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Compendio I
Saliéndome un poco de lo habitual, les contaré de la última experiencia que compartí con mi mujer.
Por lo general, prefiere escribir ella cuando hacemos cosas los 2. Pero en esta ocasión, le di tantos giros inesperados, que ha accedido a que lo narre yo.
Todo empezó el lunes por la tarde, tras regresar del turno y almorzar. Llegué con muchas ganas de estar con mi mujer, ya que sin Hannah en faena, la semana se me hace infinitamente larga y verdaderamente admiro a mi ruiseñor, para no sucumbir a la compañía de otro hombre.
Mientras volvía de la cocina y traía algunos refrescos para ella y para Lizzie, pregunté a mi esposa.
“Marisol, ¿Te gustaría salir conmigo esta noche?”
Desde que pololeábamos, siempre fue difícil para nosotros salir en citas por nuestra timidez.
Por mi parte, temía que Marisol no deseara acompañarme a pasear y eventualmente, hacer algo más (porque me costaba creer que ella quisiera tener relaciones conmigo) y a ella, le complicaba porque era yo quien se lo preguntaba.
E incluso ahora, en nuestra vida de casados, tampoco nos es más fácil.
Ahora, puede decirme que no porque le preocupan las pequeñas, porque tiene clases al día siguiente o sencillamente, porque Lizzie podría sentirse incómoda.
Pero la verdad es que a Lizzie le divierte bastante la relación que tenemos entre mi esposa y yo. En varias ocasiones, nos ha sorprendido besándonos a escondidas y seguimos tratando de disimular mi mujer y yo como cuando éramos pololos que nada ha pasado, a pesar que Lizzie también es mi amante.
Como me lo esperaba, Marisol miró a Lizzie extrañada, como si necesitásemos su autorización.
“¿A dónde?”
“A comer a un restorán, ir a bailar o algo por el estilo…”
Las 2 se reían, porque ni yo ni mi esposa salimos de parranda.
“¿Y volverían esta noche?” preguntó Lizzie, sonriendo coqueta.
“¡Por supuesto!” respondió Marisol, como un resorte.
“¡Tal vez!” respondí yo, mirando a mi esposa que se sonrosaba. “¿No te importaría cuidar a las pequeñas?”
“¡Por supuesto que no!” respondió Lizzie enérgicamente. “¡Por algo me pagas!”
Posteriormente, Marisol y yo subimos al dormitorio, para ver con qué ropa saldríamos y como me lo esperaba, ella ya tenía sus dudas…
“Pero ¿Cómo vamos a estar afuera toda la noche? ¿Y el pecho de la mañana de las pequeñas?” preguntaba, todavía avergonzada.
Y realmente la admiro, porque a pesar de ser tan joven, es tan comprometida como yo en el cuidado de las pequeñas.
Pero también, tenemos que darnos un tiempo para nosotros y tenemos a Lizzie para cedernos algo de esa libertad.
“¡Oye! Pero si ellas toman 2 desayunos. Además, está Lizzie y ella no dejará que pasen hambre.”
Y le escogí un vestido de una pieza, blanco, de algodón bien delgado, que compró por si nos tocaba asistir en una cena elegante por mi trabajo.
“¿Ese?” exclamó ella, muy sorprendida y completamente roja de vergüenza.
“¡Sí! Es que quiero llevarte a una disco…” respondí, entendiéndola.
Lo que pasa es que si bien, mi mujercita ha ganado algunos kilos por el embarazo y por su amor a los dulces, ese vestido se ha vuelto bastante provocador.
Aunque “no muestra piel”, le queda tan ceñido que su busto se destaca bastante y la falda, que le cubre un poco más debajo de los muslos, tiende a levantarse fácilmente, volviéndola extremadamente sexy.
“¿Quieres… que vaya… así?” preguntó, nuevamente muy avergonzada.
“¡Si, ruiseñor! Aunque somos padres, seguimos siendo jóvenes y deberíamos hacer cosas de jóvenes… también…” le respondí, aunque nosotros somos “jóvenes nerds” y era la primera vez que íbamos a una discoteca, por lo que trataba además de convencerme a mí mismo.
Marisol me escogió un pantalón de vestir café claro, una camisa verde a cuadros y una chaqueta de mezclilla y unos zapatos café.
Así como yo usé gel y me perfumé, le pedí a ella que se arreglara.
A Marisol le gusta usar labial, porque una de sus mayores entretenciones es cubrirme la cara con besos. Pero usar sombra y rubor en sus mejillas es otra cosa y tuvo que pedirle ayuda a Lizzie.
Cuando salieron del dormitorio de la niñera, mi esposa era otra mujer completamente distinta: sus pestañas cautivadoras amplificaban el encanto de las esmeraldas de sus ojos; el rubor de sus mejillas le hacían lucir incluso más inocente y juvenil y sus labios color escarlata parecían llamar con fervor para ser besados.
A las 2 les gustó verme así de perturbado y como siempre lo hemos hecho, me ofreció su brazo izquierdo.
“Pero ¿Por qué vamos?” insistía Marisol, mientras subía a la camioneta.
“Porque vas a pasar otro cumpleaños a solas y quiero darte un día especial.”
“¡Tonto! Con pasarlo contigo, ya estoy bien…” respondió, haciendo un pequeño puchero.
Y tuvimos que viajar un buen rato hasta las cercanías del Campus Universitario de Marisol, ya que en ese sector se encuentran la mayor parte de pubs, nightclubs y discotecas.
“Es que tú dices que quieres verme levantando a una chica en un lugar de estos y me sentiría incómodo si fuera solo.” Le expliqué, cuando ya estábamos llegando.
“Si, pero… ¿Por qué tengo que ir vestida así?” protestó ella, haciéndome reír.
“Porque eres joven y si vistes “más normal”, llamarás la atención…” respondí.
No quedó conforme con mi explicación, pero yo tenía mis motivos…
Como me lo esperaba, las veredas estaban abarrotadas, con filas interminables de jóvenes y jovencitas de todas las edades, tendencias sexuales y estilos de cabello, por lo que tras recorrer un rato, nos decidimos por un pub-bar sin tanta afluencia y medianamente decente.
Mientras yo estacionaba la camioneta, mandé a Marisol a que se sentara en la barra, me esperara y que nos pidiera nuestras bebidas.
No pasaron más de 10 minutos para que encontrara un lugar para aparcar. El bullicio del local era abrumador, había algunas mesas de pool, un ambiente fuerte a cigarros y a hierba, y mientras avanzaba por la entrada, muchas jovencitas me daban miradas coquetas y cautivadoras, aunque no me interesaba, porque tras extrañarla por una semana, quería estar con mi mujer.
Y tal cual como me lo esperaba, la encontré sentada en la barra, con la cara amargada y luchando constantemente con su falda, que no dudaba en revelar más de lo que lo que corresponde, mientras un muchacho intentaba coquetearle.
Nunca he dudado de la fidelidad de Marisol. Y es que a pesar que ocasionalmente, mira a algún chico más de la cuenta, siempre se termina poniendo más cariñosa conmigo.
Pero quería espiarla un poco. No por el morbo que me fuera a “cornear”, sino que para apreciar su lado “recio”, que pocas veces he podido ver.
Por sus experiencias pasadas, a Marisol no le agradan los ambientes con licor, cigarros y hombres que puedan manosearla. No obstante, ella sabe defenderse y sé que puede ponerse muy temperamental.
El chico intentaba hablar con ella (porque sus curvas la hacían ver irresistible), pero su rostro se veía agrio y miraba a todos los lados, buscándome, aunque yo estaba cubierto por la sombra de un pilar.
Finalmente, cuando el chico osó poner un brazo sobre su hombro y Marisol se veía bastante incómoda por ello, que decidí hacer mi aparición.
“¿Ordenaste las bebidas, corazón?” pregunté, haciéndome el que no sabía lo que estaba pasando.
El rostro de Marisol se iluminó como un árbol de navidad.
“¿A este tipo estabas esperando? ¡Vamos, nena! ¡Sabes que soy mejor que él!”
Era un tipo de unos 20 años, delgado, vistiendo una camisa a cuadros y una polera negra metalera y jeans.
No era tan mal parecido, pero su mentón prominente y su frente pequeña le daban un aire de “hombre primitivo”, junto a la elocuencia propia de la cerveza y la hierba.
“¡Él es mi marido!” respondió mi ruiseñor, mostrando su anillo del delfín.
El muchacho me miró con indignación y odio, pero al ver mi sonrisa tranquila, se resignó y se marchó de vuelta a la oscuridad del local.
“¿Dónde estabas?” preguntó mi ruiseñor, manoteándome con suficiente fuerza para adormecer mi brazo.
Me sobaba el dolor, mientras nos reíamos.
“¡Ahí, tras ese pilar!” le señalé. “Quería mirarte…”
“¡Tonto!” se enfadó, con una cara dulce una vez más. “¡Te he dicho que no me interesan otros chicos!
“¡Sí, eso lo sé, ruiseñor!” respondí, mirándola a los ojos. “Pero quería probar si podrías mirarme sin problemas, cuando levantara a una chica…”
Ahí, la genialidad y frescura de Marisol se atoró literalmente con su trago de jugo, porque tampoco lo había pensado de esa manera.
“Pero bueno… digamos que me quiero levantar a una chica. ¿Cómo lo hago?” le pregunté, directamente.
“¿Qué?... pues supongo lo que haces siempre…” respondió, roja de vergüenza y alzando un poco la voz, por la música.
“¡Es que no sé si sirva aquí!” señalé. “¡Tú quieres que lo haga en una noche… y estoy acostumbrado a tomarme mi tiempo!”
“¡Tienes razón!” respondió, no habiéndose percatado de ese alcance fatal y derrumbando lentamente sus esperanzas.
“¡Pero te propongo un juego!” le dije, antes que se entristeciera demasiado.
“¿Un juego?” preguntó con una sonrisa encantadora, sus esmeraldas resplandecientes y una actitud más animosa.
“¡Sí! ¡Tienes que pretender que no me conoces y yo te tengo que convencer para que hagamos algo juntos!”
¡Lo que dijo después, me encantó!
“Pero… ¡Es que yo ya te amo!”
Tras sonreír alegremente, traté de desechar un poco ese sentimiento y retomar mi agenda una vez más.
“Pues… imagina que eres tu prima. Trata de actuar consentida y no me des fácilmente la pasada…”
5 cosas le encantan a mi esposa: Una son las cosas dulces para comer; otra son los gatos; la tercera, los juegos; la cuarta, disfrazarse y por último, pretender ser otra persona.
Por lo tanto, esa noche le estaba dando 3 de 5 y se notaba muy animada.
Entonces, pretendí ser una persona que recién llegaba al bar.
Marisol adoptó una actitud más coqueta y resuelta, que iba más ad hoc con el ambiente del recinto.
“¡Hola!”
“¡Hola!”
“¡Te vi desde aquel pilar! ¿Me permites invitarte una bebida?” (Sonreía maravillosamente, cuando le preguntaba)
“Bueno… yo ya estoy tomando algo…” respondió con coquetería.
“¡Te ofrezco otro más!” insistí, al ver que realmente me estaba siguiendo el consejo.
“¡Está bien! Pero nada con alcohol, ¿Eh?” accedió, probando con sensualidad la pajilla y dándome una de esas miradas que matan.
Ordené otros 2 jugos, mientras que el barman nos sonreía de manera simpática por nuestro juego, tras haber presenciado todo tras el incidente con el otro chico, por temor a que ocurriera un altercado.
“¿Podría preguntarte tu nombre?”
“¡Marisol!” respondió enérgica y sonriendo deliciosamente con los ojos. “¿Y el tuyo?”
“Mi nombre es Marco.” Respondí literalmente, haciendo que se riera de buena gana.
Pregunté de dónde era y ella respondió con mucha coquetería nuestra tierra de origen, mientras que yo pretendía ser oriundo de Adelaide.
“¿Tienes novio?”
“¡No!” respondió ella, alzando su mano izquierda y mostrándome su anillo de delfín. “¡Estoy casada! ¿Y tú?”
“Yo también… pero mi esposa dijo que saldría a ver a unas amigas y aproveché de salir.”
Marisol se reía jocosamente por mi ocurrencia y la estábamos pasando bastante bien.
“¿Tienes hijos?” preguntó ella, jugueteando con su pajilla.
“2 hermosas hijas. Pero la niñera las está cuidando en estos momentos…”
“¡Uhm! ¡Qué malo!” exclamó, haciendo una mueca coqueta de disgusto. “Mi marido es muy preocupado de las nuestras…”
“¡También lo soy!” repliqué. “Pero pienso que también debemos darnos tiempo a solas para compartir con mi esposa…”
Sus esmeraldas brillaron un poquito más. Sin embargo, aunque sabía que se moría de ganas por besarme, ella mantenía una “dualidad latente” en su rol…
“¡Es la primera vez que vengo a un lugar como este!” le confesé.
“¡Yo también!”
“¿Te incomodaría bailar conmigo?” pregunté, cuando empezaron a tocar unos lentos.
“¡Claro que no! Pero recuerda que estoy casada…” insistió mi mujer.
Y salimos a la pista. Olía maravillosamente y sus pechos, soberbios, se enterraban a la altura de mis costillas.
“¿Sabes?... Eres casi tan alto como mi esposo.” Dijo, mientras apoyaba su rostro en mi pecho y el aroma a sus cabellos castaños llegaba a mi nariz.
“¡Qué curioso! Tú eres tan pequeñita como mi mujer…”
Nuestros ojos se encontraron y nos moríamos por besarnos, pero una vez más, la “dualidad” de Marisol establecía una barrera infranqueable…
“¡No puedo!” dijo, haciéndola manifiesta. “Amo mucho a mi marido y me sentiría mal si le traiciono…”
Sentí como si me pegaran con un periódico entre las piernas…
“¡Está bien!” respondí, comprendiendo y viendo que seguir bailando perdía todo el propósito. “Al menos, déjame hacerte compañía.”
Y seguimos conversando. A pesar de todo, fue una experiencia agradable, porque aunque nos contábamos lo que bastante bien sabíamos el uno del otro, el juego de pretender que éramos desconocidos lo hacía más interesante.
No obstante, el problema era que yo seguía insistiendo en coquetear con Marisol y ella estaba muy entretenida resistiéndose, pretendiendo tener (o tal vez, manifestando abiertamente) una faceta más altanera como la que tenía su prima.
Hasta que, al tercer o cuarto intento fracasado por abordarla, hice otro paneo por la barra. Pero en esta ocasión, Marisol se dio cuenta que algo me había ocurrido.
Fue una cosa de segundos. Marisol sabe que cuando estoy con ella, mi concentración se enfoca en su rostro y para mí, es la única mujer que existe a mi lado en esos momentos.
Pero en esa ocasión, divisé por el rabillo de la mirada que alguien me observaba y antes de poder localizarlo, rompió el contacto.
Al verme así, Marisol se sobresaltó y aunque mis embates eran cada vez rechazados, se sentía más y más incómoda que observara una y otra vez al mismo sector de la barra.
Finalmente, tras algunos intentos más, encontré a la persona que me miraba, un par de taburetes la izquierda de mi esposa: era una chica, de unos 20, 22 años, de cabello rizado bien largo y teñido de rojo cobrizo, tez morena y medianamente atractiva, si la comparaba con Marisol.
Pero la gran diferencia era que con ella si mantenía mayor contacto e interés, comparado con mi infranqueable esposa.
Intenté unas 2 veces más, llegando al punto que Marisol también estaba interesada de contemplar qué era lo que tanto me distraía, hasta que me di por vencido en el juego.
“Bueno… creo que no seguiré quitándote más tiempo…” sentencié, ligeramente abrumado.
“¿Qué?” preguntó, extremadamente sobresaltada.
“Es obvio que estás muy enamorada de tu esposo… y realmente, me gustas y le envidio su suerte… pero estoy muy cansado de intentar una y otra vez y no tener resultados…”
“Pero… ¡No te vayas! ¡Por favor!” suplicó, al verme que pagaba la cuenta y me paraba del taburete.
Y alcancé a dar 2 pasos a su espalda. La chica de los cabellos cobrizos se había dado vuelta e incluso se preparaba para recibirme…
Cuando 2 brazos se ciñen fuertemente a mi cintura y detienen mi avance con obstinación.
“¡Por favor! ¡Ya vámonos!” suplicaba mi mujer, dejando de lado su actuación.
Yo me dejaba querer y nos besamos suavemente…
“¡Pero es que he encontrado una chica para levantarme!” le respondí, sonriendo.
Ella, haciendo un puchero, me miraba con principios de lágrimas.
“¡Noo! ¡Ya no quiero!” barullaba con lágrimas, ante la confusión de la otra chica. “¡Esa chica no! ¡Ya, vámonos!”
“¿Por qué?” pregunté, sonriendo por la situación.
“¡Porque no! ¡Vámonos para la casa!” insistía ella, aferrándose a mi cadera, con la tenacidad de un ancla.
Varias personas (incluyendo el barman) contemplaban la inusual situación: mi hermosa y curvilínea mujer, impidiéndome caminar, mientras que yo luchaba por mantener el equilibrio.
Incluso, escuché algunos vítores al ver el desaforado beso que plantó Marisol en mis labios.
Pero a pesar que Marisol sonreía, con las mejillas coloradas, algunas lágrimas y me jalaba con bastante fuerza fuera del local, aún quedaba bastante noche para disfrutar.
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1 comentarios - Siete por siete (134): Mi cita con Marisol (I)