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Siete por siete (139): La noche con Lizzie




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Compendio I


“¡Vamos! ¡Ven un par de días!” insistía Hannah muy melosa en el auricular. “No tengo más amigos y tenemos donde hospedarte…”
Su llamada del jueves por la noche me tomó por sorpresa. Nos estaba invitando a Marisol, las pequeñas y a mí para celebrar su primer aniversario de bodas.
En realidad, lo que más me había perturbado fue que la persona que me llamó fue el mismo Douglas y que Hannah tomó el auricular, en vista de mis constantes negativas.
Como les mencioné, esa semana las chicas estaban arrasando conmigo y la idea de viajar a Perth me parecía un “salvavidas de plomo”. O en otras palabras, caer de la sartén al fuego.
Pero la situación estaba insostenible y de no haber aceptado, pudo haber empeorado más aún. Por su melódica voz, supe que Hannah estaba contenta y me remarcó que “no fuese tan insensato para ir en camioneta”.
Admito que consideré esa posibilidad, pero en vista que está incluso más lejos que Ayers Rock y que las pequeñas, a pesar de comportarse muy bien en viajes largos, sería una odisea desgarradora para todos.
Por ese motivo, el viernes, a la hora del almuerzo, les pedí una tregua a Lizzie y a Marisol. Quería avisarle más que nada a Lizzie que viajaríamos un par de días y que ella quedaría a cargo de nuestra casa.
Le imploré que aprovechara de salir. Que si conocía a un muchacho que le gustara, que lo trajera a la casa y que inclusive, podía usar nuestro dormitorio, si la situación lo consideraba necesario.
Su simple respuesta fue pedirle a Marisol que me prestara la noche del sábado. Por supuesto, Marisol no tuvo problemas, ya que aprovecharía de terminar de escribir sobre nuestro viaje a la mina.
Pero Lizzie me sigue preocupando. Como les he mencionado, mi deliciosa niñera y amante está a vísperas de cumplir sus 23 años. Con su sonrisa y mirada coqueta, un cabello castaño un par de tonalidades más oscuro que mi ruiseñor, sus vivaces y traviesos ojos negros y esas pecas que resaltan más su aire travieso, complementada con una personalidad juvenil como la de mi mujer y una figura seductora, con unas nalgas suaves y rotundas y unos pechos un par de tallas más pequeñas que los de mi esposa, le hacen ver como un manjar de mujer difícil de resistir.
Y ese es mi problema, porque aunque no me lo ha dicho, presiento que está ligeramente enamorada de mí, ya que hay momentos, como cuando nos besamos en la cocina, luego de lavar la loza o los abrazos que me da cuando le obsequio una planta, me mira con un resplandor tan parecido al que Marisol me daba cuando le iba a hacer clases.
Por ese motivo, me complica cuando Marisol quiere que conozca a alguna de sus amigas, porque tengo que inventar excusas o literalmente obligarla para que salga a tomarse los días libres que verdaderamente le corresponden.
Sin embargo, Lizzie sabe bien que no es la única amante que tengo y que Marisol me presta con cuanta chica o pariente le simpatice y ese es el principal motivo por el que me gustaría que conociera a otro hombre.
Esa noche, dormí en su habitación. Fue una tormenta pasional que empezó apenas crucé el marco de su puerta y Lizzie radiaba en felicidad.
Vestía lujuriosamente, con una blusa corta, sin mangas ni cuello, que expuso durante toda la tarde su tentadora cintura y ombligo, con unos bermudas de mezclilla que remarcaban su retaguardia y como ya es costumbre de ambas, no dudaba en menearlo sobre mi pelvis, cuando pasaba por mi lado.
Sus besos cálidos, dulces, húmedos y fogosos, con una lengua que hace verdaderas llaves con la mía, para que no la fuera a sacar, me dejaban completamente anonadado. Sus manos, pequeñitas, se afirmaban de mis brazos, para impedir que retirara mi boca de la suya y realmente, estaba aprovechando de desfogarse los días que pasaríamos fuera.
Casi por magia, hacíamos quite a maceteros, flores y algunos zapatos y prendas femeninas, tiradas en el suelo. Mientras contemplaba sus calzoncitos rosados en el suelo, a medida que besaba con desesperación mi cuello y oreja, pensaba en lo erótico que sería oliscarlos, con su maravilloso aroma a mujer en celo.
De alguna manera, cayó en su cama y afirmándose fuertemente a mi cuello, me llevó con ella. Esa mirada, con sonrisa coqueta, ojitos resplandecientes y mejillas sonrosadas, ocultando sus tiernas e infantiles pecas, confirmaban una vez más mis sospechas de leve enamoramiento o, si la suerte me acompaña, un severo caso de calentura.
Sus pechos, por supuesto, aun contenidos bajo la blusa, se sacudían de una manera esponjosa y ella los miraba, sonriendo, como si esperara que una vez más se los sobara y besara.
Nuevamente, mis labios se apegaron a los suyos, mientras que mis manos, sin poder contener sus impulsos, se deslizaban hasta su cintura. Al sentir la tela plegándose y mis manos ascender, acariciando suavemente sus costillas, gemiditos aislados eran amortiguados por nuestros incesantes besos.
Apegaba mi cintura a la suya, clamando suspiros suculentos en mi boca, al sentir que mi cuerpo la deseaba ardorosamente y cerraba los ojos con lujuria, dejándose gozar.
Al rozar el sostén, sin embargo, un quejido lastimero logró escapar, a sabiendas que se había tornado en un obstáculo para nosotros.
Me sería imposible desabrocharlo en la forma convencional, dado que cerraba por detrás y ella estaba abajo mío. Pero la lujuria y el apetito por comerlos me hicieron levantarlo por encima de sus copas.
A esas alturas, ella estaba entregada completamente. Sus tetillas estaban duras y muy paradas, con sus enormes y sonrosadas aureolas que pedían que las amamantasen.
Deslicé la lengua con suavidad y otro suspiro, más apagado, escapó con sus ojos cerrados. Si bien, me gusta succionar, me he dado cuenta que los tremendos pezones rosados de Lizzie son muy sensibles, por lo que basta con pasar la lengua a la altura de la tetilla y hacerla girar, para ya darle un gozo indescriptible de entrada.
Pero si busco volverla literalmente loquita, debo pellizcarle el pezón suavemente y retorcerlo levemente, hasta hacerle quejar un poco. Es entonces donde debo poner mis labios en sus pechos y seguir acariciándola en el pecho, para que ella relaje su cabeza y se entregue definitivamente, con un gemido de relajación y placer tremendo.
Por eso, cuando ya me enfoco en uno de ellos y luego de empezar a succionar, sus brazos fuerzan a mi cabeza que no abandone mi posición y una de mis manos se desliza bajando por su estómago, acariciando su ombligo y su vientre.
Con el objetivo que ella me sienta, presiono suavemente los dedos sobre su piel, como si mi mano fuese una araña. A causa de esto, ella exhala poderosamente y se estremece, teniendo una muy buena idea de lo que pasará una vez que llegue a la altura de sus bermudas.
Dado que mi motricidad fina es pésima, la labor de desabrochar el pantalón con una mano tarda más de lo estimado y ella gime con mayor fuerza, en desesperación y anhelo. No obstante, a modo de tranquilizarla, del anular al meñique se recargan suavemente donde reside su feminidad, como si se tratase de un aperitivo sobre mi verdadero destino.
Finalmente, el botón cede y en un par de segundos, mis dedos hacen contacto con su piel una vez más, robándole otro quejido agradecido, al percibir la manera en que mi anular se infiltra en su calzoncito.
Con completa propiedad, voy trabajando por su pelvis, sintiendo algunos pelillos púbicos, hasta llegar a su santo grial, que desborda de juguitos pegajosos. Deslizo mis dedos en su interior, arrebatándole otro gemido adicional y un fuerte estremecimiento en su espalda, a medida que tanteo su oquedad libidinosa y extremadamente sensible.
En suspiros extensos y acelerados, Lizzie va sintiendo mi lengua deslizarse al intersticio de sus pechos y bajar rápidamente, a la altura de su ombligo y vientre.
Un vago y lastimero “¡Noo!” me pide que me detenga, pero sus piernas ya están completamente abiertas y anhelantes porque llegue.
Su respiración se vuelve a cortar cuando siente mi lengua y mi boca sorbiendo sobre su piel viva y resplandeciente. Los espasmos la estiran completamente, a medida que mis manos recorren su suave y sinuosa cintura.
Sonrío para mis adentros al ver cómo se ha depilado. Nunca le he dicho que me gusten o disgusten sus pelillos, pero es evidente que para ella sí es algo de preocupación, en vista que soy el único hombre que le toca de esa manera.
Intenta resistir dificultosamente los impulsos de su cuerpo, ya que mi lengua y boca prueban ser rivales implacables al momento de lamer. Más encima, para incrementar su “tormento” (o placer, como quiera apreciarse), succiono apasionadamente su botón, mientras que ella clama a los cielos un desesperado “¡No!... ¡Ahí no!”.
Es en esos momentos que sus quejidos cambian. Lizzie no se da cuenta, pero su cuerpo entero se comienza a deslizar, favoreciendo la eficiencia de mis lamidas y en algún momento, donde sus neuronas se disparan para favorecer la liberación enviciada de endorfinas, sus manos se posan sobre mi cabeza, arrebatándole un gemido magnificente.
Atisbo por un par de segundos su cara y contemplo sus ojos dilatados y la boca abierta en forma de una gigante “O”, que se despreocupa completamente de contenerse y acaricia con mucha suavidad y ternura mis orejas, siempre serpenteando para explorar mejor su interior.
Pruebo sus sabores, intoxicado y sin necesidad que me lo diga, deslizo mi lengua lo más que puedo en su rajita, arrebatándole quejidos que se alzan en un maravilloso crescendo, culminando cuando su orgasmo acaba estrepitosamente sobre mi rostro.
Lamo con mucho detalle cada resto de sus jugos, mientras que la transfiguración de su rostro y de su sonrisa la hacen ver tan linda como un ángel y sigue suspirando, agitada y deseosa.
“¿La… vas a meter?” me pregunta atolondradamente luego de reptar con lentitud sobre su cuerpo, para llegar a la altura de su rostro.
La beso suavemente y ella sonríe como la traviesa chiquilla que sigue siendo, incapaz de soltar la mano de mi bastón de carne.
En vista de sus ansias, la beso con mayor profundidad y me encargo personalmente de desvestirme.
Siente el glande sobre su entrada y me mira sonriente y con sus ojitos negros brillantes. Nos besamos una vez más y ese hermoso suspiro lastimero se hace presente a medida que voy avanzando.
A veces, me pregunto qué otros hombres habrá conocido en el restaurant, dado que sigue tan estrecha. Tal vez, haya hecho el amor a menudo con su Fred, pero al igual que me pasa con mi esposa, cada vez parezco ensancharla, sin importar que lo hagamos casi todos los días y más de una vez.
Voy sintiendo cómo sus tejidos se van tensando y ensanchando, mientras que Lizzie cierra sus ojitos con fuerza e intenta estirarse una vez más, para recibirla toda.
Tras unos 2 minutos de esfuerzo, logro introducirla lo suficiente para empezar. Cuando me detengo, me mira diáfana y sonriente.
Me voy meneando con suavidad y mesuradamente, cosa que ella lo disfrute. En mi mente, pasan miles de cosas, porque más que nada, soy el más adulto de los 3 y tanto Marisol como ella me han delegado el rol de “Padre adoptivo”.
“¡Trata de conocer un chico!” le digo, a medida que voy avanzando en su interior. “Aprovecha estos días de salir… o a bailar…”
“¡Siii!” responde ella, en un tono más placentero que por obediencia.
“¡No sé! Sal con alguno de tus amigos del curso de Ikebana…” le sugiero.
“¡No puedo!” Responde, con otro gemido placentero. “Somos… 20 chicas…”
“¿Y tu maestro?”
Ella sonríe, abre los ojos y me mira con su coquetería habitual.
“Él… es japonés…” responde, dándome a entender que ella cree lo que se dice de los orientales… y tomando mi cintura, deseosa porque avance más.
“¿Y tus amigos del instituto?” pregunté, abrazándome a su cintura inconscientemente con insistencia.
Ella se vuelve a quejar complacida…
“¡De vacaciones!… ¡Ah!... ¡Todos!…”
La frustración me empieza a embargar y sin proponérmelo, mis movimientos se vuelven más y más fuertes.
“¿Y amigos del restaurant? ¿O algún otro cliente?” Interrogo, cuando la frustración se empieza a tornar en una imparable desesperación.
“¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡No sé!... ¡No sé!... ¡Ahh! ¡Ahhh!... ¡No me importan!... ¡No me importan!... ¡Sigue así!... ¡Sigue así!... ¡Ahh!... ¡Ahh!... ¡Eres el mejor!...”
Para esas alturas, no me daba cuenta que la metía con perfidia y violencia. Sentía lejanamente mis testículos prensarse con su cuerpo, pero estaba tan enfadado que ella no tuviera a otro, que la encajaba sobre mi miembro afirmándome fuertemente de su cintura y masajeando su soberbio trasero.
Por supuesto, para incrementar mi descontento, Lizzie disfrutaba plenamente de mis movimientos y tardé en percatarme lo adentro que estaba y de cómo mis bolas se azotaban fieramente sobre su sonrosado, vibrante y sudoroso cuerpo.
Fue un descalabro monumental y me enfoqué en hacer chillar descontroladamente a semejante pedazo de mujer y agarrándole de los pezones con bastante violencia, acabé completamente agitado dentro de ella.
Respirábamos, como si los 2 hubiésemos salido a trotar varios kilómetros y nos miramos, ningún segundo la sonrisa abandonando nuestros labios. Nos besamos y estaba bastante confundido con mis emociones.
“¿Qué piensas?” preguntó ella, intuitiva y mirándome con ternura a los ojos.
“Nada. Que me gustaría verte con otro chico…” respondí con franqueza.
Ella sonrió, sorprendida.
“¿Por qué?”
Esbocé ágilmente un argumento.
“Porque esto no es normal.” Le dije. “Yo estoy casado y soy papá… y no está bien que hagamos esto.”
Ella lo aceptó a medias. Es lo que ella también pensaba cuando empezamos a involucrarnos...
Pero en mi interior, me sentía atribulado y no quería confesarle mis verdaderas preocupaciones que se estuviera enamorando de mí.


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