You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Siete por siete (137): Nos volveremos a ver…




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Tú sabes mis motivos, Ruiseñor: Mi última semana, armando las cartas Gantt de quién debe hacer qué y cuándo y para más remate, mi segundo aniversario de casados (y tu cumpleaños) y yo acá, sin poder zafarme del trabajo.
¡Menudo marido te he salido!
Pero me has pedido “palabras bonitas”, que te cuente “algo romántico y tierno que me haya pasado con otra chica” y créeme que me encantaría más contar las cosas que hice para ganarme tu corazón, pero bien sabes que nunca pude interpretar tus sentimientos hasta el beso que me robaste.
Pero las estrellas (burlándose de mí), me dieron una segunda oportunidad y te puedo contar cómo Hannah y yo nos fuimos enamorando.
Al principio, éramos solamente un par de compañeros de trabajo comunes y corrientes. Aunque la encontraba bonita, con sus cabellos rubios y sus ojitos celestes, me molestaba que fuera tan condescendiente conmigo.
Que tuviera que enseñarme todas las cosas que yo ya sabía. Pero Hannah siempre ha sido “mamá gallina” y tenía una preocupación sincera en que no fallara en mi cargo, como muchos otros la temían al principio.
Sin embargo, empezamos a “encontrarnos casualmente” en la casa de huéspedes. Te he contado que tiene muchas comodidades (que espero mostrarte la próxima semana), como mesas de pool, un bar, un comedor, un gimnasio y una sala de estar con un amplio sofá de cuero y un tremendo televisor de pantalla plana, que fue el primer lugar donde nos empezamos a ver fuera de trabajo.
En ese tiempo, yo iba a escribir a ese lugar para no sentirme tan solo en mi cabaña, mientras que ella iba a conversar con quien sería hoy su esposo.
De a poco, la curiosidad la fue corroyendo y empezamos a charlar un poco más, en vista que ninguno de los 2 bajaba al pueblo y a pesar que había otras personas en la casa de huéspedes, eran administrativos que solamente iban a comer, pero rara vez usaban las otras comodidades.
Creo que la primera vez que me empezó a considerar como una persona distinta fuera del trabajo fue una noche que nos pusimos a conversar de cómo había llegado hasta esos lados.
Ella creía que fui muy valiente al abandonar mi país para trabajar en una tierra extraña, recién habiéndome casado y siendo padre de gemelas.
Pero por ese mismo motivo, le expliqué que yo no me podía dar el lujo de fallar: las oportunidades y lujos que se nos estaban dando difícilmente las podríamos conseguir en nuestro país y que sin importar cómo, yo daría el peso al cargo que me entregaban.
Y ella se dio cuenta que efectivamente, yo di la medida.
A partir de entonces, cuando nos encontrábamos en el turno, se me quedaba mirando un poco más de la cuenta y yo le sonreía alegremente y le daba ánimos, al igual que lo hacía contigo cuando estudiábamos matemáticas, ¿Recuerdas, Ruiseñor?
En una oportunidad, tras terminar el turno y darme la ducha para sacarme el sudor, Hannah se apareció en la puerta de la cabaña, para invitarme a ver una película.
Salí envuelto solamente en una toalla y ella se me quedó mirando como cuando a ti te abrazaba porque respondías bien una pregunta difícil.
“¡No pensé que fueras tan delgado!” exclamó, mirándome de arriba abajo y le costó un poco decirme el motivo de su visita.
Y de a poco, fuimos ganando más y más confianza. Veíamos películas y charlábamos de todo un poco y nos era grata la compañía.
Pero empecé a darme cuenta que ella se me quedaba mirando bastante rato, al igual que lo hacías tú y aunque nos estábamos lentamente enamorando uno del otro, ninguno quería hacerlo, porque yo pensaba en ti y ella, en Douglas.
Sin embargo, notaba que sus suspiros eran muy intensos cuando la abrazaba amistosamente en el sofá, al igual que lo hacía contigo cuando perdías la motivación y las ganas de estudiar.
¿Recuerdas que te quedabas un buen rato mirándome y yo te pedía disculpas, pensando que te había incomodado?
Pues ella sonreía con mayor picardía y se dejaba abrazar. Y se empezó a mostrar más tierna conmigo.
Fue entonces cuando te pedí permiso para tener algo con ella. Porque ya notaba que la amistad estaba tomando otra connotación.
Aunque me estaba enseñando a jugar pool, notaba que cuando ella posaba su mano sobre mi hombro, lo hacía de una manera más suave y agradable, como si se sintiera muy cómoda de tocarme y cuando nos mirábamos a los ojos, su mirada parecía resplandecer un poco más y su sonrisa era mucho más lustrosa que lo habitual, sin olvidar que me miraba muy atenta el movimiento de mis labios.
Y por ese motivo, una noche me atreví a probar sus tiernos y suaves labios, en un beso tierno. Ella no se resistió. Es más: incluso me abrazó y nuestras manos fueron recorriendo nuestros cuerpos con impaciencia, mientras que su pierna envolvía mis rodillas, ya deseando que la penetrara y su cara estaba muy dichosa al sentir mi potente erección.
Y todos esos recuerdos se me vinieron a la mente el último domingo del año pasado, junto con un poco de melancolía.
Te digo, Marisol, que ella ha cambiado mi vida acá en la faena. El arbolito navideño que tengo en la cabaña (que no he querido desarmar, en parte, por pereza y en parte, por recuerdo a ella) lo armó en una tarde y al igual que tú y Lizzie, también puso un muérdago en la entrada, aunque no necesitábamos más excusas para besarnos.
Cuando ella se casó y se sentía tan culpable por serle infiel a su esposo, alivié su conciencia, diciéndole que lo nuestro precedía aquello y que si lo deseaba, podríamos intentar volver a ser solamente amigos, aunque remarqué lo difícil que sería, dado que nuestros sentimientos son muy profundos; nuestro amor y confianza mutua no ha acabado y no había un “motivo verdaderamente fuerte” para romper lo que ya teníamos, porque yo tengo claro que volveré contigo y ella, con su respectivo esposo.
Ese domingo, quisimos hacer el amor por horas. Apenas llegamos a la cabaña, nos besamos desbocados, pero fuimos desnudándonos lentamente.
Besaba su cuello mientras bajaba el cierre de su overol e iba bajando lentamente con mis labios junto a él, por encima de su camiseta y sus bermudas, mientras ella guiaba mi cabeza, suspirando muy apasionada y dando un sutil clamor al sentir mi boca incrustándose deseosa sobre su entrepierna, deseando probar su fuente de placer una vez más.
Estoy muy consciente que ella también ama a su marido y busca satisfacerlo lo mejor que pueda. Pero ha entregado su cuerpo completamente a mí, porque estoy dispuesto a hacerle las cosas que a ti te agradan tanto.
Cuando bajé sus bermudas y sus braguitas, lanzó un bramido ardiente al sentir mi boca lamiendo con mucho entusiasmo su rosado manantial, sabiendo que esos placeres no los sentiría con su marido y no los volvería a sentir hasta que volviera a trabajar.
Bien sabes cómo me pongo por ahí abajo y cuando la veía rosada y palpitante, ansiando por algo “más contundente” entrando por sus entrañas, me desnudé yo la mía.
Pero en esta ocasión, se abalanzo deliciosa a probarla, porque a partir del día siguiente, tendría que conformarse con la de su esposo y la mía la besaba y la lamía con verdadera devoción.
Su mirada maliciosa y sus ojos celestes adquieren tonalidades diamantinas, dándole un aspecto maravilloso y casi sobrenatural.
La mamaba con la desesperación que pones tú los martes, cuando te vuelvo a dar desayuno. Su lengua hacía unos chasquidos extraños y unos sonidos guturales, juntos con unos chupones descomunales que me borraban de la existencia y estaba muy tentado de tomar su cabeza y follarme su boca. Pero como todavía no puede tragársela completamente, como lo haces tú y se ahoga fácilmente, tuve que mantenerme en ascuas lo más que pude.
Eventualmente, me hizo acabar en sus labios y aunque hizo su mejor esfuerzo por bebérselo todo, parte de mis jugos terminaron manchando su carita de ángel. Sin embargo, en lugar de enfadarse, me sonreía y no dudaba de lamer los restos que quedaban, auxiliándose de sus dedos.
Y recién entonces, pasamos a la cama. Hannah sonreía con la misma alegría tuya, Marisol, al ver que mi pene no bajaba un ápice y se relamía por adelantado, imaginando la noche que le esperaba.
Dejé que ella fuera arriba, porque como la pobrecita sigue siendo tan estrecha, le cuesta más que entre completamente en esa posición y es por eso que casi siempre la termino montando yo.
Pero teníamos tiempo y esa noche, no iríamos a cenar. Solamente con sentir la punta, empezó a derramarse profusamente sobre mi miembro y liberando un suspiro bastante tierno, comenzó a bajar pausadamente.
No fue una tarea fácil, porque tuvo que subir y bajar un par de veces, entrecerrando los ojos mientras la comenzaba a ensanchar una vez más, pero siempre lubricándome generosamente.
Dudo que en esos momentos, haya pensado en su marido. Pero yo si pensaba en ti, Marisol, porque una vez más, mis manos se abalanzaban sobre sus tiernos pechos, recordando cómo eras antes y jalándola suavemente, para facilitar su labor, lanzando otro delicado alarido.
Te confieso que yo disfrutaba del viaje: su carnosidad envolvía mi apéndice con una calidez, humedad y estrechez impresionante, pero a medida que empezaba a acostumbrarse a mi tamaño, se deslizaba como si se tratara de una cubierta de seda.
Mis manos bajaron por su cintura, hasta su trasero, dando grititos lastimeros pero felices, mas yo quería avanzar al fondo luego, por lo que apreté sus nalgas y la jalé con un poco más de violencia, arrebatándole un gemido de sorpresa, dolor y placer.
Se sentía alegre de tenerla completa en su interior y sus meneos fueron cada vez más rápidos.
Pero sentí un poco de lástima por ella, porque su goce era efímero. Y no es que compare tamaños, pero por lo que ella me ha contado, si bien su marido también tiene lo suyo, le falta el grosor y el aguante de la mía.
Me dice que con 2 veces y en menos de una hora, él queda muerto y no quiere más. Mientras que conmigo, 3 horas es el promedio y cada mañana, ella amanece con la disposición y felicidad de un sol radiante.
Además, Douglas no es tan creativo ni atento como yo con ella. No se le ha pasado por la cabeza darle placer con la boca y si su esposa ha mejorado en el arte de la felación, es porque ha practicado mayormente conmigo y aunque le agrada el sensual trasero de su mujer, para acariciarlo un par de veces, mucho menos tiene idea de lo mucho que disfruta del sexo anal, que también le proporciono yo al menos 3 noches por turno.
Y mientras nos besábamos deliciosamente, yo me preguntaba si acaso sería feliz con todo eso. Porque yo estoy consciente que es temporal y que probablemente, esta relación no dure más que un año más, en vista que tú egresaras de tus estudios y podré tomar el ascenso que me tienen pendiente.
También me preguntaba si mirará a su marido con el mismo placer que se reflejan en sus ojos cuando está conmigo y si acaso gemiría de la misma manera al sentirlo dentro de ella también, puesto que pareciera desbordar de la felicidad cuando lo hago.
Pero más que nada, yo aprovechaba de incrustar mis dedos por su ano, meditando si encontraría a alguien que la hiciera sentir de esa manera y que estuviera dispuesto a penetrarla por tanto rato, por aquel hermoso bollo, sabiendo lo mucho que le gusta.
O si alguien la mordería en la oreja suavemente, como lo hago yo, con el objeto de amplificar más su goce, al punto de hacerla desvariar en sus jadeos.
Pero más que nada, me preguntaba si su marido podría desbordar su útero, en el sentido que eyaculo en la boca de su vientre y que me sería tan fácil embarazarla, si ella no se cuidara, porque pienso que al igual que ti, Marisol, lo practicaríamos casi todas las noches, como tú lo haces conmigo.
Apenas conversamos, porque cuando acabé, sus labios buscaron los míos con mucho deseo. Mi cabeza se llenaba de dudas, imaginando cómo lo haría la pobre para encontrar a un amante que la satisficiera en todos aquellos aspectos que su marido le falta y de las excusas que tendría que darle a su esposo, para escabullirse a escondidas y lograrlo.
Aunque se deshinchó, no quise sacarla y la volteé suavemente, para ir yo arriba. Ella se dejó hacer y nuevamente, nuestras manos recorrían nuestros cuerpos con locura, sabiendo que al día siguiente, no nos veríamos hasta inicios de abril.
Succioné sus pezones con forma de moneditas, que a pesar de ser humildes e incomparables con el encanto de su cola (o con el tamaño de tus pletóricos monumentos), se alzaban desafiantes y erectos, con la dureza de diamantes.
Posteriormente, relamí su cuello, rellenándome del aroma de sus cabellos dorados y con ella, quejándose suavemente al saber lo que hacía y me puse un poco bandido, dándole unos chupetones picaros en el cuello y en sus pezones, a los que ella se resistía débilmente, porque podría ser sorprendida por su marido.
Lo hicimos de esa manera un par de veces y al igual que tú, Marisol, también me miraba sonriente y deseando que le hiciera la cola, para dormir un par de horas al menos.
Pero como me estaba despidiendo y presiento que el próximo año no lo tendré a mi alcance, le di algunos besos y lamidas a su pequeño ojete, que le hicieron replegarse sobre la cama con quejidos suaves y placenteros, a pesar de estar agotada.
A Hannah debe gustarle tanto que le hagan la cola, Marisol, que ella misma se alza para presentármela y aunque sé que me dirás que es porque se lo hago yo, no soy tan vanidoso para creerme el cuento.
Siempre da un suspiro intenso cuando le presento la punta. Debe ser porque solamente yo la he sodomizado, en vista que a su marido “le da asco”, pero el pobre ignora que es tan agradable como hacer el amor, dado que es mucho más estrecho.
Y siempre ha sido difícil el avance, como bien sabes tú, Ruiseñor, pero también le agrada demasiado.
Yo le he dicho que estaría más que dispuesto en hacérselo 2 o 3 veces seguidas o si quiere, una noche completa, a lo que ella humilde me responde que no, que al día siguiente apenas se puede sentar bien.
Pero como también es estrecha por ahí, es más dificultoso y prolongado el avance, al igual que me pasa contigo.
Eventualmente, tras mucho esfuerzo, logro meterla completa y ella ruge como poseída, en vista que los embistes son semejantes al vaivén de un ferrocarril y es ella misma la que me pide:
“¡Dame más fuerte!... ¡Dame más fuerte!... ¡Acaba en mi cola!... ¡Llénala con más leche!... ¡Por favor!... ¡Dame más!”
Finalmente, como alrededor de las 4 de la mañana y algo, colapsamos agotados. Seguía duro, pero bueno para nada y ella reposaba feliz de la vida.
“¡Ha sido bueno!...” me decía, todavía jadeando. “No me gustaría irme…”
Me abrazó con la misma calidez que me abrazabas tú las primeras noches que empezamos a vivir juntos.
“Pero tienes que tomarte vacaciones…” le respondí, haciéndole cariño. “Tienes que ver a tu marido…”
Ella me miró enfadada, porque luego de sentirse arrepentida por serle infiel, se pegó en la fase de negación.
“¡Es demasiado tiempo!” exclamó molesta. “¿Qué pasará si me ascienden?”
Al menos, compartimos la misma preocupación…
(But we’ll meet again, don’t know where, don’t know when… some sunny day)
“Pero volveremos a vernos, no sé dónde, no sé cuándo…” le respondí, cantando esa canción antigua y hermosa, haciéndola sonreír. “Algún día soleado…”
Y nos besamos un poco más. Estábamos cansados y queríamos disfrutar lo poco que nos quedaba lo más que podíamos.
Pero ahora, Ruiseñor, te extraño mucho y sé que no estoy a tu lado ni que no podré convencerte que tu cumpleaños (y nuestro aniversario) no empieza hoy, sino mañana (por las diferencias de horarios, pero te sigo amando.
Y haré todo lo posible a mi alcance para estar a tu lado. ¡Te amo Ruiseñor!


Post siguiente

1 comentarios - Siete por siete (137): Nos volveremos a ver…