Todos los días deseo hundir mi boca en la concha de mi vecina Melina.
Ella es empleada de comercio, divorciada, rubia natural de pelo corto, 37 años. Melina, sin ser una belleza, es alta y se mantiene en forma. La veo todos los días.
Hace un año, ambos estábamos sin pareja. Era una tarde de enero, muy calurosa. Salí a regar la vereda, vestido con una bermuda, sin remera. Yo no soy un hombre lindo, apenas un maduro “interesante”. Debido a dos vecinas con quienes cogimos, se me hizo fama de buen cogedor y lamedor. Melina, por Facebook, en tono de broma, días antes me preguntó si era cierto lo que se decía de mí. Le respondí que no era mi estilo hablar de eso. Y que el único modo de averiguarlo consistía en conocerme.
Aquella tarde de enero, la vecina también se puso a regar su vereda. Me saludó coquetamente y luego me dio la espalda. Para la tarea, ridículamente, salió calzando tacos altos, y sobre su cuerpito dorado tenía un vestido de una pieza, color rojo, ajustado, escotado, cortísimo, permitiendo ver sus hermosas piernas y culito duro.
Ella sabía que la deseaba. Se lo había dicho, tres meses atrás, mientras bailábamos en un boliche donde casualmente nos encontramos. Le enseñé a bailar cuarteto, aprovechando para tocarla y apoyarle mi pinchila. Cuando pusieron temas lentos, la abracé para que me sienta. En ese momento le dije que deseaba amarla. Ella me besó, dijo que en ese momento no podía, se disculpó y me dejó. Esa noche tenía puesto el mismo vestido rojo con el que salió a regar.
Desde entonces, no volvimos a estar juntos. Hasta aquella calurosa tarde.
Al verla, regresaron mis deseos y la pija se paró. “Bah, es un histérica”, me dije y me di vuelta para no mirarla y ocultar mi visible excitación. Pero Melina, desde la vereda contraria, me llamó. Sólo giré mi cabeza y le pregunté que quería.
- Por favor, vení, necesito tu ayuda. –dijo.
Era imposible negarme. Crucé la calle y llegué hasta ella.
- Decime.
- Perdoname la molestia… Haceme un favor: estoy muy acalorada; ¿me echás agua con la manguera en la espalda…? -pidió.
Se dio vuelta. Comencé a mojarla. En segundos, el vestido se pegó a su cuerpo mientras ella reía, contoneándose. Mis ojos fueron hacia la tela adherida a su cola. Y se agachó, sin doblar las rodillas. Estaba sin bombacha. Vi el esplendor de su culazo y vulva. En ese instante pensé en bajarme la bermuda, sacar la poronga y clavársela en el agujero más cerrado. Repentinamente, se incorporó y puso frente a mí. Miró el bulto en mi entrepierna y sonrió. Le guiñé un ojo.
- ¿Querés pasar y tomar conmigo una cerveza? –me preguntó insinuante.
Seguí sus pasos. Indicó sentarme en el sillón de dos cuerpos y fue hacia la heladera. Regresó con una botella de cerveza y se sentó sobre la alfombra, apoyando su espalda contra el sillón.
- Ponete al lado mío… y tomemos del pico –propuso.
Acepté. Extasiado, contemplé sus muslos tan cerca de mío. Continuaba con la pija dura. De reojo, ella miró el bulto y luego subió su vestido hasta la cintura, abriendo las piernas, mostrándome la concha depilada.
- Sacate la bermuda, deja salir tu pene, debe estar asfixiándose ahí encerrado… -exclamó.
Iba a hacerlo pero me detuve.
- Melina, si sigo adelante no quiero que pase como cuando bailamos… -sostuve.
- Si, tenés razón; te debo una disculpa y una explicación… Seguro pensaste que era una histérica… Tal vez… si te cuento que hice después, te vas a burlar… -expresó.
- Me dejaste mal…
- Perdoname; esa noche estaba muy confundida. Me acababa de separar, y nos encontramos, bailamos, me hiciste sentir muy bien, y empecé a desearte… Entonces vi a un amigo de mi ex pareja, sacándome fotos con su celular. Me puso remal, y por eso me fui… Quería estar en mi casa.
- ¿Por qué no me contaste?
- No sé… ¿Sabés que hice cuando me acosté?
- Supongo que llorar…
- Ya había llorado; me masturbé, pensando en vos…
Me descolocó. Aquella noche, yo también me había pajeado por ella.
Afortunadamente, Melina se llevó la botella a su boca. Hizo un trago largo, hasta que apartó la botella de su boca, atragantada, derramándose cerveza en su vestido, sobre los pechos.
- ¡Qué tonta soy!; ¡me empapé! –exclamó.
Y en un movimiento dejó sus tetas libres.
- ¿Me secás? – preguntó. Y sin esperar respuesta, con sus dos manos tomó mi cabeza y las bajó hasta sus senos.
Abrí mis labios y atrapé el pezón izquierdo. Estaba duro, sabroso. Mientras pasaba a su botoncito derecho, Melina desabrochó mi bermuda y dejó saltar mi poronga.
- ¡Qué linda pija! Ya me habían dicho que era gorda y venuda… Y en el baile, cuando me la apoyaste, ardí de ganas… -dijo Melina, tras lo cual se agachó y la engulló.
Chupaba muy bien, pero yo quería otra cosa.
- Me dijiste que también te contaron que soy bueno en el sexo oral; ¿querés comprobarlo? –le pregunté.
- ¿Querés chuparme la concha? ¡Me encantaría…!
- Entonces sentate en el sillón y yo voy abajo…
- Mejor me tiro sobre la alfombra… pero sacate ya la bermuda -dijo, tras lo cual se apoyó sobre el piso.
Me saqué la bermuda, saltó mi pija y empecé a babearme mirando su cuerpo. Todo me gustó, pero sus muslos y concha me fascinaron.
- ¿Te vas a quedar ahí mirándome? –preguntó riéndose
- Estoy admirándote… ¡Sos hermosa! –exclamé sinceramente.
- ¿Te gusta lo que vas a comer…? –me consultó pícaramente, y se dio vuelta, mostrándome su culo y vagina.
Mi respuesta fue llevar mi boca a su concha. Comencé besando suavemente sus labios vaginales, para luego sacar mi larga lengua y jugar unos segundos adentro.
- ¡Qué rico amor! ¡Me encanta tu lengua!
Sentí los juguitos de Melina. Entonces bajé hasta sus pies, lamí los tobillos, chupé cada uno de los deditos, mientras mis manos acariciaban el culo y concha. La vecina se agitaba y gemía. Fui subiendo con mi lengua y labios por las piernas, me detuve en la parte trasera de las rodillas, continué ascendiendo por los muslos, pero empecé a mordisquear su piel. Melina gritaba.
- ¡Amor, hijo de puta, seguí, seguí, voy a explotar…!
Sabía que sí. Ya estaba “punto caramelo”. Llegué a la vulva ardiente y empapada. Alejé un poco mi cara para disfrutar la vista de ese hermoso orto. Y luego hundí mi lengua y la moví dentro, al mismo tiempo que con el pulgar e índice derecho pellizqué apenas el clítoris, y el dedo mayor izquierdo entró en su culito.
Melina dio un grito, levantó la cadera y tuvo su primer orgasmo. Dejé de tocar el clítoris, sólo respiré sobre la concha, tras lo cual hundía y sacaba mi lengua de su viscoso agujero. Otros cuatro orgasmos tuvo.
Me aparté y ella pareció dormirse, con una tenue sonrisa de satisfacción. Estaba extenuada. Su cara, sonrosada, irradiaba felicidad.
(Continúa)
3 comentarios - Dándole orgasmos a Melina