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Compendio I
Marisol se cubrió con una bata, bastante corta, que apenas cubría sus muslos y ofrecía tentadoramente el canalillo entre sus senos.
En vista que mi bata estaba completamente empapada y arruinada, me cubrí con una toalla por la cintura, haciendo sonreír a mi mujer.
“¡Vaya!... todavía no puedo creer que un bomboncito como tú quiera dormir conmigo…” señaló, contemplando mi abdomen, mordiéndose coquetamente el índice.
Al principio, solamente corría hasta la playa de piedrecillas y volvía. Pero a medida que me hice amigo de Karen (la chica rebelde que capeaba la escuela), empecé a incluir abdominales y flexiones de brazos a mi rutina, para no enfriarme mientras conversábamos.
Como resultado, mi abdomen se ha endurecido bastante, mis brazos se han tonificado un poco más y me he dado cuenta que tanto a Hannah, Lizzie y mi esposa les gusta verme más fornido.
Sinceramente, nunca le he prestado tanta atención a mi cuerpo. Marisol me dijo que le gusta el aroma de mi sudor cuando troto y es por eso que he seguido haciéndolo.
Pero regresando a la noche del lunes, salimos del baño con el mismo júbilo que teníamos cuando pololeábamos.
Ella se arrojó de un salto sobre la cama, sonriente y abriéndose completamente de piernas, para apreciar su intimidad.
Pero yo, más paciente, me tendí sobre ella lentamente, mientras palpaba con mis manos su sinuoso cuerpo.
Marisol me confesó la noche siguiente que ella se esperaba que me abalanzara sobre ella como un animal salvaje, pero tampoco le fue inesperado que hiciera eso y a la larga, dijo que mi decisión fue mucho mejor.
Desabroché su batín y fui descubriendo paulatinamente su cuerpo, avanzando desde su rosada hendidura, subiendo por su vientre, su ombligo, el intersticio de sus pechos, su mentón y finalmente, sus labios y me dijo que a pesar de haberme demorado mucho en ello, las ganas por que le hiciera el amor se incrementaron 20 veces.
Sin embargo, recuerdo que yo me sentía confundido, mientras contemplaba sus mansos ojos verdes…
Y lo malo fue que no sabía cómo abordar ni preguntar lo que me inquietaba…
“Marisol, ¿Te puedo preguntar algo?” consulté, mientras nos besábamos suavemente y con bastante ternura.
“¿Otra vez me vas a preguntar una pregunta?” replicó ella, siempre sonriendo. “¡Pregunta lo que quieras!”
A ella le agrada que haga eso, pero es por parte de la timidez que sigo manteniendo con ella: todavía le pregunto ocasionalmente si la puedo besar o abrazar y aunque nunca me ha dado una negativa, me pide que nunca pare de hacerlo.
“¿Qué piensas de Margarita?” dije, dejándome llevar por mi tren de ideas.
“¿Qué?” exclamó bastante molesta mi mujer, cubriéndose la bata. “¿Por qué me preguntas eso ahora? ¿Por qué piensas en esa “vaca gorda y fea” ahora?”
Los nervios me hicieron sonreír, mientras que ella se escabullía bajo de mi cuerpo.
“Es que eso quiero preguntarte…”Le respondí, manifestándole mi duda. “Tú dices que no eres celosa, pero si te hablo de Margarita, te alteras al instante… y lo que pasó hoy, también me ha dejado confundido.”
“Pero amor… ¿Preguntármelo justo ahora?” reprochó, disipando rápidamente su descontento al ver mi expresión tristona.
“¡Lo sé! Pero necesito saberlo…”
Marisol se cubrió y se sentó en la cama. Eran cerca de las 2 de la mañana y a esa hora, o estábamos haciendo el amor o durmiendo…
Pero pocas veces, conversando.
“¡No lo sé!” me respondió, también confundida. “Es que Margarita te conoció… y la chica de esta noche…”
“Marisol, ¿Tú sabes que a pesar que he conocido a Margarita durante toda mi vida, ella no me atrae, cierto?”
Al escucharme decir eso, me regaló una sonrisa bella.
“¡Sí, lo sé!”
“Y aunque haya tenido pechos más grandes que los tuyos y una figura más sensual, seguí prefiriéndote a ti, por tu cara y tu manera de ser, ¿Verdad?”
Cada palabra que le decía a mi ruiseñor parecía devolverle años de juventud y alegría, volviendo al tiempo que éramos simplemente buenos amigos…
“¡Sí! Eso también lo sé…” exclamó, como si fuera una niña consentida. “Pero le tengo envidia… ¿Sabes?”
“¿Por qué?”
“Porque ella te conoce por más tiempo…”
“Bueno… si, Marisol… pero hay amistades que se te hacen eternas…” le respondí, manifestando mi descontento.
“¿Por qué pones esa cara?” preguntó, mirándome extrañada y sonriente.
“Te he dicho que con ella fui a mi fiesta de graduación y de las veces que la vi hacer coreografías en el pasaje, Marisol… pero si supieras la cantidad de otras situaciones que me colmaron la paciencia…” respondí, mientras ella me miraba con mayor interés. “¡No te voy a mentir, ruiseñor! En algún momento, me debió gustar Margarita… pero con ella siempre me sentí incómodo… en cambio, cuando te conocí a ti…”
Y nuevamente, nos costaba mirarnos a los ojos, como cuando recién empezábamos a pololear…
Por ese motivo, quería llevarla a un hotel. Porque había cosas que en la casa, a pesar de tenernos confianza y poder dirigirla a nuestro antojo, no podíamos hablarlas con tanta libertad.
Porque siempre se acordaría ella del pecho de las 7 de las pequeñas o los sábados por la noche, donde jugaríamos con Lizzie en el dormitorio.
En cambio ahí, estábamos en un universo aparte…
“Es que a mí me asusta que te empiece a gustar Margarita…” confesó, empezando a sollozar. “Que te acuerdes de todas las cosas que hicieron juntos… y no sé… te olvides de mí.”
La abracé y la escudé en mi pecho.
“¡Tú sabes que esas cosas no van conmigo y que estoy completamente enamorado de ti, Marisol!”
La besé cálidamente en los labios, invadiendo su suave y delicada boca con mi lengua.
“Y la chica de esta noche…” alcanzó a decir, antes de mirarme complicada. “Me molestó que la vieras cuando estabas conmigo…”
La abracé con mayor ternura y besé efusivamente sus mejillas.
“¿Sabes que me encanta verte celosa?” pregunté.
Ella sonrió…
“Pero no es lo mismo que pasa con Liz, mi amor.” Añadió, comprendiendo mi confusión. “Liz te conoce y sabe que eres un hombre bueno… pero la chica de hoy…”
Le di un profundo beso en los labios…
“Yo soy feliz, solamente contigo…”
Sin embargo, en un inesperado giro de eventos, la mirada de mi esposa se tornó ligeramente maliciosa y traviesa…
“¿En serio?” preguntó, con un coqueto tono de reproche. “Entonces… ¿No te gustaría estar con mi prima?... ¿O con tu Hannah?...”
No tuve más opción que reírme, porque tocó mis “talones de Aquiles”…
“Pues… tu prima me vuelve loco… porque es tan celosa como deberías ser tú…” le respondí, besándola en el cuello y sacándole sendos suspiros. “Y Hannah… me recuerda a mi mejor amiga en el mundo…”
Ahí, nos volvimos a desnudar. Yo contemplaba el majestuoso cuerpo de mi esposa y se veía contenta, mientras que ella, bastante lujuriosa, miraba una y otra vez la forma que se alzaba bajo mi toalla.
Sabiendo lo que buscaba, removí mi toalla y dio un suspiro ansioso.
Por impulso, su primera reacción fue engullirla atolondradamente en sus labios. Aunque muchas la han probado, es de ella solamente y apartarla de algo así por una semana, me hace pensar que es una crueldad de mi parte.
Subía y bajaba con la rapidez y majestuosidad con la que me ha malcriado por las mañanas, generando ese vacío en su cavidad bucal que extiende mi imaginación al infinito y sus intensos ojos verdes, con una mirada felina y libidinosa, resultaba ser una prueba de resistencia bastante grande.
Los intensos chupetones, acomodados por agiles ráfagas de caricias, con la única intención de derribar mis esfuerzos por contenerme, me hacían estremecer vertiginosamente sobre la cama, sometiéndome en ese limbo de indecisión, donde deseo que se detenga y que siga, al mismo tiempo.
Entonces, con la experticia característica, frutos de incontables vivencias que hemos compartido, se coloca en posición para su ataque final, cuando sabemos bastante bien que me tiene a su merced: besa suavemente el glande, por 2 segundos que se me hacen eternos, para ir sorbiéndolo lentamente, como si disfrutara del calor que le da y yo, resistiéndome con mis últimas fuerzas, cierro los ojos, mientras avanza hasta el fondo de su garganta y lanzando un breve quejido, siento cómo el vacío se vuelve completamente absoluto y debo cederle mi carga, que ella recibe más que feliz.
La mama intensamente 2, 3, 4 veces, asegurándose que mi carga completa quede en sus labios y muy satisfecha, se alza como una Nereida en el mar y con una amplia sonrisa en sus labios brillosos, efectúa la ceremonia de tragar mi semen, que desde tiempos inmemoriales me ha perturbado, para volver rápidamente a la carga y limpiar los vagos restos que quedan en mi falo.
Me vuelve loco y la alzo en la cama, la beso apasionadamente, mientras que ella gime suavemente y muy feliz, con sus manos deslizándose a lo loco sobre la cama, hasta que casualmente, su izquierda se aferra al cubrecama.
“¡Amor, mira!” exclamó ella, con su vitalidad hermosa y su encanto de niña. “¡Las sabanas son de seda! ¡Tenemos que probarlas! ¡Tenemos que probarlas! ¡Por favor! ¿Sí?”
No me queda más que sonreírle. Destapamos las sabanas y ella vuelve a cubrir su cuerpo.
Pero el mío hierve por ella y retomo los besos, mientras siento la suavidad de la tela envolviéndonos y busco ingresar en mi mejor amiga, una vez más.
“¡Te amo, Marisol! ¡Me vuelves loco!” le confieso, mientras que no paro de beber de sus labios, que todavía mantienen parte de mis jugos.
“¡Yo también te amo!... ¡Te amo mucho!” me responde, con suspiros intensos, que parecen derretirla.
E ingreso por tercera vez en la noche, en su cálida, húmeda y apretada gruta.
Nuevamente, da un gemido de sorpresa, porque desde siempre he sido yo quien la ha enanchado por ahí y me mira, desvalida, mientras mi pene prosigue su infatigable avance.
Sé que le encanta, porque la intensidad que me mira los breves instantes donde sus esmeraldas encuentran mis ojos, reflejan completamente su dicha y sus gemidos, lastimeros, pero gozosos, me dan a entender que le sigue gustando que lo haga.
Por mi parte, aprovecho de besar su rostro y sobar su cuerpo con bastante suavidad.
Sujetaba sus pechos con delicadeza, pero a la vez, presionando suavemente los pezones, cediéndole ligeramente una sensación de dolor, que era manifestada por sus labios, los cuales aprovechaba de besar, mientras que mi pelvis seguía embistiendo con fuerza su cuerpo con insistencia.
Recuerdo que el aroma de su piel limpia, producto de las sales y jabones, me parecía un manjar tan exótico y que a ella también le excitaba sentir mi respiración en mi cuello, mientras se afirmaba fuertemente a mi espalda.
Se quejaba deliciosamente, mientras que su cuerpo se contoneaba producto de mis sacudidas y de sus propios espasmos, que buscaban una vez más drenarme.
“¡Grita lo que quieras, Marisol!” le susurré al oído. “Las pequeñas no despertaran si lo haces…”
Y fuertes bramidos de placer salieron de sus labios, haciendo que me motivara más y más en penetrarla.
Recuerdo que en esos momentos, quería darle el mayor placer posible y sabía que quería que fuera más brusco y le causara un poco más de dolor, pero le estaba haciendo el amor a mi mejor amiga.
Y entonces, me alcé sobre ella y deslicé mis manos hasta sus muslos…
“¡Nooo!” suplicó, pero en el fondo, también lo deseaba: flexioné sus piernas erectas, obligándola a adoptar una posición de sentadilla, que a pesar de todo, le trajo bastante placer.
Mientras seguía embistiéndola y mantenía sus piernas en aquella incomoda pose, me preocupaba que no las doblara tanto para lastimarla, sintiendo con una mayor intensidad mis embestidas.
Los potentes alaridos que mi amada esposa lanzaba a la atmosfera parecían perturbar los elementos y poco me importaba si despertaban a los vecinos (suponiendo que los hubiera), porque esa noche quería hacerla gozar como ella bastante bien se lo merece.
Las estocadas se hicieron cada vez más fuertes y repetitivas, al punto que comprimía el colchón bajo nuestro y en una sucesión interminable de quejidos, con sus piernas bien apoyadas sobre mis hombros, descargué por 4ta vez mis jugos en ella, sumiéndonos en un mar de éxtasis.
“¡Qué rico!” exclamó ella, con la respiración agitada y mirándome con bastante ternura.
Pero aun quería más de ella…
“¿Todavía… quieres más…?” preguntó sonriendo, resoplando y sintiendo mi infatigable erección por ella.
Eran casi las 5 de la mañana, pero sin importar que llevaba más de 24 horas sin dormir, el apetito que tenía por Marisol era insaciable.
“¡Sí!... tengo que aprovechar que sigo con ganas y bastante joven…” respondí, con bastante alegría.
Ella sonreía maravillosamente, como si estuviera embriagada del placer que le había dado.
“Bueno… yo quería pedirte que lo hiciéramos por detrás… para ir terminando…”dijo, con un tono bastante dulce y coqueto, mientras se arreglaba sus despeinados cabellos de una manera muy sensual. “Pero si te sigue preocupando lo de ponerte viejo…”
Nos empezamos a besar y nuevamente, fue ella arriba. Verla erguirse de esa manera, serpenteando sus caderas y cerrando fuertemente los ojos, con su rostro enfilando hacia el cielo, me hacía pensar en Atenea, la guerrera diosa de la sabiduría.
El calor de sus muslos era abrasador y su fuente de placer no paraba de emanar jugos del amor, subiendo y bajando con perfidia y haciendo curiosas muecas, mientras se meneaba sin parar.
Sus pechos, portentosos, se alzaban excitadísimos y como bien lo sabía, demandando porque un adulto succionara de su leche…
Marisol volvió a lanzar otro estridente alarido al sentir mis labios y francamente, el incesante frenesí de su cabalgata, me estaba moliendo en un placer que casi me hacía cruzar los ojos.
Finalmente, alrededor de las 7 de la mañana, terminamos exhaustos, pero ninguno de los 2 queríamos dormir profundamente y nos escudábamos en la penumbra que comenzaba a entrar por la ventana.
“¡No me quiero ir!” dijo ella, llenándome de felicidad. “Podríamos quedarnos hasta mañana… o pasado…”
“¿Y no te preocupa que salga tan caro?”
“¡No, porque tú pagas!” señaló, riéndose muy abrazada de mi vientre.
“¿Y la leche de las peques?”
Se volteó para mirarme los ojos.
“¿Cuál leche? ¿La que te bebiste entera, goloso?” preguntó, con una gran sonrisa de satisfacción.
Sin embargo, me dispuse a preparar el ambiente para la gran sorpresa que le tenía pendiente…
“Pero… ¿No te preocupan las pequeñas?” insistí, mirándola con mucha seriedad. “¿No te preocupa saber cómo están?”
“Un poco...” Confesó ella, con algo de timidez y desconcierto. “Es que tú dices que Liz se encargaría de ellas…”
Y al verla así, le tiré la bomba que le tenía preparada.
“Porque si no te preocupan… no sé cómo lo haremos cuando vayamos a la mina…”
¡Al escuchar eso, la mirada de Marisol tomó la tonalidad de un conejo!
“¿Qué?”
“Que si no te preocupan tanto, no sé cómo lo haremos cuando te lleve a mi trabajo…”
“¿Hablas en serio?” preguntó, mirándome con lágrimas asomándose de sus esmeraldas.
“¡Por supuesto!” le expliqué el gran objetivo de esa jornada. “Por eso quería sacarte una noche de la casa, porque quería probar antes si te sentirías bien un par de horas sin ellas…”
Marisol no aguantó más y rompió en llanto, llorando sobre mi pecho, mientras que la calmaba acariciando sus cabellos.
“Tendríamos que salir temprano… un día de estos… para que no pasen tanto tiempo solas. Sería un paseo por el día y volveríamos antes del anochecer.”
“¿De verdad?” preguntó Marisol, muy conmovida.
“¡Por supuesto! Solamente me falta ver algunos detalles… pero estoy casi seguro que no pasará un mes antes que conozcas la faena.”
Nos besamos con ternura y nos regalamos algunas caricias adicionales.
Desde un tiempo, Marisol ha albergado la curiosidad por conocer mi trabajo y en vista que nuestras hijas estaban muy pequeñas, fue un deseo que quedó pendiente en mi memoria.
Ahora, las pequeñas están más grandes y un poco más autosuficientes, tenemos a Lizzie para que las cuide y solamente serían un par de horas de mi turno libre.
Salimos de la habitación, bastante renovados. Cancelé todos los gastos y alrededor de las 10 de la mañana, marchábamos muy abrazados y sonrientes al estacionamiento, con la fresca brisa marina refrescando nuestros rostros, enfilando definitivamente a nuestro hogar.
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1 comentarios - Siete por siete (136): Mi cita con Marisol (III y final)