anexo suyo.
Todavía recuerdo la excitación que sentí esa noche, en casa de sus padres, mientras Marisol me masturbaba a más no poder y cómo ella, con su inocencia característica, resolvía que la mejor forma de ocultar mi inminente eyaculación era usando su boca.
Apenas sentí sus labios coronar con mucha ternura sobre mi glande, boté mi carga y contemplé embobecido cómo se lo tragaba completamente.
A partir de ese momento, Marisol me daba mamadas descomunales. Se volvió casi un ritual que, antes que empezara a hacerle clases, ella me chupara “para concentrarse mejor” o “para bajar los nervios” y cada vez, me hacía acabar más y más.
Incluso ahora, me sigue las sigue dando todas las mañanas que estamos juntos. Cuando tiene clases en la universidad y está atrasada, me da unas tempestivas y devastadoras que arrasan conmigo.
Pero si tiene tiempo, la prueba suavemente, metiéndola y sacándola como si se tratase de un chupete, mientras se trata de despertar más calmada.
Y durante las flojas tardes de domingo, antes de volver a la faena y siempre que no tenga que despedirme de Lizzie, nos acostamos en el dormitorio y ella se queda muy tranquila, desabrochándome el pantalón y metiendo mi falo en su boca por unas 2 horas.
Pero esa noche fue particularmente espectacular. Su mirada era lujuriosa y la manera en que removió mi cinturón fue prácticamente desesperada.
Me sentí nervioso, porque cuando mi esposa se coloca así, poco importa la resistencia que he ganado este tiempo. Marisol conoce perfectamente qué puntos morder, besar, lamer y tomar con sus manos para hacer que todo esfuerzo por contenerme sean completamente fútiles.
Y yo debía cerrar mis ojos y tratar de no pensar demasiado en el placer que me estaba dando, mientras que ella, con ojos traviesos y llenos de alegría, contemplaba mi indefensión ante tal soberbia práctica.
Con maestría, absorbió hasta la base de mi falo y con mucha violencia, lo retiró, dejando colgar una delgada tirita entremezclada de saliva y líquido pre seminal. Posteriormente, sentí sus labios presionar con mucha ternura la parte inferior de mi falo, deslizándose suavemente como si se tratase de una armónica.
Pero después, continuó con su técnica de succión de aspiradora: la volvió a colocar en su boca, con mi glande a centímetros de rozar su úvula y generó un vacío sin igual, pudiendo apreciar los tiernos hoyuelos por la manera en que se contraían sus mejillas.
Era difícil resistirme, porque sus ojos verdes resplandecían de lujuria y suspiraba desbocado, tratando de no cedérsela con tal facilidad.
A Marisol poco le importó y perdí esa batalla deplorablemente. Contenta, volvió a sorber mis jugos en su totalidad y se encargó de besarla y dejármela limpia y lista para la segunda ronda.
Fue en esos momentos, donde mi esposa y mejor amiga se lamía las manos, como la gata que pretende ser, donde me preguntó:
“¿Así que fue solamente improvisación?” con un tono alegre y coqueto, mientras ella se descubría sus pechos.
Esa revelación me sigue impresionando, porque como les conté a aquellos que leyeron “seis por ocho”, mi esposa no era la más agraciada en su busto y ahora, tras el embarazo y algunos rasgos genéticos heredados de su madre, sus pechos se aprecian generosos y opulentos.
Por lo que ver cómo incrementaban su volumen, una vez liberados, hacía que mi glande volviera a sentir picazón y más todavía, si ella, a sabiendas de mis gustos por ese tipo de atributos, ubicaba mi aparato entre ellos, dándome un paizuri o cubana infartante.
Y es que cualquiera que ve a Marisol en la calle, puede imaginarla como una chica inocente y virginal, que no está consciente de la sensualidad de su cuerpo y despierta todo tipo de fantasías en ese estilo, cuando la verdad es que conmigo ha practicado gran parte de ellas, algunas más elaboradas y siempre está dispuesta a experimentar nuevas sensaciones.
Lo más excitante eran ver sus pezones puntiagudos, alzados como diamantes, mientras que mi esposa, con mucha más ternura que antes, besaba la punta con sus labios, sacudiendo sus pechos con mucha suavidad.
Su lengua subía por la parte inferior de mi glande, alargándose como si lamiera un suculento helado y volvía a bajar con la misma y detallada ternura, siguiendo el trazo de mis venas y pudiendo sentir la respiración de su nariz mientras lo hacía.
Entonces, me volvía a mirar, me sonreía y con sus manos, sofocaba mi pene apretándolo con sus enormes pechos, haciéndome suspirar de satisfacción y ella lo volvía a besar, como si estuviese enamorada.
Pero Marisol todavía quería más de mí y de la misma manera que me hace sufrir y me deja en ascuas, completamente desvalido, soltó sus pechos y sujetó la punta de mi pene para lamer, besar y mordisquear mis testículos.
Yo ya empezaba a botar más semen en la punta y sus dedos comenzaban a sentirlo, pero a ella no le importaba.
La miraba y su ojo felino se mantenía lascivo y en control, mientras que el resto de su cara se ocultaba tras mi dilatado falo y como si buscase que no le mirara de esa manera, lamía mi testículo como si me quisiera disuadir.
Ya no daba más, pero Marisol insistía haciendo apretados anillos con sus dedos, como si necesitara más incentivos para botar mi pronta eyaculación con semejantes atenciones.
Y es que lamía con malicia la base, con sus dedos sacudiéndose de manera rápida e incesante.
Contraje mis piernas, intentando contenerme y fue cuando una vez más, la ardiente boca de mi adorada esposa salía en mi rescate, sumiéndola en su manto cálido y salivoso y con su lengua cosquilleando la punta de mi glande, como si buscara decirle que estaba todo bien.
Mi segunda descarga fue incluso más violenta que la primera, llegando a sentir una sutil molestia en mi glande por la presión de la descarga.
Una vez más, las mejillas de Marisol se dilataban, como si fuese una ardilla y algunas lágrimas, con una mirada de sorpresa. Pero al igual que la vez anterior y como si los líquidos que tenía en sus labios fuesen solemnes, los volvía a tragar, disfrutando de su sabor con las mejillas sonrosadas.
Yo no quería más guerra, porque Marisol me había hecho acabar 2 veces en menos de media hora y seguía meneando mi glande, azotándoselo en las mejillas con mucho entusiasmo y juego.
Sus lamidas subían una y otra vez y podía sentir que una vez más, me volvía a empalmar pero ya sin mucho más que darle.
Por ese motivo, la primera semana de vacaciones prácticamente la estaba sufriendo, dado que soy bueno en la cama, pero cuando me dejan llevar mi ritmo.
Con mi esposa dándome 2 mamadas consecutivas por la mañana, Lizzie dándome otras 2 más tras el almuerzo, más una hora de hacer el amor en la cocina y finalizar por la noche haciendo el amor otras 3 veces con mi mujer, para el jueves me sentía vacío y devoraba cuanto encontraba en el refrigerador y con un cansancio que partía desde mis hombros hasta mis tobillos.
Pero volviendo a esa noche, a Marisol no le importaba que estuviese vacío y es que según ella, el sabor de mi glande le es también bastante agradable, junto con el olor que de él emana.
Sus ojos se notaban desafiantes y su sonrisa, más traviesa todavía, como si dijese “¿Tienes más para darme?”, cuando sabe bien que necesito unos 15 minutos de respiro para poder cargarme.
Sin embargo, esa tercera mamada era para disfrutarla completamente. Y es que todo mi glande vibraba por su boca, su sonrisa y sus ojos.
La lamía con ternura y bastante pasión, pero sin mostrar demasiado sus ansias por probar mi relleno.
En el fondo, se conformaba con verme la cara de bobo, mientras disfrutaba de sorberlo dentro de su mejilla, marcándose la forma de mi punta; lamiéndolo traviesamente por los costados y a ratos, meneándomela frenéticamente con los apretados anillos que hace con sus dedos, cuando la impaciencia le empezaba a embargar.
Finalmente, cuando sentí los espasmos característicos previos a la última acabada que podría darle esa noche, ella nuevamente la besó en la punta, deslizó su boca hasta la base, dándome una garganta profunda perfecta y leyendo correctamente mi cuerpo, aplicó su técnica de aspiradora en el momento preciso de mi descarga, ocasionándome una sensación que podría catalogarla como cuando el espíritu abandona el cuerpo.
Satisfecha y con mucha ternura, se acomodó a mi lado, me dio un tierno y suave beso y con su rostro de niña, apoyándose en mi pecho, dijo “¡Lindo!” antes de quedarse completamente dormida.


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1 comentarios - Siete por siete (142): Mi esposa, mi amante y yo (I)

pepeluchelopez
Que envidia en mi caso aveces digo q me gustaría encontrarme una aspiradora, literal. Y hanna? Cuando le tocó? Saludos.
metalchono
Para la parte con Hannah, falta un par de días. También me conoces y sabes que no soy de esas personas que actúan a tontas y a locas, por lo que te pido un poco de paciencia. Sobre "la aspiradora"... la verdad que más que eso, lo que me vuelve loco de ella es el sentimiento que compartimos. Según ella, soy perfecto, pero estoy muy consciente de mis detalles y yo la amo, simplemente porque busca y es feliz con mi humilde cariño. Si llegases a encontrar eso, amigo, uff...