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Compendio I
No estoy diciendo que he parado de querer a Lizzie. Ese no es el caso. Lo que sucede es que tengo casi una certeza que ella se ha enamorado de mí e irónicamente, me preocupa que ella me sorprenda con otra chica y se sienta mal.
Permanecimos en silencio un rato, pero no por eso paré de acariciarla, gesto que ella apreció con serenidad. Posteriormente, la empecé a besar para consolarla y en contradicción a lo que le acababa de decir, hicimos el amor otra vez y la rematé haciéndole la cola, quedando completamente extenuada.
En ese aspecto, mi esposa y mejor amiga tiene mayor resistencia. Como les he mencionado, hay días que estoy famélico por ella y perfectamente puedo pasar la cuarta o tercera parte del día metiéndolo y sacándolo de su interior.
Por lo mismo, ella ya puede aguantar unas 4 veces seguidas que hagamos el amor y en una ocasión, ha sido ella la que ha satisfecho mis deseos sexuales completamente.
Dormimos acurrucados, con mis manos apretando cariñosamente sus pechos y a la mañana siguiente, tuve una grata sorpresa.
Desperté con las suaves sacudidas del cuerpo de Lizzie, que aprovechando mi somnolencia daba uso a mi erección matinal e incluso, recuperé el sentido cuando sentí sus movimientos.
Nos besamos y abrazamos, sabiendo que Marisol se encargaría de alimentar a las pequeñas y posteriormente, lo hicimos una última vez y le di el día libre para que durmiera, descansara o hiciera lo que ella quisiera.
Lo gracioso fue que cuando volví a mi dormitorio, mi Ruiseñor estaba despierto viendo animé por su Tablet y al verme, me preguntó si acaso podíamos bañarnos juntos, placer que a pesar de mi fatiga no me pude rehusar.
La tarde fue muchísimo más calmada y tras arreglar el poco equipaje que llevaríamos nosotros y los enormes bultos que llevarían nuestros retoños, nos sentamos en el living a ver televisión y jugar con las pequeñas.
Alrededor de las 4 de la tarde se levantó Lizzie y tras darse un par de sonrisas traviesas con Marisol, almorzó y se unió a nosotros en el sofá.
A la mañana siguiente, llegó el taxi nos llevaría al aeropuerto muy temprano. Le pedí una vez más a Lizzie que lo considerara: que buscara otro chico o que al menos, meditara qué pasaría con nosotros en el futuro. Nos dimos otro beso apasionado de despedida y nos marchamos.
Durante el vuelo, la más emocionada era Marisol, ya que finalmente, conocería a Hannah. Pero mientras volábamos, le pedí a mi esposa si acaso estos días podía estar solamente nosotros.
Marisol se sobresaltó, porque otra de sus fantasías era tener un trio con la amante que tengo en la faena y más todavía, si ella estaba casada y de hecho, nos estaba invitando a su primer aniversario de matrimonio.
Me costó hacerle comprender que, a pesar de todo, Hannah y yo nos respetábamos las vidas que llevábamos fuera del trabajo y que si me había invitado, no era porque me extrañase como amante, sino que me necesitaba como un amigo.
Renuente, aceptó mi petición, pero se puso más cariñosa al decirle que, más que nada, extrañaba a mi esposa y amiga. Tras casi 3 horas de vuelo y control de aeropuerto, llegamos a Perth, donde nos esperaba Hannah.
Me sorprendí bastante en verla con ropas más normales, en lugar de sus acostumbrados bermudas y camisas color caqui: Usaba una camiseta blanca sin mangas, con una chaqueta de verano del mismo color y una falda larga celeste y delgada, con diseños de flores y sandalias, que le llegaba hasta los pies.
Su vestimenta no era del todo reveladora, pero incrementaba el atractivo de su figura, ciñéndose apretada y discretamente sobre sus redondeadas posaderas y entregaba elegancia a sus delgadas y estilizadas piernas.
Indiscutiblemente, se alegró al verme y el abrazo que nos dimos fue el propio de 2 buenos amigos. Sin embargo, se sorprendió al ver que Marisol efectivamente era un poco más alta y desarrollada que ella, además que mucho más joven.
Pero lo que más le sorprendió fue el extremadamente afectivo abrazo que Marisol le dio, expresando sus deseos por conocerle.
Por supuesto, mis pequeñitas se comportaron como habitualmente lo hacen cuando conocen a desconocidos: mi gordita, entregándose con mucha simpatía y pidiendo abrazos a la nueva persona y mi flaquita, estudiando de lejos a la desconocida y no tan amistosa como su hermanita.
Consulté si acaso había venido con Douglas, respondiéndome que él se encontraba trabajando y que Dan, su hermano del medio, se había ofrecido a acompañarnos.
Mientras caminábamos a los estacionamientos, apareció el hermano de Hannah. Nos saludamos cortésmente y aunque solo le dio un beso en la mejilla, Marisol se afirmó con fuerza de mi mano, como si quisiera que la cuidara.
Nunca me esperé que Hannah viniera de una condición tan acomodada. Puesto que ella es tan sencilla, fue una enorme sorpresa ver el lugar donde nos hospedaríamos.
Lo primero que nos sobrecogió a Marisol y a mí fueron los enormes álamos que había al lado del camino. Estaban tan cercanos unos con otros, que generaba un delicioso efecto de sábana y que, con la brisa ocasional proveniente del mar, producía una frescura que contrastaba con el calor incesante de la urbe.
La mayor sorpresa fue, sin embargo, la casa. No podría calificarla de otra manera, pero era una mansión inglesa: de 2 pisos, con 3 ventanales por el frente (y como descubriría después, otros 3 por detrás), completamente de piedra y con tejas rojas, un hermoso jardín con arbustos e inclusive, una fuente.
Contemplé a Hannah verdaderamente perturbado. Ella, en cambio, miraba el suelo avergonzada. Algo sabía que su padre trabajaba para una empresa naviera, pero nunca profundicé en el tema, porque ella es bastante sencilla en faena y estaba maravillado cómo esa preciosa belleza rubia, menudita y elegante podía disfrutar de placeres tan mundanos como cocinar en una cocinilla y compartir una estrecha cama en la faena conmigo.
“En realidad, la casa es de Eli.” Me explicó Dan, también muy entretenido al ver nuestra sorpresa. “Nuestro hermano está en Inglaterra por negocios y nos prestó la casa a Miel y a mí para cuidarla.”
Con Marisol, armamos el coche de las pequeñas sin poder quitarle un ojo de encima a la casa. Las decoraciones, los acabados de las techumbres…
Pero si la delantera nos sorprendió, el patio nos dejó sin palabras: una planicie de pasto verde, de unos 300 metros de profundidad, por unos 200 metros de ancho, que tanto a mi esposa como a mí nos hizo pensar en una campo de futbol o golf, con una piscina e inclusive, una cancha de tenis.
Claramente, para Dan éramos una buena entretención…
Y a los pocos minutos, apareció Iris, saliendo de la piscina, en un traje de baño color café semejante al color piel, que perfectamente le hacía ver como una “Chica Bond”.
Su piel bronceada, junto con su generosa figura (moldeada probablemente por el mismo Dan, que es cirujano plástico), giraba sensualmente el cabello hacia su espalda, haciendo que sus pechos se sacudieran de una manera espectacular y exponía con cierta violencia su atrayente retaguardia.
“¡Hola, Marco! ¡Tanto tiempo!” me saludó ella, con un beso suave en la mejilla y con tanta familiaridad que me extrañó, en vista que nos habíamos visto por fugaces minutos la última vez.
Me pareció ver que Marisol y Hannah fruncían el rostro al ver cómo me saludaba, pero fue bastante efímero tras ver al trio de niños que llegó.
“¿Recuerdas a mis hijos, cierto?” preguntó Dan, mientras sus retoños se escondían alrededor y entre sus piernas.
“¡Sí!” respondí y se los presenté a Marisol. “Amor, ellos son Lucca, Timmy y…”
Los dueños de casa estaban sorprendidos por mi buena memoria, pero tenía el nombre del tercero en la punta de la lengua.
“¡Mark!” me ayudó Hannah, al verme complicado.
“¡Lo sabía!” respondí frustrado y sintiéndome como un imbécil, considerando que su nombre es la versión inglesa de “Marco”. “Sabía que era un nombre bíblico…”
A Marisol le encantó Lucca, con sus rizos claros, entre un tono miel y rubio. Su vestido largo y la reverencia que nos hizo al saludarnos, hizo que mi ruiseñor le llenara de besos y abrazos.
En el interior de la casa, 2 mayordomos se encargaron de llevar nuestro equipaje a nuestra recamara, la cual estaba ubicada en el segundo piso, adyacente a la de Dan e Iris y al otro extremo de la de Hannah y Douglas.
El interior, por supuesto que tenía mucha clase: Un cuadro gigante de un oficial colgaba en la escalera principal, maceteros de mármol, piso alfombrado y un sinfín de detalles que nos dejaban a Marisol y a mí más maravillados.
Luego que nos sentáramos en la sala de estar, una criada nos ofreció algunos refrigerios y yo no podía saciar mi vista, contemplando los detalles y la elegancia de los muebles.
“¿Cómo lo hacen con el aseo de la casa?” Habló mi boca por su cuenta. “Se ve impecable, pero parece una casa enorme…”
Dan sonrió y encogió los hombros.
“¡No lo sé! Una o 2 veces al año, Eli ordena un aseo general…”
Pero Hannah, que tras ayudarme a recordar el nombre de su sobrino permaneció callada, aprovechó de disculparse.
“¡Siento no habértelo dicho antes!” expresó, con sus mejillas sonrosadas y con una mirada brillosa. “No quise engañarte…”
“¿Engañarme? ¿De qué hablas?” pregunté, sonriéndole con franqueza, pero sin parar de mirar los detalles de la habitación. “Esto explica muchas cosas… como la aversión de tus hermanos por tu trabajo, por ejemplo…”
Dan me miró confundido, pero tácitamente me daba la impresión cuando conversábamos que sus hermanos no estaban contentos con la decisión de estudios de Hannah.
“Tu hermana sería feliz, atrapada en un desierto, intentando construir un avión con los restos de otro…” le expliqué a Dan, narrándole la trama de “El vuelo del Fénix”, que devolvió la sonrisa de Hannah e hizo sonreír a Marisol, pero que mantenía en la oscuridad a Dan.
Y conversamos de trivialidades: de nuestros trabajos, de los estudios de Marisol, de la paternidad y otras cosas…
Alrededor de las 8, llegó finalmente Douglas. El esposo de Hannah debe medir 1.83m, dado que es un poco más alto que yo. Es rubio, con ojos celestinos y más fornido, con unos brazos unas 3 veces más gruesos que los míos.
Admito que sentí nerviosismo al conocerle, porque se asemeja a lo que Marisol considera como chico atractivo, pero afortunadamente, se mostró tan distante de él como de Dan y no se despegaba de mi lado.
Por la manera de expresarse y de escucharle hablar, le consulté si acaso tenía pensado entrar a la política. Mi pregunta le resultó inesperada, pero confesó que ese era su deseo y quiso saber cómo lo había adivinado.
Hábilmente, respondí que no me costaba demasiado imaginarlo como uno, lo que él consideró como halago. Sin embargo, mi reflexión se debía a que su manera de hablar era más enfática y a ratos, cuando la atención de sus oyentes se extraviaba o él perdía el hilo de la conversación, movía sus manos levemente, dejándome la impresión que intentaba convencerme sobre su manera de pensar.
Pero cuando finalizamos la cena, subimos con Marisol y las pequeñas (que ya dormitaban cansadas) con mucho más silencio del acostumbrado.
Tras plegar la cuna y que ella les diera el biberón de la noche, me senté en la elegante cama para contemplarla.
Su mirada estaba triste y esquiva.
“¿Qué te pasa?”
“¡Nada!” respondió ella, sin mirarme.
Como la mayoría de los emparejados saben, ese “nada” significa un “Algo muy grande y escondido”…
“¿Cómo que “nada”? ¿Estás triste?”
Me miró con ojos desafiantes y brillosos. Lo más gracioso fue que pareciendo a punto de romper en llanto, mantenía un poco de soberbia.
“¡No! ¡No estoy triste!” medio rezongó.
“¿Entonces…?” le pregunté, haciéndole muecas de no entenderle.
Y se abalanzó sobre mi cintura a llorar.
“¡Es que Hannah es muy bonita!” gimoteó. “¡Es rubiecita y tiene ojos del color que te gusta!”
Me parecía increíble que llorara por eso, considerando que acepté la invitación de Hannah porque ella misma deseaba conocerla.
“Si… ¿Pero eso qué tiene que ver?”
“¡Que te gusta más que yo!” volvió a gimotear, completamente desconsolada.
No pude evitar reírme…
“¡No te rías! ¡Tengo pena!” me reprendía, enterrando su cara en mi vientre, en un puchero adorable.
Aproveché de hacerle cariño en el cabello.
“Oye, oye… pero si estoy casado contigo.” Le respondí, tratando de hacerle sonreír. “¿Realmente crees que preferiría quedarme en el trabajo con ella a volver a tu lado?”
Su rostro de niñita se volvía a componer…
Se veía hermosa: sus enormes esmeraldas parecían dar a luz a cristales, que a contraluz marchaban a toda velocidad por sus mejillas.
“Pero… ella es más lista que yo…” exclamó, restregándose las lágrimas de los ojos. “… y tienen tantas cosas en común…”
“Sí, Marisol. Pero son cosas de trabajo…” le expliqué con desgano. “¿Te imaginas volver a casa y charlar de más trabajo todavía?... en cambio tú, Marisol, me rompes la rutina. Me hablas de series de Anime, de lo que aprendiste en tus clases y todas esas cosas…”
Y al igual que una gata, se dejaba acariciar por mis manos sobre sus húmedas mejillas.
“Y tampoco se trata de color de ojos o de cabello, Marisol. Tú sabes que prefiero las morenas a las rubias…”
Me volvía a sonreír…
“Y si fuera por color de ojos, me quedaba con tu prima, que los tiene más normales…”
Y como esperaba, me llegó un fuerte golpe de cojín en la cara… porque verdaderamente, nunca me llamaron la atención sus ojos cuando conocí a mi mujer.
Pero entonces, me ocurrió algo extraño: me vino una erección fuertísima, al verla que se apoyaba en posición fetal en la cama, escondiendo su rostro en la almohada.
Fue una especie de arrebato, ya que siempre me ha perturbado ver a Marisol llorar y me bajó esa misma sensación que me hace tomar a Hannah en faena.
Me trajo recuerdos de por qué quise hacerla mi mujer.
Como les he contado, perdí la virginidad tarde y no tenía mucha suerte con las mujeres. Pero Marisol parecía más cómoda conmigo y feliz de verme cuando simplemente éramos amigos.
Siempre que me contaba sobre lo injusto y tacaño que era su padre, yo la apoyaba y le decía que las cosas mejorarían; la traía a mi casa y mis padres le atendían bien, brindándole el cariño y afecto que en mi casa desbordaba en exceso.
Y por ese motivo, pensé que sería bueno hacerla mi mujer. Porque me sentía capaz de hacerla feliz, de animarla y de no dejarla llorar, como estaba ocurriendo en esos momentos.
Se cerró como una ostra y no quería mirarme, por lo que tuve que forzar sus brazos para verla. Ella se resistió, pero soy más fuerte y pude ver su carita colorada, con algunas lágrimas.
Me recordó a “Tom Sawyer”, cuando besaba a Becky Thatcher por primera vez. Tom se volvió loco por ese beso e imaginaba que Becky se escudaba de la misma manera que Marisol lo estaba haciendo.
Mantuvo sus labios pétreamente cerrados, pero fui persistente: forcé mi lengua entre ellos y de a poco, empezó a ceder.
“¿Sabes?... tu saliva tiene un saborcito más dulce ahora…” Dije, sonriéndole.
Eso le confundió, porque siempre le he dicho que sus besos tienen un sabor a limón.
En esas horas de ocio de soltería, donde solamente me quedaba en casa y me aburría jugando en consolas o viendo televisión, tenía la mala costumbre de comer cosas nada saludables, como panes con mostaza o limones con sal.
Y era cuando comía estos últimos que me daban ese sabor rico que tienen los besos de mi mujer. Tal vez, mis papilas gustativas colapsaban por el contraste de sabores, pero se sentía un saborcito dulcecito de por medio, que es levemente la tonalidad que tienen los besos de Marisol.
Sin embargo y a diferencia de los cítricos, el sabor de los besos de Marisol es más persistente y cada vez que he probado sus labios, aquel delicioso y ligeramente picante sabor me recibe, que hasta el momento, he podido encontrar un sabor parecido solamente en los labios de mi suegra y un poco cuando me besaba con Rachel.
Pero volviendo a esos momentos, la sorpresa de Marisol bajó más sus defensas y empezó a suspirar más agradada. A ratos, me detenía y sonreía al contemplarla, ya que sus ojitos se cuestionaban por qué había parado.
“No me beses así…” suplicó ella, mirando para el lado y haciéndose la esquiva, aunque seguía pendiente de mis acciones.
“¿Por qué no?”
“Porque… me haces sentir…. Ahhh… mal…” seguía protestando, mientras probaba su cuello que es su punto débil.
“Pero yo te deseo, Marisol…” le dije, haciendo que tomara la punta de mi glande.
“¡No!... pero yo…. Uhmmm…”
Otro par de besos y se desvanecía con mi lengua en su interior. Le tomaba los pechos y se los sobaba.
“¡No, amor!... ¡Uhmm!... ¡Por favor, no!.... mhmmm… no me beses así…” me pedía ella, aunque también buscaba mis labios y no se quejaba por mi manoseo. Sin olvidar, por supuesto, que tenía ese timbre tan característico de ella cuando pretende rehusarse a algo que realmente desea.
“Entonces… ¿No quieres sacarle envidia a Hannah?... porque estás durmiendo conmigo…”
“¡No, amor!... yo…” alcanzó a medio responderme, para volver a besarme.
“Porque podría hacerte esas cositas que tanto te gustan…” le susurré en la mejilla y ella tuvo un estremecimiento entre las piernas…
“¿C-c-cómo cuáles?” preguntó, sofocada y con bastante interés.
“¡No lo sé! Podría comer este bocadillo que tienes aquí…” le dije, apretando suavemente su entrepierna, haciéndole que gimiera. “O podría romperte la colita, como tanto te gusta…”
“¡No, amor!... tú no tienes que hacer eso… porque yo…” alcanzó a decir, pero yo ya estaba jugueteando con sus pechos.
Ni siquiera le había sacado la camisa. Solamente caricias y ya estaban más que hinchados, como si fueran globos a punto de estallar, aunque también la punteaba acostado y no paraba de besarla.
Los frotaba, giraba, apretujaba…
Pero siempre con suavidad, haciendo que ella me mirara con ojos libidinosos que me decían “¿Qué estás esperando?”, mas yo disfrutaba de su evidente paroxismo.
“Entonces… ¿No quieres jugar hoy conmigo?” pregunté, haciéndole que palpase la hinchazón de mi glande.
Ella dio un enorme suspiro…
“¡No, amor!” respondía, pero ni me soltaba ni me paraba de dar besos. “Yo no… quiero…”
Y arremetí en su cuello otra vez, haciéndole suspirar y abrazarme con más fuerza.
“¿Ni siquiera un poquito?” le susurré al oído. “¿Ni siquiera la puntita?... porque me tienes muy caliente… y lo único que me calma es metértela…”
Parecía que se deshacía con mis palabras…
“¡No, amor!... yo no quiero…” seguía rehusándose, pero yo proseguía sobándole los pechos.
“Bueno… entonces, ¿Me puedes dejar probarlos?... para ver si me calmas un poco…”
“¡No, amor!... yo no… ¡Ahhhh!”
Según ella, a esas alturas no se acordaba bien por qué se estaba rehusando, pero proseguía porque algo le decía que tenía que hacerlo.
Y descubrí sus pechos blanquecinos, con sus fresitas apuntando al techo, duras y suculentas. Ella dice que trataba de rehusarse, pero yo solamente escuchaba gemidos inconexos de placer, mientras chupeteaba, pellizcaba y estiraba sus pezones.
“¿Sabes, corazón? Esto no me está ayudando… mira… ¿La sientes?” le pregunté a Marisol, que parecía entre ebria y viendo estrellitas y tomándole la mano para que la palpara entre sus dedos.
Ella dio un suspiro, medio indefensa…
“¿Te molestaría si te hago el amor un poquito?”
No me dio respuesta, pero tampoco se opuso a que deslizara sus pantalones por su cintura.
Sus calzoncitos no estaban mojados. Estaban completamente anegados.
Y ella, sonriente, contemplaba el glande a punto de entrar…
“¡Será solo un poquito!... lo suficiente para calmarme y ya… ¿Te parece, Ruiseñor?”
Pero ella no daba respuestas. Solamente contemplaba lo que ya se introducía en su interior.
Otro quejido ahogado y efervescente, a medida que entraba en su cálido y húmedo lugar “Acogedor” me recibía y le empecé a dar embestidas cortas, pero profundas.
El respaldo de la cama se azotaba un poco con la pared colindante con Dan…
“¡No, amor!... ¡No así!... uhhh… ¡No la metas… tan duro!.... uhhh … que yo… “
Y nuevamente, sus palabras se extraviaban en nuestros besos…
“¿Sabes?... lo estoy haciendo así… para que no te sientas mal… sé que te gusta duro… y quiero animarte…” le decía, dándole certeras estocadas, mientras ella enterraba sus labios en mis hombros.
El respaldo de la cama se azotaba con cada vez más y más violencia, al igual que sus clamores subían de nivel.
“¡No, amor!... ¡Así no!... uhhh… ¡Tan fuerte!... ¡No así!... ¡No así!... ¡Así!... ¡Así!... ¡Ahhh, qué rico!” cambiaban de sentimiento sus quejidos.
Pero en esos momentos, yo cerraba mis ojos. El cuerpo de Marisol se ha vuelto tan agradable y disfruto tanto de su aroma de su pelo y el olor a jabón de su piel, que deseaba disfrutarlo completamente.
Aunque Pamela y Fio tienen figuras despampanantes y he estado en algunos tríos con mujeres, esos momentos, donde la conexión entre Marisol y yo era tan intensa quería perpetuarlos en mi memoria, porque aparte que lo disfruto más con una sola mujer, extraño demasiado a mi esposa cuando me voy a la faena.
Sentía sus quejidos maravillosos, a medida que me descargaba en su interior y cuando abrí los ojos, tenía la mirada cautivadora de una gata y una gran sonrisa de satisfacción.
“¿Dijiste… que me querías hacer la colita?” Preguntó coqueta y nos empezamos a besar, mientras esperábamos despegarnos.
Esa noche, jugueteamos hasta tarde. Volvimos a hacer el amor, hicimos un 69 y le terminé haciendo la colita.
A la mañana siguiente, Dan bromeaba con nosotros, en vista de lo agitada de nuestra noche (Que se había sentido a través de las paredes) y como esperaba, Hannah tenía un carácter de perros.
Pero ahora, mientras redactaba estas cosas, le pedía disculpas a Marisol, porque le forcé a hacer algo que en esos momentos, ella no quería y me daba remordimientos de haberme aprovechado de ella o incluso, haberle violado.
Sin embargo, con un beso suave y cariñoso, me dijo que no importaba.
Que me amaba mucho más, por saber lo que ella necesitaba, sin tener que decírmelo.
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