Cuando vimos que su ciclo menstrual no se presentaba, preocupados los dos, compramos tres test de farmacia para embarazo para estar totalmente seguros. Janine se hizo el test tres días consecutivos y todos resultaron positivos. Era ya una certeza que había quedado preñada de Modou Mousa. Cuando terminamos de hacer el último test, nos sentamos en el living en completo silencio. Janine parecía más dispersa y ensimismada que preocupada. Estuvimos abstraídos en una semioscuridad uno frente al otro sin decir una palabra por lo menos por una hora. Luego Janine se levantó de repente y se puso a hacer la comida como si ése fuera cualquier otro momento de su vida. No volvimos a tocar el tema por tres o cuatro días.
Yo estaba en extremo preocupado, debo confesarlo, por el terrible hecho de que mi mujer no sólo estaba preñada de otro hombre, sino que éste era enorme y negro como el carbón. Ni que hablar que todos los conocidos, amigos y parientes darían inmediata cuenta del desliz de Janine. Y los desconocidos se reirían a carcajadas de mí, a mis espaldas, al vernos, tan blancos, llevando un niño negrísimo como la noche por hijo. Entonces, esperé el momento adecuado, a que estuviéramos solos y más tranquilos en casa, y un viernes por la noche, como quien no quiere la cosa le dije de repente:
-¿Cuándo lo hacemos? -¿Cuándo hacemos qué cosa? – Me respondió de inmediato sabiendo perfectamente de qué le estaba hablando.-Qué va a ser Janine…el aborto.-No me voy a hacer ningún aborto.-¡Pero Janine! – Dije exasperado. – Estás loca? Cómo le vamos a explicar a tus padres, a mis padres, a nuestros amigos, que hemos tenido un hijo negro!?-Mirá, yo no sé qué les vas a decir vos, pero razones morales y religiosas me impiden abortar.-Pero Janine! Por qué no te vas un poco a la mierda?
Completamente enajenado tomé un poco de ropa, de dinero, lo tiré dentro de un bolso y me fui de casa. Tenía tal furia que casi no recuerdo cómo llegué a la calle. Razones morales y religiosas! Janine no había vuelto a pisar una iglesia desde nuestro casamiento. Y en cuanto a lo moral: Cómo puede hablar de moral una mujer que se lleva al hogar a un inmenso negro que acaba de conocer esa misma noche, portando una verga del largo de su antebrazo, que se deja coger en todas las posiciones posibles en su misma cama matrimonial, y que se queda bien preñada de él además de terminar con la vagina totalmente destrozada? Totalmente ido, alquilé una habitación en un hotel barato. No quería ir a casa de mis padres para no tener que darles explicaciones. Esa noche tuve una pesadilla, que con ligeras variantes se repitió dos noches después.
Janine y Modou, estaban teniendo sexo de parados, en nuestra habitación. Janine estaba subida a una tarima de madera que permitía compensar las diferencias de altura. Estaba apoyada sobre el respaldo de nuestra cama, ligeramente inclinada hacia delante, mientras el negro tenía todo su inmenso instrumento sepultado en su vagina, que estaba terriblemente dilatada debido al tremendo grosor del miembro que se estaba comiendo. Era abismal el contraste entre la piel blanca de mi mujer y la negrura total de Modou.
El negro entraba y sacaba violentamente su enorme tronco gruñendo de satisfacción haciendo chocar sus inmensos testículos contra los muslos de Janine, y mi mujer jadeaba, no de dolor como cuando quedó preñada, sino que ambos parecían muy cerca de alcanzar un orgasmo. Cada vez que el negro avanzaba, Janine quedaba en puntas de pié, como para soportar mejor la embestida. Ambos estaban totalmente desnudos, a excepción de un corpiño negro de aros, que Janine tenía puesto. Mientras Modou la ensartaba, le acariciaba con sus manazas todo su cuerpo, y a veces en medio del éxtasis se daban la mano donde brillaba nuestro anillo de casamiento, y Janine meneaba sus caderas insertándose más en su verga.
De repente el negro gruñó con un vozarrón terrible, alcanzando finalmente su orgasmo, y comenzó a eyacular dentro del útero receptivo de mi mujer. Y aquí comenzó lo extraño. Con cada descarga del fértil semen del negro, se comenzó a modificar el cuerpo de Janine. Primero comenzaron a crecer los pechos, que empezaron a sobresalir al principio del ajustado corpiño, hasta que una de las tazas fue impotente para sostenerlo, y, rompiéndose el bretel debido al gran aumento de peso y tamaño, cayó dejando el duro pecho, erguido y lleno de leche, a la vista. La otra taza tuvo más suerte, saliendo el pecho por arriba, y quedando el corpiño reducido a una especie de cinturón, que separaba el ya gran busto de futura madre, del vientre preñado. Éste crecía con cada descarga del negro a ritmo vertiginoso, poniéndose primero brillante la piel, y luego saliéndose el ombligo hacia fuera. En el ínterin, Janine había alcanzado su orgasmo y gritaba a viva voz obscenidades a Modou.
-Mira como me estás dejando con tu enorme pija!– le decía. – Eres un toro y me has dejado hecha una vaca preñada! Ya quisiera mi marido con su pequeño pilín haberme puesto así!
El tamaño del vientre era tan imponente, y su peso tan grande, que tuvo que cruzar sus manos por debajo de su enorme barriga para mantener la posición. Finalmente, en las últimas descargas, Modou debió ayudarla, con sus manazas, a sostenerlo, pues ya no podía mantenerse en pie. Cuando el negro terminó de llenar a mi mujer con su blanco y fértil esperma, y con su hijo, que estaba reventando a Janine con su tamaño, comenzó a retirar su poste, cosa que le llevó cerca de un minuto. Era increíble poder pensar que ese enorme monstruo hubiera podido caber dentro de mi mujer. Al quitarlo completamente, un grueso río de espeso semen salió de su vulva.
En cuanto Modou se separó de Janine, ésta, aún jadeando y ya sin soporte, cayó sobre la cama de espaldas con el vientre apuntando al techo y las piernas abiertas, lo que me permitió ver su vagina, enormemente dilatada y enrojecida por el aparato que había soportado. En el fondo del gran agujero, algo negro hizo su aparición. Era el engendro de Modou, que pugnaba por salir del cuerpo de mi mujer. De repente, los jadeos de placer de Janine, se transformaron en gritos de dolor, gemidos desgarradores de parturienta, mientras con ambas manos intentaba, como para reducir el dolor, acariciarse el extremo del vientre, sin conseguirlo, debido a su descomunal tamaño.
-Modou, hijo de puta! ¿Qué me has hecho? ¿Cómo me has deformado así? -Y vos, John, reverendo pelotudo! ¿Cómo dejaste que me hiciera esto?
Poco a poco, en medio de los aullidos e insultos que dirigía a Modou y a mí, su vagina fue aumentando de tamaño, dilatándose paulatinamente, pudiéndose poco a poco ver cada vez un poco más la negra cabeza del monstruo, hasta que de repente, la cabeza y el cuello salieron al exterior, quedando retenido el cuerpo dentro de mi mujer, que continuaba gritando.
Entonces, luego de unos pocos segundos que parecieron horas, el hijo de Modou abrió sus ojos, aún con su cuerpo ensartado en Janine y me miró a mí, que estaba justo en frente suyo, y me sonrió burlonamente. Sonrió con la misma sonrisa maliciosa que ya le conocía a su padre. – Aquí estoy – parecía decir – ocupando y deformando completamente el cuerpo de tu linda esposa.Aquí se interrumpe la pesadilla, como pasa muchas veces con estos sueños violentos, pero no desperté, sino que continuó, pareciendo una de esas películas a las que les falta una escena en el medio.
Lo que sigue continuaba poco después de lo anterior: Janine se encontraba boca arriba en el medio de nuestra cama matrimonial, aún con el corpiño negro a modo de cinturón, y con el negrísimo hijo de Modou ya parido a su derecha, que prendido a su grande y blanquísimo pecho, mamaba con avidez. El contraste de color era increíble.
Del lado izquierdo, tendido de costado mirando hacia ella, se encontraba el mismísimo Modou, que emulando a su vástago, tenía en su boca la otra teta de mi mujer, y chupaba de ella con total descaro. Padre e hijo tenían atravesado el mentón por blancos hilos de la leche de mi esposa que se podían ver perfectamente contra la oscura piel de fondo.
Mi mujer, extasiada de placer por el doble amamantamiento, movía sensualmente sus caderas contra la cama, y acariciaba con su mano izquierda, donde se veía claramente nuestro anillo matrimonial en el dedo anular, el enorme falo del negro, que totalmente desplegado debido a la excitación producida, había adquirido proporciones prodigiosas.
Curiosamente, el vientre de mi mujer continuaba como antes del parto, completamente hinchado y deforme, aunque su vagina se encontraba ahora más cerrada. Como a veces pasa en los sueños, algo o alguien me hizo saber, sin que yo preguntara y sin que se me contestara realmente, que Modou era tan potente, viril y fecundo, que las mujeres que se acostaban con él, quedaban preñadas, y continuaban estándolo aún cuando hubieran dado a luz a sus vástagos.
Parados a ambos lados de la cama y por detrás de la cabecera, una gran cantidad de personas conocidas por mí observaban embelesados la escena anterior, con los ojos puestos en el cuerpo de mi mujer. Entre ellos estaban mis padres y mis suegros, mi hermano José con toda su familia, mi amigo Antonio y su novia, Laura y dos o tres amigas más de Janine, y hasta el abuelo Enrique y la abuela Estela, que murieron hace ya más de diez años.
Hasta ese momento, yo había estado como ausente en el sueño. Como cuando uno sueña cosas que les pasan a otros, pero en realidad no aparece nunca en su propio sueño. Sin embargo, en cierto momento, todas estas personas levantaron al unísono la vista que tenían clavada en mi mujer, y la pusieron en mí, que observaba todo como desde afuera, cambiando la expresión de ligeramente risueña, a dura e inquisitiva. Después, todos levantaron el brazo derecho y extendiendo el índice, lo apuntaron hacia mí. Al saberme descubierto, comencé a transpirar y a dar algunos pasos hacia atrás. Entonces, primero uno, después otro, más tarde varios y finalmente todos los presentes, estallaron en una sonora y estruendosa carcajada…
En ese mismísimo momento, al pasarme la mano por la cara para enjugarme la transpiración, toqué mi frente y encontré allí dos enormes protuberancias…
Me desperté totalmente transpirado y con la cama completamente deshecha. Estaba muy apesadumbrado. Me pasé esos pocos días paseando de día sin rumbo fijo para matar el tiempo, y por las noches lleno de temor al cerrar los ojos, de que volviera a repetirse la pesadilla de la primera noche.
Finalmente, mi amor por Janine y el deseo de volver a ver a mi hijito David, hicieron que me decidiera por volver a casa.
Janine me recibió con una sonrisa, como si nunca me hubiera ido. Sin saber ni mucho ni poco lo que nos depararía el futuro, me comencé a comportar como si dentro de mi esposa estuviera creciendo un hijo mío, en lugar del engendro negro de Modou Mousa. En las siguientes semanas, como un devoto marido, la acompañé a hacerse los análisis de rigor, que por supuesto, confirmaron su estado. No se volvió a tocar ni una sola vez más el tema del aborto. Unas cuantas semanas más pasaron, y las primeras ecografías nos dieron la gran sorpresa. Modou Mousa no había plantado en el útero fértil de mi mujer un enorme niño negro. Había plantado dos. Mi mujer estaba preñada de mellizos.
Cuando recibimos la noticia, mientras se hacía la ecografía, pareció que el mundo se me venía abajo. Ya tenía un complicadísimo panorama con un hijo negro. Qué haría con dos? Un terrible escalofrío me corrió por la espalda. Miré a Janine. Estaba absorta mirando el monitor del ecógrafo, y hubiera jurado que a pesar de su estupor, una leve sonrisa invadía sus labios. La técnica que atendía la ecografía, a pedido nuestro (en realidad a pedido de Janine, porque yo estaba imposibilitado de pronunciar palabra), nos dio una gran seguridad – que más tarde confirmarían otras ecografías – de que mi mujer estaba preñada de dos varones.
Cuando fuimos al obstetra con los resultados de la ecografía, entre indicaciones, apoyo vitamínico y minerales, nos dijo antes de irnos, que como el embarazo sería muy voluminoso y Janine era muy pequeña, el aconsejaba para el futuro cercano y hasta el parto, el uso de un corpiño armado, aún de noche, para evitar la deformación de los pechos que crecerían mucho, y de una faja para preñadas que también debía usar en forma permanente.
Salir del consultorio e ir a una corsetería para comprar tres o cuatro corpiños armados fue algo sin solución de continuidad. Inmediatamente después me arrastró a una casa de futuras mamás, donde consiguió también tres o cuatro fajas para preñadas, y además compró algunos vestidos. Las fajas para preñadas, que yo no conocía porque mi esposa no las había usado en su anterior embarazo, son como un pantaloncito corto muy ajustado al cuerpo, con una zona muy flexible del lado delantero para poder albergar el enorme vientre, y un soporte elástico que queda en la parte inferior del mismo para ayudar a sostenerlo.
Lleva un cierre lateral del lado derecho para poder sacarla, sobre todo cuando el embarazo está avanzado (se haría muy difícil de lo contrario quitarla debido a la gran barriga), y un cierre inferior que permite a la mujer orinar, o incluso mantener sexo sin necesidad de quitársela. Y aquí es en realidad donde comienza nuestra historia. Porque al llegar a casa, se quitó la ropa de calle que traía, y quedándose desnuda se colocó primero el corpiño armado, luego la faja, y finalmente uno de los vestidos para preñada que había comprado. Este vestido, así como todos los que había adquirido, que ví después, y los que obtendría más tarde, marcaban muy claramente su estado. En particular, éste era celeste, y tenía una cinta azul, que a modo de cinturón alto daba vuelta por debajo del busto, y remataba en un gran moño que quedaba bajo los pechos, y que terminaba cayendo sobre el vientre.
Como es por todos sabido, cuando una mujer queda preñada en forma irregular, sea porque no lo está de su marido, sino de otro, o porque es soltera y no tiene pareja, o porque ha sido violada o ha sido víctima de un incesto y ha quedado embarazada, trata de diferir en todo lo posible el momento en que ha de comunicar al mundo su estado. Así hay mujeres que se fajan ajustadamente los pechos y el vientre, para disimular durante el mayor tiempo posible, e incluso ha habido casos de mujeres que han dado a luz sin que nadie se hubiera percatado siquiera de que estaban encintas. Este extremo hubiera sido por supuesto imposible en el caso de Janine, debido al enorme tamaño que adquiriría su vientre, que hubiera hecho imposible ocultarlo más allá del cuarto mes; de todas maneras, mi esposa no se ajustó a estos patrones. Desde ese día comenzó a usar ropas de preñada, lo cual me obligó a adelantar la noticia a parientes y conocidos. Debí soportar con estoicismo las felicitaciones de todo el mundo, y en particular las de mi amigo Antonio, que me espetó cuando estábamos solos:
-Te felicito viejo. Sos un flor de macho. Qué pedazo de verga hay que tener para preñar de dos mellizos varones a una mujer!
El tema es, que a partir de ese día se produjo un extraño rito diario. Alrededor de las cuatro de la tarde, todos los días, aprovechando la siesta de nuestro hijo David, mi mujer se tomaba entre cuarenta y cinco minutos y una hora para observar los cambios en su cuerpo, en un gran espejo que tenemos en nuestro dormitorio. Así, se ponía adelante del mismo, primero de frente y luego de perfil, acariciándose los pechos primero y el vientre después, con enorme placer. Luego se cambiaba el vestido, colocándose otros, para ver cómo le quedaban a medida que su cuerpo se iba deformando. Finalmente se desnudaba – salvo durante el baño éste era el único momento en que lo hacía- y con un centímetro de costurera se medía el diámetro del busto y del vientre, medidas éstas que anotaba meticulosamente en un papel, que tenía una tablita donde día a día iba agregando renglones.
Esta tablita quedaba siempre convenientemente al alcance de mi mano, donde yo podía apreciar claramente (más claramente según el tiempo pasaba) el esmero de los hijos negros que Modou había plantado en las entrañas de mi mujer, por crecer, ocupar su vientre por completo y llegar a este mundo. Por último, todavía desnuda, se pasaba una crema especial por los pechos, y otra distinta por el vientre. Luego se vestía nuevamente. Todo esto lo hacía siempre con la puerta del dormitorio entornada para que yo pudiera verla desde la habitación contigua, una especie de cuarto-biblioteca que tenemos.
Había adquirido además en estos días –cosa muy inusual en ella- la costumbre de pintarse profusamente. Anteriormente jamás se pintaba cuando estaba en casa, apenas para salir, y sólo se arreglaba un poco más para ir a alguna fiesta. Ahora se pintaba tanto que había días en que parecía una verdadera ramera.
Todavía recuerdo el día que cambió todo. Cambió nuestra vida (ya bastante complicada por cierto), nuestra relación de pareja, y cada uno de nosotros mismos, de una manera compleja y brutal. Como todos los días hasta ese momento, se estaba mirando al espejo de frente y perfil, tocándose todo el cuerpo, probándose el quinto o sexto vestido del día, que aparentemente le gustaba más, puesto que le insinuaba más el prominente vientre, y yo como siempre, miraba a través de la puerta entornada, cuando de repente, clavó sus ojos en mí a través del espejo –habitualmente me ignoraba- , se volvió, abrió la puerta completamente, me tomó de ambas muñecas, puso una de mis manos sobre sus pechos ya bastante agrandados, y la otra sobre su vientre hinchado, y haciendo con esta última movimientos circulares muy lentos y amplios, me obligó a acariciárselo completamente mientras me decía:
-Mira cornudito mío, cómo está inflando ese bruto semental negro a tu linda mujercita.
No sé que hubieran hecho otros hombres en mi lugar. Muchos, tal vez la mayoría le hubieran dado una trompada, o como mínimo un cachetazo, y se hubieran ido de la casa. Algunos lo habrían hecho obviando el cachetazo o la trompada. Mi caso fue completamente distinto. Yo tuve una tremenda erección. Bueno, decir tremenda en mi caso es mucho exagerar, pero el tema es que hacía mucho que no me sentía tan excitado. Tomándola del brazo la arrojé, vestida como estaba sobre la cama –ella dejó hacer con una sonrisa en el rostro- le desabroché como pude el cierre inferior de la faja para preñadas, y la penetré.
Y fue en ese momento cuando recibí una nueva sorpresa. Yo no mantenía relaciones con Janine desde hacía más de tres meses (desde antes que pasara lo de Modou), pero como comenté en algún momento, si bien antes manteníamos sólo dos o tres relaciones al mes, eran bastante intensas, ya que si bien tengo un miembro mínimo, la vagina de Janine era muy estrecha y ambos solíamos gozar mucho. Los que hayan escrito libros de anatomía en los cuales dice que luego de una relación sexual, la vagina de una mujer vuelve a su estado anterior, no conocían el inmenso, el bestial miembro de Modou. Me había arruinado a mi mujer para siempre. Apenas podía ahora, esforzándome mucho, tocar al mismo tiempo todas las paredes de su interior con mi pene. A partir de ahora, Janine sólo gozaría con un Extra Large. Y yo era sólo un Infra Small.
-No pensarás que después de haber recibido ese monstruo negro voy a poder sentir algo con vos, no? –Me dijo con una sonrisa mientras yo bombeaba como podía.- No contesté.
Un par de minutos después, a pesar de todo, estaba eyaculando unas gotas de semen dentro de mi mujer. Me tendí al lado de ella mientras me calmaba, y ella aprovechó el momento para abrochar el cierre de su faja nuevamente.
-Por qué me llamaste cornudo? -le dije a quemarropa. Me miró como una madre mira a un niño pequeño cuando hace una travesura o dice una pavada.-Te acuerdas John –comenzó, mirándome fijamente- cuando yo todavía estaba estudiando sicología, y un día te conté sobre sádicos y masoquistas? Le contesté que no lo recordaba, pero que si ella lo decía, así debía ser. -Te recuerdo, – continuó- que un sádico es una persona que goza produciendo dolor al otro (muchas veces su pareja), y que un masoquista, es el que goza sufriendo, o sea, sintiendo dolor físico. Así que, por lo menos sexualmente hablando, las parejas compuestas por un sádico y un masoquista, son habitualmente un éxito.
-Sí. Lo sabía. -le dije.
-Y aquí es donde entra el cornudo. El cornudo, es un tipo especial de masoquista, aplicado habitualmente a los hombres, que no goza con dolor físico, sino con dolor moral. Le duele ver a su mujer con un hombre mucho más potente y dotado sexualmente que él, le duele mucho más verlos en la cama mientras el macho la taladra y llega a lugares del interior de su mujer donde él llegaría sólo con su imaginación, haciéndola gozar como una potra, y, como un extremo, le duele si queda preñada de él, porque le recordará la relación adúltera mientras viva. Y como le duele, y es en el fondo un masoquista, es que esto le produce un inmenso gozo. No sé si lo que te acabo de describir te resulta familiar…
-…-El día que conocí a Modou en African Food estuve a punto de mandarlo definitivamente de paseo cuando sólo habíamos intercambiado dos o tres frases, y de repente te veo torpemente escondido detrás de una columna. Qué hubiera hecho cualquier marido que se precie de tal? Se hubiera acercado, aclarando la situación y todo hubiera terminado ahí. Pero vos no. En el fondo querías que pasara algo, y por eso no interrumpiste la cosa. Y dejaste que me fuera a bailar con él, y que me manoseara. Y la verdad es que te gustó que pasara. Y cuando el animal de Modou me llevó a casa porque Laura me dejó en banda, no podía creer que siguieras escondiéndote para ver cómo seguía todo. Que te escondieras en casa porque estabas seguro que yo iba a entrar con el negro. Y sabés una cosa? Entré con él totalmente decidida. Estaba segura por supuesto, que si llegaba a penetrarme ese día, semejante bestia me preñaría, pero continuaba suponiendo que ibas a interrumpir la acción en algún momento. Pero no. Gozabas con todo lo que pasaba y por eso no querías aparecer. Y sabés otra cosa? Estaba decidida a quedar preñada del negro si no intervenías. Sabés por qué? Porque te quiero con toda el alma y quiero hacerte gozar en tu dolor. Sí. Adivinaste. Vos sos cornudo. Y yo soy sádica. Así que engañé a Modou todo el tiempo. No iba a decirle: – Dale, préñame, bruto semental negro, que es lo que quiero.- Por supuesto que no. Me hice la pobre mujercita casada que es seducida, destrozada y luego abandonada, con el vientre bien lleno de semen para que el marido mantenga al hijo de esa relación.
Si hasta rompí tu preservativo con mis uñas delante de sus mismas narices y no se dio cuenta! (Te confieso que igualmente iba a ser imposible ponérselo; he visto postes telefónicos más pequeños). Si detenías la acción, entonces era que no estabas dispuesto a llegar hasta este punto, y hoy yo estaría con el vientre plano, y no inflada como un sapo, tal cual me ves, preñada con lo que serán dos inmensos hijos negros. Pero no. Dejaste que me cogiera en todas las posiciones que quiso, y que finalmente me llenara con su fértil esperma de negro. Y sabés otra cosa más? Quería estar preñada. Me encanta estar preñada después de haber sido penetrada y destrozada por semejante semental, así como me va a encantar putear a Modou mientras reviento dando a luz a sus hijos! -Pero Janine!- protesté. – Si querías embarazarte, porqué no me pediste a mí que te preñara? Por qué no tuvimos otro hijo?
Me miró entonces con los ojos más dulces que jamás le hubiera visto y me dijo:
-Para empezar, te dije que me encantaba que ese animal me penetrara, destrozándome, y dejándome preñada. Te dije que quería parir a sus hijos mientras lo puteaba, no dije nada de cuidar niños. – Yo la miré con curiosidad. Para mí todas esas cosas venían juntas. De todas maneras yo veía que Janine estaba gozando, dando rienda suelta a su sadismo, guardado tal vez durante mucho tiempo.
-Te acordás John, que estuvimos cinco años haciendo tratamiento para que quedara embarazada? -Sí. Por supuesto que me acuerdo.-Te acordás que finalmente nos hicieron un estudio muy complicado?-Sí, claro. -Te acordás que fui yo a buscarlo un día después del trabajo? -No. De eso no me acuerdo.-Pues bien. Para resumirte, en el estudio decía que eras más estéril que una piedra. Que no podías preñarme a mí, ni a ninguna otra mujer de este planeta por más veces que lo intentaras.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
-Pero yo deseaba con locura un hijo. Y nada de inseminación artificial con semen de frasco. Eso es para el ganado. Te acordás que poco después tuve un congreso de sicología en una ciudad lejana (no me acuerdo cuál te dije), que duraría una semana? -Mmmme parece recordar…
-Te mentí. Esa misma noche fui a un bar de solos y solas, y ahí conocí a un tal Pedro, un tipo muy parecido a vos. Altura parecida, color de piel y ojos parecidos, complexión parecida…hasta era atractivo. Nos fuimos a un hotel y estuvimos cinco días sin salir. Por suerte para Pedro, su parecido con vos terminaba donde te dije. Ah no. Por supuesto no tenía un miembro descomunal como el de Modou. No. Tampoco era tu miniatura. Era un pene normal. Pero el tipo era absolutamente incansable. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que me cojía por día. Además era un maestro en la cama. Me hizo gozar como una loca en todas las posiciones, a pesar de que al principio yo no quería hacerlo. Fue imposible no alcanzar varios orgasmos en cada encuentro.
Para que te des una idea, empujaba hacia dentro de mi vagina con su miembro, el semen que había depositado allí unos pocos minutos antes, en la relación anterior y que había escapado hacia afuera. Tuve suerte. Era de esos tipos que no se ponen un preservativo aunque les paguen. Yo le dije, por supuesto que me cuidaba, y que no había problema. En algún momento quiso tener una relación anal y me negué. Claro, no quería desperdiciar esperma. Cuando nos despedimos me confesó con cierta culpa que tenía cinco hijos, y que su mujer estaba preñada del sexto, de siete meses y en cama, en reposo. No pudo soportarlo y salió a buscar una hembra…yo. No lo culpo. Un macho como él me demostró ser, no puede estar tanto tiempo sin una mujer. Nos despedimos y no volvimos a vernos nunca. Pero yo volví a casa con mi vagina terriblemente dolorida por el jaleo sufrido y con David en mis entrañas… Después vino la mentira de hacerte usar preservativo para que no me “embarazaras” de nuevo…
Muchas crónicas policiales han comenzado de este modo. El marido corneado se entera que su mujer está preñada de otro, y que para colmo, su hijito del alma, de dos años, no es suyo, sino que su mujer lo concibió revolcándose con otro tipo, y que él jamás tendrá hijos con nadie, ya que es totalmente estéril. Entonces, toma un arma de un cajón y le dispara cinco tiros a quemarropa a su mujer –la mayoría en el vientre-, y luego de matarla, se suicida. O tomando un largo cuchillo de cocina, atraviesa su vientre a puñaladas, como si quisiera eliminar primero el pecado que crece en su interior, antes de matarla a ella. O en países nórdicos, que son más fríos, y los hombres menos temperamentales y más flemáticos, tal vez un buen guantazo o un pañuelazo en la cara de la mujer, un lindo portazo al irse para siempre, y a la mañana siguiente la carta documento con el inicio de la demanda de divorcio por adulterio…
Nada de esto me pasó a mí. Tuve otra erección, lo cual en mi caso, dos con pocos minutos de diferencia es toda una noticia. Volví a tumbar a Janine en la cama, cosa que dejó hacer sin resistencia, le desabroché nuevamente la faja, volví a penetrarla, y un par de minutos después depositaba mis cuatro gotas de semen de rigor, en su interior. Sin lograr que ella gozara nada, por supuesto. Sin embargo, se la veía contentísima.
A partir de ese día nuestra relación cambió completamente. Cada uno de nosotros conoció completamente bien el rol que tenía en la pareja y nos adaptamos y amoldamos a la perfección. No exagero si digo que casi fue como nacer de nuevo. O por lo menos comenzar con una pareja totalmente nueva. Mi amor hacia Janine y David no sólo no disminuyó, sino que fue mucho más intenso desde entonces, porque sé que todo lo hecho fue por amor a mí. Como correspondía, a partir de ese día, ella llevó siempre la voz cantante, menoscabándome siempre que podía en mi hombría y comparándome sexualmente con Modou y a veces con los demás hombres, comparación en la que yo perdía siempre por varios cuerpos. Esto nos hacía gozar intensamente a ambos, y a veces terminaba en una relación sexual. Un momento habitualmente propicio para esto, era el del famoso rito. Esa práctica no sólo no desapareció, sino que yo comencé a participar activamente en ella, teniendo en cuenta por sus dichos, que yo era el principal responsable de su estado. Así, yo estuve a partir de ese día con ella frente al espejo, dándole mis pareceres sobre la ropa que se iba probando, los colores, los moños, todo.
-Mirá Janine, este vestidito te marca perfectamente bien tu vientre y tus pechos. Mirá que bien que te queda.- Y yo me adelantaba a alisarle una arruga formada sobre el bombo, que ya era prominente, o a sugerirle acortar más los breteles del corpiño, para que le levantara más el busto y resaltara más, o a usar tal o cual número de faja para preñadas, número que estaba aumentando cada vez con mayor rapidez, a medida que pasaban las semanas.
-Pronto no va a haber ropa que me entre, preñada como estoy de Modou. Mirá. Ya casi no me entra esta faja, y eso que la compré hace dos semanas. Y el vestido? Mirá como me hace una campana adelante! Ya no hay tela que alcance! Cuando ví semejante poronga negra y esos tremendos testículos debí imaginar que iba a terminar en este estado…- Y se acariciaba muy despacio el vientre y los pechos, mientras a mí se me producía una erección. Entonces la tiraba en la cama y la penetraba. Al terminar la desnudaba. Me costaba cada vez más trabajo quitarle la faja. Hubiera sido imposible sin el cierre lateral, pero aún así era difícil.
-Qué te parece eh? – Me decía entonces. – Mirá que barriga le enchufaron a tu esposa del alma! Casi no me podés desnudar eh? Cornudito impotente! Entonces, yo tomaba el centímetro, y le medía el busto, el vientre y lo anotaba en la tablita. Los números crecían día a día, y cada vez más rápido.
-Pronto me vas a tener que medir con esas cintas que se usan en la construcción, porque este centímetro se acaba! Ya no da para mucho más!- Entonces comenzaba a ponerle la crema, primero en los pechos, lentamente, y luego en el vientre, con movimientos circulares, cosa que llevaba más tiempo y crema cada día.
-John, la próxima vez que compres la crema del vientre traé la que viene en tarros de cinco kilos! Después, muy lentamente, la empezaba a vestir de nuevo. -Pensar que debajo de esta piel tan blanca – me decía señalando su vientre mientras yo le ponía el corpiño- hay dos monstruos tan negros y tan machos como su padre. Casi puedo verlos, retozando por ahí, embarazando mujeres casadas.
Eran habituales nuestros paseos a pié por el barrio. Hacíamos unas cuantas cuadras hasta el parque, y después volvíamos. Al principio íbamos tomados de la mano, como dos adolescentes. Más adelante, a partir del sexto mes, empecé a llevarla de la cintura –o de lo que de ella quedaba- porque comenzó a caminar llevando las dos manos cruzadas bajo el vientre, para poder sostenerlo mejor, a pesar de la faja, que por supuesto llevaba.En algunas ocasiones, escuchaba sin querer los comentarios que algunos vecinos hacían cuando pasábamos. Por ejemplo, una vez que luego de uno de nuestros habituales paseos volvíamos a casa, pasamos por delante de unas vecinitas de unos trece o catorce años que jugaban en la vereda.
-Qué pedazo de pija debe tener ese tipo! Mirá como dejó a su mujer! – Dijo una a la otra, casi en un susurro, asombradísima, mirando el vientre de Janine. -Te estás haciendo famoso en el barrio gracias a Modou. – Me dijo mi mujer en el oído. No bien llegamos, tuvimos sexo.
A partir del séptimo mes, comenzó a hacerse ropa a medida con una costurera. Decía que no había vestido en casas de futura mamá que le quedara bien. Debo coincidir con ella. Su vientre albergando las dos bestias negras de Modou, ya no entraba en vestidos para preñadas convencionales. A partir de ese mes, comencé a tener otros problemas. Su vientre era tan grande, que cuando íbamos a tener relaciones, que siempre eran de frente, porque era la única forma en que por la posición yo podía tocar simultáneamente todas las paredes de su vagina, casi no lograba llegar a ella debido al pequeño tamaño de mi miembro y a la distancia a la que debía mantener mi cuerpo del de ella.
-Los hijos de Modou no quieren que me penetres más. – Me decía. – Ya están grandes y me parece que están extrañando a su padre. Y yo también lo extraño. O por lo menos extraño una parte de él. Dijo socarronamente-. Vamos a tener que buscarte algo nuevo a vos John. Así no podemos seguir. –Me dijo.
Un par de días después, me llamó a nuestro dormitorio. Estaba totalmente desnuda, cosa que me extrañó mucho, porque desnudarla era mi tarea. Ahora que la veía parada y de lejos, sin nada de ropa, aún yo, que estaba acostumbrado a verla diariamente, me sorprendí. Sus pechos eran enormes, duros y erguidos, seguramente ya llenos de leche. Había crecido tanto la talla de los corpiños durante el embarazo que había perdido la cuenta. Sin embargo, sus senos eran dos pequeñas protuberancias al lado del inmenso vientre, que tenía apoyado en un banquito para no caer hacia adelante. Parecía que iba a reventar en cualquier momento.
-John, te tengo dos regalos.- Me dijo.- Como ya sabemos los dos, mi vagina ya no es para vos. Te queda más que grande, y la voy a dejar para verdaderos machos, que me hagan gozar y que me preñen si yo lo deseo. Además, vos casi tampoco podés gozar con ella. Así que te regalo mi otra entrada, –dijo, con un ademán por demás expresivo- que va a ser exclusividad tuya. – Hacía años había tratado de convencerla de eso y nunca había querido, así que fue un momento de gran felicidad para mí.- Ese regalo lo vas a poder tomar en seguida. – Lo dijo, acostándose de costado en la cama (no había otra posición posible debido al enorme vientre). Debo decir que por primera vez en mi vida, el tamaño de mi miembro fue una ventaja para mí. Dicen que las primeras relaciones anales son duras y difíciles, y que cuesta gozar con ellas. No fue este el caso. Ambos logramos alcanzar un orgasmo en la primera. Estábamos contentísimos.
-El segundo regalo – dijo uno minutos después, cuando terminamos-, es que he decidido buscar a Modou, porque como te dije, los tres necesitamos al padre. Y el regalo es que cuando él me penetre, vas a poder estar al lado mirando. Tal vez hasta me anime a una doble penetración así evitás tener que estar masturbándote. Qué opinás? -Pero Janine! Mirá el estado en que estás! Vos crees que te va a entrar ahora toda la poronga de ese tipo? No tenés lugar adentro para ella! Te va a reventar! -Vos dejame hacer a mí.- Dijo muy segura de sí.- Mañana vamos a African Food. Voy a dejar a David con mis padres.
Al día siguiente, por primera vez en mucho tiempo, se vistió ella sola sin que yo estuviera presente, y después me llamó. Casi me caigo de la impresión. Se había puesto uno de los vestidos hechos a medida. Era totalmente blanco, con excepción de un pequeño lazo celeste bajo el busto que terminaba cayendo sobre el vientre, pero lo que más impactaba era, que cerca de la parte delantera del vientre, lo remataban dos enormes moños negros, uno de cada lado, que cubrían buena parte del extremo de su bombo gigante. Además se había pintado con un gran esmero. Había muchísimo rímel alrededor de sus ojos. Si no hubiera sido por su estado, cualquiera hubiera supuesto que se dedicaba a vender sus encantos en hoteles baratos.
-Queda claro lo que representan los moños, verdad?- Me preguntó.-Para mí está bien claro.-Por ahora es nuestro secreto. Pronto lo compartiremos con Modou.
Nos dirigimos en el auto a African Food. Una vez llegados, una sola mirada bastó para encontrar a Modou. El increíble tamaño de esa bestia hacía difícil que pasara desapercibido. Estaba en un descanso musical y se encontraba en el bar, conversando muy íntimamente con una esbelta y escultural rubia. Modou le decía cosas al oído y la rubia sonreía. No me quedaron dudas sobre las intenciones del negro cuando vi brillar un anillo de casada en el dedo anular de la mujer. Mi esposa se acercó decididamente a ambos – yo iba un poco rezagado – y le dijo:
-Modou!
El negro y la rubia se separaron, y mi mujer aprovechó para meter su gran vientre entre ellos. Los dos la miraron sorprendidos.
-Mirá, – dijo mi mujer dirigiéndose a la rubia y acariciándose el bombo – si yo no le hubiera dado hace unos meses bola a este tipo, hoy tendría el vientre chato, y no estaría convertida en la ballena varada que ves.
La mujer se puso coloradísima, y sin decir una palabra, se alejó del lugar. Modou miró a Janine con el ceño fruncido. Evidentemente no se acordaba de ella.
-Yo vendría a ser tu número diecisiete, pero en realidad soy tu número diecisiete y dieciocho, pues me has preñado de mellizos, y este de aquí, es mi marido.- Corrió su imponente cuerpo que estaba entre el negro y yo, y por primera vez Modou reparó en mí. De repente, dio un salto hacia atrás, pues pensó que yo venía a pedirle rendición de cuentas, y esperó que yo sacara un revólver o un cuchillo con qué atacarlo.
-Quedate tranquilo. Mi marido es un reverendo cornudo, y ha gozado con este embarazo mucho más que yo, que soy la que hace meses vengo arrastrando este vientre, y también muchísimo más que lo que gozaste vos el día que te encargaste de hacérmelo crecer. No te va a hacer ningún daño. Sólo queremos recordar viejos tiempos, en particular el día que me llenaste las entrañas, pero esta vez mi marido quiere participar. Qué te parece?
Cinco minutos después estábamos en el auto, volviendo a casa. Llegamos poco después, y diez minutos más tarde estábamos en el dormitorio. Janine se sentó dificultosamente en la cama, le abrió la bragueta a Modou, y sacó el espectacular pedazo de carne morena. Al comenzar a acariciarlo, el sable se puso erecto y comenzó a extenderse. Mi mujer se lo puso en la boca y comenzó una fellatio. El increíble miembro no paraba de crecer; no sólo apenas le entraba la punta a Janine, sino que ella debía hacer un enorme esfuerzo separando sus mandíbulas, para que semejante grosor pasara por su boca. En ese momento ya tenía el largo del antebrazo de mi esposa.
En un determinado momento, se lo quitó de la boca, y tomando del cajón una botellita de vaselina, comenzó a untarlo, desde la punta hasta la raíz, cosa que le llevó un rato, a juzgar por el tamaño del miembro.
-Esta vez quiero gozar. No que me destroces. -Vos, cornudito – dijo dirigiéndose a mí. Montame por atrás.
Así, se acostó de costado en la cama, como hubiéramos hecho el día anterior, y yo, que con toda esta preparación ya estaba excitado, la penetré. Luego nos fuimos moviendo con gran dificultad debido a su gravidez, hasta que yo quedé abajo y ella arriba, penetrada por mí por detrás, y con su vagina expuesta al negro, que tenía su miembro enorme y brillante debido a la vaselina que Janine le había puesto. Debo decir que viendo semejante herramienta, jamás hubiera creído posible que esa bestia hubiera podido poseer a mi esposa, si no fuera porque los resultados saltaban bien a la vista, y tenían bien deformada a mi mujer. El negro apuntó su sable a la vagina de Janine (yo ya no veía pues ella me tapaba la visión), y en un determinado momento se escuchó:
-Aaahhhhggggg!- gritó mi esposa como en un desmayo.
El negro comenzó su lenta pero imparable entrada al cuerpo de mi mujer.
-Ooohhh! – Modou avanzaba inexorablemente.
Yo no veía nada, pero empecé a sentir al monstruo con mi propio pene. A medida que entraba, hacía más presión sobre mi miembro, ya que llenaba el poco espacio disponible que quedaba todavía dentro de mi esposa. Finalmente la presión fue tan grande, que me expulsó del ano de mi mujer. Quedé entonces a un costado, una vez que pude salirme de debajo de ella, y observé, ya desde afuera, toda la operación. El negro se la había metido ya completa, y estaba bombeando cada vez más rápido. La piel del vientre de Janine brillaba muchísimo, estaba estiradísima, parecía un globo a punto de estallar. Los testículos del negro eran dos inmensas bolas de billar que golpeaban en cada embestida contra los muslos de mi mujer.
-Dale! Mostrale al cornudo impotente de mi maridito como se hace para preñar a una mujer. Como se la deja convertida en una vaca bien preñada. Claro, a él no hay mucho que le cuelgue entre las piernas como para que pueda aprender demasiado!. – Y mientras el negro se la follaba salvajemente, ella tomó mi mano, y comenzó a pasarla por su vientre, obligándome a acariciarlo. – Mirá como crecen los machos que me plantó Modou en las entrañas! Aprendé, cornudo, porque vos también sos responsable de que esté así!
A medida que aumentaba la frecuencia de bombeo, tanto más se iban excitando ambos. Gracias a la vaselina, mi esposa estaba gozando de lo lindo, y no sufría tantos dolores como la primera vez. Es cierto también que la primera vez el negro la había desflorado (yo como antecedente sexual de Janine, obviamente no cuento), y al haberla ya adaptado a su tamaño, aunque fuera parcialmente, la cosa para mi esposa era ahora más gozo que sufrimiento.
-Dale caballo! Dale! Seguí inflando a tu yegua! Préñame tanto que no pueda caminar más hasta parir a tus hijos! Que se encargue mi maridito cornudo de llevarme de un lado al otro! Si no sirve para otra cosa! Preparate, cornudo para ayudarme a llevar el vientre que me está haciendo Modou!
Finalmente, el negro alcanzó su orgasmo y empezó a eyacular en el interior de mi esposa. Janine alcanzó el suyo durante las primeras descargas del negro.
-Cuando dé a luz a tus hijos quiero que me preñes de nuevo, y que me pongas más gorda todavía!! Mostrale a mi maridito lo que es un verdadero macho!! Manteneme siempre bien gruesa, que el cornudo se olvide por completo de la época en que tenía una mujercita con cinturita de avispa y un busto de Barbie! Quiero tener siempre un vientre y unos pechos de mujer llena de su hombre, de su semental!
Esta y otras cosas dijo Janine durante su clímax, hasta que se fue calmando. Modou comenzó a retirar su portento de la vagina de mi esposa, cosa que fue mucho más rápida que cuando la preñó debido a la intensa lubricación. Finalmente, pocos minutos después, los tres estábamos de espaldas en la cama (yo con un muy pequeño lugar a decir verdad).
-Modou, quiero que reconozcas a estos niños que voy a parir como tus hijos. Yo no quiero criar más niños. Sólo me gusta estar embarazada. Podés mandarlos a Nigeria con algún pariente tuyo…- El negro tuvo un momento de duda, y poco después sonrió con la expresión maliciosa que todos le conocíamos- Está bien – dijo con su vozarrón.- Yo me encargo.
No quise pensar demasiado dónde iban a terminar esos niños a cargo de algún “pariente” de Modou, pero me dio la sensación de que se le acababa de ocurrir un magnífico negocio, y que a partir de ese momento iba a multiplicar sus esfuerzos por preñar mujeres blancas para hacerse luego cargo del “producto” engendrado. Lo que me quedó también claro, es que yo debía convencer a nuestros padres, parientes y amigos, que los niños habían nacido muertos debido a algún problema en el parto.
Elegí una clínica alejada de nuestra ciudad para que Janine diera a luz los hijos de Modou, y que no hubiera ningún conocido cerca durante los nacimientos. Puse como excusa algún problema burocrático con la obra social que me impedía buscar una más adecuada.El último mes fue bastante complicado. Janine prácticamente no podía moverse. Debía permanecer largas horas del día tendida de espaldas en la cama. Sus movimientos eran lentos, y sólo dentro de casa y para comer o ir al baño. Yo, como marido devoto, continuaba pasándole las cremas en pechos y vientre. Era un gran trabajo poder sacarle la faja para preñadas para desnudarla. Y muchísimo más difícil era volver a ponérsela. Era casi imposible aparear los dos lados del cierre lateral debido, sencillamente, a que mi mujer ya no entraba allí dentro. Las últimas dos semanas, se interrumpió también el rito del espejo, no tanto porque ya casi no pudiera pararse, sino porque ya no había vestido que le entrara.
-Esto es increíble – me decía- Jamás en mi vida pensé que podía ocupar tanto lugar. Estoy hecha un enorme globo.- Y se acariciaba el vientre hasta donde podía hacerlo. – Este negro hijo de puta de Modou Moussa es un semental incomparable.
Cuando comenzaron los primeros dolores, corrimos a la clínica. Es notable la sensación de respeto por el marido que causa en los demás el tamaño del vientre de la esposa a punto de dar a luz. O por lo menos, así me pareció a mí. Las enfermeras se desvivían por atenderme. Cuando la llevaron a la sala de partos le dí un gran beso y le deseé mucha suerte. A pesar de la doble puerta, se escucharon durante todo el tiempo las puteadas de mi esposa contra Modou, y muy excepcionalmente, contra mí.
-Modou!!Reverendo hijo de puta!! Mirá las bolas de carne negra que tengo adentro por culpa de tu pija!! Me están destrozando al salir!! Ya no puedo más!! John, tarado y cornudo!!! Porqué dejaste que el negro me hiciera esto?
Luego del parto, claramente marcado por el fuerte llanto de los hijos de Modou, uno primero y el otro minutos después, salieron dos enfermeras para comunicarme que mi esposa “y sus hijos, señor”, se encuentran bien. Las dos se daban miradas de complicidad, y no podían evitar la risa. Marcaron muy despacio las palabras “sus hijos”.
Cuando finalmente vi nuevamente a Janine, ya desembarazada de su impresionante carga, me recibió con una sonrisa. -Cornudito, no te preocupes, pronto estaré preñada de nuevo.- Es todo lo que me dijo. Luego le dieron, uno tras otro a los niños para que los amamantara. Creo que eran más negros que el padre, y para mí, indistinguibles. Cuando le preguntaron a Janine por el nombre de los dos, dijo que “eso lo iba a decidir el padre cuando los viera”. Estando yo presente, la situación fue comiquísima para las enfermeras, que se retiraron antes que su risa estallara en la habitación. Desde dentro yo las escuchaba reírse en el pasillo.
-Es la primera vez que veo esto en todos mis años aquí! – decía una – Ese tipo es un estúpido.-No. Es un recontra cornudo.- terciaba la otra.
Así estuvieron, varios minutos a los gritos, sin decidirse en que categoría yo entraba, hasta que de repente, apareció Modou con un ramo de flores, y ambas se callaron. Durante el tiempo que estuvo presente, se desvivieron por atenderlo a él, como lo habían hecho conmigo antes del parto. A mí me ignoraron por completo. Modou le dio un beso en la boca a mi mujer, y la felicitó calurosamente, y luego de estar un rato dijo que iba a iniciar los trámites para reconocerlos. Dos o tres días después, cuando nos íbamos de la clínica, vino con una inmensa mujer negra, de unos treinta años que nos presentó como su hermana, y habiendo ya reconocido a sus hijos, mi mujer aceptó la entrega legal, que fue hecha sin ningún problema. Fue tan aceitado todo el trámite, que me hace pensar que no debe ser tan extraña su ocurrencia, a pesar de lo dicho por las enfermeras. Por lo visto el mundo está lleno de cornudos felices.
Han pasado ya seis meses del nacimiento de los hijos de Modou y mi esposa. Janine ya se ha recuperado de su embarazo y parto. A pesar de que el médico la ha dicho que conviene esperar por lo menos un año a un año y medio para tener otro, mi mujer no ve el momento de estar nuevamente preñada. Yo tampoco. Añoramos su enorme vientre, el rito frente al espejo, las caminatas al parque bajo la inquisitiva mirada de los vecinos, las experiencias nuevas día a día mientras su cuerpo se deforma, los nuevos vestidos para futura mamá y los que ya no le entran. Los grandes corpiños armados y las fajas para preñadas. Los enormes moños. En fin, todo. Esta noche tenemos un invitado a cenar. Bueno, no sólo a cenar. Modou no se conforma solamente con una buena comida. A él le gusta sobre todo el postre. Y como Janine está en este momento ovulando, es el budincito que hacía falta.
- Mirame cómo estoy ahora – me decía por la tarde mientras estaba en ropa interior; un hermoso conjunto blanco de encaje que se compró especialmente para la ocasión. – porque dentro de un par de meses, de esta cinturita y este busto te vas a acordar sólo por fotos. Esta noche el negro Modou Mousa me va a estrenar este conjuntito, y mañana ya estaré engordando, bien preñadita, como corresponde.
Yo, no veo la hora de que se consume el acto, de que el fértil y espeso semen del negro se encuentre en el interior de mi mujer, preñándola, deformándola, convirtiéndola en una vaca, una yegua, una ballena, o lo que ella quiera ser. Y yo, soy el hombre más feliz del mundo. Porque sé que todo lo que sucede, es por amor a mí.
Yo estaba en extremo preocupado, debo confesarlo, por el terrible hecho de que mi mujer no sólo estaba preñada de otro hombre, sino que éste era enorme y negro como el carbón. Ni que hablar que todos los conocidos, amigos y parientes darían inmediata cuenta del desliz de Janine. Y los desconocidos se reirían a carcajadas de mí, a mis espaldas, al vernos, tan blancos, llevando un niño negrísimo como la noche por hijo. Entonces, esperé el momento adecuado, a que estuviéramos solos y más tranquilos en casa, y un viernes por la noche, como quien no quiere la cosa le dije de repente:
-¿Cuándo lo hacemos? -¿Cuándo hacemos qué cosa? – Me respondió de inmediato sabiendo perfectamente de qué le estaba hablando.-Qué va a ser Janine…el aborto.-No me voy a hacer ningún aborto.-¡Pero Janine! – Dije exasperado. – Estás loca? Cómo le vamos a explicar a tus padres, a mis padres, a nuestros amigos, que hemos tenido un hijo negro!?-Mirá, yo no sé qué les vas a decir vos, pero razones morales y religiosas me impiden abortar.-Pero Janine! Por qué no te vas un poco a la mierda?
Completamente enajenado tomé un poco de ropa, de dinero, lo tiré dentro de un bolso y me fui de casa. Tenía tal furia que casi no recuerdo cómo llegué a la calle. Razones morales y religiosas! Janine no había vuelto a pisar una iglesia desde nuestro casamiento. Y en cuanto a lo moral: Cómo puede hablar de moral una mujer que se lleva al hogar a un inmenso negro que acaba de conocer esa misma noche, portando una verga del largo de su antebrazo, que se deja coger en todas las posiciones posibles en su misma cama matrimonial, y que se queda bien preñada de él además de terminar con la vagina totalmente destrozada? Totalmente ido, alquilé una habitación en un hotel barato. No quería ir a casa de mis padres para no tener que darles explicaciones. Esa noche tuve una pesadilla, que con ligeras variantes se repitió dos noches después.
Janine y Modou, estaban teniendo sexo de parados, en nuestra habitación. Janine estaba subida a una tarima de madera que permitía compensar las diferencias de altura. Estaba apoyada sobre el respaldo de nuestra cama, ligeramente inclinada hacia delante, mientras el negro tenía todo su inmenso instrumento sepultado en su vagina, que estaba terriblemente dilatada debido al tremendo grosor del miembro que se estaba comiendo. Era abismal el contraste entre la piel blanca de mi mujer y la negrura total de Modou.
El negro entraba y sacaba violentamente su enorme tronco gruñendo de satisfacción haciendo chocar sus inmensos testículos contra los muslos de Janine, y mi mujer jadeaba, no de dolor como cuando quedó preñada, sino que ambos parecían muy cerca de alcanzar un orgasmo. Cada vez que el negro avanzaba, Janine quedaba en puntas de pié, como para soportar mejor la embestida. Ambos estaban totalmente desnudos, a excepción de un corpiño negro de aros, que Janine tenía puesto. Mientras Modou la ensartaba, le acariciaba con sus manazas todo su cuerpo, y a veces en medio del éxtasis se daban la mano donde brillaba nuestro anillo de casamiento, y Janine meneaba sus caderas insertándose más en su verga.
De repente el negro gruñó con un vozarrón terrible, alcanzando finalmente su orgasmo, y comenzó a eyacular dentro del útero receptivo de mi mujer. Y aquí comenzó lo extraño. Con cada descarga del fértil semen del negro, se comenzó a modificar el cuerpo de Janine. Primero comenzaron a crecer los pechos, que empezaron a sobresalir al principio del ajustado corpiño, hasta que una de las tazas fue impotente para sostenerlo, y, rompiéndose el bretel debido al gran aumento de peso y tamaño, cayó dejando el duro pecho, erguido y lleno de leche, a la vista. La otra taza tuvo más suerte, saliendo el pecho por arriba, y quedando el corpiño reducido a una especie de cinturón, que separaba el ya gran busto de futura madre, del vientre preñado. Éste crecía con cada descarga del negro a ritmo vertiginoso, poniéndose primero brillante la piel, y luego saliéndose el ombligo hacia fuera. En el ínterin, Janine había alcanzado su orgasmo y gritaba a viva voz obscenidades a Modou.
-Mira como me estás dejando con tu enorme pija!– le decía. – Eres un toro y me has dejado hecha una vaca preñada! Ya quisiera mi marido con su pequeño pilín haberme puesto así!
El tamaño del vientre era tan imponente, y su peso tan grande, que tuvo que cruzar sus manos por debajo de su enorme barriga para mantener la posición. Finalmente, en las últimas descargas, Modou debió ayudarla, con sus manazas, a sostenerlo, pues ya no podía mantenerse en pie. Cuando el negro terminó de llenar a mi mujer con su blanco y fértil esperma, y con su hijo, que estaba reventando a Janine con su tamaño, comenzó a retirar su poste, cosa que le llevó cerca de un minuto. Era increíble poder pensar que ese enorme monstruo hubiera podido caber dentro de mi mujer. Al quitarlo completamente, un grueso río de espeso semen salió de su vulva.
En cuanto Modou se separó de Janine, ésta, aún jadeando y ya sin soporte, cayó sobre la cama de espaldas con el vientre apuntando al techo y las piernas abiertas, lo que me permitió ver su vagina, enormemente dilatada y enrojecida por el aparato que había soportado. En el fondo del gran agujero, algo negro hizo su aparición. Era el engendro de Modou, que pugnaba por salir del cuerpo de mi mujer. De repente, los jadeos de placer de Janine, se transformaron en gritos de dolor, gemidos desgarradores de parturienta, mientras con ambas manos intentaba, como para reducir el dolor, acariciarse el extremo del vientre, sin conseguirlo, debido a su descomunal tamaño.
-Modou, hijo de puta! ¿Qué me has hecho? ¿Cómo me has deformado así? -Y vos, John, reverendo pelotudo! ¿Cómo dejaste que me hiciera esto?
Poco a poco, en medio de los aullidos e insultos que dirigía a Modou y a mí, su vagina fue aumentando de tamaño, dilatándose paulatinamente, pudiéndose poco a poco ver cada vez un poco más la negra cabeza del monstruo, hasta que de repente, la cabeza y el cuello salieron al exterior, quedando retenido el cuerpo dentro de mi mujer, que continuaba gritando.
Entonces, luego de unos pocos segundos que parecieron horas, el hijo de Modou abrió sus ojos, aún con su cuerpo ensartado en Janine y me miró a mí, que estaba justo en frente suyo, y me sonrió burlonamente. Sonrió con la misma sonrisa maliciosa que ya le conocía a su padre. – Aquí estoy – parecía decir – ocupando y deformando completamente el cuerpo de tu linda esposa.Aquí se interrumpe la pesadilla, como pasa muchas veces con estos sueños violentos, pero no desperté, sino que continuó, pareciendo una de esas películas a las que les falta una escena en el medio.
Lo que sigue continuaba poco después de lo anterior: Janine se encontraba boca arriba en el medio de nuestra cama matrimonial, aún con el corpiño negro a modo de cinturón, y con el negrísimo hijo de Modou ya parido a su derecha, que prendido a su grande y blanquísimo pecho, mamaba con avidez. El contraste de color era increíble.
Del lado izquierdo, tendido de costado mirando hacia ella, se encontraba el mismísimo Modou, que emulando a su vástago, tenía en su boca la otra teta de mi mujer, y chupaba de ella con total descaro. Padre e hijo tenían atravesado el mentón por blancos hilos de la leche de mi esposa que se podían ver perfectamente contra la oscura piel de fondo.
Mi mujer, extasiada de placer por el doble amamantamiento, movía sensualmente sus caderas contra la cama, y acariciaba con su mano izquierda, donde se veía claramente nuestro anillo matrimonial en el dedo anular, el enorme falo del negro, que totalmente desplegado debido a la excitación producida, había adquirido proporciones prodigiosas.
Curiosamente, el vientre de mi mujer continuaba como antes del parto, completamente hinchado y deforme, aunque su vagina se encontraba ahora más cerrada. Como a veces pasa en los sueños, algo o alguien me hizo saber, sin que yo preguntara y sin que se me contestara realmente, que Modou era tan potente, viril y fecundo, que las mujeres que se acostaban con él, quedaban preñadas, y continuaban estándolo aún cuando hubieran dado a luz a sus vástagos.
Parados a ambos lados de la cama y por detrás de la cabecera, una gran cantidad de personas conocidas por mí observaban embelesados la escena anterior, con los ojos puestos en el cuerpo de mi mujer. Entre ellos estaban mis padres y mis suegros, mi hermano José con toda su familia, mi amigo Antonio y su novia, Laura y dos o tres amigas más de Janine, y hasta el abuelo Enrique y la abuela Estela, que murieron hace ya más de diez años.
Hasta ese momento, yo había estado como ausente en el sueño. Como cuando uno sueña cosas que les pasan a otros, pero en realidad no aparece nunca en su propio sueño. Sin embargo, en cierto momento, todas estas personas levantaron al unísono la vista que tenían clavada en mi mujer, y la pusieron en mí, que observaba todo como desde afuera, cambiando la expresión de ligeramente risueña, a dura e inquisitiva. Después, todos levantaron el brazo derecho y extendiendo el índice, lo apuntaron hacia mí. Al saberme descubierto, comencé a transpirar y a dar algunos pasos hacia atrás. Entonces, primero uno, después otro, más tarde varios y finalmente todos los presentes, estallaron en una sonora y estruendosa carcajada…
En ese mismísimo momento, al pasarme la mano por la cara para enjugarme la transpiración, toqué mi frente y encontré allí dos enormes protuberancias…
Me desperté totalmente transpirado y con la cama completamente deshecha. Estaba muy apesadumbrado. Me pasé esos pocos días paseando de día sin rumbo fijo para matar el tiempo, y por las noches lleno de temor al cerrar los ojos, de que volviera a repetirse la pesadilla de la primera noche.
Finalmente, mi amor por Janine y el deseo de volver a ver a mi hijito David, hicieron que me decidiera por volver a casa.
Janine me recibió con una sonrisa, como si nunca me hubiera ido. Sin saber ni mucho ni poco lo que nos depararía el futuro, me comencé a comportar como si dentro de mi esposa estuviera creciendo un hijo mío, en lugar del engendro negro de Modou Mousa. En las siguientes semanas, como un devoto marido, la acompañé a hacerse los análisis de rigor, que por supuesto, confirmaron su estado. No se volvió a tocar ni una sola vez más el tema del aborto. Unas cuantas semanas más pasaron, y las primeras ecografías nos dieron la gran sorpresa. Modou Mousa no había plantado en el útero fértil de mi mujer un enorme niño negro. Había plantado dos. Mi mujer estaba preñada de mellizos.
Cuando recibimos la noticia, mientras se hacía la ecografía, pareció que el mundo se me venía abajo. Ya tenía un complicadísimo panorama con un hijo negro. Qué haría con dos? Un terrible escalofrío me corrió por la espalda. Miré a Janine. Estaba absorta mirando el monitor del ecógrafo, y hubiera jurado que a pesar de su estupor, una leve sonrisa invadía sus labios. La técnica que atendía la ecografía, a pedido nuestro (en realidad a pedido de Janine, porque yo estaba imposibilitado de pronunciar palabra), nos dio una gran seguridad – que más tarde confirmarían otras ecografías – de que mi mujer estaba preñada de dos varones.
Cuando fuimos al obstetra con los resultados de la ecografía, entre indicaciones, apoyo vitamínico y minerales, nos dijo antes de irnos, que como el embarazo sería muy voluminoso y Janine era muy pequeña, el aconsejaba para el futuro cercano y hasta el parto, el uso de un corpiño armado, aún de noche, para evitar la deformación de los pechos que crecerían mucho, y de una faja para preñadas que también debía usar en forma permanente.
Salir del consultorio e ir a una corsetería para comprar tres o cuatro corpiños armados fue algo sin solución de continuidad. Inmediatamente después me arrastró a una casa de futuras mamás, donde consiguió también tres o cuatro fajas para preñadas, y además compró algunos vestidos. Las fajas para preñadas, que yo no conocía porque mi esposa no las había usado en su anterior embarazo, son como un pantaloncito corto muy ajustado al cuerpo, con una zona muy flexible del lado delantero para poder albergar el enorme vientre, y un soporte elástico que queda en la parte inferior del mismo para ayudar a sostenerlo.
Lleva un cierre lateral del lado derecho para poder sacarla, sobre todo cuando el embarazo está avanzado (se haría muy difícil de lo contrario quitarla debido a la gran barriga), y un cierre inferior que permite a la mujer orinar, o incluso mantener sexo sin necesidad de quitársela. Y aquí es en realidad donde comienza nuestra historia. Porque al llegar a casa, se quitó la ropa de calle que traía, y quedándose desnuda se colocó primero el corpiño armado, luego la faja, y finalmente uno de los vestidos para preñada que había comprado. Este vestido, así como todos los que había adquirido, que ví después, y los que obtendría más tarde, marcaban muy claramente su estado. En particular, éste era celeste, y tenía una cinta azul, que a modo de cinturón alto daba vuelta por debajo del busto, y remataba en un gran moño que quedaba bajo los pechos, y que terminaba cayendo sobre el vientre.
Como es por todos sabido, cuando una mujer queda preñada en forma irregular, sea porque no lo está de su marido, sino de otro, o porque es soltera y no tiene pareja, o porque ha sido violada o ha sido víctima de un incesto y ha quedado embarazada, trata de diferir en todo lo posible el momento en que ha de comunicar al mundo su estado. Así hay mujeres que se fajan ajustadamente los pechos y el vientre, para disimular durante el mayor tiempo posible, e incluso ha habido casos de mujeres que han dado a luz sin que nadie se hubiera percatado siquiera de que estaban encintas. Este extremo hubiera sido por supuesto imposible en el caso de Janine, debido al enorme tamaño que adquiriría su vientre, que hubiera hecho imposible ocultarlo más allá del cuarto mes; de todas maneras, mi esposa no se ajustó a estos patrones. Desde ese día comenzó a usar ropas de preñada, lo cual me obligó a adelantar la noticia a parientes y conocidos. Debí soportar con estoicismo las felicitaciones de todo el mundo, y en particular las de mi amigo Antonio, que me espetó cuando estábamos solos:
-Te felicito viejo. Sos un flor de macho. Qué pedazo de verga hay que tener para preñar de dos mellizos varones a una mujer!
El tema es, que a partir de ese día se produjo un extraño rito diario. Alrededor de las cuatro de la tarde, todos los días, aprovechando la siesta de nuestro hijo David, mi mujer se tomaba entre cuarenta y cinco minutos y una hora para observar los cambios en su cuerpo, en un gran espejo que tenemos en nuestro dormitorio. Así, se ponía adelante del mismo, primero de frente y luego de perfil, acariciándose los pechos primero y el vientre después, con enorme placer. Luego se cambiaba el vestido, colocándose otros, para ver cómo le quedaban a medida que su cuerpo se iba deformando. Finalmente se desnudaba – salvo durante el baño éste era el único momento en que lo hacía- y con un centímetro de costurera se medía el diámetro del busto y del vientre, medidas éstas que anotaba meticulosamente en un papel, que tenía una tablita donde día a día iba agregando renglones.
Esta tablita quedaba siempre convenientemente al alcance de mi mano, donde yo podía apreciar claramente (más claramente según el tiempo pasaba) el esmero de los hijos negros que Modou había plantado en las entrañas de mi mujer, por crecer, ocupar su vientre por completo y llegar a este mundo. Por último, todavía desnuda, se pasaba una crema especial por los pechos, y otra distinta por el vientre. Luego se vestía nuevamente. Todo esto lo hacía siempre con la puerta del dormitorio entornada para que yo pudiera verla desde la habitación contigua, una especie de cuarto-biblioteca que tenemos.
Había adquirido además en estos días –cosa muy inusual en ella- la costumbre de pintarse profusamente. Anteriormente jamás se pintaba cuando estaba en casa, apenas para salir, y sólo se arreglaba un poco más para ir a alguna fiesta. Ahora se pintaba tanto que había días en que parecía una verdadera ramera.
Todavía recuerdo el día que cambió todo. Cambió nuestra vida (ya bastante complicada por cierto), nuestra relación de pareja, y cada uno de nosotros mismos, de una manera compleja y brutal. Como todos los días hasta ese momento, se estaba mirando al espejo de frente y perfil, tocándose todo el cuerpo, probándose el quinto o sexto vestido del día, que aparentemente le gustaba más, puesto que le insinuaba más el prominente vientre, y yo como siempre, miraba a través de la puerta entornada, cuando de repente, clavó sus ojos en mí a través del espejo –habitualmente me ignoraba- , se volvió, abrió la puerta completamente, me tomó de ambas muñecas, puso una de mis manos sobre sus pechos ya bastante agrandados, y la otra sobre su vientre hinchado, y haciendo con esta última movimientos circulares muy lentos y amplios, me obligó a acariciárselo completamente mientras me decía:
-Mira cornudito mío, cómo está inflando ese bruto semental negro a tu linda mujercita.
No sé que hubieran hecho otros hombres en mi lugar. Muchos, tal vez la mayoría le hubieran dado una trompada, o como mínimo un cachetazo, y se hubieran ido de la casa. Algunos lo habrían hecho obviando el cachetazo o la trompada. Mi caso fue completamente distinto. Yo tuve una tremenda erección. Bueno, decir tremenda en mi caso es mucho exagerar, pero el tema es que hacía mucho que no me sentía tan excitado. Tomándola del brazo la arrojé, vestida como estaba sobre la cama –ella dejó hacer con una sonrisa en el rostro- le desabroché como pude el cierre inferior de la faja para preñadas, y la penetré.
Y fue en ese momento cuando recibí una nueva sorpresa. Yo no mantenía relaciones con Janine desde hacía más de tres meses (desde antes que pasara lo de Modou), pero como comenté en algún momento, si bien antes manteníamos sólo dos o tres relaciones al mes, eran bastante intensas, ya que si bien tengo un miembro mínimo, la vagina de Janine era muy estrecha y ambos solíamos gozar mucho. Los que hayan escrito libros de anatomía en los cuales dice que luego de una relación sexual, la vagina de una mujer vuelve a su estado anterior, no conocían el inmenso, el bestial miembro de Modou. Me había arruinado a mi mujer para siempre. Apenas podía ahora, esforzándome mucho, tocar al mismo tiempo todas las paredes de su interior con mi pene. A partir de ahora, Janine sólo gozaría con un Extra Large. Y yo era sólo un Infra Small.
-No pensarás que después de haber recibido ese monstruo negro voy a poder sentir algo con vos, no? –Me dijo con una sonrisa mientras yo bombeaba como podía.- No contesté.
Un par de minutos después, a pesar de todo, estaba eyaculando unas gotas de semen dentro de mi mujer. Me tendí al lado de ella mientras me calmaba, y ella aprovechó el momento para abrochar el cierre de su faja nuevamente.
-Por qué me llamaste cornudo? -le dije a quemarropa. Me miró como una madre mira a un niño pequeño cuando hace una travesura o dice una pavada.-Te acuerdas John –comenzó, mirándome fijamente- cuando yo todavía estaba estudiando sicología, y un día te conté sobre sádicos y masoquistas? Le contesté que no lo recordaba, pero que si ella lo decía, así debía ser. -Te recuerdo, – continuó- que un sádico es una persona que goza produciendo dolor al otro (muchas veces su pareja), y que un masoquista, es el que goza sufriendo, o sea, sintiendo dolor físico. Así que, por lo menos sexualmente hablando, las parejas compuestas por un sádico y un masoquista, son habitualmente un éxito.
-Sí. Lo sabía. -le dije.
-Y aquí es donde entra el cornudo. El cornudo, es un tipo especial de masoquista, aplicado habitualmente a los hombres, que no goza con dolor físico, sino con dolor moral. Le duele ver a su mujer con un hombre mucho más potente y dotado sexualmente que él, le duele mucho más verlos en la cama mientras el macho la taladra y llega a lugares del interior de su mujer donde él llegaría sólo con su imaginación, haciéndola gozar como una potra, y, como un extremo, le duele si queda preñada de él, porque le recordará la relación adúltera mientras viva. Y como le duele, y es en el fondo un masoquista, es que esto le produce un inmenso gozo. No sé si lo que te acabo de describir te resulta familiar…
-…-El día que conocí a Modou en African Food estuve a punto de mandarlo definitivamente de paseo cuando sólo habíamos intercambiado dos o tres frases, y de repente te veo torpemente escondido detrás de una columna. Qué hubiera hecho cualquier marido que se precie de tal? Se hubiera acercado, aclarando la situación y todo hubiera terminado ahí. Pero vos no. En el fondo querías que pasara algo, y por eso no interrumpiste la cosa. Y dejaste que me fuera a bailar con él, y que me manoseara. Y la verdad es que te gustó que pasara. Y cuando el animal de Modou me llevó a casa porque Laura me dejó en banda, no podía creer que siguieras escondiéndote para ver cómo seguía todo. Que te escondieras en casa porque estabas seguro que yo iba a entrar con el negro. Y sabés una cosa? Entré con él totalmente decidida. Estaba segura por supuesto, que si llegaba a penetrarme ese día, semejante bestia me preñaría, pero continuaba suponiendo que ibas a interrumpir la acción en algún momento. Pero no. Gozabas con todo lo que pasaba y por eso no querías aparecer. Y sabés otra cosa? Estaba decidida a quedar preñada del negro si no intervenías. Sabés por qué? Porque te quiero con toda el alma y quiero hacerte gozar en tu dolor. Sí. Adivinaste. Vos sos cornudo. Y yo soy sádica. Así que engañé a Modou todo el tiempo. No iba a decirle: – Dale, préñame, bruto semental negro, que es lo que quiero.- Por supuesto que no. Me hice la pobre mujercita casada que es seducida, destrozada y luego abandonada, con el vientre bien lleno de semen para que el marido mantenga al hijo de esa relación.
Si hasta rompí tu preservativo con mis uñas delante de sus mismas narices y no se dio cuenta! (Te confieso que igualmente iba a ser imposible ponérselo; he visto postes telefónicos más pequeños). Si detenías la acción, entonces era que no estabas dispuesto a llegar hasta este punto, y hoy yo estaría con el vientre plano, y no inflada como un sapo, tal cual me ves, preñada con lo que serán dos inmensos hijos negros. Pero no. Dejaste que me cogiera en todas las posiciones que quiso, y que finalmente me llenara con su fértil esperma de negro. Y sabés otra cosa más? Quería estar preñada. Me encanta estar preñada después de haber sido penetrada y destrozada por semejante semental, así como me va a encantar putear a Modou mientras reviento dando a luz a sus hijos! -Pero Janine!- protesté. – Si querías embarazarte, porqué no me pediste a mí que te preñara? Por qué no tuvimos otro hijo?
Me miró entonces con los ojos más dulces que jamás le hubiera visto y me dijo:
-Para empezar, te dije que me encantaba que ese animal me penetrara, destrozándome, y dejándome preñada. Te dije que quería parir a sus hijos mientras lo puteaba, no dije nada de cuidar niños. – Yo la miré con curiosidad. Para mí todas esas cosas venían juntas. De todas maneras yo veía que Janine estaba gozando, dando rienda suelta a su sadismo, guardado tal vez durante mucho tiempo.
-Te acordás John, que estuvimos cinco años haciendo tratamiento para que quedara embarazada? -Sí. Por supuesto que me acuerdo.-Te acordás que finalmente nos hicieron un estudio muy complicado?-Sí, claro. -Te acordás que fui yo a buscarlo un día después del trabajo? -No. De eso no me acuerdo.-Pues bien. Para resumirte, en el estudio decía que eras más estéril que una piedra. Que no podías preñarme a mí, ni a ninguna otra mujer de este planeta por más veces que lo intentaras.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
-Pero yo deseaba con locura un hijo. Y nada de inseminación artificial con semen de frasco. Eso es para el ganado. Te acordás que poco después tuve un congreso de sicología en una ciudad lejana (no me acuerdo cuál te dije), que duraría una semana? -Mmmme parece recordar…
-Te mentí. Esa misma noche fui a un bar de solos y solas, y ahí conocí a un tal Pedro, un tipo muy parecido a vos. Altura parecida, color de piel y ojos parecidos, complexión parecida…hasta era atractivo. Nos fuimos a un hotel y estuvimos cinco días sin salir. Por suerte para Pedro, su parecido con vos terminaba donde te dije. Ah no. Por supuesto no tenía un miembro descomunal como el de Modou. No. Tampoco era tu miniatura. Era un pene normal. Pero el tipo era absolutamente incansable. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que me cojía por día. Además era un maestro en la cama. Me hizo gozar como una loca en todas las posiciones, a pesar de que al principio yo no quería hacerlo. Fue imposible no alcanzar varios orgasmos en cada encuentro.
Para que te des una idea, empujaba hacia dentro de mi vagina con su miembro, el semen que había depositado allí unos pocos minutos antes, en la relación anterior y que había escapado hacia afuera. Tuve suerte. Era de esos tipos que no se ponen un preservativo aunque les paguen. Yo le dije, por supuesto que me cuidaba, y que no había problema. En algún momento quiso tener una relación anal y me negué. Claro, no quería desperdiciar esperma. Cuando nos despedimos me confesó con cierta culpa que tenía cinco hijos, y que su mujer estaba preñada del sexto, de siete meses y en cama, en reposo. No pudo soportarlo y salió a buscar una hembra…yo. No lo culpo. Un macho como él me demostró ser, no puede estar tanto tiempo sin una mujer. Nos despedimos y no volvimos a vernos nunca. Pero yo volví a casa con mi vagina terriblemente dolorida por el jaleo sufrido y con David en mis entrañas… Después vino la mentira de hacerte usar preservativo para que no me “embarazaras” de nuevo…
Muchas crónicas policiales han comenzado de este modo. El marido corneado se entera que su mujer está preñada de otro, y que para colmo, su hijito del alma, de dos años, no es suyo, sino que su mujer lo concibió revolcándose con otro tipo, y que él jamás tendrá hijos con nadie, ya que es totalmente estéril. Entonces, toma un arma de un cajón y le dispara cinco tiros a quemarropa a su mujer –la mayoría en el vientre-, y luego de matarla, se suicida. O tomando un largo cuchillo de cocina, atraviesa su vientre a puñaladas, como si quisiera eliminar primero el pecado que crece en su interior, antes de matarla a ella. O en países nórdicos, que son más fríos, y los hombres menos temperamentales y más flemáticos, tal vez un buen guantazo o un pañuelazo en la cara de la mujer, un lindo portazo al irse para siempre, y a la mañana siguiente la carta documento con el inicio de la demanda de divorcio por adulterio…
Nada de esto me pasó a mí. Tuve otra erección, lo cual en mi caso, dos con pocos minutos de diferencia es toda una noticia. Volví a tumbar a Janine en la cama, cosa que dejó hacer sin resistencia, le desabroché nuevamente la faja, volví a penetrarla, y un par de minutos después depositaba mis cuatro gotas de semen de rigor, en su interior. Sin lograr que ella gozara nada, por supuesto. Sin embargo, se la veía contentísima.
A partir de ese día nuestra relación cambió completamente. Cada uno de nosotros conoció completamente bien el rol que tenía en la pareja y nos adaptamos y amoldamos a la perfección. No exagero si digo que casi fue como nacer de nuevo. O por lo menos comenzar con una pareja totalmente nueva. Mi amor hacia Janine y David no sólo no disminuyó, sino que fue mucho más intenso desde entonces, porque sé que todo lo hecho fue por amor a mí. Como correspondía, a partir de ese día, ella llevó siempre la voz cantante, menoscabándome siempre que podía en mi hombría y comparándome sexualmente con Modou y a veces con los demás hombres, comparación en la que yo perdía siempre por varios cuerpos. Esto nos hacía gozar intensamente a ambos, y a veces terminaba en una relación sexual. Un momento habitualmente propicio para esto, era el del famoso rito. Esa práctica no sólo no desapareció, sino que yo comencé a participar activamente en ella, teniendo en cuenta por sus dichos, que yo era el principal responsable de su estado. Así, yo estuve a partir de ese día con ella frente al espejo, dándole mis pareceres sobre la ropa que se iba probando, los colores, los moños, todo.
-Mirá Janine, este vestidito te marca perfectamente bien tu vientre y tus pechos. Mirá que bien que te queda.- Y yo me adelantaba a alisarle una arruga formada sobre el bombo, que ya era prominente, o a sugerirle acortar más los breteles del corpiño, para que le levantara más el busto y resaltara más, o a usar tal o cual número de faja para preñadas, número que estaba aumentando cada vez con mayor rapidez, a medida que pasaban las semanas.
-Pronto no va a haber ropa que me entre, preñada como estoy de Modou. Mirá. Ya casi no me entra esta faja, y eso que la compré hace dos semanas. Y el vestido? Mirá como me hace una campana adelante! Ya no hay tela que alcance! Cuando ví semejante poronga negra y esos tremendos testículos debí imaginar que iba a terminar en este estado…- Y se acariciaba muy despacio el vientre y los pechos, mientras a mí se me producía una erección. Entonces la tiraba en la cama y la penetraba. Al terminar la desnudaba. Me costaba cada vez más trabajo quitarle la faja. Hubiera sido imposible sin el cierre lateral, pero aún así era difícil.
-Qué te parece eh? – Me decía entonces. – Mirá que barriga le enchufaron a tu esposa del alma! Casi no me podés desnudar eh? Cornudito impotente! Entonces, yo tomaba el centímetro, y le medía el busto, el vientre y lo anotaba en la tablita. Los números crecían día a día, y cada vez más rápido.
-Pronto me vas a tener que medir con esas cintas que se usan en la construcción, porque este centímetro se acaba! Ya no da para mucho más!- Entonces comenzaba a ponerle la crema, primero en los pechos, lentamente, y luego en el vientre, con movimientos circulares, cosa que llevaba más tiempo y crema cada día.
-John, la próxima vez que compres la crema del vientre traé la que viene en tarros de cinco kilos! Después, muy lentamente, la empezaba a vestir de nuevo. -Pensar que debajo de esta piel tan blanca – me decía señalando su vientre mientras yo le ponía el corpiño- hay dos monstruos tan negros y tan machos como su padre. Casi puedo verlos, retozando por ahí, embarazando mujeres casadas.
Eran habituales nuestros paseos a pié por el barrio. Hacíamos unas cuantas cuadras hasta el parque, y después volvíamos. Al principio íbamos tomados de la mano, como dos adolescentes. Más adelante, a partir del sexto mes, empecé a llevarla de la cintura –o de lo que de ella quedaba- porque comenzó a caminar llevando las dos manos cruzadas bajo el vientre, para poder sostenerlo mejor, a pesar de la faja, que por supuesto llevaba.En algunas ocasiones, escuchaba sin querer los comentarios que algunos vecinos hacían cuando pasábamos. Por ejemplo, una vez que luego de uno de nuestros habituales paseos volvíamos a casa, pasamos por delante de unas vecinitas de unos trece o catorce años que jugaban en la vereda.
-Qué pedazo de pija debe tener ese tipo! Mirá como dejó a su mujer! – Dijo una a la otra, casi en un susurro, asombradísima, mirando el vientre de Janine. -Te estás haciendo famoso en el barrio gracias a Modou. – Me dijo mi mujer en el oído. No bien llegamos, tuvimos sexo.
A partir del séptimo mes, comenzó a hacerse ropa a medida con una costurera. Decía que no había vestido en casas de futura mamá que le quedara bien. Debo coincidir con ella. Su vientre albergando las dos bestias negras de Modou, ya no entraba en vestidos para preñadas convencionales. A partir de ese mes, comencé a tener otros problemas. Su vientre era tan grande, que cuando íbamos a tener relaciones, que siempre eran de frente, porque era la única forma en que por la posición yo podía tocar simultáneamente todas las paredes de su vagina, casi no lograba llegar a ella debido al pequeño tamaño de mi miembro y a la distancia a la que debía mantener mi cuerpo del de ella.
-Los hijos de Modou no quieren que me penetres más. – Me decía. – Ya están grandes y me parece que están extrañando a su padre. Y yo también lo extraño. O por lo menos extraño una parte de él. Dijo socarronamente-. Vamos a tener que buscarte algo nuevo a vos John. Así no podemos seguir. –Me dijo.
Un par de días después, me llamó a nuestro dormitorio. Estaba totalmente desnuda, cosa que me extrañó mucho, porque desnudarla era mi tarea. Ahora que la veía parada y de lejos, sin nada de ropa, aún yo, que estaba acostumbrado a verla diariamente, me sorprendí. Sus pechos eran enormes, duros y erguidos, seguramente ya llenos de leche. Había crecido tanto la talla de los corpiños durante el embarazo que había perdido la cuenta. Sin embargo, sus senos eran dos pequeñas protuberancias al lado del inmenso vientre, que tenía apoyado en un banquito para no caer hacia adelante. Parecía que iba a reventar en cualquier momento.
-John, te tengo dos regalos.- Me dijo.- Como ya sabemos los dos, mi vagina ya no es para vos. Te queda más que grande, y la voy a dejar para verdaderos machos, que me hagan gozar y que me preñen si yo lo deseo. Además, vos casi tampoco podés gozar con ella. Así que te regalo mi otra entrada, –dijo, con un ademán por demás expresivo- que va a ser exclusividad tuya. – Hacía años había tratado de convencerla de eso y nunca había querido, así que fue un momento de gran felicidad para mí.- Ese regalo lo vas a poder tomar en seguida. – Lo dijo, acostándose de costado en la cama (no había otra posición posible debido al enorme vientre). Debo decir que por primera vez en mi vida, el tamaño de mi miembro fue una ventaja para mí. Dicen que las primeras relaciones anales son duras y difíciles, y que cuesta gozar con ellas. No fue este el caso. Ambos logramos alcanzar un orgasmo en la primera. Estábamos contentísimos.
-El segundo regalo – dijo uno minutos después, cuando terminamos-, es que he decidido buscar a Modou, porque como te dije, los tres necesitamos al padre. Y el regalo es que cuando él me penetre, vas a poder estar al lado mirando. Tal vez hasta me anime a una doble penetración así evitás tener que estar masturbándote. Qué opinás? -Pero Janine! Mirá el estado en que estás! Vos crees que te va a entrar ahora toda la poronga de ese tipo? No tenés lugar adentro para ella! Te va a reventar! -Vos dejame hacer a mí.- Dijo muy segura de sí.- Mañana vamos a African Food. Voy a dejar a David con mis padres.
Al día siguiente, por primera vez en mucho tiempo, se vistió ella sola sin que yo estuviera presente, y después me llamó. Casi me caigo de la impresión. Se había puesto uno de los vestidos hechos a medida. Era totalmente blanco, con excepción de un pequeño lazo celeste bajo el busto que terminaba cayendo sobre el vientre, pero lo que más impactaba era, que cerca de la parte delantera del vientre, lo remataban dos enormes moños negros, uno de cada lado, que cubrían buena parte del extremo de su bombo gigante. Además se había pintado con un gran esmero. Había muchísimo rímel alrededor de sus ojos. Si no hubiera sido por su estado, cualquiera hubiera supuesto que se dedicaba a vender sus encantos en hoteles baratos.
-Queda claro lo que representan los moños, verdad?- Me preguntó.-Para mí está bien claro.-Por ahora es nuestro secreto. Pronto lo compartiremos con Modou.
Nos dirigimos en el auto a African Food. Una vez llegados, una sola mirada bastó para encontrar a Modou. El increíble tamaño de esa bestia hacía difícil que pasara desapercibido. Estaba en un descanso musical y se encontraba en el bar, conversando muy íntimamente con una esbelta y escultural rubia. Modou le decía cosas al oído y la rubia sonreía. No me quedaron dudas sobre las intenciones del negro cuando vi brillar un anillo de casada en el dedo anular de la mujer. Mi esposa se acercó decididamente a ambos – yo iba un poco rezagado – y le dijo:
-Modou!
El negro y la rubia se separaron, y mi mujer aprovechó para meter su gran vientre entre ellos. Los dos la miraron sorprendidos.
-Mirá, – dijo mi mujer dirigiéndose a la rubia y acariciándose el bombo – si yo no le hubiera dado hace unos meses bola a este tipo, hoy tendría el vientre chato, y no estaría convertida en la ballena varada que ves.
La mujer se puso coloradísima, y sin decir una palabra, se alejó del lugar. Modou miró a Janine con el ceño fruncido. Evidentemente no se acordaba de ella.
-Yo vendría a ser tu número diecisiete, pero en realidad soy tu número diecisiete y dieciocho, pues me has preñado de mellizos, y este de aquí, es mi marido.- Corrió su imponente cuerpo que estaba entre el negro y yo, y por primera vez Modou reparó en mí. De repente, dio un salto hacia atrás, pues pensó que yo venía a pedirle rendición de cuentas, y esperó que yo sacara un revólver o un cuchillo con qué atacarlo.
-Quedate tranquilo. Mi marido es un reverendo cornudo, y ha gozado con este embarazo mucho más que yo, que soy la que hace meses vengo arrastrando este vientre, y también muchísimo más que lo que gozaste vos el día que te encargaste de hacérmelo crecer. No te va a hacer ningún daño. Sólo queremos recordar viejos tiempos, en particular el día que me llenaste las entrañas, pero esta vez mi marido quiere participar. Qué te parece?
Cinco minutos después estábamos en el auto, volviendo a casa. Llegamos poco después, y diez minutos más tarde estábamos en el dormitorio. Janine se sentó dificultosamente en la cama, le abrió la bragueta a Modou, y sacó el espectacular pedazo de carne morena. Al comenzar a acariciarlo, el sable se puso erecto y comenzó a extenderse. Mi mujer se lo puso en la boca y comenzó una fellatio. El increíble miembro no paraba de crecer; no sólo apenas le entraba la punta a Janine, sino que ella debía hacer un enorme esfuerzo separando sus mandíbulas, para que semejante grosor pasara por su boca. En ese momento ya tenía el largo del antebrazo de mi esposa.
En un determinado momento, se lo quitó de la boca, y tomando del cajón una botellita de vaselina, comenzó a untarlo, desde la punta hasta la raíz, cosa que le llevó un rato, a juzgar por el tamaño del miembro.
-Esta vez quiero gozar. No que me destroces. -Vos, cornudito – dijo dirigiéndose a mí. Montame por atrás.
Así, se acostó de costado en la cama, como hubiéramos hecho el día anterior, y yo, que con toda esta preparación ya estaba excitado, la penetré. Luego nos fuimos moviendo con gran dificultad debido a su gravidez, hasta que yo quedé abajo y ella arriba, penetrada por mí por detrás, y con su vagina expuesta al negro, que tenía su miembro enorme y brillante debido a la vaselina que Janine le había puesto. Debo decir que viendo semejante herramienta, jamás hubiera creído posible que esa bestia hubiera podido poseer a mi esposa, si no fuera porque los resultados saltaban bien a la vista, y tenían bien deformada a mi mujer. El negro apuntó su sable a la vagina de Janine (yo ya no veía pues ella me tapaba la visión), y en un determinado momento se escuchó:
-Aaahhhhggggg!- gritó mi esposa como en un desmayo.
El negro comenzó su lenta pero imparable entrada al cuerpo de mi mujer.
-Ooohhh! – Modou avanzaba inexorablemente.
Yo no veía nada, pero empecé a sentir al monstruo con mi propio pene. A medida que entraba, hacía más presión sobre mi miembro, ya que llenaba el poco espacio disponible que quedaba todavía dentro de mi esposa. Finalmente la presión fue tan grande, que me expulsó del ano de mi mujer. Quedé entonces a un costado, una vez que pude salirme de debajo de ella, y observé, ya desde afuera, toda la operación. El negro se la había metido ya completa, y estaba bombeando cada vez más rápido. La piel del vientre de Janine brillaba muchísimo, estaba estiradísima, parecía un globo a punto de estallar. Los testículos del negro eran dos inmensas bolas de billar que golpeaban en cada embestida contra los muslos de mi mujer.
-Dale! Mostrale al cornudo impotente de mi maridito como se hace para preñar a una mujer. Como se la deja convertida en una vaca bien preñada. Claro, a él no hay mucho que le cuelgue entre las piernas como para que pueda aprender demasiado!. – Y mientras el negro se la follaba salvajemente, ella tomó mi mano, y comenzó a pasarla por su vientre, obligándome a acariciarlo. – Mirá como crecen los machos que me plantó Modou en las entrañas! Aprendé, cornudo, porque vos también sos responsable de que esté así!
A medida que aumentaba la frecuencia de bombeo, tanto más se iban excitando ambos. Gracias a la vaselina, mi esposa estaba gozando de lo lindo, y no sufría tantos dolores como la primera vez. Es cierto también que la primera vez el negro la había desflorado (yo como antecedente sexual de Janine, obviamente no cuento), y al haberla ya adaptado a su tamaño, aunque fuera parcialmente, la cosa para mi esposa era ahora más gozo que sufrimiento.
-Dale caballo! Dale! Seguí inflando a tu yegua! Préñame tanto que no pueda caminar más hasta parir a tus hijos! Que se encargue mi maridito cornudo de llevarme de un lado al otro! Si no sirve para otra cosa! Preparate, cornudo para ayudarme a llevar el vientre que me está haciendo Modou!
Finalmente, el negro alcanzó su orgasmo y empezó a eyacular en el interior de mi esposa. Janine alcanzó el suyo durante las primeras descargas del negro.
-Cuando dé a luz a tus hijos quiero que me preñes de nuevo, y que me pongas más gorda todavía!! Mostrale a mi maridito lo que es un verdadero macho!! Manteneme siempre bien gruesa, que el cornudo se olvide por completo de la época en que tenía una mujercita con cinturita de avispa y un busto de Barbie! Quiero tener siempre un vientre y unos pechos de mujer llena de su hombre, de su semental!
Esta y otras cosas dijo Janine durante su clímax, hasta que se fue calmando. Modou comenzó a retirar su portento de la vagina de mi esposa, cosa que fue mucho más rápida que cuando la preñó debido a la intensa lubricación. Finalmente, pocos minutos después, los tres estábamos de espaldas en la cama (yo con un muy pequeño lugar a decir verdad).
-Modou, quiero que reconozcas a estos niños que voy a parir como tus hijos. Yo no quiero criar más niños. Sólo me gusta estar embarazada. Podés mandarlos a Nigeria con algún pariente tuyo…- El negro tuvo un momento de duda, y poco después sonrió con la expresión maliciosa que todos le conocíamos- Está bien – dijo con su vozarrón.- Yo me encargo.
No quise pensar demasiado dónde iban a terminar esos niños a cargo de algún “pariente” de Modou, pero me dio la sensación de que se le acababa de ocurrir un magnífico negocio, y que a partir de ese momento iba a multiplicar sus esfuerzos por preñar mujeres blancas para hacerse luego cargo del “producto” engendrado. Lo que me quedó también claro, es que yo debía convencer a nuestros padres, parientes y amigos, que los niños habían nacido muertos debido a algún problema en el parto.
Elegí una clínica alejada de nuestra ciudad para que Janine diera a luz los hijos de Modou, y que no hubiera ningún conocido cerca durante los nacimientos. Puse como excusa algún problema burocrático con la obra social que me impedía buscar una más adecuada.El último mes fue bastante complicado. Janine prácticamente no podía moverse. Debía permanecer largas horas del día tendida de espaldas en la cama. Sus movimientos eran lentos, y sólo dentro de casa y para comer o ir al baño. Yo, como marido devoto, continuaba pasándole las cremas en pechos y vientre. Era un gran trabajo poder sacarle la faja para preñadas para desnudarla. Y muchísimo más difícil era volver a ponérsela. Era casi imposible aparear los dos lados del cierre lateral debido, sencillamente, a que mi mujer ya no entraba allí dentro. Las últimas dos semanas, se interrumpió también el rito del espejo, no tanto porque ya casi no pudiera pararse, sino porque ya no había vestido que le entrara.
-Esto es increíble – me decía- Jamás en mi vida pensé que podía ocupar tanto lugar. Estoy hecha un enorme globo.- Y se acariciaba el vientre hasta donde podía hacerlo. – Este negro hijo de puta de Modou Moussa es un semental incomparable.
Cuando comenzaron los primeros dolores, corrimos a la clínica. Es notable la sensación de respeto por el marido que causa en los demás el tamaño del vientre de la esposa a punto de dar a luz. O por lo menos, así me pareció a mí. Las enfermeras se desvivían por atenderme. Cuando la llevaron a la sala de partos le dí un gran beso y le deseé mucha suerte. A pesar de la doble puerta, se escucharon durante todo el tiempo las puteadas de mi esposa contra Modou, y muy excepcionalmente, contra mí.
-Modou!!Reverendo hijo de puta!! Mirá las bolas de carne negra que tengo adentro por culpa de tu pija!! Me están destrozando al salir!! Ya no puedo más!! John, tarado y cornudo!!! Porqué dejaste que el negro me hiciera esto?
Luego del parto, claramente marcado por el fuerte llanto de los hijos de Modou, uno primero y el otro minutos después, salieron dos enfermeras para comunicarme que mi esposa “y sus hijos, señor”, se encuentran bien. Las dos se daban miradas de complicidad, y no podían evitar la risa. Marcaron muy despacio las palabras “sus hijos”.
Cuando finalmente vi nuevamente a Janine, ya desembarazada de su impresionante carga, me recibió con una sonrisa. -Cornudito, no te preocupes, pronto estaré preñada de nuevo.- Es todo lo que me dijo. Luego le dieron, uno tras otro a los niños para que los amamantara. Creo que eran más negros que el padre, y para mí, indistinguibles. Cuando le preguntaron a Janine por el nombre de los dos, dijo que “eso lo iba a decidir el padre cuando los viera”. Estando yo presente, la situación fue comiquísima para las enfermeras, que se retiraron antes que su risa estallara en la habitación. Desde dentro yo las escuchaba reírse en el pasillo.
-Es la primera vez que veo esto en todos mis años aquí! – decía una – Ese tipo es un estúpido.-No. Es un recontra cornudo.- terciaba la otra.
Así estuvieron, varios minutos a los gritos, sin decidirse en que categoría yo entraba, hasta que de repente, apareció Modou con un ramo de flores, y ambas se callaron. Durante el tiempo que estuvo presente, se desvivieron por atenderlo a él, como lo habían hecho conmigo antes del parto. A mí me ignoraron por completo. Modou le dio un beso en la boca a mi mujer, y la felicitó calurosamente, y luego de estar un rato dijo que iba a iniciar los trámites para reconocerlos. Dos o tres días después, cuando nos íbamos de la clínica, vino con una inmensa mujer negra, de unos treinta años que nos presentó como su hermana, y habiendo ya reconocido a sus hijos, mi mujer aceptó la entrega legal, que fue hecha sin ningún problema. Fue tan aceitado todo el trámite, que me hace pensar que no debe ser tan extraña su ocurrencia, a pesar de lo dicho por las enfermeras. Por lo visto el mundo está lleno de cornudos felices.
Han pasado ya seis meses del nacimiento de los hijos de Modou y mi esposa. Janine ya se ha recuperado de su embarazo y parto. A pesar de que el médico la ha dicho que conviene esperar por lo menos un año a un año y medio para tener otro, mi mujer no ve el momento de estar nuevamente preñada. Yo tampoco. Añoramos su enorme vientre, el rito frente al espejo, las caminatas al parque bajo la inquisitiva mirada de los vecinos, las experiencias nuevas día a día mientras su cuerpo se deforma, los nuevos vestidos para futura mamá y los que ya no le entran. Los grandes corpiños armados y las fajas para preñadas. Los enormes moños. En fin, todo. Esta noche tenemos un invitado a cenar. Bueno, no sólo a cenar. Modou no se conforma solamente con una buena comida. A él le gusta sobre todo el postre. Y como Janine está en este momento ovulando, es el budincito que hacía falta.
- Mirame cómo estoy ahora – me decía por la tarde mientras estaba en ropa interior; un hermoso conjunto blanco de encaje que se compró especialmente para la ocasión. – porque dentro de un par de meses, de esta cinturita y este busto te vas a acordar sólo por fotos. Esta noche el negro Modou Mousa me va a estrenar este conjuntito, y mañana ya estaré engordando, bien preñadita, como corresponde.
Yo, no veo la hora de que se consume el acto, de que el fértil y espeso semen del negro se encuentre en el interior de mi mujer, preñándola, deformándola, convirtiéndola en una vaca, una yegua, una ballena, o lo que ella quiera ser. Y yo, soy el hombre más feliz del mundo. Porque sé que todo lo que sucede, es por amor a mí.
4 comentarios - Mi Esposa Preñada Por Un Mulato 2
Muy racista, no tiene nada de especial una cosa como estas. Da asco leer esto.