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Mi compañero de piso y su enorme poya

Mi compañero de piso y su enorme poya


Después del divorcio anduve un tanto desorientado, con una maltrecha situación económica de la que salí gracias a la ayuda de mis padres. Durante algunos meses estuve viviendo en su casa, sin ninguna contribución económica; pero claro, a mis treinta y pocos no resulta cómodo tener que ir dando explicaciones sobre a dónde voy o por qué he llegado más tarde de lo habitual. Así que cuando me recuperé empecé a buscar pisos para compartir. Encontré uno pequeño, pero moderno y muy bien ubicado, cerca del trabajo. Raúl se llamaba el inquilino que me lo subarrendaba, hombre más o menos de mi edad que se encontraba en una tesitura similar a la mía, recién divorciado y con algunos apuros monetarios que le empujaron a buscar a alguien con quien compartir los gastos. Me causó una impresión excelente, se le veía tranquilo y afable en el trato, gozaba de una buena posición en una empresa aseguradora, aunque las pensiones de su mujer y su hijo consumían gran parte de la nómina.

No me equivoqué en mi elección. La convivencia con él era excepcional. Cada uno disponía de su habitación, aunque lo cierto es que terminamos por pasar mucho tiempo juntos en el comedor, comentando el día con una cerveza o visionando la serie que tocaba, previamente pactada. Nuestros gustos eran similares y cada uno asumía con plena diligencia la carga doméstica asignada, siendo los dos flexibles cuando se daba algún motivo justificado para no hacer el trabajo, fuera por una jornada laboral intensa, achaque de salud o cualquier otra circunstancia. La convivencia llegó a hacernos buenos amigos y compartimos confidencias, apoyándonos mutuamente en todos los aspectos.

Siendo dos hombres jóvenes, sin relación estable, era natural que lleváramos mujeres a casa. En alguna ocasión pude ver alguna de sus conquistas en paños menores. Todas resultaban muy atractivas, y es que Raúl tenía un aspecto físico muy agradable, alto, guapo y fibrado. Una vez me fijé en una mulata que se dirigía al baño. Iba solo con un tanguita blanco, mostrando su trasero enorme, sobresalido, sin una pizca de celulitis. Esa fue una imagen recurrente que me ayudó en mis habituales trabajos masturbatorios. No tuve pudor en referírselo a mi amigo, a quien le pareció genial el uso que hacía de la imagen de Soraya.

Raúl era un gran consumidor de pornografía, no lo escondía. Se declaraba discípulo de Onán. Alguna vez, en mitad de la noche, escuché jadeos que provenían del comedor, pertenecientes a las películas que veía. No me molestaba en absoluto, pues ya me había prevenido de que cuando se desvelaba recurría a ese método para hallar el sueño. Le gustaba dar provecho en esos términos al televisor del comedor, de muchas pulgadas y excelente resolución. Un día, mi curiosidad me llevó a observarlo en su quehacer. Él parecía ajeno a todo lo exterior y se le notaba concentrado en la película, donde predominaban las actrices de pechos exageradamente grandes. Me quedé en la puerta del lavabo mirando. Raúl llevaba un pantalón corto de pijama, iba con el torso desnudo. La mano derecha la tenía dentro. En esto, se bajó el pantalón juntamente con los calzoncillos, dejando al aire un cipote de proporciones casi monstruosas, completamente erecto. Su poya hacía una ligera curva hacia el lado izquierdo, era asombrosamente gorda y no me quedo corto si digo que llegaba a los veinticinco centímetros. Debo decir que me quedé algo sobrecogido. Atónito, escuché como me llamaba y me pidió opinión sobre la película, mientras él seguía pajeándose su increíble falo. Traté de no mostrar azoramiento e incluso me permití hacer algunos comentarios jocosos sobre la actriz que en aquel momento estaba siendo brutalmente enculada. Mi compañero rió con normalidad y me invitó a acompañarle. Resultaba extraña la normalidad que se respiraba en esa anómala situación, a lo que contribuía el modo de actuar de Raúl, tan natural, tan de colegueo. Sin mucho pensarlo, me senté en el sofá y me bajé los calzoncillos. Estaba dura, no por la película, sino por la tremenda poya de mi amigo. Lo miré más a él y observé las fuertes sacudidas que le daba a su miembro, asomándole una cabeza majestuosa, gorda y mojada. Me fijé en la infinita red de venas de desmesurado relieve que parecían apunto de estallar. Al poco, un chorro ingente de leche comenzó a brotar de su rabazo, dejando el suelo perdido. Casi de inmediato, eyaculó. Luego, cada uno limpió su esperma y comentamos la jugada. Raúl me dijo que nada mejor que una buena paja en compañía, aunque le había faltado una cerveza para acompañar el acto.

Desde aquel día noté que el apego que sentía por él rebasaba lo puramente amistoso. Sentía excitación al pensar en su bulto, duro y venoso. Cuando se duchaba, siempre dejaba la puerta abierta por si yo necesitaba lavarme los dientes, mear o coger algo de allí. A veces charlábamos un rato mientras él se enjabonaba y entonces yo aprovechaba para mirarlo a través de la cortina translúcida. En otras ocasiones abría la cortina y se dejaba ver desnudo. Era impagable el espectáculo de su pene flácido, enorme, casi más que el mío en plena erección.

A los pocos días de nuestra primera paja juntos me invitó a una nueva sesión. Esta vez la jornada habría de ser menos improvisada, y estaban sacadas de la nevera dos cervezas bien frías. Íbamos a ver una película de latinas con culazos de infarto. Me pareció una excelente elección. Los dos estábamos en calzoncillos, alabando los cuerpos de las actrices, con curvas de vértigo, todas con traseros enormes y algunas con unas tetas tremendas también. Instantes después nos quedamos desnudos, dándole fuerte, jadeando un poco. Miraba la película y de reojo a Raúl, con su instrumento enorme y precioso en plena acción. Mi compañero no fue ajeno a mi creciente interés y se fue acercando a mí, hasta que su pierna tocaba la mía. De inmediato, cogió mi mano y la colocó sobre su inmensa poya. Abrumado y excitado empecé a acariciarla mientras él gemía. Pasaba mis dedos por el tronco infinito, por sus huevos cargados. Me entretenía bajando la piel y descubriendo su prepucio gordo, empapado. Luego comencé a pajearle más rápido y él hacía lo mismo conmigo. Cada vez estaba más caliente y eso me hizo tomar una resolución aventurada. Me puse de rodillas frente a su falo y le pedí permiso. Él accedió sin inconveniente. La sensación de tener en la boca su pedazo era inexplicable, saborear su poya, que iba soltando gotitas de líquido pre-seminal, metérmela hasta la campanilla, a la vez que lo pajeaba, y yo casi sin respirar, mamando fuerte. Permanecimos así durante un rato, hasta que sacó su poya de mi boca y se corrió en mi cara. Un abundante chorro manó con mucha presión y me inundó, mientras yo me relamía para no dejar escapar nada de su leche. Él me pajeó luego hasta correrme.

A partir de ese momento se sucedieron escenas como la descrita, cada vez con más asiduidad. No eran necesarios los preliminares pornográficos. Cuando iba a ducharse le acompañaba y mientras charlábamos le iba enjabonando un poco, incidiendo en sus bajos. Luego quitaba la espuma y yo se la mamaba sin parar hasta notar su lefa inundando mi boca. Estaba deliciosa.

Una noche me propuso que durmiéramos juntos. Los dos nos desnudamos y nos metimos en la cama. Recuerdo perfectamente su primera actuación, al abrirme las nalgas y chuparme el ano casi con desesperación. Jamás había experimentado esa sensación. Le dije que me encantó; justo entonces salió rápido y regresó con un pote de lubricante. Me lo aplicó con mucha suavidad y fue introduciendo un dedo, luego otro y otro. Le rogué que me follara, aunque sentía algo de miedo debido al tamaño de su cipote. Él me introdujo la poya poco a poco. Sentí dolor al principio, pero el placer lo neutralizó. Era inexplicable la sensación de ser penetrado por Raúl. Pensaba que me corría sin tocarme, pero quise aguantar. Las embestidas eran más fuertes, igual que mi gusto. Cuando iba a eyacular no dudé en comerle la poya y recibir su leche junto con el sabor de mi culo.

Desde entonces dormimos juntos todas las noches y me folla sin descanso. A veces trae a Soraya, quien participa en muchos de nuestros juegos. Me encanta comerle su culo gordo mientras me encula mi compañero.

1 comentarios - Mi compañero de piso y su enorme poya

KaluraCD
Mi compañero de piso y su enorme poya


Ufff que buena historia amigo, me puso a mil 🔥
Me dio curiosidad y fui a ver tu primer post ysi la polla de el era en descanso más grande que la tuya erecta, te felicito doblemente, por lo bien que cargas y por lo que te comiste.

Gracias por compartir y feliz 2016 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...
laperlapbc
Gracias Kalura, me alegro de que te haya gustado y te deseo también un feliz 2016
KaluraCD
@laperlapbc


Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...